
Lectura bíblica: Mt. 22:1-14, 15-22, 23-32, 34-40, 41-46
Mateo 22 da continuación a la respuesta dada por el Señor a los principales sacerdotes y ancianos que inquirieron sobre Su origen y autoridad. Él ya les había relatado dos parábolas para responderles, en la primera puso al descubierto que ellos no estaban dispuestos a arrepentirse a fin de entrar en el reino de Dios. En la segunda parábola les reveló que Él era el Hijo de Dios y que, después de haber sido rechazado por ellos, en resurrección Él se convertiría en la piedra angular para el edificio de Dios, en piedra de tropiezo para los judíos incrédulos y en la piedra que desmenuza a todas las naciones gentiles en Su segunda venida.
En el capítulo 22 Él relató otra parábola como respuesta a los principales sacerdotes y los ancianos. Esta vez abordó un último aspecto de lo que Él es. Ésta es la parábola de la fiesta de bodas. En la parábola de la viña, el Señor Jesús no usó la frase introductoria: “El reino de los cielos ha venido a ser semejante a...”, porque estrictamente hablando, en el tiempo de la parábola de la viña, el reino de los cielos todavía no había venido. Él dijo: “Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a una nación que produzca los frutos de él” (21:43). Incluso en la parábola de los dos hijos, donde se describe como los sacerdotes y ancianos rehusaron arrepentirse, el Señor no mencionó el reino de los cielos sino el reino de Dios. “Los recaudadores de impuestos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios” (v. 31). En esas dos parábolas el reino de los cielos todavía no había venido. El reino de los cielos comienza con la parábola de la fiesta de bodas relatada en el capítulo 22.
Esta parábola comienza así: “El reino de los cielos ha venido a ser semejante a un rey que hizo fiesta de bodas para su hijo” (22:2). Es evidente que el hijo aquí es Jesucristo. Por ser el Novio, Él es el centro de la fiesta de bodas. Dios ha preparado una fiesta de bodas en la que Cristo ocupa el lugar central. Según la parábola, Dios envió a Sus esclavos para invitar a las personas al banquete nupcial, lo cual significa que los invitaba a participar en el disfrute del reino. El primer grupo de siervos fueron los que el propio Señor Jesús envió: los doce y los setenta (Lc. 9:1-2; 10:1). Después de esto, Él fue muerto como el novillo y el becerro gordo. Él fue cocinado y preparado para la fiesta de bodas. Después de esta muerte y preparación, o sea, la crucifixión, resurrección y ascensión del Señor, y después de Pentecostés, otro grupo de siervos fue enviado a proclamar el reino y a invitar a las personas a entrar en el disfrute del reino. Pedro y Juan estaban en este grupo de siervos. Algunos de los que recibieron esta invitación estaban muy preocupados con sus campos y negocios, por lo que no le dieron mayor importancia a tal invitación, mientras que otros afrentaron a los esclavos y los mataron. Esto hizo que Dios se enojase y enviase Su ejército para destruir la ciudad. Según nos lo relata la historia, esto ocurrió alrededor del año 70 d. C., cuando el ejército romano bajo las órdenes de Tito destruyó Jerusalén y el templo, cumpliéndose la profecía que dice: “No quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (Mt. 24:2). Toda la ciudad de Jerusalén fue destruida. Entonces, Dios envió aún más esclavos a los caminos; es decir, envió a muchos más esclavos al mundo gentil, a toda la tierra, invitando a la gente a entrar en el disfrute del reino.
Cristo mismo ocupa el lugar central en esta parábola. Los ancianos y los sacerdotes le habían preguntado: “¿Quién te dio esta autoridad?” (21:23). Mediante esta parábola el Señor Jesús declaró que Él era el centro del universo. Él es el Novio a quien Dios el Padre lo designó como Aquel que ocupa el lugar central en la fiesta de bodas universal. Él no solamente es el Hijo de Dios, la piedra angular, la piedra de tropiezo y la piedra que desmenuza a las naciones, sino que también es el Novio en esta fiesta de bodas universal. Él es el centro mismo de la economía de Dios. Éste es el punto central de esta parábola y parte de la respuesta a la pregunta en cuanto a Su autoridad y Su origen. El Señor es el Novio. En una fiesta de bodas, nadie es más importante que el novio. Incluso el padre que preparó la fiesta de bodas no tiene tanta relevancia como el novio mismo. Cristo como el Novio es el centro y enfoque de la economía de Dios. Por tanto, Él lo tiene todo, incluyendo la autoridad y posición. Todos nosotros tenemos que comprender que Cristo es el enfoque y el centro de la economía de Dios para nuestro disfrute.
