Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Llevar fruto que permanece, tomo 2»
1 18 19 20
21 22 23 24 25 26 27 28 29
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

CAPÍTULO VEINTIUNO

LA META DE LAS REUNIONES DE HOGAR

(1)

LLEVAR A LOS NUEVOS CREYENTES A TENER COMUNIÓN CON EL SEÑOR EN VIDA

  En el nuevo mover del Señor hoy, las reuniones de hogar son cruciales. Nuestra experiencia práctica nos permite afirmar que ganar a los nuevos creyentes al salir a tocar a las puertas no es difícil. Sin embargo, cuidar de las reuniones de hogar no es tan fácil. Ésta es la pesada carga que está en nosotros.

  La principal función de las reuniones de hogar es retener y hacer estables a los nuevos creyentes. Sin embargo, no es suficiente simplemente retener y hacer estables a los nuevos creyentes. En primer lugar, debemos llevarlos a que tengan comunión con el Señor. En segundo lugar, debemos introducirlos en el Cuerpo de Cristo, que es la iglesia. Esto es algo que el cristianismo ha pasado por alto por miles de años. Hoy en día, hay muchos cristianos celosos que sirven fervientemente al Señor y están dispuestos a pagar cualquier precio. Sin embargo, al parecer no saben qué significa tener comunión con el Señor. Tal vez sepan un poco sobre cómo acercarse al Señor y orar al Señor, pero no saben que Aquel que mora en ellos es el Dios Triuno. No saben que este Dios Triuno pasó por un proceso y ahora mora en ellos como su vida. Esta vida no es algo aparte de Dios, como si Dios fuera Dios y la vida de Dios fuera algo diferente. Tampoco significa que la vida de Dios simplemente está relacionada con Dios. No, la Biblia afirma que la vida de Dios es sencillamente Dios mismo.

  En el Nuevo Testamento encontramos frases en griego tales como la vida de Dios, el amor de Dios y el poder de Dios. Estas frases indican que ambos elementos son uno solo. La vida de Dios significa que Dios es vida, el amor de Dios significa que Dios es amor, y el poder de Dios significa que Dios es poder. Podemos encontrar en la Biblia muchos ejemplos de frases como éstas. En 1 Juan 4:8 se nos dice que Dios es amor, y diciendo esto de otro modo el versículo 9 dice: “Se manifestó entre nosotros el amor de Dios”. Estas dos oraciones se refieren a lo mismo: que el amor de Dios es Dios mismo. De la misma manera, la vida de Dios es Dios mismo. Sin embargo, esto no significa que Dios estaba dispuesto a ser nuestra vida y que Él vino de una manera sencilla para ser nuestra vida. No, en lugar de ello, Él tuvo que pasar por muchos procesos. Aunque Él es Dios y es vida, si no hubiera pasado por tantos procesos, no podría ser nuestra vida ni tampoco podría morar en nosotros. Por lo tanto, Él tenía que pasar por muchos procesos para poder entrar en nosotros y ser nuestra vida.

EL DIOS TRIUNO PASÓ POR DIFERENTES PROCESOS

  En 1 Corintios 15:45 se nos dice que el Señor llegó a ser “Espíritu vivificante” para impartir la vida en nosotros. Es muy fácil para nosotros entender que en este versículo se afirma que Dios simplemente nos ha dado un don. Cuando alguien nos da un don, el don es el don y nosotros somos nosotros; es decir, el don y nosotros somos dos cosas separadas. Éste es un entendimiento equivocado de la impartición. Cuando Dios nos imparte Su vida, Él se imparte a Sí mismo en nosotros. Él no está separado de nosotros. Además, a fin de impartirse en nosotros y entrar en nosotros para ser nuestra vida, Dios tuvo que pasar por diferentes procesos.

