
Lectura bíblica: Hch. 1:14; 2:4; 3:1; 4:17-18, 31; 5:20, 25, 28, 32, 42; 6:4; 10:9; 11:5; 12:5, 12; 13:3; 16:25; 18:11, 26; 19:8, 20; 28:23, 30-31
En el capítulo uno vimos que para predicar el evangelio en las universidades necesitamos recibir la revelación del Espíritu y del Cuerpo, y también experimentar el Espíritu y el Cuerpo. En este capítulo deseamos proseguir para ver el camino que siguieron los primeros apóstoles y discípulos al predicar el evangelio.
El libro de Hechos nos revela de una manera completa cómo predicar el evangelio. Hemos invertido muchísimo tiempo tratando de encontrar los diferentes elementos que estaban presentes en la predicación del evangelio que llevaban a cabo los apóstoles y discípulos. Después de mucho estudio descubrimos dos elementos más uno; los primeros dos elementos son fundamentales mientras que el tercero es algo adicional, pues más bien sirve de ayuda o complemento a los dos elementos fundamentales. Los dos elementos fundamentales son la oración y la palabra, y el elemento adicional es los hogares.
El libro de Hechos nos dice que el Señor, después de la resurrección, permaneció con los discípulos durante cuarenta días (1:3). Luego, el Señor ascendió al cielo (1:9; Lc. 24:51). Antes de partir, el Señor les mandó que se quedaran en Jerusalén y esperaran allí hasta que recibieran el derramamiento del Espíritu en el Día de Pentecostés (Hch. 1:4; Lc. 24:49). Después de que el Señor ascendió al cielo, los discípulos se quedaron esperando en Jerusalén hasta que el Espíritu fuera derramado; aparentemente ellos no tuvieron ninguna ayuda y estaban bajo las constantes amenazas de quienes los perseguían. Durante ese periodo de espera, lo único que pudieron hacer los discípulos fue orar (Hch. 1:14).
Sin duda alguna, ellos oraron por el bautismo en el Espíritu Santo; sin embargo, también creo que oraron mucho por la predicación del evangelio. El Espíritu fue derramado sobre ellos con el propósito de que predicaran el evangelio de una manera prevaleciente. Así que, antes de predicar el evangelio, ellos oraron. Ellos no sostuvieron reuniones para discutir y planear cómo predicar el evangelio, sino que simplemente oraron por diez días. En la Biblia el número diez representa plenitud o compleción, especialmente en relación con el hombre. Los discípulos cumplieron con su responsabilidad orando de manera exhaustiva. Así pues, desde la ascensión del Señor hasta el Día de Pentecostés, cuando el Espíritu fue derramado, aproximadamente ciento veinte discípulos oraron en unanimidad por diez días completos (Hch. 1:14-15), y después de ello predicaron el evangelio el Día de Pentecostés de una manera prevaleciente.
En los versículos de la lectura bíblica que se encuentran al comienzo de este capítulo, se abarcan principalmente dos asuntos: la oración y la predicación de la palabra. En el Día de Pentecostés, el Espíritu descendió sobre los discípulos después de mucha oración, y ellos fueron llenos del Espíritu para hablar la palabra de Dios. Ellos oraron y luego hablaron la palabra. Incluso después del Día de Pentecostés, los discípulos continuaron orando y predicando la palabra.
En Hechos 3:1 leemos que Pedro y Juan subieron a orar a la hora de oración, la hora novena. La hora novena eran las tres de la tarde. En Hechos 10 Pedro fue a orar a la hora sexta, que equivale a las doce del medio día, antes de que recibiera la visión que lo enviaría a la casa de Cornelio (v. 9). Estos versículos muestran que Pedro y Juan aún tenían la costumbre de orar durante la hora de oración judía. Conforme al Nuevo Testamento, debemos dejar de guardar el sábado y otros ritos judíos (Col. 2:14-17), pero no debemos dejar de guardar la hora de oración. El Señor honró la oración de Pedro y Juan. Cuando Pedro y Juan iban al templo a la hora novena, el Señor los honró obrando un milagro (Hch. 3:6-7). Más tarde, cuando Pedro subió a la azotea para guardar su tiempo de oración, él recibió la visión de que tenía que ir a visitar a alguien (10:19-20), así como también las palabras que debía hablar (10:15; 28, 33-43). Puedo testificar que cuando oramos, recibimos una visión respecto a aquellos a quienes Dios ha seleccionado. Si oramos, recibiremos una visión en cuanto a quiénes debemos ir a visitar y que debemos decirles.
