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Mensajes del libro «Ministerio completador de Pablo, El»
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CAPÍTULO NUEVE

CRECEMOS EN VIDA MEDIANTE LA TRANSFORMACIÓN DE NUESTRA ALMA A FIN DE EDIFICAR EL CUERPO

  Lectura bíblica: 2 Co. 3:18; Ro. 12:2; Fil. 2:2; 1 Co. 3:6-12; Ef. 4:12-16

  Los versículos antes mencionados abordan principalmente lo que concierne a la vida y su resultado, que es la edificación. De hecho, esto constituye el tema de todo el Nuevo Testamento. Esta vida es simplemente el Dios Triuno, quien después de haber pasado por un largo proceso, fue hecho el Espíritu de vida; como tal, Él es vida para nosotros. La edificación es la iglesia, el Cuerpo de Cristo, el cual proviene de la vida divina. Es decir, la iglesia es el fruto de la vida divina, cuya consumación es la Nueva Jerusalén.

  El Nuevo Testamento nos dice que después de recibir tal vida, ésta crece en nosotros, nos satura, nos transforma y nos edifica juntos a fin de ser la morada de Dios. En la era actual, la morada de Dios es la iglesia; en la era eterna, Su morada será la Nueva Jerusalén. El hecho de que Dios sea vida para nosotros resulta en la morada de Dios. A medida que Su vida va creciendo en nosotros, somos transformados, y esta transformación tiene como propósito edificar la morada de Dios. Pese a que el crecimiento, la transformación y la edificación constituyen los puntos sobresalientes del Nuevo Testamento, ellos han sido descuidados en gran parte por la mayoría de los cristianos, quienes centran su atención en puntos secundarios.

LA TRANSFORMACIÓN

  La transformación sigue a la regeneración. Nuestra vida espiritual comienza con la regeneración. Cuando creímos en el Señor Jesús e invocamos Su nombre, Él como Espíritu vivificante entró en nuestro espíritu y lo regeneró. Desde entonces, el Dios Triuno mora en nuestro espíritu, de tal modo que, en el espíritu, somos uno con Él.

  Ahora es necesario que Él se propague de nuestro espíritu a nuestra alma; y una vez que Él, el Espíritu vivificante, se haya propagado a nuestra alma y la sature habremos sido transformados. Por tanto, la transformación es la saturación de nuestra alma que efectúa el Dios Triuno. En la regeneración, nacemos en nuestro espíritu; en la transformación, somos saturados en nuestra alma.

  La transformación es un cambio metabólico. Con respecto al cuerpo físico, el metabolismo se refiere al proceso que se produce en las células por el cual la materia vieja es eliminada y es reemplazada por la nueva. En el Nuevo Testamento, a este cambio, aplicado a nuestra alma, se le llama transformación (2 Co. 3:18; Ro. 12:2). La aplicación de cosméticos produce un cambio en apariencia, mas no un cambio metabólico, pues es algo meramente externo. Pero tener una cara sonrosada gracias a una mejora en la dieta es algo que resulta de un proceso metabólico. Los nuevos elementos son asimilados orgánicamente en el cuerpo y reemplazan lo viejo. La transformación es un cambio en vida y no meramente un cambio en apariencia. El elemento divino es añadido a nuestro ser, y esto elimina el viejo elemento humano. Este cambio orgánico se produce en nuestra alma.

  Por tanto, es necesario que seamos regenerados en nuestro espíritu y transformados en nuestra alma. Los santos en todas las iglesias locales deberían interesarse en este cambio metabólico en vida que es llevado a cabo por el Espíritu divino que se propaga en nuestro ser.

LA DIFERENCIA ENTRE EL ALMA Y EL ESPÍRITU

  Antes de proseguir, quisiera asegurarme que todos nosotros diferenciemos claramente nuestra alma de nuestro espíritu. En el centro de nuestro ser está nuestro espíritu, y alrededor de éste tenemos nuestra alma. Y el cuerpo es la parte exterior. Podemos ilustrar esto de la siguiente manera.

