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Mensajes del libro «Predicar el evangelio en el principio de la vida»
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CAPÍTULO TRES

PREDICAR EL EVANGELIO CON LA AUTORIDAD DE CRISTO Y LA PALABRA VIVA

  Lectura bíblica: Mt. 12:28-29; 28:18-19; Ro. 10:6-9, 13; 1 Co. 12:3

  Mateo 12:28 y 29 dice: “Pero si Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, entonces ha llegado a vosotros el reino de Dios. O ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y arrebatar sus bienes, si primero no ata al hombre fuerte? Entonces saqueará su casa”. Los versículos del 18 al 19 del capítulo 28 dicen: “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Debemos resaltar las palabras por tanto. Las palabras por tanto se refieren al hecho de que toda potestad le ha sido dada a Cristo. “Por tanto”, por esta razón, debemos ir y hacer discípulos a todas las naciones.

CONFESAR A JESÚS COMO SEÑOR

  Romanos 10:9 dice: “Si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Esto no sólo significa confesar el nombre de Jesús, sino el nombre del Señor Jesús. Con nuestra boca debemos confesar el nombre del Señor Jesús, es decir, debemos pronunciar la palabra Señor. He notado que especialmente en el mundo occidental, tanto en Europa como en los Estados Unidos, cuando las personas oran, no usan el título Señor muy a menudo. La mayoría cuando ora dice solamente: “Jesús”. Ésta no es la manera apropiada. Cada vez que digamos “Jesús”, es mejor si añadimos el título Señor, es decir, si decimos: “Señor Jesús”. Así pues, con nuestra boca confesamos el nombre del Señor Jesús y con nuestro corazón creemos en el hecho de que Dios resucitó a Jesús de los muertos. Si hacemos estas dos cosas, seremos salvos. Luego, el versículo 13 añade, diciendo: “Porque: ‘Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo’”. Esto no es simplemente invocar el nombre de Jesús, sino el nombre del “Señor”.

  En 1 Corintios 12:3 dice: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable en el Espíritu de Dios dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo”. Aquí, una vez más, este versículo recalca que debemos decir que Jesús es el Señor. Siempre y cuando una persona diga que Jesús es el Señor, eso será una prueba de que el Espíritu Santo está operando en su interior. Debemos ayudar a las personas a que comprendan que Jesús es el Señor, y tenemos que ayudarlas a que ejerciten su boca al ejercitar su corazón para decir que Jesús es el Señor y para invocar a Jesús el Señor.

PREDICAR NO SÓLO CON PODER, SINO TAMBIÉN CON LA AUTORIDAD DEL GOBIERNO CELESTIAL

  Todos debemos comprender que predicar el evangelio no es simplemente realizar la labor de predicar o enseñar, sino que implica pelear una batalla. En Mateo 12 se nos dice que si queremos predicar el evangelio tenemos que atar al hombre fuerte. Satanás es el hombre fuerte, aquel que usurpa a todas las personas. El mundo entero está ahora bajo las tinieblas y en las manos usurpadoras de Satanás. Por lo tanto, predicar el evangelio a fin de traer al alguien al Señor es quitarle a Satanás algunos de los bienes que tiene en sus manos usurpadoras. Por consiguiente, tenemos que orar para atar a Satanás, el hombre fuerte, y para ello no sólo requerimos poder, sino también autoridad. Podemos mostrar la diferencia que hay entre poder y autoridad con el ejemplo de un policía. Los automóviles en las calles tienen poder, pero un policía tiene autoridad. Por muy poderoso que sea un carro, cuando un policía le da la orden, tiene autoridad sobre dicho vehículo.

  Cristo dijo: “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (28:18-19). Cuando vamos a predicar el evangelio, no sólo debemos procurar obtener el poder de lo alto, sino que además tenemos que aprender a ejercer la autoridad que Cristo tiene como Cabeza y Señor. Tal vez el policía sea más bajo que nosotros en estatura, pero tiene autoridad debido a que tiene un gobierno que lo respalda. Puesto que no podemos ir en contra de un gobierno, no podemos oponernos a dicho policía. Me he dado cuenta de que en este país todos los conductores temen a los policías. Eso no significa que los policías tengan poder, sino más bien, que tienen autoridad. Muchos de los vehículos que circulan en las calles son poderosos, pero cuando el policía les hace una señal con la mano, tienen que detenerse. La autoridad es superior al poder. ¿Vamos a predicar el evangelio únicamente con poder? También tenemos que aprender a ejercer autoridad. Nosotros somos el Cuerpo de la Cabeza y estamos bajo autoridad; de manera que la Cabeza es el “gobierno” que nos respalda. Tenemos un respaldo muy sólido, el cual es: la Cabeza.

