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Mensajes del libro «Ministerio completador de Pablo, El»
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CAPÍTULO ONCE

LA VISIÓN CENTRAL

(2)

CRISTO COMO EL MISTERIO DE DIOS

  Lectura bíblica: Col. 1:25-27; 2:2, 9; Ro. 9:5; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17-18; Ro. 8:9-11; Ef. 3:14-19; 2 Co. 13:14

  Antes de proseguir con la visión central del ministerio completador del apóstol Pablo, quisiera contarles algo de mi historia, con la esperanza de que ustedes puedan ver cómo me fui dando cuenta gradualmente, de la importancia de esta visión.

UNA ILUMINACIÓN GRADUAL

  Nací en la cristiandad organizada y, después que crecí, fui salvo; fue una conversión maravillosa. Comencé a buscar al Señor y amaba la Biblia. Después, la Asamblea de los Hermanos me atrajo con su conocimiento de la Biblia y permanecí con ellos por siete años y medio; aprendí sus enseñanzas sobre la profecía de Daniel, Mateo, 2 Tesalonicenses y Apocalipsis.

  También nos enseñaron en cuanto a los tipos del Antiguo Testamento y su cumplimiento en el Nuevo Testamento. Además, nos instaron repetidas veces a no hacer aquello que no era bíblico. No debíamos celebrar la Navidad ni cumpleaños, ya que ninguno de ellos era bíblico. Constantemente oíamos que esto o aquello no era bíblico.

  Jamás oí un comentario sobre la frase “porque Dios es el que en vosotros realiza”; era como si este versículo, Filipenses 2:13, no existiese en la Biblia de ellos. Lo mismo sucedía con Hebreos 13:21, que el Dios de paz está “haciendo Él en nosotros lo que es agradable delante de Él por medio de Jesucristo”. En la famosa enseñanza de los Hermanos nada se dijo en ningún momento sobre el Dios que se halla en nosotros, sobre el Cristo que mora en nosotros o sobre el Espíritu que habita en nuestro ser. Solo en ocasiones se hablaba de la inspiración del Espíritu Santo.

  Les relato estos antecedentes para que vean cómo el Señor gradualmente nos ha dado a conocer muchas cosas. A lo largo de los años he recibido mucha ayuda de parte del hermano Nee. Luego, más o menos en estos últimos treinta años, he estado en el extranjero, pero la visión que recibo hoy es mucho más clara que la de hace treinta años.

VIVIMOS EN LOS CÍRCULOS DE NUESTROS CONCEPTOS NATURALES

  Sin embargo, no importa cuánta luz hayamos recibido, tenemos que admitir que en la práctica, nuestra vida cotidiana sigue dando vueltas alrededor de esos once conceptos “erróneos” que cubrimos en el mensaje anterior.

  Esos conceptos son como círculos que nos encierran y nos limitan. No hay nada malo con pensar sobre Dios y, ciertamente, tampoco está mal adorar a nuestro Creador y tratar de agradarle y hasta glorificarle. Los conceptos éticos del hombre son también dignos de elogio. En el hombre existe una naturaleza buena que fue creada por Dios. Por supuesto, si bien esa naturaleza fue corrompida, este elemento bueno aún está en nosotros. Por un lado, estamos acostumbrados a cometer pecados, pero por otro, es nuestra intención hacer el bien. Estas inclinaciones morales son los conceptos éticos. Por ejemplo, tal vez usted se haya enfado y haya discutido con un miembro de su familia. Sin embargo, más tarde cuando se encuentra más calmado, se lamenta de lo sucedido y se recuerda a sí mismo de que tiene que amar a su familia. Tal vez ni siquiera hubo discusión alguna, pues por la disciplina que ha recibido de sus padres ha aprendido a no argüir, mas el malhumor permanece en usted. Quizás durante el desayuno su hermana más pequeña le exasperó; luego, al mediodía se le viene a la mente que debiera amar a su hermana porque es menor que usted, y ora: “Señor, ayúdame a amar a mi hermana de ahora en adelante”. Más tarde, durante la hora de la cena, algo ocurre y el sentimiento de irritación regresa nuevamente. Entonces, quizás en la reunión de esa noche, escucha algo que le hace pensar: “debo amar a mi hermana; Señor, ayúdame a amarla”. Acaso ¿no es ésta una historia común a todos nosotros? Éste es un ejemplo de nuestra conducta ética.

