
¿Cuántas clases de perdón otorga Dios según la Biblia? ¿Cómo explicamos estas diferentes clases de perdón?
Debemos recordar que las consecuencias del pecado determinan la clase de perdón que incluye. Hay por lo menos cinco consecuencias del pecado:
(1) Ser condenado eternamente.
(2) Ser separado del pueblo de Dios. Si un israelita en el Antiguo Testamento pecaba, era cortado del pueblo de Israel. En el Nuevo Testamento también tenemos esas palabras: “Quitad a ese perverso de entre vosotros” (1 Co. 5:13).
(3) Se interrumpe la comunión con Dios.
(4) Si el pecado no es quitado de en medio, Dios lo castigará.
(5) Si uno no abandona el pecado, el Señor lo castigará cuando venga a reinar en el milenio, y la posición de uno se verá afectada por causa del pecado.
La cuarta consecuencia que mencionamos es el castigo infligido en esta era; y la quinta, es el castigo ejecutado en la era venidera. La Biblia dice: “No le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero” (Mt. 12:32). “Siglo” en este versículo nos da una clara indicación que mientras algunos pecados son perdonados en esta era, otros pecados serán perdonados en la era venidera.
Ya que los pecados tienen cinco posibles consecuencias, debe de haber cinco clases de perdón. Porque si hubiera solamente tres clases de perdón, ¿que sucedería con las otras dos consecuencias del pecado? Y si hubiera solamente cuatro clases de perdón, ¿que pasaría con la restante consecuencia del pecado? Muchos enseñan erróneamente que hay solamente una clase de juicio. A esto se debe que haya tanta confusión. Si no entendemos claramente lo relacionado con las cinco clases de perdón, no sabremos que hacer en muchas situaciones.
¿Cuáles son las cinco clases de perdón? Primero, las mencionaremos brevemente y luego las examinaremos en detalle una por una.
(1) El perdón eterno que Dios concede. (Se relaciona con la salvación eterna.)
(2) El perdón que se recibe mediante el pueblo de Dios. (Se relaciona con los problemas que surjan en la comunión entre los hijos de Dios. Este perdón puede considerarse el perdón que Dios otorga mediante una persona o mediante la iglesia.)
(3) El perdón que restaura la comunión. (Se relaciona con los problemas que surjan en nuestra comunión con Dios.)
(4) El perdón que se relaciona con la disciplina de Dios. (Tiene que ver con la manera en que Dios disciplina a Sus hijos.)
(5) El perdón del reino. (Se relaciona con el perdón concedido en el milenio.)
Expliquemos estas cinco clases de perdón separadamente.
Este perdón se relaciona con la salvación eterna del hombre y aunque es eterno, se puede conceder a los pecadores en esta era. ¿En qué se basa este perdón? Hebreos 9:22 dice: “Y sin derramamiento de sangre no hay perdón”. Mateo 26:28 dice: “Porque esto es Mi sangre del pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados”. Este versículo indica que el perdón eterno se basa en la sangre del Señor Jesús. No importa cuán grave sea el pecado, la sangre del Señor Jesús lo perdona. Sin embargo, este perdón no es gratuito, pues Dios no puede perdonar gratuitamente debido a que “sin derramamiento de sangre no hay perdón”. Cuando Dios perdona nuestros pecados, no significa que sea indulgente. Dios siempre condena el pecado. El sólo nos puede perdonar porque nuestros pecados fueron juzgados en Cristo. El Señor Jesús murió, derramó Su preciosa sangre y pagó el precio. Por lo tanto, el perdón de Dios es justo. Tenemos a un Salvador que murió por nosotros y por eso, lo único que Dios puede hacer es perdonarnos.
La razón por la cual nuestros pecados pueden ser perdonados es que el Cordero de Dios quitó de en medio nuestros pecados y la sangre de Jesús, el Hijo de Dios, nos limpió de todos los pecados. El perdón que recibimos se basa en la sangre del Señor Jesús y lo obtenemos mediante la fe (Hch. 10:43; 13:39). No piensen que fuimos perdonados porque nos arrepentimos de nuestros pecados pasados y porque resolvimos no volver a pecar. La Palabra de Dios dice que nuestros pecados son perdonados por la sangre del Señor Jesús. Si creemos en la sangre del Señor Jesús, veremos que El cargó con todos ellos, y por ende, nosotros somos perdonados.
