
Lectura bíblica: Ro. 12:2; 2 Co. 3:17-18
La Biblia revela claramente que el propósito de Dios es forjarse a Sí mismo en el hombre a fin de ser su vida y ser expresado por él. Fue con este propósito que Dios hizo al hombre a Su imagen, lo cual hace posible que el hombre exprese a Dios. El hombre también fue creado con un espíritu a fin de poder recibir a “Dios el Espíritu” en su ser. Pero, como sabemos, el hombre cayó en el pecado.
Fue entonces, que Dios vino como hombre, vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, y al final de Su existencia humana, fue crucificado y murió en la cruz por el pecado del hombre. Por medio de esa muerte, Él también destruyó a Satanás y puso fin a la vieja creación. Después de haber permanecido tres días en la tumba, entró en la resurrección. Al resucitar, Él introdujo la humanidad en la divinidad, elevando así a la humanidad caída. Esta humanidad elevada está ahora en Él en resurrección. Al mismo tiempo, se hizo el Espíritu vivificante, capaz y listo para entrar en todo aquel que cree en Él.
Cada vez que alguien crea en el Señor Jesús donde quiera que se encuentre, este Espíritu vivificante, entrará en dicha persona y regenerará su espíritu. El Espíritu divino viene a morar en el espíritu del creyente y se hace uno con él. Así pues, este creyente no sólo ha sido salvo, redimido y regenerado, sino que además posee la vida y la naturaleza de Dios. Más aún, él se ha unido al Señor y es un solo espíritu con Él (1 Co. 6:17). Ahora, todo lo que le queda por hacer es vivir a Cristo, es decir, llevar una vida en la que él es un solo espíritu con el Señor.
Al caer en el pecado, el hombre perdió a Dios. Debido a que el hombre se alejó de Dios, ciertas cosas llegaron a reemplazar a Dios en la vida del hombre. Con el tiempo, Dios fue reemplazado en el hombre caído por las siguientes cosas.
El hombre adquirió el conocimiento del bien y del mal, y comenzó a diferenciar entre lo bueno y lo malo. El hombre se esforzó por hacer el bien y rechazar el mal. Si bien esto no significa que él haya tenido éxito en esto, ciertamente él adquirió esta clase de conocimiento y procura escoger el bien y rechazar el mal.
La cultura es un desarrollo del conocimiento del bien y del mal. Si bien existen muchas y distintas culturas, tales como la cultura egipcia, la babilónica, la judaica, la griega, la romana, la europea, la estadounidense, la china, la japonesa, la hindú, etc., todas ellas promueven lo que es bueno y denuncian lo que es malo. Todo ser humano, de cualquier pueblo o cultura, desea hacer lo que es bueno y rechazar lo que es malo; pues esto es lo que sus respectivas culturas les ha enseñado.
La filosofía es un desarrollo aun más avanzado de la cultura. Si bien representa una etapa más avanzada en comparación con la cultura en general, en principio es el mismo, pues ensalza el bien y condena el mal.
La ética promueve la moralidad. Entre las numerosas enseñanzas morales producidas por los hombres, las de Confucio pertenecen a la categoría más elevada. Los preceptos éticos animan a los hombres a conducirse conforme a ciertos principios de conducta. Estos principios también se basan en el conocimiento del bien y del mal.
La religión es superior a la ética y a la filosofía, así como también a la cultura humana y a la ciencia del bien y del mal, debido a que introduce a Dios. La religión recurre a Dios en busca de ayuda; promueve la adoración a Dios y le pide Su ayuda para hacer el bien y rechazar el mal. Sin embargo, no abandona la filosofía ni la cultura, sino que más bien adopta los aspectos positivos de la cultura e incorpora en su estructura las enseñanzas éticas.
Estas cinco cosas —la ciencia del bien y del mal, la cultura, la filosofía, la ética y la religión— constituyen los factores que controlan la humanidad caída. No importa donde hayamos nacido ni cómo hayamos sido criados, estas cinco cosas han determinado nuestra formación. Independientemente de dónde procedamos, ya sea del Occidente o del Oriente, seamos de esta o aquella raza; desde nuestra niñez se nos enseñó la ciencia del bien y del mal. Podría parecernos que nuestra cultura difiere grandemente de las otras, pero se trata de diferencias superficiales. A todos se nos ha enseñado cómo honrar a nuestros padres, ser honestos, amar a otros y cosas semejantes. Éste es nuestro común patrimonio cultural, independientemente de la educación que hayamos recibido, ya sea en Europa, en Asia o en África. Lo mismo sucede con la filosofía y la ética. Si bien las diferentes filosofías y enseñanzas éticas pueden haberse originado en partes muy distintas del mundo, en esencia todas ellas están interesadas por promover el bien y rechazar el mal. En principio, todas ellas son iguales.
