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Mensajes del libro «Línea central de la revelación divina, La»
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La línea central de la revelación divina

LA ECONOMÍA DIVINA Y LA IMPARTICIÓN DIVINA

MENSAJE VEINTICINCO

EN EL CUMPLIMIENTO DE LA PLENA REDENCIÓN Y SALVACIÓN QUE DIOS EFECTÚA EN CRISTO

(5)

  Lectura bíblica: Ro. 12:2b; 2 Co. 3:16, 18

  Oración: Señor, cuánto te agradecemos que podamos acudir a Ti por medio de Tu Palabra y de Tu Espíritu. Te agradecemos que hoy en día Tú seas tanto para nosotros. Tú eres la Palabra de vida y eres también el Espíritu que da vida. Señor, confiamos en Ti. No sólo estás con nosotros, sino que también Tú como Palabra y como Espíritu moras en nosotros. Esta mañana llegamos a un punto que es muy elevado y difícil de tocar para nosotros. Señor, ayúdanos en este asunto, y cúbrenos y límpianos con Tu preciosa sangre para que podamos disfrutar Tu unción. Úngenos ricamente a fin de que tengamos el entendimiento y aun la revelación juntamente con la visión. Señor, visítanos a cada uno de nosotros de esta manera. Gracias, Señor, amén.

VIII. EN LA TRANSFORMACIÓN DE LOS CREYENTES RENOVADOS

  En los dos mensajes anteriores, hablamos de la renovación de los creyentes mediante el Espíritu Santo. En este mensaje consideraremos la transformación de los creyentes renovados.

A. Mediante la renovación de la mente (en el alma)

  La transformación de los creyentes renovados se lleva a cabo mediante la renovación de la mente, es decir, en el alma (Ro. 12:2b). Una vez más, el asunto de la renovación es de vital importancia. Según mi conocimiento, aquellos filósofos, como por ejemplo Confucio, quienes daban énfasis a la ética y moralidad humanas, también daban énfasis a la renovación. Sin embargo, tal renovación se lleva a cabo por medio del esfuerzo propio. Por el contrario, nuestra renovación no depende de nuestro esfuerzo, sino del elemento renovador, es decir, del elemento divino. Tal elemento no es otra cosa que la divinidad ministrada en nuestro ser como el mismo elemento que nos renueva. Un compuesto químico no se forma por medio del esfuerzo humano, sino mediante la adición de un nuevo elemento a un elemento que ya está presente. Del mismo modo, la renovación no se lleva a cabo mediante nuestra obra o esfuerzo. La renovación es efectuada por el elemento renovador.

  En realidad, la renovación no es una obra en ningún momento. El proceso de renovación puede ser ejemplificado con la digestión de los alimentos. En términos estrictos, la digestión no es una obra. Siempre que ingerimos alimentos, el alimento mismo opera juntamente con nuestra digestión. Mientras el alimento está siendo digerido dentro de nosotros, los nutrientes entran en nuestra sangre. En realidad, eso no es una obra, sino el factor nutritivo del alimento mismo. Tenemos que ser impresionados con el hecho de que en la Biblia la renovación ordenada por Dios y requerida por Dios no se lleva a cabo por medio de nuestra obra; tampoco se lleva a cabo por la obra de Dios. Al llevar a cabo la renovación, Dios hace todo impartiéndose Él mismo como elemento divino en nuestro ser. Este elemento que está dentro de nosotros lo es todo. La santificación subjetiva se efectúa mediante este elemento divino, el cual es la naturaleza santa, el elemento santo, de nuestro Dios Triuno.

  Un pensamiento así es divino, espiritual y abstracto; así que, no es parte de nuestra lógica natural. Según nuestra lógica, tenemos que trabajar por todo lo que queramos obtener. Sin obras, no obtendremos nada. Éste es nuestro pensamiento, nuestra lógica, y aplicamos esta lógica a todo. Hasta pensamos de este modo: “¿Cómo puedo ser regenerado? Eso es decir: ¿Qué tengo que hacer para poder ser regenerado?”. Una pregunta que la gente a menudo hace en la Biblia es la siguiente: “¿Qué debo hacer?” (Mt. 19:16; Mr. 10:17b; Lc. 10:25b; Jn. 6:28; Hch. 16:30). En el mismo principio, tal vez nosotros preguntemos: “¿Qué debo hacer para ser santo?”, o “¿Qué debo hacer para ser espiritual?”, o “¿Qué debo hacer para ser victorioso?”, o hasta “¿Qué debo hacer para ser renovado?”.

