
En este capítulo tendremos comunión sobre algunos asuntos relacionados con la predicación del evangelio. La iglesia ha decidido llevar a cabo una campaña del evangelio durante el nuevo año chino. Las reuniones del evangelio se celebrarán simultáneamente en diferentes salones de reunión. Por consiguiente, tendremos comunión acerca de la práctica en la cual la iglesia predica evangelio y sobre la manera que hemos aprendido de predicar el evangelio.
Hace casi veinte años, en 1940, recibimos una clara revelación de parte del Señor de que si queríamos que el evangelio tuviera impacto, toda la iglesia debía predicar el evangelio. La primera vez que toda la iglesia se levantó para predicar el evangelio fue durante el año nuevo chino de 1940. La presencia de Dios estaba con nosotros, y toda la iglesia predicó el evangelio.
Antes que la iglesia saliera a predicar el evangelio, nos reuníamos a ayunar y orar. En nuestra oración tocamos los cielos. Yo he asistido a numerosas reuniones cristianas de oración en los pasados treinta años, pero ninguna me ha impresionado tanto como esa reunión de oración de la iglesia. Dicha reunión sacudió los cielos y la tierra. Quizás algunos hermanos y hermanas que están aquí estuvieron presentes en esa reunión. Los santos ayunaron todo el día y se reunieron en la noche para orar. Nuestra oración tocó el trono de Dios y sacudió el poder del Hades. Esto fue algo que percibimos en nuestro espíritu. Como resultado de aquella oración, todos los que participamos el primer día sentimos la autoridad y el poder de Dios. Sentimos que Dios se manifestó.
Los santos más tarde testificaron que todos los que asistieron a la reunión del evangelio se postraron delante de Dios. En cuanto una persona llegaba a la reunión, sentía algo que la obligaba a postrarse delante de Dios. No era que la gente cayera físicamente, sino que su voluntad era completamente sometida. No podían evitar recibir al Salvador viviente. En la reunión del evangelio, les mostramos a las personas que Satanás, el diablo, es un poder maligno en el universo, quien ha usurpado al hombre y lo ha esclavizado. Todo el mundo se halla bajo su autoridad. Sin embargo, hay alguien que puede librar al hombre de la mano del diablo. Esa persona es Jesucristo, el Salvador viviente.
En los diez años anteriores a aquella reunión del evangelio, nunca llegamos a bautizar a más de cincuenta personas en un mes; pero después de aquella reunión bautizamos al menos a ciento veinte personas cada mes por muchos meses. Además, todos los que fueron ganados durante ese período experimentaron una salvación dinámica, y muchos ahora sirven a tiempo completo en diferentes lugares. Éste fue el resultado de que la iglesia predicara el evangelio.
Desde aquel tiempo hemos recalcado el que toda la iglesia predique el evangelio, especialmente durante las celebraciones del nuevo año chino. El nuevo año es una ocasión en la que la gente del mundo, que está bajo la usurpación de Satanás, se entrega a toda clase de placeres y concupiscencias. Es durante este tiempo cuando Satanás más engaña a las personas. Por lo tanto, la iglesia debe levantarse durante este tiempo y pelear por las almas de los hombres y por el nombre de Dios, Su evangelio y Su reino. Por esta razón, toda la iglesia acostumbraba a predicar el evangelio durante las celebraciones del nuevo año. No celebrábamos el año nuevo según las costumbres del mundo, porque no aceptamos la costumbre de celebrar el año nuevo.
Decidimos que al finalizar este año, 1958, usaremos el comienzo del año nuevo para predicar el evangelio. Además, no seguiremos ninguna de las costumbres del mundo. El Señor nos ha alumbrado para que veamos que a fin de pelear contra la autoridad de las tinieblas no podemos seguir las costumbres del mundo. Si celebramos el año nuevo al igual que la gente del mundo, caeremos en las manos de Satanás y no podremos pelear contra él. Tampoco podremos capturar las almas que están en sus manos. Por lo tanto, a fin de pelear contra la autoridad satánica de las tinieblas, no debemos contaminarnos con las costumbres del mundo, como son las celebraciones del año nuevo. Aceptamos los años y meses de la creación de Dios, pero rehusamos contaminarnos con las costumbres del mundo. Estamos de parte de Dios para pelear contra Satanás. Mientras la gente del mundo está comiendo, bebiendo y festejando, nosotros oraremos y predicaremos el evangelio. No sólo no comeremos, beberemos ni jugaremos como lo hace el mundo, sino que en vez de ello ayunaremos durante ese tiempo. Si necesitamos comer, nuestras comidas serán sencillas. Dedicaremos todo nuestro tiempo, energía y fuerzas a la oración y a invitar a las personas a las reuniones del evangelio, a guiarlas a la salvación, a visitarlas y a servir cuando la iglesia predica el evangelio. Todos los santos se movilizarán para participar en el evangelio.
