
Hay dos descripciones de la iglesia que se hallan en 1 Timoteo que no se encuentran en ningún otro lugar de la Biblia. Únicamente en esta Epístola la iglesia es llamada “la iglesia del Dios viviente” y “columna y fundamento de la verdad” (3:15).
A fin de conducirnos apropiadamente en la casa de Dios, debemos notar que ella es la iglesia del Dios viviente. Dios es llamado el Dios viviente en varios pasajes del Antiguo Testamento (Dt. 5:26; Jos. 3:10; 1 S. 17:26, 36; 2 R. 19:4, 16; Sal. 42:2; 84:2; Is. 37:4, 17; Jer. 10:10; 23:36; Dn. 6:20, 26; Os. 1:10). Asimismo es llamado conforme a este título en nueve libros del Nuevo Testamento (Mt. 16:16; 26:63; Jn. 6:69; Hch. 14:15; Ro. 9:26; 2 Co. 3:3; 6:16; 1 Ts. 1:9; 1 Ti. 3:15; 4:10; He. 3:12; 9:14; 10:31; 12:22; Ap. 7:2). Cuando Pedro reconoció quién era Cristo, lo llamó “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. En Hebreos 3 se nos exhorta a no apartarnos “del Dios vivo”, y en el capítulo 9 se nos dice que la sangre de Cristo purifica “nuestra conciencia de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo”.
En 1 Timoteo 3:15 la iglesia también es llamada “la casa de Dios”. El término casa significa “familia” como también “el lugar donde mora la familia”. Por lo tanto, en la Biblia la casa de Dios denota tanto Su familia como Su morada, porque la morada de Dios se halla dentro de Su pueblo, no en un edificio físico. “La casa de Dios” se menciona también en 1 Pedro 4:17 (“Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios”) y en Hebreos 10:21 (“Teniendo un gran Sacerdote sobre la casa de Dios”).
La iglesia también es llamada columna y fundamento de la verdad. El templo en el Antiguo Testamento tenía dos columnas en la parte frontal (1 R. 7:15-22). Apoyadas sobre su fundamento, las columnas soportaban el peso del edificio. El apóstol Pablo consideraba que la iglesia no sólo era una casa en la cual el Dios viviente mora, sino también una columna que, apoyada sobre su fundamento, sostenía la verdad.
Muchos cristianos piensan que la iglesia no es más que una congregación de los que han sido llamados por Dios. Pero según los nombres que se atribuyen a la iglesia en 1 Timoteo, vemos que ella es también una casa donde mora el Dios viviente y una columna que sostiene la verdad (la realidad). Tanto la casa como la columna necesitan ser edificadas.
Si consideramos estas dos palabras viviente y verdad, esto nos ayudará a saber cómo conducirnos en la casa de Dios.
A fin de corresponder a nuestro Dios viviente, nosotros también tenemos que ser vivientes. Supongamos que usted entra en una casa y encuentra todo desordenado. Las mesas están boca abajo, hay calcetines sucios por todas partes, los zapatos están en el lavabo y las sillas están volcadas. En ese caso usted podría concluir que las personas están muertas o han sido secuestradas; sin embargo, cuando va a inspeccionar en el dormitorio, descubre que estaban enfermas en cama. La enfermedad o la muerte son la única excusa para que una casa esté tan desordenada.
¿Cómo es la casa de una familia saludable? Todo está limpio, pulcro y ordenado. Si usted entrara en una casa así, usted tendría la certeza de que los miembros de esa casa son personas vivientes y saludables.