ESTAR FIRMES SOBRE EL TERRENO DE LA AUTORIDAD DEL SEÑOR

  Siento la carga de que comprendamos cuál es nuestro terreno o base cuando salimos a predicar el evangelio. Nuestra base no es simplemente el hecho de que amamos a los pecadores o que sentimos la necesidad de que haya más materiales para la edificación de la iglesia. Todas estas cosas son buenas, pero no son lo suficientemente adecuadas. Tenemos que tomar como base el hecho de que Cristo ascendió a los cielos. Él fue entronizado, y a Él le fue dada toda potestad en el cielo y en la tierra. Él es la Cabeza, y Él es el Señor. Nosotros estamos sujetos a Su autoridad y señorío. Además, somos los miembros de Su Cuerpo. Es con base en esto que somos enviados. En realidad, la iniciativa no es nuestra; pues somos personas enviadas. El Señor dijo: “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id”. Así que simplemente debemos acatar dicha orden. Somos policías enviados por el gobierno. Si comprendiéramos esto, entonces al salir a contactar a las personas para predicarles el evangelio, tendríamos la certeza, la confianza, de que la autoridad está con nosotros.

  Recientemente hemos sentido entre nosotros un verdadero fluir y una verdadera carga por el evangelio, y algunas personas ya han sido salvas. Sin embargo, siento que aún nos hace falta algo más. Nos hace falta entender que debemos tomar la autoridad como nuestra base. Satanás es un usurpador que opera de manera ilegal. Por tanto, tenemos que anunciar este hecho y proclamarlo. Debemos declarar a todo el universo que Jesús es el verdadero Señor, el dueño legítimo de este universo. Hoy en día Jesús está en el trono. Dios le ha dado legalmente el título de Señor. A Él le ha sido dada una autoridad que es única tanto en el cielo como en la tierra, y Él nos ha transferido esta autoridad a nosotros porque somos Sus miembros, estamos identificados con Él y somos uno con Él como Cabeza. Es sobre esta posición y tomando este terreno que salimos a predicar el evangelio. Esto difiere de tener solamente poder. Cuando un policía se nos acerca, él no viene únicamente con poder, sino con autoridad. Hay algo muy grande detrás de él. No podemos ir en contra de él debido a que tiene autoridad. Si comprendemos esto a este nivel, tendremos la fe y la certeza de que una persona será salva, y la arrebataremos de las manos de Satanás como nuestro botín. Debemos aprender esto.

TOMAR LA AUTORIDAD DEL SEÑOR Y EL DERECHO QUE NOS DIO COMO UN ARTÍCULO DEL TESTAMENTO

  Recientemente los hermanos y hermanas han aprendido a tomar la posición de los que han sido bautizados con poder de lo alto. Ésta es nuestra posición, porque somos miembros del Cuerpo, y porque el Cuerpo ya fue bautizado. Ésta es una realidad entre nosotros en estos días. Sin embargo, quisiera mostrarles algo más. Tenemos que comprender que el Cuerpo de Cristo no sólo fue bautizado con poder, sino que además le fue dado el derecho a poseer la autoridad de Cristo. Nosotros tenemos autoridad. Todos estos asuntos requieren que ejercitemos nuestra fe para que comprendamos que éstos son artículos del testamento. Ahora todo lo que estamos haciendo es descubrir cuáles son los artículos del testamento. Hemos tenido este testamento con nosotros por muchos años, pero aún hay muchos artículos que no entendemos claramente. Ahora estamos descubriendo todos estos artículos. En este testamento no sólo tenemos un artículo que nos dice que el poder es nuestro, sino también otro artículo que nos dice que la autoridad es nuestra. Cuando salgamos, debemos tener esta certeza, esta comprensión. Somos personas enviadas por el gobierno celestial, el cual es mucho más grande que Washington D. C. Somos personas que han sido enviadas por la Jerusalén celestial. La posición del Señor como Cabeza es mucho más grande que la posición del presidente de los Estados Unidos como cabeza. ¿Alguna vez se dieron cuenta de esto cuando salieron a tener contacto con las personas? Todos debemos entender que ésta no es una doctrina. Tenemos que recibir esto por fe.