Hemos sido invitados a la fiesta de bodas. Fuimos llamados y no rechazamos tal llamado. Sin embargo, aunque aceptamos la invitación y hemos venido, esto en sí mismo no significa que seamos aptos para participar de la fiesta de bodas. Después de ser llamados, necesitamos el traje de bodas. ¿Qué es este traje de bodas? En la Biblia, el traje y las vestimentas representan nuestra justicia. En algunos versículos, tales como Lucas 15:22, el traje o vestido representa a Cristo como nuestra justicia. Sin embargo, en Mateo 22:11-12 y en Apocalipsis 19:8 el traje de bodas representa la justicia de los santos en su aspecto práctico. Según Salmos 45, la reina, quien tipifica a la iglesia, posee dos clases de vestimenta. Una representa a Cristo mismo como nuestra justicia, y la otra representa nuestro diario andar en un sentido práctico como el traje con el cual estamos revestidos. Nos vestimos de Cristo cuando fuimos salvos. Cristo, como nuestra justicia, nos hace aptos para ser justificados con miras a nuestra salvación (1 Co. 1:30). Pero después de haber sido salvos y justificados, debemos expresar a Cristo en nuestro vivir como nuestra justicia en su aspecto práctico. Ésta es la vida que vence. Cuando fuimos salvos y justificados nos vestimos de Cristo como nuestra justicia. Debido a que estamos recubiertos de Cristo como nuestra justicia, somos justificados. Sin embargo, una vez justificados tenemos que expresar a Cristo en nuestro vivir. Tenemos que vivir por Cristo a fin de manifestar a Cristo en nuestro vivir; el Cristo que expresemos en nuestro vivir llegará a ser la justicia práctica con la cual estaremos revestidos. Éste es el segundo aspecto de la justicia, el cual no es necesario para ser salvos, pero es el que nos hace aptos para asistir y participar de la fiesta de bodas. La fiesta de bodas se refiere al milenio, los mil años del reino con Cristo (Ap. 20:4-6). La fiesta de bodas de Cristo no durará veinticuatro horas, sino que durará mil años. Únicamente quienes tengan el traje de bodas participarán en esta fiesta de bodas.
Para ser salvos, únicamente necesitamos que Cristo sea nuestra justicia a fin de estar cubiertos en la presencia de Dios. Debemos tener esto en claro. Cristo es nuestra justicia por medio de la cual somos justificados. Sin embargo, no debemos pensar que esto resuelve todos los problemas. Una cosa es ser salvos, y otra muy distinta es ser maduros y estar saturados de Cristo. Tenemos que avanzar a fin de vivir por Cristo, pero no solamente vivir por Él, sino también expresarle en nuestro vivir, manifestarlo. Tenemos que expresar a Cristo al vivir continuamente por Cristo. El Cristo que expresemos de esta manera en nuestro vivir será nuestro traje de bodas; es decir, nuestra justicia en su aspecto práctico. Cuando acudimos a Dios para ser justificados, simplemente tomamos a Cristo como nuestra justicia. Sin embargo, en ese momento únicamente hemos recibido a Cristo, pero aún no lo hemos experimentado. A fin de asistir a la fiesta de bodas, tenemos que experimentar al Cristo que recibimos. Cristo tiene que llegar a ser nuestra experiencia y, cuando llegue a ser nuestra experiencia, Él será la justicia subjetiva y en experiencia nos hará aptos para asistir a la fiesta de bodas.
