
El secreto con respecto a llevar fruto estriba en la oración, en confesar los pecados y en ser llenos del Espíritu Santo. Juan 15:16 dice: “No me escogisteis vosotros a Mí, sino que Yo os escogí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en Mi nombre, Él os lo dé”. Muchas personas no entienden la razón por la cual el Señor, después de decir que debemos llevar fruto y que nuestro fruto permanezca, de inmediato dice que todo lo que pidamos al Padre en Su nombre, el Padre nos lo dará. ¿Por qué el Señor relaciona la respuesta a la oración con el hecho de llevar fruto y de que nuestro fruto permanezca?
Luego el versículo 17 dice: “Estas cosas os mando para que os améis unos a otros”. No es fácil saber cuál es la relación entre estas cosas —llevar fruto y fruto que permanece, recibir respuestas a la oración, y amarnos unos a otros— ni tampoco es fácil entender esto según nuestra lógica. El hecho es que amarnos unos a otros es estar en unanimidad. Tanto el hecho de llevar fruto como el hecho de recibir respuesta a nuestras oraciones depende de que estemos en unanimidad. Éste es el secreto relacionado con el hecho de que llevemos fruto, recibamos respuesta a nuestra oración y nos amemos unos a otros.
En todo este año más de trece mil personas fueron bautizadas en Taipéi. Si no conducimos bien nuestras reuniones de hogar, y si éstas no cuentan con el debido apoyo, ciertamente habrá algunos nuevos creyentes que se nos escaparán. Juan 15:16 dice: “Y vuestro fruto permanezca”. El Señor no quiere que simplemente llevemos fruto, sino que nuestro fruto permanezca. Tocar a las puertas y llevar personas a la salvación es llevar fruto; pero conducir las reuniones de hogar es llevar fruto que permanece. Cuando visitamos a las personas al tocar a sus puertas, llevándolas a la salvación y bautizándolas, estamos engendrándolas. Luego, en las reuniones de hogar estamos alimentando a las personas después que han sido engendradas. Toda madre sabe que su hijo necesita ser alimentado después que nace. Si un niño no es alimentado después que nace, sin duda alguna morirá.
Si ganamos a trece mil nuevos creyentes, pero a la postre perdemos doce mil, los santos se desanimarán al ver que tan pocos permanecen. Por lo tanto, tenemos que esforzarnos por criar estos nuevos creyentes, uno por uno. Ello dependerá completamente de las reuniones de hogar. La manera en que sean conducidas las reuniones de hogar es uno de los secretos más cruciales para tener éxito en la nueva manera. Tocamos a las puertas, llevamos a las personas a la salvación y las bautizamos, pero esto aún no es la conclusión. Como todos sabemos, incluso los mormones y los testigos de Jehová salen a tocar a las puertas. Sin embargo, éstos son dos grupos heréticos que tienen opiniones diferentes y erróneas acerca de la persona del Señor Jesús. Ninguno de ellos confiesa que el Señor Jesús es Dios y, con todo, han tenido mucho éxito al salir a tocar a las puertas. Por consiguiente, tocar a las puertas para llevar a las personas a la salvación no es la conclusión, pues aún tenemos que asegurarnos de que el fruto que producimos permanezca.
Ésta es una prueba que tiene dos aspectos. Por un lado, conducimos a muchas personas a la salvación; pero, por otro, debemos enfrentarnos a la cuestión de si estas personas permanezcan o no. Tal vez podamos declarar que hemos ganado la batalla de llevar a las personas a la salvación; sin embargo, esta victoria aún necesita una confirmación, una conclusión. Esta confirmación o conclusión depende de las reuniones de hogar, depende de si el fruto que ganamos al salir a tocar a las puertas es viviente y permanece.
Anteriormente no recibimos mucha luz en cuanto a la práctica de la nueva manera. En el pasado recalcamos estas cuatro líneas temáticas: Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia. Hemos hablado acerca de que Cristo es el Dios Triuno que se hizo hombre, experimentó el vivir humano, fue a la cruz, entró en la muerte y resucitó de la muerte para llegar a ser el Espíritu vivificante. Como tal, Él ha entrado en nosotros y mora en nuestro espíritu para ser nuestra vida y nuestro elemento, no sólo para regenerarnos, sino que más aún para transformarnos. A partir de ese momento, Él nos constituye la iglesia, la cual es Su Cuerpo, Su plenitud. Además de esto, las iglesias que están en cada localidad son Su testimonio viviente. Ésta es la línea temática a la cual prestamos atención en el pasado.
