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Mensajes del libro «Reino, El»
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CAPÍTULO CUATRO

LA SEMILLA DEL REINO

  Lectura bíblica: Mt. 1:1, 2, 6, 11, 16-18, 20, 21, 23; 2:1-13, 16, 19, 20, 22, 23

  Como ya hemos visto, el reino es Cristo mismo como semilla de vida que se sembró en nuestro ser, que crece, se propaga y madura en nuestro interior hasta que se produzca la cosecha en toda su plenitud. La cosecha en su plenitud es la manifestación del reino.

  En el primer capítulo del Nuevo Testamento tenemos el relato de una Persona maravillosa, Cristo, quien nos es recomendado como semilla del reino. Es necesario que comprendamos más profundamente lo que es esta semilla del reino. Quizás digamos que la semilla del reino es el Señor Jesús, pero es posible que el entendimiento que tengamos con respecto a Él sea todavía bastante superficial.

UN ESPÍRITU DE REVELACIÓN

  Resulta fácil leer la Biblia como palabras en blanco y negro, y también es muy fácil inferir cierto significado o impresión al leerla de esta manera. Sin embargo, una cosa es meramente leer las palabras de la Biblia y otra muy distinta es captar su significado espiritual. Por ejemplo, cuando los fariseos discutieron con el Señor Jesús sobre el divorcio, incluso citando las Escrituras, Él les respondió de una manera distinta. Él les dijo: “Desde el principio no ha sido así” (Mt. 19:8). En otra ocasión, los saduceos discutieron con el Señor Jesús sobre la resurrección. Podríamos decir que ellos eran los “modernistas” de su era, pues no creían en la resurrección. Éstos citaron algunos versículos de la Biblia, y el Señor Jesús también les citó otro (22:23-33). Él les habló del nombre de Dios dado en Éxodo 3:6: “Yo soy [...] el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Si nos limitamos a leer el texto de la Biblia, entenderemos que Dios es el Dios de estos tres: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Incluso estudiantes de primaria podrían leer y captar esto. Pero, con base en este nombre divino, ¡el Señor Jesús pudo revelar algo sobre la vida y la resurrección! Puesto que Dios es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y todos ellos han muerto, y puesto que Dios es el Dios de los vivos y no de los muertos, ¡ciertamente Dios debe ser el Dios de la resurrección! De esta manera, el Señor Jesús también les demostró que todos aquellos santos que murieron serían resucitados. Tal revelación espiritual se halla en el texto bíblico, pero no podemos apreciarla simplemente mediante la letra de la Biblia; se requiere algo más. Necesitamos un espíritu de sabiduría y de revelación (Ef. 1:17).

  En cierto sentido, es fácil leer el primer capítulo de Mateo. En éste encontramos “la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”. No es complicado entender que éstos fueron los antepasados del Señor Jesús y que María era Su madre. ¡Pero lo que más necesitamos con respecto a este capítulo es la revelación! A fin de conocer el reino tenemos que conocer la semilla del reino. ¿Qué es esta semilla? Tal vez digan que es el Señor Jesús; pero ¿qué es Él? No les pregunto quién es el Señor Jesús, sino qué es Él. Necesitamos ver algo que va mucho más allá de una mera respuesta doctrinal. Necesitamos revelación para ver que el Señor Jesús es el fruto de muchas generaciones mezclado con la divinidad. Aquel que es fruto de tal mezcla de muchas generaciones humanas con el Dios Triuno es llamado Jesús y Emanuel (Mt. 1:21, 23).

CUARENTA Y DOS GENERACIONES HUMANAS

  Cuarenta y dos generaciones se hallan incluidas en esta genealogía, las cuales se encuentran divididas en tres grupos de catorce generaciones cada uno. El primer grupo se inicia con Abraham y finaliza con David el hombre. El segundo grupo comienza con David el rey. Así pues, David es contado como dos generaciones: una como el hombre con quien concluye el primer grupo, y otra como el rey que da inicio al segundo grupo. El tercer grupo abarca desde el tiempo del cautiverio hasta el nacimiento de Jesucristo. Estas cuarenta y dos generaciones tienen mucho significado.