Existen tres religiones principales, a saber: el judaísmo, el islamismo y el catolicismo. El islamismo, la religión musulmana, está estrechamente relacionada con el judaísmo. De hecho, el Corán, el libro sagrado del islamismo, tiene muchas partes que son muy similares al Antiguo Testamento y algunas al Nuevo. En el cristianismo, el catolicismo se ha convertido en una religión. El judaísmo, el islamismo y el catolicismo tienen su origen en la Biblia; y todas ellas adoran al mismo Dios.
En la India se practica el budismo, pero no lo consideramos como una religión porque Buda no era un dios. Los chinos siguen las enseñanzas éticas de Confucio, las cuales por sí mismas tampoco conforman una religión.
Todas las religiones utilizan a Dios con el propósito de promover y enaltecer la cultura, mejorar el conocimiento que tiene la gente del bien y del mal, fortalecer su filosofía, y capacitarlos a llevar una vida en conformidad con las enseñanzas éticas.
Esta es la situación en la que nacimos y en la que fuimos criados. Se nos ha enseñado a vivir conforme al conocimiento del bien y del mal, y nos conducimos según nuestra cultura. Además nos hallamos bajo la influencia de la filosofía y nos esforzamos por atenernos a las enseñanzas éticas. Más aún, somos regidos y guiados por la educación religiosa que hemos recibido.
Antes de ser salvo, tal vez usted se comportaba de manera irresponsable y pecaminosa. Pero después de ser salvo, se arrepintió y se lamentó de su pasado. Ahora usted se esfuerza por no hacer el mal, y no sólo le pide a Dios que le ayude a no pecar más y a no ofender a los demás, sino que le fortalezca a fin de llevar una vida recta. Su deseo es andar siempre en la presencia de Dios.
Como resultado de nuestro pasado y de nuestra experiencia cristiana adoptamos cierto estilo de vida. La manera como vivimos es para hacer el bien, esforzándonos por andar en la presencia de Dios y por glorificarle. Queridos santos, ¡ésta es la manera incorrecta de vivir! Este estilo de vida representa el engaño sutil de Satanás; pues, en realidad, el deseo de Dios no consiste en que llevemos una vida recta ni que seamos personas religiosas. Su propósito con respecto a nosotros no es hacer de nosotros personas buenas ni malas. Tanto el bien como el mal están completamente fuera de Su propósito.
Entonces, ¿cuál es el propósito de Dios? Su propósito consiste en entrar en nosotros y ser nuestra vida de tal manera que llega a ser uno con nosotros y nos hace uno con Él a fin de que le vivamos. ¡Debemos vivir a Dios y no vivir conforme a lo que es bueno! Dios no busca hombres buenos, sino a Dios-hombres. Dios quiere ser nuestra vida y nuestra naturaleza; Él desea que seamos Su expresión. A Él no le satisface el hecho de que expresemos lo que es bueno; tampoco quiere que expresemos lo que es malo. Debemos expresar únicamente a Dios, y en esto consiste Su propósito.
Para llevar a cabo lo que se había propuesto, Dios mismo se hizo hombre. Él pasó por el proceso de la encarnación, la existencia humana y la crucifixión. Después al resucitar llegó a ser el Espíritu vivificante. Mediante la encarnación Él entró en el hombre y mediante la resurrección Él introdujo al hombre en Sí mismo.
Ahora Él está en nosotros, y nosotros estamos en Él. Ya no debemos vivir más conforme a la ciencia del bien y del mal, ni ser regidos por nuestra cultura. Toda filosofía está bajo nuestros pies; las enseñanzas éticas debemos descartarlas, y la religión ya no es para nosotros; ya no necesitamos estas cosas. En su lugar, ¡poseemos el Espíritu, quien es la consumación máxima del Dios Triuno!
