
Lectura bíblica: Mt. 8:1-3, 5-13; 9:9-17
Mateo es el libro del Nuevo Testamento que aborda específicamente el tema del reino. En casi todos los capítulos de este libro el reino es el tema principal. Por otro lado, el Evangelio de Juan pone énfasis en la vida. Si comparamos estos dos Evangelios, podremos ver que los casos que cada uno de ellos selecciona y presenta son absolutamente diferentes debido a que Juan enfatiza la vida, mientras que Mateo enfatiza el reino. Ninguno de los Evangelios nos relata todo lo que el Señor Jesús hizo mientras estuvo en la tierra. Esto habría sido imposible (Jn. 21:25). Juan nos dice que el Señor Jesús hizo muchas cosas que no están relatadas en su Evangelio. Los casos que allí se relatan sirven para ilustrar que Cristo es vida para la gente y que por medio de la vida Él puede satisfacer todas las necesidades del hombre (20:30-31). Sin embargo, los casos presentados en Mateo no sirven para ilustrar la vida, sino el reino. Mateo, por ejemplo, no menciona a Nicodemo, a la mujer samaritana o la resurrección de Lázaro. Estos relatos se encuentran en Juan porque son excelentes ilustraciones de la manera en que Cristo es vida para los necesitados. Mateo relata otros casos, tales como la limpieza del leproso, que Juan no incluye. Por tanto, los casos relatados en Mateo sirven como ilustración del reino y los casos en Juan sirven como ilustración de la vida divina.
El libro de Mateo no fue escrito según la secuencia histórica de eventos. En otro Evangelio, el de Marcos, se nos narran los eventos de la vida del Señor Jesús siguiendo un orden cronológico. Lo que hace Mateo es agrupar ciertos elementos a fin de presentarnos un cuadro o una revelación particular. El propósito de Mateo no es presentar una secuencia de eventos en orden cronológico. Algunos de los incidentes ocurridos en las postrimerías de la vida del Señor son mencionados por Mateo al principio, mientras que otros eventos ocurridos más temprano él los menciona más tarde. Él hace esto a fin de presentarnos un cuadro. Todo el libro es un cuadro del reino.
El primer aspecto del reino que Mateo nos muestra es la semilla del reino. El capítulo 1 nos presenta no solamente al Rey del reino, sino también la semilla del reino. Sin duda, el Señor Jesús es el Rey; no obstante, este Rey es también la semilla del reino. Afirmar que el Señor Jesús es únicamente el Rey es muy objetivo; tenemos que ver que el Señor Jesús no es solamente el Rey del reino, sino que también es la semilla del reino. Esto es algo subjetivo. Esta semilla es una persona maravillosa que ha sido sembrada en nuestro ser. Como dijimos anteriormente, Cristo es el fruto de muchas generaciones de la humanidad mezcladas con el Dios Triuno. Él es “Jehová-más” y “Dios-más”.
El capítulo 2 continúa mostrándonos quiénes son las personas apropiadas para recibir esta semilla. Luego el capítulo 3 nos presenta los inicios de la predicación del evangelio. El capítulo 4 nos explica qué clase de personas son las que el Señor llama a Su reino. Él no fue a un centro religioso ni al templo para llamar a las personas religiosas. Tampoco llamó a los eruditos ni a los sacerdotes, escribas o intérpretes de la ley. Más bien, Él fue al muelle y llamó a algunos jóvenes que eran simples pescadores. Después de tres años y medio, éstos jóvenes pescadores se convirtieron en las columnas de la primera iglesia local sobre la tierra, la iglesia en Jerusalén.
Después, del capítulo 5 al 7, los llamados por el Señor Jesús le siguieron a la cima del monte. Allí Él les dio una definición de la verdadera vida del reino. En este discurso el Señor Jesús describió la realidad del reino. El capítulo 8, nos presenta el primer caso ilustrativo del reino que se relata en Mateo, comienza después que el Señor descendió del monte. Examinemos ahora este primer caso.