Hechos 4 nos muestra que el enemigo de Dios, quien es muy astuto, aborrece que nosotros prediquemos el evangelio y proclamemos a Cristo. Mientras Pedro hablaba con el pueblo después que el hombre cojo fue sanado, el Sanedrín los arrestó, los amenazó, y luego les ordenó a él y a Juan que no dijeran nada en el nombre de Jesús (vs.17-18). Después de que Pedro y Juan fueron puestos en libertad por el Sanedrín, fueron a los santos para contarles lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho (v. 23). Entonces la iglesia oró en unanimidad y “todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (vs. 24, 31).
En un esfuerzo por detener la predicación con denuedo que hacían los apóstoles, el Sanedrín los arrestó de nuevo y los pusieron en la cárcel (Hch. 5:17-18). Pero un ángel del Señor se apareció a los apóstoles en la cárcel y les dijo: “Id, y puestos en pie en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida” (5:20). En este versículo, las palabras esta vida se refieren a la vida que no puede ser encarcelada. Los judíos religiosos apresaron a los apóstoles y los pusieron en la cárcel para impedir que continuaran hablando. Sin embargo, sus esfuerzos fueron inútiles, puesto que los apóstoles tenían una vida que no podía ser encarcelada. Tenemos que hablarles a las personas acerca de la vida que jamás podrá ser encarcelada. La persecución no significa nada. Tenemos que ir y hablar. Finalmente, la Biblia dice que los discípulos llenaron a Jerusalén de su enseñanza (5:28). Espero que pronto todos los recintos universitarios sean llenos de nuestra enseñanza.
En 1948 y 1949 cuando nos vimos obligados a abandonar la China continental e irnos a la isla de Taiwán, nos sentimos muy desilusionados. Sin embargo, después de mucha oración recibimos la carga de llenar la ciudad de Taipei con la predicación del evangelio. Lo primero que hicimos fue formar equipos de evangelio. Un buen número de santos se formaron en equipos para desfilar por las calles con el propósito de predicar el evangelio. Hicimos una marcha no sólo los domingo, sino también todas las noches de sea semana. Así pues, desfilamos por las arterias principales y los pasajes pequeños para predicar el evangelio a todo el mundo. Además, no desfilábamos en silencio, sino que gritábamos a voz en cuello y proclamábamos la palabra, e incluso nos pusimos túnicas que tenían lemas del evangelio, tales como “Jesús es el Salvador”, “Jesús te ama”, “Jesús salva” y “Dios amó tanto al mundo”.
En segundo lugar, imprimimos tratados del evangelio y dividimos la ciudad en dos áreas. Los hermanos se esforzaban por abarcar cada una de estas áreas, dejando tratados en todos los buzones de correo y en cada puerta. Nuestro deseo era que cada casa recibiera un tratado. En pocos días, la mayoría de las personas de Taipei recibieron las buenas nuevas.
Por último, imprimimos afiches con lemas del evangelio en letras grandes. Éstos los pusimos en las esquinas de las calles, en los paraderos de autobuses y en las calles principales. Así que, adondequiera que la gente iba, encontraba afiches que les hablaba la palabra. Debido a nuestra oración y predicación del evangelio, nos multiplicamos a treinta por uno en 1949. De 1949 a 1955, crecimos en número de menos de quinientos santos a casi veinte mil.
