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Mensajes del libro «Predicar el evangelio en los recintos universitarios»
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CAPÍTULO TRES

LLEVAR DIARIAMENTE UNA VIDA APROPIADA Y TENER UN AMOR UNIVERSAL

  Lectura bíblica: 2 P. 1:2-8; Mt. 5:14-16; Fil. 2:15-16; 1:27; Mt. 5:44-46; 22:37-40; Jn. 13:35

  En los dos capítulos anteriores, vimos algunos asuntos cruciales relacionados con la predicación del evangelio en las universidades. En el capítulo uno vimos la importancia de recibir la revelación y de tener la experiencia del Espíritu y del Cuerpo. En el capítulo dos vimos la importancia que tienen la oración y la palabra en nuestra predicación del evangelio, y la ayuda adicional que nos brindan nuestros hogares. En este capítulo, todavía nos hace falta abarcar otros asuntos importantes relacionados con nuestra predicación del evangelio. En primer lugar, necesitamos llevar diariamente una vida apropiada, y, en segundo lugar, necesitamos tener un amor universal.

LLEVAR DIARIAMENTE UNA VIDA APROPIADA

  Con relación a nuestra predicación del evangelio necesitamos no sólo que las palabras salgan de nuestra boca, sino también necesitamos llevar una vida que resplandezca delante de los hombres. En este capítulo, mi carga es que podamos ver que la verdadera predicación del evangelio consiste en dar testimonio. En Hechos 1:8 el Señor Jesús dijo: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y seréis Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Los testigos dan un testimonio viviente del Cristo resucitado y ascendido, que es muy diferente de los predicadores, quienes simplemente predican doctrinas según la letra.

  Debemos ser personas del evangelio. Nuestra persona debe corresponder a lo que predicamos. Nuestra predicación no debe ser una mera actuación. Debemos predicar lo que nosotros mismos vivimos. Nuestro vivir es lo que predicamos, y nuestra vida es el evangelio. El evangelio que predicamos debe ser nuestra vida diaria. Esto es completamente distinto de la mayor parte de la predicación que se da en el sistema religioso de hoy en día, que suele ser una mera actuación. Aunque un actor no sea un caballero, en un momento dado podría actuar como si lo fuera. Es una vergüenza para el Señor, para Su nombre y para Su evangelio, cuando los cristianos predican el evangelio sin llevar la vida que corresponde al evangelio. Nuestra predicación debe ser con la Palabra, pero nuestra palabra debe corresponder con nuestra vida diaria.

  Es importante llevar diariamente una vida apropiada porque hay muchas personas que nos observan. Tenemos vecinos, amigos, parientes, colegas, compañeros de estudio y muchas otras personas a nuestro alrededor. Desde el día en que les hablamos acerca de Cristo y Su salvación, ellos empiezan a observarnos. Es posible que si no les hubiéramos predicado el evangelio, no nos prestaran ninguna atención; pero puesto que tantas personas nos observan, lo que más las convencerá a ellas no son nuestras palabras, sino la vida que llevamos diariamente. Por consiguiente, debemos llevar una vida que corresponda a lo que predicamos. Nuestra conducta y comportamiento deben concordar con lo que somos como testigos del Señor Jesús. Debemos llevar diariamente una vida de la norma más elevada, de modo que concuerde con lo que predicamos; no obstante, eso no significa que debamos tener normas de conducta que son estrictas y legalistas. Yo no creo en ninguna clase de legalismo ni tampoco me agrada. Una vez, un hermano me dijo que cuando era joven asistía a una iglesia de los Amish y allí había una regla acerca de cuán ancha debía ser el ala del sombrero. Sin embargo, este hermano se hizo un sombrero que tenía un ala más angosta. Cuando el pastor se enteró de esto, fue a la casa de este hermano y lo amonestó para que no se pusiera ese sombrero. Esto es un ejemplo de tener normas de conducta que son legalistas. En la vida de iglesia no debemos tener normas legalistas en cuanto a cuán largo deben llevar el cabello los hermanos o cuán larga debe ser la falda de las hermanas.