  Las Escrituras enseñan claramente que el hombre es un ser tripartito (1 Ts. 5:23). No obstante, con respecto a este tema han surgido dos escuelas de teología. Una cree, tal como lo enseña la Biblia, que el hombre es una tricotomía, que consta de tres partes: espíritu, alma y cuerpo. Sin embargo, la otra escuela afirma que el hombre es una dicotomía, que consta de solo dos partes, una externa, el cuerpo, y otra interna, el espíritu o el alma. Esta última escuela considera que el espíritu, el alma y el corazón son sinónimos.

  Esta descripción del hombre, la cual no se ciñe a las Escrituras, aparece en la New American Standard Versión (NASV) de la Biblia en inglés. Una traducción literal de Filipenses 2:2 dice “unidos en el alma”, mas la NASV usa las palabras unidos en el espíritu. Luego, en Filipenses 2:20 Pablo considera a Timoteo como a uno del mismo ánimo que él (“la misma alma”, lit.); pero la versión NASV usa las palabras del mismo espíritu [“of kindred spirit”]. Es inexcusable que se haya traducido “alma” como “espíritu”; ello demuestra claramente que el traductor no entendió la diferencia que existe entre el alma y el espíritu.

  Muchos maestros de la Biblia no diferencian el alma del espíritu. Una vez conocí a un misionario de los Hermanos que argumentó categóricamente conmigo que no había diferencia alguna entre el alma y el espíritu. Le cité 1 Tesalonicenses 5:23 donde Pablo hace mención de “vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo”. Si el espíritu y el alma fuesen una misma cosa, Pablo de seguro no habría usado tal conjunción. Para sorpresa mía, me respondió diciendo que no importaba lo que decía la Biblia, porque aun así, el espíritu y el alma eran una sola cosa. Aquello puso fin a nuestra discusión, pues al no creer en lo que la Biblia dice, no había motivo de seguir hablando.

  El hecho de que hemos nacido del Espíritu en nuestro espíritu es sólo el comienzo. Si bien fuimos regenerados en nuestro espíritu, nuestra alma sigue vacía. Por ello, el Espíritu divino que mora en nuestro espíritu quiere propagarse a nuestra alma, o sea, a nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Él quiere saturar nuestras partes internas.

EL CRECIMIENTO EN VIDA

  Durante muchos años intenté entender lo que significaba crecer en vida. La Biblia recalca nuestra necesidad de crecer en vida, o sea, que la vida divina crezca en nosotros. Pese a que había estudiado la Biblia, había leído numerosos libros espirituales y había reflexionado sobre mis propias experiencias, aun así, no comprendía claramente lo que este crecimiento significaba ni cómo esto ocurriría.

  Mas ahora me doy cuenta de que el verdadero crecimiento en vida consiste en la transformación del alma.

  En la parábola de las diez vírgenes (Mt. 25: 1-13), el Señor Jesús hace mención de sus lámparas y sus vasijas. Tanto las prudentes como las insensatas tenían aceite en sus lámparas (véase v. 8), pero solo las prudentes tomaron aceite en sus vasijas. Dos porciones de aceite eran necesarias, una para la lámpara y otra para la vasija. Proverbios 20:27 dice: “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre”. Las lámparas de las vírgenes se refieren al espíritu humano. Romanos 9:21 y 23 nos dicen que nuestro ser es un vaso de Dios, lo cual quiere decir que nuestra alma es un vaso, una vasija. Todos los que son salvos tienen aceite en sus lámparas, es decir, todos tenemos al Espíritu en nuestro espíritu. Sin embargo, tener o no tener una porción extra de aceite en nuestro vaso, o sea, en nuestra alma, es otra cuestión. Mientras que las vírgenes prudentes tomaron aceite en sus vasijas, las insensatas no lo tomaron.

  Por tanto, el que seamos vírgenes insensatas o prudentes no dependerá de nuestro espíritu sino de nuestra alma. Fuimos regenerados en nuestro espíritu; no obstante, ¿hemos sido saturados por el Espíritu en nuestra alma? ¿Tenemos una porción extra de aceite en nuestro vaso? Esto es algo que debemos considerar seriamente. Ahora que hemos sido regenerados, tenemos que ser transformados; o sea que debemos crecer en la vida divina. Crecer es aumentar. La vida que mora en nuestro espíritu tiene que extenderse a nuestra alma hasta que ésta sea saturada. De lo contrario, nuestra alma seguirá siendo natural y vieja. Cuando los elementos nuevos del Espíritu divino entran a nuestra alma, es transformada orgánicamente. Esta transformación es el crecimiento en vida.

