
Lectura bíblica: Mt. 28:18-20; Lc. 14:26-27, 33; Mt. 7:21-23
La Palabra de Dios revela que Él le ha dado el reino, la autoridad y la gloria a Su Hijo. El Hijo de Dios, el Señor Jesús, ha hecho todo lo relacionado con recibir el reino y ejercer la autoridad. Ahora sólo una cosa falta: no hay suficientes personas en la tierra que estén dispuestas a someterse a Su autoridad. Así que, Él nos salva por medio del evangelio con el fin de hacernos Su reino. Sin embargo, este concepto, este pensamiento, no ha prevalecido en la iglesia en el pasado. Son muy pocos los que han tenido el concepto de que son salvos para ser el reino del Señor. Por esta razón, el Señor no ha podido establecer Su reino en la tierra.
Por deducción lógica, puesto que toda autoridad en el cielo y en la tierra le ha sido dada al Señor (Mt. 28:18), Él debería reinar. Sin embargo, las personas en la tierra se rebelan contra Él; son pocos los que se someten a Su autoridad. Ésta es la razón por la cual el Señor envió a Sus discípulos a predicar el evangelio en toda la tierra y hacer discípulos a todas las naciones (v. 19).
Mateo 28 claramente dice que la meta del evangelio es hacernos los discípulos del Señor. Toda autoridad en el cielo y en la tierra le ha sido dada al Señor, y el Señor nos ha enviado a predicar el evangelio para que hagamos discípulos a todas las naciones. El significado de la palabra discípulo es diferente del significado de la palabra creyente. El énfasis de la palabra creyente es creer en el Señor. Cuando una persona cree en el Señor, ella llega a ser un creyente. Podríamos decir que una vez que una persona cree, todos los problemas son resueltos, y ella llega a ser un creyente. La palabra discípulo en griego tiene el sentido enfático de ser adiestrado y guiado. Por lo tanto, un discípulo es alguien que ha sido adiestrado, gobernado y disciplinado. En otras palabras, es alguien que ha sido disciplinado por la autoridad y que se somete a la autoridad.
Cuando nosotros creemos en el Señor, llegamos a ser creyentes. Sin embargo, el Evangelio de Mateo dice que el propósito de creer en el Señor es que lleguemos a ser Sus discípulos. Por un lado, la Biblia revela que el evangelio es el evangelio de la gracia, cuya finalidad es que lleguemos a ser creyentes por medio de la fe; por otro, la Biblia dice que el evangelio es el evangelio del reino, cuyo objetivo es que lleguemos a ser los discípulos del Señor, aquellos que son adiestrados, gobernados, disciplinados y tratados minuciosamente por la autoridad del Señor. Según el evangelio de la gracia, Dios se complace en darnos gratuitamente la gracia, y nosotros podemos recibirla simplemente creyendo. Sin embargo, este evangelio es también el evangelio del reino, mediante el cual Dios desea someternos al gobierno de la autoridad celestial de modo que lleguemos a ser Su reino, aquellos que son gobernados por la autoridad de Dios.
Mateo nos revela el evangelio del reino (24:14). El capítulo 28 dice que toda autoridad en el cielo y en la tierra le ha sido dada al Señor (v. 18). El Señor desea gobernar y reinar, pero son pocos en la tierra los que están dispuestos a ser gobernados por Él. Por esta razón, Él envió a Sus discípulos a que predicaran el evangelio del reino. En Mateo el evangelio es llamado el evangelio del reino. El evangelio que el Señor mandó a Sus discípulos a predicar es el evangelio del reino, el cual consiste en traer personas a Él y hacerlas discípulos, a fin de que sean guiadas, adiestradas, enseñadas, tratadas minuciosamente y gobernadas por Él en Su reino. Esto es lo que significa ser un discípulo.
Ser un creyente hoy en día es más bien sencillo y fácil, pero no es igual de sencillo ser un discípulo. Lucas 14 narra que cuando muchos vinieron a seguir al Señor Jesús, Él les dijo que si alguno no aborrece a su padre y madre, su mujer, sus hijos, y sus hermanos y hermanas, y aun la vida de su alma, no puede ser Su discípulo (v. 26). El Señor no dijo que tal persona es indigna de ser Su discípulo, sino que no puede ser Su discípulo. Ser un creyente es algo sencillo, mas ser un discípulo no lo es. A fin de ser discípulos, no sólo tenemos que amar al Señor sobre todas las cosas, sino también aborrecer todo lo que no sea el Señor. No sólo tenemos que darle al Señor la posición más elevada, sino también la única posición.
