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Mensajes del libro «Misterio de Dios y el misterio de Cristo, El»
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CAPÍTULO SEIS

EXPERIMENTAR A CRISTO DE MANERA PROGRESIVA, TENER CONTACTO CON ÉL COMO EL ESPÍRITU Y APLICARLO COMO EL SENTIR DE VIDA

  Lectura bíblica: Gá. 1:16; 2:20; 4:19; Ef. 3:17-19; 4:13; Jn. 6:63; Ro. 8:2, 9-11; 2 Co. 3:17-18; 1 Co. 12:3

CRISTO: EL MISTERIO DE DIOS EN EL PLAN ETERNO DE DIOS

Cristo es nuestra vida y nuestro todo

  Cristo es el misterio de Dios, y como tal, Él lo es todo en el plan eterno de Dios. Cristo es Dios el Creador, el Primogénito de toda creación, el medio por el cual se efectuó la creación, y el centro y Cabeza de todo lo creado. Él también es el Primogénito de entre los muertos, la Cabeza de la iglesia y Aquel que Dios designó para que ocupara el primer lugar en todas las cosas. Éste es el Cristo que Dios designó para que fuera nuestra vida y nuestro todo, y éste es el Cristo que hemos recibido. Ahora este Cristo está en nuestro espíritu. Debemos dedicar tiempo para orar y meditar delante del Señor respecto a todos los aspectos de Cristo.

Cristo es la realidad

  Cristo, como el misterio de Dios, no sólo es nuestra vida y nuestro todo, sino que también es la realidad de todas las cosas positivas en el universo. Todas las cosas físicas que vemos, probamos y tocamos, no son reales. Todas ellas son simplemente figuras y sombras, cuya realidad es Cristo mismo. El alimento que comemos todos los días no es real; si no tenemos a Cristo, seguramente hemos de estar hambrientos y sin comida, porque Cristo es el verdadero alimento que suple todo nuestro ser. Cristo es el verdadero alimento para nuestro espíritu, alma y cuerpo. La Escritura dice que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios y, además, proclama que Cristo mismo es la Palabra de Dios, el Verbo (Mt. 4:4; Jn. 1:1). A partir de esto podemos ver que Cristo es el verdadero alimento. Según el mismo principio, sabemos que Cristo es nuestra verdadera vida. La vida física que recibimos de nuestros padres no es la verdadera vida. Así que, si no tenemos a Cristo, no tenemos vida, y somos personas muertas. Esto se ve claramente en 1 Juan 5:12, que dice: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida”. En Su plan eterno, Dios determinó que Cristo fuera nuestro verdadero alimento, nuestra verdadera vida y la realidad de todas las cosas positivas del universo.

  Esta revelación debe llegar a ser tan clara para nosotros, hasta el punto en que le digamos al Señor: “Señor, si no te tengo a Ti, no tengo nada y no soy nada”. Necesitamos ver que incluso nosotros mismos no somos verdaderos. Yo no soy una persona verdadera, ni usted es una persona verdadera. Si no tenemos a Cristo, no somos nada; sin Él, estamos acabados. Cristo es el único hombre verdadero. De hecho, Cristo no sólo es el único hombre verdadero, sino que aparte de Él, no existe un Dios verdadero. El Dios verdadero está en Cristo, y Cristo es la realidad de Dios. Si no hubiera Cristo, Dios sería simplemente un término o un nombre para nosotros. No habría la manera de que Él fuera hecho real para nosotros. Cristo es la verdadera esencia y elemento de la Deidad. Sin Cristo, todas las cosas son simples nombres carentes de realidad. Nada es verdadero; todo es un fracaso sin Cristo. Cristo es el verdadero hombre, el Dios verdadero y la realidad de todas las cosas positivas en el universo.