Se hizo carne

  En primer lugar, Él tenía que hacerse hombre. Él era Dios en lo alto en la eternidad, pero para entrar en el hombre, tenía que hacerse hombre. ¿Cómo pudo llegar a ser hombre? Al vestirse de un cuerpo físico, es decir, al hacerse carne. Hay una diferencia entre el cuerpo y la carne. El cuerpo es lo que Dios creó. El cuerpo no tenía pecado, es decir, no había sido contaminado, hecho impuro por el pecado o corrompido. No obstante, después que el hombre cayó, él fue contaminado y corrompido por el pecado interiormente, lo cual hizo que el cuerpo creado por Dios se convirtiera en carne; tanto es así que la Biblia llama al hombre “carne”.

  Génesis 6 habla de la corrupción del hombre. En cuanto al hombre, el versículo 3 dice: “Ciertamente él es carne”. Esto comprueba que el hombre que Dios creó en el principio era un hombre con un cuerpo, no con carne. Fue en los tiempos de Noé que el hombre se convirtió en carne. No sólo su cuerpo llegó a ser carne, sino también todo su ser. Es por ello que Romanos 3:20 dice que por las obras de la ley ninguna carne —es decir, ningún hombre de sangre y carne— será justificada delante de Él. La palabra griega usada aquí para referirse al hombre de sangre y carne es carne. Ninguna carne será justificada delante de Dios mediante las obras de la ley. La palabra carne no se refiere al hombre que Dios creó, sino al hombre en su condición caída y corrupta.

  Para el tiempo en que Dios se encarnó, hace dos mil años, el hombre ya no se hallaba en la condición original en la cual Dios lo creó. El hombre se había corrompido y se había convertido en carne. Por lo tanto, puesto que Dios se hizo carne, ¿significa eso que Él se hizo un hombre corrompido? Romanos 8:3 dice: “Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. Cuando el Hijo de Dios vino en la carne, Él no vino simplemente en semejanza de carne, sino en semejanza de carne de pecado. Sin duda alguna, Cristo se hizo carne. No obstante, Él sólo tenía la semejanza de carne de pecado, mas no la realidad del pecado; es decir, Él tenía el cascarón, la forma externa, mas no la sustancia interna del pecado en Su interior.

  En el Antiguo Testamento la serpiente de bronce es un tipo de Cristo en la carne. Cuando la serpiente de bronce fue levantada sobre el asta, los hijos de Israel que miraban la serpiente de bronce vivían. En el Nuevo Testamento el Señor Jesús dijo que así como Moisés levantó la serpiente en el desierto y todos los que la miraron vivieron, “así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree, tenga vida eterna” (Jn. 3:14-15). Estas palabras fueron dichas por el Señor mismo y demuestran que la serpiente de bronce, la cual levantó Moisés, tipificaba al Señor. En el cristianismo a menudo escuchamos: “¡He aquí, el Cordero de Dios!”. Muchos predican únicamente que Cristo es el Cordero de Dios. Pero nunca escuchamos: “¡He aquí, la serpiente de bronce!”. A los Hermanos les gustaba interpretar la tipología, pero ellos también principalmente predicaban que Cristo es el Cordero de Dios. Esto se debe a que afirmar que Cristo es la serpiente de bronce suena peligroso e irrita nuestros oídos. Algunas personas incluso podrían pensar que esto es una herejía. Pero, de hecho, la Biblia dice claramente: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. La palabra como denota que el Hijo del Hombre era según la forma e imagen de la serpiente. Sin embargo, Él únicamente tenía la semejanza de la serpiente, mas no el veneno de la serpiente, el cual es el pecado mismo que está en la serpiente.