  Ahora sabemos que en este testamento hay un artículo que nos dice que a Cristo la Cabeza, el Señor, le fue dada toda potestad en el cielo y en la tierra, y que Él le dio esta autoridad a Su Cuerpo. Es sobre esta posición y con esta comprensión que salimos a predicar, no simplemente a predicar el evangelio, sino a dar órdenes. Éstas son las órdenes del Washington D. C. celestial. Debemos dar estas órdenes no sólo a los seres humanos, sino también a los demonios y al hombre fuerte, diciendo: “He venido aquí no simplemente en el nombre de Jesús, sino en el nombre del Señor Jesús. Él es el Señor hoy. Por lo tanto, Satanás, ¡tienes que acatar esta orden!”. Esto es diferente de simplemente ejercitar el poder. Esto cambia las tinieblas en luz y la noche en día. Esto incluso cambia el infierno por el cielo. No necesitamos hablar mucho; simplemente debemos dar la orden. Cuando un policía le da una multa a alguien no es mucho lo que tiene que hacer; simplemente escribe la multa, y la gente tiene que aceptarla y después pagarla. Debemos aprender a ejercitar nuestra fe tal como lo hace el “policía” al actuar con autoridad.

  Debemos aprender estos asuntos desde el momento en que empecemos a predicar el evangelio. Si el Señor quiere, avanzaremos paso a paso. Es por eso que les hablo sobre estas cosas. Siento una verdadera carga por esto. Siento la carga de darles a ustedes todo lo que pueda, todo lo que he aprendido de estos asuntos tocantes al servicio al Señor. Con respecto a nuestra predicación es necesario que todos comprendamos que podemos ejercer autoridad. Sé de qué les estoy hablando. Hace veinte años yo predicaba mucho el evangelio. Siempre que predicaba, lo hacía basado en el hecho de que era una persona enviada, no sólo por el “humilde Jesús”, sino por el Señor Jesús. Podía decir: “En este universo yo soy una persona enviada, y he venido con autoridad. Tal vez usted no sepa esto, pero el diablo que está en usted sí lo sabe. Él sabe que aquí y en este momento hay una persona que tiene autoridad para derrotarlo”. Asimismo podía decirle al diablo: “Sí, yo tengo autoridad sobre ti. Tú tienes que acatar la orden que te doy. ¡Deja a esta persona y vete!”.

  Esto es lo que determina los resultados. Muchas veces cuando subía al estrado a predicar, no me atrevía a tomar la posición sobre el hecho de que yo pudiera dar un mensaje. En vez de ello, lo hacía con la comprensión de que era una persona enviada que daba órdenes. Debemos aprender a ejercitar la fe de esta manera. No debemos prestar atención a nuestros sentimientos ni a lo que vemos. Si prestamos atención a nuestros sentimientos o a lo que vemos, ello indica que tenemos un corazón maligno de incredulidad. Nosotros tenemos un testamento; ¿no es eso suficiente? Si es suficiente, entonces usted no necesita sentir algo, ni esperar a que algo se manifieste. Simplemente tome los hechos y créalos. Si algo ha de manifestarse, eso depende del Señor. Ciertamente veremos muchas cosas maravillosas, pero jamás debemos prestar atención a ellas. Cuanto más pendientes estemos de ellas, más seremos un estorbo y más frustrados nos sentiremos. Como les dije en el mensaje pasado, aquellos que andaban en el atrio veían muchas señales y manifestaciones, pero los que servían en el Lugar Santísimo no tenían ninguna señal. En vez de ello, contaban sólo con la gloria shekiná del Señor. Esto tenía que ver con la fe. Siempre debemos guiarnos por el principio de laborar, andar y hacerlo todo en fe, no por vista. Debemos aceptar el artículo en el testamento que nos dice que a Cristo le fue dada toda autoridad y que nosotros tenemos Su autoridad, ahora debemos salir a predicar tomando esto como nuestra base.

