
Lectura bíblica: Hch. 10:43; Ef. 1:7; Hch. 13:38-39; Jn. 3:16, 36; 5:24; 6:47; Ro. 10:9-10, 13; Hch. 16:31
Con relación a la predicación del evangelio hay dos asuntos sumamente importantes. El primero de ellos es que tenemos que orar. Siempre debemos tener una carga en cuanto a las almas de las personas, manteniendo un espíritu de oración. Esto no sólo significa que tenemos que pasar tiempo en oración, sino que, más que eso, significa que siempre debemos llevar la carga en nuestro espíritu de oración, poniendo los ojos en el Señor y tocando el trono de autoridad, para que el Señor opere en los corazones de aquellos por quienes hemos estado orando. Debemos orar de esta manera, continuamente, con petición, reclamando estas almas para el testimonio del Señor.
En segundo lugar, debemos aprender a usar fe a fin de participar del poder que fue derramado sobre el Cuerpo, y así experimentar el bautismo del Espíritu Santo, el cual ya fue realizado cuando el Espíritu fue derramado sobre el Cuerpo. El principio, tanto de la vida espiritual como de la obra espiritual, es el principio de la fe, no es algo que se realice por vista o por apariencia. Debemos aprender a andar y a laborar por fe, no por vista, por apariencia ni por sentimientos. Si procuramos sentir, ver o aparentar algo, significa que en alguna medida tenemos un corazón maligno de incredulidad, un corazón malo que no cree. Debemos honrar al Señor al recibir lo que Él nos ha dicho en Su Palabra. En esto consiste la fe viva. Jamás debemos prestar atención a nuestros sentimientos, apariencia, vista o a cualquier clase de circunstancias.
Debemos aprender la lección de la fe, la cual consiste en creer que Dios está con nosotros. Tenemos que creer como “estando a oscuras”, sin esperar a tener ningún sentimiento (2 Co. 5:7). En la antigüedad los sacerdotes que servían al Señor en el atrio usaban la vista. A la luz del sol ellos podían ver el cielo, la tierra, y muchas cosas y personas. Sin embargo, en el Lugar Santo, únicamente estaba la luz del candelero, que no era tan intensa como la luz del sol. En el interior del Lugar Santo, los sacerdotes no podían ver el cielo, la tierra, ni nada de lo que estaba a su alrededor, como podían hacerlo en el atrio. Pero después, cuando entraban al Lugar Santísimo no disponían de ninguna luz. El arca estaba allí en la oscuridad. Sin embargo, la presencia del Señor no estaba en el atrio ni en el Lugar Santo, sino en el Lugar Santísimo. La luz que resplandecía allí no era la luz física sino la luz shekiná, la luz de la gloria shekiná de Dios; ésta no era la luz creada sino la luz increada.
Cuando éramos jóvenes en el Señor, incluso niños, el Señor se compadecía de nosotros y nos daba un “cielo despejado”. Así, cuando algunas personas eran bautizadas, recibían el derramamiento del Espíritu Santo. Tal vez digan al respecto: “¡Oh, por poco me vuelvo loco! Veía cielos tan abiertos que tuve deseos de bailar, y cuando bailé sentí que mis pies no estaban en la tierra sino en el aire”. Sé de esto porque yo mismo tuve muchas experiencias de éstas. Sin embargo, los niños simplemente son niños. Estas experiencias son para los que son jóvenes en el Señor. No debemos menospreciarlas, porque son muy buenas, pero ciertamente son experiencias que corresponden al atrio. No obstante, el Señor nos llevará del atrio al Lugar Santo para que allí ejercitemos un poco nuestra fe. Finalmente, Él nos introducirá en el Lugar Santísimo donde podremos ejercitar nuestra fe a lo sumo. Allí tendremos que olvidarnos de todo lo que vemos con nuestros ojos físicos y de lo que percibimos con nuestros sentidos físicos. También tendremos que olvidarnos de los sentimientos que provienen de nuestra vida anímica. En el Lugar Santísimo no podemos ver nada de lo natural; estamos completamente “a oscuras”. No obstante, en nuestro espíritu sí podemos ver la gloria shekiná de Dios. Esto es lo que significa la fe.