En los pasados diez años, hemos visto la bendición especial de Dios y Su presencia cada vez que la iglesia ha practicado esto. Esta práctica no se lleva a cabo dependiendo de un gran evangelista; en lugar de ello, toda la iglesia ejerce el sacerdocio. La iglesia es un ejército espiritual en el que todos participan. En esto consiste la predicación del evangelio por parte de la iglesia. No depende únicamente de una sola persona que predica desde el podio; se trata de la iglesia y no de un solo individuo. Esto es lo que dice Filipenses 1. Los creyentes de Filipos tenían “comunión en el progreso del evangelio” (v. 5), y estando “en un mismo espíritu, [...] unánimes” ellos combatían “junto con la fe del evangelio” (v. 27). Como resultado, la iglesia en Filipos era próspera y llena de gozo. Los hermanos y hermanas que participan en el servicio necesitan recibir una carga. Ellos no deben simplemente venir a escuchar el evangelio, sino a predicar el evangelio. Nosotros no asistimos a una reunión del evangelio para ver cómo otros predican el evangelio. Tenemos una carga por el evangelio, y junto con los demás santos llevamos el “Arca” del evangelio. Llevamos la misma carga juntos. Esto es un asunto que involucra a toda la iglesia.
Ahora tendremos comunión en cuanto a algunos asuntos relacionados con la predicación del evangelio. Cuando predicamos el evangelio, lo primero que debemos hacer es orar. La predicación del evangelio es una guerra espiritual. Simplemente predicar doctrinas no puede lograr que una persona se convierta. La razón por la cual las personas no creen en el Señor es que están completamente engañadas por Satanás. Aunque los incrédulos vean los beneficios de creer en Jesús, ellos aún se opondrán al evangelio y rechazarán al Señor. El que se nieguen a creer en Él es el resultado de la actividad de Satanás dentro de ellos. Satanás engaña, ciega, usurpa y controla a los hombres. Es por ello que debemos orar. Debemos orar para tocar el trono de Dios en vez de simplemente orar pidiendo que el mensaje sea poderoso. Debemos orar para que sean sacudidas las puertas del Hades, es decir, para que sea sacudida la autoridad de Satanás.
Debemos doblar nuestras rodillas y orar para que el Señor sacuda el reino de Satanás y los corazones de los hombres. En vez de pedirle al Señor y suplicarle, nuestra oración debe liberar las almas de las personas. Esto es más que pedir. Nosotros pertenecemos a Cristo, quien es victorioso; por tanto, también somos victoriosos. El Señor Jesús dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mt. 28:18-19). El Señor nos manda que vayamos y prediquemos el evangelio a todas las personas que componen las naciones a fin de que lleguen a ser discípulos del Señor. Por lo tanto, éste es un tiempo para ejercer autoridad, no para clamar y suplicar. Podemos ejercer la autoridad porque nos ha sido dada toda autoridad en el cielo y en la tierra. Esta autoridad le fue dada al Señor, y ahora el Señor nos ha comisionado para que usemos esta autoridad para confrontar la autoridad de las tinieblas. Debemos orar de esta manera. Cada uno de nosotros debe orar de esta manera.
Cuando prediquemos el evangelio, también necesitaremos ser limpiados. Sin embargo, no podemos limpiarnos a nosotros mismos. Ser limpiados significa que debemos acudir al Señor y recibir Su resplandor, confesar nuestros pecados y pedirle que nos limpie. Si nuestra conciencia no está limpia y nuestro espíritu no es fresco, no podremos predicar el evangelio. A fin de predicar el evangelio, debemos acudir al Señor y consagrarnos a Él, de modo que Él pueda resplandecer sobre nosotros. Entonces podremos tomar medidas con respecto a nuestros pecados y vaciar todo nuestro ser para deshacernos de todo lo del mundo que está dentro y fuera de nosotros. Cualquier vínculo que tengamos con el mundo es un vínculo con Satanás, y si estamos en comunicación y colaboración con el enemigo, no podremos pelear contra él. Debemos cortar todo vínculo con el enemigo al tomar medidas con respecto a nuestros pecados y a todo lo del mundo que está dentro de nosotros. Entonces Satanás temerá cuando oremos.
De lo contrario, Satanás nos acusará delante de Dios cuando oremos. Cuando Josué, el sumo sacerdote, estaba de pie delante de Dios en Zacarías 3:1-4, Satanás también estaba allí. Satanás pareció decirle a Dios que Josué estaba vestido con vestiduras sucias. Dios, de parte de Josué, dijo: “¡Jehová te reprenda, Satanás! [...] ¿No es éste un tizón arrebatado del fuego?”. Dios entonces les pidió a los ángeles que quitaran a Josué las vestiduras asquerosas y lo vistieran con ropas majestuosas. Así, Josué podía estar de pie delante de Dios para confrontar al enemigo de Dios y dirigir al pueblo para que edificara el templo de Dios.