  Además, también tenemos nuestros conceptos religiosos. Deseamos ser piadosos, santos o espirituales. Estos son algunos de los conceptos a los que nos aferramos.

  Queremos conducirnos en todo conforme a las Escrituras. Por ser cristianos fundamentalistas, queremos tomar la Biblia como nuestra directriz. Querer ser bíblicos es otro concepto.

  Tener poder y hacer milagros son también conceptos que persisten en nosotros. ¡Somos fácilmente impresionados cuando oímos de casos milagrosos!

  Servir a Dios es otro de los conceptos más diseminados. Hace unos treinta o cuarenta años, muchos jóvenes cristianos americanos se consagraron a realizar obras misioneras. Ser un misionario en tierra extranjera era considerado una de las profesiones más prominentes.

  ¿Creen ustedes que han superado todos estos conceptos? Día tras día, todos nosotros, incluyéndome a mí mismo, aún “recorremos” estos lugares. Procuramos tener una buena reunión, así que animamos a todos los santos a que ejerzan su función; éste es nuestro concepto de tener una buena reunión. Deseamos edificar los grupos de servicio para limpiar el salón de reunión, cortar el césped, etc., y esto constituye nuestro concepto del servicio de los sábados por la mañana. Sé que los ancianos no estarán contentos al oír esto, y tal vez piensen que ¡estoy disolviendo los servicios de la iglesia!

  En numerosas ocasiones he confesado al Señor: “Señor, he tratado bien a esta persona o a tal otra persona, ¡mas lo hice sin Ti!”. Podemos ser personas muy devotas, pero lo somos sin el Señor. Tal vez participamos fielmente en el servicio de la iglesia; pero tenemos muy poco del Señor. Somos los vasos que lo contienen y, como tal, debemos tomarle a Él como nuestro contenido. No deberíamos proceder cuando estamos vacíos, pues como vasos Suyos, debemos estar llenos de Él. Todo cuanto hagamos debe expresarlo a Él.

TENER A DIOS COMO NUESTRO CONTENIDO

  Hacer obras buenas para los demás separados del Señor, es estar en los círculos de nuestros conceptos naturales. No obstante, hay otro círculo, el cual difiere y es ajeno a nuestros conceptos naturales, y al que llamaremos: “Dios en vosotros”. No estamos hablando de otro concepto, sino más bien de tener a Dios en nosotros como nuestro contenido. Éste fue el mensaje del capítulo anterior. En este capítulo consideraremos a Cristo como el misterio de Dios. Después, en el último mensaje de esta serie, hablaremos sobre la iglesia como el misterio de Cristo.

  A medida que preparaba estos mensajes, sentía un gran dolor en mi corazón al preguntarme: ¿Cuánto de Dios como contenido, de Cristo como misterio de Dios y de la iglesia como misterio de Cristo tienen los santos en el recobro? No es mucho. Estos temas han sido descuidados en gran manera por el cristianismo.

  Si excluyéramos de la Biblia las catorce epístolas de Pablo, habría una gran carencia. Sin embargo, si las incluyéramos pero omitiésemos de ellas estos tres puntos: Dios como nuestro contenido, Cristo como misterio de Dios y la iglesia como misterio de Cristo, los escritos de Pablo no serían más que un cascarón vacío.

  No obstante, queridos santos, estos son exactamente los tres asuntos en los que nosotros hemos fallado o descuidado. En nuestra vida cotidiana, ¿cuánta atención le prestamos al hecho de que Dios es nuestro contenido? La cuestión no está en si hemos sido derrotados o victoriosos, si somos comunes o santos, si celebramos cumpleaños o si insistimos en ser bíblicos; más bien, la cuestión es la siguiente: ¿es Dios nuestro contenido? Yo no celebro los cumpleaños de mis nietos porque me ahorra trabajo, esfuerzo y dinero, y además porque me ciño a las Escrituras. Sin embargo, esto no es el problema; la cuestión es esta: ¿dónde está Dios? ¿Es Dios nuestro contenido? A veces pensé en ir a comprarle algo a uno de mis nietos, pues quise premiarle por haber sido un buen estudiante o por haber obtenido la más alta calificación de su clase. Sin embargo, no lo hice; no porque quisiera ser bíblico, sino porque Dios estaba ausente en lo que iba a hacer. Dios está en mi ser, pero cuando consideré ir a comprarle un regalo a mi nieto, Él estaba ausente. Sentí que Él se movía en mí, pero de tal manera que sentía que se retiraba. No oí ningún “silbo apacible y delicado” que me dijera que no hiciera aquello; solamente el hecho de que Dios se movía, me indicaba que Él no estaba contento. En todo lo que hagamos, debemos tener a Dios como nuestro contenido.