¿Cuáles son las señales de vida que deben caracterizar a la iglesia del Dios viviente? Consideren cómo el Dios viviente afectó las vidas de Sadrac, Mesac y Abed-nego. Cuando el poder maligno de las tinieblas trató de obligarlos a adorar ídolos, ellos valientemente le declararon a Nabucodonosor: “Nuestro Dios a quien servimos es capaz de librarnos del horno de fuego ardiente, y de tu mano, oh rey, nos librará. Pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la imagen de oro que has levantado” (Dn. 3:17-18). Esta misma clase de comportamiento viviente también caracterizó a Daniel cuando éste se vio enfrentado a una fosa de leones por haber orado a su Dios. Es por ello que el rey lo llamó el “siervo del Dios viviente” y proclamó que el “Dios de Daniel [...] es el Dios viviente” (6:20, 26).
A medida que el recobro del Señor se propaga por toda la tierra, se abre la puerta para que toda clase de personas entren. Pablo les advirtió a los ancianos de la iglesia en Éfeso: “Sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad” (Hch. 20:29-31). Esta responsabilidad de velar a fin de asegurarnos de que la casa se mantenga en orden recae sobre cada uno de nosotros, jóvenes y viejos. El Señor no sólo nos está añadiendo Su vida, sino que también nos hace vivientes. Esta frase, la iglesia del Dios viviente, se usó en el período de degradación de la iglesia, simplemente porque la mayoría de los cristianos no estaban vivientes, sino que dormían. El recobro del Señor no debe ser como el cristianismo durmiente. ¡Nuestro Dios es viviente! Nosotros somos Sus hijos vivientes. En Su casa debemos comportarnos de una manera viviente. Debemos estar alertas para guardarla de todo mal.
La verdad es contrastada con la ley en Juan 1:17. La ley fue dada por Moisés, pero la verdad vino por medio de Jesucristo. El Antiguo Testamento se divide en dos partes: la ley y los profetas (cfr. Mt. 7:12; Ro. 3:21). Lo que encontramos en el Antiguo Testamento podemos comparar a una fotografía, o un cuadro, de la verdad. Es como si antes de venir a visitarlos, yo les enviara una fotografía de mí mismo. En el Nuevo Testamento la verdad, o la realidad, vino por medio de Jesucristo, quien nos dijo: “Yo soy [...] la realidad” (Jn. 14:6). La ley era una sombra, pero Él es la realidad.
Si la iglesia ha de ser la columna y el fundamento de la verdad, ella debe sostener a Cristo como la realidad. El hombre en Génesis 1 es una sombra de la imagen de Dios, pero la realidad de Su imagen es Cristo (Col. 1:15). Todas las ofrendas mencionadas en Levítico son tipos; la verdadera ofrenda es Cristo (He. 10:11-12). Lo mismo es cierto con respecto a todas las demás cosas positivas mencionadas en el Antiguo Testamento; la realidad de ellas es Cristo. Esto también es así con respecto a todas las cualidades como el amor y la humildad; la realidad de ellas es Cristo. La expresión humana de todas ellas es simplemente una sombra. La iglesia es la columna que sostiene únicamente a Cristo como realidad.
“Dios nuestro Salvador [...] quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:3-4). Esto no significa que Dios quiere que nos familiaricemos con las doctrinas. Las doctrinas son como la cáscara; la verdad es el contenido. Por ejemplo, detrás de la doctrina del lavamiento de los pies hay una verdad. La verdad es Cristo mismo. Si yo lavo los pies de mi hermano por mí mismo, en mí mismo, ello no significa nada. Yo fui crucificado juntamente con Cristo y ya no vivo yo; Cristo vive en mí. Por lo tanto, cuando lavo los pies de mi hermano, no soy yo sino Cristo quien los lava. De hecho, yo tuve esta experiencia hace más de cuarenta años. Me di cuenta de que no podía lavar los pies de otro hermano; a fin de hacer esto, necesitaba que Cristo fuese mi vida.