  Hace poco recibí una carta muy breve que consistía de sólo una pregunta: “Querido Hermano Lee: ¿tiene el orar-leer influencia en nuestra transformación?”. Mi respuesta es un sí definitivo. Orar-leer influye en nuestra transformación porque orar-leer nos guarda en la presencia del elemento divino. Siempre que permanezcamos en la presencia del elemento divino, absorberemos el elemento divino en nosotros. Este elemento nos transformará. Cuanto más permanezcamos en la presencia del Señor, tanto más seremos espontáneamente transformados.

  Para ser renovados y transformados, no necesitamos hacer nada; pero sí necesitamos absorber en nosotros el elemento divino. No existe otra manera de absorber el elemento divino, sino permanecer en la presencia del Señor. Además, mientras permanecemos en la presencia del Señor, necesitamos respirar mediante invocar el nombre del Señor. Invocar al Señor produce una gran diferencia. Si todas las mañanas invocamos: “Oh, Señor Jesús”, aunque sea unas cuantas veces, llegaremos a ser una persona diferente. Luego, si abrimos la Palabra y oramos-leemos dos o tres versículos, gustaremos algo de la palabra. Si masticamos más la palabra, gustaremos la palabra aún más y recibiremos más del elemento divino. Este elemento entrará en nosotros y lo digeriremos y asimilaremos. Decir que la palabra nos nutre de esa manera no es superstición. La palabra nos nutre de la misma manera que la comida nos nutre.

  La renovación consiste en que el elemento divino sea impartido en nosotros. Siempre que este elemento entra en nosotros, es orgánico; espontáneamente entra en una unión con nosotros. Antes que los alimentos entren a nuestro estómago, no puede llevarse a cabo el proceso orgánico de digestión. Pero una vez que los alimentos entran en nuestro estómago, el proceso orgánico de digestión hace que la comida tenga una unión orgánica con nuestro ser. Esto no quiere decir que nuestro estómago hace una obra o que el alimento hace una obra. Más bien, quiere decir que un movimiento orgánico ocurre en nosotros. Este mover es la digestión. Aunque tenemos un estómago orgánico, si por tres días no ingerimos ningún alimento, no habrá ningún mover orgánico dentro de nosotros que haga que la comida sea digerida y asimilada.

  Especialmente en el Nuevo Testamento, nuestra vida espiritual es comparada con nuestra vida física. En Juan 6:57 el Señor Jesús dijo que Él es comestible y que todo aquel que le comiera también viviría por causa de Él. Más aún, en 7:37 el Señor dijo que Él se puede beber. Él dijo que Él es el pan de vida y el pan vivo (6:35, 48, 51), y también dijo que Él es el agua viva (4:14; 7:38). Cuando recibimos al Señor como nuestro alimento orgánico, este alimento orgánico se une a nuestros “órganos” orgánicos y un mover orgánico se lleva a cabo en nuestro interior. Como resultado, somos santificados, renovados y transformados.

  Con respecto a nuestra experiencia espiritual, hay seis asuntos principales: primero, la regeneración, y luego, la santificación, la renovación, la transformación, la conformación y la glorificación. Es muy difícil encontrar algo de estos seis asuntos en las enseñanzas cristianas actuales. Sin embargo, todos estos seis asuntos son parte de la enseñanza del apóstol Pablo. Pablo abarcó esos seis asuntos de una manera muy detallada.