Así pues, no utilizamos ningún truco para predicar el evangelio; con todo, en la isla de Taiwán, no ha habido otra obra cristiana más prevaleciente que la nuestra. Nuestra labor de predicación creó una atmósfera del evangelio a Taipei. Los hermanos que ahora son ancianos y colaboradores entre nosotros fueron salvos en aquella época. Adondequiera que íbamos, la gente hablaba de nosotros. Todos los domingos por la tarde, el parque central de Taipei se llenaba de personas que acudían a un concierto. El lugar donde se hacía el concierto en el parque tenía capacidad para dar asiento a tres mil personas, así que íbamos a predicar el evangelio allí todos los domingos por la tarde, y por lo general contactábamos a más de cuatrocientas o quinientas personas.
Necesitamos que la palabra sea predicada y divulgada, pero ante todo necesitamos orar. Como cristianos, somos sacerdotes y reyes (1 P. 2:9; Ap. 1:6). Cuando oramos, nosotros ejercemos nuestra función como sacerdotes, y cuando predicamos, ejercemos nuestra función como reyes. Como sacerdotes que somos, debemos llevar a las personas al Señor mediante nuestra oración. Tenemos que conducir al Señor a todos aquellos que están en los recintos universitarios, y, de ser posible, orar por cada uno de ellos por nombre. De no sernos posible mencionar cada nombre, al menos podemos decir: “Señor, no sé los nombres de todos aquellos que vienen a este recinto universitario, pero Tú sí los sabes. Te los ofrezco a Ti conforme al conocimiento que Tú tienes de ellos”.
La oración también es necesaria para combatir contra los principados y potestades en los lugares celestiales (Ef. 6:12). Nuestra lucha es contra las potestades espirituales de maldad en los lugares celestiales. Los hombres no rechazan el evangelio por su contenido, pues el evangelio no contiene nada que pueda ofender a otros. El contenido del evangelio es muy positivo, resplandeciente, glorioso, placentero y rico. La razón por la cual algunos rechazan el evangelio es que están sujetos al cautiverio del hombre fuerte, el diablo (Mt. 12:29). Por consiguiente, antes de que los jóvenes vayan a los recintos universitarios, deben orar y atar al hombre fuerte (Mt. 12:29); de lo contrario, los demonios controlarán e incluso frustrarán sus esfuerzos por predicar el evangelio. Las oraciones de los santos harán que los demonios tiemblen. Tenemos que ser uno con el Señor para pelear la guerra espiritual en contra de Su enemigo.
Nuestra lucha espiritual en contra de los principados y potestades principalmente se lleva a cabo por medio de nuestras oraciones de combate. Nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra los principados y potestades en las regiones celestes. Los ángeles caídos y los demonios laboran sin cesar para estorbar el evangelio, incluso en los recintos universitarios. Por lo tanto, debemos rogarle al Señor que ate al hombre fuerte, a Satanás. En Mateo 12:29 el Señor Jesús claramente dijo que si el hombre fuerte no es atado, nadie podrá saquear su casa. Si los santos ofrecen suficientes oraciones al Señor pidiendo que Satanás sea atado, finalmente cada universidad será saqueada. Por lo tanto, debemos orar: “Señor, atamos a los ángeles caídos y a todos los demonios”.
Tenemos que aprender a orar continuamente. George Müller es un buen ejemplo de alguien que oraba continuamente. Según su autobiografía, todos aquellos por quienes oró, finalmente fueron salvos. En el momento de morir, sólo faltaban uno o dos por ser salvos. Sin embargo, más tarde también ellos fueron salvos. Hoy se necesita mucho la oración persistente. Si oramos por poco tiempo y no vemos resultados inmediatos, puede ser que nos desanimemos. No obstante, en vez de ello, debemos orar continuamente y no desistir. No sabemos cuándo serán salvas las personas por las que oramos. George Müller incluso oró por una sola persona durante casi cuarenta años. Asimismo, debemos orar persistentemente por nuestros contactos, e incluso hacerlo con otros santos. Aquellos nombres que mencionemos delante del trono del Señor, pidiéndole en Su nombre, serán salvos (Jn. 14:13-14).
