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Mensajes del libro «Línea central de la revelación divina, La»
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La línea central de la revelación divina

LA ECONOMÍA DIVINA Y LA IMPARTICIÓN DIVINA

MENSAJE VEINTIDÓS

EN EL CUMPLIMIENTO DE LA PLENA REDENCIÓN Y SALVACIÓN QUE DIOS EFECTÚA EN CRISTO

(2)

  Lectura bíblica: Jn. 20:22; Hch. 2:17, 33; 10:45; Tit. 3:6; Hch. 2:4; 1:5; 13:52b; 1 P. 1:3; Jn. 17:2b; 3:5, 6b; 1:12-13; Ro. 6:19, 22; 2 P. 1:4; 1 Ts. 5:23

  En el Antiguo Testamento, la impartición de Dios conforme a Su economía divina puede verse en las promesas y los tipos de la redención y salvación que Dios mostraba como anticipo. En el Nuevo Testamento, la economía divina y la impartición divina se revelan en el cumplimiento de la plena redención y salvación realizada por Dios. Primero, este cumplimiento tuvo lugar en la encarnación de Cristo, y luego en la resurrección de Cristo. Pasamos por alto la muerte de Cristo porque no se impartió nada en la muerte de Cristo. Después de la resurrección de Cristo, el cumplimiento de la plena redención y salvación realizada por Dios continuó al ser infundido como soplo el Espíritu esencial en los creyentes y luego al ser derramado el Espíritu económico sobre los creyentes.

  Muchos cristianos celebran el derramamiento del Espíritu económico que sucedió en el día de Pentecostés. Sin embargo, para ellos el soplo del Espíritu esencial infundido en los discípulos en Juan 20 no es tan importante como el derramamiento del Espíritu económico. La resurrección de Cristo, el soplo del Espíritu esencial y el derramamiento del Espíritu económico pueden compararse con el nacimiento de un niño. Después de nacer, primero comienza a respirar y luego lo bañan. El nacimiento de los creyentes tuvo lugar en el momento de la resurrección de Cristo (1 P. 1:3). Después de este nacimiento, los discípulos comenzaron a respirar al Espíritu Santo en Juan 20:22. Luego, el Señor Jesús como Cabeza del Cuerpo “bañó” el Cuerpo mediante el bautismo del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.

LA BIOGRAFÍA DE LA TRINIDAD DIVINA

  El Evangelio de Juan puede considerarse la biografía de la Trinidad Divina. El Dios Triuno tenía y sigue teniendo una biografía. Muchos cristianos consideran los cuatro Evangelios como cuatro biografías del Salvador único, el Señor Jesús. El orden en que están dispuestos los cuatro Evangelios es muy significativo. Mateo, Marcos y Lucas, los Evangelios sinópticos, principalmente hablan acerca de Cristo en Su humanidad. En Mateo, Cristo en Su humanidad primeramente se revela como el Salvador-Rey, luego, en Marcos, como el Salvador-Esclavo, y luego, en Lucas, como el Salvador-Hombre. Sin embargo, lo que se revela en el cuarto Evangelio, el Evangelio de Juan, es la divinidad de Cristo. En el Evangelio de Juan, la biografía de nuestro Dios Triuno en Su humanidad, Cristo se revela como Dios-hombre, una persona con la naturaleza divina y la naturaleza humana. Mientras que Mateo y Lucas contienen una genealogía del Señor Jesús (Mt. 1:1-17; Lc. 3:23-38), Juan no tiene genealogía. Más bien, Juan 1:1 dice: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. La Palabra no tuvo comienzo en el tiempo; por lo tanto, no tiene genealogía.

  Durante cuatro mil años de la historia humana, desde la creación de Adán, Dios existía únicamente en Su divinidad. En ese tiempo nadie conocía el verdadero significado del universo y de la vida humana. Dios tenía contacto con el hombre y el Espíritu de Jehová venía sobre el hombre (Nm. 11:25; Jue. 3:10; 6:34; 1 S. 16:13), pero Dios era Dios, y el hombre era el hombre. Luego, un día, hace aproximadamente dos mil años, la Palabra salió de la eternidad y entró en el tiempo. Como descendencia triple —la simiente de la mujer, la descendencia de Abraham y la descendencia de David— Él entró en la humanidad. La Palabra infinita y eterna se hizo carne (Jn. 1:14). Fue concebido en un vientre humano y nació de una virgen para ser un hombre maravilloso con sangre y carne. La encarnación del Señor, como Su comienzo en Su humanidad, fue un hito trascendental en la biografía de Su humanidad. En Su encarnación la Trinidad Divina fue impartida al ser del hombre. Eso fue la impartición divina.