  La regeneración consiste en que la vida divina sea agregada a nuestra vida humana. La santificación consiste en ser apartado hacia Dios y para Dios, siendo separado de todo lo que no sea Dios. Esto hace que seamos santos, no al hacer nosotros algo, sino al recibir la santa naturaleza divina. Cuando el elemento santo entra en nosotros, nos santifica. Además, por causa de la devastación causada por Satanás y el pecado, las tres partes de nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— envejecieron. Así que, necesitamos ser renovados. La intención de Dios es hacer de nosotros Su nueva creación, comenzando en nuestro espíritu. Cuando fuimos salvos, el Espíritu de Dios entró en nuestro espíritu para regenerarnos, para renovarnos en nuestro espíritu (3:6). Esto es la renovación del Espíritu en nuestro espíritu. Luego, desde nuestro espíritu esta renovación se extiende hasta nuestra mente, es decir, hasta nuestra alma. Por último, desde nuestra alma esta renovación llega a nuestro cuerpo y finalmente hace que nuestro cuerpo sea glorificado. Éstos son los pasos de la renovación para hacer de nosotros la nueva creación de Dios.

  La renovación produce la transformación. En 2 Corintios 3:18 se nos dice: “Nosotros todos [...] somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen”. La palabra griega traducida “transformados” en este versículo es la misma palabra que se usa en Romanos 12:2. Esta palabra se refiere a un cambio metabólico interno. Tal cambio metabólico requiere que un nuevo elemento sea añadido a nosotros para que reemplace el viejo elemento y lo deseche. Esto da como resultado nuestra transformación.

  En la palabra transformación está incluida la palabra forma. Génesis 2:7 nos dice que Dios formó al hombre del polvo, es decir, formó el cuerpo del hombre. Formar algo es hacer una nueva forma usando una sustancia ya existente. Antes que Dios creara a Adán, no había ninguna criatura semejante a Adán. Sólo había polvo, el cual mezclado con agua, produce barro. Dios usó el polvo con el agua para producir una nueva forma, esto es, el cuerpo de Adán con todas sus diferentes partes, el cual no existía antes de ese entonces. En comparación, transformar es formar algo nuevo a partir de una forma ya existente. Nuestra forma actual es la forma del viejo hombre. A partir de la forma de este viejo hombre, Dios está creando una forma nueva. Esto es transformar, producir una forma a partir de otra forma ya existente.

  Nosotros, antes de recibir al Señor Jesús, teníamos cierta forma; pero, después de recibir al Señor Jesús, llegamos a tener otra forma. Esta nueva forma se produjo a partir de la forma original. La renovación produce la transformación, un cambio de forma. Cuando somos renovados, nuestra forma cambia, no por lo que hacemos, sino por el elemento divino orgánico que se mueve dentro de nosotros orgánicamente. Cuanto más somos renovados, más somos transformados hasta tener una forma diferente.

  Antes de ser transformados, ya teníamos cierta forma; sin embargo, necesitamos tener otra forma. Ser transformados consiste en que nuestra forma actual es cambiada a una nueva forma. Antes de experimentar la transformación, somos simplemente nosotros; lo que somos es nuestra forma actual. Pero Dios desea producir otra forma partiendo de la que tenemos ahora. Él hace esto depositándose en nosotros como un nuevo elemento, primero, para regenerarnos, segundo, para santificarnos, y tercero, para renovarnos. Los pasos de la regeneración, santificación y renovación dan como resultado el cambio de nuestra forma actual a una forma diferente. Estoy agradecido con el Señor porque muchos de los santos, después de permanecer en el recobro por algún tiempo, han experimentado un cambio de forma. Dentro de ellos ha habido cierta medida de transformación. Esta transformación es la suma total de la regeneración, santificación y renovación. Cuando estas tres cosas se suman, el total es la transformación.

  Por supuesto, no necesitamos ser regenerados todos los días, pero sí necesitamos ser santificados y renovados cada día. No obstante, la santificación y la renovación requieren una base, y esa base es la regeneración. Desde el día de nuestra regeneración necesitamos ser santificados un poco más cada día, y también necesitamos ser renovados de día en día. Tengo la certeza de que cuando mucho de los entrenantes a tiempo completo regresen a visitar a sus padres después de haber estado en el entrenamiento por dos semestres, éstos estarán sorprendidos y felices de ver que algo adicional ha sido formado en sus hijos e hijas a partir de lo que eran anteriormente. En los dos semestres de entrenamiento, los entrenantes no tratan de corregirse o enmendarse. Ellos simplemente se dejan llevar por la atmósfera del entrenamiento. Cuando otros dicen: “Oh Señor”, ellos también dicen: “Oh Señor”. Cuando otros oran-leen, ellos también oran-leen. Después de seguir en esa atmósfera por un año, cuando regresen a casa, sus padres verán que ellos tienen otra forma.