¿Es el perdón de nuestros pecados para el presente o para el futuro? Leamos 1 Juan 2:12: “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por causa de Su nombre”. Nótese que dice: “Han sido perdonados”; no dice: “Serán perdonados” ni “han de ser perdonados”. ¡Aleluya, fueron perdonados! Cuando creemos en el Señor Jesús, nuestros pecados son perdonados. La Palabra de Dios dice: “Hijitos ... vuestros pecados os han sido perdonados por causa de Su nombre”. Si Dios dice que fuimos perdonados, entonces fuimos perdonados, pues El no miente.
En Juan 20:23 hallamos: “A quienes perdonáis los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retenéis, les son retenidos” ¿No les parece extraño el perdón del que habla este versículo? ¿Significa esto que los apóstoles tienen autoridad para perdonar pecados aquí en la tierra? Si no entendemos el significado de este versículo, no podremos refutar la autoridad del Papa. Sólo Dios tiene la potestad para concedernos el perdón, en lo que a la salvación se refiere. Si usted va a Pedro, y él no le perdona, ¿significa que usted no es salvo? No, porque la salvación y el perdón dependen exclusivamente de la sangre del Señor Jesús. Entonces ¿a qué se refiere el perdón mencionado en este versículo? Se refiere a la declaración que la iglesia hace bajo la dirección del Espíritu Santo y se basa en el entendimiento que la iglesia tiene del perdón que una persona ha recibido ante Dios. Debemos notar que dice: “A quienes [vosotros] perdonáis”, no dice: “A quienes [tú] perdones”. Por estar en plural y no en singular, entendemos que es un perdón corporativo, no privado. Es la iglesia, no un individuo, quien otorga el perdón. “A quienes perdonáis los pecados” indica que la iglesia declara que los pecados de cierta persona han sido perdonados y es salva. Algunos pueden venir a la iglesia y declarar: “He oído el evangelio y he creído, quiero que me reciban, me bauticen y me permitan partir el pan como los demás discípulos”. Los hermanos tienen que saber si los pecados de ese individuo han sido perdonados para poder recibirle. Si los hermanos saben que los pecados de aquél han sido perdonados ante Dios y que es un hijo de Dios, pueden declarar que él fue perdonado y salvo y lo pueden recibir. Si los hermanos no tienen claridad en su interior, no pueden dar testimonio en favor de él; por lo tanto, no lo pueden recibir. El perdón de la iglesia se basa en el perdón de Dios; la iglesia simplemente declara lo que Dios ya hizo, y Dios proclama por medio de la iglesia la condición del individuo ante El.
Debemos prestar atención al versículo 22 ya que precede al versículo 23, sólo en esta secuencia podemos entender. El versículo 22 dice: “Y habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. La iglesia determina si los pecados de alguien ya fueron perdonados, basándose en el poder y la dirección del Espíritu Santo, no en una opinión personal. Si una persona es salva, y la iglesia no está segura y le pide que espere un poco, esto no afecta su perdón ante Dios. Por ejemplo, cuando Pablo fue salvo y fue a Jerusalén, él deseaba reunirse con los discípulos, pero ellos aún le tenían miedo y no creían que él hubiese creído en el Señor Jesús y fuera un discípulo. Pero cuando Bernabé lo llevó consigo y contó cómo Pablo era en realidad un discípulo, pudo moverse libremente por Jerusalén (Hch. 9:26-28). Por lo tanto, la iglesia no puede perdonar ni retener los pecados de alguien directamente; sólo declara que los pecados ya fueron perdonados ante Dios o no, y decide si la persona puede tener comunión con los discípulos.