  El hecho de que Cristo es todo no debe ser una simple doctrina para nosotros; debe ser nuestra experiencia. ¿Tenemos una mente? Ciertamente tenemos una mente, pero debemos darnos cuenta de que Cristo es nuestra verdadera mente (1 Co. 2:16). ¿Tenemos sabiduría? Quizá creamos que tenemos sabiduría, pero debemos darnos cuenta de que nuestra sabiduría no es nada. Cristo es la verdadera sabiduría (1:30). ¿Tenemos conocimiento? Quizá poseamos algún conocimiento, pero Cristo es el único conocimiento verdadero (Col. 2:3). ¿Tenemos amor? Es posible que tengamos amor, pero debemos darnos cuenta de que sólo Cristo es el verdadero amor (Ro. 8:39; 2 Co. 5:14; Ef. 3:19; 1 Ti. 1:14). ¿Tenemos paciencia? Tal vez pensemos que tenemos paciencia, pero la verdadera paciencia es Cristo mismo (cfr. Gá. 5:22). Debemos comprender que Cristo lo es todo y que Él lo llena todo: Él es “Aquel que todo lo llena en todo” (Ef. 1:23). ¿Existe Dios? Dios ciertamente existe, pero Él está en Cristo. ¿Existe el hombre? Sí existe el hombre, pero él está en Cristo (Jn. 1:14; 1 Co. 15:47). ¿Existe el Hijo? El Hijo ciertamente existe, y este Hijo es Cristo. ¿Existe la vida? Sí existe la vida, pero sólo Cristo es la verdadera vida (Jn. 14:6). ¿Existe la luz? Sí existe la luz, pero Cristo mismo es la verdadera luz (8:12). Cada mañana cuando nos vestimos, ¿nos percatamos de que Cristo es nuestra verdadera protección y nuestro verdadero vestido? (Ro. 13:14; Gá. 3:27). Cuándo nos preparamos para dormir, ¿comprendemos que Cristo es nuestro verdadero reposo, nuestra verdadera cama (Mt. 11:28)? Cuando vamos camino a casa, ¿tenemos la sensación de que el Señor es nuestro hogar, nuestra morada (cfr. Sal. 90:1; Jn. 15:4)? Al subir las escaleras, ¿nos damos cuenta de que Cristo es nuestra verdadera escalera, y que separados de Él no podemos subir ni bajar (cfr. 1:51)? Al salir por una puerta, ¿le decimos al Señor: “Señor, Tu eres mi puerta, mi entrada y mi salida” (10:9)? ¿Experimentamos a Cristo como la realidad de todas estas cosas? ¿Podemos decirle al Señor: “Tú eres mi sol, mi luna y mi camino” (Mal. 4:2; Col. 2:16-17; Jn. 14:6)? Nuestra meta no es meramente entender la Biblia según las letras impresas en blanco y negro; más bien, acudimos a la Palabra viva de Dios para obtener el sentir profundo que Cristo lo es todo y para ser introducidos en esta experiencia. Esto es lo que Dios planeó en la eternidad pasada, y esto es lo que Él está haciendo hoy. Aunque muy pocos de entre los hijos del Señor lo comprendan, Dios se ha propuesto que Cristo sea nuestro todo. Ya que ésta es la intención de Dios, debemos aprender la manera concreta de experimentar a Cristo, tener contacto con Él y aplicarlo prácticamente. ¿Cómo podemos hacer esto? ¿Cómo podemos experimentar a Cristo, tener contacto con Él y aplicarlo en todo? La respuesta a estas preguntas se encuentra en las Escrituras.

EXPERIMENTAR A CRISTO PROGRESIVAMENTE EN CINCO ETAPAS

  Experimentamos a Cristo de manera progresiva en cinco etapas. Gálatas 1:16a dice: “Revelar a Su Hijo en mí”, y 2:20a declara: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. El primer versículo dice que Cristo es revelado en nosotros, y el segundo, que Cristo vive en nosotros. El versículo 19 del capítulo cuatro dice: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. Este versículo revela que Cristo puede ser formado en nosotros. Efesios 3:17a menciona que Cristo hace Su hogar en nuestro corazón: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe”. Y el versículo 19 continúa diciendo: “Para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. Por último, Efesios 4:13 dice que finalmente llegaremos “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. En conjunto, estos versículos revelan cinco etapas de nuestra experiencia progresiva de Cristo, a saber: Cristo es revelado en nosotros, Cristo vive en nosotros, Cristo es formado en nosotros, Cristo hace Su hogar en nosotros y la medida de Cristo llega a ser nuestra medida.

  Dios desea que Cristo sea revelado en nosotros, que viva en nosotros y que aumente y se extienda en nosotros hasta el grado en que sea formado en nuestro ser. Cuando Dios creó al hombre, lo creó a Su imagen (Gn. 1:26). ¿Quién es la imagen de Dios? Colosenses 1:15 dice que Cristo “es la imagen del Dios invisible”. Puesto que Cristo es la imagen del Dios invisible y el hombre fue creado a la imagen de Dios, podemos decir que el hombre fue creado conforme a Cristo. Un guante es hecho conforme a la forma de una mano; como tal, tiene cuatro dedos y un pulgar, al igual que una mano. El guante es hecho conforme a una mano, es decir, con cuatro dedos y un pulgar, a fin de que la mano pueda entrar en el guante. ¿Por qué fue creado el hombre según Cristo? Para que Cristo pudiera “encajar” en el hombre. Cristo creó al hombre con una mente, una parte emotiva y una voluntad. Estas partes del hombre son como los dedos de un guante, y Cristo es como la mano que entra en el guante. Nuestra mente, parte emotiva y voluntad fueron todas hechas para Cristo. Es posible que Cristo ya haya sido revelado en nosotros, pero ¿se ha extendido Él a nuestra mente, parte emotiva y voluntad? ¿Ya ha sido formado Cristo en nosotros? Si bien fuimos creados conforme a Cristo, muchos quizá todavía tengamos una mente, parte emotiva y voluntad que carecen totalmente de Cristo. En otras palabras, Cristo como la mano no ha llenado ninguno de los “dedos” del guante. Si Cristo aún no se ha extendido a nuestra mente, parte emotiva y voluntad, entonces Él todavía no ha sido formado en nosotros. Por tanto, tenemos que permitir que Cristo llene nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad.

