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Mensajes del libro «Línea central de la revelación divina, La»
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La línea central de la revelación divina

LA ECONOMÍA DIVINA Y LA IMPARTICIÓN DIVINA

MENSAJE DIECISÉIS

LA TOTALIDAD DE LA BENDICIÓN QUE TODO LO ABARCA, LA BENDICIÓN DEL EVANGELIO COMPLETO DE DIOS EN CRISTO, CON MIRAS A QUE SE REALICE LA IMPARTICIÓN DIVINA CONFORME A LA ECONOMÍA DIVINA

(7)

  Lectura bíblica: Jn. 1:1, 14, 16

II. LA MANERA DE RECIBIR, EXPERIMENTAR Y DISFRUTAR AL CRISTO TODO-INCLUSIVO EN SU CALIDAD DE ESPÍRITU TODO-INCLUSIVO Y VIVIFICANTE, QUIEN ES LA TOTALIDAD DE LA BENDICIÓN QUE TODO LO ABARCA, LA BENDICIÓN DEL EVANGELIO COMPLETO DE DIOS

B. La manera presentada en el Evangelio de Juan

  El Evangelio de Juan empieza con las palabras: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (1:1). El versículo 14 añade: “Y la Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), llena de gracia y de realidad”. El versículo 16 dice: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. La plenitud de Dios es la expresión de Sus riquezas. Podemos poner un ejemplo de lo que es la plenitud echando agua en una taza. Cuando el agua llena parcialmente la taza, tenemos las riquezas del agua; pero cuando el agua llena la taza hasta el borde, el desbordamiento del agua es la plenitud, la expresión, del agua. Pablo en sus epístolas habla de las riquezas y de la plenitud. En Efesios 3:8 él dice: “A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo como evangelio”. En 1:23 él habla de “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”, y en 3:19 dice: “Para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”.

  Las riquezas de Cristo son lo que Cristo es. Cristo es sumamente rico. Cristo es Dios (Ro. 9:5); Él es un hombre (1 Ti. 2:5); Él es el Hijo (Mt. 16:16), el Espíritu (2 Co. 3:17) y también el Padre (Is. 9:6); y Él es el cuerpo de todas las sombras (Col. 2:16-17). El sol, el aire y el agua son sombras. Aun la comida y la bebida, los días de fiesta, lunas nuevas y Sábados son sombras. Comer y beber tiene que ver con nuestras experiencias diarias; el Sábado se refiere a la compleción y reposo que disfrutamos semanalmente; las lunas nuevas están relacionadas con un nuevo comienzo cada mes, con luz en la oscuridad; y las fiestas se refieren a nuestro gozo y disfrute anual. Todo lo que disfrutamos diaria, semanal, mensual y anualmente es una sombra, pero Cristo es el cuerpo, la realidad, de todas las sombras. Este Cristo es nuestra porción asignada (1:12). En todo el universo Dios nos ha asignado a Cristo por porción, en todo aspecto y en todas las cosas, como el brillo del sol, el aire, el agua, el alimento, la fiesta, la compleción, el nuevo comienzo y el reposo verdaderos. Éstas son las riquezas de Cristo. Cuando disfrutamos todas las riquezas de Cristo, las asimilamos en las fibras de nuestro ser. Entonces lo que asimilamos llega a ser nuestra constitución intrínseca, y llegamos a ser la totalidad de lo que Cristo es. La suma de esta totalidad es el Cuerpo de Cristo, y el Cuerpo de Cristo es la expresión de Cristo. Los estadounidenses son la totalidad y la expresión de las riquezas de los Estados Unidos, riquezas que ellos han ingerido y digerido, las cuales incluyen la carne, el cerdo y el pescado de este país. De la misma manera, la expresión de las riquezas de Cristo que hemos comido, digerido y asimilado es la plenitud de Cristo, la cual es el Cuerpo de Cristo.

