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Mensajes del libro «Los de corazón puro»
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CAPITULO CINCO

CONSAGRARNOS AL SEÑOR

LA CONFESION DE PECADOS, LAS MEDIDAS A TOMAR CON RESPECTO A LOS PECADOS Y NUESTRA CONSAGRACION AL SEÑOR

  Si el cristiano desea crecer en la vida divina, son esenciales dos requisitos: hacer una confesión exhaustiva de sus pecados al Señor y tomar ciertas medidas con respecto a sus pecados. Un tercer requisito, que es igualmente importante, es la consagración; uno debe consagrarse completamente al Señor. Como requisito básico, todo cristiano debe consagrarse al Señor. Después de que una persona recibe la salvación, si desea crecer en vida, deberá confesar sus pecados y tomar ciertas medidas con respecto a ellos. La confesión de pecados se concentra en lo que está en el interior de la persona, mientras que las medidas que se toman con respecto a los pecados se concentran en aquello que es externo a la persona. Confesar nuestros pecados consiste en decirle a Dios en qué condición se encuentra nuestro corazón y confesarle todos aquellos pecados que percibimos interiormente. Tomar medidas con respecto a los pecados es algo que se relaciona con nuestro comportamiento externo; implica tomar medidas que, de manera exhaustiva, afecten todos los aspectos de nuestra vida, de nuestro entorno y de nuestro hogar que no sean del agrado de Dios. Estas son medidas que se toman no sólo delante de Dios, sino también delante de los hombres. La confesión de nuestros pecados internos y las medidas que tomamos con respecto a los pecados cometidos constituyen, en conjunto, una sola experiencia completa en sí misma.

  Sin embargo, después que una persona es salva, si ella confiesa sus pecados delante de Dios y toma medidas con respecto a sus pecados delante de los hombres pero no se consagra a Dios, esta persona aún no ha comenzado a andar en la senda de vida. Tenemos que saber que después de ser salvos, el primer paso siempre incluye la confesión de pecados, las medidas a tomar con respecto a los pecados y la consagración al Señor. De acuerdo con nuestra experiencia, la secuencia en la que ocurren estas tres cosas puede variar. Algunos, primero confiesan sus pecados y luego se consagran al Señor; otros, primero se consagran al Señor y luego toman medidas con respecto a sus pecados. No importa el orden que se siga. Después que una persona sea salva, el primer paso que ella da siempre incluirá estas tres cosas: la confesión exhaustiva de sus pecados ante Dios, las medidas cabales que debe tomar con respecto a sus pecados ante los hombres, y su consagración al Señor. La combinación de estas tres cosas componen una experiencia completa.

  Esto es semejante al desayuno que tomamos. Un desayuno chino completo contiene pan, sopa de arroz y algunos platillos. No importa qué comamos primero, si el arroz o el pan o los platillos. De igual manera, después de su salvación, la primera experiencia de un nuevo creyente debe incluir la confesión de sus pecados a Dios, tomar medidas de manera exhaustiva con respecto a sus pecados para testimonio ante los hombres, y una consagración absoluta al Señor. Estas tres cosas son igualmente necesarias, pero el orden en que ellas se dan no tiene tanta importancia. Realmente no importa si los demás nos exhortan o no nos exhortan a hacer estas tres cosas, puesto que todos los que son salvos y anhelan seguir el camino del Señor no podrán evitar ninguna de ellas. Ante los ojos del Señor, cualquiera que no haya experimentado estas cosas, nunca ha dado un paso hacia adelante. Incluso, si alguno ha experimentado sólo una o dos de estas cosas, pero no ha experimentado la tercera, ante los ojos del Señor sigue sin haber dado un paso completo.