  Cuando este hombre maravilloso y único llamado Jesús vino en encarnación, no llegó con las manos vacías. Más bien, Juan 1:14 dice: “Y la Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), llena de gracia y de realidad”. Su ser entero no estaba lleno de mandamientos, ordenanzas y regulaciones, sino que estaba lleno de gracia y de realidad.

  Muy pocas personas conocen lo que es la gracia y la realidad. Muchos creen que la gracia es simplemente un favor inmerecido. Puede ser que aun piensen que tener una nueva casa o un nuevo carro es la gracia de Dios. Sin embargo, Pablo dijo que él estimaba tales cosas como basura (Fil. 3:8). En su definición más alta, la gracia es Dios en el Hijo para ser disfrutado por nosotros (véase Himnos, #211). La realidad es Dios en Su Hijo para ser obtenido por nosotros. El sabio rey Salomón dijo que todo es vanidad (Ec. 1:2); pero Dios en el Hijo obtenido por nosotros es la realidad. Cristo vino lleno en Su ser como Dios en el Hijo a fin de ser dado a nosotros para que le disfrutáramos y le obtuviéramos como nuestra realidad. Cuando la gente nos pregunta qué es lo que tenemos, podemos decirles: “Lo que tenemos no son posesiones materiales, sino que tenemos a Dios como nuestra gracia, nuestro disfrute y como nuestra realidad, nuestra verdadera ganancia”. Cristo no vino con una pequeña medida de gracia y realidad; al contrario, Él estaba lleno de gracia y de realidad. Juan 1:16 dice: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. Así comienza el Evangelio de Juan, la biografía del Dios Triuno en Su humanidad.

  Juan 1:12-13 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Nacer de Dios como Sus hijos es la impartición de la Trinidad Divina en nosotros para que lo disfrutemos a Él como gracia y lo obtengamos como realidad hasta tal punto que Él llegue a ser nuestra vida, naturaleza, elemento, esencia y nuestro mismo ser. Tal impartición nos capacita para ser Sus hijos.

  En Juan 3 Nicodemo, un principal entre los judíos, vino a Jesús de noche para recibir alguna enseñanza de Él. Jesús le dijo: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (v. 3). Nicodemo no entendió al Señor y le respondió, diciendo: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (v. 4). El Señor Jesús respondió: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (v. 5). El Señor le dijo a Nicodemo que necesitaba ser sepultado por medio del agua y tener un nuevo nacimiento mediante el Espíritu Santo; entonces sería regenerado. Como resultado, en Nicodemo así como en muchos otros, el Señor tendría Su aumento, Su novia, Su complemento (vs. 29-30). Aunque la palabra impartición no se encuentra en la Biblia, sin la impartición no podría haber aumento de Cristo. El aumento proviene de la impartición divina. Cada punto que se encuentra en el Evangelio de Juan tiene que ver con la impartición divina.

  En Juan 3 un hombre moral vino al Señor Jesús, pero en el capítulo 4 el Señor fue a tener contacto con una mujer inmoral (vs. 3-4). El Señor le dijo que Él tenía el agua viva (vs. 10, 14). Ella le dijo: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla” (v. 15). Él le dijo: “Ve, llama a tu marido, y ven acá” (v. 16). La mujer respondió: “No tengo marido”, y Jesús le dijo: “Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad” (vs. 17-18). De esta manera el Señor sabiamente tocó su conciencia, y ella se dio cuenta de que Él conocía toda su historia pecaminosa. Finalmente, el Señor Jesús la ayudó a recibir el agua viva bebiéndolo a Él. El Señor le dijo: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (v. 23). Recibir al Señor Jesús como agua viva es adorar a Dios el Padre. La verdadera adoración a Dios no es arrodillarse delante de Él; es recibir Su impartición. Lo que le agrada más a Dios es que le permitamos impartirse en nuestro ser. Abrirle nuestro ser y aceptar y recibir lo que Él imparte es la mejor adoración que le podemos dar a Dios. Hoy en día Dios espera impartirse como agua viva en nosotros los sedientos. Cuando bebemos y recibimos Su impartición, Dios está muy contento. Esto le complace.