  El primer proceso por el cual Dios pasó a fin de poder entrar en nosotros y ser nuestra vida fue el proceso de encarnación. Cuando Dios se hizo hombre, el hombre ya se había corrompido y no era puro ni completo; el hombre se había convertido en carne. Por consiguiente, cuando el Señor estuvo en la tierra, no tenía la semejanza de un hombre puro, completo, incontaminado e incorrupto; en vez de ello, tenía la forma de un hombre que había caído y se había convertido en carne. Sin embargo, Él sólo tenía la forma, la semejanza externa de la carne, mas no el pecado interno. La Biblia explícitamente dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado” (2 Co. 5:21). Estas palabras nos llevan a reflexionar. Dios no solamente se hizo carne, sino que además hizo que Cristo fuera hecho pecado. Juan 1:14 dice: “La Palabra se hizo carne”, y 2 Corintios 5:21 dice: “Por nosotros lo hizo pecado”. Estos versículos usan la expresión se hizo y lo hizo. Aquel que se hizo carne también fue hecho pecado. Sin embargo, Él no conoció el pecado ni comprendió lo que era el pecado de modo subjetivo. Esto significa que no tenía pecado en absoluto. Él de ninguna manera estaba relacionado con el pecado; con todo, fue hecho pecado. Esto es un misterio en el universo y también es el primer proceso por el cual Dios pasó.

Experimentó el vivir humano

  Después de esto, Él vivió en la tierra por treinta y tres años y medio. Primeramente vivió en la familia de un pobre carpintero de Nazaret por treinta años. Luego, cuando cumplió treinta años, salió de Nazaret y empezó a ministrar. Mientras trabajaba como carpintero, Él fue hallado en la semejanza de un hombre. Filipenses 2 dice que Él se hizo semejante a los hombres y que fue hallado en Su porte exterior como hombre (vs. 7-8). Cuando las personas lo hallaron como hombre, Él no tenía la semejanza de un ángel, sino la de un hombre.

Pasó por el proceso de la muerte

  Después de esto, Él pasó por el proceso de la muerte. El proceso de la muerte del Señor Jesús es muy especial. Él no murió en la cruz de una manera común; antes bien, la manera en la cual experimentó la muerte fue un proceso muy especial. Según el libro de Colosenses, mientras pasaba por el proceso de la muerte, se libraba una batalla en la cruz (2:14-15). Mientras Su carne estaba siendo aniquilada allí, Su Espíritu aún estaba operando (1 P. 3:18b-19). Luego, Él entró en el Hades, pasó por el Hades y salió del mismo. Mientras pasaba por el Hades, Él permaneció allí por cierto tiempo para llevar a cabo Su obra, y después salió del Hades y de la tumba.

Entró en resurrección

  Cuando salió de la tumba, Él no salió apresuradamente; en vez de ello, salió con elegancia y dignidad, pues se quitó los lienzos que le habían puesto para Su sepultura y los dobló de forma ordenada. En la mañana de Su resurrección, los discípulos fueron a la tumba y vieron que el sudario y los lienzos estaban puestos allí de forma ordenada (Jn. 20:6-7). Esto demuestra que Él salió de la tumba calmadamente y sin prisa. Él salió de la muerte y entró en la resurrección.

  Después que hubo entrado en la resurrección, Él aún permaneció con los discípulos y estuvo en la tierra por cuarenta días y cuarenta noches. Durante esos cuarenta días y cuarenta noches, Él estaba dentro de ellos y se movía con ellos, aunque ellos no lo sabían. En aquel entonces la presencia del Señor con los discípulos era a veces visible y otras veces invisible; algunas veces se hacía manifiesta y otras veces permanecía escondida. Cuando Él se manifestaba, los discípulos pensaban que había venido, y cuando se ocultaba, decían que se había ido. De hecho, no era que Él venía ni que se iba, pues simplemente estaba allí; unas veces permitía que ellos lo vieran y otras veces se ocultaba. En una ocasión, cuando dos apesadumbrados discípulos conversaban mientras iban camino a Emaús, el Señor Jesús se acercó a ellos y, caminando con ellos, les preguntó de qué hablaban. Estos dos discípulos entonces lo reprendieron, diciendo: “¿Eres Tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?”. Jesús les dijo: “¿Qué cosas?”. Ellos entonces empezaron a hablar entre sí y disfrutaron mucho de la conversación. Sin embargo, estos dos discípulos no pudieron reconocer que esa persona era el Señor Jesús (Lc. 24:13-47).