La labor de predicar el evangelio no es una obra que produce resultados inmediatos ni crece de la noche a la mañana como los hongos; sino más bien, es una labor basada en nuestra oración. Tenemos que hablar la palabra sobre la base de nuestra oración. Muchos de nosotros en el recobro del Señor tenemos que aprender a hablar la palabra. Sin embargo, para hablar la palabra, necesitamos el material apropiado. En 1980 Living Stream Ministry publicó un libro titulado Gospel Outlines [Bosquejos sobre el evangelio], el cual contiene doscientos sesenta y seis bosquejos para dar mensajes sobre el evangelio. Estos bosquejos abarcan temas como Dios, el hombre, la caída, Satanás, la redención, la justificación y muchos más. Los bosquejos son muy detallados. Este libro les proveerá algo que decir. Ustedes deben llenarse con todos los materiales que tenemos en cuanto a la verdad del evangelio.
La Biblia contiene muchas verdades del evangelio. El apóstol Pablo tenía mucho de qué hablar, porque el Antiguo Testamento era para él una fuente muy rica de luz y verdad. Tenemos que aprender a conocer la verdad así como Pablo. Si ustedes se equipan con la verdad, serán como un médico que cuenta con un dispensario lleno de medicinas. Así, al tener contacto con algún joven, sabrán qué tipo de medicina necesita. La medicina es la palabra de verdad. Sin embargo, no se queden esperando hasta saberlo todo. Empiecen a hablar a partir de hoy. En la Biblia encontramos un principio que nos muestra que cuanto más hablemos, más luz recibiremos. Puedo testificar que cuanto más hablo, más luz y verdad recibo.
Este principio lo podemos demostrar, por ejemplo, con una manguera. Por un lado, la manguera recibe el agua de la llave, y, por otro, el agua fluye a través de ella. Cuando el agua sale de la manguera, eso significa que un fresco suministro de agua está entrando. Cuanto más permitamos que el agua viva fluya de nosotros al hablar Cristo, más fluirá a nosotros el agua viva. Por lo tanto, debemos hablar una y otra vez. Muchas veces he dicho cosas que recibí después de haber empezado a hablar. Cuanto más hablaba, más recibía. Debemos aprender a hablar basados en nuestra oración y hablar por fe en la Palabra. La Biblia dice claramente: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). Tenemos que creer que las palabras que hablamos son espíritu y vida. Todos podemos hablar. En la iglesia todos debemos ser personas que hablan. Cada uno de nosotros debe decir: “Yo soy alguien que habla la palabra en la iglesia”. Hablar la palabra no es la responsabilidad exclusiva de algunos hermanos. Todos debemos ser personas que hablan la palabra.
Sin embargo, antes de hablar, tenemos que orar. Debemos cumplir con nuestro servicio sacerdotal, orando para llevar a las personas al Señor. Debemos llevarlas en nuestro pecho y sobre nuestros hombros (Éx. 28:29-30), es decir, debemos llevarlas en amor y en poder a la presencia del Señor. Una vez que oremos de esta manera, seremos revestidos de autoridad y seremos llenos de la palabra. La palabra es lo que nos da autoridad para ir a las personas en calidad de reyes. Somos tanto sacerdotes como reyes (1 P. 2:9; Ap. 1:6). Somos sacerdotes, a fin de orar por los pecadores y llevarlos a Dios, y somos reyes, a fin de traer a Dios a los pecadores. Primero, llevamos a los pecadores al Señor, y luego llevamos el Señor a los pecadores. Cuando vamos al Señor, trayéndole los pecadores mediante nuestra oración, somos sacerdotes; y cuando venimos a los pecadores, trayéndoles al Señor mediante nuestra predicación, somos reyes. Como reyes, nuestras palabras tienen autoridad. La gente entonces comprenderá que lo que les hablamos no es nada ordinario, sino algo que tiene peso.