En 1 Juan 2:1-2 dice: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno peca, tenemos ante el Padre un Abogado, a Jesucristo el Justo. Y El mismo es la propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”. En 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. Debemos entender el énfasis del evangelio de Juan y de la primera epístola de Juan. El evangelio de Juan muestra el evangelio entre los hombres, mientras que su primera epístola presenta el evangelio según el corazón de Dios. El evangelio de Juan tiene dos delineamientos: la gracia y la verdad. Cuando se menciona la gracia, también se menciona la verdad. En la primera epístola de Juan también se notan dos delineamientos: Dios es amor y Dios es luz. Por un lado, se habla del amor, y por otro, de la luz. ¿Qué relación existe entre la gracia y la verdad y entre el amor y la luz? El amor está en el corazón de Dios y cuando se expresa entre los hombres, lo hace como gracia. La luz está en el corazón de Dios y cuando se expresa entre los hombres, lo hace como verdad. El evangelio de Juan trae a Dios al hombre, mientras que 1 Juan lleva al hombre a Dios. El evangelio de Juan habla de la vida, la salvación, la vida eterna, entre otros temas, mientras que 1 Juan habla de la comunión con Dios y el acceso a El. Al comienzo, la primera epístola de Juan habla de la comunión, y los capítulos uno y dos se refieren al perdón que se tiene en esta comunión.
Existen dos clases de relaciones entre Dios y nosotros. Una que jamás se rompe y es la relación que se establece cuando somos salvos y nos convertimos en hijos de Dios. ¿Acaso deja uno de ser hijo de su padre por su comportamiento? No. Si un hijo no desea ser hijo de su padre, ¿dejará por eso de serlo? No. Si un padre niega a su hijo, ¿deja el hijo de ser hijo? No. ¿Puede alguien, aun Satanás, anular este hecho de que usted sea hijo de sus padres? No. Con todo respeto podemos decir que ni aun Dios puede negar este hecho. Por lo tanto, después de que una persona es regenerada y llega a ser hijo de Dios, nadie puede quebrantar esta relación, y jamás será cortada. No obstante, hay otra clase de relación que puede interrumpirse, y ésta es la comunión. Por ejemplo, aunque uno es hijo de su padre, si hace algo malo, uno teme que él lo reprenda. Cuanto más grave sea la falta, más temor tendrá de encontrarse con su padre. Aunque la relación filial no puede ser cortada, la comunicación entre padre e hijo será interrumpida. El caso es el mismo en nuestra relación con Dios. Después de ser salvos, existe la posibilidad de que cometamos pecados, y cada vez que lo hagamos, la comunión con Dios se interrumpirá inmediatamente. A fin de restaurarla, nuestros pecados deben ser perdonados. Si pecamos, debemos, según 1 Juan 1:9, confesar nuestros pecados. Debemos decir: “Oh, Dios, me equivoqué en este asunto. Por favor perdóname”. Después de hacer esta confesión, nuestra comunión con Dios puede ser restaurada.
Este punto tiene mucho que ver con la manera en que Dios se relaciona con Sus hijos. ¿Qué es la administración de Dios? Es la manera en que El se relaciona con el hombre. Examinemos algunos pasajes de las Escrituras.
En el segundo libro de Samuel 22:26-27 dice: “Con el misericordioso te mostrarás misericordioso, y recto para con el hombre íntegro. Limpio te mostrarás para con el limpio, y rígido serás para con el perverso”. Estos versículos muestran la administración de Dios. El nos trata según nuestra conducta. Leemos en Gálatas 6:7-8: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”. Esto también nos muestra el principio por el que Dios se relaciona con el hombre. El que siembre para su carne, de su carne segará corrupción, mas el que siembre para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. Pecar no sólo hace que aparezca una falta más en la lista ante Dios, sino que trae como consecuencia el sufrimiento. La cuenta de los pecados puede ser borrada por Dios, pero las consecuencias no se pueden evitar. Por ejemplo, un niño puede desobedecer a su madre robándole dulces. Si está dispuesto a arrepentirse, el robo puede ser perdonado, pero sus dientes se deteriorarán. Los pecados de los hijos de Dios son perdonados, pero todavía quedan las consecuencias. Recibimos la vida eterna tan pronto como creemos, y obtenemos el perdón que restaura nuestra comunión tan pronto como nos arrepentimos, pero las consecuencias, el castigo de Dios, pueden ser muy difíciles de sobrellevar.
Por ejemplo, Sansón era un juez, pero más tarde cayó y fue maltratado por los filisteos. Al final clamó a Jehová diciendo: “Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego, solamente esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis dos ojos” (Jue. 16:28). Aunque mató más enemigos al morir que los que había eliminado durante su vida, sus ojos jamás fueron restaurados. Aunque le creció el cabello nuevamente y la comunión entre él y Dios fue restaurada, jamás recobró su ministerio como juez.