  El Evangelio de Juan habla de la plenitud de Cristo. Juan 1:14 dice que Cristo vino como Aquel que se encarnó, lleno de gracia y de realidad, y el versículo 16 dice que de Su plenitud recibimos todos. Esto nos muestra que Cristo vino en la encarnación con un solo propósito, a saber, que nosotros le recibamos a Él. Dios es abstracto y misterioso. El misterio de Dios es Cristo (Col. 2:2), y este Cristo se encarnó. Colosenses 2:9 dice: “Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Toda la plenitud de la Deidad habita en Cristo, el misterio de Dios, de una manera corporal. La venida de Cristo como corporificación de Dios puede compararse con servir agua en un vaso. Cuando el agua está en la tubería, no puede beberse. Pero cuando se sirve en el vaso, puede ser fácilmente ingerida. Cristo vino mediante la encarnación a fin de que nosotros le pudiésemos recibir. La Palabra era Dios, y la Palabra se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, llena de gracia y de realidad; de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia. Éste es el Evangelio de Juan. El Evangelio de Juan habla del Dios Triuno, de cómo Dios en Su trinidad llega a ser las riquezas como la plenitud para, por Su parte, impartirse y dispensarse en nosotros y, por la nuestra, para que nosotros recibamos al Dios Triuno. Él se está impartiendo, y nosotros le estamos recibiendo.

  Cada uno de los cuatro Evangelios presenta un aspecto específico de Cristo. Mateo presenta a Cristo como Rey; Marcos presenta a Cristo como Siervo; Lucas presenta a Cristo como hombre, y Juan presenta a Cristo como Dios. El Evangelio de Juan nos dice que Cristo es el camino, la realidad y la vida (14:6), la luz (8:12), la resurrección (11:25) y el gran Yo Soy (8:58). Ninguno de los otros Evangelios habla en una forma tan particular acerca de Cristo. Aunque el Evangelio de Juan es muy misterioso, contiene dos puntos claros y firmes: uno tiene que ver con que el Dios Triuno se da a Sí mismo a nosotros y se imparte y se dispensa en nosotros, y el otro tiene que ver con que nosotros le recibamos a Él. Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito”. De entre los cuatro Evangelios, solamente el de Juan dice que Dios se dio a nosotros. Dios se da a nosotros en Su trinidad. Él se da a Sí mismo como el Padre, el Hijo y el Espíritu. El hecho de que Dios es triuno sirve para que pueda darse a nosotros. El amor de Dios, la gracia de Cristo y la comunión del Espíritu Santo (2 Co. 13:14) tienen como fin la impartición de Dios, que Él se nos dé a Sí mismo. Si Dios no fuera el Padre, el Hijo y el Espíritu, no tendría manera de darse a nosotros.

  El Nuevo Testamento nos dice que nosotros creemos en el Hijo para recibirle (Jn. 1:12). Recibimos al Hijo por causa de que mediante Su muerte y resurrección el Hijo llegó a ser el Espíritu (1 Co. 15:45). Por lo tanto, el Nuevo Testamento también nos dice que recibamos al Espíritu. Juan 20:22 dice: “Y habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. En Gálatas 3:2 Pablo dijo: “¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?”. Recibir al Hijo y recibir al Espíritu no son dos acciones separadas. Recibir al Hijo es recibir al Espíritu porque el Hijo hoy es el Espíritu (2 Co. 3:17). Del mismo modo, recibir al Espíritu es recibir al Hijo porque el Espíritu hoy es el Hijo.

  Cuando recibimos al Hijo, también recibimos al Padre. En 1 Juan 2:23 se nos dice: “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre”. Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos” (Jn. 10:30). Puesto que el Hijo y el Padre son uno, cuando recibimos al Hijo, recibimos también al Padre. Jesús también dijo: “Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (14:11). El Padre y el Hijo son coinherentes, no pueden separarse. Por consiguiente, cuando recibimos a uno, recibimos al otro. La manera de recibir al Dios Triuno no es recibir al Padre directamente, sino recibir al Hijo. Recibir al Hijo es en realidad recibir al Espíritu. Cuando tenemos al Hijo y al Espíritu, tenemos al Padre.

