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Mensajes del libro «Línea central de la revelación divina, La»
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La línea central de la revelación divina

LA ECONOMÍA DIVINA Y LA IMPARTICIÓN DIVINA

MENSAJE VEINTISÉIS

EN EL CUMPLIMIENTO DE LA PLENA REDENCIÓN Y SALVACIÓN QUE DIOS EFECTÚA EN CRISTO

(6)

  Lectura bíblica: Ro. 8:29; Fil. 3:10-11; 4:8

  Muy pocos cristianos hoy en día saben cuáles son los principales aspectos de la plena salvación que Dios efectúa en Cristo. La plena salvación de Dios no consiste solamente en salvarnos de la eterna perdición. Por supuesto, la salvación de la perdición eterna está incluida en la plena salvación de Dios. Necesitamos que se imprima en nosotros el hecho de que la plena salvación que Dios efectúa en Cristo abarca seis aspectos específicos: primero, la regeneración, es decir, el nacer de nuevo; segundo, la santificación, es decir, ser santificados subjetivamente en nuestra manera de ser, y no sólo objetivamente en nuestra posición; tercero, la renovación, que es ser renovados; cuarto, la transformación, que es ser transformados; quinto, la conformación, que es ser conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios; y sexto, la glorificación, que es ser glorificados.

  Necesitamos darnos cuenta de que cada uno de estos seis aspectos requiere la impartición de Dios. Si Dios no se imparte en nuestro ser como vida, nosotros no podemos ser regenerados. En la regeneración lo principal es que Dios nos da una inyección, o sea, se imparte a Sí mismo como vida en nuestro ser para regenerarnos, para hacer que naciéramos de nuevo. La regeneración es el resultado de la impartición de Dios. Luego, Dios continúa impartiéndose en nosotros. Después de la regeneración, Él nos santifica impartiéndose como la naturaleza santa en nuestro ser. Tal impartición nos añade un elemento nuevo, así como un elemento es añadido a un compuesto químico. Primero, el elemento de Dios como vida fue impartido en nuestro ser, haciéndonos renacer. Después de esto, Dios sigue impartiéndose en nosotros como la naturaleza santa. En todo el universo solamente Dios es santo. Dios nos hace santos impartiéndose a Sí mismo como elemento santo, la naturaleza santa, en nuestro ser. Esto da como resultado un “compuesto” en el cual hay un elemento santo.

  Dios también desea tener una nueva creación. Sin embargo, nosotros somos viejos, así que Dios tiene que renovarnos. La renovación en la obra salvadora de Dios no es como la renovación de una casa, que consiste en darle una capa de pintura. En la obra salvadora de Dios, nosotros somos renovados, no por una “pintura” exterior, sino por la renovación interior llevada a cabo cuando Dios agrega un elemento adicional a nuestro ser.

  El Cuerpo de Cristo es la mezcla del Dios Triuno con el hombre tripartito; es el Dios Triuno mezclado con los creyentes. Esta simple definición es la conclusión del estudio que he hecho de los escritos de Pablo en sus catorce epístolas. La obra de Dios en Su nueva creación no es otra cosa que impartirse en nosotros, Su pueblo escogido, para mezclarse, en Su elemento divino, con nuestro elemento humano, haciendo la divinidad y la humanidad uno. Él vivió en esta tierra durante treinta y tres años y medio como un modelo, un ejemplo, del mezclar divino. El hombre Jesús era la mezcla de Dios con el hombre. Él era Dios y también era hombre; Él era un Dios-hombre. Aun así, el término Dios-hombre no expresa adecuadamente el significado de la mezcla. Mientras Jesús obraba y andaba por esta tierra, Él era la mezcla del Dios Triuno con el hombre tripartito. Cristo era tal, y este Cristo hoy ha sido agrandado, ha aumentado. Este aumento es la iglesia. La iglesia es la mezcla del Dios Triuno con nosotros los hombres tripartitos. Esta mezcla es llevada a cabo por la impartición, no por una “inyección” dada una vez y para siempre, sino por una impartición continua y diaria. Cada día Dios se imparte en nosotros poco a poco. El resultado de esta impartición divina es la santificación.