  El primer grupo corresponde a seres humanos comunes. Abraham era una persona común al igual que Jacob, e incluso David el hombre. El segundo grupo corresponde a los reyes y representa las generaciones de la realeza. El rey David engendró al rey Salomón, y a su vez, el rey Salomón engendró a otro rey y así sucesivamente. El tercer grupo comprende a todas las generaciones nacidas durante el cautiverio así como a las que retornaron del mismo. Si no hubiesen retornado del cautiverio, habría sido imposible que el Señor Jesús naciese del linaje santo en la ciudad de Belén, pues casi todo el linaje santo había sido dispersado por todo el mundo gentil. Que el pueblo retornase de la cautividad permitió que el Señor Jesús viniera a la tierra por primera vez. La venida del Señor Jesús fue fruto de todas esas generaciones humanas: generaciones de hombres comunes, generaciones de reyes y generaciones de aquellos que fueron llevados cautivos y retornaron del cautiverio.

  ¡El Señor Jesús es maravilloso! Él fue el fruto de Abraham, el verdadero Isaac; quien en figura fue muerto y resucitado; además, se casó con Rebeca, quien tipifica a la iglesia como la novia. El Señor Jesús también fue el fruto de David, esto es, Salomón, quien poseía una sabiduría extraordinaria y quien edificó el templo de Dios.

  Para comprender los primeros diecisiete versículos del Nuevo Testamento, es necesario recibir la revelación completa de todo el Antiguo Testamento, pues esos diecisiete versículos en realidad nos proveen una síntesis de la totalidad del Antiguo Testamento. Si queremos abordar estos versículos es necesario abordar asuntos contenidos desde Génesis hasta Malaquías.

  El Señor Jesús era tal fruto: el fruto de Abraham, el fruto de David e incluso el fruto de una mujer, una virgen. A Abraham se le hizo una promesa en cuanto a su fruto (Gn. 22:18), como también se le hizo a David en cuanto a su fruto (2 S. 7:12-13). Asimismo hubo una promesa en cuanto al fruto de la mujer (Gn. 3:15). Esta simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente. De las cuarenta y dos generaciones, éstas son apenas tres: el fruto de Abraham, Isaac, quien fue muerto y resucitado, y cuyo retorno fue efectuado con el propósito de recibir a la novia; el fruto de David, Salomón, quien poseía sabiduría y pudo llevar a cabo la edificación del templo de Dios; y el fruto de la mujer, Cristo, quien aplastó la cabeza de la serpiente. El Señor Jesús era tal fruto.

LA MEZCLA DEL DIOS TRIUNO

  El Señor Jesús no nació de una manera sencilla, sino de forma muy significativa, ya que Él era el fruto de toda clase de generaciones humanas, desde Abraham, Isaac y Jacob, pasando por los reyes y por los que fueron capturados como también los que retornaron. Sin embargo, éste es apenas uno de los aspectos del Señor Jesús. Otro aspecto es la mezcla con el Dios Triuno. Él no fue solamente fruto de muchas generaciones del linaje humano, sino que además estaba mezclado con el Dios Triuno. Por lo tanto, Él era el fruto de cuarenta y un generaciones del linaje humano mezclado con el Padre Santo, el Hijo Santo y el Espíritu Santo. De acuerdo con la revelación de la Biblia, el Padre está en el Hijo (Jn. 14:11), el Hijo está en el Espíritu (2 Co. 3:17) y el Espíritu es el Dios Triuno que ha sido aplicado a la humanidad mezclada (13:14). Cuando obtenemos al Señor Jesús, lo obtenemos todo. En Él tenemos a Abraham, Isaac, Jacob, José, David, Salomón y María. Obtenemos también al Padre Santo, al Hijo Santo y al Espíritu Santo. Él era el fruto de las cuarenta y un generaciones del linaje humano mezclado con el Dios Triuno. Se necesitará toda la eternidad para que podamos aprehender plenamente este asunto. Únicamente en la eternidad entenderemos plenamente qué es el Señor Jesús.

  El Señor Jesús no es tan bajo ni simple. Él es mucho más que un Salvador que tuvo compasión de los pobres pecadores a quienes salvó del infierno. ¡Él es maravilloso! Debemos orar nuevamente el capítulo 1 de Mateo a la luz de toda la historia del Antiguo Testamento. Entonces veremos lo qué es Él.

