
Esperamos que el Espíritu del Señor actúe libremente y obre de manera particular para que nuestra reunión esté llena de Él. No queremos tener prácticas rígidas; más bien, estamos dispuestos a ponerlo todo en las manos del Espíritu, quien está entre nosotros y está operando en todos nosotros, a fin de que nos inspire a orar, a testificar, a compartir la palabra del Señor o a amonestar. Ponemos todo esto bajo la autoridad del Espíritu Santo. Sin embargo, también le pedimos al Señor que restrinja las actividades humanas, de modo que podamos vivir sujetos a la autoridad del Espíritu Santo y permitir que Él tenga completa libertad. Quizás un hermano que es colaborador se sienta inspirado a testificar, a compartir la palabra del Señor o a tener con nosotros alguna comunión en cuanto a cómo seguir al Señor. Todos estamos dispuestos a esperar a que sea el Espíritu Santo quien nos dirija.
En estos momentos en nuestra reunión no queremos alentar a ninguno de ustedes a que haga algo, ni tampoco queremos proponer nada. En lugar de ello, tenemos una carga delante del Señor y deseamos presentarnos delante de Dios con todos los santos para esperar y tener comunión juntos. No sabemos lo que el Señor desea hacer o qué hará en este tiempo de espera y comunión, pero estamos dispuestos a abrir nuestro ser incondicionalmente al Señor y a darle plena libertad para que haga lo que Él quiere hacer. Quizás Él quiera tocarnos interiormente uno por uno, darnos vuelta uno por uno, o quebrantarnos uno por uno, subyugarnos, a fin de que tomemos todas las medidas pertinentes y nos consagremos de forma absoluta. Esto sería lo mejor, y éste es nuestro mayor anhelo.
Quizás el Señor desee producir un avivamiento sin precedentes en la iglesia en Manila y gane a los hermanos y hermanas de aquí de una manera completa, profunda, plena y poderosa. Quizás Él desee confiarnos la carga de extender la obra para que propaguemos Su evangelio a cada rincón de las Filipinas. Tal vez Él desee darnos una comisión aún mayor para que propaguemos Su obra en cada país y región del Sudeste Asiático. Cualquier cosa que Él desee hacer es lo que nosotros esperamos con anhelo y estamos dispuestos a recibir. Por consiguiente, no hemos querido tomar ninguna decisión y estamos dispuestos a postrarnos humildemente y a esperar delante del Señor.
Como aquellos que pertenecen al Señor, hemos recibido Su salvación y tenemos Su vida y Su Espíritu en nosotros. Por consiguiente, debemos darle al Señor la suficiente libertad de actuar, a fin de que pueda lograr más en nosotros. Por consiguiente, a partir de esta reunión en adelante, todos debemos esperar delante del Señor y buscarle, abriendo nuestro ser a Él y diciéndole: “Oh Señor, cuando Tú propagues Tu obra, te suplico que me lleves contigo. Cuando Tú avances, te ruego que no me dejes atrás. Señor, te pido que me lleves adelante contigo”. Todos debemos tener este deseo; ésta debe ser nuestra continua oración.
No queremos darles demasiados mensajes, y esperamos que ustedes tampoco esperen escuchar muchos mensajes. Todos debemos acudir juntos delante del Señor, aguardando en Él, esperando en Él, dándole al Señor la oportunidad de obrar entre nosotros y de obtener un camino libre en nosotros. No tenemos metas preestablecidas ni mucho menos un plan de acción. Simplemente estamos esperando a que el Señor nos dé a conocer Su deseo y haga lo que desea hacer entre nosotros a fin de alcanzar la meta que Él se ha fijado. No sabemos lo que el Señor quiere hacer; no sabemos con certeza cuánto Él desea hacer, ni tampoco cuáles serán los hermanos que Él ganará. Lo único que deseamos es reunirnos con los hermanos y hermanas para aguardar en el Señor, para esperar en Él, para darle oportunidad de avanzar y permitirle obrar, a fin de que Él pueda hablarnos con libertad, escoger el camino que Él desea seguir y ganar lo que tiene que ganar, para que Su deseo se lleve a cabo por medio de nosotros.