Cuando dejamos esas cosas en las cuales fuimos criados y educados, todo lo que nos queda es este Espíritu todo-inclusivo. Tanto la religión, los preceptos éticos, la filosofía, la cultura así como la ciencia del bien y del mal se han desvanecido; y ahora, lo único que queda es el Dios vivo, a quien conocemos como el Espíritu. Él es el Espíritu que mora en nuestro espíritu. En vez de practicar simplemente el permanecer en la presencia de Dios, nos ejercitamos en la práctica de ser un solo espíritu con el Señor. Cuando nosotros vivimos, Él vive, y cuando Él vive, nosotros vivimos. Nosotros y Él somos uno.
Sin embargo, no debemos olvidarnos de que somos seres tripartitos. Es verdaderamente maravilloso que el Espíritu está en nuestro espíritu, pero también tenemos alma y cuerpo. Nuestro espíritu es la parte central de nuestro ser, mientras que nuestro cuerpo es la circunferencia; y entre estas dos está nuestra alma. Nuestra alma conforma una gran parte de nuestro ser, o sea, lo que somos. Si bien el Dios Triuno está en nuestro espíritu, es posible que nuestra alma tenga muy poco de Cristo. Es posible que nuestra alma esté ocupada solo por el yo. Aun mientras decimos: “¡Alabado sea el Señor que el Espíritu está en mi espíritu!”, nuestra mente, que es la mayor parte de nuestra alma, sigue completamente llena del yo. Nuestra parte emotiva, que también forma parte del alma, sigue completamente llena del yo; y nuestra voluntad, la tercera parte de nuestra alma, permanece intocable.
Nuestro espíritu ha sido regenerado, pero nuestra alma sigue siendo vieja y no ha cambiado. Necesitamos ser transformados. Romanos 12:2 dice: “No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable y lo perfecto”.
Amoldarnos a este siglo equivale a ser modernos, y este deseo de ser modernos tiene su origen en nuestra alma. Supongamos que está mirando los anuncios de los periódicos, y las últimas modas despiertan cierto interés en usted. Se siente atraído por ciertos estilos, y en su mente calcula cuánto dinero puede gastar por lo que ha visto. Finalmente, toma la decisión de ir a la tienda para comprarlo.
Si esto es lo que practica comúnmente, usted se ha amoldado a este siglo. ¡No se amolde a este siglo! Amoldarnos a este siglo es obtener aquellas cosas que satisfacen nuestra alma. A nuestra alma le gustan las modas y sus colores, pero jamás se satisface.
“...Transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. La renovación de la mente nos da a entender que la transformación transcurre en el alma, debido a que nuestra mente es la parte predominante de la misma. A fin de que nuestra alma sea transformada, es preciso que seamos primero renovados en nuestra mente. Conformar y transformar son dos palabras distintas. La conformación no requiere que nada nuevo sea añadido a nuestro ser interior, pues es algo externo. La transformación, al contrario, requiere que un nuevo elemento sea añadido internamente a nosotros.
La conformación tiene que ver principalmente con la apariencia de la persona. Hace casi quince años, hubo muchos jóvenes que fueron atraídos por el movimiento “hippy” que surgió en California. No les fue difícil convertirse en “hippies”, pues todo lo que tuvieron que hacer era, ¡dejarse crecer el cabello y dejar de bañarse! No fue necesario añadirles ningún elemento especial a estos jóvenes. Fueron conformados por el simple hecho de adaptarse a ese estilo de vida.
La transformación, no consiste en adaptarse externamente. Supongamos que una persona está muy pálida; lo que necesita es ser transformada. La solución a su problema no está en que se maquille, sino en que coma regularmente alimentos nutritivos. Después de digerir estos alimentos y haberlos asimilado en su sangre, los elementos nutritivos llegaran a formar parte de sus células. Estos nuevos elementos gradualmente harán que su palidez se desvanezca y la persona adquiera un color saludable. Su ser habrá cambiado a raíz de haberse alimentado debidamente. Todo lo viejo habrá sido eliminado y reemplazado por los nuevos elementos. Este no es un simple maquillaje externo en su piel; más bien, es un cambio de color que ha sido producido internamente. Así es la transformación.