  Juan 5 nos dice que si estamos en la tumba o no, todos estamos muertos; sin embargo, el Señor viene a nosotros para que tengamos vida. Además, Su vida nos es transmitida por Su palabra. Si recibimos Su palabra y creemos a Aquel que le envió, le recibimos como vida, lo cual nos traslada de la muerte a la vida eterna (v. 24). De nuevo, esto es la transmisión, la impartición, del Dios Triuno como vida en el Hijo a nosotros.

  En Juan 6 el Señor dijo que Él es el pan de vida (vs. 35, 48), el pan del cielo y el pan vivo (v. 51). Si tenemos sed, debemos beber de Él, y si tenemos hambre, debemos comer de Él. Aquellos que oyeron la palabra del Señor en Juan 6 no le entendieron (v. 60). Por lo tanto, les dijo: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (v. 63). Cuando escuchamos las palabras del Señor, espontáneamente recibimos la impartición de Cristo como Dios en nosotros. Después de asistir a una reunión llena del hablar del Señor, somos llenos de tal impartición.

  Juan 7:37-39 dice: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él; pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Beber el agua viva es recibir la impartición de Dios.

  En Juan 8:12 Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, jamás andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. La luz tiene como fin la impartición. Los árboles que reciben suficiente luz solar crecen bien y florecen, pero puede ser que un árbol plantado en la sombra no crezca bien porque no recibe lo que el sol imparte.

  En Juan 9 un ciego se acercó al Señor Jesús. El Señor escupió en tierra e hizo lodo con la saliva, y ungió con el lodo los ojos del ciego (v. 6). El ciego recibió la vista (v. 7), y por medio de su vista recibió la luz. Esto fue recibir la impartición divina.

  En Juan 10:1-9 el Señor Jesús dijo que Él es la puerta del redil. Por el lado positivo, el redil guarda a las ovejas. Las cubre en el invierno y de noche las protege, y también las guarda de los lobos. Sin embargo, el redil también las guarda en un sentido negativo, impidiendo que disfruten el pasto. Cristo vino para abrir el redil y llamar a las ovejas a salir del redil y a seguirle a Él a fin de recibir el sol y el aire fresco, beber del agua fresca y comer de la hierba verde de los pastos. Cristo es el verdadero sol, aire, agua y la verdadera hierba verde. Él es el pasto. Esto de nuevo es la impartición de la Trinidad Divina en Su pueblo escogido.

  En Juan 11 Jesús resucitó a Lázaro de los muertos. Ser resucitado es recibir la impartición divina. En Juan 12:24 Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Si el Señor no hubiera caído en la tierra y muerto, habría quedado como un solo grano. Al caer en la tierra y morir, Él brotó en Su resurrección, y el grano único se convirtió en muchos. Ésta es la vida del grano único impartida en muchos granos.

  Nunca podemos agotar el significado de Juan 14—16. La primera parte del capítulo 14 nos dice que Cristo es la corporificación de Dios el Padre y que, como tal, lo expresa (vs. 7-11). Los versículos del 16 al 20 nos dicen que el Espíritu es la realidad de Cristo y que, como tal, lo hace real a nosotros, y que todos los que creen en Él recibirán al Espíritu. Cuando recibimos al Espíritu, tenemos al Hijo, y cuando tenemos al Hijo, tenemos al Padre. De esta manera tenemos a la Trinidad Divina en nosotros impartiéndose continuamente.

  En el capítulo 15 se encuentra una vid con muchos pámpanos. En cada momento de cada día la vid imparte su rica savia vital en los pámpanos. En el capítulo 16 el Señor comparó Su resurrección inminente con el nacimiento de un niño (vs. 16-24). La resurrección es una rica impartición de la Trinidad Divina en el pueblo escogido de Dios.

  En Juan 17 Jesús oró al Padre, diciendo: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste” (v. 21). La unidad por la cual el Señor oró aquí es un estado de coinherencia, es decir, una morada mutua del Padre, del Hijo, del Espíritu y de los creyentes, en la cual todos moran el uno en el otro. El Padre está en el Hijo, el Hijo está en el Padre, y todos los creyentes están en el Padre y el Hijo. De esta manera los creyentes participan de la unidad de la Trinidad Divina. Esta participación indica la impartición de la Trinidad Divina. Él imparte, y nosotros recibimos y disfrutamos la unidad que existe en y entre la Trinidad Divina. Ahora bien, además del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, nosotros llegamos a ser el cuarto participante en esta unidad. Sea que lo podamos explicar o no, es un hecho que la unidad revelada en Juan 17 es una unidad de cuatro entidades. Incluir al cuarto participante en esta unidad no fue fácil. El Señor llevó a cabo muchas cosas para poder entrar en nosotros e introducirnos en el Dios Triuno a fin de hacernos uno con el Dios Triuno. Todo esto se debe a la impartición divina.