Si queremos predicar el evangelio de manera prevaleciente, no debemos recordar solamente las almas de las demás personas y descuidar nuestra propia alma. Esto no trata simplemente de tener un buen comportamiento ante los hombres, sino de confrontar la usurpación de Satanás en el interior del hombre. Nosotros predicamos el evangelio para hacer correr a Satanás echándolo del interior de los hombres. Predicar el evangelio equivale a echar fuera los demonios. A fin de echar fuera los demonios, no podemos tener ningún vínculo con ellos ni estar en colaboración con ellos. Ellos no deben tener ninguna base en nosotros. Por lo tanto, cuando oremos, debemos ser limpiados al permitir que el Señor nos ilumine, nos juzgue y nos limpie de nuestros pecados.
En la noche en que el Señor Jesús fue traicionado, Pedro públicamente negó al Señor con juramento y dijo: “¡No conozco al hombre!” (Mt. 26:71-72). Cincuenta días más tarde Pedro, en la misma ciudad de Jerusalén, pudo ponerse de pie y predicar a los judíos diciéndoles que ellos habían negado a Jesús (Hch. 3:13-14). La palabra negasteis en este pasaje es la misma usada con relación a Pedro cuando negó al Señor. Sin embargo, cincuenta días más tarde Pedro pudo decirles a los judíos que ellos habían negado al Señor. Si Pedro no hubiera recibido el perdón del Señor ni hubiera tenido una conciencia libre de ofensa, no podría haberles hablado a los judíos de esta manera. En vez de ello, probablemente habría dicho: “Yo negué al Señor hace cincuenta días. No puedo hacerlos responsables a ustedes por el mismo pecado”. Pedro no dijo esto porque había sido limpiado.
Anteriormente éramos pecadores, pero si todavía vivimos en nuestros pecados y no tomamos medidas con respecto a ellos, no podremos hablar. Más aún, cuando hablemos con otros acerca del evangelio, nuestra conciencia nos acusará de no estar calificados para predicar el evangelio si todavía tenemos vínculos con el mundo. En consecuencia, no tendremos el denuedo para hablar con firmeza. A fin de tener una buena conciencia y poder hablar con denuedo, debemos ser limpiados con la preciosa sangre del Señor. Cuando nuestra conciencia sea fortalecida y nuestro espíritu esté lleno, seremos vivientes y nuestras palabras serán frescas, aun si tan sólo decimos: “Jesús es nuestro Salvador” y: “Arrepiéntase y crea en Jesús”. Cuando las personas nos escuchen sentirán el poder del Espíritu Santo. Por consiguiente, si queremos predicar el evangelio, debemos permitir que el Señor trate con nosotros.
Después que una persona es salva, debe hacer una lista de sus amigos, parientes y conocidos que aún no son salvos ni han escuchado el evangelio. Debe entonces orar por ellos uno por uno. Todos debemos hacer esto. Sin excepción alguna, debemos predicar el evangelio a todos nuestros amigos, parientes y vecinos. Cuando la iglesia predica el evangelio, los santos tienen una excelente oportunidad de conducir a sus amigos y parientes a la salvación. Ésta es la razón por la que debemos hacer una lista de nuestros amigos y parientes y orar por ellos.
En un momento apropiado debemos también invitar a nuestros amigos, parientes y vecinos a una reunión del evangelio. Podemos usar una tarjeta de invitación impresa por la iglesia o un tratado del evangelio. Incluso debemos invitar a nuestros amigos del evangelio a cenar antes de la reunión del evangelio; de lo contrario, es posible que no asistan a la reunión. Pero si los invitamos a nuestra casa a cenar, podemos llevarlos a la reunión. Ellos no tendrán pretextos.
Vale la pena que gastemos tiempo y dinero en nuestros amigos del evangelio. Si hacemos esto, el Espíritu Santo estará con nosotros. Debemos invertir algún esfuerzo para el evangelio.
En la reunión del evangelio, algunos santos deben servir de ujieres. Cuando las personas entran al salón de reuniones, los primeros a quienes ellos ven son los ujieres. Toda persona debe comportarse correctamente en cada situación. En una boda debemos estar gozosos. Las personas que se ven abatidas y tristes en una boda son un insulto para los que se están casando. A veces los hermanos y hermanas que sirven de ujieres son inexpresivos. No tienen “el rostro del evangelio”. Esto impide que las personas vean el evangelio. Si pasamos suficiente tiempo en oración, tendremos el rostro del evangelio.