  Debemos pedir al Señor que nos muestre el lugar exacto donde nos encontramos. Independientemente de si tenemos un corazón determinado a seguir el camino del Señor o si apenas hemos hecho una débil decisión al respecto, tenemos que darnos cuenta de que no existen atajos en la senda espiritual. Para salir de nuestra casa, primero debemos pasar por la puerta principal para luego llegar a la cerca; del mismo modo, el camino del Señor tiene sus propias secciones, y no podemos evadir ninguna de ellas. Podemos escuchar mensajes y leer la Biblia, pero si nuestro corazón no anhela seguir el camino de Señor, ningún mensaje nos ayudará y la lectura de la Biblia tampoco nos será de provecho. Los mensajes debieran ser de gran ayuda para la gente y la lectura de la Biblia debiera suministrarles vida, pero si sólo entendemos el camino del Señor y no tenemos un corazón que anhele seguir tal camino, entonces nada nos será de provecho. No debemos ser aquellos que únicamente entienden el camino del Señor, sino que también debemos anhelar seguirlo de todo corazón. No sólo eso, sino que además de tener un corazón que anhela ese camino, debemos, de hecho, comenzar a andar en el mismo. De ser así, todo mensaje que escuchemos nos beneficiará mucho, y cada versículo bíblico que leamos será un suministro para nosotros. Espero que cada uno de nosotros sea una persona que anhele de corazón seguir al Señor y que ande en Su camino.

DIOS REQUIERE QUE EL HOMBRE CREA EN EL Y LE AME

  Por lo tanto, podemos ver que además de confesar nuestros pecados y tomar medidas con respecto a ellos, consagrarnos al Señor es de suma importancia. En toda la Biblia, hay dos asuntos cruciales. El primero es que Dios requiere que el hombre crea en El; y el segundo, que Dios requiere que el hombre le ame. No existe ningún líder de este mundo que exija que los hombres crean en él o le amen. Ni Mohamed ni Confucio exigieron alguna vez que alguien creyera en ellos o los amara. Solamente Jesucristo desea que el hombre crea en El y le ame.

  Desde que el hombre cayó, lo que Dios ha exigido del hombre es, primeramente, fe, y en segundo lugar, amor. ¿Saben lo que significa ser salvos? Ser salvos consiste en volverse a Dios, es decir, creer en Dios y sostener una relación con El. Si una persona no tiene a Dios, está separada de El; independientemente de si esta separación es enorme o pequeña, dicha persona es ajena a Dios y está separada de El. Entonces, ¿cómo nos adherimos a Dios y somos unidos a El? Por medio de la fe. Cuanto más creemos, más nos adherimos a Dios; cuanto más creemos, más somos unidos a Dios y más fuerte se hace nuestro vínculo con El. Son muchos los que dicen que Dios no existe; esto se debe a que han estado usando el órgano equivocado para ponerse en contacto con Dios. Por ejemplo, si usáramos nuestros oídos para procurar escuchar los colores, ciertamente no escucharíamos nada; y si usamos nuestros ojos para ver los olores, ciertamente no veríamos nada. Cuanto más creemos en Dios, más nos percatamos de Su existencia; y cuanto más creemos en El, más percibimos Su presencia. La relación que Dios tiene con el hombre es una relación de fe.

  En segundo lugar, la relación que el hombre tiene con Dios se caracteriza por el amor. Es maravilloso que después de que un hombre cree en Dios, lo que Dios requiere de éste es que le ame. Todo aquel que ha sido salvo, todo aquel que ha creído en Dios, percibe en lo profundo de su ser cuán precioso es el Señor. Si preguntáramos a alguien que adora a Buda cuán precioso es Buda para él, esta persona seguramente nos diría que nunca se le había ocurrido pensar en eso. Si le preguntáramos lo mismo a alguien que cree en el Señor —independientemente de cuánto amor tenga—, responderá que siente algo de amor hacia el Señor; por lo menos, esa persona tiene el deseo de hacer algo para el Señor. Así pues, siempre y cuando una persona sea salva, sin necesidad de que nadie le enseñe, espontáneamente sentirá que el Señor es precioso y querrá amarlo.

TODO EL QUE ES SALVO PERCIBE LO PRECIOSO QUE ES EL SEÑOR

  Si bien es cierto que algunos creyentes no perciben intensamente lo precioso que es el Señor ni tampoco sienten un gran afecto hacia El, aún así, persiste en ellos algo de amor hacia el Señor. Cierta vez visité a un hermano a quien le gustaba jugar a los naipes. Le pregunté: “¿Qué es más precioso para usted: el Señor o los naipes?”. El me contestó: “Externamente, siento que aprecio más los naipes, pero internamente siento que el Señor es más precioso”. De hecho, este hermano sabía que era mejor para él amar al Señor, pero aún así disfrutaba de jugar a los naipes. Así pues, dos cosas contendían por el afecto de esta persona: el Señor competía por dentro, y por fuera, los naipes. Sin embargo, llegará el día en que los naipes perderán esta batalla, y será el Señor quien obtenga la victoria. Tarde o temprano, el poder que está en el interior de esta persona vencerá al poder que está por fuera. Una persona no aborrece el pecado debido a que teme pecar; los cristianos aborrecemos el pecado debido a que el Señor es muy precioso para nosotros y debido a que el amor del Señor está dentro de nosotros.