  El Señor se puso a la vista de ellos, pero no les manifestó quién era Él. Esto es maravilloso. Ellos continuaron caminando hasta que se acercaron a la aldea adonde iban, y Él hizo como que iba más lejos. Así que ellos lo obligaron a que se quedara allí. Cuando estaban a punto de comer, le pasaron el pan al Señor Jesús. En cuanto el Señor Jesús partió el pan, los ojos de los dos discípulos fueron abiertos, y reconocieron que Él era el Señor. Mientras ellos aún no lo habían reconocido, Él estaba con ellos; pero tan pronto como lo reconocieron, Él desapareció ante ellos. Después de esto, los dos discípulos no estuvieron más interesados en la comida, sino que decidieron regresar a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a los que estaban reunidos con ellos. Entonces los dos empezaron a tener comunión con los discípulos de las cosas que les habían acontecido. De hecho, lo que los discípulos vieron fue mucho más que lo que los dos discípulos habían visto. Mientras ellos hablaban de estas cosas, el Señor Jesús apareció nuevamente y se puso en medio de ellos, y les dijo: “Paz a vosotros” (vs. 28-36). Ésta es la condición del Señor en resurrección.

  Hoy en día la relación entre el Señor y nosotros es igual. A veces Él se manifiesta y otras veces permanece escondido. A veces sentimos que el Señor verdaderamente está con nosotros, pero otras veces sentimos que no sabemos adónde se ha ido. Parece que aunque nuestras circunstancias son muy difíciles, Él no está con nosotros. Nuestras situaciones son difíciles, pero parece que a Él no le importan. Sin embargo, cuando sentimos que ya no le importamos al Señor, de repente Él aparece de nuevo. Éste es el Señor Jesús en resurrección.

EL DIOS TRIUNO PASÓ POR UN PROCESO PARA ENTRAR EN LOS HOMBRES Y SER LA VIDA DE ELLOS

  Nuestro Dios es el Dios que se vistió de humanidad para que la divinidad pudiera mezclarse con la humanidad como una sola entidad. Además, Él experimentó el vivir humano, llevó a cabo una muerte todo-inclusiva y entró en resurrección. Es difícil saber si esta persona es física o espiritual. Quizás ustedes digan que es espiritual, pero los discípulos pudieron tocarle. Por otro lado, podrían decir que Él es una persona física; sin embargo, Él pudo entrar en un recinto donde las puertas estaban cerradas. Después de Su resurrección, Él llegó a ser tal persona misteriosa, y ahora Él mismo se ha depositado en Sus palabras para que el evangelio que predicamos y cada frase que hablamos sea Él mismo. Él se halla en las palabras que nosotros hablamos. Cuando estas palabras son habladas y conmueven el espíritu de una persona, ella es iluminada para decir: “Señor Jesús”, y Él entra en ella. Quien entra en realidad es el Dios Triuno, el Dios que a la vez es hombre, el cual experimentó todo el vivir humano, pasó por la muerte y entró en resurrección. Él entra en el hombre junto con Su vivir humano, Su muerte, Su resurrección, Su divinidad y Su humanidad, a fin de ser la vida del hombre.

  Cuando vamos a conducir una reunión de hogar, es un motivo de gozo para nosotros el que los nuevos creyentes permanezcan y lleguen a ser estables. Sin embargo, esto no es suficiente. Si no podemos introducirlos en la comunión de vida, lo que hagamos simplemente será una obra de filiación humana, una obra que simplemente apela al afecto de ellos. Cuando nosotros los guiamos en las reuniones de hogar, ellos disfrutan mucho, y cuando los visitamos en sus hogares, nos dan una calurosa bienvenida. Todo esto es muy bueno, pero no es suficiente, ya que debemos introducirlos en el Dios Triuno, quien mora en ellos, a fin de que tengan una comunión de vida con Él. No es suficiente que simplemente tengan contacto con nosotros, pues además de ello, deben contactar a Dios. No es suficiente que simplemente tengan comunión con nosotros; pues también necesitan tener comunión directamente con Dios. No es suficiente si nosotros somos los únicos que tienen comunión con ellos. Debemos llevar a Dios con nosotros para que sepan que el Dios Triuno está en nosotros y sobre nosotros. Además, este Dios también está en ellos y, por tanto, pueden tener comunión con Él en vida en su vida diaria, no solamente cuando estamos allí, sino también cuando no estamos con ellos.