Antes de servir de ujieres, debemos orar y tomar las debidas medidas delante del Señor para poder ser llenos del espíritu del evangelio. Entonces no habrá necesidad de que nadie nos enseñe a ser ujieres. Sonreiremos, saludaremos a las personas y las conduciremos a su asiento de una manera apropiada. En todo lo que hagamos, las personas percibirán la fragancia del evangelio. Esto no es algo que podamos hacer por imitación o que nos puedan enseñar. Sólo podemos tener la fragancia del evangelio al ser llenos del espíritu del evangelio. Una vez que somos llenos del espíritu del evangelio, nuestro rostro vendrá a ser el rostro del evangelio, nuestra manera de saludar a las personas será propia del evangelio y nuestro servicio de ujieres será conforme al evangelio. Esto hará que las personas se sientan cómodas. Ellas percibirán una fragancia especial.
Esta fragancia no se halla en una boda ni en una fiesta. Esta fragancia especial es el Espíritu Santo y también es el evangelio. Cada santo que sirve de ujier debe despedir esta fragancia. Sin embargo, a menudo ellos se ven fríos y duros, como si estuvieran en la sala de un tribunal. Esto no es apropiado. Los ujieres deben orar hasta que su ser interior sea derretido por el evangelio. Entonces considerarán muy valiosas a todas las personas que entren al salón de reuniones.
Los dependientes de las tiendas de la calle Heng-Yang en Taipéi reciben cálidamente a los clientes que entran en sus tiendas. Esto motiva a las personas a comprar sus artículos. Algunos clientes que sólo pensaban comprar una sola cosa, terminan comprando más debido a los vendedores. Los ujieres deben también ser así en una reunión del evangelio. Ellos deben hacer que las personas sientan que deben creer en Jesús. Cuando las personas ven a un ujier con el rostro del evangelio, son conmovidas interiormente, incluso antes de escuchar el evangelio o cantar cualquier himno. Se ablanda su corazón. Por otra parte, cuando las personas ven un rostro frío y duro, se sienten frías interiormente y no quieren escuchar el evangelio ni cantar. Un ujier puede herir el corazón de una persona nueva e impedirle que reciba el evangelio. Esto no es una broma; es algo que hemos experimentado. Por consiguiente, los ujieres deben aprender a tener un espíritu del evangelio al orar exhaustivamente, a fin de ser ujieres apropiados.
Otro servicio en la reunión del evangelio es sentarnos con nuestros amigos del evangelio. Nosotros somos creyentes y servidores. Cuando venimos a una reunión del evangelio, debemos sentarnos con nuestros amigos del evangelio, y no con los santos. Lo mejor es que al lado de cada amigo del evangelio esté sentado un santo. Los santos siempre deben sentarse con los amigos del evangelio. Así que, debemos buscar las caras nuevas en la reunión y conversar con ellos. Quizás las personas nuevas ya hayan escuchado muchas veces el evangelio, o tal vez ésa sea su primera vez. En cualquier caso, siempre podemos brindarles alguna ayuda. No está bien que los santos se sienten juntos en una reunión del evangelio, aparte de las personas nuevas. Tenemos que cuidar de los amigos del evangelio. Debemos aprender y ser flexibles.
Al comienzo de la reunión del evangelio, siempre cantamos algunos cánticos. Debemos ayudar a nuestros amigos del evangelio a cantar. Si nosotros cantamos, nuestro amigo del evangelio también cantará. Cuando cantemos, no debemos ser demasiado fervientes ni precipitados, ni tampoco debemos ser indiferentes hacia las personas nuevas. Esto hará que ellas no canten. Esto también hará que el hermano que dirige los cánticos se vea obligado a pedirles a todos que canten más fuerte.
Tenemos que aprender a ser flexibles y a ejercitar nuestro espíritu cuando nos sentemos con un amigo del evangelio. Debemos cantar cuando sea el momento de cantar y estar atentos a su situación. Si él canta suavemente, debemos cantar suavemente; si él canta demasiado suave, debemos alentarlo a cantar un poco más fuerte; y si él no canta claramente, podemos ayudarlo al cantar nosotros claramente. Esto requiere mucha experiencia. No debemos pensar que esto sea algo trivial y de poca importancia.
Yo escuché una historia hace treinta años acerca del evangelista estadounidense D. L. Moody, la cual me ha ayudado a predicar el evangelio. Una vez él estaba hablando con una mujer acerca de la salvación. En el momento en que llegaba a un punto crucial en su predicación del evangelio, empezó a llover. Poco después, una hermana entró al salón donde él estaba e hizo mucho ruido al cerrar la sombrilla. Este ruido distrajo a la mujer, y ella no recibió el evangelio. El señor Moody dijo: “Desde esa ocasión hasta el día de hoy, no he podido conducirla a la salvación”.