  Son muchos los cristianos que prácticamente no tienen crecimiento en vida. Esto se debe a que no le han dado al Espíritu que mora en ellos la oportunidad de extenderse a su alma y saturarla.

UNA LABRANZA Y UN EDIFICIO

  ¿En dónde nos dice la Biblia que la transformación y el crecimiento en vida son una misma cosa? En 1 Corintios 3 dice: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios [...] sois labranza de Dios, edificio de Dios [...] y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, hierba, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta” (vs. 6, 9, 12-13).

  Pablo dice que somos labranza de Dios, edificio de Dios; y estamos aquí para que Cristo sea cultivado. Pablo plantó, Apolos regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios. Todas estas expresiones pertenecen al asunto del crecimiento. ¿De qué manera es el crecimiento igual a la transformación? También somos un edificio de oro, plata y piedras preciosas. Al comienzo somos como plantas que crecen en la labranza de Dios, mas el resultado final es que somos transformados en oro, plata, y piedras preciosas. ¿No es esto acaso transformación? ¡Estas plantas débiles han sido transformadas hasta convertirse en materiales muy sólidos! Sin embargo, también se nos advirtió que sería posible que el resultado sea madera, hierba y hojarasca, algo que es apropiado solo para ser quemado. No obstante, podemos ser transformados en otra categoría, o sea, en oro, plata y piedras preciosas.

  Supongamos que tenemos tres hermanos jóvenes que recientemente entraron en la vida de iglesia. Podríamos considerarlos como plantas: el primero es un árbol pequeño, el segundo es un arbusto y el tercero es una flor delicada. Ellos tres crecen en la labranza de Dios, la iglesia. ¡Miren qué frágiles son! No soportan que se les trate rudamente. Sin embargo, aunque estas personas son como plantas tiernas, ellos están creciendo. El Señor espera que un día el árbol pequeño cambie a oro, el arbusto a plata y la flor a piedra preciosa.

  Hoy esta flor, este arbusto y este árbol pequeño nos parecen hermosos. Pero supongamos que después de tres años ellos siguen siendo iguales, pues no crecieron ni tampoco fueron transformados. Por muy hermosos que sean, no serán aptos para ser materiales de edificación. ¿Podemos construir una casa con flores? ¿Puede un árbol pequeño servirnos como dintel de una puerta? ¿Puede un arbusto formar parte de una pared? Tal edificio no existiría. Ellos tampoco servirán de material de edificación para la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén es hecha de oro, con muros de piedras preciosas y puertas de perlas. ¡El edificio de Dios no se edifica con flores y arbustos delicados ni tampoco con árboles tiernos!

  Estos tres hermanos necesitan tener un cambio. Ellos necesitan tener una transformación orgánica y metabólica. No nos gustaría que después de tres años esta persona siga siendo una flor delicada, la cual es preciosa a la vista, pero inútil para la edificación. Deseamos que ella sea una piedra preciosa, aun cuando ello signifique perder los hermosos capullos; también deseamos ver que el arbusto se convierta, tal vez, en una perla dura y transparente, y el arbolito también necesita ser transformado, a lo mejor, en oro puro como vidrio.

  Amados santos, ¿se contentarían con ser arbolitos, arbustos y flores? O ¿anhelan ser piedras preciosas? ¿Qué tienen en “la labranza” aquí en Stuttgart? Yo creo que aquí hay una gran variedad de cultivos: hay plantas, así como también hay oro, plata y piedras preciosas.

  Esta labranza, la cual es también un edificio, es un ejemplo que nos muestra cómo el Espíritu que mora en nosotros se propaga de nuestro espíritu a nuestra alma a fin de saturarla, para que así seamos transformados.