Este Cristo es el Espíritu. Si Él fuera Dios y Cristo mas no el Espíritu, no podría tener nada que ver con nosotros. Por un lado, Él sí tiene una relación con nosotros porque Él es el Creador y nosotros somos Su creación; Él es Dios y nosotros somos hombres; pero, por otro, si no fuera el Espíritu no tendría una relación o unión orgánica con nosotros, es decir, no podría entrar en nosotros, ni nosotros podríamos entrar en Él. Él podría contactarnos, pero no podría unirse a nosotros. Conforme al deseo de Su corazón, Él no sólo desea unirse a nosotros, sino también mezclarse con nosotros. Él quiere llegar a ser nosotros y que nosotros lleguemos a ser Él. Esto sería imposible sin tener una unión orgánica con nosotros. Si Cristo no fuera el Espíritu, Él no tendría posibilidad alguna de tener una unión orgánica con nosotros, de ser nuestra vida ni de permanecer en nosotros. Por consiguiente, Cristo tiene que ser el Espíritu. En Juan 15 el Señor dice: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él” (v. 5). En esto consiste la unión orgánica. Dicha unión no es como atar o unir dos trozos de madera inerte ni como soldar dos piezas de hierro o acero; más bien, es como un árbol vivo que disfruta una unión de vida con sus ramas vivientes. Esto está absolutamente relacionado con la vida. Si Dios y Cristo no fueran el Espíritu, ¿cómo podría Él experimentar semejante unión vital con nosotros?
Por sesenta años la luz que Dios continuamente nos ha concedido ha estado primeramente relacionada con Cristo y, en segundo lugar, con el Espíritu. Cuando el hermano Watchman Nee estuvo con nosotros, tuvo comunión muy claramente con nosotros en cuanto al primer aspecto. Aunque también prestó atención al segundo aspecto, no tuvo el tiempo suficiente para tener comunión claramente acerca de esto. En 1952 el hermano Nee fue encarcelado. Desde entonces he sentido la pesada carga de que debo compartir claramente que Cristo es el Espíritu.
El primer mensaje que compartí en cuanto a que Cristo es el Espíritu lo di en Manila. Luego, cuando estuve en Taiwán, compartí más al respecto. Para el tiempo en que vine a los Estados Unidos, la carga que sentía en mí era aún más pesada. En aquel entonces un querido colaborador me había dicho lo siguiente a modo de advertencia: “La Biblia claramente habla del Espíritu de Cristo, lo cual nos dice que Cristo es el Espíritu. Sin embargo, usted no puede decir eso en los Estados Unidos porque el cristianismo allí no lo recibirá”. Su intención era buena, pero al mismo tiempo expresaba desacuerdo. Es posible que tengamos muchas doctrinas y conocimiento bíblico, pero si no sabemos que Cristo es el Espíritu, ninguna de esas doctrinas tiene que ver con nosotros de una manera real y ninguna de ellas despierta nuestro interés. Es únicamente cuando Cristo como el Espíritu entra en nuestro ser que todas las realidades espirituales llegan a ser nuestras. Aquel que fue crucificado, experimentó la muerte, resucitó y entró en nosotros ha llegado a ser el Espíritu, la realidad. Aquel que estaba en la cruz era Cristo, pero Aquel que entra en nosotros es el Espíritu. Así que, yo le dije a ese colaborador que mi carga consistía en compartir que Cristo es el Espíritu, y que si no hablaba de esto, no tendría nada que decir. Por consiguiente, tengo que hablar sobre esto.
En 1962, cuando apenas empezábamos nuestra obra en los Estados Unidos, primeramente di los mensajes sobre El Cristo todo-inclusivo, y luego compartí en comunión el hecho de que Cristo es el Espíritu. Hay dos versículos que nos muestran que Cristo es el Espíritu. El primero es 1 Corintios 15:45, que dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. Sin embargo, en el cristianismo muchos no entienden esto, pues dicen: “Ese versículo simplemente quiere decir que Cristo tiene un Espíritu, así como usted y yo tenemos un espíritu”. Sin embargo, este pasaje de la Biblia no dice que el postrer Adán, Cristo en la carne, tiene un Espíritu; más bien, dice que el postrer Adán llegó a ser Espíritu vivificante. Hay un adjetivo que se destaca claramente aquí: Cristo llegó a ser Espíritu vivificante. Si este Espíritu vivificante no es el Espíritu Santo, ¿cómo es que puede darnos vida? Si no es el Espíritu Santo, entonces ¿en este universo hay dos Espíritu que dan vida? El segundo versículo que nos dice que Cristo es el Espíritu es 2 Corintios 3:17, que dice: “El Señor es el Espíritu”. Nada puede ser más claro que esto.