  De tiempo en tiempo, un marido se enfada con su esposa. Es posible que los casados entre nosotros tengan esta experiencia, pero cuando esto sucede, ¿pueden ellos decir: “Señor, estoy enfadado con mi esposa, pero incluso en mi enfado Tú moras en mí. Tú estás en mi enfado”. No debemos pensar que esto es imposible. Cuando el Señor anduvo sobre la tierra, en ocasiones se llegó a enfadar, y como aquellos que hemos sido creados conforme a Cristo, el enfado es una de nuestras emociones (cfr. Ef. 4:26). Así que, la cuestión no radica en si nos enfadamos o no, sino, más bien, si Cristo ha llenado nuestras emociones. De igual manera, debemos considerar si Cristo ha llenado nuestra mente y nuestra voluntad. Si un guante no ha sido llenado por una mano, entonces todavía no ha adquirido forma; del mismo modo, si Cristo no ha llenado nuestra mente, parte emotiva y voluntad, entonces Cristo aún no ha sido formado en nosotros.

  Cristo puede hacer Su hogar en nuestros corazones sólo cuando Él es formado en nosotros al extenderse y aumentar en cada parte de nuestro ser; y sólo cuando Él haya hecho Su hogar en nuestros corazones, tendremos la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Cristo primero es revelado en nosotros, luego Él vive en nuestro ser, es formado dentro de nosotros y hace Su hogar en nuestro corazón. Finalmente, el resultado de todo esto —que Cristo sea revelado en nosotros, viva en nosotros, sea formado en nosotros y haga Su hogar en nuestro corazón— es que llegamos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Esto es lo que Dios planeó y determinó desde la eternidad pasada para todo cristiano: que éste fuera una persona llena de Cristo. Dios desea que seamos llenos de Cristo no sólo en nuestro espíritu, sino también en nuestra mente, parte emotiva, voluntad y corazón. Cuando Cristo regrese, aun nuestro cuerpo entero será lleno de Él. En aquel entonces Él será glorificado en nosotros y mediante nosotros, y nosotros estaremos en Su gloria.

TENER CONTACTO CON CRISTO COMO EL ESPÍRITU EN NUESTRO ESPÍRITU

  Si bien los cinco puntos anteriormente mencionados revelan cinco etapas de la experiencia que tenemos de Cristo, también necesitamos considerar dónde está Cristo hoy y cómo podemos tener contacto con Él. Para esto, consideremos un segundo grupo de versículos. Juan 6:63a dice: “El Espíritu es el que da vida”, y Romanos 8:2 afirma: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. Estos dos versículos revelan que el Espíritu alude al Espíritu de vida, el cual da vida. Los versículos del 9 al 11 continúan: “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él. Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Estos versículos indican que el Espíritu —el cual es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo y el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús— mora en nosotros. En 2 Corintios 3:17-18 dice: “Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Estos dos versículos contienen tres frases claves: el Señor es el Espíritu, el Espíritu del Señor y el Señor Espíritu. El último versículo en este grupo de versículos es 1 Corintios 12:3, que dice: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable en el Espíritu de Dios dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo”. Aquí vemos que siempre que una persona diga: “Señor Jesús”, está en el Espíritu Santo. El asunto más importante que podemos ver en todos estos versículos es que Cristo hoy es el Espíritu, y como el Espíritu, Él vive en nosotros.