  La transformación se da cuando el elemento divino de Dios es impartido en nuestro elemento humano. Antes de eso, nuestro elemento humano tenía cierta forma. El nuevo elemento divino, después de ser añadido a nuestro viejo elemento, participa en un movimiento orgánico con nuestros “órganos” viejos. Esto produce la nueva creación de Dios. En la vieja creación no estaba presente el elemento divino. Después de ser regenerados, a medida que somos santificados y renovados, día tras día tiene lugar cierto movimiento orgánico dentro de nosotros por el elemento divino y con él, juntamente con nuestro elemento viejo que ha sido regenerado, santificado y renovado. El resultado de este movimiento es algo nuevo, una forma transformada. Esto no ocurre por nuestra obra; ni por la obra de Dios. En este proceso Dios no hace mucho. No obstante, como mencioné anteriormente, es posible que sigamos orando y aun rogándole al Señor que haga algo para santificarnos y transformarnos. Como respuesta, es posible que el Señor diga: “No me ruegues que haga algo. Yo simplemente me deposito en ti como un elemento adicional. Yo te creé a ti con cierta forma, con todo tipo de órganos. Ahora me voy a depositar a Mí mismo en ti como un elemento nuevo, un elemento más elevado, y éste tocará tus órganos internos; entonces tendrá lugar un movimiento orgánico, y tú serás santificado, renovado y transformado en algo diferente”. Este algo es la nueva creación, y esta nueva creación es una forma transformada.

B. Por la transfusión del Señor Espíritu en la gloria al interior de los creyentes

  La definición anterior de la transformación está basada en dos versículos, Romanos 12:2 y 2 Corintios 3:18. Primero, en Romanos 12:2 Pablo dijo: “No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. Luego, en 2 Corintios 3:18 Pablo dijo: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Basados en estos dos versículos, podemos ver que la transformación sirve para “re-formarnos”. Según la creación, ya fuimos formados, pero esa forma es muy vieja. En ella no hay gloria, sino sólo vejez. Sin embargo, hoy Dios ha quitado los velos de nuestro rostro. Ahora tenemos una cara descubierta para mirar y reflejar la gloria del Señor. Lo primero que debemos hacer temprano por la mañana es acudir al Señor a cara descubierta para contemplarle, mirarle y reflejarle por cierto tiempo. Permanecer en la presencia del Señor mientras le miramos y le reflejamos nos da un verdadero gusto, un disfrute real. Durante ese tiempo que estamos en la presencia del Señor, mientras le miramos y le reflejamos, Él se transfunde en nosotros, y esa transfusión pone en nosotros el elemento divino. Ese elemento divino corresponde a nuestros “órganos”. Como resultado, somos transformados a la imagen del Señor de gloria en gloria. Esta transformación proviene del Señor Espíritu, quien es el Señor consumado como Espíritu vivificante.

  Después de comer un saludable desayuno en la mañana, me siento fuerte y lleno de energía. Pero pasadas cuatro horas me canso y me da hambre de nuevo. Entonces, después de comer el almuerzo, una vez más estoy lleno de energía. Sin embargo, después de otras cinco horas, necesito otra comida. No piense que si tuvo un buen avivamiento matutino, eso será suficiente. Después de tres o cuatro horas, usted debe decir: “Oh Señor, estoy vacío. Señor, ya tengo hambre, tengo sed”. Acudir al Señor así, es tener contacto con la fuente misma, que es el Dios Triuno procesado y consumado. Cuando lo vemos a Él, permaneciendo en Su presencia, lo miramos, y Él se transfunde como Espíritu vivificante en nosotros.