LA UNIDAD

  Cuando nos reunimos para llevar a cabo la vida de iglesia, alabamos al Señor por habernos regenerado y por el Espíritu que mora en nuestro espíritu. Sin embargo, surgen problemas en nuestra alma debido a que estamos llenos de opiniones y conceptos. Supongamos que se reúnen cinco santos de distintos países, ¿podrán ser edificados juntos? Cuando oran, cantan himnos, invocan al Señor y exclaman “aleluyas”, se deleitan en ser uno en el espíritu. Sin embargo, cuando se acaba la oración y comienzan a conversar, se olvidan de su espíritu. De inmediato, surge la opinión francesa, la opinión americana, la alemana, la china y la japonesa. Cuando cierran los ojos en oración, ellos son uno. Pero cuando abren sus ojos y se miran el uno al otro, viajan de su espíritu a su alma. No sólo hay diferencias de opiniones entre las distintas nacionalidades, sino incluso en un mismo país también las hay. Por ejemplo, de los Estados Unidos, podrían los hermanos de Texas ser uno con los hermanos de California? ¿Podrían los de California ser uno con los de Nueva York? Ni siquiera las parejas pueden ser uno, ya que el punto de vista masculino difiere del femenino.

  ¿Cómo podemos resolver estas diferencias? Es imposible lograrlo mediante nuestro propio esfuerzo; más bien tenemos que permitirle al Espíritu que mora en nosotros que se propague en toda nuestra alma hasta saturarla. Así, espontáneamente seremos uno; seremos unidos en el alma (Fil. 2:2). El Espíritu que se propaga hará que nuestros conceptos se desvanezcan, y de esta manera creceremos en vida. Es en virtud de este crecimiento en vida que obtenemos la unidad y somos edificados junto con todos los santos.

  Sin la propagación del Espíritu en nuestra alma, la unidad que disfrutamos con los demás no durará mucho. Por ejemplo, al visitar a los santos de Hong Kong, ellos le recibirán con los brazos abiertos, y al principio usted se alegrará de estar allí. Sin embargo, en poco tiempo se percatará de cuánto difieren en la manera de hacer las cosas, y de la manera como usted piensa que deberían de hacerse. En pocos días, se sentirá ofendido. Mientras esté aquí en su casa, usted exclamará: “¡Aleluya por un solo y nuevo hombre!”; sin embargo, en otro medio ambiente, el nuevo hombre es cortado en pedazos por los conceptos que usted tiene.

  Su alma aún no ha sido transformada. Usted aún vive en su alma, la cual permanece vieja y natural, y esto es un impedimento para el nuevo hombre. ¿Está usted dispuesto a permitirle al Espíritu que mora en usted que sature toda su alma hasta que sea orgánicamente transformada? ¿Está dispuesto a darle al Espíritu toda la libertad de impregnar, no sólo su espíritu, sino también toda su alma? Si el Espíritu lo hiciera, dondequiera que vaya, ya sea a Ghana o a las Filipinas o a Brasil, usted no tendría ningún problema, pues la base de su opinión habrá sido destruida. Con su alma saturada por el Espíritu que mora en su ser, usted será uno con el nuevo hombre; será edificado en el Cuerpo. Cualquier localidad que visite, cualquier persona que usted encuentre, no habrá problemas por causa de usted.

  Cuando esto sea una realidad en todos los santos del mundo entero, se producirá el nuevo hombre. El Cuerpo será edificado.

LA META Y CÓMO LLEGAMOS A ELLA

  Efesios 4:12-16 nos dice que la edificación del Cuerpo de Cristo depende de nuestro crecimiento en vida: “A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños [...] sino que [...] crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”.

  Crecer “en todo en aquel que es la Cabeza” se produce cuando nuestra alma es saturada por el Espíritu. A fin de que el Señor obtenga el nuevo hombre es imprescindible que haya “el crecimiento del Cuerpo”. Ésta es la meta que el Señor busca. Cuando Su Cuerpo sea edificado, Él tendrá el nuevo hombre en la tierra para llevar a cabo el propósito eterno de Dios. Seamos aquellos que oren para que esta meta se haga realidad y ofrezcámonos al Señor para esto: “Señor, propágate desde mi espíritu a toda mi alma, hasta saturarla. Transfórmame de manera metabólica. Quiero que se produzca un cambio orgánico en mí”. Después de un tiempo, seremos transformados por el crecimiento en vida. Entonces seremos edificados en el Cuerpo y seremos miembros del nuevo hombre. Cuando esto suceda en muchos de nosotros, en el mundo entero, el nuevo hombre llegará a existir. Ésta es la meta que el Señor busca. Que seamos uno con nuestro Señor para ir en pos de lo que Él busca.

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