  Según Juan 3:16, es mediante el Hijo que el Dios Triuno se nos da a Sí mismo. En el Evangelio de Juan, el Hijo es comparado con la comida y el agua. Jesús dijo que Él es el pan de vida (6:35, 48), el pan que descendió del cielo (v. 51b) y el pan vivo (v. 51a). Esto es maravilloso. Como pan de vida, Él es el pan vivo; Él es fresco y viviente. Jesús también es el agua viva (4:10, 14) y el agua que fluye (7:38). Esto corresponde a Apocalipsis 22:1-2a, que dice: “Y me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle. Y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida”. Del trono de Dios y del Cordero fluye el río de agua de vida, y en este río crece el árbol de la vida como una vid que se extiende. La Biblia concluye con este río y su árbol de la vida. El río y el árbol son el Cristo que Dios dio para que le recibamos. Cuando le recibimos, todo lo que Él es entra en nosotros y viene a ser lo que nos constituye. En esto consiste la economía divina con la impartición divina conforme al pensamiento central de Dios de mezclarse con el hombre para hacer que Dios y el hombre, el hombre y Dios, sean una sola entidad, la Nueva Jerusalén.

  El Evangelio de Juan también revela a Cristo como aliento. Después que Cristo llegó a Su consumación a través de Su proceso, Él fue a Sus discípulos en resurrección y sopló en ellos, diciendo: “Recibid el Espíritu Santo” (20:22). La palabra traducida Espíritu en este versículo también puede traducirse aliento. El aliento santo es exhalado por Cristo e inhalado por nosotros. Toda la Biblia es una crónica de la exhalación por parte de Dios y la inhalación por parte del hombre. Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios (2 Ti. 3:16). Cada vez que vayamos a las Escrituras, no debemos meramente leerlas, sino que también debemos inhalarlas. Esto es orar-leer. Orar-leer la Palabra nos transforma porque al orar-leer estamos respirando. Al orar-leer primero exhalamos nuestra aflicción y nuestro pecado; luego inhalamos la plenitud de Dios.

  A. B. Simpson, el fundador de la Alianza Cristiana y Misionera, escribió un himno que habla de inhalar al Señor (Himnos, #119), y la siguiente estrofa con el coro muestra cuánto él disfrutaba al Señor al inhalarle:

  Sopla en mí Tu Espíritu hasta     Inhalarte en mí, Señor; Desahogándome en Tu pecho     Del pecado del yo.

  Exhalando, exhalando     Culpas y pesar; Inhalando, inhalando     De Tu gran caudal.

  A. B. Simpson fue una de las personas más espirituales que ha producido los Estados Unidos en los últimos cien años. Él disfrutaba inhalar la plenitud del Señor y exhalar todas las cosas negativas que tenía dentro de sí. En el coro la referencia que se hace “al caudal” fue una referencia a la plenitud mencionada en Juan 1:16. La manera de recibir la plenitud del Señor es inhalarle. Esto nos renueva, nos santifica, nos transforma y nos conforma. Finalmente, esto nos glorificará.

  Dios se nos da al exhalarse, y nosotros le recibimos al inhalarle. Físicamente, la clave para tener una larga vida es respirar, comer y beber adecuadamente. Aquel que se nos da es el aliento, la comida y el agua, y nosotros le recibimos al inhalarle, comerle y beberle. Como Juan lo muestra, ésta es la manera que podemos recibir a Aquel que nos ha sido dado, Aquel que es el Dios Triuno procesado en Su trinidad, la totalidad de la bendición que todo lo abarca, la bendición del evangelio completo de Dios. Éste es el más elevado entendimiento del Evangelio de Juan.

  Todas las iglesias deben aprender a “cocinar” algo del Dios Triuno para su suministro. Cuando vamos a la Biblia, tenemos que aprender a ejercitar nuestro espíritu, pero no sólo para leer, sino también para orar-leer. Es posible que no entendamos un pasaje de la Palabra, pero podemos comerlo. Podemos orar-leer Juan 1:1, diciendo: “En el principio era la Palabra. ¡Amén! ¡Oh la Palabra! ¡Aleluya por la Palabra! La Palabra estaba con Dios. ¡Aleluya por el principio, por la Palabra y por Dios! Aunque no puedo entender estas cosas, tengo a Dios, la Palabra y el principio”. Orar-leer de este modo será un avivamiento matutino y un verdadero “desayuno” para nosotros. Orar-leer también nos ayudará a que tengamos el entendimiento apropiado de la Palabra.