  Toda persona que es salva, percibe en su interior que el Señor es muy precioso. No es cuestión de “saber”, puesto que el saber se relaciona con nuestra mente; más bien, es cuestión de “sentir”, lo cual se relaciona con nuestra percepción interna. Uno que es salvo no sólo sabe que el Señor es muy precioso, sino que además siente lo precioso que el Señor es para él. Es posible que un cristiano cometa un pecado grave. Por un lado, quizás al pecar él disfrute del placer que esto le pueda proporcionar; pero, por otro lado, no deja de percibir que el Señor es muy precioso. Así pues, el cristiano casi siempre es una paradoja. En casi todos los cristianos existe una diferencia entre lo que ellos son interiormente y lo que manifiestan externamente, y por ende, experimentan una discrepancia entre lo que son por dentro y lo que manifiestan por fuera. Es raro encontrar un cristiano cuyo ser interior esté en armonía con su ser exterior. ¿En qué consiste tener armonía entre lo que somos internamente y lo que somos externamente? Consiste en amar al Señor tanto externa como interiormente. La mayoría de los cristianos, externamente, se aman a sí mismos; pero, internamente, todavía aman al Señor. A algunos, externamente, les gusta vestirse suntuosamente, pero, interiormente, todavía aman al Señor. Hay quienes, de manera externa, aman a sus esposas; pero, internamente, todavía aman al Señor. Hay quienes, de manera externa, aman a sus hijos; pero, internamente, todavía aman al Señor. No hay cristiano que, en mayor o menor medida, no ame al Señor. Por una parte, los cristianos codiciamos las cosas de este mundo, la moda y los vestidos; pero, por otra, sentimos que el Señor es verdaderamente muy precioso.

  Aunque en diversa medida, todo cristiano tiene la percepción de que el Señor es precioso. Esto es lo que motiva su consagración. Después de que hemos sido salvos, el Señor atrae nuestro corazón a Sí mismo una y otra vez, de diversas maneras y por medio de distintos entornos y métodos, de tal manera que habremos de exclamar: “¡Oh Señor! No sólo me amas, sino que verdaderamente eres muy precioso para mí. Me consagro completamente a Ti”. Todo cristiano tiene que dar este paso inicial, y ninguno podrá evitarlo. Cualquiera que nunca se haya entregado al Señor, jamás podrá tomar el camino del Señor.

LA CONSAGRACION ES EL COMIENZO DE TODA EXPERIENCIA CRISTIANA

  Después de recibir la salvación, si queremos experimentar ricamente al Señor, el primer paso que debemos dar es el de la consagración. Si después de recibir la salvación no nos entregamos al Señor, nos será imposible tomar Su camino. Para que nuestras oraciones sean contestadas, la fe es de vital importancia; sin embargo, aquellos que nunca se han entregado al Señor no podrán tener mucha fe. Sólo aquellos que verdaderamente se consagran al Señor tienen una fe adecuada. La fe viene después de consagrarnos absolutamente al Señor. La fe viene por medio de la consagración. Y no sólo eso, si una persona desea pertenecer al Señor por completo, debe consagrarse plenamente al Señor. Nadie puede ser santificado sin haberse consagrado al Señor. Una persona no puede vencer si no se ha consagrado al Señor. Además, es difícil ver la luz si no nos consagramos al Señor. Cuán apropiadamente andamos delante de Dios dependerá de nuestra consagración. El corazón del hombre siempre está vuelto hacia el mundo, pero solamente cuando el hombre se vuelve a Dios, podrá El iluminarlo con Su luz.