A fin de llegar a conocer la verdad, no podemos quedarnos en las doctrinas. Incluso la doctrina de la salvación es insuficiente. Mi madre fue bautizada de adolescente, pero no fue salva sino hasta que yo me hice cristiano. Ella nos crio a todos nosotros sus hijos en el cristianismo, enseñándonos historias de la Biblia e insistiendo en que asistiéramos a los cultos dominicales de los Bautistas del Sur. Todos estábamos en el cristianismo, conociendo la doctrina, mas sin estar en la verdad. Un día mi segunda hermana perdió a su prometido. En medio de su dolor, ella se volvió al Señor y fue salva. Después ella oró por mí y yo también fui salvo. Entonces empecé a amar y estudiar la Biblia. Esto influyó en mi hermano menor, quien tenía quince años; él empezó a leer la Biblia en inglés, y también se abrió al Señor. Unos cuantos años después mi madre fue salva. De ese modo, todos nos volvimos de la doctrina de la salvación a su realidad.
Estas dos epístolas contienen once versículos que hacen referencia a la verdad (1 Ti. 2:4, 7; 3:15; 4:3; 6:5; 2 Ti. 2:15, 18, 25; 3:7, 8; 4:4). Pablo exhortó a Timoteo a que trazara bien la palabra de verdad. En Éfeso había algunos que carecían de la verdad, otros que se habían apartado de la verdad, otros que necesitaban arrepentirse y reconocer la verdad, otros que resistían la verdad y otros que habían apartado sus oídos de la verdad. La razón por la cual se presta atención repetidas veces a la verdad es que, cuando el apóstol Pablo escribió desde la cárcel en Roma, la iglesia se había degradado, apartándose de la realidad, para ir en pos de doctrinas formales y vanas enseñanzas. Su propósito en estas dos epístolas era traer a la iglesia de regreso a la realidad.
Pablo usa varios términos descriptivos que muestran que algunos en Éfeso estaban apartándose de la verdad. En 1 Timoteo 1:6 él dice: “De las cuales cosas algunos, habiéndose desviado, se apartaron a vana palabrería”. La vana palabrería es simplemente un hablar hueco. El versículo 7 continúa diciendo: “Queriendo ser maestros de la ley”. Ellos se habían apartado de la economía de Dios a la ley, la cual, como hemos dicho, es sólo una sombra. El versículo 4 nos dice: “Ni presten atención a mitos y genealogías interminables”. El capítulo 4, versículo 7, dice: “Desecha los mitos profanos y de viejas”. En 5:13 leemos: “Aprenden a ser ociosas, andando de casa en casa; y no solamente ociosas, sino también chismosas y entrometidas, hablando lo que no debieran”. En lugar de preocuparse por la verdad, ellas pasaban su tiempo chismeando con sus vecinas. En 6:3-5 encontramos un claro contraste entre lo que es la sana enseñanza y lo que no lo es: “Si alguno enseña cosas diferentes, y no se conforma a las sanas palabras, las de nuestro Señor Jesucristo, y a la enseñanza que es conforme a la piedad, está cegado por el orgullo, nada sabe, y padece la enfermedad de cuestiones y disputas acerca de palabras, de las cuales nacen envidias, contiendas, calumnias, malas sospechas, constantes altercados entre hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia”. Observen cómo aquellos que son privados de la verdad se oponen a las sanas palabras. Pablo describe como enfermos a los que promueven disputas acerca de palabras y constantes altercados.
En la segunda epístola Pablo continúa dando una advertencia en contra de estas palabras malsanas: “Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad. Y su palabra se extenderá como gangrena” (2:16-17). En el versículo 23 él continúa amonestando a Timoteo, diciendo: “Desecha las cuestiones necias y las nacidas de una mente indocta, sabiendo que engendran contiendas”.
Todos estos versículos nos permiten deducir cuál era la condición de la iglesia a fines del primer siglo. Había vana palabrería. Estaban los que habían regresado a la ley, los que estaban prestando atención a mitos y genealogías interminables, y los que eran chismosos y entrometidos. También había cuestiones, disputas acerca de palabras, constantes altercados, y profanas y vanas palabrerías.