  En lo que queda de este mensaje, consideraremos otras doce maneras reveladas en el Evangelio de Juan para recibir, experimentar y disfrutar al Cristo todo-inclusivo en Su calidad de Espíritu todo-inclusivo y vivificante: la totalidad de la bendición que todo lo abarca, la bendición del evangelio completo de Dios.

14. Aborrecemos nuestra vida del alma a fin de que la guardemos para vida eterna

  Para recibir, experimentar y disfrutar al Cristo todo-inclusivo en Su calidad de Espíritu todo-inclusivo y vivificante, tenemos que aborrecer nuestra vida del alma en este mundo a fin de que la guardemos para vida eterna (12:25). La vida de nuestra alma es nuestro yo. Por consiguiente, aborrecer la vida de nuestra alma en este mundo es aborrecer nuestro yo en nuestra vida diaria. Si amamos la vida de nuestra alma, la perderemos; pero si la aborrecemos, la guardaremos. La palabra traducida “para” en el griego conlleva la noción de “con miras a” y “dando como resultado”. Por lo tanto, guardar la vida de nuestra alma para vida eterna es guardarla con miras a la vida eterna, dando por resultado la vida eterna.

  Todos nosotros tenemos tres vidas. Nuestra vida física es la vida que está en nuestro cuerpo. Nuestra vida psicológica es la vida que está en nuestra alma. Ésta es la vida natural. La vida espiritual, zoé, es la vida eterna, la vida divina que está en nuestro espíritu. La manera de disfrutar la vida divina que está en nuestro espíritu es aborrecer la vida de nuestra alma. Si aborrecemos la vida de nuestra alma, la guardaremos, lo cual dará como resultado que disfrutemos la vida eterna. Cuanto más aborrezcamos la vida del alma, la vida natural, más la guardaremos, lo cual nos traerá más disfrute de la vida eterna. Este disfrute se extenderá por la eternidad. Tenemos la vida eterna, pero con frecuencia no la disfrutamos debido a que no aborrecemos la vida de nuestra alma. Si aborrecemos nuestro yo, guardaremos la vida de nuestra alma para disfrutar y experimentar la vida divina, la cual está en nosotros desde ahora y por la eternidad.

15. Le seguimos en Su muerte, la cual liberó la vida divina e hizo que recibiéramos honra del Padre

  Otra manera de recibir, experimentar y disfrutar a Cristo es seguirle en Su muerte a fin de que sea liberada la vida divina y recibamos honra de parte del Padre (12:24, 26). En Juan 12:24 el Señor dijo: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Aquí el Señor dijo que si Él como grano de trigo caía en la tierra y moría, la vida divina sería liberada, Él se convertiría en muchos granos, y así aumentaría y se multiplicaría. Nosotros como los granos de trigo hoy en día, no necesitamos aprender primero a vivir; necesitamos aprender a morir. Morir es vivir. Cuando Cristo estuvo en la tierra, Él siempre estaba muriendo. Ahora nosotros necesitamos seguir Sus pisadas para aprender a morir. Si aprendemos a morir, el Padre nos honrará. Cuanto más uno habla, insiste en ciertas cosas y se expresa a sí mismo, menos honorable es. Una persona así es demasiado activa y viviente. La persona que más honra tiene es la persona que siempre está muriendo. No es glorioso ser viviente y activo en la vida natural; la gloria está en aprender a morir. Así que, todo cristiano debe ser una persona que esté muriendo.

16. Guardamos Su nuevo mandamiento de amarnos unos a otros para expresar Su amor

  La manera de recibir, experimentar y disfrutar a Cristo es guardar Su nuevo mandamiento de amarnos unos a otros a fin de expresar Su amor para que toda la gente sepa que somos discípulos de Cristo (13:34-35). En el Antiguo Testamento había diez mandamientos, pero en el Evangelio de Juan el Señor sólo dio uno: amarnos unos a otros. Si nos amamos unos a otros, expresaremos Su amor, y todos los hombres sabrán que somos discípulos de Jesús.