  Puesto que Dios desea que nosotros seamos una nueva creación, Él tiene que impartirse como novedad en nuestro ser y así renovarnos. En los sesenta y seis libros de la Biblia, sólo un versículo nos dice que Dios es siempre nuevo, como un árbol de hoja perenne. En Oseas 14:8 nuestro Dios es comparado con un árbol de hoja perenne, un abeto verde. Ya que Él siempre es lozano, Él mismo es tal elemento lozano. Ahora Él se imparte en nosotros como ese elemento que nos renueva. De verdad percibo que cada día soy más nuevo. No soy más viejo; soy más nuevo. No soy viejo porque estoy siendo renovado. Algo de Dios en calidad de “abeto verde” está siendo impartido en mi ser.

  El siguiente paso en la obra salvadora de Dios es la transformación. La salvación realizada por Dios no sólo nos renueva, sino que también nos transforma de una forma a otra. Aun decir que somos transformados de una forma a otra, no es suficiente. Necesitamos ser transformados a una forma específica. Por lo tanto, es necesario ser conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios.

  El último aspecto de la plena salvación de Dios es la glorificación. Ser glorificados es ser conformados completamente a la imagen del Hijo primogénito de Dios.

IX. EN LA CONFORMACIÓN DE LOS CREYENTES TRANSFORMADOS

  El cumplimiento de la plena redención y salvación que Dios efectúa en Cristo se halla en la conformación de los creyentes transformados. El Nuevo Testamento habla directamente de la conformación una sola vez, en Romanos 8:29, donde dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos”. Sin embargo, en otros versículos la noción de conformación está implícita. En 2 Corintios 3:18 leemos: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Este versículo dice que al mirar y reflejar como un espejo a Cristo, somos transformados en Su imagen. Aunque la palabra conformar no se usa directamente aquí, se usa la preposición en, lo cual indica que nuestra transformación en la imagen de Cristo implica conformación.

  En 1 Juan 3:2 se nos dice: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es”. Ser hechos semejantes al Señor en Su gloria también implica conformación.

A. Conformar a los creyentes transformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios en resurrección

  La conformación de los creyentes transformados hace que éstos sean conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios en resurrección. Hay un versículo, Romanos 8:29, que clara y específicamente dice que los creyentes serán hechos conformes a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Nosotros no seremos conformados de un modo general, sino de un modo específico, a la misma imagen, la verdadera semejanza, del Hijo primogénito de Dios. Este versículo no se refiere a que seamos conformados a la imagen del Hijo unigénito de Dios, sino a que seamos conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Juan 3:16 dice que de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a Su Hijo unigénito. Debemos considerar por qué este versículo habla del Hijo unigénito de Dios y por qué Romanos 8:29 hace referencia al Hijo primogénito de Dios. Parece que sería suficiente decir que vamos a ser conformados a la imagen del Hijo de Dios, sin necesidad de incluir el adjetivo primogénito. Cristo nació en Su humanidad como Hijo primogénito de Dios en resurrección (Hch. 13:33), y en Su resurrección nosotros, Sus creyentes, también nacimos para ser los muchos hijos de Dios, los muchos hermanos de Cristo (1 P. 1:3). Por consiguiente, no hemos de ser conformados a la imagen del Hijo unigénito, sino a la imagen del Hijo primogénito de Dios.

  Ahora todos estamos en el proceso en el que Dios nos está transformando para ser conformados. La transformación tiene como fin la conformación. La transformación simplemente nos transforma de una forma a otra. No se especifica a qué forma somos transformados. Pero la conformación sí indica a qué forma estamos siendo conformados. Estamos siendo conformados a la imagen, la forma, del Hijo primogénito de Dios.

  En mi juventud oí a muchos cristianos que hacían hincapié en el asunto de seguir a Jesús. En ese entonces yo no entendía lo que esto significaba, así que no me gustaba el término. Yo decía que Jesús estuvo aquí hace mil novecientos años, pero hoy ya no está. Ya que Él está lejos y yo no le puedo ver, ¿cómo puedo yo seguirle? Entonces se me dijo que Jesús nos ama; por consiguiente, seguir a Jesús es amar a los demás. Mi respuesta era que Confucio enseñaba lo mismo: Confucio nos aconsejó que amemos a los demás. Por lo tanto, amar a otros es seguir a Confucio. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre seguir a Jesús y seguir a Confucio?