Nosotros los cristianos somos a veces personas raras. Creemos y reclamamos algunas cosas que están en las Escrituras sin tener ni esperar tener ningún sentimiento, pero por otro lado, no creemos en otras cosas que también están en las Escrituras; parece que no estamos dispuestos a recibirlas hasta que sintamos algo. Hace poco le pregunté a un hermano: “Hermano, ¿sabe usted que ha sido salvo?”. Me contestó que sí, entonces le dije: “¿Cómo lo sabe?”. Me dijo: “Porque la Escritura lo dice”. Esto es correcto.
La Biblia se compone del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Muchos cristianos no conocen el verdadero significado de la palabra testamento. Testamento no significa lo mismo que pacto. En palabras sencillas, un pacto es un acuerdo, un contrato, mientras que un testamento es la última voluntad de una persona. Un testamento no es simplemente un acuerdo. Un pacto, un acuerdo o un contrato quizás contenga algunas promesas de que algo será hecho a su favor. Sin embargo, en un testamento todo está completo y listo para que usted lo reciba. La Biblia es un testamento que está en nuestras manos. No es un libro de enseñanzas ni un libro de promesas, sino más bien, un libro que contiene un testamento. En ella se encuentran miles de artículos que nos dicen que todo está listo para nosotros. Cristo fue encarnado, vivió en la tierra, fue crucificado y resucitado, ascendió, fue entronizado y después descendió como el Espíritu. Todo está consumado. ¿Qué significado tiene el hecho de que Cristo esté sentado en los cielos? Ello significa que todo ha sido consumado y está listo para que nosotros lo disfrutemos. Un testamento se hace vigente a partir del momento en que el testador muere. Mientras el testador no haya muerto, el testamento no tendrá validez. Sin embargo, una vez que el testador muere, el testamento se hace vigente. El Testador de este testamento ya murió, y ahora vive en el cielo para ser el Albacea (el que ejecuta) dicho testamento.
Lo que vamos a decirles a los pecadores son todos los artículos que incluye este testamento, esta última voluntad. ¿En qué consiste predicar el evangelio? Predicar el evangelio consiste en proclamar cada uno de los artículos que componen este testamento. Cuando vamos a hablar con un pecador, debemos ayudarlo a comprender que es un pecador. Luego podemos leerle el testamento. Podemos leerle primero el artículo del testamento que nos dice que nuestros pecados fueron puestos sobre Jesús, y que Él llevó nuestros pecados en la cruz. En segundo lugar, podemos leerle el artículo que dice que gracias a la obra redentora de Cristo, nuestros pecados fueron perdonados. Luego, podemos leerle el artículo que dice que nuestros pecados ya fueron remitidos. No es que Dios prometa perdonarnos, sino que, según el testamento, Él ya nos perdonó. De la misma manera, la remisión de los pecados ya está disponible.
En este testamento también hay un artículo que nos dice que Cristo derramó Su Espíritu sobre el Cuerpo. Él ya llevó a cabo al bautismo del Espíritu al derramarlo sobre el Cuerpo. Ahora, nosotros hemos llegado a ser miembros del Cuerpo. Mientras estemos identificados con el Cuerpo, todo lo que fue derramado sobre el Cuerpo es ahora nuestra porción. El bautismo del Espíritu Santo fue efectuado a favor del Cuerpo hace casi dos mil años. Esto ya fue logrado. Hoy en día lo único que tenemos que hacer es ejercitar nuestra fe para hacerlo nuestro. Si no creemos esto, no tendremos poder ni tendremos éxito al predicar el evangelio.
No sólo nuestros pecados fueron quitados, perdonados y remitidos, sino que además de esto hay otro artículo que nos dice que Cristo ascendió al trono y derramó Su Espíritu sobre Su Cuerpo. Hoy en día el poder de lo alto está sobre el Cuerpo, y nosotros hemos sido bautizados en el Cuerpo. Nosotros estamos identificados con el Cuerpo, somos parte del Cuerpo y, por tanto, tenemos la base, el derecho y la potestad para reclamar esta porción, hacerla nuestra y participar de ella. Sin embargo, es posible que no creamos en esto y dudemos un poco al respecto. Si no lo creemos, no tendremos el poder para predicar el primero de los artículos del testamento que nos habla de la redención, debido a que el enemigo que ocupa a los pecadores todavía ocupa nuestro ser. Si aún no creemos en la Palabra en su totalidad, ¿cómo vamos a ayudar a otros para que crean en un punto del testamento? Es preciso que conozcamos la astucia del enemigo. Si hemos de predicar cualquier artículo que se encuentra en este testamento, tenemos primero que creer en todos los artículos que se hallan en él. Si creemos en todos los artículos que se hallan en este testamento, si no abrigamos ninguna duda al respecto ni dependemos de nuestros sentimientos, entonces cuando nos acerquemos a alguien, obtendremos los resultados esperados, debido a que Satanás habrá sido alejado de nosotros.