En 2 Samuel 11 y 12 se relatan los dos pecados más viles de David: el adulterio y el homicidio. Después de que David cometió estos pecados, Dios envió al profeta Natán para reprenderle y juzgó estos pecados con mucha severidad diciendo: “Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urías heteo para que fuese tu mujer ... He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa, y tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el cual yacerá con tus mujeres a la vista del sol. Porque tú lo hiciste en secreto; mas yo haré esto delante de todo Israel y a pleno sol” (12:10-12). Estas fueron las consecuencias, el castigo que Dios impuso a David. Aunque confesó su pecado y Natán le dijo: “También Jehová ha remitido tu pecado”, el tenía que sufrir el castigo de Dios. David confesó sus pecados ante Dios y fue perdonado Su comunión con Dios fue restaurada, pero el castigo venía después del perdón. El sólo mató a una persona, a Urías, pero cuatro de sus hijos murieron (el primero que tuvo con Betsabé, Ammón, Absalón y Adonías). Esto fue obra de la justicia de Dios. Si entendemos esto, no nos atreveremos a pecar. Dios tenía que vindicarse demostrando que estaba disgustado con la conducta de David. Si Dios no lo hubiera castigado, se habría dicho que Jehová estaba complacido con los pecados cometidos por David. Dios podía perdonar a David, pero tenía que manifestar Su abominación por el pecado. Notemos el hecho de que si pecamos contra un hermano o una hermana o alguna otra persona, debemos resolver el asunto.
En Jacobo [o Santiago] 5:14-15 leemos: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados, le serán perdonados”. El perdón que se describe en estos versículos es el perdón relacionado con la disciplina de Dios. Si fuera el perdón eterno, no se podría recibir mediante la oración de fe hecha por otra persona. Tampoco es el perdón que restaura la comunión con Dios, porque éste se obtiene tan pronto como uno confiesa los pecados. El perdón relacionado con la disciplina requiere que se llame a los ancianos de la iglesia para que oren por la persona. Si el Señor les da la fe para orar por tal persona, ésta será sana.
En Isaías 53:5 dice: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. Este versículo abarca cuatro aspectos, el primero tiene que ver con la conducta, el segundo, con la condición de uno ante Dios, el tercero, con el cuerpo, y el cuarto se expresa en una frase: “El castigo de nuestra paz fue sobre él”. Según el castigo que Dios impone, éste continuará aún después de que la persona se haya arrepentido. Sin embargo, el Señor, ya recibió el castigo que nos correspondía a nosotros porque el castigo es parte de la crucifixión del Señor. Por consiguiente, podemos pedirle a Dios que nos absuelva de nuestro castigo porque el Señor ya fue castigado en nuestro lugar.
En Jacobo 4:7 dice: “Estad sujetos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”. Y en 1 Pedro 5:6-10 dice: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que El os exalte a su debido tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre El, porque El se preocupa por vosotros. Sed sobrios, y velad. Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en la hermandad vuestra que está en el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que os llamó a Su gloria eterna en Cristo Jesús, después que hayáis padecido un poco de tiempo, El mismo os perfeccione, confirme, fortalezca y cimente”. Cada vez que somos disciplinados, debemos someternos bajo la poderosa mano de Dios y decirle: “No rechazaré lo que Tú me das, pues merezco lo que estás haciendo conmigo”. Pero al diablo lo debemos resistir porque tan pronto como nos descuidemos, él vendrá y nos traerá más sufrimientos. Cuando el Señor nos azote, el diablo también tratará de azotarnos; por lo tanto, debemos resistir al diablo. Solamente cuando nos sometemos bajo el castigo de Dios, podemos resistir al diablo. Así que por un lado, debemos someternos a Dios, y por otro, ejercitar nuestra voluntad cada día para resistir al diablo, proclamando que rechazamos la enfermedad o la debilidad.
En cuanto al perdón del reino, Mateo 18:21-35 dice: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y yo le tendré que perdonar? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete. Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, mandó el señor que fuera vendido él, su mujer y sus hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le adoró, diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel esclavo, movido a compasión, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le rogaba, diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré. Mas él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y explicaron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también Mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano”.