DEBEMOS EJERCER AUTORIDAD SOBRE LOS DEMONIOS, Y NO SOBRE LAS PERSONAS

  He observado que la actitud de los policías en este país es bastante buena. Anteriormente estuve en este país al menos en dos ocasiones, y ahora llevo aquí más de tres años, y nunca he visto un policía de este país que no fuese humilde, cortés, manso y amable. Sin embargo, junto con la amabilidad está la autoridad. Debemos, por tanto, ejercer la autoridad del Señor para someter a los demonios, no a las personas. En lugar de ejercer autoridad sobre las personas, debemos ejercitar amor, humildad, bondad y amabilidad al relacionarnos con ellas. En nuestro corazón y en nuestra comprensión debemos decir: “Estoy aquí con autoridad”, pero con respecto a nuestra actitud con las personas, debemos ser muy amables. No debemos decirles: “Yo soy alguien que ha sido enviado de la Jerusalén celestial”. No está bien decir esto. Cuanto más humildes, amables y bondadosos seamos, mejor.

  Con el diablo y los demonios no debemos ser amables, sino autoritativos; pero con las personas debemos ser bondadosos. Si somos demasiado autoritativos con las personas, seremos usados por el enemigo. Debemos conocer los dardos sutiles del enemigo, y debemos aprender cómo afrontar la situación. Debemos ser autoritativos con el enemigo, pero amables con la gente.

DEBEMOS HABLAR LA PALABRA QUE ES EL ESPÍRITU VIVIENTE

  Romanos 10:6-8 dice: “Pero la justicia que procede de la fe habla así: ‘No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?’ (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ‘¿quién descenderá al abismo?’ (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? ‘Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón’. Ésta es la palabra de la fe que proclamamos”. Los versículos del 6 al 7 hablan de Cristo, pero en el versículo 8 el sujeto cambia a “la palabra”. La palabra que predicamos es la palabra que está en la boca del predicador; no obstante, aquí se nos dice que la palabra que predicamos está en la boca del oyente, y no sólo en su boca, sino también en su corazón. ¿Cuál es esta palabra? ¿Será simplemente una doctrina? Es preciso que comprendamos que la palabra que se menciona aquí es el Espíritu mismo. Si comparamos este versículo con Juan 6:63, podemos ver que las palabras que el Señor nos habla son espíritu y vida. Si las palabras habladas por el Señor no fueran espíritu, ¿de qué otra forma podrían entrar en el corazón de los oyentes? Ésta es la razón por la cual, mientras estamos predicando la palabra de una manera viviente, esta palabra viva llega a ser el Espíritu en los corazones de los oyentes. Nunca debemos separar las palabras del Señor del Espíritu. El Espíritu y la palabra son siempre dos en uno. Mientras predicamos la palabra, el Espíritu Santo se mezclará con la palabra. Luego, cuando la palabra llegue a los corazones de los oyentes, se convertirá en el Espíritu viviente. Si leemos repetidas veces estos versículos de Romanos 10, comprenderemos que la palabra mencionada en el versículo 8 no es una doctrina sino algo viviente. En los versículos anteriores se refiere a Cristo, pero de repente en este versículo el sujeto cambia de Cristo a la palabra.

  Por consiguiente, cuando vayamos a predicar el evangelio, es bueno que enseñemos un poco, pero no demasiado. No debemos sentir que vamos a enseñarles a las personas; en vez de ello, debemos tener la certeza de que el Señor está con nosotros, y que Su Espíritu viviente está mezclado con nuestra palabra. Así pues, cuando hablemos, debemos tener la fe viva de que nuestra palabra está llena del Espíritu. Por esta razón, tenemos que aprender a no hablar conforme a las enseñanzas de la religión, sino que debemos aprender a hablar algo acerca del Cristo vivo. No estamos ministrando sólo doctrinas religiosas, sino ministrando al Cristo vivo a las personas. Por supuesto, no es necesario que les digamos a las personas que estamos haciendo esto, pero debemos hacerlo de la manera apropiada, aprendiendo a hablar de la manera adecuada. Sin importar de qué manera tengamos contacto con las personas, nuestra meta, nuestro objetivo, debe ser ministrarles a Cristo y ayudarlas a comprender que lo que ellas necesitan es a Cristo mismo, quien es el Viviente.