Esto también puede ser comparado con la preparación de los pastelillos chinos que se sirven al desayuno. Los mejores pastelillos son crocantes, inflados, llenos de aire y muy delgados. La persona que prepara estos pastelillos no debe ser interrumpida, pues, de lo contrario, el pastelillo será arruinado. La predicación del evangelio no requiere que gritemos; más bien, se trata de que toquemos el espíritu de las personas. El Espíritu es muy suave y no podemos apurarlo. Cuando invitemos a un amigo a escuchar el evangelio, debemos ser suaves con él. Siempre que sirvamos de ujieres o nos sentemos con los amigos del evangelio, tenemos que ser sensibles a su futuro.
Algunos santos son demasiado fervientes y ansiosos durante el tiempo de cánticos o de oración. Ellos les piden a sus amigos del evangelio que cierren sus ojos o inclinen la cabeza en el momento de orar. No debemos forzar a nuestros amigos del evangelio a hacer nada. Si nosotros queremos inclinar nuestra cabeza y orar, no debe importarnos si otros inclinan la cabeza o cierran los ojos. Debemos ser flexibles y no obligar a nuestros amigos a hacer nada. Ellos serán afectados por nuestro comportamiento. Debemos darles la libertad de que sigan su sentir interior. Una vez vi a un hermano que repetidas veces le daba palmaditas en el hombro a un amigo del evangelio y le decía que debía inclinar su cabeza, pero de nada servirá que él incline su cabeza si su espíritu está cerrado. Nuestro comportamiento incluso puede molestarlo y hacer que no venga a otra reunión. Debemos ser cuidadosos cuando nos sentemos al lado de un amigo del evangelio. Debemos aprender a ser sensibles.
Asimismo debemos tener en cuenta cómo escuchamos el mensaje en una reunión del evangelio. Nuestro comportamiento puede distraer o perturbar a los que están sentados a nuestro lado. A veces un tosido puede distraerlos; puede hacer que las personas se desconcentren y no puedan seguir el mensaje en un punto crucial. Algunos santos de repente bostezan o estornudan en un momento clave del mensaje. Cuando un amigo del evangelio escucha atentamente y el Espíritu Santo se está moviendo y operando en él, la persona que está a su lado puede súbitamente estirar las piernas y mover su silla. Esto puede impedir que este amigo del evangelio crea. Estas cosas aparentemente insignificantes pueden determinar el resultado. Por lo tanto, debemos estar alertas cuando nos sentemos al lado de un amigo del evangelio. Mientras escuchamos el mensaje, debemos estar orando por nuestros amigos del evangelio.
Los seres humanos por naturaleza son sociables. Si una persona se ríe, los demás son afectados por la risa y si otra llora, los demás son afectados. Si escuchamos atentamente en una reunión del evangelio, la persona que está a nuestro lado será afectada, y si somos conmovidos por el mensaje, ella también será afectada. Éste es un fenómeno maravilloso.
Una vez en una reunión el hermano que estaba sentado delante de mí empezó a moverse bruscamente. Debido a esto todos los que estaban sentados a su alrededor fueron afectados y no pudieron concentrarse; yo tampoco pude concentrarme ni escribir las palabras que eran habladas. Incluso si había algunos en esa reunión que habían sido conmovidos por el mensaje, la manera brusca en que ese hermano se movió hizo que perdieran la concentración. Por consiguiente, debemos aprender a conducirnos debidamente en una reunión. Los hermanos que comparten desde el podio saben que los que están escuchando pueden afectar su hablar. Un hermano o hermana que constantemente mira a su alrededor puede distraer al orador y hacerle perder el hilo del mensaje. Esto es inexplicable, pero sucede. Por lo tanto, debemos aprender de esto.
Cuando escuchamos un mensaje del evangelio, debemos tener la agudeza de percibir el sentir de los amigos del evangelio y saber si ellos son conmovidos por el mensaje o si quizás tienen alguna pregunta que hace que rechacen el mensaje. Debemos aprender a observar. Nuestra observación debe ayudarnos a saber cómo hablar con ellos a fin de conocer su situación. Supongamos que un amigo del evangelio ha sido sometido por Dios, y es evidente que él no tiene ningún problema con la existencia de Dios ni con el asunto del pecado. Si ésta es su situación, no debemos perder tiempo hablando de estos asuntos; en vez de ello, debemos guiarlo a que reciba al Señor. Es por ello que debemos acompañar a nuestros amigos del evangelio y sentarnos al lado de ellos en la reunión. Debemos aprender esta lección práctica.