En el verano de 1969 en la conferencia en Erie, Pennsylvania, dimos más mensajes sobre los siete Espíritus. Muchos hermanos en los Estados Unidos pueden testificar que el período que vino después de esto puede ser considerado como la época en que las iglesias de los Estados Unidos estaban muy vivientes y en una condición muy elevada. Todos disfrutaron del ardor de los siete Espíritus.
Aunque por sesenta años hemos mantenido estas cuatro líneas temáticas —Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia—, tenemos que reconocer que en ciertos puntos prácticos hemos tenido algunos problemas, principalmente en cuanto a la predicación del evangelio. La mayoría de nosotros ha heredado la práctica del cristianismo, que consiste en dar mensajes a una gran congregación y en invitar a las personas a que vengan a escuchar. En todas estas décadas, es difícil llevar la cuenta de cuántos ágapes hemos tenido y cuántos mensajes hemos dado. Sin embargo, el resultado es que el número de personas no ha aumentado mucho. Ésta es la situación en Taiwán y también en los Estados Unidos.
Nuestras verdades han sido muy ricas y elevadas, y la luz ha sido tan clara y resplandeciente que no tiene comparación. Sin embargo, antes de octubre de 1984 según nuestras estadísticas no crecían y nuestro fruto no permanecía. En aquel entonces, cuando concluimos los mensajes del Estudio-vida del Nuevo Testamento, decidimos ir a Taiwán para investigar cuál era la causa. Como resultado de esta investigación, pudimos ver en la Biblia la línea de la predicación del evangelio.
A la mayoría de los cristianos les parece muy común hablar acerca de la predicación del evangelio. ¿Quién no sabe acerca de la predicación del evangelio? Aparentemente, mientras alguien sepa hablar bien, sabrá predicar el evangelio. Sin embargo, todos podemos testificar que no es eficaz depender de una sola persona que predica el evangelio. Si una sola persona es la que predica el evangelio y todos los demás simplemente escuchan una y otra vez, no habrá mucho fruto que permanece. En este tiempo el Señor está abriéndonos los ojos para mostrarnos una línea que habíamos descuidado, la cual consiste en “ir” (Mt. 28:19) y en reunirnos “de casa en casa” (Hch. 2:46; 5:42).
En el pasado teníamos la verdad rica, el evangelio elevado, pero no tuvimos un resultado satisfactorio al salir a ganar a las personas. Esto se debe a que no salimos de la manera apropiada, y a que no prestamos atención a las reuniones de hogar. Por lo tanto, no hemos obtenido muchos resultados. En la Biblia podemos ver la importancia de los hogares. En el Antiguo Testamento vemos las casas de Israel en las cuales se celebró la Pascua, la casa de Josué, toda la casa de Rahab la ramera, la casa de Jacob y la casa de David (Éx. 12:3-4; Jos. 24:15; 6:17; Éx. 19:3; Sal. 114:1; Zac. 12:7-8, 10; 13:1). En el Nuevo Testamento tenemos la casa de Zaqueo, la casa de Simón el fariseo, la casa de Estéfanas, la casa de Lidia y la casa de María, la madre de Juan Marcos (Lc. 19:5, 9; 7:36; 1 Co. 1:16; 16:15; Hch. 16:40; 12:12). Debido a esto, sabemos que debemos ir a las casas de las personas.
El primero en el universo que vino al hombre fue Dios mismo. Aunque Dios creó al hombre, este hombre cayó. La primera pareja, Adán y Eva, cayeron juntos. Ellos estaban tan atemorizados que se escondieron entre los árboles y se hicieron delantales con hojas de higuera, tratando de evadir el rostro de Dios. Dios vino al huerto de Edén, paseándose en el huerto y llamó a Adán, diciendo: “¿Dónde estás?” (Gn. 3:9). En otras palabras, Dios le dijo a Adán: “No me evadas. He venido a salvarte”. Esto concuerda con lo dicho por el Señor en el Nuevo Testamento: “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10). Dios fue el primero en venir a visitar al hombre y a buscarlo. No sólo Dios mismo vino, sino que además le trajo el evangelio, pues dijo a Adán y Eva que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente (Gn. 3:15). Así pues, Dio vino y nos trajo el verdadero evangelio.