  Según Romanos 10:6-8 mientras predicamos a Cristo, nuestra predicación se convertirá en el Espíritu viviente. Debemos decirles a las personas que Cristo hoy en día es todo-inclusivo. Dios está en Él, y el hombre también está en Él. No tengan temor que las personas no vayan a entender esto. A veces ellas pueden entender esto mucho mejor que nosotros. Hace poco algunos hermanos salieron a predicar el evangelio, y les hablaron a las personas acerca del Cuerpo de Cristo, de la economía de Dios, y del espíritu, el alma y el cuerpo. Aquellos con quienes hablaron pudieron recibirlo. Éste es nuestro evangelio. Debemos tener la certeza de que estamos ministrando a Cristo a las personas, y que este Cristo a quien ministramos es una persona todo-inclusiva. No sólo Él es el Salvador y Redentor, sino también la Cabeza, el Señor y Aquel que está en el trono con gloria y autoridad.

  Debemos hablarles a las personas acerca de Cristo de una manera viviente. No debemos predicar un evangelio viejo. Si predicamos a un Cristo vivo, el Espíritu Santo respaldará nuestra predicación, y la palabra que hablemos a las personas se convertirá en Espíritu y vida. Nuestras palabras se convertirán en la palabra que está en su corazón y en su boca. Entonces podremos mostrarles que Cristo está ahora en su corazón y en su boca, porque hoy en día Cristo está en el Espíritu y es el Espíritu mismo. Podemos darles el ejemplo de la electricidad y de las ondas radiales. Cuando la palabra es hablada en la estación radial, ésta se convierte en ondas radiales que transmiten la palabra a todos los rincones de la tierra. En este sentido llega a ser la palabra viva. Podemos decirles a las personas: “Ahora le estoy hablando en el Espíritu, y el Espíritu es como la electricidad. Puesto que las palabras que le hablo se hallan en el Espíritu, también están en usted, en su corazón, como el Espíritu viviente, quien también es Cristo. Todo lo que necesita hacer es creer en Él y decirle: ‘Señor Jesús’. Si usted abre su boca para invocar a Jesús el Señor, eso significa que usted es salvo”. Entonces podemos leerles 1 Corintios 12:3, que dice: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable en el Espíritu de Dios dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo”. Si alguien dice: “¡Oh Señor Jesús!”, eso significa que el Espíritu Santo se está moviendo dentro de él.

  No es necesario que salgamos a enseñar a las personas. Simplemente debemos ir de esta manera a hacer de las personas verdaderos cristianos. Podemos hacerlo muy rápidamente. En tan solo un minuto una persona puede convertirse al Señor. Podemos decir: “Estoy hablándole por Cristo y en Cristo. Ahora Cristo está en usted. ¿Puede decir: ‘Señor Jesús’?”. Si ella hace esto, habrá sido salva. Ello dependerá de la fe que ejercitemos. Si nos acercamos a hablar con una persona y ejercitamos nuestra fe hasta este grado, el Espíritu Santo nos respaldará. Entonces veremos una verdadera conversión, un verdadero cambio en la vida de dicha persona. Algo muy real estará moviéndose en ella. Éste será el comienzo de la obra que realiza el Espíritu Santo. Ella amará al Señor, amará las Escrituras, le encantará tener contacto con verdaderos cristianos y también le gustará mucho venir a las reuniones. Ésta será la prueba de que ha sido salva. No tiene ninguna importancia que ella no sepa mucha doctrina. En lugar de ello, debemos ayudarla de una manera viva.