Si no podemos diferenciar entre las varias clases de perdón al leer las Escrituras, encontraremos muchas dificultades. Si no distinguimos en este pasaje la clase de perdón de que se habla, podríamos pensar que nuestro Padre celestial anula el perdón eterno y que podemos dejar de ser salvos. Notemos que este pasaje no habla de las cuatro clases de perdón que ya describimos, sino del perdón del reino, que recibiremos cuando el Rey haga cuentas con Sus siervos (v. 23). En cuanto a la iglesia, Dios habla de la gracia y todo depende de lo que el Señor ya realizó y de la forma cómo se relaciona con el hombre. En cuanto al reino, El habla de responsabilidad, de la manera en que somos adiestrados. El reino y el juicio futuro dependen de la vida que llevemos hoy. Estos versículos no se relacionan con la salvación eterna sino que muestran la responsabilidad que tendremos en el reino de los cielos y el reino milenario.
Hay varias parábolas que aluden al reino en los cuatro evangelios, una de las cuales se encuentra en Mateo 18:21-35 y trata de un rey que hace cuentas con sus siervos. Uno le debía diez mil talentos pero no tenía los medios para pagar. Sin embargo, le rogó a su amo que tuviera paciencia con él y le pagaría más tarde. El amo tuvo compasión y le perdonó la deuda, pero este siervo salió y encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios, y en vez de perdonarle, le echó en la cárcel hasta que pagase lo que le debía. Los demás siervos le contaron a su amo lo que había sucedido, y el amo le dijo: “¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” Y el Señor añadió, como explicación: “Así también Mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano”. Este pasaje explica lo que es el perdón del reino, el cual no se obtiene por ser creyente, sino por perdonar a otros. La primera clase de perdón se recibe al creer en el Señor Jesús; la segunda se recibe mediante la declaración de la iglesia; la tercera se recibe al confesar los pecados a Dios; la cuarta se recibe cuando Dios ve que el tiempo del castigo se ha cumplido y quita la vara de castigo; y la quinta se obtiene solamente cuando uno perdona de todo corazón.
Sabemos que la vida y obra de los creyentes en la tierra será juzgada en el futuro. Primero el Señor recibirá a quienes hayan vencido y estén preparados. Después de que todos los cristianos sean arrebatados, cada uno será juzgado ante el tribunal de Cristo. Este juicio no determina la salvación sino si uno merece participar del reino. Para aquellos que cumplan los requisitos, este será el momento de establecer su posición en el reino. Hay dos peligros que se enfrentan ante el tribunal: (1) No entrar al reino por no ser hallado digno y (2) poder entrar en el reino en una condición inferior.
¿Cómo llevará a cabo Dios este juicio? La recompensa que Dios nos da es el reino, y la obtendremos según nuestro comportamiento. Aunque no somos salvos por nuestro buen comportamiento, necesitamos una buena conducta para recibir el galardón. La salvación se obtiene por la fe, pero el galardón se recibe según las buenas obras.
En una ocasión un hermano dijo: “Pido a Dios que lave con la sangre del Señor todas las lágrimas que he derramado dolido por mi pecado. Necesito pedirle a Dios que lave con la sangre del Señor, el arrepentimiento que yo siento por mi pecado”. Cuando comparezcamos ante el tribunal, los ojos de fuego del Señor examinarán nuestra vida y obra desde el día en que fuimos salvos hasta ese mismo día. Probablemente, en ese momento, muy pocas cosas serán juzgadas perfectas a los ojos del Señor. Las obras que muchas personas consideran excelentes serán juzgadas impuras, llenas de motivos impuros y confusión a los ojos del Señor. Muchas “buenas” obras no serán buenas a los ojos del Señor.