Cuatro mil años después de Adán, Dios mismo se hizo hombre. El Dios infinito llegó a ser un hombre finito. Filipenses 2:6 dice que Él existía “en forma de Dios”. Esta frase denota la existencia de Cristo desde el principio. Él existía en forma de Dios desde el principio, pero se despojó de esa forma original y tomó forma de hombre, haciéndose semejante a los hombres e igual a los hombres. Por esta razón, Él puede conmover el corazón del hombre.
El hecho de que Dios llegara a ser un hombre, Jesús, no fue una mera actuación como la de un actor de teatro. No, Él estuvo en el vientre de María y permaneció allí por nueve meses. Después de que nació, de una manera muy humana, Él vivió en Nazaret en la casa de un carpintero pobre por treinta años. No podemos imaginarnos qué clase de vivir fue ése. Después de treinta años, Él empezó a llevar a cabo Su ministerio, así como los sacerdotes del Antiguo Testamento debían llegar a la edad de treinta a fin de cumplir los requisitos para servir a Dios. Durante ese período de tiempo, como dice Filipenses 2:8, Él fue hallado en su porte exterior como hombre. Lucas 19:10 dice: “El Hijo del Hombre ha venido”; no dice: “El Hijo de Dios ha venido” ni “Dios ha venido”. ¿A qué vino el Hijo del Hombre? Vino “a buscar y a salvar lo que se había perdido”.
Lucas 10:1 dice: “Después de estas cosas, designó el Señor a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de Él a toda ciudad y lugar adonde Él estaba por ir”. Mientras estaba en la carne, el Señor no podía ir a todos los lugares al mismo tiempo. Por esta razón, Él envió otros setenta para que fueran a los lugares adonde Él quería ir. De la misma manera, cuando hoy salimos a tocar a las puertas, cada una de las casas que visitamos es un lugar adonde el Señor desea ir. El Señor llegó a ser Espíritu vivificante, el Espíritu de poder y el Espíritu de autoridad, pero si este mismo Espíritu saliera a tocar a las puertas, la gente se asustaría. Por consiguiente, Él debe estar en nosotros, vestirse de nosotros y enviarnos.
¿Qué salimos a hacer? Salimos a buscar y a salvar lo que se había perdido. Estas personas perdidas eran aquellos a quienes Dios había escogido y predestinado desde antes de la fundación del mundo. Los que son escogidos y predestinados son hijos de paz (v. 6). Todos los que han salido a tocar a las puertas han tenido esta experiencia. A veces al tocar a la puerta de una persona, uno al principio tiene el sentir de que ella no es un hijo de paz, pero después de unos minutos le queda claro que ella ciertamente es un hijo de paz. Nosotros salimos a buscar a los hijos de paz. El Señor dijo a los discípulos a quienes envió: “Id; he aquí Yo os envío como a corderos en medio de lobos” (v. 3). Aunque el Señor envió a los discípulos como a corderos en medio de lobos, aún había hijos de paz en medio de los lobos. Hoy en día, Él quiere que nosotros vayamos a ganar a los hijos de paz.
El deseo del Señor es que el hombre sea salvo. Cuando estuvo en la tierra, Él envió a las personas. Después que partió de este mundo en Su ascensión, les dijo a Sus discípulos: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mt. 28:18-19). Esto indica que el Señor quiere que los discípulos vayan y busquen a los hijos de paz para que sean regenerados y entren en el reino de los cielos. Originalmente, ellos eran ciudadanos del reino de Satanás, pero como resultado de nuestra búsqueda y predicación, llegan a ser aquellos que pueblan el reino de Dios. Hallar a las personas de esta manera es traer de regreso a los hijos de paz.