El primer caso es el del leproso que acudió al Señor Jesús pidiéndole ser limpiado (8:1-4). Es muy significativo que éste sea el caso que se menciona primero. Sin duda Mateo lo presenta primero deliberadamente. Según Levítico 13 y 14, la limpieza de un leproso era algo muy complicado, pero en Mateo 8 esto fue llevado a cabo con facilidad: el leproso simplemente vino y le pidió al Señor Jesús que lo limpiara, y Él lo hizo. ¿Qué significa esto? Significa que todos los que participarían en el reino eran leprosos. Ustedes tienen que comprender que son leprosos. Todos somos leprosos. Pero, ¡aleluya!, el Señor Jesús ¡puede edificar Su reino con leprosos que han sido limpiados! Él puede establecer el reino de los cielos con los leprosos que han sido limpiados y en medio de ellos. En otras palabras, Él puede cambiar leprosos en ciudadanos celestiales.
¿No tienen el sentir de que ustedes también son leprosos? No piensen que los que entran al reino de los cielos son personas maravillosas. ¡No! Todas ellas son leprosas. Tiene que comprender que a menos que usted sea un leproso, no tiene parte en el reino de los cielos. El reino de los cielos no llama a los santos, sino a los leprosos. Entender esto verdaderamente nos debe humillar. Todos tenemos que humillarnos y declarar: “Señor Jesús, mi nacimiento natural hace que sea indigno de tu reino, por naturaleza soy un leproso inmundo”.
Nadie excepto el Señor Jesús puede limpiar a los leprosos. Todos somos leprosos, pero hemos sido lavados con Su sangre y Su vida. Según Levítico 14, el lavamiento de la lepra requería de la sangre de un ave, así como de agua. La sangre representa la sangre del Señor Jesús, y el agua representa Su vida. Fuimos lavados con Su sangre y Su vida. En 1 Corintios 6:9-11 se nos dice que las personas inmundas —en cierto sentido podemos llamarlas leprosas— no heredarán el reino. Sin embargo, no olvidemos el “mas” de estos versículos: “Mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados”. Hoy en día, en virtud de la redención del Señor, hemos dejado de ser leprosos y hemos sido hechos ciudadanos del reino celestial. El primer caso relatado por Mateo indica que los ciudadanos del reino de los cielos son leprosos que fueron limpiados.
Ahora abordaremos el segundo caso, el cual tampoco aparece en el Evangelio de Juan. Éste es el caso del centurión romano, un gentil, cuyo criado estaba enfermo (8:5-13). El centurión le pidió al Señor Jesús que interviniera para sanar a su criado. Cuando el Señor Jesús se mostró dispuesto a ir, el centurión dijo: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi esclavo: Haz esto, y lo hace” (vs. 8-9). Esto es muy significativo; nos indica que el centurión reconoció que el Señor Jesús tenía la verdadera autoridad sobre los cielos y la tierra. Este caso en cuanto a la autoridad es hallado en Mateo porque sirve como ilustración del reino. El reino es la autoridad del Señor Jesús. Al final de Mateo, el Señor Jesús dijo: “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mt. 28:18-19). Cuando salimos a predicar el evangelio, tenemos que hacerlo con la autoridad del Señor Jesús. Toda autoridad está en Sus manos.
El caso del centurión sirve como ilustración de la fe. El pueblo del reino tiene que ser un pueblo de fe. Pero ¿qué es la fe? La fe no es fácil de definir. Aunque en Hebreos 11:1 tenemos una definición de lo que es la fe, podríamos leerla varias veces y aun así no entenderla. En palabras sencillas, la fe es la comprensión de lo que el Señor Jesús es. Toda vez que uno aprehende al Señor Jesús de cierta manera, espontáneamente tiene fe como resultado de tal aprehensión. El centurión dijo que no era necesario que el Señor Jesús entrara en su casa, pues aprehendió que Él era la autoridad más elevada y que toda autoridad estaba en Sus manos. Si Él daba la orden, todo estaría bien. Esto es fe y ésta es una ilustración de aprehender lo que el Señor Jesús es.