LLEVAR A LOS NUEVOS CREYENTES A EXPERIMENTAR EL LLENAR DEL ESPÍRITU SANTO

  Nuestra carga consiste en llevar a los recién salvos a tener esta experiencia. Sin embargo, también debemos hacer notar que no todos los hogares son apropiados para esto. Para los que han llegado a esta etapa, debemos conducirlos a la experiencia de tener comunión con el Señor. Si hemos de conducir a las personas a que tengan comunión con el Señor en vida, primero tenemos que ayudarles a ser llenas de vida y a experimentar lo que es ser lleno del Espíritu Santo. Sin embargo, primeramente nosotros mismos tenemos que ser tales personas.

  Hay dos aspectos del llenar del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos llena no sólo interiormente sino también exteriormente. La palabra griega pleróo denota el llenar interior, y plétho denota el llenar exterior. Uno es interno, mientras que el otro es externo. Este tema se trata claramente en la lección 19 de Lecciones de vida. Esta lección primero nos muestra los dos aspectos del llenar del Espíritu Santo, el llenar interior y el llenar exterior. En segundo lugar, describe las promesas relacionadas con ambos aspectos. La promesa del aspecto externo se encuentra en Joel 2:28-29 y se repite en Lucas 24:49. La promesa en cuanto al aspecto interno es la que el Señor Jesús hizo en el Evangelio de Juan (14:16-17; 16:7). Después de esto, la lección habla de las funciones de los dos aspectos, el llenar interior tiene como propósito recibir la vida y el llenar exterior tiene como propósito recibir poder. También hay dos símbolos para estos dos aspectos. El aliento y el agua viva son símbolos del Espíritu Santo en calidad de Espíritu interior de vida, y el viento y el manto son símbolos del Espíritu Santo en calidad de Espíritu exterior de poder. En la noche del día de Su resurrección, el Señor se infundió en los discípulos al soplar en ellos y en el día de Pentecostés hubo un viento recio que sopló externamente. Además, el agua es para beber, y el manto para vestirnos. Estos símbolos son muy significativos. Al final de la lección 19, se nos habla de las experiencias de estos dos aspectos. No solamente el Señor Jesús experimentó ambos aspectos, sino también los discípulos.

  Así pues, la lección 19 menciona los dos aspectos del Espíritu Santo, y luego la lección 20 habla del llenar interior del Espíritu Santo, es decir, de cómo el Espíritu Santo nos llena y ocupa interiormente. Primero, menciona el hecho de que el Espíritu Santo que está en nosotros nos llena interiormente, y luego, habla de la función del llenar interior del Espíritu Santo y de nuestra condición después que somos llenos interiormente. Después habla de la manera en que podemos ser llenos interiormente del Espíritu Santo. La manera de ser llenos interiormente del Espíritu Santo es apropiarnos del hecho de que morimos juntamente con Cristo en la cruz, ofrecernos totalmente al Señor, creer en el llenar interior del Espíritu Santo y andar conforme al Espíritu.

LA MANERA DE EXPERIMENTAR EL LLENAR DEL ESPÍRITU SANTO: CONFESARNOS ANTE EL SEÑOR

  Apropiarnos del hecho de que morimos juntamente con Cristo en la cruz y ofrecernos totalmente al Señor son asuntos que están relacionados con algo práctico, a saber, con la confesión de nuestros pecados. Si no confesamos nuestros pecados de una manera cabal, le resultará muy difícil al Espíritu Santo obtener una base en nosotros, y no podremos apropiarnos del hecho de haber muerto juntamente con Cristo en la cruz. Más aún, tampoco podremos consagrarnos al Señor. Así que, éste es un asunto básico al cual debemos prestar atención.