Al final de una reunión del evangelio, a veces el orador puede pedirles a los amigos del evangelio que respondan poniéndose de pie, levantando la mano o inclinando la cabeza para orar. Algunos santos piensan que no es importante si los amigos del evangelio responden o no. A ellos les parece que esto debe depender únicamente del Espíritu Santo. Suponen que si el Espíritu Santo opera, los amigos del evangelio responderán, y que si el Espíritu Santo no opera, ellos no responderán. No creen que ellos puedan influir en la respuesta de sus amigos del evangelio. Ésta no es una actitud apropiada. Sin embargo, también hay hermanos y hermanas que son demasiado fervientes. Si un amigo del evangelio no quiere ponerse de pie, ellos lo empujan para que se ponga de pie. Es posible que él estuviera dispuesto a ponerse de pie si lo animaran un poco. Sin embargo, si lo empujan demasiado, se ofenderá y no se pondrá de pie. Así que debemos ser sensibles a la situación. La voluntad que tenga un amigo del evangelio para ponerse de pie y responder tiene mucho que ver con el santo que esté sentado a su lado. Si nos comportamos apropiadamente, el amigo del evangelio muchas veces nos escuchará.
A finales de 1941 yo prediqué el evangelio en una reunión, y una mujer de edad mediana estaba allí como parte de la audiencia. Su esposo era salvo y había empezado una reunión en ese pueblo. Muchos de sus colegas y las esposas de ellos también eran salvos, pero su esposa amaba los placeres del mundo y le gustaba mucho ir al cine, jugar mah-jong y dar fiestas. Ella no estaba contenta de que su esposo fuera salvo y hubiera abandonado su pasada manera de vivir. Por ese motivo, ella estaba renuente a creer en el Señor. Incluso en una ocasión cuando el hermano invitó a algunos hermanos a su casa a cenar, ella les sirvió sobras frías.
Este hermano y su esposa vivían en un dormitorio que les proveía la Agencia Aduanera China. Sus colegas, quienes también vivían en el mismo edificio, invitaron a la esposa a la reunión del evangelio y le animaron a asistir. En la reunión todos los santos estaban orando por ella y vieron la obra del Espíritu Santo. Ella escuchó el mensaje, y cuando llegó el momento de responder, no pudo quedarse en su asiento. Su hija menor, que la había acompañado a la reunión, la ayudó a responder. Ella le dijo a su madre: “Mamá, yo me voy a poner de pie por ti”. Finalmente, la madre se puso en pie. Este ejemplo nos muestra lo útil que es sentarnos con los amigos del evangelio.
Poco después que la esposa fuera salva, ella invitó a algunos santos a su casa y les dio una cena caliente. Su familia recibió mucha gracia. Esto nos muestra que en una reunión del evangelio debemos aprender a observar las reacciones de las personas que están a nuestro lado y responder apropiadamente. Todo cuanto hagamos debe ser espontáneo. Si, en el momento apropiado, debemos asentir con la cabeza y ayudar a alguien a ponerse en pie, debemos hacerlo con gracia.
La parte más importante de la reunión viene después que los amigos del evangelio han respondido y se ha acabado el tiempo de cantar. Esta parte está relacionada con nuestra conversación del evangelio. Hay unos cuantos puntos que requieren nuestra atención. En primer lugar, el tema de nuestra conversación debe centrarse en el mensaje de la reunión del evangelio. En segundo lugar, debemos ser sensibles al sentir del amigo del evangelio. Por ejemplo, si el amigo del evangelio desea hablar acerca de Dios, no debemos traer a colación el asunto del pecado. Una vez observé a un amigo del evangelio que quería saber acerca de Dios, pero los santos insistían en hablarle de Belén. Esto era inapropiado para la necesidad de esa persona. El tema de una conversación del evangelio debe satisfacer la necesidad del amigo del evangelio, y no nuestro interés particular. Si él dice que Dios no existe, no debemos discutir con él, sino ayudarlo a ver la verdad. Asimismo, no debemos quedarnos callados si él blasfema a Dios.
En general, debemos evitar discutir con los amigos del evangelio. Las discusiones son inútiles y no pueden resolver ningún problema. No debemos responder a temas que despierten debates. No hay ninguna solución a estos asuntos. En vez de ello, debemos concentrarnos en las cosas positivas y entablar una conversación con nuestros amigos sobre los temas positivos. Debemos prestar atención a esto.
Hay varios pasos que deben tenerse en cuenta en una conversación del evangelio. Debemos conducir a las personas a conocer a Dios y a reconocer que Dios existe. Debemos ayudarles a confesar que Jesucristo es Dios. Algunas personas no creen que Dios existe, y otras creen que Dios existe pero no creen que Jesucristo es Dios. Debemos también conducirles a confesar que son pecadoras, y no simplemente de modo general. Debemos ayudarles a darse cuenta de que han pecado y a reconocer que son pecadoras. Debemos también conducir a las personas a reconocer la redención efectuada en la cruz mostrándoles cómo el Señor murió en la cruz y derramó Su sangre para lavarlas de sus pecados. Además de esto, debemos llevar a las personas a creer en el Señor, a confesar sus pecados y a recibir al Señor Jesús como su Salvador. Cuando sigamos estos cinco pasos, el amigo del evangelio estará listo para creer, y podremos dirigirlo a que haga una oración breve. Sin embargo, no debemos obligarlo a que ore. El propósito de la oración es que el amigo del evangelio confiese su pecado y reciba al Señor. Si él no sabe cómo orar, podemos decirle que repita después de nosotros. Sin embargo, no debemos obligarlo a que ore. Nunca debemos insistirle en que se arrodille para orar. Si el amigo del evangelio quiere arrodillarse, podemos arrodillarnos con él, pero si no tiene ese sentir, puede orar mientras está sentado. Todo lo que hagamos debe depender del sentir que tenga el amigo del evangelio.