Recientemente, el Señor nos mostró un principio en cuanto al estatus único y especial que el hombre tiene en el universo. Hemos visto claramente que para que el plan que Dios hizo en la eternidad pasada llegue a ser su meta cumplida en el futuro, debe pasar por el hombre. El hombre es el puente que conecta las dos eternidades. Así pues, para que Dios pueda caminar desde la eternidad pasada hasta llegar la eternidad futura, debe pasar por el hombre. El hombre es el camino y el puente. Si Dios puede avanzar sin complicaciones en este camino y por este puente, Él podrá avanzar rápidamente, el propósito de Dios podrá cumplirse más pronto, y el día del Señor y el reino de Dios vendrán pronto. Pero si, por el contrario, Dios encuentra dificultades y obstáculos en este puente, y no logra hacer lo que desea en el hombre, quedará detenido y no podrá seguir adelante. De este modo, Dios tendrá que esperar. Él tendrá que esperar, pero no debido a que Él no decida a laborar o avanzar, sino a que el hombre responda a su llamado, a que sea conmovido y se ponga de acuerdo con Él y le abra un camino.
La Biblia nos ha dado esta luz. Antes de Su ascensión, el Señor nos dijo claramente que fuéramos por todo el mundo y proclamáramos el evangelio (Mr. 16:15). Además, el Señor profetizó, diciendo: “Será predicado este evangelio del reino en toda la tierra habitada, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mt. 24:14). Esto muestra que cuando venga el fin, habrá venido el reino del Señor, lo cual depende de que el evangelio sea predicado en toda la tierra habitada. Si el evangelio es predicado en toda la tierra habitada, entonces vendrá el fin, y el reino del Señor vendrá. Cuando el Señor ascendió a los cielos hace dos mil años, Su deseo era que los discípulos predicaran el evangelio en toda la tierra habitada (Hch. 1:8). ¿No querría el Señor que nosotros prediquemos el evangelio en toda la tierra habitada en los próximos diez años? ¿No desearía el Señor que prediquemos el evangelio en toda la tierra habitada en este siglo? Estoy seguro de que todos diríamos que el Señor anhela y desea mucho que esto suceda. Sin embargo, aunque ya han pasado veinte siglos, hasta el día de hoy el evangelio no ha sido predicado en toda la tierra habitada. ¿Por qué? Si el Señor desea que esto suceda, ¿por qué el evangelio aún no ha sido predicado en toda la tierra habitada? Esto se debe a que el Señor no ha podido encontrar un camino, un puente, sobre la tierra; Él no ha podido encontrar un canal para el evangelio.
El hombre es el camino del Señor, el puente del Señor. El Señor no ha podido avanzar hoy porque nadie está dispuesto a ser el puente del Señor, el camino del Señor. En Hechos 10 el Señor envió a un ángel para que le dijera a Cornelio que invitara a Pedro para que le predicara el evangelio (vs. 3-5). Aquí debiéramos considerar que si el Señor hubiera podido pedirle a un ángel que le dijera esto a Cornelio, ¿por qué no envió a un ángel para que le predicara el evangelio a Cornelio directamente? ¿Por qué el Señor tenía que tomarse la molestia de contactar a Pedro? Lo único que tenía que hacer era decirle al ángel que le anunciara una parte del evangelio a Cornelio. Cualquier parte de las buenas nuevas habría sido aceptable, no importa cuál fuera. Sin embargo, el Señor no hizo esto. ¿Por qué no?