Cuando era joven, el Señor me ayudó de esta manera a creer en Él, en Su Palabra y en los hechos que Él había consumado. Entonces yo salía a realizar la labor de predicar. Sin embargo, muchas veces, cuando les decía a las personas que tenían que creer en que el Señor Jesús había muerto por ellas, en mi interior tenía la acusación de no creer que el Señor Jesús había bautizado la iglesia. No podía engañar al enemigo. El espíritu maligno está muy alerta. Si tenemos una debilidad, él siempre atacará dicha debilidad. Por lo tanto, tenemos que dar solución a este asunto. Si deseamos predicar cualquier punto de este testamento, tenemos que creer primero en todos los artículos que están incluidos en él.
He aquí un asunto de crucial importancia: tenemos que creer que el poder de lo alto fue derramado sobre el Cuerpo y que ahora somos parte, somos un miembro, del Cuerpo. Tenemos que creer este hecho, debemos tomar esta posición y no debemos prestar atención a nuestros sentimientos, o sea, a la manifestación. Si prestamos atención a nuestros sentimientos, eso significa que en nosotros hay incredulidad. Esto es algo maligno. Por otro lado, por supuesto, no debemos ser descuidados ni perezosos, sino más bien, ejercitar nuestro espíritu y nuestra voluntad para hacer que la palabra sea nuestra y no hacer caso a nuestros sentimientos. Aun si sentimos algo, debemos rechazarlo. No debemos darle importancia a ese sentimiento, sino más bien, decirle al enemigo: “No me importa en lo más mínimo ningún sentimiento que pueda tener. Si no siento nada, aún tengo la plena certeza de que el bautismo del Espíritu es mío, puesto que es un hecho que ya fue consumado cuando se derramó el Espíritu sobre el Cuerpo, y yo estoy identificado con el Cuerpo”. Si hacemos esto, veremos los resultados. Sin embargo, ni siquiera tenemos que esperar hasta ver los resultados; en lugar de ello, debemos aprender a andar por fe y actuar en fe en el Lugar Santísimo, “en la oscuridad”, sin depender de ninguna luz natural sino de la luz divina que está en nuestro espíritu. Debemos aprender a ejercitar nuestra fe de esta manera.
Ahora llegamos a un asunto sumamente importante: cómo ayudar a las personas a ser salvas. Si bien no podemos salvar a las personas, sí podemos ayudarlas a ser salvas. Únicamente el Señor mismo puede salvarlas; no obstante, nosotros podemos ayudarlas a que reciban al Señor, a que acepten al Señor, y acepten Su salvación. Sobra decir que debemos sentir un verdadero amor y preocupación por los pecadores, pues si no amamos a los pecadores ni sentimos ninguna preocupación por ellos, nuestra obra habrá llegado a su fin. Supongamos, pues, que en efecto sentimos este amor y preocupación por los pecadores, que oramos por ellos y ejercitamos nuestra fe para participar del poder de lo alto, sin depender de nuestros sentimientos. Entonces, debemos aprender algunas técnicas con respecto a cómo ayudar a las personas.