JESÚS Y EMANUEL

  Jesús significa “Jehová-más”. Jesús no solamente es Jehová; Él es “Jehová-más”. En el idioma hebreo, el nombre de Jesús está incluido en el nombre de Jehová. Jesús significa “Jehová-más el Salvador” o “Jehová-más la salvación, o la liberación”. Jesús es, pues, “Jehová-más la salvación todo-inclusiva”. Emanuel significa Dios “con nosotros”, lo cual representa otra adición. El Señor Jesús no es solamente Dios, sino que Él es Dios “con nosotros”. En consecuencia, podríamos decirles a nuestros amigos judíos que somos más ricos que ellos. Por un lado tenemos lo que ellos tienen, pero, por otro, ellos no tienen lo que nosotros poseemos. Ellos tienen a Jehová y tienen a Dios, pero nosotros tenemos a “Jehová-más la salvación” y a Dios-más “con nosotros”. Podríamos, entonces, invitarlos a venir y unirse a nosotros; y así ellos podrían ganar todo y no perder nada. Nosotros jamás nos uniremos a ellos, porque tenemos algo más valioso, más elevado, superior y grandioso, esto es, al Señor Jesús. Él es el fruto de todas las generaciones humanas mezcladas con el Dios Triuno, Él es “Jehová-más” y “Dios-más”. A partir de ahora, ustedes ciertamente percibirán un sabor distinto al invocar el nombre del Señor Jesús. Su nombre es tan rico, tan dulce, y Él es rico para con todos los que invocan Su nombre (Ro. 10:12). ¡Aleluya por Jesús! ¡Aleluya por “Jehová-más”! ¡Aleluya por Emanuel! ¡Aleluya por “Dios-más”! “Jehová-más” y “Dios-más” es la semilla que ha sido sembrada en nuestro ser.

DESPUÉS DE LA PRUEBA, EL CUMPLIMIENTO

  Ahora abordaremos el significado del número cuarenta y dos. En la Biblia tenemos el número cuarenta y también el número cuarenta y dos. Según la revelación dada en las Escrituras, entendemos que el número cuarenta representa tribulaciones, padecimientos, pruebas y tentaciones. El número cuarenta aparece en diferentes ocasiones en la Biblia. Fue por un periodo de cuarenta años que el pueblo de Israel permaneció en el desierto donde fue examinado y puesto a prueba por Dios, lo cual produjo mucho sufrimiento. Cuando Moisés estuvo por cuarenta días en el monte, ello fue una prueba para el pueblo de Israel (Éx. 24:18). Hubo un periodo de cuarenta días y cuarenta noches relacionado con Elías (1 R. 19:8), y el propio Señor Jesús fue tentado por cuarenta días (Mt. 4:1-2). Después de Su resurrección, el Señor puso a prueba a Sus discípulos por un periodo de cuarenta días al no realizar ninguna acción que lo vindicase o demostrase que le había sido dada toda autoridad en los cielos y en la tierra. Si yo hubiera estado en el lugar de Pedro, no habría tenido la paciencia necesaria para esperar día tras día, semana tras semana, sin que nada sucediera por treinta y nueve días. Aquellos cuarenta días deben haber sido un verdadero periodo de prueba. Es bastante claro que el número cuarenta significa ser puesto a prueba, pasar por pruebas, tentaciones y padecimientos.

  Obviamente, el número cuarenta y dos está compuesto por cuarenta más dos. El número dos es el número que denota un testigo, un testimonio. El número cuarenta y dos significa que después de ser puesto a prueba por un periodo de tiempo y pasar por dichas pruebas, algo será logrado con miras al cumplimiento del propósito de Dios. ¡Aleluya! Desde el tiempo de Abraham hasta el nacimiento del padre de José transcurrió un periodo de cuarenta generaciones, un periodo de prueba. La promesa hecha a Abraham no se había cumplido, ni tampoco la promesa hecha a David. Ni aun las promesas de tantas cosas buenas para los hijos de Israel se habían cumplido. El paso de todas estas generaciones representó una verdadera prueba.

  Sin embargo, después de dos generaciones más, se llevó a cabo el cumplimiento. ¡El Señor Jesús vino! ¡Él es el Dios encarnado! Él no se encarnó durante la segunda generación del linaje humano, ni tampoco durante la vigésima o la cuadragésima generación. Dios no contó estas generaciones desde Adán, que representa el linaje creado, sino que las contó a partir de los hijos de Abraham, el pueblo de la promesa. Se habían hecho muchas promesas, pero Dios no se encarnó sino hasta la cuadragésima segunda generación, la segunda generación después de un largo periodo de pruebas, tribulaciones e incluso fracasos.