  En Juan 18 el Señor fue arrestado, y en Juan 19 fue crucificado. Cuando Él fue crucificado, de Su costado salió sangre y agua (19:34). La sangre nos redime y el agua imparte vida. Esta impartición de vida es la impartición divina.

III. AL INFUNDIR EL ESPÍRITU ESENCIAL COMO SOPLO EN LOS CREYENTES

  En Juan 20 el Señor resucitó. Después que el Señor fue crucificado, los discípulos se atemorizaron y se afligieron. Ellos tal vez no durmieron bien, pero el Señor descansó bien en el sepulcro, y el día de la resurrección salió de allí. Cuando María fue al sepulcro, vio que la piedra había sido quitada (v. 1). Luego, se lo dijo a Pedro y a Juan, y cuando ellos fueron y vieron el sepulcro vacío y los lienzos puestos en orden, creyeron que el Señor había resucitado (vs. 2-8). Entonces, los dos volvieron a casa, pero María se quedó junto al sepulcro, llorando por el Señor (vs. 10-11). En aquel momento Jesús se le apareció y le dijo: “No me toques, porque aún no he subido a Mi Padre; mas ve a Mis hermanos, y diles: Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios” (v. 17). El Señor quería presentar la frescura de Su resurrección al Padre.

  En Su palabra a María, el Señor Jesús se refirió a los discípulos como Sus hermanos, y se refirió a Dios como Su Padre y Padre de ellos, como Su Dios y el Dios de ellos. Fue en aquel día que los discípulos llegaron a ser hermanos del Hijo primogénito de Dios. En aquella mañana Jesús, que había sido el Hijo unigénito de Dios, llegó a ser el Hijo primogénito de Dios, con muchos hermanos. María anunció esto a los discípulos; pero ellos no recibieron consuelo, pues todavía mantenían las puertas cerradas en el lugar donde estaban reunidos por miedo de los judíos. De repente vino Jesús, y puesto de pie en medio, les dijo: “Paz a vosotros” (vs. 18-19). Les mostró las manos y el costado, y ellos se regocijaron viendo al Señor (v. 20). Luego sopló en ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (v. 22).

  Cuando el Señor se infundió en Sus discípulos al soplar en ellos, se realizó algo mayor que la encarnación o la resurrección. Con esto el Cristo resucitado, el Cristo pneumático como Espíritu vivificante, se impartió de modo práctico en Sus creyentes. También el Espíritu Santo como Dios Triuno procesado y consumado fue infundido como soplo al interior de Su pueblo escogido. La meta de todos los eventos mencionados en el Evangelio de Juan era la consumación del Dios Triuno. En la eternidad pasada el Dios Triuno no había alcanzado Su consumación. Sólo era divino; no era humano. Sólo tenía divinidad, sin humanidad. El elemento de la maravillosa muerte todo-inclusiva de Cristo todavía no estaba en Él, y aunque Él era la resurrección (11:25), no había tenido la experiencia de la resurrección. Después de pasar por los procesos de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección, el Dios Triuno fue consumado como el Dios completo con la divinidad, la humanidad, el vivir humano, la muerte todo-inclusiva con su eficacia, y la resurrección con su poder. Nuestro Dios hoy no sólo es divino, sino también humano. En Su humanidad Él pasó por la encarnación y el vivir humano, entró en la muerte y pasó a través de ella, luego entró en la resurrección y permaneció en esa resurrección. Ahora Él lo tiene todo: la divinidad, la humanidad, el vivir humano, la muerte todo-inclusiva y la resurrección poderosa y excelente.

  Tal Dios procesado y consumado llegó a ser la mejor “dosis” del universo. Cuando tomamos esta dosis, Su elemento es impartido en nosotros, y los “antibióticos” de la dosis matan todos los “microbios” en nuestro interior. Él lo es todo. Él es Dios, es hombre, es la muerte, la resurrección y la vida. Él es tal dosis para nosotros los enfermos. Cuando el Señor Jesús vino a los discípulos en aquella noche, les trajo esta dosis consumada para que ellos le inhalaran. Cuando nosotros recibimos al Dios Triuno procesado y consumado como nuestra dosis, somos sanados, abastecidos y sustentados mediante la impartición de Dios en nuestro ser. Ésta es la infusión del Espíritu esencial como soplo en los creyentes.