  Cuando tomemos la delantera en las reuniones de hogar, debemos llevar a los nuevos creyentes a confesar sus pecados. Hay una manera apropiada de confesar nuestros pecados. No debemos hacer una confesión general, diciendo: “Oh Señor, soy pecador. Señor, Tú moriste por mí y llevaste mis pecados”. Debemos enseñarles a que aparten al menos cierto tiempo para acudir al Señor, personalmente y por cuenta propia, y decirle: “Oh Señor, soy pecador. Resplandece sobre mí. Estoy dispuesto a confesar cabalmente mis pecados delante de Ti”. Después de hacer esta oración, si ellos sienten que hay un pecado particular en ellos, deben confesarlo. Por ejemplo, si alguien ha golpeado a su hermana menor, debe confesarle la falta a ella también. Si ha mentido en el pasado o recientemente, debe entonces confesar el pecado de mentir. La confesión es semejante a quitar el polvo y limpiar. Antes de quitar el polvo, tal vez no nos percatemos de que haya tanto polvo, pero cuanto más limpiamos, más polvo sale a la vista. Parece que cuanto más quitamos el polvo, más polvo hay. En realidad no es que haya más polvo, sino que éste se hace más visible. Después que hayamos terminado la limpieza, ya no habrá más polvo, y todo estará limpio.

Debemos hacer una confesión minuciosa y cuidadosa, en vez de hacer una confesión general y a la ligera

  No debemos confesar nuestros pecados a la ligera, como alguien que sólo limpia las áreas que están a la vista y no las que están escondidas. Si usted va a la casa de dicha persona, no se atreverá a mirar debajo de su cama ni en los rincones de la casa donde hay polvo por montones. Cuando esta persona barre el piso, barre en círculos, sin meter la escoba en los rincones de la casa. En una casa como ésta, los bordes del mueble del lavamanos también están sucios y tienen manchas. Temo que confesemos nuestros pecados al igual que una persona que barre el piso en círculos, y que únicamente confesemos los pecados que están “dentro de este círculo” y no los que están “en los rincones” y en “los bordes”. Por eso, parece que cuanto más confesamos nuestros pecados minuciosamente, más pecados tenemos. En realidad, cuantos más pecados confesemos, menos pecados tendremos, sólo que éstos se harán más manifiestos. Al comienzo de nuestro tiempo de confesión primero debemos acercarnos al Señor y tener contacto con Él. Luego, cuando sintamos que tenemos pecados, debemos empezar a confesar, no sólo los pecados más grandes, sino también los más pequeños e insignificantes. Cuanto más confesemos, más tendremos que confesar. No debemos confesar de modo general, sino detalladamente, confesando un pecado tras otro, uno por uno. Después que hayamos confesado nuestros pecados de esta manera, ciertamente seremos llenos del Espíritu Santo interiormente.

  Debemos guiar a los nuevos creyentes de tal modo que los ayudemos a ser llenos del Espíritu Santo en su interior. No necesitamos seguir el contenido completo de Lecciones de vida. Podemos guiar a los nuevos creyentes a que confiesen sus pecados conforme a nuestra experiencia. Cuando los llevemos a confesar sus pecados, no es necesario que desenterremos de forma intencional su vieja lista de pecados, sino simplemente llevarlos a confesar. El Espíritu Santo operará. Cuando ellos hayan confesado un asunto, surgirá otro, uno por uno, y ellos continuarán confesando al Señor. De este modo, ellos tocarán al Espíritu que está en su interior. Si las personas que nosotros guiamos no han tenido este tipo de experiencia, es seguro que aún no han entrado en la comunión de vida. Debemos guiar a aquellos que están a nuestro cuidado al grado en que ellos verdaderamente lleguen a ser estables y obtengan un fundamento sólido. A medida que ellos toquen al Espíritu en su interior y tengan comunión con el Señor, vivirán en el Señor espontáneamente.