  Gracias al Señor por Pablo. Pablo también nos dijo que tenemos que seguir al Señor. Pero él nos lo dijo así: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1). Pablo no usó la palabra seguir; usó la palabra imitar. Él era un imitador de Jesús; así que llegó a ser otro Jesús. Al imitar a Pablo, nosotros también venimos a ser imitadores de Jesús. La palabra imitar, usada aquí por Pablo, es mejor que el término seguir, pero sigue siendo ambiguo en cierta medida.

  Cuando yo era joven entendía esto de imitar, pero no entendía el asunto de ser conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Esto no es asunto de imitar a Jesús, sino de ser conformados a Su imagen. Esto significa que en vida, naturaleza, apariencia, gustos, en todas las cosas y en todo aspecto, nosotros llegamos a ser exactamente como Él. Finalmente, no sólo seremos como Él es, sino que Él y nosotros, nosotros y Él, seremos una sola entidad. Él llega a ser nosotros, y nosotros llegamos a ser Él. Los siete candeleros de Apocalipsis 1 son iguales, pero siguen siendo siete, no uno. Sin embargo, nosotros y Cristo no sólo somos iguales, sino que somos uno solo. Para esto tenemos que ser conformados a Su imagen, la imagen del Hijo primogénito de Dios.

1. A la imagen del Hijo primogénito de Dios en Su divinidad para expresar los atributos del Dios procesado en el Cristo resucitado

  Los creyentes transformados son conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios en Su divinidad para expresar los atributos del Dios procesado en el Cristo resucitado. Los atributos de Dios son los atributos que pertenecen a Dios. Cuando Cristo vivía en la tierra, Él expresaba los atributos de Dios, los cuales son amor, luz, santidad y justicia. Yo estudié los Diez Mandamientos punto por punto. Hice lo posible por descubrir lo que ellos nos muestran. Con el tiempo descubrí que los Diez Mandamientos de la ley nos muestran un cuadro de Dios en cuatro aspectos. Los Diez Mandamientos nos muestran que Dios es amor, que Dios es luz, que Dios es santo y que Dios es justo. Éstos son los cuatro elementos básicos —amor, luz, santidad y justicia— de los cuales están compuestos los Diez Mandamientos.

  Cuando Jesús vivió en la tierra, Él expresaba a Dios. Primero, Él expresó a Dios en estos cuatro aspectos: en amor, en luz, en santidad y en justicia. Al leer los cuatro Evangelios, recibimos la impresión de que Aquel que se describe en la crónica de los cuatro Evangelios es elevado en amor, en luz, en santidad y en justicia. Finalmente, tenemos que concluir que Él mismo es amor, luz, santidad y justicia. Él nos ama, nos ilumina; Él es santo, es la corporificación misma de la santidad; y Él es justo, es la composición misma de la justicia. Cuando le vemos de este modo, le admiramos y también reconocemos que somos muy diferentes a Él. No podemos amar ni siquiera a nuestro cónyuge, y mucho menos a nuestros enemigos, pero Él amó a Sus enemigos (Lc. 23:34). En Él no había tinieblas. Dondequiera que iba, había luz porque Él es luz (Mt. 4:16; Jn. 8:12). Adonde Él iba, había santidad y también había justicia. Ésta es la expresión de Dios en la divinidad de Cristo. Cristo puede ser tan amoroso, tan iluminador, tan santo y tan justo porque Él es Dios. En nosotros mismos no podemos ser como Él; pero en Mateo 5:48 Él nos dijo que ya que somos hijos de Dios, podemos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. Nosotros podemos ser perfectos porque nuestro Padre ha entrado en nosotros.