En Lucas 14:27 el Señor también dijo que el que no lleva su propia cruz y viene en pos de Él, no puede ser Su discípulo. En Lucas 14 el Señor dijo la frase no puede ser Mi discípulo tres veces (vs. 26, 27, 33). En el último caso dijo: “Así, pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser Mi discípulo”. Ser un creyente es sencillo. Una vez que oramos, confesamos, nos arrepentimos, creemos y recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador, somos creyentes, personas salvas. Sin embargo, no es suficiente simplemente ser un creyente. Todo creyente debe también ser un discípulo, alguien que es adiestrado, gobernado, guiado, disciplinado y tratado minuciosamente por el reino del Señor. Debido a que el Señor desea que estemos en Su reino y que seamos adiestrados bajo Su autoridad, después que llegamos a ser creyentes, debemos aprender a someternos a Su autoridad a fin de llegar a ser Sus discípulos.
Todas las personas del mundo son creadas por Dios y gobernadas por Él. Ahora Dios le ha dado el reino, la autoridad y la gloria a Su Hijo, lo ha hecho Rey, lo ha ungido para que sea el Cristo, y le ha dado toda autoridad para que Él reciba el reino y gobierne y reine. Eso es lo que Dios hizo y declaró al universo en la resurrección y ascensión del Señor Jesús. Pero ¿cómo reaccionó el mundo? ¿Qué clase de respuesta le dio?
La historia de la humanidad en los pasados dos mil años se describe muy bien en una sola frase en Lucas 19. El Señor Jesús reveló en una parábola que cuando Él resucitase de los muertos y fuese a recibir el reino, las personas de la tierra declararían: “No queremos que éste reine sobre nosotros” (v. 14). En los pasados dos mil años, en toda la historia mundial con todas las experiencias de la humanidad, los hombres han declarado continuamente: “No queremos que Jesús sea nuestro Rey; nosotros queremos ser los reyes. No queremos entregarle el gobierno a Él; queremos conservarlo en nuestras manos. Queremos actuar según nuestra propia voluntad; no queremos ser gobernados ni restringidos por Él. No reconocemos en absoluto Su derecho sobre nosotros; nos pertenecemos a nosotros mismos. Tenemos nuestros reinos, y somos los reyes. Tenemos la última palabra en todo. Actuamos como bien nos place. Tenemos nuestro propio gobierno soberano. No queremos que este Jesús sea nuestro Rey”. Ésta es la actitud de la gente del mundo hasta el día de hoy. Entre miles de personas es difícil encontrar a alguien que sea gobernado por el Señor Jesús. Esto no sólo sucede entre los incrédulos, sino que incluso entre los creyentes es difícil encontrar a alguien que sea gobernado por el Señor.
A muchos cristianos les gusta preguntar: “¿No me está permitido hacer eso? ¿Eso me está prohibido? ¿Por qué no debo ver películas? ¿Por qué no debo fumar? Yo simplemente estoy comiendo, bebiendo, divirtiéndome y entreteniéndome con mis amigos. ¿Eso qué tiene de malo? Esas cosas no son inmorales, ¿por qué no deben hacerlas los cristianos?”. Pareciera que adondequiera que vamos, escuchamos esa clase de preguntas. En realidad, después que una persona es salva y regenerada, y de ese modo llega a ser cristiana, la pregunta no debe ser si algo es moral o inmoral, ni si está bien hacer ciertas cosas, sino si somos gobernados por el Señor.
Como discípulos del Señor, no debemos preguntar: “¿Por qué no debemos hacer eso?”; más bien, debemos preguntar: “¿Desea el Señor que yo haga esto? ¿Soy gobernado por el Señor al hacer esto? ¿Estoy bajo la autoridad de Dios respecto a este asunto?”. Ser cristiano no tiene que ver con ser moral, sino con ser gobernado; no se trata de hacer el bien, sino de permitir que el Señor reine. A veces no debemos hacer ni siquiera cosas buenas. Si hacemos algo bueno sin el permiso del Señor, ello muestra que aún no estamos sujetos a Su autoridad.