En relación con Su propósito, Dios ha establecido una regla muy formidable. Es sumamente importante en el universo el hecho de que el plan eterno de Dios no se lleva a cabo por medio de los ángeles. Dios no les dio esta gracia a los ángeles; Él no les confió esto a los ángeles. Conforme a Su plan, Dios quería que el hombre fuese Su camino, Su canal. El plan eterno de Dios debe llevarse a cabo por medio del hombre. Es por medio del hombre que Dios desea cruzar desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura. Así que el hombre es el camino, la vía. A esto se debe que en los pasados dos mil años pareciera que el Señor no es omnipotente; muchas veces nos da la impresión de que hay cosas que Él no puede hacer. De hecho, Él está limitado por el hombre. Nuestro Señor es Aquel que “dijo, y fue hecho” y “mandó, y existió” (Sal. 33:9). Él puede lograr cualquier cosa en un instante, sea grande o pequeña. Sin embargo, la predicación del evangelio en todo el mundo es lo único que Él no ha podido lograr en los pasados dos mil años.
Según el relato de la Biblia sabemos que Dios creó la tierra en un instante, pero por dos mil años Su evangelio no ha podido ser predicado extensamente en la tierra. La razón de esta lentitud y demora no tiene que ver con Él sino con el hombre. Dios está dispuesto, pero el hombre no; Dios desea actuar, pero el hombre no está dispuesto a actuar; Dios desea moverse, pero el hombre no se mueve. Dios desea laborar, pero el hombre no tiene la carga; Dios manda, pero el hombre no obedece; Dios le da al hombre la comisión, pero el hombre no la acepta. Es por eso que en los pasados dos mil años la obra del predicar el evangelio se ha iniciado muchas veces y luego se ha detenido. Pareciera que empieza y luego se detiene; pareciera que comienza a correr, pero luego se hace lenta una vez más. La razón por esto no descansa con Dios sino con el hombre.
La iglesia en Manila ha estado aquí por más de veinte años, pero hasta el día de hoy el evangelio no ha salido mucho de nosotros. Vivimos en las Filipinas y entre los filipinos, pero aún no les hemos predicado el evangelio del Señor. No sólo hemos fallado al no predicarles el evangelio a la gente de la región, a los filipinos, sino también al no predicarles el evangelio a nuestros propios paisanos, a los chinos que están en el exterior. Nuestros paisanos están en todas partes, pero el evangelio aún no ha llegado a todo lugar. No hay nadie que vaya a predicar el evangelio y a establecer iglesias. ¿Se debe esto a que el Señor no está dispuesto? Por favor, recuerden que no es el Señor sino nosotros los que no estamos dispuestos. ¿Acaso el Señor no desea laborar? Sí, el Señor desea laborar, pero se ha encontrado con un problema, con una limitación. Este problema, esta limitación, es el hombre, ya que el hombre no está dispuesto a cooperar.
El plan eterno de Dios, el cual Él diseñó en el principio, se lleva a cabo por medio del hombre. Después de crear al hombre, Dios sujetó Su propósito a la voluntad del hombre, para que éste lo escogiera y lo aceptara. Si el hombre está de acuerdo con ello tan sólo un poco, Dios sólo podrá hacer un poco. Si el hombre lo acepta sólo un poco, Dios logrará sólo un poco. Si el hombre tiene sólo un poco de la mente de Dios, Dios hará sólo un poco. Si el hombre se mueve con Dios sólo un poco, Dios avanzará sólo un poco. Desde Génesis hasta Apocalipsis, toda la Biblia nos muestra el principio de que nadie jamás busca a Dios, sino que, más bien, Dios es quien busca al hombre. Nadie escoge a Dios; es Dios quien escoge al hombre. Dios no sólo ama al hombre, sino que, aún más, desea ganarlo. La razón por la cual Dios desea ganar al hombre es que Él lo ama; y la razón por la cual ama al hombre es que desea ganarlo. ¿Por qué un esposo ama a su esposa? Porque desea ganarla. ¿Por qué desea ganar a su esposa? Por que la ama. En el universo existe una ley: cuando Dios creó al hombre, dijo que no era bueno que el hombre estuviera solo (Gn. 2:18). Eso significa que un hombre necesita a alguien que lo complemente, una esposa. Sin embargo, este versículo sólo habla de un tipo, pues tiene un significado espiritual. Significa que en el universo no es bueno que Dios esté solo. Dios necesita a alguien que lo complemente, y ese alguien es el hombre. Dios está buscando una ayuda idónea, y el hombre es el complemento que Dios busca.