En primer lugar, no debemos extendernos mucho cuando hablemos a los pecadores, los incrédulos. Debemos conversar brevemente con ellos. Además, tampoco debemos procurar que ellos entiendan todo con absoluta claridad. Muchas veces, cuanto más claramente la gente entiende las cosas, menos se muestra dispuesta a creer. Muchas veces nos sentimos tentados a pensar que si podemos hacer que alguien entienda todo claramente, sin duda alguna creerá. Pero, más bien, cuanto más tratamos de ayudarlo, menos va a creer. Debemos recordar este principio: no debemos procurar que la gente entienda todo con claridad. Si tratamos de hacer que la gente entienda todo, estaremos haciendo la obra de Satanás, tal como lo hizo en el huerto de Edén cuando, refiriéndose al árbol del conocimiento, dijo: “El día que comáis de él serán abiertos vuestros ojos” (Gn. 3:5). Él le dijo a Eva que ella entendería todo claramente y conocería muchas cosas. Inmediatamente después de que Eva tomó de ese fruto, sus ojos fueron completamente abiertos. Antes de esto, Adán y Eva no entendían claramente que estaban desnudos, pero después que comieron del fruto y sus ojos fueron abiertos, ellos comprendieron que estaban desnudos, y entonces vinieron los problemas. No piensen que si logramos que las personas entiendan todo con claridad, ellas creerán. Al contrario, todo el que es salvo es una persona que no entiende las cosas con claridad. Creemos de una manera “necia”.
Algunos podrían preguntar: “¿Cómo la gente puede creer si no entiende las cosas con claridad?”. Éste es un secreto. Ellos sencillamente tienen que creer. Cuando el Señor le muestra Su favor a alguien, él se ve obligado a creer, ya sea que entienda bien las cosas o no. Muchas veces no entendemos bien las cosas, y aun así decimos: “No sé por qué, pero tengo que creer”. Tal vez las personas digan que esto es superstición; pero aun si es así, prefiero ser “supersticioso”, y cuanto más lo sea, mejor. Cuando era joven, mis amigos y muchas otras personas vinieron a decirme que era un necio. Sin embargo, yo les decía: “Me gusta ser necio; cuanto más necio sea, mejor. No soy capaz de explicarles qué es, pero ciertamente hay algo dentro de mí”. Por lo tanto, no caigan en la tentación de aclarar las dudas de las personas, ni siquiera lo traten. Sencillamente hablen brevemente con ellas. Después de que hablen con ellas, de inmediato pídanles que oren con usted. Orar es semejante a “cerrar el trato”. Un buen vendedor nunca habla demasiado; pues, si lo hace, perderá el contrato. Por consiguiente, simplemente pídanles que oren.
Después de ayudar a las personas a orar, debemos ayudarlas en otras áreas; de lo contrario, no serán salvas de una manera apropiada. Primero, debemos ayudarlas a que sepan que creer en Jesús es recibirle como el Espíritu viviente. Debemos recalcar mucho este asunto. Debemos decirles que Jesús hoy en día está en el Espíritu y que, de hecho, Él es el Espíritu viviente, real y verdadero. Es por ello que podemos abrir nuestro corazón y nuestro espíritu, es decir, podemos abrir todo nuestro ser para recibirlo a Él. Tenemos que recalcar este asunto una y otra vez. De este modo, las personas que sean salvas serán cristianos vivientes; pues, de lo contrario, únicamente serán personas religiosas, y no cristianos vivientes, y únicamente tendremos unos cuantos miembros religiosos. Por esta razón, debemos leerles algunos versículos que muestren que Cristo es nuestra vida y que Él vive en nosotros. Debemos ayudarles a que conozcan esto. No debemos pensar que hay que esperar a que ellos tengan mucho tiempo de ser salvos para decirles que Cristo es vida. No, más bien, debemos decirles esto desde el primer día. Yo fui salvo de esta manera. Cuando fui salvo, incluso me dijeron que había sido crucificado con Cristo. Yo comprendí en ese entonces que estaba acabado; que había muerto con Cristo y que ya había sido sepultado. Ahora ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí. De este modo, escuché el evangelio completo.
No debemos pensar que esto es demasiado profundo. Tal vez sea demasiado profundo para algunos de los que están en el cristianismo, pero no es demasiado profundo para los pecadores. Les animo a que lo intenten. No prediquen el evangelio de la manera vieja; no digan: “Oh, esto es demasiado profundo. En unos seis meses podemos dejar que el hermano Lee sea quien les ministre sobre cómo Cristo es vida para los creyentes”. No, no está bien decir esto. En el Evangelio de Juan se encuentran muchas cosas que son profundas, pero a este libro aún se le llama evangelio. También se le llama evangelio a todo el libro de Romanos. El primer capítulo de Romanos nos dice que el contenido de todo el libro es el evangelio (vs. 1, 9, 15-16, cfr. 16:25). Incluso debemos aprender a predicar el evangelio de Romanos 12, y decirles a las personas que ellas tienen que ser miembros del Cuerpo de Cristo. Debemos decirles a las personas de una manera clara y detallada que Cristo es el Espíritu viviente hoy, y que Él está esperando que el hombre lo reciba como vida. Este asunto debe ser enfatizado.