  Además, debemos hacer lo posible por no discutir con las personas, diciendo: “Señor, ¿cree usted que Dios existe?”. Esto abrirá la puerta al enemigo para que provoque discusiones. Abrirá la puerta de discusiones y cerrará la puerta de la fe. El hecho ya está establecido, así que no hay necesidad de discutir al respecto. Dios existe, no hay ninguna duda al respecto. Ya sea que alguien reconozca o no que hay un Dios, todos creen en lo profundo de su ser que Dios existe. Por consiguiente, debemos simplemente hablar algo de Cristo de una manera viva. Sólo unas cuantas palabras serán suficientes. Entonces la persona con quien hablamos podrá orar, diciendo: “Oh Señor Jesús”. Con eso bastará. Una vez que alguien invoque a Jesús el Señor, será salvo. Simplemente debemos decirles a las personas que lo invoquen, llamándolo el Señor.

  También debemos ayudar a las personas a comprender que Cristo está en todas partes. Cristo es omnipresente, porque Él está en el Espíritu y porque hoy en día Él mismo es el Espíritu. Él es como la electricidad y como el aire. Dondequiera que estemos, allí también están la electricidad y el aire. La manera de recibirlo a Él es simplemente decir: “Señor Jesús”. Cada vez que alguien abre su boca para decir: “Señor Jesús”, nosotros decimos: “¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! He aquí un alma que ha sido ganada por medio de mí”.

  Como segundo paso, debemos decirle a esta persona que todos somos seres pecaminosos y que tenemos que confesar nuestros pecados. Entonces ella dirá: “Señor Jesús, soy pecaminoso”, y podremos ayudarla a ver que todos sus pecados fueron puestos en Jesús cuando Él fue crucificado. Podemos ministrarle el evangelio de esta manera. Muchas veces tenemos que ministrarle el evangelio a alguien después de que ha invocado al Señor Jesús. Esto puede compararse al hecho de traer a alguien a los Estados Unidos y después mostrarle las cosas de este país. No necesitamos contarle de las cosas de los Estados Unidos mientras aún está en el exterior. Más bien, podemos traerlo a los Estados Unidos y decirle: “Mire, aquí está la ciudad de Los Ángeles; usted está aquí”. Debemos introducirlo en Cristo, y luego hablarle de las cosas que están en Cristo. Hermanos, vayan y hagan esto. Éstos son algunos secretos útiles para predicar el evangelio.

EJERCITAR LA FE AL PREDICAR EL EVANGELIO

  Predicar el evangelio es definitivamente un asunto de fe. Frecuentemente, la gente dice que lo que necesitamos es amar a los pecadores. No hay duda de que necesitamos sentir un verdadero amor y preocupación por los pecadores, pero salir a predicar el evangelio es principalmente algo de fe. En primer lugar, tenemos que creer en todo lo que la Palabra nos dice. Si no creemos, si tenemos tan sólo un poco de dudas acerca de las Escrituras, perderemos la base de nuestra fe, y el enemigo, el diablo y los demonios, lo sabrán. Por consiguiente, tenemos que ejercitar nuestra fe, diciéndole al Señor y a todo el universo: “Yo creo en Jesús. Creo en el Dios Triuno, y creo en cada palabra que está en las Escrituras”. Tenemos que ejercitar nuestra fe y decirle al enemigo que creemos en todas las palabras de las Escrituras, por lo que salimos a predicar el evangelio con seguridad, confianza y autoridad.

  Tenemos que ejercitarnos de esta manera. No podemos ser indiferentes cuando predicamos. Cuando un policía se acerca a nosotros, viene con un propósito muy específico. Debemos aprender a ejercitar la fe para creer que hemos sido salvos, que hemos ascendido a los cielos y que tenemos el derecho a recibir todo lo que Cristo logró y obtuvo. Tenemos que ejercitar la fe a tal grado que podamos predicar el evangelio de una manera prevaleciente. No debemos prestar atención a ninguno de nuestros sentimientos. Y aun cuando surjan ciertos sentimientos en nosotros, debemos decirle al enemigo: “No acepto estos sentimientos. No me importa qué clase de sentimientos tenga. Mientras tenga el testamento en mis manos, con eso basta. Creo en este testamento, y creo en esta obra. No necesito ver ninguna clase de manifestación, ni tampoco necesito sentir nada especial”. Entonces veremos cómo el Espíritu Santo nos honrará.