  No necesitamos normas legalistas por que tenemos algo más elevado: la naturaleza divina. En 2 Pedro 1:4 dice que nosotros hemos llegado a ser “participantes de la naturaleza divina”. En nuestro interior tenemos la naturaleza divina. La naturaleza divina lo es todo en nuestra vida cristiana. Puesto que tenemos la naturaleza divina, no necesitamos normas externas que regulen nuestro cabello, nuestro modo de vestir o nuestro comportamiento. Cualquier cambio que hagamos debemos hacerlo según lo que nos dicte la naturaleza divina en nuestro interior. Todo lo que hagamos, digamos y seamos, debe ser corroborado por la naturaleza divina. Todo niño recién nacido tiene la naturaleza humana. Aunque los bebés no tienen ningún conocimiento de las reglas de conducta, con todo, tienen la naturaleza humana, la cual regula lo que ellos comen. Así, aunque no conozcan las palabras dulce o amargo, no recibirán en su boca nada que sea amargo; en cambio, si les ponemos algo dulce en la boca, se lo comerán. No hay necesidad de enseñarles acerca de lo que es dulce y amargo debido a que ellos poseen la naturaleza humana con su sabor humano. Como cristianos, tenemos una naturaleza que es mucho más alta que la naturaleza humana. Por lo que, debemos llevar una vida que concuerde con la naturaleza divina que está en nosotros. La naturaleza divina regulará nuestro cabello, nuestra ropa y nuestro comportamiento. Cuando hacemos caso a la naturaleza divina que está en nuestro interior, sabremos cómo vestirnos y cómo comportarnos.

  Según 2 Pedro 1:2-8, el resultado de participar de la naturaleza divina es que llevemos fruto. El versículo 4 dice que por medio de las preciosas y grandísimas promesas de Dios, nosotros hemos llegado a ser “participantes de la naturaleza divina”. Luego, el versículo 8 dice: “Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán ociosos ni sin fruto para el pleno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”. Todos podemos ser fructíferos al participar de la naturaleza divina. Una vida que esté en conformidad con la naturaleza divina será una vida fructífera. En el recobro del Señor, no necesitamos regirnos por normas externas sobre el estilo de ropa que vestimos o sobre qué tan largo debe ser nuestro cabello. No debemos prestar atención a ninguna norma externa ni a métodos organizacionales. Lo que el Señor desea obtener no es una organización, sino un testimonio vivo compuesto por testigos vivos que sean corporativamente el testimonio de Jesús. Por lo tanto, únicamente debemos prestar atención a la naturaleza divina que está en nuestro interior.

  Cuando ustedes jóvenes vayan a los recintos universitarios a predicar el evangelio, el Cristo que ustedes testifiquen depende de la vida que ustedes lleven. Ustedes deben llevar una vida que concuerde con el evangelio. Cuando ustedes participen de la naturaleza divina y sean regulados interiormente, ustedes llevarán fruto no sólo por sus palabras, sino también por su vida y su vivir. En Filipenses 1:27 Pablo exhortó a los santos de Filipos a que se comportaran como es digno del evangelio de Cristo. Necesitamos llevar una vida que sea digna del evangelio; en otras palabras, necesitamos llevar una vida que manifieste el evangelio. Debemos vivir por el evangelio y debemos manifestarlo en nuestro vivir. Finalmente, nuestra predicación será nuestro vivir y nuestro vivir llevará fruto.