NO ESTABA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

  En el Antiguo Testamento no se hace mención de que Dios fuese el contenido de Su pueblo escogido. La orden más sublime la recibió Abraham cuando Dios le dijo: “Yo soy el Dios Todopoderoso. Anda delante de mí y sé perfecto” (Gn. 17:1). Todo cuanto Abraham pudo hacer fue andar delante de Dios y estar en Su presencia. Incluso Dios visitó a Abraham en Génesis 18 y permaneció con él parte del día, y comieron juntos lo que Abraham preparó. Sin embargo, ¿se han dado cuenta de que Dios no moraba en Abraham? Dios ni siquiera moró en su tienda. A lo más, lo que Abraham disfrutó fue la visita temporal de Dios, ya que después, Dios partió. “Caminó, pues, Enoc con Dios” (Gn. 5:24); pero Dios no hizo Su hogar en él.

  Sin embargo, cuando leemos el Nuevo Testamento, no encontramos expresiones como andemos con Dios, sino más bien, andamos [...] conforme al espíritu (Ro. 8.4). El espíritu en Romanos 8 se refiere a una persona mezclada: Dios que se ha mezclado con nosotros. Dios como Espíritu se ha mezclado con nuestro espíritu, y debemos andar conforme a este espíritu. Romanos 8 nos dice claramente que andar conforme al espíritu significa andar en Dios, en el Dios Triuno. ¿Cómo es posible esto? Es posible porque el Dios Triuno mora en nosotros.

  Juan 14:23 dice: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Cuando el Padre y el Hijo vienen a nosotros, ellos no vienen a visitarnos, sino que vienen a morar. Una vez que Él entra, nunca más se va; se queda con nosotros para siempre. En este mismo capítulo el Señor dice que el Espíritu de realidad “permanece con vosotros, y estará en vosotros” (v. 17); Él estará “con vosotros para siempre” (v. 16).

  Aquí hay algo extraordinario. ¿Cómo una Persona divina como Dios, quien es santo, justo y glorioso, puede entrar en un ser humano pecaminoso, el cual no sólo ha caído en pecado, sino que también ha sido corrompido y dañado? ¿Cómo es posible que Él entre en nuestro ser y haga de nosotros Su hogar? Esto no era posible en el Antiguo Testamento, ya que aún no se había llevado a cabo el procedimiento para que esto fuera posible.

EL CAMINO SE HACE POSIBLE

  El Nuevo Testamento comienza con el nacimiento de Dios en la humanidad, pues lo primero que se registra es la encarnación de Dios. ¡Es inconcebible que Dios vino y nació como hombre! Pero esto es lo que sucedió. Basados en Isaías 9:6, sabemos que el niño que nació en un pesebre en Belén era el “Dios fuerte”. ¡Qué asombroso es esto!

  Dios creció en la casa de un pobre carpintero, y allí pasó Su infancia. En Lucas 2:41-52 se nos relata un pasaje acerca de Él, cuando tenía doce años. Después de vivir en aquella humilde casa por treinta años, comenzó a ministrar. Él se sembró a Sí mismo en Sus seguidores, y después de tres años y medio, Él fue a la cruz.

  Dios fue crucificado con el propósito de efectuar la redención por nosotros. Él murió por nosotros como nuestro Substituto, y derramó Su sangre a fin de redimirnos. Mediante Su muerte Él hirió la cabeza de la serpiente, es decir, aplastó al diablo. Su muerte liberó la vida divina que se hallaba en Él, y después de cumplir tal obra, fue sepultado y entró al Hades. Tres días después, Él salió de la muerte y entró en resurrección.