Después de esto, debemos decirles que si desean recibir al Cristo viviente, tienen que confesar sus faltas de forma completa, que necesitan confesar sus pecados. Por supuesto, debemos decirles que Cristo llevó sus pecados y que Dios los perdonó; sin embargo, para que puedan experimentar a Cristo, es necesario que confiesen todos sus pecados. Debemos ayudarles a estas personas a comprender cuántos pecados han cometido, cuán pecaminosas son, y ayudarles a que se arrepientan y confiesen sus pecados uno por uno. Tal vez nos pregunten cómo deben confesarlos. Podemos decirles que deben confesar lo que ellas sienten que necesitan confesar. Esto no debe hacerse de manera legalista. Ellas deben sencillamente tener contacto con el Señor y confesar todo lo que ellas consideren pecaminoso o sucio, y cuántas más cosas confiesen, mejor.
También debemos leerles algunos versículos prácticos del Nuevo Testamento, y a veces también del Antiguo Testamento, para demostrarles que verdaderamente han sido salvas. Hay cuatro asuntos principales que debemos ayudarles a ver.
En primer lugar, debemos citarles algunos versículos para ayudarles a entender que sus pecados han sido perdonados. El mejor versículo en cuanto al perdón de los pecados es Hechos 10:43 que dice: “De Él dan testimonio todos los profetas, de que por Su nombre, todos los que en Él creen recibirán perdón de pecados”. Debemos leerles este versículo a las personas y pedirles también que ellas lo lean. Ésta es la manera de mostrarles este artículo del testamento. En el testamento encontramos tal artículo que nos dice que si creemos en Su nombre, nuestros pecados son perdonados; la remisión de los pecados ya nos fue dada. También podríamos usar Efesios 1:7, pero Hechos 10:43 es el mejor versículo. De este modo, debemos darles algunos versículos prácticos del Nuevo Testamento que les confirme, les demuestre que lo que nosotros les predicamos no es una teoría, sino que es uno de los artículos del testamento.
Después de leer lo que el testamento dice en cuanto al perdón de los pecados, debemos leerles acerca de la justificación por la fe. Usando la Palabra demuéstreles que ellos han sido justificados por la fe. Hay muchos versículos que hablan sobre esto; yo prefiero usar Hechos 13:38 y 39, que dicen: “Sabed, pues, varones hermanos, que por medio de Él se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en Él es justificado todo aquel que cree”. Estos dos versículos nos dicen dos cosas: que el perdón es anunciado y que la justificación nos es dada “en Él”, esto es, en Cristo. También podemos usar muchos versículos de Romanos 3 y Gálatas 2, cintando los mejores versículos para confirmarles que mientras una persona crea en Jesús, ha sido justificada por Dios en Cristo. En esto consiste el perdón de los pecados y la justificación por fe.
Tercero, debemos leerles algunos versículos confirmándoles que ellas tienen la vida eterna en su interior. Hay muchos versículos que nos muestran esto, tales como Juan 3:16 y 36; 5:24; 6:47; y otros. Debemos presentarles estos versículos para confirmarles, demostrarles, que ellas tienen la vida eterna en su interior.
Además de mostrarles a las personas que sus pecados han sido perdonados, que han sido justificadas por la fe y que tienen vida eterna, debemos mostrarles algunos versículos que les muestren que son salvas. Los mejores versículos para esto son Romanos 10:9 y 10, que dicen: “Que si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación”. Además el versículo 13 dice: “Porque: ‘Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo’”. También podemos leerles Hechos 16:31, que dice: “Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa”.
Debemos recalcarle a las personas estos cuatro puntos principales basándonos en la Palabra: ellas han sido perdonadas, han sido justificadas, han recibido vida eterna y son salvas. Podemos decirles otras cosas más, pero estos cuatro puntos son muy necesarios. No debemos tratar de abarcar demasiado en una sola ocasión. Después de predicarles el evangelio, quizás sólo podamos hacer lo primero, esto es, ayudarles a orar. Luego, al siguiente día podemos ponernos en contacto con ellos nuevamente para ayudarles a comprender que el Señor Cristo es el Espíritu viviente. Tal vez, en ese momento, sea oportuno ayudarles a leer estos versículos prácticos. Si no tenemos mucho tiempo, podemos reservar algo para la tercera oportunidad que podamos verlas. No debemos tratar de abarcar todo en una sola ocasión.