  El relato que abarca desde Abraham hasta Malaquías es, por un lado, un relato de todas las promesas hechas por Dios; pero por otro, es un relato de pruebas, derrotas, desilusiones y fracasos. Ciertamente, nosotros ya nos habríamos dado por vencidos. Habríamos dicho que Dios hizo una serie de promesas a nuestro antepasado Abraham unas cuarenta generaciones atrás, pero que nada había sucedido. Pero ahora, en la cuadragésima segunda generación, Dios mismo se encarnó. La cuadragésima segunda generación es la del Señor Jesús, la generación del cumplimiento de las promesas de Dios y del propósito de Dios, incluso el cumplimiento de todo cuanto Dios se había propuesto hacer. Así pues, cuarenta más dos representa los sufrimientos y las pruebas más el cumplimiento del propósito divino. Después de cuarenta y dos generaciones todo lo relacionado con el propósito de Dios fue cumplido.

  Apocalipsis 12:6 habla de un periodo de cuarenta y dos meses o tres años y medio. Al final de esos cuarenta y dos meses finalizará la gran tribulación. Cuando ésta concluya, el Señor Jesús retornará, lo cual será el cumplimiento del propósito de Dios.

  Las cuarenta y dos generaciones mencionadas en Mateo 1 están divididas en tres grupos. Mateo 1:17 nos dice que desde Abraham hasta David hay catorce generaciones, desde David el rey hasta el inicio del cautiverio hay otras catorce generaciones, y desde el cautiverio hasta el nacimiento de Jesucristo hay un tercer grupo de catorce generaciones. Las primeras catorce generaciones se relacionan principalmente con Dios el Padre; el segundo grupo, las generaciones de la realeza, obviamente guardan relación con Dios el Hijo, el Rey; y el tercer grupo, que incluye muchos padecimientos y experiencias, se relaciona con el Espíritu Santo. Por tanto, la Trinidad está implícita en estas cuarenta y dos generaciones, y el resultado, el fruto, de todas estas generaciones es el Señor Jesús, la cuadragésima segunda generación. Él es el fruto todo-inclusivo de estas generaciones mezcladas con el Padre, el Hijo y el Espíritu. Por tanto, Su nombre es “Jehová-más” y “Dios-más”. Para ver esto necesitamos un espíritu de sabiduría y de revelación. ¡Cuán maravilloso es nuestro Señor Jesús! Nuestro vocabulario humano es inadecuado para describirlo. Él es el fruto de todas las generaciones del pueblo prometido mezclado con el Dios Triuno, para ser “Jehová-más” y “Dios-más”.

LA SEMILLA TODO-INCLUSIVA

  Esta persona maravillosa es la semilla. En esta semilla están la muerte y la resurrección, el recibimiento de la novia, la sabiduría, la edificación de la casa de Dios y el aplastamiento de la cabeza de la serpiente. En esta semilla está el hecho de que pasó por todas las pruebas, tentaciones y padecimientos, así como, finalmente, que llegó a la meta. En esta semilla se halla tanto el elemento humano como el divino, la humanidad y la divinidad. Abraham e Isaac están incluidos, lo mismo que David y Salomón. El Padre Santo, el Hijo Santo y el Espíritu Santo están todos incluidos en esta semilla. ¡Esta pequeña semilla es esta Persona maravillosa todo-inclusiva! ¡Cuán maravilloso es este Jesús en quien hemos creído! Este Jesús, esta persona maravillosa, es la semilla del reino. El Nuevo Testamento es un libro que trata sobre el reino, y el primer libro nos presenta al Señor Jesús como la semilla. Esta semilla es llamada “Jehová-más” y “Dios-más”.

LA SEMILLA ES EL REY

Aceptado por los gentiles

  El capítulo 2 nos muestra que esta semilla del reino es el Rey. El Señor Jesús fue aceptado por los gentiles quienes no tenían religión, ni conocimiento bíblico, ni seguían formas religiosas, ni doctrinas, ni enseñanzas (vs. 1-2). Fue esta gente sencilla la que aceptó al Señor como Rey. Ellos no conocían la Biblia. Fue a esta clase de gente — las personas sencillas sin conocimiento bíblico o conceptos religiosos, que no sabían ni siquiera cómo adorar a Dios y servirle— a quienes les fue revelada esta Persona maravillosa. Él les fue revelado a ellos, y ellos simplemente lo aceptaron.

Descuidado por la religión

  Las personas religiosas, por el contrario, descuidaron al Señor Jesús. Los sumos sacerdotes y los escribas ocupaban las posiciones más altas entre las personas religiosas. Éstas poseían un gran conocimiento e incluso habían estudiado las Escrituras al punto de saber dónde nacería el Cristo. Pero a ninguno de ellos les importaba Cristo. Cuando recibieron las noticias de Su nacimiento, ninguno fue a verlo a Belén. Solamente se limitaron a discutir en torno a Miqueas 5:2; así pues, debido a su indiferencia, ellos descuidaron al Señor Jesús.