17. Le recibimos como el camino la realidad y la vida, para poder ir al Padre

  Recibimos, experimentamos y disfrutamos a Cristo también al tomarle como el camino, la realidad y la vida para poder ir al Padre. Juan 14:6 dice: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la realidad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí”. Éste es un versículo excelente acerca de la manera de recibir y disfrutar a Cristo. Sin tener a Jesús como el camino, la realidad y la vida, nadie puede ir al Padre. Esto no significa que nadie puede acercarse al lugar donde está el Padre, sino que nadie puede ir al Padre mismo. Algunos han entendido mal este versículo y piensan que significa que el Padre está en una mansión celestial y que Jesús es el camino para que los creyentes lleguen a esa mansión. Sin embargo, ya que el camino es Cristo, una persona viviente, el lugar adonde el Señor nos introduce también tiene que ser una persona, el mismo Dios Padre. El Señor mismo es el camino vivo por el cual el hombre es introducido en Dios el Padre, el lugar viviente.

  El camino se refiere principalmente al Hijo. El Hijo como camino se encarnó para introducir a Dios en el hombre. Luego, Él murió para efectuar la redención y resucitó para impartir la vida divina. La realidad se refiere principalmente al Espíritu, pues el Espíritu es la realidad y es llamado “el Espíritu de realidad” (v. 17; 1 Jn. 5:6). El Padre está en el Hijo, y el Hijo está en el Padre (Jn. 14:11), y el Espíritu viene como Espíritu de realidad para ser la realidad del Hijo. Si tenemos al Espíritu, tenemos al Hijo, quien es el camino.

  La vida se refiere principalmente al Padre. Nosotros recibimos a Cristo como el camino al Padre. El camino es el Hijo, y el destino es el Padre como vida. En 1 Juan 1:2 dice: “Y la vida fue manifestada, y hemos visto y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó”. Este versículo dice que la vida eterna estaba con el Padre. El Hijo es el camino, el Espíritu es la realidad, y el Padre es la vida como destino final. Es por este camino que nosotros vamos al Padre y le disfrutamos como la fuente con el Hijo como cauce y con el Espíritu, quien llega a nosotros como el alcance, la realidad, de la Trinidad Divina.

18. Le amamos y guardamos Su palabra

  La manera de recibir, experimentar y disfrutar a Cristo es amarle y guardar Su palabra para ganar el amor del Padre y dejar que Cristo se nos manifieste y para que Él y el Padre hagan Su morada con nosotros (Jn. 14:21, 23). Si amamos al Señor y guardamos Su palabra, habrá tres resultados. Primero, obtendremos el amor del Padre. Ésta es la respuesta del amor divino. Segundo, tendremos la manifestación del Hijo. Tercero, tanto Aquel que nos ama como Aquel que se manifiesta vendrán a nosotros y harán Su morada con nosotros. El amor proviene del Padre como la fuente; la manifestación viene por medio del Hijo, y la morada es hecha por el Padre y el Hijo. El Padre y el Hijo no sólo hacen de nosotros Su morada, sino que Ellos también vienen a ser nuestra morada. Nosotros, el Padre y el Hijo llegamos a ser una morada mutua en el amor del Padre y la manifestación del Hijo. De este modo el Dios Triuno tiene una morada, y nosotros los creyentes de Cristo también tenemos una morada. Su morada se halla en nosotros, y nuestra morada se halla en Él.

19. Permanecemos en Él como pámpanos que permanecen en la vid para disfrutar todas las riquezas de lo que Él es

  La manera de disfrutar, experimentar y disfrutar al Cristo todo-inclusivo también es permanecer en Él como pámpanos que permanecen en la vid para disfrutar todas las riquezas de lo que Él es (15:4-5). Nosotros no somos pámpanos que hayamos nacido en la vid, sino que llegamos a ser pámpanos de la vid por haber sido injertados en ella (Ro. 11:17). Si nosotros como pámpanos permanecemos en Él, disfrutamos todas las riquezas de lo que Él es. Nosotros las ramas de un olivo silvestre, que fueron injertadas en Cristo, la vid verdadera, ya tenemos la posición, la capacidad y el derecho de disfrutar todo lo que hay en Cristo. Por lo tanto, permanecer en Cristo es la manera de disfrutar las riquezas de Cristo. Después que inhalamos, comemos y bebemos a Cristo, permanecemos como pámpanos que han sido injertados en Él para absorber todas Sus riquezas.