Si usted no ora ni tampoco habla la palabra santa de la Biblia, sus palabras no tendrán peso alguno. Simplemente serán palabras insignificantes. Nuestras palabras únicamente tendrán peso o importancia cuando oremos y hablemos basados en la santa Palabra. Debemos abundar en la oración y en la Palabra. Entonces seremos saturados de la Palabra y, con el tiempo, seremos la corporificación misma de la Palabra. Nuestro ser necesita estar constituido o compuesto de la Palabra. La Palabra debe estar presente en cada fibra de nuestro ser. Espero que los jóvenes sean llenos de la Palabra. La Palabra es el Espíritu y la Palabra es vida (Jn. 6:63). Únicamente el Espíritu y la vida tienen poder. Cuando hablemos palabras de espíritu y vida, lo que digamos será como un edicto real. Este edicto tendrá peso, autoridad y poder. Sería muy provechoso si cada iglesia pudiera apartar al menos una noche a la semana para reunirse a orar y a aprender la verdad que está en la Palabra. De ese modo, todos serían llenos del Espíritu y la Palabra.
Cuando era joven, leí un libro escrito por el doctor R. A. Torrey que se titulaba How to Bring Men to Christ [Cómo conducir a los hombres a Cristo]. En su libro, el doctor Torrey daba versículos para las necesidades de los diferentes tipos de personas. Con el tiempo descubrimos que esta lista de versículos no bastaba para satisfacer todas las necesidades de las personas con quienes tuvimos contacto al predicar el evangelio. Así que, sentimos que necesitábamos más versículos. A veces necesitábamos entender capítulos o incluso libros enteros de la Biblia para predicar el evangelio de manera efectiva. La predicación de muchos cristianos no es prevaleciente debido a que tienen un entendimiento muy pobre de la Palabra. Por lo tanto, espero que muchos de ustedes oren y obtengan el pleno conocimiento de la verdad para que puedan hablar la Palabra.
Sin los elementos básicos de la oración y la Palabra, nuestra predicación del evangelio no tendrá eficacia alguna. Sin embargo, todavía nos hace falta otra ayuda práctica para que nuestra predicación del evangelio pueda ser prevaleciente. Si únicamente tenemos la oración y la palabra, mas no esta pequeña ayuda, nuestra obra no será la más eficaz. Esta pequeña ayuda adicional es los hogares. El libro de Hechos relata que los apóstoles predicaban el evangelio de casa en casa (Hch. 5:42). Al final de Hechos, Pablo predicó el evangelio en una casa alquilada, era una casa, no en una capilla ni en una catedral (Hch. 28:30). Antes de ser encarcelado, Pablo alquiló una casa con el propósito de predicar y hablar la palabra a la gente. Si usted predica un mensaje del evangelio en una catedral, no será tan atractivo como si da el mismo mensaje en su casa. Las personas que son salvas en los hogares por lo general resultan muy útiles al Señor. George Müller es un buen ejemplo de un hermano muy útil que fue salvo en una casa.
Nuestros hogares tienen varias ventajas. En los Estados Unidos muchos jóvenes se van a estudiar a universidades que está lejos de su hogar. Puesto que son considerados personas adultas, después de que se gradúan de la escuela secundaria muchos de ellos se van de la casa. Así que, la mayoría de ellos sienten mucha soledad y extrañan mucho su hogar. Si los invitamos a nuestras casas a tomar unos refrescos o a cenar, ellos se sentirán en casa y esto hará que estén dispuestos a recibir al Señor y la verdad. Además, la gente carece de propósito y está cansada de su pasada manera de vivir. Esto sucede por la soberanía del Señor. Así que, una vez que un joven se gradúa de la escuela secundaria, por lo general empieza a pensar en cuanto al propósito y significado de su vida. Muchos jóvenes hoy en día carecen de una meta para su vida. Ellos se encuentran indecisos respecto a qué deben hacer y adónde deben ir. Con respecto a su vida humana, ellos no tienen una meta definida. Las riquezas materiales de los Estados Unidos no pueden satisfacer el corazón de los jóvenes. Por ello, tenemos que aprovechar esta oportunidad para llenar el vacío que hay en su corazón con Cristo. La mejor forma de hacer esto es abrir nuestros hogares.
La mejor manera de abrir nuestros hogares es hacerlo en el Cuerpo y de una manera coordinada. No debemos tratar de hacer esto por nuestra propia cuenta. Espero que en cada iglesia local haya una buena coordinación. Deben orar, tener comunión y ver si hay hogares disponibles cerca de la universidad de su ciudad. Deben tratar de conseguir una casa que quede cerca de la universidad. Aun si tienen que pagar un alquiler más alto por una casa que esté cerca de la universidad, vale la pena. Este asunto requiere mucha comunión.