Fue con el propósito de corregir esta situación tan deplorable que Pablo escribió estas epístolas, en las cuales recalcó con tanta insistencia la verdad. Aquí encontramos algunos de los términos descriptivos que él usó en cuanto a la verdad. Además de las palabras sanas y de las sanas enseñanzas que discutimos en el mensaje 19 de Mensajes de vida, Pablo también habló acerca de la palabra de Dios (1 Ti. 4:5; 2 Ti. 2:9), las palabras de la fe (1 Ti. 4:6), las palabras de nuestro Señor Jesucristo (6:3) y la Escritura (2 Ti. 3:16). Estas expresiones positivas son un recordatorio para nosotros de que, a fin de que la iglesia sea columna y fundamento de la verdad, tenemos que recibir la Palabra de Dios.
En 2 Timoteo 3:16 encontramos la única referencia en toda la Biblia que nos dice que toda la Escritura es dada por el aliento de Dios. Esta expresión tal vez nos parezca bastante extraña, pues por lo general no consideramos nuestras palabras como nuestro aliento. Por ejemplo, si escribimos una carta, no pensamos que hemos exhalado las palabras. Pero Pablo aquí introduce el concepto de que la palabra divina es la exhalación de Dios. Las palabras en la Biblia son más que expresiones; ellas son la exhalación de Dios.
¿Cuál es la manera apropiada de recibir la Palabra de Dios? Tal vez usted diga que debemos comerla. Es cierto que existe ese pensamiento en las Escrituras. El Señor Jesús dijo: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4). Jeremías también expresó el mismo pensamiento cuando dijo: “Fueron halladas Tus palabras, y yo las comí” (Jer. 15:16).
Sin embargo, existe una manera aún más eficaz de recibir la Palabra. Puesto que Dios exhala Su palabra, nosotros podemos inhalarla. ¿Cómo podemos hacer esto? Por medio de la oración. Nuestra respiración espiritual consiste en orar sin cesar. Comer y dormir es algo que hacemos a ratos, pero respirar es algo que hacemos sin cesar durante toda nuestra vida. “Orad sin cesar” (1 Ts. 5:17). Este versículo compara nuestra oración con la respiración. No podemos inhalar el aliento de Dios ejercitando nuestro intelecto; debemos inhalar orando.
Este pensamiento de mezclar nuestra lectura de las Escrituras con oración podemos llamarlo orar-leer. Aunque nosotros introdujimos esta expresión hace diez años aproximadamente, la lectura de la Palabra con oración fue algo que practicaron muchos de los santos de la antigüedad. George Müller describía su vigilia matutina como una combinación de lectura de la Palabra con oración. Él llamó a esta manera de orar con la Palabra “la manera de nutrir el alma”. (Por supuesto, en realidad él estaba nutriendo su espíritu, pero los Hermanos no conocían la distinción entre el alma y el espíritu).
Leer la Palabra y orar son dos asuntos que deben ir siempre de la mano. La inspiración que recibimos para orar espontáneamente viene cuando empezamos a leer la Palabra. Debemos cultivar esta inspiración en vez de tratar de interpretar lo que leemos.
Lo más beneficioso para nuestra salud espiritual es inhalar el aliento de Dios. Así como respirar hondo hace que el aire fresco entre a nuestros pulmones y expulsa a la vez el aire contaminado, de igual manera todo nuestro ser puede ser limpiado al inhalar profundamente el aliento de Dios. Ésta es la higiene más elevada. Inhalar el aire fresco de la Palabra de Dios nos aprovechará más que memorizarla. Memorizar es un ejercicio de nuestro intelecto, mientras que orar con base en la Palabra es un ejercicio de nuestro espíritu.
Al tomar la Palabra de Dios, recibimos la verdad en nuestro ser. De este modo, somos edificados como columna y fundamento de la verdad. Al mantenernos en este aire puro y en esta profunda inhalación, seremos guardados de los gases tóxicos de los mitos, la vana palabrería y los constantes altercados.