Mateo 22:14 nos dice: “Muchos son llamados, y pocos escogidos”. Aquí nuevamente vemos dos pasos. Ser llamados es una cosa, mientras que ser escogidos es otra. Ser llamados significa ser salvos. El que seamos escogidos o no, esto es, que seamos aptos para participar de la fiesta de bodas, es algo que está por verse. La cristiandad mayormente predica sobre el llamamiento que ha sido hecho, pero difícilmente dice algo sobre la elección del Señor. Tanto en Mateo 22:14 como en Apocalipsis 17:14 se menciona el asunto de ser llamados y de ser escogidos. No me cabe la menor duda de que todos nosotros fuimos llamados. Sin embargo, hay algo que verdaderamente me preocupa: ¿Cuántas personas de las que han sido llamadas serán escogidas? Fuimos llamados para salvación, pero tenemos que ser escogidos para participar de la fiesta de bodas. Por ejemplo, es probable que todos los estudiantes de una escuela lleguen a graduarse, pero no todos recibirán un premio. Esto no quiere decir que si uno no recibe un premio no podrá graduarse. Uno puede graduarse y, aun así, no recibir un premio. Que participemos o no en la fiesta de bodas milenial en aquel maravilloso día de bodas universal dependerá de una sola cosa: si Cristo es manifestado en nuestro vivir hoy.
Una vez más vemos que Cristo ocupa el lugar central. Muchos dicen ser Cristo céntricos, pero me temo que lo son sólo de una manera muy superficial. Tenemos que ser Cristo céntricos de tal modo que Cristo no solamente sea nuestra justicia por la cual somos salvos, sino que además Él sea manifestado en nuestro vivir como nuestra justicia subjetiva por la cual somos hechos aptos para participar de Su fiesta de bodas. Todos tenemos que aprehender a Cristo y todos necesitamos experimentarlo. Debemos experimentar a Cristo a tal grado que Él llegue a ser nuestro traje de bodas. Sólo así Cristo será nuestra suficiencia, y el Padre reconocerá que somos aptos para participar en la fiesta de bodas.
La parábola de la fiesta de bodas completa la respuesta a la pregunta: “¿Quién te dio esta autoridad?” (Mt. 21:23). Es muy amplio y significativo lo revelado por el Señor Jesús mediante estas parábolas. En efecto, Él estaba diciendo: “Yo soy el Hijo de Dios. En resurrección seré la piedra angular del edificio de Dios. También seré la piedra de tropiezo para los judíos incrédulos así como la piedra que aplastará la totalidad del mundo gentil. Tienen que comprender que Yo soy el Novio universal, el centro mismo de la economía de Dios. No solamente deben recibirme, sino también expresarme en su vivir. Es necesario que me experimenten a tal grado que Yo llegue a ser vuestra justicia subjetiva, que os hará aptos para participar en la fiesta de bodas”.
Aunque el Señor Jesús les habló muy claramente, aquellos insensatos no le entendieron, y los fariseos y herodianos todavía procuraban atraparle en alguna palabra. Los fariseos eran un grupo religioso, mientras que los herodianos eran un grupo político. Estos dos grupos habitualmente peleaban entre ellos, pero en esta ocasión se unieron en su intento de enredar a Cristo en alguna palabra (22:15-21). Las respuestas dadas por el Señor Jesús mediante las parábolas estaban centradas y enfocadas en Él mismo. No obstante, los fariseos y herodianos no escucharon ni una sola palabra en cuanto a Cristo, pues estaban preocupados por sus conceptos y sus pensamientos malignos de persecución. Ellos se consideraban muy hábiles, por lo que concibieron una estratagema para tenderle lazo al Señor Jesús al preguntarle: “Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito pagar tributo a César, o no?”. Su estrategia era la siguiente: si el Señor respondía que sí, entonces los fariseos podrían agarrarlo; pero si Él decía que no, los herodianos podrían agarrarlo. Ellos pensaban que no importaba lo que respondiese, Él sería atrapado en un error. Pero el Señor Jesús era más sabio que estos malvados y deshizo su plan. Los fariseos y los herodianos pensaban ser más sabios que el Señor, pero no sabían que Él es el Creador y que ellos eran simplemente Sus pequeñas criaturas. El Señor Jesús dijo: “Mostradme la moneda del tributo” (v. 19). Ellos le dieron al Señor una moneda y, al hacerlo, perdieron el caso. El Señor Jesús fue muy sabio. No era Él quien tenía ese dinero, sino ellos. Independientemente de que fuera lícito pagar el impuesto o no, por ser ellos los que poseían el dinero, fueron ellos mismos los que fueron atrapados. Todos estamos familiarizados con la respuesta del Señor: “Devolved, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (v. 21). Aunque ellos se habían esforzado tanto por atrapar al Señor en alguna falta, el Señor Jesús pudo escapar fácilmente.