20. Vamos para llevar fruto que permanezca

  La manera de recibir, experimentar y disfrutar a Cristo también es ir y llevar fruto, un fruto que permanezca, a fin de que seamos guardados en el disfrute de Sus riquezas (2, Jn. 15:16). A fin de poder llevar fruto tenemos que ir. Tenemos que ir de puerta en puerta, aun de una ciudad a otra, y de un país a otro. Juan 15:16 dice: “No me escogisteis vosotros a Mí, sino que Yo os escogí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca”. Cristo nos puso, como pámpanos injertados, en Sí mismo para que seamos aquellos que vayan y lleven fruto. Si no vamos, no podemos llevar fruto. Debemos ir y tener contacto con las personas todos los días. Podemos ir, al menos, al contactar a alguien por teléfono. Más aún, llevar fruto que permanezca implica que damos alimento. El fruto no puede permanecer si no se le alimenta. Tiene que ser regado y abonado y necesita la luz del sol y el aire adecuados. La razón por la que parte de nuestro fruto no permanece es que no nos ocupamos de él adecuadamente.

  Ir para llevar fruto y ayudar a que el fruto permanezca es la manera de disfrutar las riquezas de Cristo. Si no llevamos fruto, seremos echados fuera de la vid (v. 6). Ser echado fuera de la vid no es perecer; es perder el disfrute de las riquezas de la vid. Para disfrutar la totalidad de la bendición que todo lo abarca, bendición del evangelio completo de Dios, tenemos que permanecer en la vid; pero no podemos permanecer en la vid sin llevar fruto. Tenemos que ir y llevar fruto, y hacer algo para que el fruto permanezca. Entonces estaremos en la posición correcta y tendremos derecho a disfrutar las riquezas de Cristo. Es posible que algunos afirmen que ellos no han sido cortados de la vid. Siguen asistiendo a las reuniones, orando y ejercitando su función. Sin embargo, esto no significa que estén disfrutando a Cristo. Si llevamos aunque sea un solo fruto que permanece, estaremos gozosos en el disfrute de Cristo. Ver que nuestro fruto permanece en la iglesia y empieza a servir del mismo modo que nosotros, hace que nos regocijemos. Este gozo indica que estamos disfrutando a Cristo. Si no tenemos fruto nuevo y que permanece, no tenemos tal gozo. Esto indica que hemos perdido el disfrute, que hemos sido cortados de las riquezas de Cristo.

21. Somos convencidos por el Consolador, el Espíritu de realidad

  Otra manera de recibir, experimentar y disfrutar a Cristo es ser convencidos por el Consolador, el Espíritu de realidad, en cuanto al pecado (de Adán), a la justicia (Cristo) y al juicio (la porción eterna del diablo), para que seamos justificados y regenerados (16:8-11). Por un lado, el Espíritu es el Consolador; por otro, Él es Aquel que convence, Aquel que reprende y reprueba. Un buen consolador siempre reprende. Si alguien siempre habla bien de usted, ese alguien es un engañador y tiene una mala intención. Si alguien es un consolador franco y fiel, esa persona reprenderá y reprobará. Les dirá a otros que si ellos hacen cierta impropiedad, sufrirán y no tendrán ningún consuelo. Una persona así les exhortará a que cambien y se corrijan. El Consolador es el Espíritu de realidad. Él viene para consolarnos y convencernos. Él nos convence de pecado, de justicia y de juicio. El pecado vino de Adán, y la justicia es Cristo. Nosotros tenemos que renunciar a Adán, es decir, poner el pecado a un lado y recibir a Cristo como nuestra justicia. De no ser así, tendremos parte en el juicio que es la porción consumada del diablo. Nosotros venimos de Adán; pero si vamos a Cristo, Él vendrá a ser nuestra justicia, y nosotros no sufriremos el juicio eterno que es la porción del diablo. Seremos justificados para que Cristo sea nuestra justicia, y seremos regenerados a fin de tener al Espíritu como nuestra vida.