2. A la imagen del Hijo primogénito de Dios en Su humanidad resucitada para expresar las virtudes del hombre elevado en la resurrección de Cristo

  Los creyentes transformados son conformados también a la imagen del Hijo primogénito de Dios en Su humanidad resucitada para expresar las virtudes del hombre elevado en la resurrección de Cristo. Mientras Cristo estuvo en la tierra, Él expresó a Dios en Su divinidad: en amor, luz, santidad y justicia. Y eso no es todo; Él también expresó las virtudes humanas en Su humanidad elevada. Cuando Jesús estaba en la tierra, Él fue muy manso, y también fue humilde. Dios no tiene que ser manso ni humilde. La mansedumbre y la humildad son virtudes humanas. Por consiguiente, Filipenses 2:7 nos dice que Cristo se despojó a Sí mismo, tomando forma de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Esto no es divino sino humano. Así que, por un lado, Cristo expresaba el amor, la luz, la santidad y la justicia divinos, mientras que por otro, Él expresaba las virtudes humanas tales como mansedumbre, humildad, obediencia y el ser comprensivo.

  En 2 Corintios 10:1 Pablo dijo que él les rogaba a los creyentes por la mansedumbre y ternura (o, el ser comprensivo) de Cristo. Luego en 11:10 dice: “La veracidad de Cristo que está en mí”. La mansedumbre, el ser comprensivo y la veracidad son tres virtudes humanas. Dios no necesita ser comprensivo. Sin embargo, cuando Cristo estuvo en la tierra, Él vivía como un hombre bajo todo tipo de persecuciones y problemas. Él era muy manso y siempre se mostraba comprensivo, continuamente sobrellevaba a las personas mansamente. Además, en Su trato con la gente Él siempre estuvo lleno de veracidad. Él no expresaba ningún tipo de deshonestidad, sino que sólo expresaba veracidad. Él dijo: “Sea, pues, vuestra palabra: Sí, sí; no, no; porque lo que va más allá de esto, procede del maligno” (Mt. 5:37). Pero algunas veces Él no contestó ni sí ni no. Él siempre respondía de una manera elevada, en la manera de la vida, en una manera que expresaba a Dios (Jn. 4:20-24; 8:3-9; 9:2-3).

  Mientras Cristo vivió en esta tierra como una persona, por una parte, Él expresaba los atributos divinos de Dios, tales como el amor, la luz, la santidad y la justicia y, por otra, expresaba las virtudes humanas, tales como mansedumbre, humildad y el ser comprensivo. Hoy nosotros somos Sus creyentes, y Él se está impartiendo en nosotros tanto en Su divinidad como en Su humanidad. Cuando estuvo en la tierra, era una mezcla de lo divino y lo humano. El Nuevo Testamento primero nos dice que Cristo como Hijo de Dios era el Hijo unigénito de Dios (1:18). Finalmente, en Su resurrección Él nació como Hijo primogénito de Dios (Col. 1:18; Ro. 1:4; 8:29). En el Hijo unigénito de Dios, sólo había divinidad; pero en el Hijo primogénito de Dios, se halla tanto la divinidad como la humanidad. Por medio de la encarnación, Dios se extendió de lo divino a lo humano. Por consiguiente, como Dios-hombre que anduvo por la tierra, Él era tanto Dios como hombre; pero Su humanidad todavía no había sido introducida en la divinidad. Romanos 1:4 nos dice que mediante la resurrección Él fue designado Hijo de Dios según el Espíritu de santidad. En resurrección la humanidad de Cristo fue introducida en la divinidad y fue “hijificada”. De este modo Él llegó a ser el Primogénito entre muchos hermanos.

  ¿Recibimos a Cristo mientras Él era el Hijo unigénito o después que llegó a ser el Hijo primogénito? El Cristo que hemos recibido, ¿es el Hijo primogénito de Dios o el Hijo unigénito de Dios? La respuesta es que todos hemos recibido al Cristo que ya no es el Hijo unigénito de Dios, sino que ha llegado a ser el Hijo primogénito de Dios. En otras palabras, el mismo Cristo a quien recibimos es tanto divino como humano. En Su divinidad Él expresa a Dios, y en Su humanidad expresa al hombre. En Su divinidad expresa los atributos divinos, tales como el amor, la luz, la santidad y la justicia divinos, y en Su humanidad expresa las virtudes humanas, tales como la mansedumbre, la humildad, el ser comprensivo y la obediencia.