  Muchas veces el Señor me ha redargüido mientras oraba en cuanto al evangelio. Mientras oraba por cierta persona, el Señor me respondió, diciendo: “Por ahora no debes preocuparte por eso; más bien, preocúpate por ti mismo”. Entonces el Señor me mostraba varias cosas en mí que no eran conforme a la naturaleza divina. Así que, mientras yo estaba preocupado por cierta persona, el Señor estaba aún más preocupado por ciertos asuntos de mi vida cotidiana. Si el Señor nunca toca nuestra conciencia mediante la oración, no estamos orando en el Lugar Santísimo en Su presencia. Aunque podamos orar mucho, estaremos lejos de la presencia del Señor, la cual está en el Lugar Santísimo. En esos casos, el Señor nunca puede tocar nuestra conciencia. Sin embargo, si oramos al Señor en el Lugar Santísimo, en Su santa presencia, Él nos redargüirá con respecto a lo que somos y a lo que hacemos. Debemos permitir que el Señor nos redarguya interiormente; pues, de lo contrario, seremos muy descuidados. Si somos serios con el Señor, Él nos transformará por medio de Su vida y conforme a Su naturaleza divina. Debemos abrir cada parte de nuestro ser al Señor en oración para que Él toque nuestro ser mediante Su regulación interna. Entonces, nuestra vida será un reflejo de lo que predicamos. De hecho, nuestra vida será nuestra prédica.

  A través de los años he visto a muchos hermanos predicar el evangelio. Algunos eran elocuentes, pero su predicación generalmente no producía muchos resultados. Su predicación era como bronce que resuena (1 Co. 13:1). También conocí a otros hermanos que no eran elocuentes. No obstante, aunque no podían hablar con mucha fluidez, vivían conforme a lo que predicaban. Una vida que es conforme al evangelio es una vida que conmueve y convence a las personas puesto que la mayoría de ellas tiene una conciencia bastante justa. Una conciencia justa es como una balanza que pesa lo que alguien es. Somete a prueba a alguien para determinar dónde se encuentra y qué clase de persona es. Una vez que usted predique el evangelio, las personas empezarán a observarlo. Aunque ellos reconocen su propia injusticia, no aceptarán ninguna injusticia de parte suya. Su conciencia justa quizás no les imponga a ellos mismos muchas exigencias, pero sí exigirá que usted lleve una vida diaria que sea apropiada. Por esta razón, usted tendrá que llevar una vida que corresponda al evangelio.

  Mateo 5 dice que nosotros somos la luz del mundo y que debemos hacer que nuestra luz alumbre delante de los hombres (vs. 14-15). Debemos ser personas llenas de luz y debemos resplandecer sobre las personas. Debemos irradiar a Jesucristo y al evangelio. Pablo recalcó lo mismo en Filipenses 2. Él dijo que debíamos ser “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo, enarbolando la palabra de vida” (vs. 15-16). La palabra de vida no es enarbolada únicamente cuando hablamos, sino también mediante nuestro vivir. Así pues, debemos llevar diariamente una vida que enarbole la palabra de vida.

  Espero que veamos la urgente necesidad de llevar diariamente una vida apropiada por causa de la predicación del evangelio. Debemos acudir al Señor para que Él nos escudriñe completamente. Debemos orar, diciendo: “Señor, voy a la universidad para predicar Tu evangelio. Abro mi ser ante Tu presencia. Deseo que me escudriñes y me examines. Quiero que tomes una ‘radiografía’ completa de todo mi ser”. Todos tenemos que hacer esto. Todo lo relacionado con nuestra vida y nuestro vivir necesita ser examinado. Nada es lo suficientemente insignificante como para no consultarle. Incluso debemos consultarle al Señor en cuanto al reloj que llevamos puesto mientras predicamos el evangelio. Aun esto debe ser apropiado. Esto no es ser demasiado legalistas. Tenemos que permitir que el Señor nos examine puesto que, aunque nosotros pensamos que estamos bien, en realidad no es así.