22. Recibimos las riquezas del Dios Triuno a través de la transmisión de la Trinidad Divina

  La manera de recibir, experimentar y disfrutar al Cristo todo-inclusivo también es recibir las riquezas del Dios Triuno a través de la transmisión de la Trinidad Divina a fin de que seamos partícipes de todas las realidades para Su glorificación. En Juan 16:13-15a el Señor Jesús dijo: “Pero cuando venga el Espíritu de realidad, Él os guiará a toda la realidad [...] Él me glorificará; porque recibirá de lo Mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es Mío”. Cristo ha heredado todo lo que tiene el Padre. Las riquezas del ser del Padre son la herencia de Cristo; lo que Cristo hereda del Padre es recibido por el Espíritu; y todo lo que el Espíritu recibe de Cristo Él nos lo declara. Esto es una transmisión. Las riquezas están en el Padre, quien es la fuente; pasan por el Hijo, quien es el cauce; y el Espíritu llega a nosotros con todas las riquezas del Dios Triuno. Es de parte del Padre, por medio del Hijo y por el Espíritu que todas las riquezas del Dios Triuno llegan a ser nuestra porción. Nosotros disfrutamos esta bendición siendo uno con el Dios Triuno y permitiendo que el Dios Triuno se transmita a nosotros. De este modo tenemos las riquezas del Dios Triuno mediante la transmisión divina.

23. Somos uno con los creyentes a fin de participar de la unidad de la Trinidad Divina

  La manera de recibir, experimentar y disfrutar a Cristo también es ser uno con los creyentes a fin de participar de la unidad de la Trinidad Divina para que la gente del mundo crea en Él (17:21). La unidad es un atributo particular de la Trinidad Divina. Los tres de la Trinidad son uno, y nosotros podemos participar de dicha unidad al ser uno. Cuanto más somos uno con los creyentes, más estamos en la unidad de la Trinidad. Esto es una bendición corporativa. Cuando no somos uno con los hermanos y hermanas, sufrimos. Cuando somos uno, disfrutamos las riquezas del Dios Triuno. Ésta es la participación que tenemos de la Trinidad Divina en Su unidad. Su unidad viene a ser nuestra unidad, y así como Ellos moran en coinherencia, así nosotros moramos en coinherencia con Ellos. Efesios 4:4-6 habla de un Cuerpo, un Espíritu, un Señor y un Dios y Padre. Estos cuatro son coinherentes y son uno. El Nuevo Testamento habla firmemente en contra de la división. Romanos 16:17 dice: “Ahora bien, os exhorto, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la enseñanza que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos”. Las divisiones limitan nuestro disfrute del Dios Triuno en Su unidad triuna. Tener tal disfrute es una gran bendición.

24. Recibimos Su soplo para disfrutarle como el Cristo pneumático

  Recibimos, experimentamos y disfrutamos a Cristo también al recibir Su soplo para disfrutarle como el Cristo pneumático (Jn. 20:22). El Señor se imparte a Sí mismo con Su soplo, y nosotros estamos recibiendo no sólo Su aliento, sino también Su soplo, el cual incluye Su persona. Éste es nuestro disfrute.

25. Le amamos al apacentar Sus corderos y pastorear Sus ovejas para beneficio de Su rebaño: la iglesia

  La última manera que se revela en el Evangelio de Juan de recibir, experimentar y disfrutar al Cristo todo-inclusivo en Su calidad de Espíritu todo-inclusivo y vivificante es amarle al apacentar Sus corderos y pastorear Sus ovejas por el bien de Su rebaño, la iglesia (21:15-17). Apacentar a los corderos, a los nuevos, tiene lugar en las reuniones de hogar y pastorear las ovejas se da en las reuniones de grupo. Los corderos de Cristo son apacentados y Sus ovejas son pastoreadas para beneficio de Su rebaño, la iglesia, la cual es el deseo que hay en Su corazón y Su beneplácito (Ef. 1:9). Esto también es la manera en que podemos disfrutar al Dios Triuno.

  Con todos los puntos anteriores podemos ver que el Evangelio de Juan es un libro que trata de la impartición del Dios Triuno y de que los creyentes reciben esta impartición inhalándole, comiéndole y bebiéndole y permaneciendo en Él.

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