  ¿De qué manera está el Señor, como el Espíritu, en nuestro espíritu? El Señor es una persona en nosotros; Él está en nosotros como una persona viva. Con frecuencia le pedimos al Señor que nos dé fuerza, poder o energía. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que el Señor nunca se relaciona con nosotros de esta manera. Cuando el Señor realiza algo por nosotros, Él siempre lo hace como una persona. El hermano Nee una vez comparó la manera en la que nosotros vemos al Señor, con la manera en la que un paciente ve a un doctor. Él dijo que muchas veces nosotros oramos al Señor de la misma manera en que una persona enferma le pide una dosis de medicamento a su doctor. Un día le pedimos al Señor una dosis, y al siguiente día volvemos para pedirle otra dosis. Pero el hermano Nee precisó que el Señor nunca nos da meramente una dosis de medicamento; más bien, Él siempre se da a Sí mismo a nosotros. La dosis de medicamento es el Señor mismo como una persona viva y completa. Por otra parte, el Señor nunca nos da tan solo un poco de Sí mismo. Cuando el Señor da, nos da Su persona completa. Cristo hoy vive dentro de nosotros como una persona viva y completa.

APLICAR A CRISTO COMO EL SENTIR DE VIDA

  El Señor que vive en nosotros es el Espíritu. Este Espíritu es el Espíritu del Señor, el Señor Espíritu y el Espíritu de Cristo. El Espíritu es también el Espíritu de vida (Ro. 8:2). ¿Qué significa que el Espíritu sea el Espíritu de vida? Significa que la función del Espíritu hoy es hacer que Cristo sea real a nosotros como vida. Cristo es vida, y el Espíritu es el Espíritu de vida en nuestro espíritu, quien hace que Cristo sea real a nosotros como vida. Además, esta vida, que es Cristo mismo, tiene una función. Como ejemplo de esto podemos considerar la experiencia de un bebé. ¿Cuál es la primera función que desempeña la vida de un bebé? Es tener conciencia de su entorno, es un sentir mediante el cual el bebé se percata de lo que le rodea. Cuando usted le habla a un bebé, éste reacciona. Dicha reacción es el sentir de la vida del bebé, pues él está consciente de lo que está a su alrededor. Cuando usted pone algo dulce en la boca de un bebé, él lo prueba y se lo traga. Sin embargo, si usted pone algo amargo en la boca del bebé, aunque él nunca haya escuchado la palabra amargo, inmediatamente lo escupe. ¿A qué se debe esto? A la función del sentir de vida. Debemos darnos cuenta de que Cristo vive en nosotros como una persona viva y como vida; luego, debemos comprender que esta vida tiene una función principal, que es la conciencia o el sentir de vida. Quizá usted diga que no siente a Cristo, pero estoy seguro de que tiene algún sentir respecto a la vida espiritual que está en usted. Este sentir demuestra que Cristo está en usted. Usted tiene tal sentir porque Cristo está en usted, y debido a que Cristo está en usted, usted se percata de ello. El sentir de vida es la manera sencilla mediante la cual podemos aplicar a Cristo. De hecho, el sentir de vida es simplemente Cristo mismo.

  Aplicar a Cristo de esta manera es algo muy delicado, pero a la vez, muy simple. Podemos comparar esto con la electricidad. Cuando era un niño, me asombraba la electricidad. Consideraba que la electricidad era muy maravillosa y misteriosa, y simplemente no podía entenderla. Sin embargo, aunque no podía entenderla, la electricidad era algo muy real. De igual manera, el Señor es el Espíritu, y todos los asuntos espirituales son tan reales como la electricidad. Para aplicar la electricidad, lo único que tenemos que hacer es encender el interruptor. Al hacerlo, la electricidad fluye. De igual manera, el sentir de vida es la manera sencilla mediante la cual podemos aplicar a Cristo y experimentar los asuntos espirituales. A veces, después de haber hablado con un hermano o una hermana por algún tiempo, tenemos el sentir que ya hemos hablado lo suficiente. Este sentir es Cristo dentro de nosotros. Otras veces, al leer la Biblia, tenemos el sentir que debemos detener la lectura y orar. Si después de tener tal sentir seguimos leyendo y no oramos, entonces no estamos aplicando la cruz, y a partir de ese momento ya no es Cristo el que lee las Escrituras, sino nosotros. En este caso no estamos aplicando Cristo a nuestra lectura de las Escrituras.

  Hoy Cristo, como el Espíritu, está en nuestro espíritu. Este Espíritu es el Espíritu de vida, y Su función principal es que tengamos el sentir de vida. Siempre que nos percatemos de algún sentir en nuestro ser interior, tenemos que darnos cuenta de que eso es Cristo. Cuando nos percatemos de tal sentir, debemos decirle al Señor: “Señor, este sentir eres Tú. Te seguiré. Te aplicaré a mi vivir y a todo lo que he de hacer. Ya no soy yo quien lo hace, sino Tú”. El sentir de vida en nosotros es Cristo mismo, y cuando obedecemos tal sentir de vida, aplicamos a Cristo en nuestro vivir.