Las personas del mundo hoy se rebelan contra Dios no sólo al pecar y al cometer maldades, sino también al hacer lo bueno, porque hacen lo bueno por su propia iniciativa. Ellos creen que por el sólo hecho de que son capaces de hacer lo bueno y tienen una libre voluntad, un deseo y un corazón bueno y compasivo, pueden hacerlo. Esto es algo que está completamente bajo su control; no es necesario que Jesús interfiera en ello. Ellos tienen la última palabra. Desean hacer lo bueno, dar limosna, ayudar a otros y ser personas virtuosas. Eso es completamente su derecho y determinación, y no tiene nada que ver con Jesús. Al manifestar esta actitud, aun mientras hacen lo bueno, en realidad están rebelándose contra Dios, porque en sus buenas obras Dios no tiene parte alguna, ni ellos están bajo el gobierno de Dios.
Como discípulos del Señor que somos, no debemos tener esta actitud. En vez de ello, debemos tener claro que a lo que el Señor más presta atención no es que hagamos lo bueno, sino que al ser salvos seamos puestos bajo Su autoridad y gobierno. En el pasado nos rebelábamos contra Él al cometer maldades, pero nuestras buenas obras también estaban en rebelión contra Él, porque no reconocíamos Su autoridad. Ahora, debido a que nos hemos arrepentido y sometido a Él, no debemos tomar el bien y el mal, ni la moralidad, como nuestra norma. En vez de ello, debemos vivir bajo Su autoridad y gobierno. Si Él nos lo prohíbe, debemos abstenernos de hacer no sólo cosas malas, sino también cosas buenas. Debemos ser restringidos por Él y aceptar Su gobierno.
Debido a que somos gobernados por el Señor, en nuestra vida diaria no debemos hacer cosas tales como enojarnos ni reprender airadamente a otros; además, cuando deseemos hablar positivamente de otros, alabarlos, mostrarles nuestro agrado, o incluso amarlos, no debemos ser descuidados, sino consultar con el Señor. Si Él no quiere que le mostremos amor a alguien, no debemos atrevernos a hacerlo. Si le mostramos amor a alguien cuando el Señor no quiere que lo hagamos, somos rebeldes. No debemos pensar que puesto que amar a otros es algo bueno y no tiene nada de malo, podemos mostrar nuestro amor libremente como nos parezca, sin tener en cuenta el sentir del Señor ni Su autoridad como Rey. Debemos recordar que esto es desobediencia; es rebelión y es conducirnos sin restricción.
Si un hermano o una hermana tiene esta actitud e intención, tarde o temprano esta persona se volverá más osada e insumisa delante del Señor, y como resultado, vendrán muchos problemas. Esta actitud insumisa empieza con querer hacer el bien y amar a otros. La insumisión que empieza con el amor traerá una insumisión de odio. Si el amor de una persona no es restringido, gobernado y puesto bajo la autoridad y el reinado del Señor, ella se volverá cada vez más insumisa en lo que se refiere al amor. Finalmente, también en la cuestión del odio, se volverá insumisa, pues no permitirá que el Señor la restrinja.
El Señor dijo en Mateo 7: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchas obras poderosas?” (v. 22). Profetizar es bueno, echar fuera demonios es bueno y hacer obras poderosas también es bueno. Sin embargo, en respuesta a los que hicieron cosas buenas en Su nombre, el Señor dijo: “Les declararé: Nunca os conocí; apartaos de Mí, hacedores de iniquidad” (v. 23). El Señor llamó a estas personas “hacedores de iniquidad”. Los que profetizaron, echaron fuera demonios e hicieron obras poderosas eran obreros de iniquidad. La palabra griega traducida “iniquidad” indica que ellos hacían las cosas sin que el Señor les mandara hacerlas. Su labor de profetizar, de echar fuera demonios y de hacer obras poderosas no fue lo que el Señor les mandó hacer, pero ellos de todos modos hicieron tales cosas. Aunque las hicieron bien, lo que ellos hicieron fue iniquidad. Aunque hicieron cosas buenas, las hicieron fuera de la restricción del Señor. Aunque hicieron cosas buenas, no estaban sujetos a la autoridad del Señor. Por lo tanto, aunque hicieron algo bueno, fueron rebeles contra el Señor. Esto es iniquidad.
Todos los padres sabemos de este tipo de situación. A veces un niño hace algo bueno, pero lo hace en desobediencia. Aunque hace algo bueno, no está sujeto a la restricción de sus padres. Su actitud, espíritu y expresión es de rebeldía contra sus padres. Tal vez les diga a sus padres: “¿No quieres que haga eso? Yo pienso que es muy bueno y he decidido hacerlo”. Quizás se trate de algo muy bueno, pero los padres no quieren que el hijo lo haga. Sin embargo, él no se somete a su autoridad, a su restricción, e insiste en hacerlo. Para sus padres él es un hijo rebelde, no en las cosas malas que hace, sino en las cosas buenas.