  Nuestro nacimiento celestial, divino y espiritual tuvo lugar cuando Cristo resucitó (1 P. 1:3), y nosotros comenzamos a respirar cuando Cristo como Espíritu vivificante sopló y se impartió en Sus discípulos. Esto es cierto aunque no estuvimos presentes físicamente en el momento cuando esto tuvo lugar. Cuando un médico nos da una inyección en el brazo, la inyección es dada para todo nuestro cuerpo. No necesitamos recibir la inyección en todas las partes de nuestro cuerpo, porque después de algunos minutos la inyección que recibimos en nuestro brazo comienza a extenderse al resto de nuestro cuerpo. Cuando Cristo con Su soplo infundió el Espíritu Santo en los discípulos, este soplo fue una inyección del Espíritu Santo a todo Su Cuerpo, del cual somos miembros. Así como no hay elemento de tiempo en Dios, tampoco hay elemento de separación entre los miembros del Cuerpo. Lo que Dios hace lo hace para todas las partes del Cuerpo. Nacimos de nuevo en la resurrección de Cristo, y comenzamos a respirar cuando Él infundió el Dios Triuno consumado en Sus creyentes al soplar en ellos. Esto es la impartición divina.

  La intención eterna de nuestro Dios es transmitirse, infundirse, impartirse y forjarse en nosotros. Antes de Su encarnación, Dios no se impartía en el hombre; pero, desde el tiempo de Su encarnación, Su vivir humano, Su muerte todo-inclusiva y Su resurrección, hasta hoy, Su impartición ha estado en marcha. Su soplo nunca cesa. Esto tiene como fin Su impartición continua e incesante dentro de nosotros para que seamos uno con nuestro Dios Triuno. Efesios 4:4-6 dice que nosotros, el único Cuerpo, y el único Espíritu, el único Señor y el único Dios y Padre estamos mezclados. En este universo existe tal mezcla, y esta mezcla es la iglesia. La iglesia es la impartición del Dios Triuno en los llamados y escogidos para hacerlos uno con Dios.

IV. EN EL DERRAMAMIENTO DEL ESPÍRITU ECONÓMICO SOBRE LOS CREYENTES

  El cumplimiento de la plena redención y salvación que Dios efectúa en Cristo también se ve en el derramamiento del Espíritu económico sobre los creyentes (Hch. 2:17, 33; 10:45; Tit. 3:5-6). Después del nacimiento de los creyentes en la resurrección del Señor, fue necesario bañarlos como a un niño recién nacido. Así que, en el día de Pentecostés, los creyentes fueron bautizados en el Espíritu.

  El derramamiento del Espíritu económico es el llenar exterior del Espíritu de poder y del bautismo en el Espíritu Santo (Hch. 2:4; 1:5). El derramamiento del Espíritu económico va a la par con el llenar interior del Espíritu esencial, y el llenar interior del Espíritu esencial es la impartición del Dios Triuno procesado como vida en los creyentes (13:52b). El bautismo en el Espíritu no impartió algo directamente en los creyentes; no obstante, el bautismo del Espíritu Santo, el llenar exterior del Espíritu, siempre acompaña el llenar interior. El llenar exterior del Espíritu puede compararse con bañarse en agua, mientras que el llenar interior del Espíritu puede compararse con beber agua. Según las leyes naturales de la creación de Dios, si cada día nos bañamos y después bebemos agua, estaremos muy sanos. El agua de beber sigue al agua del baño. Aquella agua está por dentro para llenarnos interiormente, y esta agua está por fuera para llenarnos exteriormente.

V. EN LA REGENERACIÓN DE LOS CREYENTES

  El cumplimiento de la plena redención y salvación que Dios efectúa en Cristo también se ve en la regeneración de los creyentes (1 P. 1:3). La regeneración de los creyentes es la realidad, el hecho, del Cristo resucitado impartido en los creyentes que Dios el Padre le ha dado (Jn. 17:2b). También es la impartición del Espíritu, la vida divina y el Dios Triuno procesado en los creyentes (3:5, 6b; 1:12-13).