  Necesitamos la luz resplandeciente del Señor. Si somos personas descuidadas y frívolas no tendremos éxito alguno en nuestra predicación del evangelio, y nuestra predicación no llevará fruto que permanece. Debido a que los primeros apóstoles se habían convertido de una manera sólida en la salvación del Señor, su predicación del evangelio produjo frutos sólidos, fruto que permanece. Me siento muy contento y agradecido con el Señor por haber permitido que fuera salvo por medio de una hermana joven que era muy sólida en su vida y en su vivir. La impresión que ella dejó en mí perdura hasta el día de hoy y nunca se desvanecerá. Ella llevaba una vida que concordaba con lo que predicaba. Así mismo, nosotros debemos llevar una vida que concuerde con lo que predicamos.

  Los jóvenes no necesitan preguntarle a los demás si su cabello es lo suficientemente corto; en vez de ello, deben consultarle al Señor sobre esto. Antes de salir a los recintos universitarios, deben acudir al Señor. Si les decimos a los jóvenes que todos deben tener el cabello del mismo tamaño, eso sería un legalismo externo. Sin embargo, todo lo que procede de la naturaleza divina interna es hermoso. Si ustedes le consultan al Señor, es probable que Él los corrija en cuanto a su cabello; sin embargo, esa corrección será conforme a la naturaleza divina que está en su interior, no conforme a un legalismo externo.

UN AMOR UNIVERSAL

  Cuando los jóvenes vayan a los recintos universitarios a predicar el evangelio, no sólo necesitan llevar diariamente una vida apropiada, sino que además necesitan tener un amor universal. Un amor universal es un amor que ama a todos, menos a Satanás. En todo el universo sólo existe una persona a la cual no debemos amar; esa persona es Satanás. Debemos ser de aquellos que aman al Señor, aman a todos nuestros hermanos y aman a todos los hombres.

Amar al Señor

  En primer lugar, debemos amar al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas (Dt. 6:5; Mt. 22:37). Muchos de nosotros pensamos que los incrédulos aborrecen a todos los que aman a Dios. Pero eso no es cierto. Aparentemente, ellos no están de acuerdo con nosotros. Incluso tal vez digan que nuestras creencias son como una especie de superstición, pero en lo profundo de su ser muchos de ellos aprecian el hecho de que amamos al Señor. Muy a menudo la gente tiene en alta estima a los que aman al Señor. Nada eleva tanto nuestro nivel de vida como nuestro amor hacia el Señor. Cuanto más amemos al Señor, espontáneamente estaremos en el más alto nivel humano. En cambio, la idolatría, que incluye el hecho de disfrutar y amar las cosas pecaminosas, conduce a la gente a la fornicación, y hace que baje su nivel de moralidad (Ap. 2:14, 20).

  Si usted ama al Señor Jesús tan solo un poco, su estándar se elevará. Simplemente el pensamiento de amarlo a Él elevará su estándar. El amor de Dios nos llevará a tener la norma más elevada de moralidad. Cuando José fue confrontado por la esposa malvada de Potifar, dijo: “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Gn. 39:9c). José amaba a Dios y Dios siempre estaba con él. El amor que tenía José por Dios hizo que él conservara la norma más alta de moralidad. Si usted ama a Dios, usted será un José de hoy. El amor de Dios es elevado, es el principal factor que nos lleva a vivir una vida más elevada, en un plano más alto. Por lo tanto, debemos amar al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas. La palabra fuerza se refiere a nuestra fuerza física. Debemos amar a Dios con todo nuestro ser.