  Debemos ejercitar la fe hasta el punto en que creamos que todos aquellos que contactemos serán salvos. El maligno en nosotros siempre nos hace dudar y preguntar cómo puede ser esto posible. Así que, no debemos tratar de entenderlo nosotros, sino más bien, tenemos que ejercitar la fe. Si no creemos que la persona con quien conversamos puede ser salva, ella no lo será. El principio que se aplica aquí es que el resultado que obtengamos será de acuerdo a nuestra fe: “Conforme a vuestra fe os sea hecho” (Mt. 9:29). Así que, tenemos que aprender la lección de ejercitar la fe.

TENER UNA BUENA RELACIÓN CON EL SEÑOR, CON EL CUERPO Y CON CADA MIEMBRO DEL CUERPO A FIN DE TENER AUTORIDAD, SEGURIDAD Y DENUEDO

  A fin de ejercitar la fe necesitamos que el Señor nos discipline. Tenemos que ser purificados y debemos resolver todo problema que pueda haber en nosotros. Si algo en nuestro interior nos condena, tenemos que confesarlo y tomar las medidas que correspondan. Si nuestra conciencia nos acusa en algo, nuestra fe se escapará. No podemos ser indiferentes. Debemos adoptar una actitud positiva en fe, pero para ello se requiere que resolvamos cualquier problema que tengamos y que seamos purificados. Tenemos que confesar nuestras faltas y aplicar la sangre para ser limpios de cualquier cosa interna que nos traiga condenación. Debemos acudir una y otra vez al Señor para ser limpiados y para estar bien con el Señor. Entonces tendremos una conciencia pura, una buena conciencia, una conciencia genuina, libre de toda ofensa. Podemos estar delante de todo el universo y decirle al enemigo: “Ahora mi conciencia ha sido purificada. No experimento ninguna condenación. Estoy libre de toda ofensa y de toda acusación”. Si no podemos resolver ciertos problemas, simplemente debemos decirle al Señor: “Estoy dispuesto a hacerlo, Señor, pero no puedo. Cúbreme al respecto con Tu sangre preciosa”. Esto nos permitirá estar bien con el Señor para poder tener denuedo en nosotros.

  No sólo debemos estar bien con el Señor, sino que al salir a predicar el evangelio, tenemos que asegurarnos de que estemos bien con el Cuerpo y con todos los miembros. Si hay algo entre nosotros y los hermanos, eso será un verdadero impedimento; por lo tanto, tenemos que dar solución a este problema y estar bien con los hermanos. Si no estamos bien con los hermanos, perderemos nuestra base, y el enemigo, el diablo, se reirá de nosotros. Ésta es la realidad en el mundo espiritual. El enemigo sabe si estamos bien con Dios, si estamos bien con el Cuerpo, y si estamos bien con los miembros del Cuerpo. No lo podemos engañar. Si en algún aspecto no estamos bien con cualquiera de los miembros del Cuerpo, cuando salgamos a predicar el evangelio, el maligno nos señalará continuamente esta debilidad. Entonces, debido a esta debilidad, no tendremos denuedo. Por consiguiente, tenemos que hacer lo posible por estar bien con Dios, con el Cuerpo y con todos los miembros. Entonces podremos decir: “En este universo soy una persona que está cien por ciento bien con Dios bajo la sangre, y soy un miembro del Cuerpo de Cristo que está cien por ciento bien con todos los miembros. No tengo ningún problema con ninguno de los miembros”. De este modo, tendremos seguridad al predicar.

  Cuando decimos que tenemos que orar mucho con respecto a la predicación del evangelio, queremos decir que al orar somos muy disciplinados, corregidos por el Señor. Es muy fácil salvar a los pecadores, pero no es tan fácil ser corregidos de manera completa. Es necesario que el Señor nos discipline por completo. Entonces tendremos una base apropiada. Debemos aprender a ejercitar la fe, y también permitir que el Señor nos discipline cabalmente. Entonces tendremos la autoridad. Yo no presto mucha atención al resultado de la predicación del evangelio, pero sí presto mucha atención al aprendizaje de los hermanos. Todavía sigo observando en qué medida los hermanos y hermanas están aprendiendo. En esto consiste la verdadera edificación. Algunos dirán: “Puesto que aún no hemos sido edificados, no debemos salir a predicar el evangelio”. Si éste es el caso, entonces ustedes necesitan ser edificados al ser disciplinados por el Señor. Tenemos que permitir que el Señor nos corrija a fin de estar bien con Dios, con el Cuerpo y con cada uno de los miembros.