  Nosotros como imitadores de Cristo, le imitamos no en Su divinidad, sino en Su humanidad. Todos necesitamos ser mansos, humildes y comprensivos. No importa cómo nos traten otros, debemos seguir alegres; no debemos quejarnos, sino simplemente seguir amando a los demás. Filipenses 2:14 nos dice que hagamos “todo sin murmuraciones y argumentos”. Las murmuraciones y los argumentos no están relacionados con lo divino, sino con lo humano. Si un día no murmuramos ni argumentamos, ese día somos las personas más santas. El hecho es que murmuramos en casi todo. Los esposos expresan sus murmuraciones a sus esposas; las esposas a sus esposos, y los niños a sus padres. Algunas veces expresamos nuestras murmuraciones a las ventanas o aun a la cama. Pablo dijo que si vivimos a Cristo, debemos hacerlo todo sin murmuraciones y argumentos. Ésta es la humanidad óptima. Cuando considero mi propia experiencia al respecto, me doy cuenta de que soy igual a los demás; no puedo hacer las cosas sin murmuraciones y argumentos. Sólo Jesús puede hacer esto.

  Filipenses 1:19 dice: “Porque sé que por vuestra petición y la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi salvación”. La abundante suministración del Espíritu de Jesucristo puede salvarnos de nuestras murmuraciones y argumentos. Nuestra vida conyugal y nuestra vida familiar están llenas de murmuraciones y argumentos. Sólo Jesús puede vivir una vida libre de murmuraciones y argumentos. Nosotros no podemos porque no somos Jesús. Ésta es la razón por la cual necesitamos que Dios se imparta, poco a poco, en nuestro ser. Aquellos que me conocen bien pueden atestiguar que hoy mis murmuraciones se han reducido notablemente en comparación con las de hace veinte años. Esto se debe a que he recibido más impartir de Cristo.

  Ser conformado a la imagen del Hijo primogénito de Dios es ser conformado a Aquel que es tanto divino como humano. Como cristianos que somos, debemos expresar a Dios en Su divinidad y, al mismo tiempo, también debemos expresar al hombre con la debida humanidad. Somos Dios-hombres. Como tales, siempre debemos ser mansos y humildes. Esto no está relacionado con la divinidad de Dios porque Dios no necesita ser manso y humilde. Por otro lado, algunas veces debemos expresar a Dios en Su divinidad. Es posible que nos ofendan a lo sumo y, aun así, no los odiaremos, sino que los seguiremos amando a pesar de todo. Esto no es algo humano; es algo divino. Este amor no corresponde al nivel humano, sino al nivel divino. Podemos hacer y expresar cosas que nadie más puede porque tenemos por dentro la impartición divina de Dios. Podemos perdonar y olvidar. Sólo Dios puede perdonar y olvidar (He. 8:12); los seres humanos no pueden. Cuando nosotros los seres humanos perdonamos a otros, siempre recordamos la ofensa; no perdonamos al olvidar. Sin embargo, cuando Dios perdona, Él olvida. Nosotros estamos bajo la impartición divina de Dios. Gracias a esta impartición, podemos perdonar como Él lo hace. Cuando perdonamos, olvidamos. Esto no es una virtud humana; es un atributo divino.

  Primero, debemos ser conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios en Su divinidad. Luego, debemos ser conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios en Su humanidad resucitada, para expresar las virtudes del hombre elevado que están en la resurrección de Cristo. Por una parte, expresamos los atributos divinos y, por otra, expresamos las virtudes humanas. Ambas están en la resurrección. Cristo es el Hijo unigénito de Dios y el Hijo primogénito de Dios, y es así que Él puede ser nuestra porción en resurrección. Después que Él resucitó, nosotros recibimos al Cristo resucitado con Su divinidad y también con Su humanidad. Por consiguiente, hoy en día podemos expresar tanto Su divinidad como Su humanidad en resurrección.