Amarnos unos a otros

  En segundo lugar, la Biblia nos dice que debemos amar a los hermanos (1 Jn. 3:11, 14). El Señor Jesús dijo: “En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tenéis amor los unos con los otros” (Jn. 13:35). El amor entre los hermanos cristianos es un testimonio muy contundente para los incrédulos porque entre las personas de la sociedad se ve muy poco del verdadero amor. El amor que se ve en la sociedad humana a menudo es un amor engañoso, pero el amor que hay entre los santos es verdadero, genuino, convincente y atractivo. Por esta razón, es preciso que por el bien de la predicación del evangelio llevemos una vida comunal divina. Llevar una vida comunal no quiere decir que todos vivamos bajo el mismo techo. La vida comunal apropiada es una vida en la que amamos a todos los santos. Debemos llevar esta vida de amor. Necesitamos invitar a las personas a nuestros hogares para que puedan ver nuestra vida comunal de amor. Esto convencerá a nuestros familiares y a nuestras amistades, y hará que muchos de ellos se conviertan al Señor.

Amar a todos los hombres

  Además de tener amor fraternal, también debemos amar a todos los hombres. En 2 Pedro encontramos una progresión en la que primero vemos la naturaleza divina, luego el amor fraternal y por último el amor divino, que es para con todos los hombres (2 P. 1:4-7). El Nuevo Testamento nos dice que tenemos que amar a nuestros enemigos (Mt. 5:44-46). No debemos odiar a los que nos persiguen o critican. Tenemos que amarlos a todos ellos. Saulo de Tarso era un perseguidor acérrimo de la iglesia (Gá. 1:13; 1 Ti. 1:13). Mientras Esteban estaba siendo apedreado a muerte, Saulo de Tarso consentía en su muerte (Hch. 7:59—8:1). Él fue uno de los principales perseguidores de la iglesia (1 Co. 15:9; Fil. 3:6), pero cuando iba camino a Damasco con el propósito de apresar a los santos, fue salvo. Todos los primeros discípulos se asombraron al enterarse de esto, y muchos de ellos no creían que Saulo de Tarso se hubiera convertido al Señor (Hch. 9:21, 26). Antes de su conversión, no creo que los primeros discípulos lo amaron mucho. ¿Piensa usted que los discípulos amaban a Saulo de Tarso y oraban por él? Es probable que ninguno de ellos hubiera estado dispuesto a predicarle el evangelio.

  Según Hechos 9:1-6 Pablo fue salvo sin ninguna intervención humana. Él fue salvo por la predicación directa del Señor. Este detalle debe mostrarnos que probablemente a los discípulos no les agradaba Saulo. Quizás llegaron a decir: “Saulo es un caso perdido”. Esta actitud puede aplicarse también a nuestra situación actual. Muchas veces pensamos que cierta persona no tiene esperanza. Esto nos sucede especialmente con respecto a los que nos persiguen. Sin embargo, según las palabras del Señor, esta actitud es equivocada. El Señor dijo: “Oísteis que fue dicho: ‘Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo’. Pero Yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” (Mt. 5:43-44). Éste es un buen versículo que debemos recordar en relación con todos los que nos persiguen.

  Los jóvenes que están en las universidades no deben molestarse por los perseguidores. Hace años yo me sentí muy turbado por toda la persecución que afrontábamos. Hubo momentos en que me sentí tan preocupado que incluso llegué a dudar si nuestra obra era realmente del Señor. Entonces el Señor me mostró en los Evangelios que Él siempre fue perseguido (Mt. 10:16-18). En muchas ocasiones era mayor el número de los perseguidores que de los seguidores. En Hechos los perseguidores seguían a Pablo adondequiera que iba (Hch. 9:22-24; 14:1-2, 19). Cuando vi esto, me sentí fortalecido, confirmado y confortado.

  Cuando estuve en el norte de China, alguien de mi pueblo natal se levantó en mi contra. Yo incluso había estudiado con él en la misma universidad. En 1949 cuando me mudé de China a la isla de Taiwán, él me siguió a propósito. Le decía a la gente que su intención al venir a Taiwán era detener mi obra. Cuando después se enteró que yo iba a Singapur, se fue antes para propagar rumores acerca de mí. Incluso en los Estados Unidos hemos tenido opositores que nos han seguido a los lugares adonde hemos ido. No obstante, a pesar de lo que hagan, no debemos pelear con ellos, sino más bien amarlos.