  Supongamos que hay una luz detrás de mí. Si no me vuelvo para verla, no podré recibir su resplandor debido a que la luz brilla en una dirección específica. Cuando el corazón del hombre se vuelve a cualquier otra cosa que no sea Dios mismo, es imposible que Dios resplandezca sobre él. Algunos oran pidiéndole a Dios que los ilumine, pero aún así no reciben luz alguna. Incluso, algunos quizás se pregunten por qué los demás son iluminados y ellos no. Esto se debe, exclusivamente, a que ellos no están vueltos hacia Dios; no obstante, siempre que se vuelvan a El, la luz de Dios resplandecerá sobre ellos. “Pero cuando su corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado” (2 Co. 3:16). Si la luz no está iluminando al creyente internamente, esto es señal de que, en cierta medida, él no está vuelto hacia Dios. Puesto que está dándole la espalda a Dios, necesita volverse. ¿En qué consiste la consagración? La consagración consiste en que nuestro ser debe volverse por completo hacia Dios. Cuando nuestro corazón está en el mundo, espontáneamente estamos de cara al mundo; por consiguiente, es necesario hacer un giro total. Siempre que nuestro corazón esté de cara al Señor, inmediatamente nuestro ser interior será iluminado y conoceremos la voluntad de Dios.

  Además, para ser espiritual, un cristiano deberá también consagrarse al Señor. Podríamos dar el siguiente ejemplo como ilustración: una taza puede ser colocada a la intemperie, bajo una lluvia copiosa durante toda la mañana, y aún así no recibir ni siquiera media gota de agua. ¿A qué se debe esto? Al hecho de que durante todo ese tiempo, la taza permaneció boca abajo. Si bien llueve copiosamente, la taza no recibe ni una sola gota de agua. Todos los hijos de Dios deberían ser llenos del Espíritu Santo y experimentar esto con facilidad. No obstante, algunas personas siempre están pidiendo ser llenas del Espíritu Santo y, aun así, nunca lo son. ¿A qué se debe esto? Si volteamos la taza, se llenará de agua inmediatamente. Si no estamos dispuestos a volver nuestro corazón y ponernos de cara a Dios, sino que, en lugar de ello, siempre estamos con nuestro rostro hacia “abajo”, de cara al mundo, entonces será imposible que seamos llenos del Espíritu Santo. Es completamente imposible que alguien cuyo corazón esté totalmente vuelto al mundo sea lleno del Espíritu Santo y reciba la gracia de Dios. Pero, tan pronto vuelva su corazón a Dios, inmediatamente será lleno del Espíritu Santo. Todos los que tienen experiencia pueden dar testimonio de esto. Además, una persona debe consagrarse si desea tener comunión con Dios y disfrutar de Su presencia todo el tiempo. Todo el que no se haya consagrado no podrá tener comunión con Dios, ni tampoco podrá disfrutar de Su presencia. Una lámpara eléctrica nos puede servir de ilustración. Si uno de los cables de esta lámpara ha sido cortado, el flujo de electricidad será interrumpido. En este caso, haber cortado uno de los cables es lo mismo que haber cortado los dos cables. Por lo tanto, para poder disfrutar de la comunión y presencia de Dios, tenemos que ser personas consagradas.

LA GRACIA Y BENDICION DE DIOS DESCIENDE SOBRE QUIENES SE HAN CONSAGRADO

  Tanto amar a Dios como creer en El revisten la misma importancia. Tenemos que creer en El y amarlo; sólo entonces Su gracia, Su bendición y Su presencia descenderán sobre nosotros. Para que la gracia de Dios, la bendición de Dios y la presencia de Dios desciendan sobre nosotros, tenemos que amar a Dios. Por supuesto, quienes no creen en Dios tampoco lo amarán, porque para amar a Dios, primero tenemos que creer en El. Si lo amamos, nos volveremos a El. Todo el tiempo escuchamos a la gente decir que tenemos que esperar en Dios, pero esto no es correcto, ya que en realidad es Dios quien nos está esperando. Dios espera que nos volvamos a El para contestar nuestras oraciones y darnos poder. No somos nosotros los que estamos esperando a Dios, sino que es El quien nos está esperando. Tal como lo indica la ilustración anterior, la lluvia puede ser muy copiosa, pero si la taza está colocada boca abajo, ¿cómo podríamos esperar que el agua de lluvia llene la taza? Si una persona no está dispuesta a volverse a Dios, ¿cómo podrá la gracia de Dios descender sobre tal persona? Dios siempre está esperando que dejemos de mirar hacia la tierra y levantemos nuestro rostro hacia los cielos. Por lo tanto, no es el hombre el que tiene que esperar por la gracia de Dios, sino que es Dios quien está esperando que el hombre lo reciba como gracia cada día.