B. Al impartir el elemento del Cristo resucitado, el Hijo primogénito de Dios, en los creyentes transformados para su conformación

  Dios conforma a los creyentes transformados a la imagen de Su Hijo primogénito al impartir el elemento del Cristo resucitado, el Hijo primogénito de Dios, en los creyentes para su conformación. Debemos ser conscientes de que todo el día, desde la mañana hasta la noche, Dios obra en nosotros impartiéndonos el elemento del Cristo resucitado. Todos los días el Cristo resucitado es añadido a nuestro ser. Es por esto que Él llegó a ser el Espíritu vivificante. Como Espíritu vivificante en nosotros, Él se imparte en nosotros continuamente en Su elemento resucitado.

1. Al tomar los creyentes al Cristo resucitado, el modelo de un Dios-hombre, tanto en Su humanidad como en Su divinidad

  El elemento del Cristo resucitado es impartido en los creyentes transformados para que sean conformados al tomar ellos al Cristo resucitado, el modelo de un Dios-hombre, tanto en Su divinidad como en Su humanidad. Dios se imparte, y nosotros tenemos que responder tomando al Cristo resucitado, Aquel que es el modelo de un Dios-hombre, de uno que es tanto divino como humano, recibiéndole en Su humanidad y en Su divinidad.

2. Al ser conformados a Su muerte en el poder de Su resurrección

  Ahora estamos en la resurrección de Cristo. La resurrección es un poder; nos reviste de poder para que seamos conformados a la muerte de Cristo (Fil. 3:10). Todos los días el Cristo resucitado se imparte en nosotros para producir una sola cosa, ésta es, conformarnos a Su muerte.

  Si alguien, como por ejemplo nuestra esposa, nuestra madre o nuestro compañero, nos maltrata, debemos reaccionar conformándonos a la muerte de Cristo. Si alguien nos maltrata y perdemos la paciencia, indiscutiblemente esto no es ser conformados a la muerte de Cristo. En cualquier cosa que nos acontezca, debemos mantener la actitud de que somos personas muertas. Un muerto no reacciona a nada. Esto es ser conformados a la muerte de Cristo.

  Cuando Jesús estaba frente a los gobernantes judíos y los gobernantes romanos, Él fue desafiado y acusado, pero no reaccionó ni profirió palabra (Mt. 26:59-63a; 27:12-14). Ésa era la imagen, la forma, de Su muerte. Nosotros somos Sus imitadores y recibimos Su impartir. Él ahora se está impartiendo en nuestro ser; sin embargo, nuestro entorno no nos ayuda. Todo lo que nos rodea nos impacienta y nos estimula a reaccionar. En tal situación debemos ser conformados a la muerte de Cristo. Nadie puede hacer esto, excepto el Cristo resucitado. Él está en nosotros, y el Cristo resucitado en nosotros es el poder de resurrección. Él nos reviste de poder para que seamos conformados a Su muerte. Él vive en nosotros, y nos ayuda a ser conformados a Su muerte. Así que, finalmente, no reaccionamos a nada de lo que nos rodea. Somos conformados a la muerte de Cristo no por nuestra capacidad ni habilidad, sino por Él en resurrección como nuestra capacidad.

  Pablo dijo que todo lo podía en Aquel que lo revestía de poder (Fil. 4:13). Allí “todo” incluye todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre, todo lo excelente y digno de alabanza (v. 8). Podemos hacer estas cosas, no en nosotros mismos, sino en Aquel que nos reviste de poder. Esto es ser revestidos de poder por el Cristo resucitado para ser conformados a Su muerte. Finalmente, seremos conformados a Él como Hijo primogénito de Dios, quien tiene dos naturalezas, la divina y la humana.

3. Con miras al premio de la superresurrección: la resurrección sobresaliente, la resurrección extra

  En Filipenses 3:11 Pablo dijo que él procuraba alcanzar el premio de la superresurrección: la resurrección sobresaliente, la resurrección extra. Si nosotros somos conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios, se nos dará un premio, una recompensa: participaremos en la superresurrección de los muertos, que es la resurrección extra. Todos los creyentes que mueran en Cristo tendrán parte, de modo general, en la resurrección de los muertos cuando el Señor regrese (1 Ts. 4:16; 1 Co. 15:52). Pero los santos vencedores disfrutarán una porción extra, una porción sobresaliente, de esa resurrección.

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