
Lectura bíblica: Col. 2:18-19, Ef. 4:14-16; Ro. 6:3; 1 Co. 1:9, 24, 30; 2:2; 15:22, 45; 2 Co. 3:17-18; Gá. 5:4; Ef. 3:16-17; Fil. 1:21a; 3:8; Col. 1:18; 3:4, 11
La meta del ministerio celestial de Cristo es cumplir el propósito eterno de Dios. Lo que Dios desea es obtener la iglesia. A fin de que la iglesia sea una realidad, se requieren dos clases de obras: la primera obra es el mover en vida, el cual se efectúa de manera externa y tiene que ver con la predicación del evangelio para llevar a las personas a Dios; la segunda obra es el crecimiento en vida, el cual se realiza de forma interna y tiene que ver con la edificación del Cuerpo de Cristo.
El primer aspecto de la obra se ha llevado a cabo ampliamente en los siglos pasados. Muchos cristianos celosos han salido como misioneros para propagar el evangelio; incluso hoy, muchos de los cristianos que buscan más del Señor siguen poniendo esto en práctica.
No obstante, con respecto a la edificación del Cuerpo, encontramos que este aspecto ha sido descuidado grandemente. Muchos cristianos ni siquiera saben lo que significa crecer en vida, y muy pocos saben que es necesario que sea edificado el Cuerpo de Cristo. Millones de personas han sido conducidas al Señor, pero debido a que han crecido muy poco en la vida divina, existe muy poca edificación. Son contados los cristianos que se preocupan por esta fina obra interior. Tengo la carga de que, en cuanto a este aspecto del mover del Señor en los cielos, debemos corresponderle de una manera más fina y profunda.
Esta cooperación por parte nuestra requiere que nos asgamos de la Cabeza y crezcamos en Él (Col. 2:19; Ef. 4:15). La medida en que nos asgamos de la Cabeza y crezcamos en Él, determinará cuánto cooperaremos con Él en la vida interior para la edificación del Cuerpo. No obstante, es posible que nunca antes hayamos escuchado estos dos términos cruciales. ¿Le ha hablado alguien a usted sobre esto? ¿Ha escuchado usted algún sermón acerca de cómo asirse de la Cabeza o de cómo crecer hasta la medida de la Cabeza? Cristo es su Cabeza. Él es la Cabeza del Cuerpo. Todos los miembros del Cuerpo deben asirse de la Cabeza y crecer en Él en todas las cosas.
Las epístolas de Pablo se dividen en dos grupos. En la Biblia, la secuencia de estas epístolas es muy significativa. Las primeras siete epístolas, desde Romanos hasta Colosenses, forman un grupo, en el cual se encuentran Romanos así como 1 y 2 Corintios. A estas tres epístolas, le siguen otras cuatro, a las que he llamado el corazón de la revelación divina, a saber: Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses. Por lo tanto, el primer grupo está conformado por tres epístolas más cuatro.
En el segundo grupo están las siguientes epístolas: 1 y 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón, las cuales suman un total de seis. Por supuesto, también está la epístola a los Hebreos, cuya autoría ha causado mucha polémica. Yo creo firmemente de que hay suficiente evidencia que comprueba que el autor de Hebreos fue Pablo. Estas siete epístolas se componen de cuatro más tres. Las dos epístolas a los Tesalonicenses y las dos epístolas a Timoteo suman cuatro, y el otro grupo de tres está compuesto de Tito, Filemón y Hebreos. En este mensaje no hablaremos acerca del segundo grupo de siete epístolas, sino que, más bien, nos centraremos en el primer grupo.
El primer grupo de siete epístolas aborda tres asuntos principales: el Cristo que vive en nosotros, el Cristo todo-inclusivo y la iglesia. Estos son los asuntos cruciales en el ministerio de Pablo, el cual completa la Palabra de Dios (Col. 1:25). Para que la obra de Dios sea completada o consumada en nosotros, tenemos que experimentar al Cristo que vive en nosotros, comprender que Cristo lo es todo y recibir la visión de la iglesia gloriosa. Este es el énfasis de las primeras siete epístolas de Pablo. A continuación, veremos cómo los escritos de Pablo recalcan estos tres aspectos.
En los dieciséis capítulos de Romanos se abordan diferentes asuntos. No obstante, según Martín Lutero, el tema principal de este libro es la justificación por la fe. En realidad, sería más preciso decir que su mensaje es que Dios nos trasladó de Adán a Cristo, lo cual incluye la justificación por la fe. Por medio de nuestros padres nacimos en Adán, pero cuando creímos en el Señor Jesús, fuimos sacados del primer hombre, Adán, y fuimos trasladados a Cristo. Romanos 6:3 declara que hemos sido bautizados en Cristo Jesús; ahora estamos en Él. Ya no estamos en Adán, sino en Cristo.
En 1 Corintios dice que hemos sido “llamados a la comunión de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor” (1:9). Muchos cristianos tienen el concepto superficial de que Dios los ha llamado para que un día ellos puedan ir al cielo. Sin embargo, este versículo dice que hemos sido llamados a la comunión de Cristo, es decir, a participar de Él y disfrutarle. Él debe ser nuestro disfrute. Él es el poder y la sabiduría de Dios (1:24). Debido a que estamos en Él, Él es para nosotros “sabiduría, justicia, santificación y redención” (1:30). Puesto que tenemos a un Cristo tan vasto a quien podemos disfrutar, Pablo “se propuso no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (2:2). En 15:22 Pablo añade que “en Cristo todos serán vivificados”. Cristo nos vivifica, porque siendo el último Adán, Él es el Espíritu vivificante (15:45). Todos estos aspectos de Cristo, presentados en dicha epístola, nos son revelados para que lo disfrutemos a Él, y tenemos acceso a ellos porque Él ha llegado a ser el Espíritu vivificante.
En 2 Corintios se le da continuación al tema de que el Señor es el Espíritu (3:17). Por nuestra parte, debemos quitarnos los velos para que podamos mirar y reflejar al Señor. “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu” (3:18). Al contemplar a Cristo y reflejarle, somos transformados de gloria en gloria a Su imagen, como por el Señor Espíritu. El título Señor Espíritu, es un título compuesto que se refiere a Cristo.
Pablo les advirtió a los creyentes gálatas que si ellos trataban de guardar la ley, serían reducidos a nada, estarían separados de Cristo (Gá. 5:4). A Pablo le preocupaba que ellos no permanecieran en Cristo y que fueran distraídos por la ley o por la religión. Si ellos volvían a la ley o a la religión, serían privados de todo el provecho de tener a Cristo y así estarían separados o desligados de Él, haciendo que de nada les sirviera Cristo. Adoptar la circuncisión como requisito para ser salvos implicaba renunciar a Cristo, quien, de ser así, de nada les aprovecharía.
En Efesios Pablo oró que el Padre fortaleciera a los creyentes “con poder en el hombre interior por Su Espíritu; para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe” (3:16-17). Nuestro hombre interior tiene que ser fortalecido para que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. Él tiene que llenarnos al grado de que todo nuestro ser llegue a ser Su hogar.
En Filipenses 1:21 Pablo dice: “Para mí el vivir es Cristo”. Cristo era todo para Pablo. En 3:8 Pablo expresa cuán precioso era Cristo para él, diciendo: “Aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. Debido a que Cristo era de inmensurable valor para Pablo, él contaba todo como pérdida a fin de ganarlo.
Además, Colosenses nos habla de la grandeza de Cristo. “Y El es la Cabeza del Cuerpo que es la iglesia; El es el principio, el Primogénito de entre los muertos, para que en todo El tenga la preeminencia” (1:18). Él es todo-inclusivo; Él es la realidad de todas las cosas positivas (2:17); Él es ahora nuestra vida (3:4); y en el nuevo hombre, Cristo es el todo y en todos (3:11).
¡Cuán inmensurablemente grande es el Cristo que Pablo vio! Todos necesitamos recibir tal visión a fin de asirnos a la Cabeza.
Cuando fui salvo, llegué a amar mucho al Señor y Su Palabra. De joven, amaba la Biblia y me propuse entender todos los versículos de la misma. ¡Decidí dedicar toda mi vida a ello! Ahora sé que la Biblia es muy profunda como para poder entenderla completamente. Al principio, pensé que estaba progresando en mis esfuerzos; buscaba libros acerca de la Biblia e iba dondequiera que la enseñaban. Con el tiempo, fui cautivado por la Asamblea de los Hermanos. Cuando empecé a asistir a sus reuniones, ellos estaban predicando acerca de las setenta semanas mencionadas en Daniel (Dn. 9:24-27). Durante todos los años que había pasado en el cristianismo, desde mi infancia, nunca había escuchado sobre estas setenta semanas; yo estaba fascinado. Después escuché acerca de los diez dedos de los pies, de las cuatro bestias y de los diez cuernos, y empecé a estudiar sobre estos temas extraños pero bíblicos. Durante los años que estuve reuniéndome en la Asamblea de los Hermanos, no recuerdo haber oído ningún mensaje acerca de Cristo. Un día, me di cuenta de que mi condición espiritual era muy pobre. Había aprendido mucho acerca de las profecías, pero estaba muerto espiritualmente y sin fuerza alguna. En mi desánimo, me volví al Señor y dejé de prestarle atención a los diez dedos, a los diez cuernos, a las cuatro bestias y a las setenta semanas.
¡Me volví a Cristo, al Espíritu, a la vida divina y a la iglesia! Desde 1932, mi atención se centró en estos asuntos, los cuales son los temas que usted escuchará en el recobro del Señor, mensaje tras mensaje. Les advierto a los jóvenes que no se distraigan por otras cosas. Probablemente alguien les pregunte sobre el significado de los siete sellos, las siete trompetas y las siete copas; si ustedes no conocen tales cosas, esto les hará sentir que su conocimiento de la Biblia es muy limitado, pues todo lo que conocen es Cristo, el Espíritu, la vida divina y la iglesia. Los jóvenes están ávidos de conocimiento. Si ustedes son distraídos por las profecías, no estarán asidos de la Cabeza. Con esto no quiero decir que no deban estudiar otros asuntos en la Biblia; ciertamente deben estudiarlos, pero con el entendimiento de que todos esos otros temas son de menor importancia. En la Biblia, lo más valioso es Cristo, el Espíritu, la vida divina y la iglesia.
Es fácil desviarse de Cristo. Conozco a algunas personas que han sido distraídas en su afán por guardar el sábado. En lugar de centrarse en Cristo, en el Espíritu todo-inclusivo, en la vida divina y en la iglesia, ellos hablan acerca del séptimo día. Otros son distraídos por la manera de poner en práctica el bautismo. Es posible que un predicador le pregunte a usted qué clase de bautismo se practica en la iglesia: si practicamos el bautismo por aspersión o por inmersión, o en qué nombre se bautizan las personas, o si se debe bautizar yendo hacia delante o hacia atrás, y cuántas veces debemos bautizarnos. ¿Cuál sería su respuesta? ¿Sería usted distraído por estas cosas? En cierta ocasión recibí una carta de una hermana que había asistido a la reunión de la mesa del Señor en Los Ángeles, y en esa carta ella protestaba que en la mesa del Señor se servía vino. ¿Cómo respondería usted a esa carta? He pasado bastante tiempo estudiando si se debe servir vino o jugo de uva en la mesa del Señor. Podemos argumentar acerca de ambas cosas; no se puede decir nada definitivo. Así que, ¿cuál es el beneficio de discutir acerca de tales asuntos? ¿Deben las hermanas cubrirse la cabeza? Esta es otra de las preguntas que posiblemente les hagan. Si usted dice que las hermanas deben cubrirse la cabeza, entonces ellos le preguntarán de qué color debe ser el velo y qué forma debe tener y cuál debe ser su tamaño. Aléjense de todos esos razonamientos que los distraen de Cristo.
Lo que les diría es: ¡manténganse asidos de la Cabeza! El cristianismo ha caído en miles de divisiones debido a tantas distracciones. Cuando les presenten esas preguntas, oren en silencio, diciendo: “Señor, ten misericordia de mí. Ayúdame a asirme de Ti como mi Cabeza. No quiero ser atrapado por ninguna pregunta que me desvíe de Ti. Te tomo como mi Cabeza”.
Cuando Pablo escribe, en Colosenses 2:19: “No asiéndose de la Cabeza”, él se refiere a aquellos que distraían a la iglesia volviéndola al judaísmo, a la filosofía griega y al gnosticismo. Solamente cuando nos asimos de la Cabeza seremos guardados y no seremos distraídos, de modo que así podremos cooperar con el ministerio celestial de Cristo. Con tal que nos mantengamos asidos de la Cabeza, creceremos. La razón por la que muy pocos cristianos cooperan con el ministerio celestial de Cristo radica en que se han desviado de Él y han dejado de asirse a la Cabeza.
Efesios 4:14 dice: “Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de enseñanza en las artimañas de los hombres en astucia, con miras a un sistema de error”. El viento que sacude a los niños, es la enseñanza. No necesariamente tiene que ser un viento de herejía, pues inclusive una doctrina apropiada y bíblica nos puede zarandear, ya sea alejándonos de Cristo, la Cabeza, así como también de la iglesia, el Cuerpo. Esos vientos son parte del sistema que Satanás usa para engañar a los creyentes y alejarlos de Cristo. ¡Cuán importante es asirnos de la Cabeza y no permitir que ninguna doctrina, sin importar lo bíblica que sea, nos desvíe de Él!
Al asirnos de la Cabeza, crecemos en Él (Ef. 4:15). Gradualmente descubriremos que, con respecto a una gran cantidad de cosas, no estamos en Cristo. Al darnos cuenta de ello, oraremos: “Señor, hazte cargo de todo. Te doy libre acceso en mí con respecto a estos asuntos”. En esto consiste crecer en vida de forma práctica. Ciertamente pertenecemos a Cristo, pero con respecto a muchas cosas, no estamos en Él. En tales cosas Él no tiene libre acceso en nuestro ser. Por ejemplo, quizás con respecto a nuestra manera de hablar, Él no tenga libre acceso en nosotros. Al asirnos de la Cabeza, percibiremos que la manera en que hablamos no concuerda con Cristo. Si le pedimos al Señor que tome posesión de esta área, creceremos en vida respecto a nuestra manera de hablar.
Muchos cristianos aman al Señor, pero Él no tiene libre acceso en ellos debido a que no están asidos de Cristo. Cuando estén asidos de Él, el Espíritu en ellos les hablará sobre su manera de vestir. Si ellos dicen: “Señor, te doy permiso para que cambies mi manera de vestir”, Él vendrá y tomará posesión de esta área. Podemos decir lo mismo en cuanto a la manera en que un hermano trata a su esposa o con respecto a la actitud de una hermana para con su esposo. Quizás amemos al Señor, pero en nuestra relación matrimonial no le damos la mínima oportunidad para que Él obre en nosotros. A medida que nos mantengamos asidos de la Cabeza, el Espíritu que está en nosotros nos dirá que Cristo no forma parte de nuestra actitud para con nuestro cónyuge. Pero si le damos libre acceso al Señor, Él nos llenará cada vez más.
La manera apropiada de crecer en la vida divina es darle al Señor libre acceso en nuestra vida diaria. No obtenemos el crecimiento acumulando conocimiento bíblico. Crecer en vida equivale a permitir que el Señor tenga libre acceso en nosotros y se encargue de cada uno de nuestros asuntos prácticos. Si hacemos esto en cuanto a cada asunto que nos atañe y con respecto a cada opinión que tengamos, creceremos en todas estas áreas particulares. Gradualmente, el Señor nos llenará y poseerá todo nuestro ser, hasta que lleguemos a la madurez. Por medio de este crecimiento en vida, nuestra función emergerá y el Cuerpo será edificado. Esta es la cooperación fina y profunda que debemos ejercer para con el ministerio celestial de Cristo. Es por medio de esta cooperación que las iglesias son edificadas.
¡Que todos veamos que en la economía de Dios, lo único que cuenta es Cristo! Los creyentes hemos sido trasladados e introducidos en Él. Cristo es nuestra porción, nuestro disfrute y nuestra vida. Él es el Espíritu vivificante, y Él tiene que ser todo para nosotros. Tal visión nos guardará; así, no permitiremos que ninguna doctrina nos distraiga. ¡Las doctrinas son como bestias salvajes que siempre acechan en espera de devorarnos! Debemos asirnos de la Cabeza con temor y temblor. De esta manera, el Espíritu nos hablará día tras día, diciendo: “Aun retienes control de este asunto. En aquella área de tu vida, no has cedido terreno al Señor. Y en aquel asunto, no les ha dado al Señor libre acceso en ti. Y en aquello, tú todavía estás al mando”.
Pero si nos asimos de la Cabeza, responderemos: “Señor, en este asunto te cedo el terreno. Y en aquello, abro mi ser a Ti para que tomes control de la situación”. Tal respuesta permitirá que crezcamos en vida. Cristo crecerá en nosotros cada vez que le cedamos más terreno en nuestro corazón. Tal cooperación vital con el ministerio celestial de Cristo es más fina que el mover externo en vida, el cual conduce a las personas a la salvación; cooperar con Él de esta manera profunda hace posible la edificación de Su Cuerpo.