Hemos visto los tres asuntos principales en cuanto a cómo ayudar a las personas a ser salvas. Debemos ayudarlas a orar para “cerrar el trato”, a comprender que Cristo es el Espíritu viviente, y que ellas tienen que recibirlo abriendo su corazón y su espíritu; y, también, debemos ayudarlas proveyéndoles algunos versículos prácticos. Además de esto, debemos ayudarles a comprender que han sido salvas por el Señor por medio de la iglesia. Ellas deben darse cuenta que tienen una relación con la iglesia. Desde el comienzo tenemos que ayudar a los nuevos creyentes a conocer el Cuerpo. Ellos nunca se olvidarán de aquello que les deja una impresión profunda en el principio. Tenemos que explicarles que a partir de ese momento necesitarán asistir a las reuniones de la iglesia. Ellos necesitan entrar en contacto con los hermanos y tener comunión con ellos.
Cuando alguien es salvo por medio de nosotros, de inmediato tenemos que ayudarlo a conocer la vida de iglesia. Luego, debemos recomendarle a dos o tres hermanos o hermanas para que sean compañeros suyos en la iglesia. Esto les será de gran ayuda. Todo nuevo creyente, todo recién convertido, debe tener por lo menos a dos o tres hermanos por compañeros cristianos. Todos tenemos que aprender a ayudar a las personas de esta manera.
Después de una reunión en la que sea predicado el evangelio, debemos pedirles a los nuevos creyentes que continúen viniendo por tres noches más para tener un seguimiento con ellos. De este modo, podremos inmediatamente proveerles algún entrenamiento. Sin embargo, no debemos pensar que éstas son sólo reuniones para ellos y que nosotros no necesitamos asistir; al contrario, debemos comprender que ésta es nuestra oportunidad para venir y practicar. Luego, después de estas reuniones de seguimiento, podremos bautizarlos. Así, al siguiente día del Señor, tendremos un buen número de nuevos creyentes en la reunión de la mesa del Señor. Ellos serán los nuevos “miembros” de nuestra familia. Entonces podremos ayudarlos a conocer un poco acerca de la iglesia, y ellos comprenderán que la iglesia, el Cuerpo, es su hogar. También debemos ayudarlos a entender que no predicamos el evangelio de forma individualista, sino conforme al Cuerpo, es decir, de manera corporativa. Así, a partir del primer día, ellos deben comprender que es la iglesia la que predica el evangelio, no con el fin de conducir a las personas al cielo, sino con el fin de traerlas a la iglesia. Entonces veremos la diferencia. Tenemos que creer que después de tan sólo dos semanas ellos lograrán que muchas otras personas crean. De hecho, ellos ejercerán su función, aun mejor que nosotros.
Después de ayudarlos hasta este punto, debemos ayudarlos a ofrecerse a sí mismos al Señor, o sea, a consagrarse a sí mismos. Los cinco asuntos que mencionamos anteriormente debemos hacerlos en la primera semana. Eso significa que aun antes de que sean bautizados debemos ayudarlos al cubrir estos cinco asuntos.
No deseo imponer nada de manera legalista, pero sí quisiera rogarles a que aprendan esto. Estoy aquí delante de ustedes para decirles con toda humildad que si ponen estas cosas en práctica, verán los resultados. Veremos que nuestra predicación tendrá impacto en nuestro medio, pues muchas personas serán salvas. Nuestra reunión para predicar el evangelio es sólo el comienzo de la predicación. Muchas otras personas vendrán después. En el mar un pez siempre le muerde la cola a otro pez. Si logro agarrar uno, muchos otros vendrán detrás. Así, tendremos una cosecha. Si hacemos esto bien, cada mes traeremos a un buen número de peces “agarrados de la cola”. Sin embargo, tenemos que aprender a laborar y a saber cómo ayudar a los nuevos creyentes para que ellos laboren. Debemos visitarlos inmediatamente para ayudarles a laborar. Ellos ahora han llegado a ser miembros de la iglesia; de hecho, son los miembros “principales”, pues ellos tomarán más iniciativa que nosotros debido a que no tienen mucho conocimiento; lo único que poseen es la vida. Nosotros, en cambio, tenemos demasiado conocimiento. Nuestra “cabeza” es demasiado grande.