Un día Dios se hizo carne, cuando descendió del cielo a la tierra. ¿A qué vino? No sería incorrecto decir que vino para ser el Salvador, pues, de hecho, Juan el Bautista dijo: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Jn. 1:29). Sin embargo, también dijo: “El que tiene la novia, es el novio” (3:29). El Señor Jesús no sólo vino como el Salvador para rescatar a los pecadores, sino más que eso, vino como el Novio para casarse con Su amada novia. ¿Quién es Su amada novia? Es el hombre. Dios ama al hombre de la misma manera en que un hombre ama a una mujer. Dios experimenta internamente el sentimiento más dulce cuando logra ganar al hombre. Lo que a Dios le encanta es que el hombre sea Su complemento, Su compañero, que piense de la misma manera que Él y camine con Él. De este modo, los dos —el hombre y Dios, y Dios y el hombre— pueden llegar a ser uno solo. Pablo dijo que nos había desposado a nosotros, los que hemos sido salvos, para presentarnos como una virgen pura a Cristo (2 Co. 11:2). Somos la pareja idónea de Cristo, y Cristo desea ganarnos. La Biblia dice que cuando venga la Nueva Jerusalén en el futuro, la novia se habrá preparado, y el Novio se casará con ella (Ap. 19:7; 21:2, 9-10). Este Novio es el Dios que creó y redimió al hombre. El Dios que creó y redimió al hombre es el Novio universal, y la novia es el hombre a quien Dios creó y redimió. El hombre a quien Dios creó y redimió es Su novia, Su pareja.
Así pues, vemos cuánto Dios necesita al hombre. En el universo Dios es un Dios al que no le hace falta nada; sin embargo, Él tiene una necesidad muy grande: el hombre. A Dios le falta el hombre, usted y yo, y todos los pecadores. Por esta razón, Él vino a laborar, llamando, buscando, salvando, guiando y guardando. Él trabajó de muchas maneras y de una manera muy detallada, y Su única meta es ganar al hombre. Aquí debemos ver claramente que lo único que le hace falta a Dios es el hombre; es por ello que Él desea ganar al hombre. No sólo hemos oído la voz de Dios en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo Testamento, cuando habló desde el cielo: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?” (Is. 6:8). Estas palabras son muy claras. El Dios que está en el cielo desea hacer que Su obra descienda a la tierra, pero para ello necesita un canal, un camino, en la tierra. Este canal, este camino, es el hombre. Ésta es precisamente la función del hombre.
¿Quién está dispuesto a ser el canal del Señor hoy? ¿Quién está dispuesto a ser Su camino y a pensar de la misma manera que Él? ¿Quién está dispuesto a avanzar juntamente con Él y a laborar con Él? La historia nos muestra que el mover del Señor podía avanzar y propagarse en el momento en que hubiera una persona, unas cuantas personas o un grupo de personas —independientemente de su edad, lugar de origen o identidad étnica— que el Señor ganara al grado en que pensara del mismo modo que el Señor, avanzara y laborara juntamente con Él, y deseara que el propósito y la obra del Señor se llevara a cabo. Siempre y cuando Dios obtuviera este tipo de cooperación —independientemente de la edad, lugar de origen o clase de personas que fuesen—, Él se manifestaba inmediatamente, y Su obra, Su propósito, se llevaba a cabo en gran medida.
Éste es un gran principio, una ley supremamente importante. Dios necesita al hombre; Él necesita ganar al hombre como Su pareja idónea, como alguien que piense de la misma manera que Él y esté dispuesto a ser Su colaborador. Sin el hombre, le es difícil a Dios avanzar aun un centímetro. En la eternidad pasada Dios era omnipotente, pero en el tiempo él no puede hacer nada sin el hombre. Sin el hombre, Dios no hace nada ni puede hacer nada. Del mismo modo, si el Señor no logra ganar a un grupo de personas en las Filipinas, Su evangelio y Su obra no tendrá un canal en la tierra. Si el Señor no logra ganar a algunas personas en los países del Sudeste Asiático, si Él no logra ganarnos a usted y a mí, no debemos pensar que Él podrá llevar a cabo Su obra y hacer lo que desea aquí. Si lo hiciera, estaría violando el principio, la ley, que rige Su obra. Nuestro Dios es un Dios que respeta la ley, un Dios que se rige por principios. Según Su ley, Él se entregó al hombre. El hombre puede hacer una de dos cosas: puede estorbar, limitar, atar y ponerle obstáculos a Dios; o puede complementar a Dios, ayudarlo, actuar con Él, pensar de la misma manera que Él, laborar con Él y ser Su canal, proveyéndole así un camino, donde Él incluso pueda avanzar sin complicaciones. Todo depende de la actitud que el hombre tenga para con Dios.