A menudo nos encontramos en esta situación delante del Señor. Algunos dicen que sirven al Señor, pero no son restringidos por el Señor, no están sujetos a Su autoridad ni son gobernados por Él. Aparentemente, sirven al Señor, pero en realidad no están en el reino del Señor ni bajo Su gobierno, y la autoridad del Señor no tiene cabida en ellos. Un día personas como éstas dirán: “Señor, echamos fuera demonios, profetizamos e hicimos obras poderosas en Tu nombre”, y el Señor les dirá: “Nunca os reconocí o aprobé. Para mí, vuestra obra de profetizar, de echar fuera demonios y de hacer obras poderosas son obras de iniquidad. Vosotros sois hacedores de iniquidad”.
Quizás algunos pregunten por qué hacer cosas buenas es iniquidad. Podemos usar un ejemplo para responder a esta pregunta. En un internado los estudiantes viven en un dormitorio. Según las reglas de la escuela, todos deben apagar las luces e irse a acostar a cierta hora. Supongamos que un estudiante es muy diligente y se queda estudiando con las luces prendidas hasta después del tiempo permitido. Esto es iniquidad. Es negarse a guardar la regla, a ser restringido y a someterse a la autoridad de la escuela. Este estudiante quizás cubra la puerta y las ventanas con cortinas negras y estudie secretamente con las luces prendidas en su cuarto. Él no está jugando a las cartas, apostando, contando chismes ni haciendo tonterías; en vez de ello, está estudiando diligentemente. Ser diligente en el estudio es algo bueno. Sin embargo, es en esta buena acción que él no es restringido. Para la escuela él es una persona ingobernable porque viola las reglas de la escuela y hace caso omiso de la autoridad de la escuela. Aunque este ejemplo no es perfecto, más o menos nos muestra cómo el hacer cosas buenas puede ser iniquidad.
A veces cuando los hermanos y hermanas han sido animados, predican fervorosamente el evangelio y laboran para el Señor. A veces tienen tanto celo que no les importa la voluntad de Dios ni Su autoridad; simplemente se proponen predicar el evangelio. Esta clase de celo es insumiso porque no tiene en cuenta al Señor. Los hermanos y hermanas no tienen en cuenta la voluntad del Señor ni tampoco la autoridad y gobierno del Señor. Quizá se justifiquen diciendo: “¿Acaso tiene algo de malo que prediquemos el evangelio?”. Alguien puede exhortarlos, diciendo: “Hermanos, debido a ciertas razones, quizás por ahora ustedes no deben predicar el evangelio”. Pero ellos dirán: “¿Y qué tiene de malo que prediquemos el evangelio? Obviamente es algo bueno que prediquemos el evangelio”. Es cierto que predicar el evangelio es algo bueno, pero aun así debemos predicar el evangelio bajo el gobierno del Señor y Su adiestramiento. En la cuestión de predicar el evangelio, debemos considerar lo siguiente: ¿Me estoy permitiendo hacer lo que me place, o estoy permitiendo que el Señor me restrinja? ¿Estoy haciendo esto bajo la autoridad del Señor o basado en mi celo? Vivir y servir al Señor de la manera apropiada no es simplemente una cuestión de bueno o malo, correcto o incorrecto, sino más bien de si estamos sometidos a la autoridad.
En los años pasados ha habido muchos que hicieron cosas buenas y sirvieron al Señor, pero fueron insumisos. Razonaban de esta manera: “Mientras se trate de algo bueno, podemos hacerlo”. Sin embargo, como discípulos del Señor hoy, no debemos preguntar simplemente si algo es bueno o malo, correcto o incorrecto. En vez de ello, debemos preguntarnos: “¿Hago esto debido a que el Señor me gobierna interiormente? ¿Hago esto porque el Señor me ha mandado hacerlo? Cuando hago esto, ¿soy restringido por el Señor? ¿Hago esto en sumisión a la autoridad del Señor? En mi concepto, ¿estoy a favor de la moralidad o del reino? ¿Deseo expresar mi bondad y buenas obras o la autoridad, gobierno y reinado del Señor?”. Esto es lo que debemos preguntarnos.