Por otro lado, esto nos muestra que Dios no quiere que nosotros demos mensajes a una gran congregación, ni tampoco quiere que les pidamos a las personas que vengan a escuchar mensajes. En lugar de ello, Dios quiere que salgamos. ¿Qué debemos salir a hacer? Debemos salir a visitar a las personas. Esto es lo que el Señor Jesús hizo como Hijo del Hombre, buscando y salvando lo que se había perdido. De la misma manera, el propósito de salir a tocar a las puertas es visitar a las personas, a fin de buscar y salvar lo que se había perdido. Más aún, el Señor Jesús dijo a Sus discípulos que después que entraran en la casa de alguien, lo primero que debían decir era: “Paz sea a esta casa” (Lc. 10:5). Cuando estábamos en Shanghái, teníamos dos tratados del evangelio que se titulaban ¿Dónde estás? y La paz sea contigo. La primera vez que salíamos a visitar a las personas, les dábamos el tratado ¿Dónde estás? y la segunda vez que las visitábamos, les dábamos La paz sea contigo.La paz sea contigo indica que nosotros vamos en busca de los hijos de paz. Si alguien es digno de tener paz, ése es un hijo de paz, y la paz reposará sobre él. Pero si no es digno, la paz se volverá a nosotros. Por lo tanto, simplemente debemos ir.
Nosotros salimos a buscar a los hijos de paz porque el Señor mismo quiere que vayamos. Él dijo que si las personas nos reciben a nosotros, le reciben a Él (v. 16). Nosotros estamos representando al Señor cuando salimos. Por consiguiente, nuestro ir debe estar en la realidad de que el Señor va con nosotros y nosotros vamos con el Señor. Nosotros no vamos por nuestra propia cuenta al lugar que decidimos ir; no, cuando nosotros vamos, de hecho, el Señor mismo va con nosotros al lugar adonde Él desea ir. Por consiguiente, debemos ser uno con el Señor. Debemos permanecer en el Señor y permitir que el Señor permanezca en nosotros.
Únicamente cuando estamos con el Señor y vivimos con el Señor, podemos llevar fruto para el Señor. Los pámpanos llevan fruto al permanecer en el árbol y al vivir con el árbol. En el pasado procurábamos ser espirituales, santos y victoriosos, y de hecho muchas veces parecíamos ser bastante espirituales, santos y victoriosos, pero a pesar de ello no llevábamos fruto. Por lo tanto, hay algunos problemas con relación a este tipo de búsqueda. Como algunos santos han testificado, si salimos a tocar a las puertas pero no vemos que nadie se salva, eso es una señal, un indicio, de que tenemos un problema con Dios o con los hombres y, por eso, enseguida debemos arrepentirnos y confesar nuestros pecados. Si confesamos nuestros pecados, la próxima vez que salgamos a tocar a las puertas, llevaremos fruto inmediatamente. Por lo tanto, debemos estar unidos al Señor como una sola entidad, de un modo práctico viviendo en Él y permitiendo que Él viva en nosotros. Cuando los dos —Él y nosotros, y nosotros y Él— lleguemos a ser uno, cada vez que salgamos Él saldrá con nosotros. Cuando lleguemos a esta etapa, experimentaremos lo que es estar llenos de autoridad.
En el pasado, cuando predicamos el evangelio según nuestra manera tradicional, no llegamos a tener esta experiencia. Como resultado, pocas personas fueron salvas. La razón es que nosotros no permanecíamos en Él. Cuando permanecemos en el Señor y salimos a tocar a las puertas para visitar a las personas, la realidad de ello es que el Señor Jesús mismo sale a buscar y a salvar lo que se había perdido. No somos nosotros los que salimos a tocar a las puertas, sino que Jesucristo, quien permanece en nosotros, sale a tocar a las puertas a fin de buscar y salvar lo que se había perdido. Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). ¿Creen que Pablo vivía a Cristo a fin de ser espiritual, santo y victorioso? No, él vivía a Cristo a fin de llevar fruto. A esto se refiere 1 Timoteo 1:15, que dice: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. Puesto que Pablo vivía a Cristo, él era igual a Cristo en lo referido a salvar a los pecadores.
Espero que todos puedan ver que a fin de ser verdaderamente espirituales, santos y victoriosos, debemos permanecer en el Señor y también permitir que Él permanezca en nosotros. Lo que demuestra del todo si permanecemos en el Señor o no, es si llevamos fruto. Si no llevamos fruto, ello demuestra que no hemos permanecido en el Señor y que tenemos ciertos problemas en nuestra unión orgánica con Él. Esto es semejante a la circulación de la electricidad en nuestros hogares. La corriente eléctrica se interrumpe dondequiera que se produce un aislamiento. Aunque la central eléctrica está funcionando y las lámparas están puestas correctamente, si el suministro de electricidad queda bloqueado, las lámparas no se encenderán. De igual manera, si nosotros no permanecemos en el Señor, aunque al parecer sigamos yendo a las reuniones y nos abstengamos de pecar, estaremos aislados interiormente y seremos cortados del Señor. Es por ello que el Señor dijo: “El que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). Eso indica que si estamos separados del Señor, no podremos llevar fruto.