  En la economía del Antiguo Testamento, el Ángel de Jehová estuvo con Israel durante los cuarenta años que ellos vagaron por el desierto (Éx. 14:19; 23:20, 23). El Ángel era Cristo. Aun en Zacarías 1, mientras Israel seguía en su cautividad en una condición baja, en la hondonada del valle, había Aquel que cabalgaba sobre un caballo bermejo entre los mirtos, y Él se llamaba el Ángel de Jehová (vs. 8-12). Como Ángel de Jehová, Cristo estaba entre los hijos de Israel, alrededor de ellos y sobre ellos; sin embargo, nunca entró en ellos. Pero hoy, después de pasar por el proceso de la encarnación, crucifixión y resurrección, el Ángel de Jehová ha llegado a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Además, el Espíritu vivificante del Nuevo Testamento está condensado, o corporificado, en la palabra viva. Así que, estas tres personas —Cristo el Señor (Ro. 8:10a, 2 Co. 13:5b), el Espíritu vivificante (Ro. 8:11) y la palabra de Cristo personificada (Col. 3:16)— moran en nosotros. De hecho, estos tres —el Señor, el Espíritu y la palabra— son uno. En nosotros mora en forma triple el Señor Jesucristo, el Espíritu vivificante y la palabra de vida. Cada día estos tres no sólo están con nosotros, sino también en nosotros, e incluso moran en nosotros. Nunca nos dejarán.

  El Señor como persona mora en nosotros. Por tanto, Su Espíritu vivificante mora en nosotros, y Su palabra también mora en nosotros. Al morar en nosotros Él no hace algo en nosotros, sino que Él mismo es algo en nosotros. Él está continuamente impartiéndose como elemento en nuestro ser. El alimento que comemos, el agua que bebemos y el aire que respiramos son elementos que son impartidos en nosotros todos los días. Comemos tres veces al día, bebemos agua con frecuencia y respiramos continuamente. La impartición de los elementos de comida, agua y aire hacen mucho por nosotros. El principio es el mismo en nuestra vida espiritual. Es por esto que en Juan 6, el Señor Jesús se compara a Sí mismo con el alimento; en Juan 4 y 7 Él se compara con el agua; y en Juan 20 se compara con el aire, o el aliento (v. 22). Comer, beber y respirar introducen un elemento sustancial en nuestro ser. En nuestra vida espiritual, este elemento es el Dios Triuno procesado y consumado, el Espíritu vivificante, y este Espíritu consumado es la dosis todo-inclusiva que nos nutre, nos sana y nos rescata. No sólo eso, sino que también está dentro de nosotros. Su presencia dentro de nosotros tiene muchísimo significado. Esta presencia es el elemento santificador, renovador y transformador.

C. Para impartir el elemento divino del Señor en Su vida de resurrección al elemento interior de Sus creyentes

  La transformación de los creyentes renovados se realiza por la impartición del elemento divino del Señor, en Su vida de resurrección, al elemento interior de Sus creyentes. Nosotros tenemos un elemento natural, y éste no es del todo malo. Ya que la obra redentora de Cristo anuló el elemento maligno, nuestro elemento es un elemento redimido. El elemento divino está siendo impartido ahora a dicho elemento. Cuando el elemento divino es añadido a nuestro elemento natural redimido y elevado, nosotros somos santificados y renovados. El resultado de esto es que somos transformados metabólicamente, y la imagen del Señor resucitado, quien está en la gloria de Su vida divina, es formada en nosotros.

  Los cristianos no son un grupo de personas que trabajan, sino un grupo de personas que comen y disfrutan. Nosotros los cristianos necesitamos aprender a mantenernos alejados del obrar. Debemos apartarnos del “oficio”, del lugar de trabajo, y volver a “casa” para comer y disfrutar. La enseñanza que tienen en el cristianismo actual produce un grupo de personas que obran. A los esposos se les enseña a amar a sus esposas, y a las esposas a someterse a sus maridos. Es posible encontrar cientos de mandamientos tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. El hermano Nee dijo en una ocasión que cualquier enseñanza que nos ayude a obrar es errónea, pero que cualquier enseñanza que nos haga entrar en Cristo para disfrutarle, es correcta. No necesitamos trabajar para conseguir nuestra transformación, sino que necesitamos mirar y reflejar la gloria del Señor en resurrección. Entonces algo de Su elemento será impartido en nosotros y será absorbido por nosotros. Él se imparte, y nosotros le absorbemos a Él, el mismo Dios Triuno procesado y consumado como Espíritu vivificante y compuesto que mora en nuestro ser. Entonces, proclamamos aleluyas a Él todo el día. Si alabamos a nuestro Señor todo el día, seremos bendecidos; seremos un pueblo que disfruta.

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