Por último, debemos ayudar a nuestro amigo del evangelio a saber que ha sido salvo. Esta certeza en cuanto a la salvación, o esta prueba de salvación, se halla en la Palabra de Dios. Debemos ayudarlo leyéndole al menos un versículo de la Biblia para que sepa que sus pecados han sido perdonados y que tiene vida eterna. Por consiguiente, en nuestra conversación del evangelio, debemos conducir a las personas a creer en la existencia de Dios, a creer que Jesucristo es Dios, a ver que el hombre tiene pecados, a reconocer la redención efectuada en la cruz y a creer y recibir al Señor —lo cual incluye el arrepentimiento y la confesión de los pecados por medio de la oración— y, por último, a tener la certeza de salvación. No es necesario que seamos legalistas y tratemos de incluir todos estos seis puntos en cada conversación. Debemos ser vivientes en la aplicación de estos puntos.
Cuando hablemos con alguien, debemos primeramente percibir su sentir. Por ejemplo, un amigo del evangelio tal vez no tenga ningún problema con la existencia de Dios e incluso sepa que Jesús es el verdadero Dios. Pero quizás su sentir respecto a sus pecados no sea muy agudo. Debemos ayudarle a percibir su sentir en cuanto a los pecados. Se requiere mucha destreza para ayudar a una persona a percibir su sentir respecto a los pecados. No debemos interrogarla, preguntándole si piensa que no tiene pecados. Incluso alguien que haya cometido un pecado grave lo negará. Cuando ponemos a una persona en la posición de negar su pecado debido al sentir de culpa en su conciencia, no es posible continuar la conversación. Por lo tanto, tenemos que hablar sabiamente con las personas acerca del pecado. Podemos usar como ejemplo nuestra propia experiencia de la actitud hacia nuestros padres cuando hablemos de los pecados. Esto ayudará a nuestros amigos del evangelio a tocar su conciencia. Por muy perfecta que sea una persona, si reflexiona en cómo ha tratado a sus padres, comprenderá que no está libre de culpa. Incluso el mejor niño del mundo no estima lo suficiente a sus padres. No debemos condenar a nuestros amigos del evangelio, pero sí debemos tocar su conciencia y dejarlos sin excusa. Debemos tocar su sentir interior y no ofenderlos ni provocarlos a ira. También podemos usar nuestros pensamientos como otro ejemplo. Podemos decir que a veces somos codiciosos, y que nuestros pensamientos son impuros. Por muy decente y recta que una persona sea, no puede decir que sus pensamientos siempre son limpios. No debemos empezar un debate con un tono contencioso, sino que debemos tocar su sentir interior. También debemos darle un ejemplo de nuestra vida práctica diaria a fin de tocar su sentir. A veces el Espíritu Santo obrará en él llevándolo a tocar su sentir interior. Como resultado, él no sólo sentirá que tiene pecados, sino que también los confesará.
Supongamos que una persona reconoce que Dios existe, que Jesucristo es Dios y que ha cometido pecados, pero no conoce lo suficiente la obra redentora del Señor Jesús. Debemos entonces empezar a hablarle de la cruz y llevarlo a conocer la cruz. Quizás él no tenga problemas con respecto a la cruz, y también entienda el evangelio. Él puede estar de acuerdo con el evangelio pero no haber creído en el Señor. Así que le falta el paso de creer. Él no se ha postrado ante Dios para confesar sus pecados y recibir a Dios. En ese momento podemos usar un ejemplo y decirle que no es suficiente preparar una comida y admirarla, sino que además tenemos que comerla. A fin de comer al Señor Jesús, tenemos que orar. Entonces podemos guiarlo en oración y decirle que esto es con el fin de que crea y reciba al Señor Jesús.
Esta persona ahora ha recibido al Señor Jesús y también tiene fe. Sin embargo, no tiene la certeza en cuanto a su salvación. No sabe con seguridad que ha sido salva. Ha confesado sus pecados y recibido al Señor Jesús como su Salvador, pero no tiene la certeza de que sus pecados han sido perdonados o de que ha sido salva. Por lo tanto, debemos llevarla a leer algunos versículos de la Biblia para mostrarle que cuando una persona cree en el Señor Jesús, sus pecados son perdonados. Una vez que una persona cree, es salva y tiene vida eterna. Tener vida eterna significa que no pereceremos jamás. Podemos usar Juan 10:28, que dice: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás”. Debemos estar preparados con versículos como éste a fin de que cuando sea el momento indicado, podamos abrir la Biblia y leerle los versículos. Por lo general, unos pocos versículos son suficientes.