Cada uno de nosotros es un pámpano de Cristo y, como tales, debemos llevar fruto. Si no llevamos fruto, debemos comprender que tenemos un problema. Si hemos vivido la vida cristiana por décadas, pero durante todos esos años no hemos dado fruto, eso indica que durante todo ese tiempo hemos tenido ciertos problemas. Lo que demuestra si realmente somos espirituales o no es si damos fruto. Si no somos espirituales, ciertamente nos será difícil ganar a las personas por medio de la práctica de tocar a las puertas. No debemos pensar que tocar a las puertas para visitar a las personas es algo fácil. Los que tienen más experiencia saben que no es fácil. Sin embargo, si estamos dispuestos a orar con seriedad y a unirnos al Señor como es debido, de inmediato veremos los resultados. El suministro de la “electricidad” vendrá una vez más. Aunque el fluir de la “electricidad” se había interrumpido, éste será recobrado y espontáneamente nuestro contacto con las personas será eficaz.
Temo que muchos de nosotros hayamos estado llevando una vida en la que no llevamos fruto. No debiera ser así. Hablándoles con franqueza, predicar el evangelio para conducir a las personas a la salvación no es tan difícil como era antes; ahora es mucho más fácil. Hace poco dos hermanas de Dinamarca y Alemania testificaron que ellas le predicaron el evangelio al dueño de un restaurante en Yang Ming Shan, y que él de inmediato creyó en el Señor Jesús. Esto nos muestra que gradualmente la tierra será llena de cristianos. No tenemos que invertir todo nuestro esfuerzo en invitar a las personas a ágapes para que escuchen el evangelio, como lo hicimos en el pasado. Muchos de los que invitamos no vinieron ni aun después de diez invitaciones, y finalmente se enfadaron con nosotros. Era difícil salvar a cualquiera de la manera en que lo hicimos en el pasado. Sin embargo, ahora es mucho más fácil lograr que la gente sea salva.
Lo que determina si la predicación del evangelio ha de ser fácil, depende enteramente de la clase de personas que seamos. Si somos personas apropiadas, será fácil, pero si no lo somos, entonces la predicación no será fácil. Si alguien es un cocinero que no ha sido adiestrado en ese oficio, no tendrá la destreza requerida ni el denuedo para matar un pollo, aunque le den el cuchillo apropiado. La razón es que él no es la persona apropiada para ese trabajo. Sin embargo, si alguien recibe el adiestramiento, podrá hacer el trabajo sin mayor esfuerzo. Cuando somos adiestrados para predicar el evangelio, nuestra tasa de éxito es bastante elevada. En sólo tres días algunos santos han bautizado a más de setenta personas. Esto fue fácil para ellos, pero no siempre es fácil para otros. Lo que determina si esto es fácil o no depende completamente de la clase de personas que seamos. Si somos personas apropiadas, será fácil, pero si no lo somos, será difícil.
Debemos ser adiestrados para ser expertos en la predicación del evangelio y en conducir a las personas a la salvación, para que podamos conducir a la salvación a todos aquellos con quienes nos encontremos. Nunca debemos decir que eso es muy fácil. Quizás otras personas cuando salen pueden lograr que todos aquellos con quienes se encuentren sean bautizados, pero nosotros no podamos hacerlo. Satanás ejerce su autoridad sobre los hombres. Si no oramos de una manera detallada y exhaustiva, Satanás no los soltará. Cuando nosotros le decimos a alguien que debe ser bautizado, es posible que no esté dispuesto ni dé su consentimiento. Esto se debe a que Satanás rehúsa soltarlo. Únicamente cuando oremos de manera exhaustiva y detallada, tendremos poder. Esta clase de oración es como el trabajo de un cirujano. Antes de operar a un paciente, el doctor primero debe esterilizar todo lo que va a utilizar para matar los gérmenes. Una vez que todo sea esterilizado completamente, podrá empezar la cirugía. En principio, ésta es la clase de persona que nosotros necesitamos ser. Quien sale a tocar a las puertas y trae personas a la salvación es alguien que es verdaderamente espiritual, santo y victorioso. Esto es una prueba de si verdaderamente somos espirituales, victoriosos y santos. Si no nos resulta fácil conducir a las personas a la salvación, esto demuestra que no somos verdaderamente espirituales, santos ni victoriosos. El asunto de llevar fruto es una manera muy buena de someter a prueba nuestra espiritualidad.