  El problema es el siguiente: no es tan fácil que el corazón del hombre se vuelva a Dios. Solamente aquellos que han sido tocados por el amor del Señor pueden recibir con facilidad la gracia de Dios. Los que no tienen fe, obtendrán fe con facilidad después de consagrarse al Señor. Los que no tienen santidad, la obtendrán con facilidad una vez que se hayan consagrado. Aquellos que no tienen luz, la obtendrán fácilmente después de consagrarse. Los que no disfrutan de la presencia de Dios, la obtendrán después de consagrase. Los que no tienen poder, tendrán poder para su vida diaria después de haberse consagrado. Todo depende de que nuestro corazón esté vuelto o no al Señor. Si nuestro corazón se vuelve al Señor, entonces el Señor mismo, la gracia del Señor, la luz espiritual y las riquezas espirituales se derramarán sobre nosotros. Pero si nuestro corazón no se vuelve al Señor, incluso si el Señor nos concede gracia, será imposible que esta gracia entre en nuestro ser, tal como el agua de lluvia no pudo llenar la taza.

  ¿Qué es la consagración? La consagración es volverse a Dios. Antes, deseábamos algo aparte de Dios mismo; pero ahora, alentados por el amor del Señor en nuestro ser, nos volvemos a Dios y deseamos únicamente a Dios. Todo aquel que se vuelva a Dios de esta manera, tocará a Dios con facilidad y recibirá Su gracia. Si estamos dispuestos a entregarnos a Dios de esta manera, cuando oremos, dicha oración se convertirá en algo muy especial; cuando leamos la Biblia, ésta nos iluminará; y cuando prediquemos el evangelio, dicha predicación estará llena de poder. Un cristiano debería consagrarse completamente al Señor por lo menos una vez, si no varias veces. Entonces, si después de un lapso de tiempo siente que la consagración que hizo en el pasado no fue lo suficientemente absoluta, debe consagrarse completamente una segunda vez. Después de algún tiempo, puede ser que llegue a sentir que su segunda consagración tampoco fue lo suficientemente completa; entonces deberá consagrarse al Señor otra vez más. Incluso es posible que después de transcurrido un tiempo considerable, esta persona sienta que necesita volver a consagrarse al Señor de manera absoluta una vez más. Cuánto más se consagre al Señor de esta manera, más tocará al Señor y más lo ganará el Señor. Una persona como ésta andará en el camino del Señor y crecerá en vida cada día.

UNA VEZ QUE NOS HEMOS CONSAGRADO, DEBEMOS OBEDECER INCONDICIONALMENTE EL SENTIR INTERNO

  Una vez que nos hemos consagrado al Señor, debemos obedecer incondicionalmente el sentir del Señor. Después de habernos consagrado al Señor, nuestro ser interior será iluminado. Como resultado de ello, sabremos qué es lo que complace al Señor y obedeceremos tal sentir interior. Romanos 12:1 dice que debemos presentar nuestro cuerpo en sacrificio vivo a Dios. Si presentamos nuestro cuerpo a Dios de esta manera, el resultado será que sabremos cuál es la agradable y perfecta voluntad de Dios. Dios nos hará saber qué es lo que le complace y qué le desagrada. Cuando El haga esto, tenemos que obedecer incondicionalmente dicha sensación interior. Si un cristiano sólo presta atención a doctrinas y exhortaciones ajenas, pero no desarrolla el hábito de obedecer el sentir interior procedente del Señor ni anda en el camino del Señor, todo aquello que escuchó externamente no significará nada. Lo más precioso de un cristiano es que, después de consagrarse al Señor, tiene la capacidad de percibir qué es lo que agrada o desagrada a Dios, y es capaz de vivir en conformidad con tal sentir. Esto es lo más precioso en la experiencia de un cristiano.