Hoy en día como personas salvas que somos, no sólo debemos ser creyentes, sino también los discípulos del Señor. Debemos ser un antitestimonio en la tierra. La manera en que la gente del mundo vive hoy en día declara que no quieren que el Señor reine sobre ellos; sin embargo, nosotros debemos ser un antitestimonio, en el sentido de se exprese en nuestro vivir que nosotros permitimos que el Señor reine, que nos sometemos a Su autoridad, y que somos completamente gobernados por Él. Debido a que permitimos que Él reine sobre nosotros, nos gobierne y nos restrinja, y nosotros nos sometemos a Su autoridad, no podemos hacer muchas cosas que otros hacen.
Muchas personas en su vida diaria, en su manera de vestir, en lo que comen y beben, en la manera en que afrontan las situaciones, en la manera en que gastan su dinero, así como en sus actitudes y modo de hablar, declaran que no quieren que el Señor Jesús reine sobre ellos. Sin embargo, nosotros, como discípulos del Señor, debemos declarar que permitimos que Jesús reine sobre nosotros y que nos sometemos a Su autoridad en todas las cosas, sean grandes o pequeñas, como por ejemplo, en nuestros motivos e intenciones, en nuestro modo de hablar y actitudes, en nuestro modo de gastar el dinero, en la manera en que nos vestimos, en la manera en que llevamos nuestra vida diaria y en la manera en que nos relacionamos con nuestros parientes y amigos. La gente del mundo se viste y se arreglan como más les gusta; esto es un indicio de rebeldía. No debemos vivir de esta manera. Debemos ser restringidos y gobernados por el Señor. Él es nuestro Rey, y nosotros no debemos ser negligentes ni insumisos. No debemos ser descuidados en nuestra apariencia ni en nuestro modo de vestir, pues el Señor no nos permite ser descuidados. Las personas del mundo actúan y se conducen como bien le place; hablan y se arreglan según su preferencia, lo cual indica claramente que ellas mismas son el señor y rey. Sin embargo, nosotros no debemos seguir las costumbres de la gente del mundo ni amoldarnos a este siglo. Debemos ser un antitestimonio. Nuestra vida diaria, nuestro vivir y nuestra conducta en la tierra, e incluso nuestra actitud, deben ser una expresión y declaración al mundo de que somos gobernados por el Señor Jesús, que somos Su reino y que estamos sujetos a Su autoridad. Esto es lo que significa ser los discípulos del Señor.
Una vez alguien me dijo muy seriamente: “Un hermano habló desde el podio acerca del maquillaje de las hermanas. Sus palabras fueron muy francas y nada apropiadas. Él dijo que el maquillaje hace que las hermanas parezcan demonios y monstruos. Después de escuchar esto, algunas hermanas se enojaron muchísimo. Me presentaron sus quejas, y me preguntaron si simplemente usar un poco de maquillaje las hacía menos espirituales. ¿Acaso no está permitido que simplemente arreglen su apariencia y se pongan un poco de lápiz labial?”. El hermano que me dijo esto era un caballero que había recibido una elevada educación. Él dijo: “Hermano Lee, creo que esta manera de hablar es innecesaria y excesiva. El que las hermanas usen un poco de maquillaje no es inmoral ni vergonzoso ante Señor. Lo único que ellas desean es verse más bonitas. No están robando a otros ni tienen problemas de mal genio. ¿Qué tiene de malo que se maquillen?”. Él me pidió que les dijera a los hermanos que no dieran esa clase de mensajes, sino que dijeran que está bien que las hermanas usen un poco de maquillaje. Él pensaba que usar un poco de maquillaje no era algo inmoral, pecaminoso ni vergonzoso delante del Señor.
Después de escuchar sus palabras, le dije que yo podía decirles eso a los hermanos; pero que si lo hiciera, no serviría de nada. Si les pidiera decir que está bien que las hermanas se maquillen un poco, algunas hermanas dirían: “¡Aleluya! He ahí un orador que dice que podemos maquillarnos. Ese hermano tiene un criterio amplio y tiene más gracia que nuestros padres. Nuestros padres nos reprenden todos los días y no nos permiten maquillarnos ni vestirnos de cierta manera. Ahora un hermano responsable dice que podemos usar un poco de maquillaje. ¡Eso es maravilloso!”. Pero ciertamente habría otro grupo de hermanas que no se maquillarían en absoluto. El hermano me preguntó: “¿Por qué razón?”. Le contesté: “¿Cuál es la experiencia de nuestra salvación? ¿Cuál es su significado?”. Él dijo: “Ser salvo significa ser perdonados de nuestros pecados y recibir al Señor en nosotros para obtener Su vida”. Le dije: “Su respuesta es maravillosa. Incluso si yo les digo a las hermanas que no importa si ellas se maquillan un poco, el Señor Jesús en ellas les dirá: ‘No es así; sí importa’. Es posible que yo hable descuidadamente acerca de esto, pero si las hermanas realmente han sido salvas, el Señor, quien las gobierna interiormente, no se comportará descuidadamente”. No se trata de dar cierta enseñanza o instrucción. Todos los que han sido adiestrados por el Señor en cuanto a la vida, saben cuán importante es Su restricción interna.