  Algunos de nuestros perseguidores con el tiempo vinieron al recobro del Señor. Cuando yo estaba en la universidad, uno de los directores de la escuela era un caballero con una educación muy alta. Era una persona muy competente, y un orador famoso. Yo era uno de sus estudiantes y él me tenía mucho cariño. Sin embargo, cuando el Señor me trajo a Su recobro, esta persona se sintió muy ofendida por ello. Incluso mientras aún era nuestro opositor, su hijo mayor y su nuera fueron cautivados por el Señor. Ellos vinieron a la iglesia y empezaron a amar mucho al Señor. Más tarde, también su hija siguió este camino; sin embargo el corazón de él seguía endurecido. Así que continuó atacándonos por más de diez años. Finalmente, después de que su hijo, su nuera y su hija le enviaran cartas y telegramas invitándolo a asistir a una reunión, él aceptó venir. Más tarde me dijo que cuando entró en la reunión, aun antes de tomar asiento, empezó a llorar. Durante toda la reunión, lloró lamentándose por haberse opuesto a nosotros. En 1943 él se volvió a este camino y con el tiempo el hermano Nee lo nombró como uno de los ancianos de la iglesia en Hong Kong.

  Así que no debemos sentirnos desanimados ni desilusionados a causa de todos los que se nos oponen. Cada vez que ustedes se encuentren con alguno de estos opositores en la universidad, no se sientan perturbados ni abatidos. En lugar de ello, sonríanles y díganles que ustedes los aman. Aprendan a decir esto de corazón. Debemos amarlos y estar llenos de esperanza de que algún día ellos podrían seguir este camino. Tenemos que amar a los que nos persiguen y orar por ellos. En realidad, nuestro único enemigo es Satanás; nosotros no tenemos enemigos humanos. Así que, es preciso que mantengamos esta actitud; no obstante, debemos ser fuertes en la verdad. Por causa de la verdad, debemos ser fuertes, pero por otro lado, debemos amar a todos los hombres, incluso a nuestros principales opositores y perseguidores más malvados. Debemos amarlos porque el Señor Jesús nos manda que los amemos y oremos por los que nos persiguen (Mt. 5:44).

  Nunca debemos transigir con la verdad; no obstante, debemos ejercitarnos para tener un amor universal. Debemos tener un amor universal con el cual amemos al Señor Jesús, a todos los santos y a todos los hombres, incluyendo a los que nos persiguen. Debemos considerar que nuestros perseguidores son seres humanos muy preciosos. En las universidades todos debemos mantener esta clase de atmósfera. No debemos dar a otros la impresión de que estamos peleándonos con todo el mundo. Sin importar lo que otros hablen de nosotros, no debemos ofendernos. Después de que hablen, podemos decirles que los amamos y que quisiéramos hablar con ellos acerca de la verdad. Si ellos no quieren hablar con nosotros, entonces podemos decirles que estaremos orando por ellos.

  Debemos ser inconmovibles, osados y firmes en cuanto a la verdad. Por causa de la verdad, debemos ser fuertes y constantes, pero al mismo tiempo, debemos amar a todos los hombres. Cuanto más otros nos persigan, más debemos amarlos. Incluso debemos darle gracias al Señor por toda oposición que tengamos que afrontar. La oposición nos ha beneficiado muchísimo. Todos nuestros opositores nos han perfeccionado. Si comprendemos esto, tendremos misericordia de ellos, los amaremos y oraremos por ellos. Debemos mantener esta actitud. Esto eliminará cualquier pelea que pueda suscitarse entre los santos y los opositores en las universidades. No debemos pensar que al pelear por la verdad, debemos también pelear contra las personas. No debemos pelear con la gente; más bien, debemos amar a todos. Así pues, por causa de nuestra predicación del evangelio, debemos llevar diariamente una vida apropiada y tener un amor universal.

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