La verdadera salvación no consiste simplemente en que obtengamos un poco de paz, algunas bendiciones o algunos beneficios; ni siquiera consiste en que alcancemos cierto estado en el futuro. Ninguna de estas cosas es el significado más elevado de la salvación. El significado más elevado de la salvación es que nosotros lleguemos a ser la pareja de Dios, que pensemos del mismo modo que Él, que avancemos con Él y lleguemos a ser Sus colaboradores, incluso al grado en que lleguemos a ser Él y Él llegue a ser nosotros, es decir, hasta que Él entre en nosotros y nosotros vivamos en Él. De este modo, Él y nosotros, y nosotros y Él, llegamos a ser uno solo. Él seguirá siendo Dios, pero en ese momento habrá ganado al hombre; y nosotros seguiremos siendo humanos, pero habremos ganado a Dios. Así, viviremos delante de Él y en Él, y al mismo tiempo, Él habrá encontrado en nosotros un camino, un canal y un puente, por el cual pueda manifestarse en nuestro vivir.
Espero que podamos ver que cada uno de nosotros es el canal de Dios, el puente de Dios, el camino de Dios. Si ustedes y yo no simpatizamos con Dios y no nos levantamos para responder al llamado que Dios nos hace a que le sigamos, Dios no podrá hacer nada. Si en nosotros Dios encuentra una pared y no puede seguir Su camino, en ese momento nos habremos convertido en un obstáculo y en una limitación para Dios. Sin embargo, si cada uno de nosotros es ganado por Él, si respondemos a Él desde nuestro interior, como Su pareja que somos, si pensamos así como Él, actuamos con Él, somos Sus colaboradores y somos uno con Él, entonces, por medio de nosotros, Él podrá hacer lo que desea hacer y ganar lo que desea ganar. Si verdaderamente éste es el caso, la iglesia en Manila será sacudida, sucederán milagros, la gracia será derramada y fluirá una bendición tras otra.
Siempre y cuando alguien esté dispuesto a ser el canal de Dios, un canal que está conectado a los cielos, Dios podrá obtener un camino que está conectado a los cielos. Pero si, por el contrario, todos le cerramos la puerta a Dios, si lo ignoramos, si no respondemos a Él y si lo desechamos, Dios no podrá avanzar. Si escuchamos los mensajes, asistimos a las reuniones, oramos al Señor y leemos la Palabra, pero desechamos a Dios, ignoramos Su voz, rechazamos Sus exigencias y hacemos caso omiso a Sus palabras, Dios no podrá obtener un canal. Si permanecemos en nosotros mismos y no tenemos una relación con Dios, si pertenecemos a Él sólo de nombre, pero no en realidad, y si vivimos aparte de Él, nos convertiremos en un obstáculo y en una limitación para Dios. Entonces Dios no encontrará entre nosotros un camino por donde pueda pasar. Aunque seamos hijos de Dios, Él no podrá encontrar entre nosotros un canal.
Este principio permanece vigente hasta el día de hoy. El Señor dijo: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?”. Es cierto, ¿quién está dispuesto a levantarse para responder al llamado del Señor y ponerse total y completamente en las manos del Señor, sin poner condiciones, sin reservas y sin expresar sus preferencias, sino deseando únicamente al Señor mismo y rechazando el mundo, un rango o posición y todo aquello que es natural y mundano? Si hay algunas personas así —incluso si sólo hay una—, Dios obtendrá un puente, un canal, un camino.