Hacer una confesión completa y seria es un asunto personal

  Creo que muchos nuevos creyentes están esperando que los llevemos a esta etapa. No debemos perder más tiempo ni dejarnos restringir por ciertas normas. Algunos hogares ya han llegado a la etapa que exige que nos dediquemos a guiarlos hasta que el Espíritu tenga una oportunidad y una base para llenarlos interiormente. Para ello, debemos orar con ellos, y a la vez decirles que nuestra oración con ellos no puede reemplazar la oración que ellos mismos hagan para ser llenos del Espíritu Santo interiormente. Todos los que busquen ser llenos del Espíritu Santo interiormente deben orar por su propia cuenta, preferiblemente cuando nadie está presente. A veces alguien puede decir que es muy débil y que necesita la ayuda de otros. Esto es correcto. Sin embargo, no importa cuánta ayuda éste reciba para ser lleno, en tanto que alguien esté a su lado, le será muy difícil ser lleno del Espíritu Santo interiormente de una manera completa. Los que buscan ser completamente llenos del Espíritu Santo en su interior deben confesar sus pecados de una manera minuciosa delante del Señor.

  Cuando llevemos a los nuevos creyentes a confesar sus pecados, no debemos hablar de muchos otros asuntos. En vez de ello, simplemente debemos guiarlos a concentrarse en una sola cosa y a acercarse a Dios para confesar sus pecados desde lo profundo de su ser. No importa si para ello usan un tono de voz alto o bajo, o si oran audible o silenciosamente. Lo importante es confesar uno a uno los pecados que sientan, perciban, comprendan y vean. El Nuevo Testamento nos manda primeramente que nos arrepintamos y luego que confesemos nuestros pecados. Arrepentirnos sin confesar nuestros pecados nunca será algo completo. Debemos prestar la debida atención a los nuevos creyentes que guiamos para ver si han hecho una confesión completa de sus pecados después de su arrepentimiento. Tenemos que entender la importancia de esto y llevarlos a experimentar la confesión más seria y cabal de sus pecados.

  Esto no significa que la confesión por sí misma nos llene interiormente del Espíritu Santo; más bien, significa que la confesión de nuestros pecados vacía nuestro ser interiormente, permitiendo que el Espíritu Santo obtenga una base apropiada en nosotros. Después que hemos confesado nuestros pecados, sentimos paz en nuestro interior debido a que el número de pecados que hemos confesado es proporcional a la medida en la cual Dios nos ha perdonado y también a la medida en la cual la preciosa sangre del Señor Jesús nos ha limpiado. Así pues, el grado al cual Dios nos perdona es proporcional a nuestra confesión. Cuánto Dios nos perdona es proporcional a cuánto confesemos, cuán profunda sea nuestra confesión es el grado de profundidad al cual Dios nos perdona, y cuán amplia sea nuestra confesión, indica lo amplio que será el perdón que Dios nos otorgará. Después que Dios nos perdona, la preciosa sangre del Señor nos limpia. Cuando creemos en el perdón de Dios y recibimos la limpieza de la sangre del Señor, experimentamos paz en nuestro interior y también el llenar interior del Espíritu Santo.

  En esos momentos sentiremos de manera más profunda la presencia del Señor y lo íntima y profunda que es nuestra relación con el Señor. Si podemos guiar a los nuevos creyentes hasta este punto, ellos tendrán comunión con el Señor en vida. Algo que vale la pena mencionar es que debemos ayudarles a ver que la confesión de los pecados y la resolución del viejo modo de vivir son dos asuntos diferentes. La resolución del viejo modo de vivir es algo externo, es decir, tiene que ver con cosas externas. En cambio los pecados son tanto internos como externos. Por lo tanto, cuando los nuevos creyentes confiesen sus pecados, ellos deben confesar cabalmente tanto los pecados internos como los externos. De este modo, serán llenos del Espíritu Santo. Este llenar los conducirá a la comunión en la vida divina, y ellos aprenderán a tener comunión con el Señor.

  (Mensaje dado el 19 de mayo de 1987 en Taipéi, Taiwán)

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración