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Mensajes del libro «Ministerio celestial de Cristo, El»
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CAPÍTULO NUEVE

EL MÁS EXCELENTE MINISTERIO DE CRISTO EN EL VERDADERO TABERNÁCULO

  Lectura bíblica: He. 8:1-2, 6; 9:15-17

EL TESTAMENTO Y EL EJECUTOR

  ¡Tenemos un precioso testamento y un maravilloso Ejecutor! El testamento es, de hecho, toda la Biblia; empezó como el hablar de Dios, llegó a ser Su promesa y, finalmente, se convirtió en Su pacto. Ahora que la muerte de Cristo ha cumplido todo lo prometido, tenemos un testamento, cuyo contenido es todos los hechos consumados como nuestros legados. Todo lo que contiene este testamento, es nuestro.

  Además, ¡tenemos un maravilloso Ejecutor que se encarga de que este testamento sea llevado a cabo! Él es Dios, pero se hizo un hombre. Él vivió en la tierra y probó todos los sufrimientos de la vida humana. Al culminar Su experiencia de la vida humana, murió en la cruz, donde puso fin a nuestros pecados, venció a Satanás, dio fin a la vieja creación y resolvió todos los problemas del universo. De esta manera, Él satisfizo a Dios y cumplió con todos Sus requisitos. Después de reposar por tres días en el sepulcro, salió de la muerte y entró en la resurrección. En resurrección, Él elevó la humanidad y llegó a ser el Espíritu vivificante; éste es el Espíritu compuesto y todo-inclusivo. Tal persona maravillosa —quien es Dios y a la vez hombre, quien murió, resucitó y vive eternamente, quien es fuerte y apto— es el que pone en ejecución todo lo que contiene el testamento, a fin de que lo disfrutemos y nos beneficie.

  ¡Qué privilegiados somos de vivir en la era en que el testamento está en vigencia y de tener tal Ejecutor, quien es apto para hacer cumplir todas sus provisiones a fin de que las disfrutemos!

EL MINISTERIO DE MELQUISEDEC

  El libro de Hebreos afirma que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, no según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec (7:11-17). Al final de Su vida humana sobre la tierra, Él ofició como Sumo Sacerdote, ofreciéndose a Sí mismo como sacrificio para Dios. Esta parte terrenal de Su sacerdocio —ofrecer el sacrificio para efectuar la redención— fue representada por Aarón, el sumo sacerdote escogido por Dios de entre Su pueblo. Ya que esto ha sido cumplido, Cristo en resurrección ahora es el Sumo Sacerdote celestial según el orden de Melquisedec.

  ¿Qué está haciendo hoy nuestro Melquisedec celestial? Él ya no está ofreciendo sacrificios, sino que ahora es el Ministro que nos sirve. Un ministro es una persona que nos sirve y nos suministra lo que necesitamos; así que, de igual manera, este Ministro nos provee el suministro celestial, ministrando e impartiendo a Dios dentro de nosotros.

  Según lo narrado en Génesis 14:18-20, cuando Abraham volvía de derrotar a los reyes, Melquisedec —sacerdote del Dios Altísimo— salió a recibirlo con pan y vino. Melquisedec no era un sumo sacerdote que ofrecía sacrificios, sino un sacerdote que suministraba. Después de pelear contra los reyes, Abraham debía haber estado muy cansado. Puesto que estaba agotado, ciertamente necesitaba recibir un suministro. Cristo está hoy en los cielos haciendo lo que Melquisedec hizo por Abraham: Él nos brinda, nos sirve, el suministro de vida que satisface nuestras necesidades. Ya no se requieren más sacrificios; Cristo ofreció un solo sacrificio por los pecados, el cual satisfizo a Dios para siempre (He. 10:12).

  El sacerdocio celestial de Cristo tiene la finalidad de servirnos pan y vino. Cristo es también un “Ministro de los lugares santos, de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre” (He. 8:2). El verdadero tabernáculo es el Lugar Santísimo celestial, donde Jesús ha entrado detrás del velo como nuestro Sumo Sacerdote (6:19-20). Además de ser el Sumo Sacerdote que intercede por nosotros, así como el Mediador que pone en ejecución el nuevo testamento, ¡nuestro Cristo es también Intercesor, Ejecutor y Ministro! ¡Tenemos tal Sumo Sacerdote!

EL TESTAMENTO ES NUESTRA BASE

  El servicio se basa en el testamento. Este no en un servicio sin fundamento, sino uno cuya base es muy firme. Quisiera darles un ejemplo. Supongamos que yo no tenga nada de dinero en mi billetera, así que voy al banco a sacar algo de dinero. El banco tiene mucho dinero en la caja; lamentablemente, como yo no tengo una cuenta allí, o mi cuenta no tiene suficientes fondos, no tengo base alguna para sacar dinero. Pero si alguien ha depositado diez millones de dólares en ese banco, y me presento allí con la firma de esa persona, la cual me autoriza para sacar dinero, entonces tengo la base para hacer un retiro de dicha cuenta.

  Cuando padecemos necesidades, usualmente nos acercamos a Dios suplicando por Su misericordia, llorando y diciendo: “Padre, ¡cuánto necesito Tu misericordia! Ten misericordia de mí. Mira la condición tan lamentable en la que estoy. Te doy gracias porque eres un Dios misericordioso”. Pedir de esta manera es como ir al banco a decirle al gerente: “¡Oh, tenga misericordia de mí! Necesito dinero urgentemente. Compadézcase de mí y deme dinero para pagar mis deudas”. ¿No sería absurdo tratar de obtener dinero del banco de esa manera? No tenemos ninguna base para obtener dinero de esa manera.

  ¿En qué nos basamos entonces para dar a conocer nuestras peticiones a Dios? Nos basamos en el testamento que Cristo puso en vigencia y nos legó. Es sobre dicha base que Cristo está llevando a cabo Su sacerdocio celestial e intercediendo por nosotros desde los cielos. Es necesario que este Ejecutor interrumpa nuestras súplicas de mendigo y nos recuerde: “¿Por qué oras con tanta lamentación? ¡Acércate al trono confiadamente! ¡Acude al banco y reclama tu dinero! Aquí está el testamento a tu favor, y Yo soy el que lo pone en ejecución. Quizás tú eres joven e insensato, pero Yo soy tu Abogado. ¿Quién se atrevería a engañarte? Yo soy el Hijo de Dios, quien murió en la cruz por ti y quien ahora vive en resurrección!”.

  ¿Cómo enfrenta usted los problemas que se le presentan a diario? Temo que las hermanas, especialmente, lloren y giman delante del Señor. Ustedes se olvidan del testamento y del Ejecutor, de modo que la Biblia y Cristo están lejos, y sólo sus lágrimas están cerca. Yo mismo tengo esa tendencia. Quizás no llore, pero a menudo no sé qué hacer cuando se presenta un problema. Finalmente, recuerdo que debo acudir al Señor y oro: “¡Oh Señor Jesús! ¡Ten misericordia de mí!”. ¡Él en verdad es misericordioso! Mientras le invoco, me recuerda del testamento y de Su oficio como Ejecutor y Abogado mío. ¡Cuántas veces me ha recordado esto! Entonces, me doy cuenta de que el Hijo del Dios viviente, Cristo mismo en resurrección, está de mi lado, apoyándome, intercediendo por mí y ejecutando Su testamento a favor mío. De esa manera, soy fortalecido, dejo de estar ansioso y le alabo. Hermanas, detengan sus lágrimas, y en lugar de llorar, alábenle por ejecutar el testamento a favor de ustedes.

  ¡Cuán bendecidos somos de estar en el recobro del Señor! Lo que hemos escuchado es algo extraño a los oídos de muchos que no están con nosotros. Cuando estuvimos en el cristianismo, quizás oímos acerca de las setenta semanas de Daniel, de los diez cuernos y de las cuatro bestias, pero escuchamos muy poco, o a lo mejor nada, con respecto a que el testamento es nuestro legado y que el Cristo vivo es el Ejecutor. Hemos visto lo que otros aún no han visto. Ahora estamos disfrutando lo que muchos otros no han podido disfrutar. No sabemos cuán bendecidos somos.

EL MINISTRO QUE NOS ABASTECE

  Después de interceder y poner en ejecución el testamento, este mismo Intercesor y Ejecutor es nuestro Ministro, quien nos abastece todo lo que necesitamos y nos lo sirve. En la tierra tenemos muchos problemas, uno tras otro. Nuestra situación nos causa ansiedad y preocupación, y no encontramos la solución. Esta es la situación aquí en la tierra, pero ¡aleluya, en los cielos la situación es diferente!

  Allí, el Sumo Sacerdote está intercediendo por mí. El Ejecutor se asegura de cumplir todas las provisiones del testamento. Además, el Ministro obtiene la paz que necesito y me la provee. Esta paz nos fue prometida en Juan 14:27: “La paz os dejo, Mi paz os doy”; y además, nos fue prometida en Filipenses 4:7: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

  Cuando los problemas llegan, sin embargo, nos olvidamos de las promesas, las cuales han llegado a ser legados, y sólo nos recordamos de las preocupaciones. Aunque nosotros nos olvidemos de todo lo que nos ha sido legado, el Ministro no se olvida. Él viene a nosotros como el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu; Él viene a nosotros como el Melquisedec celestial y nos suministra, no pan y vino, sino paz. Él viene a visitarnos, y entonces, repentinamente, nos sentimos llenos de paz. La preocupación desaparece, y la ansiedad se esfuma. ¿Cómo sucede esto? Al experimentar nosotros el ministerio celestial de Cristo, quien oficia en calidad de Sumo Sacerdote, Ejecutor y Ministro.

  Sin duda alguna, todos hemos tenido experiencias como éstas. No obstante, en el pasado, no las entendíamos. Pero ahora, hemos recibido la luz y el conocimiento; por eso, ninguna tribulación debería vencernos. Todos tenemos un Sumo Sacerdote que intercede por nosotros. Él está poniendo en ejecución las provisiones del testamento, las cuales han sido legadas a nuestro favor. Y además, Él es un Siervo que nos suministra la provisión correcta en el momento preciso. Cualquiera que sea nuestra situación, este Ministro celestial oficia a nuestro favor. Después de experimentar Su cuidado muchas veces, llegamos a darnos cuenta de que no hay por qué preocuparnos. ¡Cristo está allí ministrando desde los cielos a nuestro favor!

  En Hebreos se describe, de forma intercambiable, a Cristo como Sumo Sacerdote, Ministro y Mediador (8:1, 2, 6; 9:11, 15). El Sumo Sacerdote es el Ministro, y el Ministro es el Mediador. El término Ejecutor no se usa explícitamente, pero ciertamente está implícito en el capítulo nueve. “Y por eso es Mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo una muerte para remisión por las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que conste la muerte del testador. Porque el testamento se confirma sólo en caso de muerte; pues no es válido mientras el testador vive” (9:15-17). Cristo, en Su muerte, estableció el nuevo pacto y nos lo legó en calidad de nuevo testamento. Después de Su muerte, Él entró en la resurrección y llegó a ser el que pone en ejecución el nuevo testamento. Estos cuatro títulos —Sumo Sacerdote, Ministro, Mediador y Ejecutor— se refieren a Cristo en resurrección.

EN LOS CIELOS Y DENTRO DE NOSOTROS

  Este Cristo es ahora el Señor en los cielos y, al mismo tiempo, es el Espíritu dentro de nosotros: “Y el Señor es el Espíritu” (2 Co. 3:17). Como Señor, Él está en los cielos; como Espíritu, Él está dentro de nosotros. Como Aquel que está en los cielos, Él ejerce Su soberanía, Su autoridad como Cabeza y Su sacerdocio. Él ejerce Su soberanía con miras a la propagación del evangelio, a fin de que Sus escogidos sean salvos. Él ejerce Su autoridad como Cabeza para que todos Sus miembros crezcan y desarrollen su función, a fin de que Su Cuerpo sea edificado. Él ejerce Su sacerdocio para rescatarnos de todas nuestras molestas y complicadas situaciones, al interceder por nosotros, al poner en ejecución las provisiones del nuevo testamento y al abastecernos sirviéndonos todo lo que necesitamos. De esta manera, Él nos guarda de caer. Todas éstas son las actividades que Él realiza como Señor en los cielos.

  Todo lo que Él lleva a cabo en calidad de Señor, lo aplica a nosotros en calidad de Espíritu. ¿Cómo pueden todas Sus actividades celestiales ser hechas reales para nosotros? Todo aquello por lo cual Él intercede y todo lo que Él pone en ejecución y ministra, es transmitido a nuestro espíritu. Como Señor en los cielos, Él es semejante a la electricidad que está en la planta eléctrica; como el Espíritu en nuestro espíritu, Él es semejante a la electricidad instalada en este edificio. El Señor en los cielos y el Espíritu en nuestro espíritu, son uno. Existe una transmisión continua entre los cielos y nuestro espíritu, de modo que todo lo que sucede allá, es inmediatamente aplicado aquí.