  Había una hermana a quien le gustaba vestir a la moda. Un día se entregó al Señor y le dijo: “Oh Señor, de ahora en adelante me consagro a Ti. No quiero nada que no seas Tú; ya sea que pueda vivir de esta manera o no, no me importa. Simplemente me entrego a Ti”. Dos o tres días después de orar así, se presentó a la reunión con un vestido muy a la moda. Nadie le dijo en ningún momento, ni tampoco había leído en la Biblia, que no debía usar ese vestido. Sin embargo, después de su consagración, cada vez que ella sacaba ese vestido de su guardarropas, sentía en su interior que no debía ponérselo. Ella no entendía por qué le sucedía esto, así que se detuvo un momento para analizar si era pecaminoso vestirse así. Después de sacar el vestido del guardarropas, el malestar que sentía por dentro persistió, y una vez que se lo puso se sintió aún más incómoda. Pero, ella razonó consigo misma diciendo que ya había ido antes a la mesa del Señor vestida así, y el predicador nunca le había dicho que no le era permitido vestirse de esa manera. Finalmente, esta hermana salió de su casa usando ese vestido.

  Después que hubo salido de la casa, sentía que debía regresar, pero todavía no entendía por qué. Mientras caminaba, su ser interior argüía con ella: “Podías vestirte así en el pasado, pero hoy no. Otros pueden vestir así, pero tú no”. Verdaderamente, ella había perdido toda su paz interna. Cuando llegó a la entrada del salón de reuniones, el malestar apremiante que le urgía a regresar a casa la hizo sentir muy incómoda. No le fue posible acallar tal sentimiento, así que en ese mismo momento, mientras cruzaba el umbral del salón, retrocedió y decidió regresar a casa. Una vez que regresó a su hogar, se sintió completamente liberada debido a que su ser interior estaba en completa armonía con su hombre exterior. Cuando volvió al salón de reuniones vestida de otra manera, pudo disfrutar de esa reunión como nunca antes lo había hecho. Ese día, ella aprendió que verdaderamente es posible para el hombre vivir delante de Dios y en comunión con El.

  Cuán lejos ha de llegar una persona en el camino del Señor, dependerá completamente de cuánto ella viva en la presencia de Dios. Una vez que nuestro corazón se vuelve a Dios, inmediatamente sentimos lo que Dios siente y sabemos lo que es de Dios y lo que no es de El. Esta clase de experiencia le es dada sólo a aquellos que andan en el camino de Dios. Esta clase de vivir no sigue los dictados de la vida humana natural, sino que está en conformidad con la vida divina en nuestro ser.

  En otra ocasión, cierta hermana salió a comprar unas telas. En la tienda encontró una tela de lana y quiso comprarla, pero su ser interior le decía que no lo hiciera, sino que, en lugar de ello, enviara el dinero a cierto lugar para ayudar con la obra del Señor allí. Después de pensarlo por un rato, ella compró la tela, pero cuando llegó a su casa no sintió paz por tres días. Pasados los tres días, ella comentó este asunto con un hermano y le dijo: “Salí a comprar una tela, pero al final lo que compré fue un pecado”. Sucedió que ese hermano necesitaba justamente una tela como esa, así que le pidió que se la vendiera. Luego, esa hermana obedeció su sentir interno y ofrendó para la obra del Señor el dinero procedente de la venta de esa tela.

  Tenemos que obedecer el sentir interior, de lo contrario, tarde o temprano tendremos que confesar ese pecado de desobediencia, tal como lo tuvo que hacer esa hermana. Esto nos muestra que los que andamos en el camino de Dios, por lo menos debemos prestar atención a ciertos asuntos, tales como: confesar detalladamente todos los pecados que cometimos ante Dios, tomar medidas exhaustivas con respecto a todos los pecados que cometimos ante los hombres y consagrarnos completamente al Señor. Al hacer esto, sentiremos por dentro la presencia del Señor, podremos tener comunión con El y sabremos cuál es el sentir del Señor. Una vez que conocemos el sentir del Señor respecto a algo, debemos obedecer todo lo que proceda del Señor. Cuanto más obedezcamos tal sentir, nuestro ser interior se hará mucho más sensible. Que el Señor tenga misericordia de nosotros. ¡Que el Señor nos salve de ser meramente oidores de doctrinas y haga de nosotros personas que andan en Su camino y que tienen un corazón vuelto hacia El!

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