No mucho después de ser salvos, aunque quizás no llegamos a escuchar muchos mensajes sobre el reino, a menudo sentimos cierta clase de restricción en nuestra experiencia. En 1942 en el lugar donde yo laboraba en el norte de China, había una joven que tenía un carácter muy fuerte. Su hogar estaba en Chifú, pero ella asistía a una universidad en Shanghái. Ese año ella regresó de Shanghái durante las vacaciones de verano. En aquellos días la iglesia en mi localidad fue muy bendecida con la presencia del Señor. Su madre y sus primas habían llegado a ser hermanas entre nosotros. Ellas la invitaron a que viniera a nuestras reuniones. Durante esa semana estábamos teniendo reuniones del evangelio, y había un gran número de asistentes. Una noche mientras estaba en el podio, noté a alguien que se destacaba entre los demás. En esos días casi todas las mujeres que venían a escuchar el evangelio tenían peinados similares, pero había alguien cuyo peinado era como una torre elevada; era esta joven. En aquella época se había puesto de moda entre las mujeres cierto peinado, pero la mayoría de ellas todavía conservaba su cabello bajito. Así que, esta joven era la única que tenía una torre elevada en su cabeza, y por eso de inmediato llamaba la atención.
Mientras predicaba el evangelio en la reunión, temía mirarla, porque se veía muy peculiar, y su apariencia física era una distracción para el evangelio. Ella vino a escuchar el evangelio el primer día y también el segundo. Cuando ella vino el tercer día, la capa más elevada de su “torre” había desaparecido. Esto se convirtió en el tema de conversación de la gente. Debido a que su anterior apariencia era extraña y fuera de lo común, naturalmente su “torre” derribada atrajo la atención de la gente. Más tarde, le pregunté a su prima por qué su “torre” había desaparecido, y me enteré de que era porque había creído en el Señor. Entonces a propósito le pregunté a su prima: “Creer en el Señor y la salvación son experiencias internas; ¿por qué habría de cambiar algo externo de ella?”. Su prima contestó: “No sabemos lo que le ha ocurrido, y no nos atrevemos a preguntarle, pues ella es una persona de un carácter muy fuerte”.
Poco después de esas reuniones del evangelio ella llegó a ser una hermana en la vida de iglesia. Cuando la vi de cerca, noté que todo su maquillaje había desaparecido. Algún tiempo después también su ropa cambió. Sus parientes y sus amigos me contaron: “Todo ha cambiado. Ella se deshizo de toda su ropa del pasado. Ella compró nuevas telas y se buscó sastres que le confeccionaran nueva ropa”. Entonces pregunté por qué ella había experimentado ese cambio. Ninguno de los hermanos que daban mensajes había tocado el tema de la apariencia física. En nuestras reuniones del evangelio, en ningún momento se mencionó nada acerca de su peinado. ¿Por qué ella había mostrado ese cambio?
Seis meses después, en 1943, hubo un avivamiento muy prevaleciente. Todos se pusieron en pie uno a uno en la reunión para dar su testimonio y consagrarse al Señor. Al comienzo de una de las reuniones, esta hermana se puso en pie. Después que se puso en pie, ella dijo: “Yo soy un hijo pródigo que ha regresado a la casa del Padre”. Antes de haber terminado de decir esto, empezó a llorar. Todos los asistentes también empezaron a llorar, y nadie dijo nada. Ella permaneció de pie, secándose las lágrimas y testificando de cómo fue salva, cómo cambió, cómo se deshizo de todas sus pertenencias y cómo el Señor estaba obrando en ella ahora. En mi interior adoré al Señor de todo corazón. Éste es el evangelio, ésta es la salvación, ésta es la iglesia y esto es lo que significa ser un cristiano. Nadie le había dado enseñanzas externas, pero ella tenía el reinado y gobierno del Señor interiormente. Fue el Señor quien le exigió cambiar su apariencia física. Éste es el reino del Señor.
Yo le pregunté al hermano que había cuestionado la palabra severa acerca del maquillaje: “¿Cree usted que todos los hermanos y hermanas me escuchan a mí? ¿Las hermanas arreglarían su cabello como una torre simplemente porque yo les digo que lo hagan? ¿Dejarían su torre simplemente porque yo les mando que lo hagan? Por supuesto que no. Ello depende enteramente de que el Señor Jesús reine en ellas. Tal vez usted no le permita reinar, y tal vez yo no le permita reinar; pero entre todos los que son salvos, debe haber algunos que sí le permitirán reinar”. Los que le permiten reinar son Sus discípulos que son adiestrados, enseñados, disciplinados y regidos por Él en Su reino. Ellos están sujetos a Su autoridad. Su vivir, andar y conducta declaran: “Jesús es mi Rey, Cristo es mi autoridad. Yo soy Su reino y estoy sujeto a Su autoridad. Otros tal vez hagan ciertas cosas, pero yo no. Tal vez a ellos se les permita hacer ciertas cosas, pero no a mí. Tal vez hagan lo que les place, pero yo no puedo, porque hay una autoridad, un trono y un reino en mí. Hay una esfera celestial, un Rey entronizado y Aquel que me gobierna interiormente”. Eso es lo que significa ser un cristiano, un discípulo, y ésta es la realidad del reino.
Hoy en día debemos llevar una vida que es un antitestimonio para el mundo. No sólo debemos ir en contra de la corriente del mundo, sino también en contra de la condición mundana y degradada de todo el cristianismo. Las personas del mundo no permiten que el Señor reine sobre ellas, ni tampoco la mayor parte del cristianismo. Sin embargo, nosotros los que hemos sido salvos debemos ser un antitestimonio en la tierra y permitir que el Señor Jesús sea nuestro Rey y gobierne y reine sobre nosotros. Debemos reconocer Su autoridad y estar bajo Su gobierno en las cosas grandes y pequeñas de nuestro vivir. Aunque el mundo se rebela contra Él y rechaza Su reinado, nosotros tenemos que ser capaces de decir: “Señor, ven a nosotros, reina sobre nosotros y reina en nosotros. Nos sometemos a Tu trono”. De ese modo, seremos bendecidos, pues el reino será nuestro.
Más aún, nuestro vivir, andar y conducta deben influir en otros para que se sujeten a Cristo. Si todos vivimos bajo el gobierno y reinado del Señor, será difícil que otros no se vean influidos por nosotros después de haber pasado un tiempo con nosotros. Si ellos están con nosotros por algún tiempo, ellos recibirán influencia de parte de nosotros para sujetarse a la autoridad del Señor Jesús. Sean creyentes o no, recibirán influencia de parte de nosotros para someterse a la autoridad del Señor.
Lamentablemente, hay muchos cristianos con quienes otros cristianos no deben juntarse, porque después de estar algún tiempo con ellos se volverán descuidados e insumisos. La razón es que estos cristianos llevan una vida descuidada sin la restricción y gobierno del Señor. De ahí que cuando las personas tienen contacto con ellos, naturalmente son influenciadas a volverse descuidadas e insumisas. Esta clase de cristianos por lo general dicen: “No es difícil ser cristiano. Yo fui bautizado hace más de veinte años, pero todavía voy al cine y tengo alguna forma de entretenimiento cada semana. No necesitamos ser tan restringidos para ser cristianos; sólo tenemos que asegurarnos de no hacer cosas malas”. En realidad, numerosos creyentes son así. Cuando algunas hermanas mayores ven el cambio en la forma de vestir de una joven que es gobernada por el Señor, ellas al principio se sienten muy tímidas como para decirles algo. Pero después de un tiempo, no se aguantan y dicen: “¿El Señor quiere que te vistas como una vieja? ¿Por qué necesitas vestirte así? Los jóvenes deben verse como jóvenes y ser más alegres. Nosotros no somos personas del campo. Puesto que vivimos en una gran urbe metropolitana, ¿realmente importa si mejoramos un poco nuestra apariencia y nos ponemos un poco de maquillaje? Yo he sido cristiana por muchos años y llevo años reuniéndome con la iglesia, y amo al Señor, pero mi manera de vestir me hace ver más joven que tú. ¿Por qué no te vistes como alguien más joven?”.
Debemos entender que estas hermanas mayores en realidad están diciendo: “No queremos que Jesús reine sobre nosotras”. Los que escuchen esas palabras deben ser muy cautelosos. Cuando esa manera de hablar se repite muchas veces, a la postre produce un efecto. Los hermanos y hermanas que son descuidados e insumisos disfrutan de realizar esa clase de obra. Si no consiguen nada la primera vez que le digan esto a una hermana joven, continuarán diciéndole esto una y otra vez hasta que logren cambiar a la hermana, no de mala a buena ni de buena a mala, sino de tener la autoridad del Señor y Su gobierno, a no tener la autoridad del Señor y Su gobierno. Una semilla de corrupción será plantada en el oyente y finalmente crecerá y dará fruto.