  Observemos que este tráfico ocurre entre los cielos y nuestro espíritu. Nuestra mente no está involucrada en este tráfico; más bien, es nuestra mente la que hace que nos preocupemos. Cuando recibimos la transmisión celestial, su maravillosa realidad fortalece nuestro espíritu. Entonces, nuestro espíritu se levanta y clama: “¡Alabado sea el Señor!”. La transmisión llega a nuestro espíritu, y no a nuestra mente. El Espíritu que está en nuestro espíritu, es el mismo quien es Señor en los cielos.

  Romanos 8 confirma que el Espíritu es el Señor. El versículo 26 dice: “El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. Luego el versículo 34 dice que Cristo Jesús “es el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. ¿Quién está intercediendo por nosotros? ¡El Señor Espíritu! En los cielos, Él es el Señor; pero en nosotros, es el Espíritu. Lo mismo sucede con respecto a Melquisedec. Sólo hay un Melquisedec. En los cielos, Él es el Señor; y en nuestro espíritu, Él es el Espíritu. Doctrinalmente no hay una explicación satisfactoria para describir esta doble realidad; sin embargo, tenemos la confirmación en nuestra experiencia.

  Quizás usted regrese agotado de su trabajo, preguntándose cómo encontrará las cosas al llegar a casa. Luego, al pensar en ello, inesperadamente usted siente que es suministrado y fortalecido. ¿De dónde procede este suministro? Viene de Cristo, quien es tanto el Señor en los cielos como el Espíritu dentro de nosotros. Él está intercediendo por nosotros, cuidándonos y ejecutando el nuevo testamento a nuestro favor. Basándose en dicho testamento, Él nos imparte el suministro de vida y viene a sostenernos con todo lo que necesitamos. Le experimentamos como Señor, Espíritu, Sumo Sacerdote, Ejecutor y Ministro. Él es también el Mediador, el que transmite a nuestro espíritu lo que necesitamos de parte de Dios el Padre —quien es la fuente—, a fin de suplirnos y sostenernos.

EL SACERDOTE QUE NOS SUSTENTA

  Ciertamente todos hemos experimentado el ministerio celestial de Cristo. ¿Cómo se explica el que hayamos sido guardados de caer todos estos años? Puedo testificar que tal ministerio es el que me ha guardado por más de cincuenta y cinco años. En Su ministerio terrenal, Él murió por mí en la cruz. Ahora, Él está sirviéndome en resurrección; éste es Su ministerio celestial. El principal elemento de dicho ministerio es el sacerdocio que Él ejerce en beneficio de los miembros de Su Cuerpo. Por supuesto, Él ejerció Su soberanía para asegurarse de que yo pudiera ser salvo y fuera conducido a Dios. También ejerció Su autoridad como Cabeza sobre mí para que yo creciera y desarrollara mi función como miembro, a fin de que Su Cuerpo fuera edificado. Pero, principalmente Él ha ejercido Su sacerdocio una y otra vez para guardarme todos estos años. ¡Aleluya por nuestro Sumo Sacerdote celestial! Hemos sido sostenidos, preservados y suministrados por medio de Su intercesión, mediante la ejecución del testamento y por medio de Su servicio que nos provee todo lo que necesitamos. Nada me ha faltado, pues un suministro abundante de la vida divina ha sido mi porción.

  El hecho de que hayamos sido guardados y sostenidos tiene todo que ver con Su sacerdocio, el cual se basa en el testamento. El testamento está en nuestras manos, y nuestro Sumo Sacerdote está tanto en los cielos como en nosotros. En los cielos, Él es Señor; en nosotros, Él es Espíritu. El Señor Espíritu constantemente nos imparte y suministra Su vida divina. El suministro que recibimos es celestial, porque proviene de los cielos. Nuestro Sumo Sacerdote está ministrándonos en el verdadero tabernáculo, el Lugar Santísimo celestial, al cual hemos sido unidos en nuestro espíritu por Él, quien es la escalera celestial (Gn. 28:12; Jn. 1:51). Al ministrarnos la provisión celestial, Él está haciendo de nosotros un pueblo celestial. Somos un pueblo que lleva una vida celestial en la tierra.

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