  Sin embargo, para obedecer el sentir de vida existe un requisito previo: debemos darnos cuenta de que hemos sido crucificados y que estamos muertos, sepultados y terminados. Debemos aceptar que ya no somos nosotros los que vivimos, sino que es Cristo quien ahora vive en nosotros. A fin de aplicar a Cristo, tenemos que aplicar Su muerte. Cada uno de nosotros tiene que comprender lo siguiente: “Ya no yo, mas Cristo” (Gá. 2:20). En las cosas malas, la cuestión es: “Ya no yo, mas Cristo”, y en las cosas buenas, la cuestión es: “Ya no yo, mas Cristo”. Incluso al estudiar las Escrituras: “Ya no yo, mas Cristo”.

  La manera de aplicar a Cristo es aplicar Su muerte y prestar atención al sentir de vida. Tenemos que entender esto muy claramente. Cristo es el Espíritu, el Espíritu es el Espíritu de vida, el Espíritu de vida está en nuestro espíritu, la función principal de la vida es el sentir de vida, y el sentir de vida es Cristo mismo. Si obedecemos este sentir de vida, aplicando la muerte de la cruz a nuestro yo y al viejo hombre, entonces ciertamente experimentaremos y aplicaremos a Cristo. Como resultado de ello, Cristo será nuestra vida de una manera concreta.

  Para muchos de nosotros, los asuntos que hemos considerado en este mensaje quizá sean absolutamente nuevos. Por ello, al tener comunión con algún hermano o hermana, es posible que no recordemos nada de esto. Así que, para aprender cómo aplicar a Cristo se requiere que practiquemos. Muchos de ustedes saben cómo manejar un carro. La primera vez que se sentaron en el asiento del conductor, probablemente no sabían cómo conducir, pero después de mucha práctica aprendieron a manejar. Así como se requiere práctica para aprender a manejar un carro, también se requiere práctica para aprender a aplicar a Cristo de la manera que lo hemos presentado. Para ello, requerimos amar al Señor, recibir la revelación del plan eterno de Dios con respecto a que Cristo sea nuestra vida y nuestro todo, y estar firmes en cuanto al hecho de que ya hemos sido sepultados. Cuando vayamos a tener comunión con los hermanos o las hermanas, debemos practicar todas estas cosas. Debemos decirle al Señor: “Señor, te amo. Tú lo eres todo en el plan de Dios. Ahora me doy cuenta de que Tú eres mi vida y mi todo. Sé que he sido sepultado y que he llegado a mi fin. Ahora, ya no soy yo el que vive, mas Tú vives en mí. Ya no soy yo el que va a tener comunión con este hermano; eres Tú el que va en mí. No confío en mi mente. He llegado a mi fin y he sido sepultado. Señor, en este momento Tú eres mi vida y mi todo”. Ésta es la manera en la que debemos practicar.

  Si practicamos de esta manera y tenemos tal actitud, sin duda el Espíritu Santo será una realidad para nosotros, y experimentaremos a Cristo. Cristo tendrá cabida en nosotros y aprovechará la oportunidad para ocupar nuestra mente, nuestra parte emotiva, nuestra voluntad, nuestra boca y nuestro lenguaje. A medida que practicamos de esta manera, Cristo tendrá cabida para ocupar en nosotros el lugar legítimo que le pertenece. Él podrá hacer Su morada en nosotros, y nosotros estaremos llenos de Él. Como resultado, seremos rectos para con Dios y tendremos paz en nuestro interior. Entonces seremos personas cuya mente, parte emotiva y voluntad estarán llenas de Cristo. En lo más profundo de nuestra parte emotiva habrá el elemento de Cristo. Cristo estará en todos nuestros sentimientos. Cristo también estará en nuestra mente y en nuestra voluntad, hasta el grado en que nuestros pensamientos estarán llenos de Cristo y nuestras decisiones tendrán la realidad de Cristo. Si llegamos a ser tales personas, ¿piensan que tendremos problemas con los pecados y el mundo? Claro que no, porque Cristo será Aquel que vivirá en nosotros. Nosotros habremos llegado a nuestro fin y Cristo vivirá en nosotros, así que no tendremos nada que ver con los pecados ni con el mundo. Esto es muy sencillo. Ahora sabemos dónde está Cristo hoy. Cristo está muy cerca de nosotros e incluso es uno con nosotros. Cristo hoy es el Espíritu en nuestro espíritu. Así que, debemos poner en practica experimentar a Cristo, tener contacto con Él y aplicarlo como tal persona en nosotros.

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