Debemos ponernos una meta en cuanto al fruto que queremos dar. Luego, conforme a esta meta, debemos emplear todas nuestras fuerzas para poder alcanzarla y orar delante del Señor. Creo que el Señor ciertamente escuchará nuestra oración. Una hermana joven testificó que inicialmente había decidido ganar a diez personas, pero que después sólo ganó a ocho. Por lo general, a nosotros nos parecería que esto es bastante bueno. Sin embargo, a ella no le pareció bien y pensó que debía tener algunos problemas que le estaban estorbando. Así que, al regresar a casa oró y confesó sus pecados delante del Señor. Después de confesar sus pecados, oró diciendo: “Señor, mañana tienes que ganar a cuatro personas más, en lugar de las dos personas que me quedaron faltando”. Este tipo de oración agrada a Dios. Además de la oración, si hemos de lograr los cálculos que hicimos y nuestra meta, ello dependerá enteramente de si ponemos todo nuestro empeño. Si ponemos todo nuestro empeño, esto ciertamente se logrará, pero si no lo hacemos, no podremos lograrlo. Jamás podremos lograr nuestros cálculos ni nuestra meta si somos indisciplinados. En este asunto de tocar a las puertas y visitar a las personas, debemos emplear todas nuestras fuerzas para extendernos hacia la meta.
Éste es el principio conforme al cual Dios quería que Gedeón pusiera a prueba a los trescientos hombres (Jue. 7:2-8). Entre los hijos de Israel había muchos que querían pelear contra el enemigo, pero Dios le dijo a Gedeón que había demasiado gente y que sólo bastarían trescientos. Sin embargo, ¿cómo serían seleccionados? Había una manera muy buena, la cual consistía en observar cómo bebían el agua. Algunos se acercaron al agua y doblaron sus rodillas para beber. Dios le dijo a Gedeón que no debía aceptar a éstos, pues se preocupaban mucho por beber agua. Él se quedaría únicamente con aquellos que lamieron el agua con su lengua. Esto significa que a ellos no les interesaba tanto beber el agua, sino que estaban ansiosos por salir a pelear contra los madianitas y expulsarlos. Este cuadro nos muestra que una vez que fijamos nuestra meta, no podemos ser indisciplinados. No sólo debemos orar más, sino también experimentar una mayor unanimidad. Todo tiene que ser intensificado. De esta manera, ciertamente tendremos peso espiritual. Una vez que seamos personas de peso espiritual y tengamos ceñidos nuestros lomos, podremos lograr nuestra meta.
La nueva manera de salir a tocar a las puertas, de conducir a las personas a la salvación y de bautizarlas no es nada fácil. De hecho, éste es el secreto relacionado con que los santos sean espirituales, santos y victoriosos. Si seguimos este camino, la iglesia será santa y santificada delante del Señor, y los santos serán conjuntamente edificados. En el pasado escuchamos muchos mensajes en cuanto a ser edificados, pero el resultado fue que todos aún edificaban sus propias cosas. Nadie estaba unido con otro. Como resultado, no hubo mucho de la realidad de la edificación ni obtuvimos grandes resultados en nuestra obra. Ahora tenemos este camino apropiado. Por lo tanto, debemos “ir” en unanimidad, tocar a las puertas, visitar a las personas, conducirlas a la salvación, atender activamente las necesidades de las reuniones de hogar, edificarnos a nosotros mismos y ser edificados con los santos.
Todos debemos ser disciplinados exhaustivamente por el Señor y también ser limpiados a fondo para estar libres de cualquier problema, de modo que Él pueda tener una vía libre en nuestro ser. Nosotros y Él, y Él y nosotros, debemos tener una relación libre de cualquier estorbo, semejante a la relación entre la central eléctrica y las lámparas, de modo que estemos bien conectados y la “electricidad” pueda fluir libremente. Esto no sólo es crucial para llevar fruto, sino aún más para poder avanzar en nuestra vida espiritual.
(Un mensaje dado el 24 de febrero de 1987 en Taipéi, Taiwán)