El Señor me cubra al decir esto. Estoy poniendo mis ojos al Señor al respecto; he estado buscándolo y sigo buscándolo mucho con respecto a este asunto. Éste es el secreto de que la iglesia predique el evangelio. No debemos poner nuestra confianza en ningún orador. Es posible que en nuestra reunión para predicar el evangelio no haya ningún orador; sin embargo, el evangelio será predicado. ¿Creen ustedes esto? Yo sí creo que esto es posible, porque lo vi en el pasado. Muchas personas fueron salvas de una manera viviente, pero ninguna de ellas sabría decir por medio de cuál orador fue salva. Nunca podrían decir que tomaron la decisión de creer con la ayuda de cierto predicador famoso. En el Lejano Oriente no tuvimos esa clase de predicadores famosos, no obstante, miles de personas fueron salvas. El evangelio fue predicado por la iglesia, por todo el Cuerpo y por cada miembro del Cuerpo.
Después de ayudar a las personas en los asuntos ya mencionados, debemos ayudarlas a ver la necesidad del bautismo. Debemos testificarles y explicarles lo que significa ser bautizados, y ayudarles a comprender que por haber sido identificadas con Cristo, fueron crucificadas y ahora están muertas. Por consiguiente, tienen que ser sepultadas. En cuanto al bautismo, ellas tienen que ejercitar su fe para creer que han habido muchos casos en los que una gran bendición descendió sobre los que se bautizaban. Yo vi a personas que fueron sanadas por medio de bautismo. Antes de descender a las aguas, estaban muy enfermas, no simplemente con una gripe, sino con enfermedades crónicas. No obstante, después de que fueron bautizadas, algunas fueron sanadas. No debemos ser supersticiosos en cuanto a las aguas de bautismo, pero definitivamente hay algo muy significativo. Tiene que haberlo, pues el Señor nos mandó que lo hiciéramos. No debiéramos considerar el bautismo como un simple ritual. Debemos decirles a las personas que ellas necesitan tener un entendimiento espiritual del bautismo.
También debemos ayudarles a comprender que cuando sean bautizadas, ellas traen consigo todos sus problemas para que sean sepultados allí, así como el pueblo de Israel al cruzar el mar Rojo condujo a todo Egipto al mar. No fueron ellos quienes fueron sepultados allí, sino todo Egipto, incluyendo a Faraón y su ejército. Debemos decirles que si tienen algún problema, incluso enfermedades físicas, ellas sumergen todo ello en el agua y lo sepultan allí. ¿Tienen algún pecado que los atormenta o alguna debilidad moral? Deben sumergirlo en el agua. Deben sumergirlo todo en el agua. En particular, deben sumergir en el agua todos sus placeres. En el Lejano Oriente y en muchos otros lugares, cuando alguien es sepultado, lo sepultan junto con todos los objetos que más ama, con sus objetos favoritos. En cierto sentido, esto es bíblico. Cuando las personas son bautizadas, ellas deben traer consigo todo aquello que aman para que sea sepultado en el agua. Debemos ayudarles a entender estos asuntos.
Después de que las personas sean bautizadas, debemos ayudarlas en cuatro asuntos. Primero, debemos ayudarles a orar diariamente y en secreto. Segundo, debemos ayudarles a estudiar la Palabra cada día. Tercero, debemos ayudarles que asistan regularmente a las reuniones de la iglesia. Cuarto, debemos ayudarles a que prediquen el evangelio. Así pues, ellas tienen que orar, estudiar la Palabra, asistir a las reuniones y traer a otros a la siguiente reunión para que se les predique el evangelio. Ellos deben ser los miembros más activos en la obra de predicación del evangelio que realiza la iglesia. Si no somos capaces de hacer esto o si no estamos dispuestos a hacerlo, fracasaremos. Todos los pecadores que vienen a la primera reunión del evangelio deben ser los predicadores en la siguiente reunión. Esto no depende tanto del Señor como de nosotros, y dependerá de cuánto laboremos nosotros y de cómo laboremos. Estoy seguro de que si laboramos de esta manera, veremos muy buenos resultados.