Si el juicio empieza por la casa de Dios (1 P. 4:17), este juicio debe ser muy severo. En tal caso, ¿quién podrá estar en pie? ¡Anhelamos que Dios tenga misericordia de nosotros ante el tribunal y nos conceda gracia! A esto se refiere Mateo 18. Aunque es cierto que Dios es justo en Su juicio, El también perdona. Sin embargo, Su perdón se basa en el perdón que concedamos a otros hoy. Supongamos que cinco personas lo ofenden a usted, y usted les perdona, que otras diez le ofenden y les perdona nuevamente; y supongamos que usted perdona a todos los que le hayan ofendido; en aquel día, ante el tribunal, Dios le tratará con justicia. Dado que usted perdonó a otros, es justo que Dios le perdone a usted ante Su tribunal.
En Jacobo [Santiago] 2:13 leemos: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no haga misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio”. Si usted tiene misericordia de los demás, Dios tendrá misericordia de usted; pero si no tiene misericordia de otros, tampoco Dios tendrá misericordia de usted. Si usted es clemente cada día, no trata de encontrar faltas en los demás y es generoso, Dios también le perdonará en aquel día.
Necesitamos poner atención diariamente a lo siguiente: (1) examinar nuestro propio comportamiento para que no caigamos bajo el juicio de Dios y (2) tener misericordia de otros y perdonar a quienes nos deban para que podamos obtener el perdón de Dios aquel día.
En Mateo 7:1-2 dice: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido”. La palabra “juicio” en este versículo indica que Dios nos juzgará aquel día de la misma manera en que nosotros juzgamos a los demás hoy. Por ejemplo, si notamos algo equivocado en una persona, en vez de hablarle con amor, la criticamos con arrogancia y la censuramos severamente, Dios nos juzgará a nosotros de una manera similar aquel día, ya que El nos juzgará según el modo como hayamos tratado a los demás en el presente. Esto es lo que se da a entender en Romanos 2:1-3, que dice: “Por lo cual, no tienes excusa, oh hombre, tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas practicas las mismas cosas. Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad. ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que practican tales cosas, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios?”
Podemos apreciar esto con más claridad en Lucas 6:38, donde leemos: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, se os volverá a medir”. Si damos a los demás, Dios nos dará abundantemente y pagará con creces, no sólo con la medida llena, sino rebosando. La medida de gracia que usted dé a los demás, será la misma medida de gracia que Dios le dará en el futuro. Si usted trata a los demás severamente en la actualidad, no debe esperar que Dios lo trate magnánimamente en el futuro; por lo tanto, el creyente debe aprender a no juzgar y debe evitar el medir a los demás con su propia justicia. Si no perdonamos a otros, recibiremos el castigo más severo en el milenio. Estamos destinados a tener vida eterna porque la salvación es eterna, pero si no perdonamos a los que nos han ofendido en esta vida, Dios no nos perdonará en el futuro.
¿Cómo se destruye una nación? ¿Cómo se cae una casa? ¿No es acaso porque se divide contra sí misma? Por esa razón, Dios no permitirá que dos personas en Su reino estén divididas, y tampoco permitirá odio en el corazón de Su pueblo. Dios no permitirá que quien gobierne cinco ciudades tenga conflicto alguno con otro que tenga a su cargo otras cinco ciudades. El no puede usar a una persona que no sea pacífica para gobernar una ciudad; lo único que puede hacer con alguien así es enviarle al lugar de tormento hasta que pague todas sus deudas. ¿Cómo las pagará? Debe estar dispuesto a perdonar de todo corazón a otros, y cuanto más rápido lo haga, mejor. ¿Por qué esperar hasta aquel día?
En Mateo 6:14-15 dice: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. Los capítulos del 5 al 7 de Mateo hablan del reino. A quien no perdone, Dios tampoco le perdonará, lo cual determinará la posición de dicha persona en el reino. Si ella no perdona, no recibirá perdón en el reino venidero.
Nuestro Dios hoy nos está examinando para determinar si somos merecedores o no de ser reyes y gobernar en Su reino. No piense que es gran cosa servir en la iglesia, pues los asuntos del reino son mayores. Dios nos dará cosas mucho más gloriosas y elevadas en el reino venidero para que las administremos. Si no podemos afrontar pequeñeces hoy en día, no podremos afrontar grandes responsabilidades en el futuro. Si no podemos administrar lo pertinente a esta vida, ¿cómo podremos juzgar a los ángeles en el futuro? (1 Co. 6:1-8). Con ese día en la mira, aprendamos a perdonar hoy a los demás.