Le pedimos al Señor que nos conceda esta gracia para que Él pueda andar entre nosotros, y tenga misericordia de nosotros para que a quienquiera que Él recurra, le conceda una vía libre, y para que a quienquiera que Él le pida algo, esa persona incline su cabeza y diga: “Señor, heme aquí; envíame a mí. Señor, estoy dispuesto a hacer lo Tú quieres que haga y a dejar que hagas en mí lo que Tú desees. Señor, mézclate conmigo y gana todo mi ser. No te pongo ninguna condición, no tengo preferencias ni opiniones propias, ni busco un futuro para mí; Tú eres lo que yo escojo. Señor, Tú eres mi preferencia, mi opinión y mi futuro. Únicamente deseo lo que Tú deseas; escojo lo que Tú escoges; y hago lo que Tú deseas hacer. Señor, mi ser que está aquí es Tu ser que está aquí; Tú estás en mí y yo estoy en Ti; Tú y yo somos uno”. Es de esta manera que somos bendecidos. Esto es una gracia enorme y una gran bendición para nosotros. Sólo de esta manera podrá manifestarse la verdadera gracia y bendición. Quiera el Señor tener misericordia de nosotros y preparar nuestros corazones, a fin de que le recibamos de esta manera.
Debemos orar delante del Señor por nosotros mismos y por los demás hermanos y hermanas. Esperamos que el Señor pueda obtener en nosotros y entre nosotros un camino libre de obstáculos, de modo que ninguno de nosotros rechace Su gracia, le impida obtener una vía libre y no lo deje avanzar. Cada uno de nosotros debe postrarse ante el Señor y decirle: “Oh Señor, puesto que debe ser así, heme aquí. Gáname. Deseo que puedas pasar a través de mí. Señor, en lo que se refiere a mi vida y mi futuro, estoy dispuesto a renunciar al yo. Por favor Señor, entra. Eres Tú, no yo. De ahora en adelante, mi todo está en Tus manos; mi todo está en Ti. Estoy dispuesto a proveerte un camino, y yo sé que soy Tu camino, Tu canal. Señor, sé que sin mí, Tú no podrás obtener un camino ni un canal. Por esta razón, estoy dispuesto a responder a Tu requisito”. Ésta es la oración que debe brotar desde lo profundo de nuestro ser.
En la Biblia aquellos que servían a Dios por lo general no sólo oraban, sino que también ayunaban, y fue durante ese tiempo que el Señor se les apareció. Nosotros también debemos ayunar y orar, pero esto debe ser algo espontáneo, no algo forzado. Debemos hacerlo conforme a la dirección del Espíritu Santo. Aquellos que tengan el sentir de ayunar pueden hacerlo juntos. Uno puede orar con otros o hacerlo solo. Asimismo, espero que los ancianos y los colaboradores lleven una mayor parte de esta carga. Ya que esto atañe a la obra del evangelio en todo el Sudeste Asiático, debemos velar aún más.
Le pedimos al Señor que Su Espíritu se mueva entre nosotros de muchas maneras, dándonos una carga y las palabras con las cuales orar. Espero que todos recibamos la carga de orar, abriendo nuestro espíritu al Señor a fin de que el Espíritu Santo pueda encontrar un canal. Por consiguiente, no importa quién usted sea, si recibe inspiración para orar, puede hacerlo de una manera liberada. Sin embargo, nuestra oración debe estar centrada. Debemos pedirle al Señor que gane al hombre, que avive a la iglesia en Manila y avive a todos los que estamos aquí. Esto debe ser el enfoque de nuestra oración. Debemos pedirle al Señor que nos dé un avivamiento auténtico y completo.
Cuando oremos juntos, debemos levantar nuestras voces, pero no debemos extendernos demasiado. Basta con que demos libertad al sentir que está en nuestro interior. Al mismo tiempo, debemos darle al Espíritu Santo completa libertad, y quitar todo estorbo para que nuestro espíritu pueda elevarse.