  Aunque nacimos de nuevo en la resurrección de Cristo, antes de cierto tiempo, no era nuestra experiencia. Como hemos visto, la resurrección de Cristo fue un gran nacimiento. En resurrección Cristo nació para ser el Hijo primogénito de Dios. Él tomó la delantera, y todos lo seguimos y también nacimos. Ése fue el cumplimiento de la realidad, el hecho, de que Dios engendró muchos hijos mediante la resurrección de Cristo. Aun así, de todos modos necesitamos la experiencia práctica y personal de nuestra regeneración.

  Nuestra necesidad de tener una experiencia personal de la regeneración puede verse en el éxodo de Egipto de los hijos de Israel. El éxodo de los hijos de Israel fue un asunto corporativo, pero cada israelita tuvo que experimentar el éxodo personalmente. La experiencia de salir de Egipto fue el éxodo personal de cada israelita. El hecho fue corporativo, pero la experiencia fue personal. Nacimos en la resurrección de Cristo, pero en aquel entonces todavía no habíamos nacido físicamente. Después de nuestro nacimiento físico, Dios designó un tiempo para que experimentáramos lo que Él había cumplido. Lo que Él había cumplido era una realidad, un hecho; lo que nosotros experimentamos es el aspecto práctico de tal hecho.

  Tanto la experiencia corporativa como la experiencia personal de la regeneración tienen como fin la impartición de Dios. Cuando fuimos regenerados, experimentamos la impartición. Tal vez no entendíamos todas las doctrinas acerca de la regeneración; pero en el momento de nuestra regeneración, algo muy fuerte entró en nosotros para revolucionar toda nuestra vida humana. Eso fue la impartición divina en nuestra regeneración.

VI. EN LA SANTIFICACIÓN SUBJETIVA DE LOS SANTOS

  El cumplimiento de la plena redención y salvación que Dios efectúa en Cristo progresa en la santificación subjetiva de los santos (Ro. 6:19, 22). Después de nuestra regeneración, necesitamos ser santificados subjetivamente. La santificación subjetiva es la impartición de la naturaleza santa de Dios dentro de los santos, lo cual aparta a los santos para Dios por medio de la saturación del ser de los santos con la naturaleza santa de Dios (2 P. 1:4; 1 Ts. 5:23).

  Cuando fuimos regenerados, un gran cambio ocurrió en nuestra vida. No obstante, en aquel entonces todavía éramos comunes y mundanos, tanto interior como exteriormente. La aplicación de la sangre de Cristo, que nos separa del mundo (He. 13:12), tiene que ver con nuestra posición, que es algo exterior, y no con nuestra manera de ser. Todavía necesitamos ser santificados en nuestra manera de ser, lo cual es llevado a cabo por la vida interior, por el Espíritu que mora en nosotros, por el mismo Dios que está en nuestro espíritu. Todos los días la vida divina, como Espíritu Santo, quien es Dios mismo, obra y se mueve, saturándonos y ungiéndonos poco a poco. Puede ser que hoy en día seamos más santos que cuando fuimos regenerados. Después de ser regenerados, tal vez disfrutamos ciertas diversiones mundanas, pero hoy en día no lo queremos hacer. Cuando lo hacemos, no nos sentimos bien en nuestro espíritu. Debido a que estamos siendo santificados subjetivamente, preferimos reunirnos con los santos para disfrutar al Señor y alabarle.

  Necesitamos que la santificación siga a nuestra regeneración. La regeneración es un comienzo, una renovación, pero la santificación es una continuación, una renovación constante que se lleva a cabo de día en día. Por tal santificación no seremos amoldados a este siglo, sino que seremos transformados por medio de la renovación de nuestra mente (Ro. 12:2).

  Tanto la regeneración como la santificación son la impartición de Dios dentro de nosotros. La intención de Dios es forjarse en nuestro ser. Él hace esto poco a poco, saturándonos verticalmente e impregnándonos horizontalmente en todas las partes de nuestro ser, hasta que nuestro cuerpo sea redimido (8:23). La redención de nuestro cuerpo equivale a la transformación de nuestro cuerpo (Fil. 3:21). Esto es tener todo nuestro ser saturado e impregnado del glorioso elemento del divino Dios. Cuando hayamos sido saturados hasta tal punto, seremos glorificados. Todo esto constituye la impartición de la Trinidad Divina, desde la regeneración hasta la glorificación. Esto es el cumplimiento y la experiencia de la plena redención y salvación que Dios efectúa en Cristo.

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