Las personas que constituyen el reino primero son leprosas y después creyentes. Ser leproso significa ser inmundo; ser un creyente significa ser una persona cuya fe está puesta en el Señor Jesús. Por un lado, somos leprosos; por otro, hemos logrado cierta aprehensión de quién es el Señor Jesús. Tal aprehensión es fe. Algunas personas suelen decir que es muy difícil creer o tener fe. Pero en realidad, una vez que uno tiene la debida aprehensión con respecto a algo, lo difícil es no creer. Aquel que afirma que tener fe es muy difícil, lo dice por que no sabe lo que es la fe. La fe no es más que la aprehensión de alguna realidad. Si uno alguna vez vio o comprendió lo qué es el Señor Jesús, le será difícil no creer en Él. Asimismo, algunos dicen que es fácil tropezar y caer, pero en realidad es difícil caer. ¿Cuántas veces se ha caído usted en los últimos treinta días? Yo no me he caído hace muchos años. En realidad, nos es más fácil permanecer de pie que caer. Si uno se esfuerza por caer, lo encontrará difícil. Del mismo modo, no es difícil tener fe. No acepten tal mentira en cuanto a que creer es difícil. Todos tenemos que declarar: “¡Aleluya! Para nosotros es fácil creer”. Es más fácil creer que no creer. Incluso si los cielos se desvanecieran y la tierra fuera quitada, no podría dejar de creer. ¿Podría usted renunciar a su fe? ¿Podría usted dejar de creer en el Señor Jesús? Si uno intentase renunciar a su fe y procurase dejar de creer en Él, rehusándose a seguir siendo cristiano, descubriría que simplemente no puede hacerlo. ¡Aleluya! Todos tenemos fe.
Los ciudadanos del reino son personas de fe y no personas que están calificadas por su nacimiento natural. Nada que proceda de nuestro nacimiento natural es de valor para el reino. El Señor Jesús dijo que muchos vendrían del Oriente y del Occidente para participar del reino de los cielos, pero que los hijos del reino, los judíos por nacimiento, no tendrían parte en el reino (Mt. 8:11-12). Esto demuestra que la entrada al reino de los cielos no depende de nuestro nacimiento natural. Nadie es apto para entrar en el reino por su nacimiento natural. No importa si, por nacimiento, usted es una persona simpática o áspera, lenta o rápida. Todo cuanto usted tenga por naturaleza no tiene valor alguno en cuanto al reino. Solo tienen que ser personas de fe.
Estos casos sirven como ilustración de algunos principios básicos. El caso del leproso es ilustración de que todos somos inmundos. El caso del centurión sirve como ilustración de la fe e incluye el principio según el cual no somos aptos, o estamos descalificados por nuestro nacimiento natural. Lo único que importa es la fe, la cual no es otra cosa que la aprehensión de lo que el Señor Jesús es. Cuanto más le miremos a Él, más reflexionemos sobre Él y más confiemos en Él, más estaremos en el reino y más llegaremos a ser ciudadanos del reino.
Tanto los leprosos que fueron limpiados y las personas cuyo nacimiento natural hace que no tengan parte en el reino pueden recibir esta cosa maravillosa que llamamos fe. La fe simplemente viene. Es difícil decir cómo viene o de dónde viene. Tal vez, usted y sus compañeros de clase escucharon el mismo mensaje del evangelio; pero ellos no recibieron fe, mientras que usted sí. Una vez que usted la recibe, ya no puede deshacerse de ella. Día tras día lo molestará. Tal vez intente echarla, mas no lo podrá lograr. ¿Cuál es el origen de tal fe? Hechos 13:48 revela que tener fe muestra que fuimos predestinados por Dios. Antes de la fundación del mundo Dios lo predestinó y lo marcó de antemano. Si usted intenta escaparse de esta fe, no podrá hacerlo debido a que usted fue predestinado. No tengo la menor duda de que usted ha sido predestinado. A eso se debe que usted haya creído al oír el mensaje del evangelio. En realidad, usted fue elegido antes de nacer. Incluso si usted intentó renunciar a la fe cristiana, no podría hacerlo debido a que Dios lo eligió antes que naciera. Así pues, usted tiene fe, y tal fe tiene su origen en la predestinación de Dios. Todos tenemos tal fe y somos ciudadanos del reino. Aunque ninguno de nosotros es apto para entrar en el reino en virtud de su nacimiento natural, podemos entrar en él por la fe. Hemos llegado a ser ciudadanos del reino de los cielos por medio de la fe.