En la iglesia del Dios viviente, el Señor espera que Sus hijos sean vivientes. Estas dos epístolas contienen muchos imperativos y Pablo esperaba que Timoteo los pusiera por obra. Cuando la iglesia se degrada, la mentira satánica viene a susurrarnos: “Tú no puedes hacerlo; eres demasiado débil”. Los hijos del Dios viviente deben denunciar esta mentira y recibir los imperativos de la palabra. Ésta es la conducta que se espera de nosotros en la casa de Dios. Consideraremos unos cuantos imperativos que se dan aquí. Si ustedes examinan estas dos epístolas cuidadosamente, encontrarán muchas más exhortaciones, lo cual indica que el Señor requiere que tomemos la iniciativa para “echa[r] mano de la vida eterna” (1 Ti. 6:12) y rechazar la mentira sutil de que somos débiles.
En ambas epístolas que Pablo escribió a Timoteo le dijo que huyera. “Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia, la mansedumbre” (6:11). Timoteo debía huir del amor al dinero y los males que lo acompañan. Él tenía que alejarse de hombres corruptos de entendimiento, quienes enseñaban cosas diferentes como fuente de ganancia. Él debía ir en otra dirección, huyendo de las cosas malignas y siguiendo la justicia y la piedad. “Huye de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón puro invocan al Señor” (2 Ti. 2:22). Esta segunda exhortación a huir de lo malo y a seguir lo que es puro muestra que debemos mantener una norma muy elevada. Debemos ser puros en nuestro modo de pensar, puros en palabra, puros en nuestra manera de ver las cosas, puros en nuestros motivos, puros en nuestro corazón e incluso puros en nuestro enojo.
Cuando Timoteo recibió estas epístolas de parte de Pablo, todavía era joven; sin embargo, Pablo lo exhortó, diciendo: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé modelo para los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza” (1 Ti. 4:12). En la vida de iglesia hay muchos jóvenes. Sin embargo, no permitan que ninguno tenga en poco su juventud; más bien, sean modelos para otros, no en un comportamiento disoluto, sino en pureza. En la sociedad humana la iglesia debe presentar la norma más elevada de moralidad, ética y carácter. La iglesia como candelero de oro es una torre llena de luz, que expresa la naturaleza divina.
“Desecha los mitos profanos y de viejas. Ejercítate para la piedad” (4:7). “Desecha las cuestiones necias y las nacidas de una mente indocta” (2 Ti. 2:23). “Pelea la buena batalla de la fe” (1 Ti. 6:12). “Que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo” (v. 14). Debido a que tenemos al Señor viviente en nuestro interior, podemos guardar todos estos mandamientos.
“No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura” (2 Ti. 1:7). Dios nos ha dado un espíritu que infunde poder a nuestra voluntad, fortalece nuestro amor y nos hace tener una mente cuerda. ¡No tenemos ninguna excusa para ser personas de carácter débil!
Presten atención a la conclusión de estas epístolas. “El Señor esté con tu espíritu. La gracia sea con vosotros” (4:22). El que el Señor Jesús esté con su espíritu significa que la gracia está con usted. Es en esa gracia que usted es fortalecido (“Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que es en Cristo Jesús”, 2:1).
Esta gracia que nos fortalece nos hará vivientes y fuertes para sostener la verdad. La iglesia ha estado atravesando un período en que la verdad ha sido socavada e incluso atacada públicamente. Se ha permitido que enseñanzas perversas se propaguen en todo el recobro. Queridos hermanos, ¿cuál es la conducta que se exige de nosotros en la iglesia del Dios viviente? Puesto que somos Sus hijos vivientes, debemos actuar para protestar y rechazar estos esfuerzos por apartarnos de la economía de Dios. ¡Qué testimonio tan prevaleciente debemos ser nosotros en pro de la verdad, a fin de que todos puedan ver que la iglesia es realmente columna y fundamento de la verdad!