  En resurrección Él tomó otra forma; Él ya no está en la carne. Pese a que aún tiene un cuerpo físico, Su cuerpo es un cuerpo en resurrección. Ahora en resurrección Él fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Sin duda alguna, éste es el Espíritu de Dios. Pero antes de pasar por la encarnación, la crucifixión y la resurrección, el Espíritu de Dios no tenía ninguna manera de poder impartir la vida divina al hombre. Ahora Dios puede y está listo para impartir la vida divina a Su pueblo escogido; por tanto, Él ciertamente es el Espíritu vivificante.

  A pesar de que estamos familiarizamos con esta historia, ésta no es muy sencilla. Dios se encarnó; Él nació como un bebé, creció como niño y vivió como un hombre experimentando toda clase de sufrimientos y pruebas. En la cruz, Él resolvió nuestro problema con el pecado, con Satanás y con la muerte. De Su cuerpo crucificado salió un fluir de vida divina. Luego, en resurrección, Él fue hecho Espíritu vivificante. Juan 7:39 dice: “Pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. En ese entonces, la crucifixión y la resurrección no habían sido aún llevados a cabo; sin embargo, una vez realizados, el Espíritu de Dios pudo impartir la vida divina.

  ¿Quién es el Espíritu vivificante? Cristo. Dios mismo. La enseñanza tradicional sobre la Trinidad no puede responder a todos estos puntos. Cristo no puede separarse de Dios, ni tampoco del Espíritu. Tenemos tanto al Padre, al Hijo como al Espíritu. El Padre está corporificado en el Hijo, y el Hijo fue hecho Espíritu vivificante. El camino ha sido preparado, y el procedimiento ha sido llevado a cabo por completo. Ahora Él está listo, y todo lo que nos queda por hacer es abrir nuestro ser a Él y recibirle. Inmediatamente Él entra en nosotros.

  De esta manera, tenemos dentro de nosotros a Dios el Creador, quien es ahora el Dios Triuno que se imparte en nuestro ser como nuestro contenido. Somos vasos que contenemos al Dios procesado, y éste es el misterio de Cristo. Todos los misterios divinos están envueltos con Cristo.

  Pese a la ineficacia del lenguaje humano para describir las cosas que hemos visto, tengo la certeza de que si ustedes verdaderamente anhelan en su corazón ver tales cosas lo dicho bastará para ayudarles. No se dejen limitar por las enseñanzas superficiales; más bien, deben avanzar para ver estas verdades profundas en cuanto al deseo que está en el corazón de Dios. ¿Quién es este Dios que mora en nosotros? Él es el Padre. Él es el Hijo y Él es también el Espíritu. Los intentos por sistematizar estas verdades realizados por los teólogos han sido un fracaso. Los eruditos respetables reconocen, conforme a sus experiencias cristianas, que Cristo es idéntico al Espíritu. Ciertamente los dos son uno, pero ¡ellos también son dos! Debido a que esto es un misterio, no podemos explicarlo cabalmente. No obstante, esto corresponde a nuestra experiencia.

QUIÉN ES CRISTO

El misterio de Dios

  En Colosenses 2:2 Cristo se denomina el misterio de Dios. Tal expresión denota algo incomprensible e inexplicable. Dios es un misterio, pues Él es indefinible. Puesto que el misterio de Dios es Cristo, si queremos adquirir el pleno conocimiento de Dios, primero debemos conocer a Cristo. Si deseamos recibir a Dios, debemos recibir a Cristo.

La corporificación de Dios

  Colosenses 2:9 dice: “Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Cristo es la corporificación de Dios.

Dios

  Romanos 9:5 dice que Cristo es “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”. Este Cristo, quien es el misterio de Dios y la corporificación de Dios, es Dios. Él es Dios mismo, y esto es lo que Pablo afirma claramente en este versículo. ¿Puede Cristo separarse de Dios? Ciertamente que no; de la misma manera que usted tampoco puede separarse de usted mismo. Es posible que los teólogos digan que Cristo es Dios el Hijo, mas no es Dios el Padre ni Dios el Espíritu; quizás ellos tengan este concepto, mas esto no es lo que dice la Biblia. La Biblia declara que Él es Dios sobre todas las cosas, y no dice que Él sea únicamente Dios el Hijo, decir esto no es nada más que dar una interpretación

  En Éxodo 3:2 y 6 el Ángel que fue enviado por Jehová no sólo era el Dios de Abraham, sino que también era el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Él no solamente era Dios el Hijo (el Dios de Isaac), sino que también era Dios el Padre (el Dios de Abraham) y Dios el Espíritu (el Dios de Jacob). Él es el Dios Triuno y no se le puede separar en Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu. Quizás ustedes tengan tal concepto, mas eso no es bíblico.