El recaudador de impuestos mencionado en el capítulo 9 es otro caso que sirve como otra ilustración del reino. Mateo 9:9 dice que Mateo fue un publicano, un recaudador de impuestos, un judío que recaudaba impuestos para los imperialistas romanos. Tales publicanos eran despreciados por los judíos pues ayudaban a los romanos imperialistas a causarle perjuicio a la nación judía. Mateo era tal clase de persona. En términos espirituales, él era un leproso que fue limpiado. Aunque en su condición natural era un leproso, él recibió fe. La lepra se fue y la fe vino, así que el Señor Jesús fue a tener un banquete con él. El banquete mencionado en el versículo 10, el gran banquete mencionado en Lucas 5:29, fue preparado por Mateo, quien celebró un gran banquete para festejar su ingreso en el reino. Esto ciertamente merecía una celebración, pues un publicano había entrado en el reino. Mientras el Señor Jesús disfrutaba de este banquete, las personas religiosas que tenían tantas reglas se sentían turbadas. Tanto los religiosos antiguos, los discípulos de los fariseos, como los religiosos nuevos, los discípulos de Juan el Bautista, estaban molestos (Mt. 9:11-14). Ellos se molestaron porque el Señor Jesús estaba en un banquete junto con los recaudadores de impuestos y los pecadores. Por tanto, el Señor Jesús les dijo que los que estaban fuertes no tenían necesidad de médico, sino los enfermos. También les dijo que Él deseaba misericordia antes que sacrificio ya que Él no había venido a llamar a justos, sino a pecadores (vs. 10-13).
En aquella ocasión, los discípulos de Juan también le preguntaron al Señor: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos mucho, y Tus discípulos no ayunan?”; a lo cual Él les respondió de una manera maravillosa: “¿Acaso pueden los compañeros del novio tener luto mientras el novio está con ellos?” (vs. 14-15). Un novio siempre es una persona muy placentera. En Su condición de semilla del reino, el Señor Jesús no solamente es el Salvador, el Señor y el Rey, sino que también es el Novio. Él es una persona muy placentera. Cuán extraño sería que las personas ayunasen el día de bodas, especialmente en presencia del novio. Esto sería un insulto y una vergüenza para el novio. En la presencia del novio debemos regocijarnos, y cuanto más nos deleitemos, mayor será la felicidad del novio. Todos tenemos que deleitarnos en el Señor.
El primer caso, el del leproso, representa la limpieza; el segundo caso, el del centurión, nos habla de la fe en contraste con el nacimiento natural; y el tercer caso, el del recaudador de impuestos, representa el deleite de quienes están en el reino. Una vez que somos limpiados y recibimos fe, tenemos que tener un banquete junto al Señor Jesús, quien es el Novio. Tenemos que deleitarnos en Él, la persona más agradable.
El Señor Jesús no solamente es el Novio, sino que Él también es el vestido de bodas (9:16). No podemos celebrar la fiesta de bodas a menos que estemos vestidos con la vestimenta apropiada. Él mismo es nuestra vestimenta nueva. Él también es el vino nuevo que nos llena por dentro (v. 17). Así pues, para nosotros Él es exteriormente el vestido nuevo e interiormente es el vino nuevo. Como el vestido nuevo con el cual estamos revestidos, Cristo es nuestra justicia; y como el vino nuevo que nos llena, Cristo es nuestra vida. Él es nuestro Novio a quien disfrutamos y también es quien nos hace aptos para disfrutarle. Él es el vestido nuevo; Él es nuestra fortaleza nueva, la energía interna que necesitamos para poder apreciarle y disfrutarle. Asimismo, Cristo es el odre nuevo, esto es, la vida apropiada de iglesia, que conserva el vino. Nosotros éramos leprosos, pero fuimos lavados con la sangre y la vida del Señor Jesús. Hemos recibido fe y creemos en Él; ahora estamos en un banquete con Él como nuestro Novio tan agradable.