  Hoy en día, muchos religiosos actúan de la misma forma. En la mayoría de los casos, después de hablar sobre Jesús en sus cultos, estas personas religiosas siguen viviendo por su cuenta: algunos se van a pescar, otros participan en juegos de azar o procuran los placeres mundanos. Cuando uno de mis compañeros de universidad se hizo cristiano, él y otros estudiantes comenzaron a tener comunión en su hogar los domingos por la noche. Después de lo que ellos llamaban comunión, simplemente volteaban el mantel de la mesa, e iniciaban sus juegos de azar. Hoy en día, muchos cristianos hablan sobre el Señor Jesús, pero muy pocos muestran verdadero interés por conocerle. Su Jesús pertenece únicamente a las catedrales, al púlpito o al altar. Una vez que finalizan sus cultos religiosos, ellos hacen lo que les gusta. Si uno fuera y entrara a sus maravillosas catedrales a decirles lo qué es verdaderamente el Señor Jesús, ciertamente se ofenderían. Dirían que uno enseña herejías, porque jamás escucharon tales enseñanzas de parte de sus sacerdotes o pastores. Por tanto, Mateo 2 nos muestra quiénes son las personas apropiadas para recibir la semilla del reino: no son las personas religiosas poseedoras de conocimiento bíblico, sino las personas sencillas que pueden recibir la visión celestial y a quienes la estrella celestial puede aparecérseles.

Perseguido por los políticos

  Esta maravillosa semilla no solamente fue rechazada por la religión, sino que también fue perseguida por los políticos. Cuando el rey Herodes supo de Su nacimiento, se sintió muy perturbado. Él persiguió al Señor Jesús, al punto de sacrificar muchas vidas tiernas mediante esta persecución (Mt. 2:16).

  Es imprescindible recibir revelación para entender la Biblia. En las primeras páginas del Nuevo Testamento vemos cuán maravilloso es el Señor Jesús en Su condición de semilla de vida que produce el reino. El capítulo 2 nos presenta el tipo de personas apropiadas para aceptar al Señor Jesús; no son los religiosos ni los políticos, sino los que son sencillos, las personas comunes sin mucho conocimiento bíblico ni ambiciones políticas. Si usted sueña con llegar a ser una persona influyente en los círculos políticos, entonces, no tiene nada que ver con el Señor Jesús; de hecho, tarde o temprano será uno de sus perseguidores.

  Tenemos que ser personas sencillas que cuentan con una estrella celestial. Tal vez no sepamos nada de la profecía que se encuentra en Miqueas 5:2, pero contamos con “la estrella celestial”, la dirección viviente de Aquel que vive en nosotros. ¡Esto es maravilloso! ¿Qué debemos hacer? Simplemente debemos entregarle todo a Él y disponernos a tomar otro camino (Mt. 2:12). Esto quiere decir que jamás podremos ser los mismos. Todo aquel que sea lo suficientemente sencillo como para seguir a la estrella celestial y aceptar al Señor Jesús ciertamente tomará otro camino. Después de leer estas páginas, muchos de ustedes estarán dispuestos a tomar un camino distinto. Ya no podrán ser políticos ni religiosos, sino que serán personas sencillas que cuentan con una estrella celestial; serán personas que toman otro camino. Éstas son las personas del reino. Éstas son las personas que aceptan a Cristo. Cristo es aceptado únicamente por tal clase de personas. En Mateo 2 vemos tres clases de personas: los paganos que son sencillos, los religiosos y los líderes políticos. ¡Seamos aquellas personas sencillas que pueden recibir a Cristo!

EL HUMILDE NAZARENO

  Mateo 2 nos revela que esta Persona maravillosa puede ser aceptada y recibida únicamente por las personas sencillas que son completamente desligadas de la religión o la política. Los fanáticos religiosos descuidan a Jesús; los políticos le rechazan y le persiguen; pero los sencillos le reciben. Al final, esta Persona maravillosa se convirtió en un humilde nazareno (v. 23). Al final del capítulo 1, Él es llamado Emanuel; al final del capítulo 2 es llamado un nazareno, que significa humilde, menospreciado y sin fama. Nuestro Emanuel es un nazareno. Para el mundo, para los políticos y para los religiosos, el Señor Jesús es el nazareno; pero para nosotros, Él es “Jehová-más” y “Dios-más”.

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