Hemos visto a algunos hermanos y hermanas que no han cambiado mucho después de más de veinte años; ellos han estado llevando una vida cristiana superficial. Aparentemente, oran, leen la Biblia y aman al Señor fervorosamente, pero no cambian, conservan la autoridad en sus propias manos, sin permitir que el Señor jamás los toque y gobierne, y nunca aprenden a sujetarse a Su autoridad.
Estos hermanos y hermanas ejercen una influencia negativa sobre los demás, una influencia de rebelión. Debemos guardarnos de esta clase de personas, y debemos guardarnos también de los que se relacionan con ellos. No debemos recibir esta clase de influencia negativa de rebelión. Mientras estemos en la tierra, debemos siempre ejercer una influencia positiva sobre otros, de modo que se sujeten a la autoridad de Cristo y sean gobernados por Él. Cuando las personas hayan estado con nosotros por mucho tiempo, ellas deben llegar a estar bajo la autoridad del Señor y ser Su reino.
Además, si hoy verdaderamente vivimos en el reino y somos los discípulos del Señor, haremos todo lo que podamos y gastaremos todo lo que tenemos para predicar el evangelio, y hacer que las personas estén bajo la autoridad del evangelio y lleguen a ser discípulos del Señor. Mientras tengamos fuerzas y aliento, debemos propagar el nombre del Señor Jesús. Mientras tengamos algunas riquezas materiales y fuerzas, debemos gastarlas en propagar el evangelio a fin de que nuestro Señor sea predicado, miles de personas se acerquen a Él y Su reino sea propagado. Si somos personas que viven en el reino, ciertamente haremos todo cuanto podamos y gastaremos todo cuanto tenemos para la propagación del evangelio. Mientras vivamos en el mundo, no sólo debemos ser un antitestimonio y ejercer una influencia positiva, sino que además debemos hacer todo cuanto podamos y dar todo lo que tenemos para el evangelio, a fin de propagar el reino del Señor.
Hace cincuenta o sesenta años durante la revolución china de 1911, hubo muchos chinos en el extranjero que hicieron todo cuanto pudieron y gastaron todo cuanto tenían, agotando todos sus recursos, para la propagación de la revolución. Finalmente, ellos derrocaron a la Dinastía Manchu y establecieron la república de China. Hoy en día debemos ver que no está bien que las tinieblas reinen y Satanás gobierne. Nuestro Señor debe ser el Rey, el reino debe serle devuelto a Él, y el gobierno debe estar sobre Sus hombros (Is. 9:6). ¿Por cuál medio podemos lograr esto? ¿Debemos usar misiles y cañones? No es así como procedemos, ni tampoco el Señor quiere que usemos esos medios (Jn. 18:36). ¿Qué medio entonces debemos usar? Debemos usar el evangelio. Lo que el Señor desea es que prediquemos el evangelio. Su deseo es que sudemos por el evangelio e incluso derramemos nuestra sangre por el evangelio. Él desea que derramemos todo haciendo todo lo que podamos y gastando todo lo que tenemos por el evangelio.
Espero que muchos jóvenes entre nosotros oren, diciendo: “Señor, estoy dispuesto a dar mi vida por Tu evangelio. Soy una persona salva y soy Tu discípulo. Permitiré que Tú reines, y me sujeto a Tu autoridad. Señor, en esta era de tinieblas deseo ser un antitestimonio, ejercer una influencia positiva sobre otros y dar todo lo que pueda y todo lo que tengo para la propagación de Tu evangelio, a fin de que miles de almas lleguen a estar sujetas a Ti, el glorioso Rey”.
Cuando el Rey de reyes y el Señor de señores regrese en victoria, todos aquellos que hoy le aman, se someten a Su autoridad, viven por Él y dan su todo para la propagación del evangelio entrarán en la gloria incomparable. Un día el Señor vendrá; Él reinará, recibirá Su reino, gobernará y juzgará. Quiera el Señor mostrarnos Su gracia para que hoy le permitamos reinar, seamos Su reino, le dejemos gobernar y le permitamos juzgar, a fin de que ese día podamos reinar con Él y disfrutar de la bendición de Su presencia por la eternidad.