  Tenemos que conocer a este Cristo; Él es Dios, el propio Dios Triuno.

El Espíritu vivificante

  Este Cristo dio un primer paso en el cual se hizo carne (Jn. 1:14). En la carne Él era el Cordero de Dios que murió por nuestros pecados con el propósito de efectuar la redención. Luego, en resurrección Él dio un segundo paso: como postrer Adán, Él fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Pablo nos dice que Cristo es Dios mismo, el propio Dios Triuno, y después, nos dice también que Cristo fue hecho Espíritu vivificante. Nótese la expresión verbal se hizo. Cristo tomó la iniciativa de pasar de una etapa a otra. Primero Él estaba en la etapa de la carne; sin embargo, después de la resurrección, Él entró en la etapa del Espíritu. Él se hizo un Espíritu para impartirnos vida.

  Hay aquellos que afirman que yo he destruido las tres Personas divinas de la santa Trinidad. La verdad es que los opositores han descuidado, o mejor dicho, han optado por ignorar lo que la Biblia enseña claramente con respecto a la Trinidad. Mientras que en privado admiten que Cristo, según Isaías 9:6, es llamado el Padre; sin embargo, en público no se atreven a admitirlo porque va en contra de la tradición.

El Espíritu

  “Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu” (2 Co. 3:17-18). La frase el Señor Espíritu no puede ser más clara, y aun así, los oponentes arguyen que aquí el título Señor se refiere a Jehová y no a Cristo. Ahora, ¿quién es Jehová? En el Antiguo Testamento Jehová es Cristo, mas en el Nuevo Testamento Jehová es Jesús. En el versículo 18 ¿quién es el Señor cuya gloria nosotros miramos y reflejamos? Ciertamente no puede ser otro sino el Cristo glorioso, en cuya imagen somos transformados “como por el Señor Espíritu”. Aquí tenemos un nombre compuesto: Señor Espíritu.

  El Espíritu y el Señor no pueden ser separados. En el versículo 17 se nos dice que el Señor es el Espíritu y luego, tenemos la expresión el Espíritu del Señor. La primera parte de este versículo nos da a entender que el Señor y el Espíritu son uno, mas la segunda parte dice que ellos son dos. Esto es lo que nosotros entendemos conforme a nuestro lenguaje. La corriente eléctrica es la electricidad misma, y sin ésta no existiría la corriente eléctrica. De igual manera, el Espíritu del Señor es sencillamente el Señor mismo.

EL DIOS TRIUNO

Romanos

  Los versículos del 9 al 11 de Romanos 8 describen claramente al Dios Triuno: “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él. Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”.

  Aquí tenemos un misterio. Primero está el Espíritu de Dios, luego el Espíritu de Cristo y después Cristo. El Espíritu de Dios es el Espíritu de Cristo, y el Espíritu de Cristo es simplemente Cristo. Dios, el Espíritu y Cristo, los tres de la Deidad son mencionados aquí. No obstante, no son tres sino uno solo el que mora en nosotros. Si tenemos al Espíritu, tenemos también a Dios y a Cristo. Si tenemos a Cristo, tenemos tanto al Espíritu como a Dios.

  Este Dios que poseemos no es el Dios de Génesis 1 sino el de Romanos 8, el cual pasó por la encarnación y la crucifixión y entró en resurrección. Con este Dios, tenemos a Cristo y al Espíritu. Los tres son uno y son inseparables.

Efesios

  Efesios 3:14-19 es otro pasaje que hace referencia al Dios Triuno: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu; para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. Dios el Padre oye esta oración, Dios el Espíritu ejecuta tal oración, y Dios el Hijo completa lo que se ha pedido, es decir, que Cristo haga Su hogar en nosotros para que seamos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Primero está el Padre, después el Espíritu, y luego, Cristo el Hijo, y finalmente, toda la plenitud de Dios. Aquí una Persona divina se forja en nuestro ser; y seremos impregnados de Él, seremos llenos de Él hasta rebosar. De esta manera, llegaremos a ser la plenitud de Dios que expresa Sus riquezas. Éste es el misterio de Cristo.