Les daré otro ejemplo. Supongamos que nuestro amigo del evangelio siente que sus pecados no han sido perdonados. En ese caso podemos leerle 1 Juan 1:9, que dice: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. Entonces podremos preguntarle si ha confesado sus pecados. Si él dice que sí, entonces podremos preguntarle lo que Dios dice al respecto y pedirle que lea el versículo. Podemos preguntarle una vez más a fin de ayudarlo a recibir la Palabra de Dios. También podemos explicar que puesto que Dios es fiel y justo, tan pronto como confesemos nuestros pecados, Dios nos perdonará y nos limpiará. Esta palabra en la Biblia es muy clara. Debemos creer las palabras claras de la Biblia. Podemos comparar esto a recibir un cheque. Una cantidad de dinero se halla claramente escrita en el cheque. Debemos creer lo que está escrito en el cheque. No debemos tener el cheque en nuestra mano y decir que no tenemos dinero. Hacer esto significa que no creemos lo que está escrito en el cheque.
Todos debemos creer las palabras de Dios halladas en la Biblia, y debemos aprender a ayudar a las personas a que reciban la palabra de la Biblia. Si nos ejercitamos en esto, recibiremos luz y también conduciremos a otros por un camino positivo. Debemos practicar el conversar de esta manera y no esperar hasta el final de una reunión del evangelio. Cuando visitemos a otros, también podemos aplicar estos puntos. Debemos aprender a no debatir. También debemos evitar contestar demasiadas preguntas. Asimismo, debemos aprender a discernir en qué punto se encuentran las personas con respecto al evangelio. Entonces podremos guiarlas paso a paso y nivel tras nivel.
Al final de la reunión del evangelio, debemos anotar la información de nuestros amigos del evangelio. Los santos deben visitar a los amigos del evangelio en los días subsiguientes. Cuando visitemos a un amigo del evangelio, lo mejor es pedirle a otro hermano o hermana que nos acompañe. Cuando estamos con nuestro amigo del evangelio, debemos dejar que el hermano o hermana que nos acompaña hable, y nosotros podemos ayudarle. Debemos también llevar un registro de nuestras visitas. El registro puede incluir la respuesta del amigo del evangelio y si él ha sido salvo y bautizado. Si él está listo para ser bautizado, podemos dar su nombre a los diáconos, y la iglesia lo preparará para el bautismo. Cuando esté listo para ser bautizado, debemos hablarle acerca de la verdad del bautismo, llevarlo a tener una entrevista en cuanto al bautismo y ayudarlo a ser bautizado. Entonces él será un creyente que está en el Dios Triuno y en la iglesia, y nuestra labor con él en el evangelio habrá concluido. Esta persona ahora es un hermano o hermana de la iglesia y lo podremos entregar a los otros santos para que reciba más edificación y perfeccionamiento.
Éste es el procedimiento general para nuestra predicación del evangelio. Aunque muchos santos tienen experiencia en esta obra, todavía podemos estudiar y practicar más. No debemos depender de nuestro celo para invitar a las personas, para servir de ujieres, para sentarnos con otros, para tener una conversación del evangelio ni para visitar a los amigos del evangelio. Estos asuntos requieren mucha práctica.
Debemos empezar con oración y tomar medidas respecto a nuestros pecados. Entonces debemos aprender cada paso. Debemos aprender a invitar a los amigos del evangelio a cenar; también debemos aprender a servir de ujieres, a sentarnos con los amigos del evangelio en la reunión, a tener una conversación del evangelio con ellos, a visitar a los amigos del evangelio y a conducirlos a ser bautizados. Por el bien del evangelio, cada uno de los hermanos y hermanas debe aprender estos pasos. Debemos invertir en esto nuestra energía y nuestro dinero. El apóstol Pablo en el Nuevo Testamento no sólo gastó dinero y energía por causa de las almas, sino que él se gastó a sí mismo (2 Co. 12:15). Esto forma parte de la obra de edificación de la iglesia. Esto también es lo que el Antiguo Testamento dice en Hageo 1:8, donde dice que cuando subimos al monte y traemos madera y edificamos la casa de Dios, agradamos a Dios y lo glorificamos.
Nosotros predicamos el evangelio a fin de reunir más material de edificación. Cuanto más nos esforcemos, más material habrá. Esto agrada a Dios y lo glorifica. Espero que empecemos con oración y continuemos aprendiendo, estudiando y practicando.