  Tenemos que aprender las lecciones. Por la gracia del Señor, estamos ahora en un proceso de aprendizaje. He visto y sigo viendo que todos los hermanos y hermanas están muy dispuestos a aprender las lecciones. No presten atención a los resultados. No se dejen perturbar por los números. Podemos estar seguros de que será añadido un buen número de personas. No hay ninguna duda al respecto. Pero lo que me interesa ver es que los hermanos y hermanas aprendan a ser edificados. Me preocupa cuánto hemos aprendido, es decir, cuán detalladamente estamos siendo disciplinados por el Señor. Es maravilloso tener esta clase de experiencia. Después de que hayamos predicado el evangelio, veremos una gloriosa edificación entre nosotros, y además de ello nos serán añadidas algunas almas; el resultado será una ganancia positiva. Lo principal es que los hermanos y hermanas deben aprender. Antes de predicar el evangelio podemos ver debilidades y problemas, pero después de haber predicado lo que queremos ver es que muchos hermanos y hermanas hayan sido disciplinados por el Señor. Estoy seguro de que después que hayamos predicado el evangelio, levantaremos muchas alabanzas al Señor, en las que diremos: “Señor, te damos gracias no solamente porque pudimos predicar el evangelio y porque pudimos conducir a los pecadores a Tu Cuerpo, sino también por nosotros, porque hemos aprendido mucho, porque hemos sido profundamente disciplinados, porque hemos sido tan edificados y porque hemos aprendido a conocer el mundo espiritual y todas las artimañas diabólicas”.

  En el futuro nuestra predicación del evangelio será más eficaz. Veremos el progreso del evangelio no sólo en esta ciudad, sino también en otros distritos e incluso en otras naciones. Una vez que somos entrenados en el servicio militar, nos es fácil ser formados como un ejército. Asimismo, puesto que estamos aprendiendo las lecciones y estamos siendo entrenados, nos será fácil que seamos un ejército. Si el Señor pudiera obtener una expresión prevaleciente de Su iglesia, la predicación del evangelio tendría mucho éxito. Depende de la expresión. Por consiguiente, no debemos prestar atención a los resultados sino a nosotros mismos.

DEBEMOS ASUMIR LA RESPONSABILIDAD DE AYUDAR A LOS RECIÉN CONVERTIDOS A SEGUIR ADELANTE

  No debemos pensar ayudar a que la gente sea salva y traerla a la iglesia es suficiente. Esto es sólo dar a luz a un hijo. Las madres saben que después que dan a luz a un hijo, les sobrevendrán muchas dificultades. Ésta es la razón principal por la cual a las madres no les gusta tener muchos hijos; dos o tres son suficientes. Sin embargo, en la iglesia necesitamos que hayan más partos; cuantos más hayan, mejor. Tenemos que aprender a asumir la responsabilidad, tenemos que aprender a afrontar las dificultades y atender muchos otros asuntos que son necesarios. Después de que prediquemos el evangelio, estaremos muy ocupados. Puesto que anticipamos que habrán muchos partos, también sabemos que tendremos que atender muchos asuntos. Por esta razón, después de haber predicado el evangelio, debemos invitar a todos los hermanos y hermanas, y a todos aquellos que han escuchado el evangelio a tener reuniones para darles seguimiento. Además, esperamos que el siguiente día del Señor, tendremos bautismos. Si las personas han entendido claramente su salvación, tenemos que bautizarlas inmediatamente. Tenemos que aprender a asumir nuestra responsabilidad. Tenemos que aprender mucho al respecto a fin de ayudar a los recién convertidos a que sigan adelante. Ésta es una tremenda responsabilidad e incluye muchas cosas. ¡Alabado sea el Señor! Estos asuntos nos proporcionarán la mejor oportunidad para aprender y ser adiestrados de una manera práctica. Que el Señor tenga misericordia de nosotros.

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