2 Corintios

  “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Co. 13:14). Aquí tenemos el amor de Dios el Padre, la gracia de Dios el Hijo y la comunión de Dios el Espíritu. Quiera que todos ellos sean con ustedes. Existe tal fluir que es para nosotros y también fluye en nosotros.

AFERRÁNDONOS A LA VISIÓN CENTRAL

  La visión central presentada por el ministerio completador del apóstol Pablo es: Dios está en nosotros como nuestro contenido, Cristo es el misterio de Dios, y la iglesia es el misterio de Cristo. Debemos despojarnos de nuestros conceptos naturales ya sean de carácter religioso, ético, devocional, espiritual, santo o de piedad. Incluso el concepto de tener una buena reunión o un servicio eficaz en la iglesia no deben ser nuestra meta. Las reuniones y el servicio deben proceder de la fuente; y el resultado es la vida de iglesia.

  El recobro del Señor constituye la visión central. Después de las exitosas emigraciones en 1970, empezamos a prestarle atención a la propagación del recobro y en cierta forma descuidamos la visión central. El recobro del Señor se desvió. Por lo cual tuve que arrepentirme en gran manera al Señor. Por Su misericordia, Él aclaró las cosas y nos trajo de regreso al camino correcto. El Señor me reprendió y me mandó a que no fomentara mucho la propagación del recobro ni el incremento numérico en la iglesia. Yo no me opongo a estas cosas, pero se me mandó no prestarle mucha atención. Dejemos que el recobro crezca en vida, ya que eso espontáneamente resultará en la propagación del recobro y en el incremento apropiado, los cuales serán frutos de la vida divina y no de nuestra labor. El Señor continuó diciendo: “‘Hijito’, cuando Yo vivía en la tierra, Yo no hice nada para propagar Mi obra. Todo lo que hice fue sembrarme como vida en un número reducido de discípulos. Al final, en el capítulo 1 de Hechos Yo tenía solamente ciento veinte. No era mucho”. Al parecer es inconcebible que después de que el Señor laborara por tres años y medio sólo llegó a cosechar ciento veinte discípulos. El Señor me preguntó: “Por todo el esfuerzo que invertiste en la propagación del recobro y su incremento, ¿dónde están esos ciento veinte? Después que partas, ¿dónde estarán los ciento veinte? ¿Quién guiará el recobro del Señor por el camino correcto? Sin estos ciento veinte, apenas te vayas, todo habrá terminado. El recobro formará parte de la lamentable historia de la cristiandad, la cual es una repetición de sus labores, que si bien se ciñen a las Escrituras y son espirituales, están carentes de Cristo. Si pudieras ganar al mundo entero como aumento, ¿qué valor tendría?”.

  Recientemente hablé con un hermano que nos visitó de Taiwán. Le dije en comunión que, a partir de ahora, en Taiwán no se deberá prestar mucha atención a la propagación del recobro y a su aumento. Todo esfuerzo deberá centrarse en obtener los ciento veinte. De lo contrario, en diez años, todo desaparecerá; todo se habrá perdido por causa del aumento. Ya hay un buen número de creyentes en Taiwán, pues solamente en la iglesia en Taipéi hay un total de veintitrés mil, y quizás haya cuarenta mil santos en toda la isla. Pero ¿cuántos de ellos pueden ser contados entre los ciento veinte? Si no nos ocupamos de este asunto, nuestra obra será vana en lo que concierne a la línea central de la economía de Dios. En vez de recobrar, seremos arrastrados de regreso al pasado, ya que cuanto más nos propaguemos, más terminaremos repitiendo la historia del cristianismo. Estoy muy contento de que hay muchos hermanos y hermanas entre nosotros; sin embargo, si no ven la visión central mi alegría será vanidad.

  Es imprescindible que algunos que son fieles se levanten y declaren: “Señor, aquí estoy. Muéstrame la visión central tal como lo hiciste con el apóstol Pablo”. Espero que los jóvenes, especialmente aquellos que tienen sus veinte años, hagan esto. Entonces, después de diez años, ustedes serán muy valiosos al recobro del Señor.

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