También es necesario tener comunión en cuanto a quiénes irán a la universidad y quiénes se quedarán en los hogares para atender a las necesidades prácticas tales como cocinar y lavar los platos. También se requiere tener buena coordinación en cuanto al aspecto económico. Puede ser que una persona tenga los medios económicos para alquilar o comprar una casa, pero no tenga los recursos para cubrir los gastos de las comidas y los refrigerios. Es posible que un hermano tenga una casa pero no mucho dinero, mientras que otro hermano tenga el dinero pero no la casa. Así que, quizás un hermano puede ofrendar para que se les pueda servir refrigerios a los jóvenes que están abiertos al Señor y que vienen a la casa del otro hermano. Por lo tanto, necesitamos coordinar. Todos los santos de cada localidad deben coordinar juntos para llevar a cabo la obra del evangelio en los recintos universitarios.
Si por la soberanía del Señor, una pareja de hermanos mayores lograra conseguir una casa cerca de la universidad, ellos podrían necesitar que se les ayude con todos los quehaceres de la casa. Aunque ellos no puedan barrer, pasar la aspiradora ni cocinar, con todo, pueden orar y comer con los nuevos contactos. Asimismo, otros pueden ayudar a hacer las compras, a cocinar o a lavar los platos. Si los santos de cada localidad coordinan eficazmente, los nuevos contactos se sentirán inspirados por lo que ven. Ellos verán la verdadera vida social, la verdadera vida comunal y la verdadera vida familiar. Nuestro servicio realizado en coordinación conmoverá el corazón de ellos, de modo que estén tiernos y dispuestos a recibir la palabra viviente y penetrante (He. 4:12). Una vez que un joven que recién empieza la universidad sea invitado a la sala de su casa, la mayor parte del trabajo ya se habrá realizado.
Supongamos que en una localidad hay quince hogares. Cada hogar podría atender a por lo menos diez o quince estudiantes. Así que, tan sólo quince hogares podrían atender a más de doscientos estudiantes. Los jóvenes de primer año, que han dejado sus hogares, pueden sentirse muy solos y extrañar a sus familias especialmente durante los fines de semana. Por lo que, antes que llegue el fin de semana, nuestros jóvenes deben contactarlos y concertar citas con ellos. En una semana ellos podrían concertar veinte citas. Una vez que sean establecidas estas citas, se necesitará coordinar más. Se necesitará cantar, que alguien dé un breve mensaje y que muchos otros compartan. Así que, hay suficientes tareas para que todos estén ocupados.
Algunos dirán que todo esto es demasiado y que constará mucho dinero. Pero si no gastamos el dinero de esta manera, ¿cómo vamos a gastarlo? Si gastamos nuestro dinero para ganar a los jóvenes, cuanto más gastemos, más nos dará el Señor. Todo el dinero y el tiempo que invirtamos en la vida de iglesia será depositado en una cuenta de ahorros. Esta cuenta de ahorros no está en un banco, sino en los cielos (Fil. 4:15-19). Depositamos en esta cuenta cada vez que ofrendamos para los intereses del Señor.
Si sentimos la carga de predicar el evangelio, debemos prestar atención a tres asuntos. En primer lugar, tenemos que orar; en segundo lugar, tenemos que hablar la palabra; y, en tercer lugar, tenemos que usar nuestros hogares. Debemos ser emprendedores y activos en el Espíritu a fin de que el evangelio pueda ser propagado. Podemos llenar cada ciudad con nuestros tratados del evangelio y con nuestro hablar. También podemos llenar nuestros hogares de jóvenes. No necesitamos emplear trucos, pero sí tenemos que tener dos elementos básicos —la oración y la palabra— más la ayuda adicional de nuestros hogares. Debemos seguir el ejemplo de los primeros apóstoles y discípulos quienes, al predicar el evangelio, siguieron el camino de la oración, la palabra y los hogares.