Tenemos que comprender que esto no tiene relación con la religión o la política, sino que está íntegramente relacionado con Cristo. Tenemos que atender a Cristo y no estar preocupados con nuestros propios conceptos. Si estamos preocupados con nuestros propios conceptos, no podremos recibir a Cristo cuando Él nos sea presentado a nosotros. Tenemos que estar vacíos para que Cristo pueda entrar a nuestro ser.
Los que se enfrentaron al Señor Jesús después de ellos, fueron los saduceos, los modernistas antiguos, quienes formularon una pregunta acerca de la resurrección. Ellos le dijeron que había un hombre, casado con una mujer, el cual había muerto sin tener hijos; y en conformidad con la costumbre judía y la ley de Moisés, la mujer entonces se casó con el hermano del difunto (Dt. 25:5-6); pero este también murió sin darle hijos, y lo mismo ocurrió a los siete hermanos. Así que, ellos le preguntaron de cuál de los siete esposos sería la mujer en la resurrección. Los saduceos creían que eran muy inteligentes y estaban seguros de que harían caer al Señor en su trampa. Sin embargo, el Señor les reprendió diciéndoles: “Erráis, por no conocer las Escrituras ni el poder de Dios. Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como los ángeles en el cielo” (Mt. 22:29-30). En aquel día no habrá esposos ni esposas. “Pero respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: ‘Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (vs. 31-32). Puesto que Él es Dios de vivos, ciertamente Abraham, Isaac y Jacob serán resucitados. De no ser así, Dios sería Dios de muertos. Esta respuesta le cerró la boca a los saduceos. ¿Quién podría derrotar al Señor Jesús?
Después de esto, un intérprete de la ley, erudito en la ley de Moisés, estaba seguro que podía derrotar al Señor Jesús y le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?” (v. 36). A esto el Señor Jesús respondió de manera clara y sencilla: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente [...] Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (vs. 37, 39). Ante esta respuesta, aquel intérprete de la ley también se quedó con la boca cerrada.
El Señor Jesús respondió a todas las preguntas, Él calló a los sacerdotes, los ancianos, los fariseos, los herodianos, los saduceos y el intérprete de la ley. Entonces el Señor Jesús les hizo una pregunta: “¿Qué pensáis acerca del Cristo? ¿De quién es hijo?” (v. 42). Era como si el Señor les dijera: “Me han hecho preguntas sobre religión, política, creencias fundamentales y la ley. Pero ustedes han errado el blanco; nada de eso es el tema central. El centro es Cristo; ¿qué piensan acerca de Él? Díganme, ¿de quién será descendiente?”. Ellos tenían algún conocimiento de las Escrituras, así que respondieron prontamente que Cristo es el Hijo de David. El Señor reconoció que su respuesta era correcta, pero entonces les preguntó: “¿Pues cómo David en el espíritu le llama Señor?” (v. 43). En otras palabras, ¿cómo el abuelo podría llamar a su nieto: “Señor”? Una vez más, todos se quedaron mudos.
Reflexionemos sobre esta pregunta. ¿Cómo es posible que el abuelo llame “Señor” a su nieto? Es posible debido a las dos naturalezas de Cristo. Por un lado, Cristo es el Hijo de David; por otro, Él es el Señor de David. Él es un ser humano, un hombre, y de acuerdo con Su naturaleza humana Él es descendiente de David, o sea, es el Hijo de David. Sin embargo, el Señor Jesús no es tan simple. ¡Él es maravilloso! Él no solamente es un ser humano, sino también un Ser divino. Él posee tanto la naturaleza humana como la naturaleza divina. Él es hombre y Dios. Como hombre, Él es el Hijo de David. Como Dios, Él es el Señor de David. Los pobres fariseos y saduceos no veían al Señor Jesús como tal persona maravillosa, que es tanto hombre como Dios. Él es tal persona maravillosa, pues posee humanidad y divinidad.