¿Qué elemento es el que produce un cambio interior? Este elemento es Cristo, el Dios Triuno, el Espíritu todo-inclusivo. Al comienzo, este Espíritu todo-inclusivo se halla confinado en nuestro espíritu, pues no tiene acceso a nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Si no le permitimos que se extienda de nuestro espíritu a nuestra alma, nuestro espíritu se convertirá en una prisión para Él. Por eso necesitamos la enseñanza de la transformación por medio de la renovación de nuestras mentes. El Espíritu quiere extenderse a nuestra alma, a fin de añadir el nuevo elemento divino a nuestro ser y así reemplazar nuestro yo. Cuando este nuevo elemento, que reemplaza al viejo elemento, es añadido a nuestra alma, se producirá un cambio en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad.
De todos los libros que conforman la Biblia, solo los escritos de Pablo hablan de la transformación. Una parte del ministerio completador trata de nuestra necesidad de ser transformados. Este cambio que se produce en nuestro ser interior se debe a que el elemento divino ha sido añadido a nosotros a fin de reemplazar nuestro yo.
“Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu” (2 Co. 3:17-18).
¿A qué libertad se está refiriendo aquí? A la libertad que gozamos una vez que somos libertados del conocimiento del bien y del mal, de la cultura, de la filosofía, de las enseñanzas éticas y de la religión. Donde está el Espíritu del Señor, allí dejamos de estar atados por estas cosas. En los tiempos de Pablo, aún había muchos creyentes que seguían siendo esclavos de la ley, por lo cual necesitaban ser libertados de la ley y de la religión judía. En nuestros días, los creyentes chinos necesitan ser libertados de las enseñanzas de Confucio. Todos nosotros necesitamos ser libertados de la religión; todos nosotros debemos despojarnos de nuestro bagaje cultural, intelectual y religioso. No debe haber en nosotros nada que provenga de nuestro antiguo conocimiento del bien y del mal, de nuestra vieja cultura, filosofía, enseñanzas éticas o de la religión.
El versículo 18 dice que somos como espejos que a cara descubierta reflejamos la gloria del Señor. Todos estos velos nos fueron quitados. Tenemos que quitar estas cinco capas de velos ya que si aun queda un solo velo en nosotros, éste afectará nuestra visión. No podremos ver las cosas que se mencionan en la Biblia, pese a que están allí. Es por esto que muchos cristianos no ven mas allá de las palabras escritas cuando leen la Biblia. Sus ojos están velados por estas cinco capas.
Todos los velos tienen que ser quitados. Entonces nosotros, a cara descubierta, como un espejo que mira y refleja al Señor, seremos transformados. La manera de ser transformados es quitar el velo del conocimiento del bien y del mal, el velo de la cultura, el de la filosofía, el de las enseñanzas éticas y el de la religión. De esta manera, podremos mirar al Señor a cara descubierta y podremos dejar que Él resplandezca en nuestro ser.
Si usted quiere sacar una fotografía, tiene que asegurarse de quitarle la tapa al lente de la cámara fotográfica. Después, una vez que presione el obturador, la luz entrará y tomará la foto. Lo mismo sucede con nosotros. Si tenemos una cara descubierta y miramos al Señor, Él mismo resplandecerá en nuestra mente, parte emotiva y voluntad, así como también en nuestro espíritu. Algo divino resplandecerá en nuestro ser, reemplazando lo viejo y produciendo un cambio en nosotros. En el ministerio completador de Pablo este cambio es llamado transformación. Y el cambio es el Espíritu que se extiende desde nuestro espíritu a nuestra alma con el fin de ocuparla y saturar cada parte de ella.
La transformación tiene como fin el edificio de Dios. Si no somos transformados, Dios no podrá obtener un edificio para Sí. Pese que hemos sido regenerados en nuestro espíritu, será imposible que los creyentes sean edificados y sean uno, si nuestra alma está llena del yo. ¿Qué cosa es el yo? La opinión es la expresión del yo. Siempre cuando estemos llenos de diferentes opiniones, no podremos ser uno.
Sin embargo, si le permitimos al Espíritu extenderse de nuestro espíritu a nuestra alma, todas nuestras opiniones se desvanecerán una tras otra. A medida que todos seamos transformados, llegaremos a ser uno. Poco a poco, al ser transformados, todos nosotros seremos libertados de nuestras opiniones y llegaremos a ser uno, no solamente en nuestro espíritu, sino también en nuestra alma. Esta unidad es la edificación, la cual es el propósito de la transformación.