Pero aún más Cristo nos es revelado en este pasaje de la Palabra. Aquí se nos presenta a Cristo como Aquel que resucitó, ascendió y que viene otra vez. Mateo 22:44 cita Salmos 110 y dice: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a Mi diestra”. Que el Señor Jesús estuviera sentado a la diestra de Dios implicaba que Él había resucitado y ascendido a los cielos. Después, Salmos 110 añade: “Hasta que ponga a Tus enemigos bajo Tus pies” (22:44). Esto hace referencia a Su segunda venida. En la segunda venida de Cristo, Dios pondrá a todos Sus enemigos bajo Sus pies y hará de ellos un estrado para Sus pies. Aquí podemos ver a un Cristo maravilloso: Él posee tanto humanidad como divinidad; Él es Aquel que resucitó, ascendió y viene otra vez. Este Cristo es el centro mismo del propósito de Dios y de la economía de Dios. Sin embargo, muchos cristianos son como aquellos pobres judíos que discutían sobre la religión, la política y la interpretación de la Biblia, atendiendo principalmente a los aspectos secundarios, pero perdiendo de vista lo más importante: Cristo. Ellos pierden de vista a Cristo, quien es hombre y Dios, que fue crucificado, resucitado y ascendido al tercer cielo, y quien ahora está sentado a la diestra de Dios y quien regresará para subyugar a todos Sus enemigos. Este Cristo es el tema central.
El Señor Jesús quiso revelar Su persona a Sus opositores, pero ninguno de ellos pudo ver la visión debido a que estaban llenos de indignación contra de Él. Ellos estaban totalmente preocupados con otras cosas, así que simplemente no podían escuchar ni una sola palabra en cuanto a Cristo como el centro. Hoy en día la situación es la misma. He conocido a un buen número de cristianos muy queridos que están íntegramente preocupados con sus propias cosas y que se sintieron muy perturbados con respecto al recobro del Señor. Cuando conversaban con nosotros, no podían recibir una sola palabra. Ellos tenían absoluta confianza de estar en lo correcto y de que nosotros estábamos equivocados. No mostraron la menor apertura ni dieron cabida alguna a nuestras palabras. Tenemos que ver que en el reino de Dios no hay cabida para la religión, la política o las doctrinas. En el reino solamente hay cabida para Cristo. En la iglesia, en el recobro del Señor y en la realidad del reino hay cabida única y exclusivamente para Cristo.
Si resumimos todos los puntos de este capítulo y el anterior, veremos a Cristo junto con el edificio de Dios. También veremos cuán vanas y superfluas eran las palabras de todos aquellos que se oponían al Señor Jesús. Cristo es el Hijo de Dios, la piedra angular para la edificación de la iglesia, la piedra de tropiezo y la piedra que aplasta. Para la iglesia, Cristo es la piedra angular; para los judíos incrédulos, Él es la piedra de tropiezo; y para el mundo gentil, Él será la piedra que desmenuza. Él es también el Novio, quien ocupa el lugar central en la fiesta de bodas. Además, Él es el elemento mismo del traje de bodas que nos hace aptos para tener parte en la fiesta de bodas. Tenemos que experimentar a este Cristo. Él es tanto Dios como hombre. Él fue crucificado, resucitado y ha ascendido a la diestra de Dios donde está a la espera de que todos Sus enemigos sean subyugados. En todas las iglesias locales lo que necesitamos es simplemente a este Cristo. En la iglesia local Cristo es el centro, el eje, mientras que la iglesia es el aro. El recobro del Señor es Cristo y la iglesia. Esto es el reino. No queremos oír nada acerca de la religión, la política, las doctrinas o la interpretación de las Escrituras. Lo único que nos interesa es Cristo.