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Mensajes del libro «Reino, El»
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CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE

EL EJERCICIO DEL REINO

  Lectura bíblica: 1 Co. 3:12-15; Lc. 12:42-47; Mt. 24:37-51; 25:1-13; Hch. 14:22; Jn. 3:5; 1 Co. 5:1, 5; 6:9-10; Ef. 5:3-5; Gá. 5:19-21; 2 Ts. 1:5; 1 Co. 9:24-27; Fil. 3:13-15; 2 Ti. 4:1, 6-8, 18

LA VIDA ETERNA DE DIOS CUMPLE LOS REQUISITOS DEL REINO

  Como dijimos en un capítulo anterior, la primera predicación del evangelio, realizada tanto por Juan el Bautista como por el Señor Jesús, fue acerca del reino de los cielos. A causa de nuestros conceptos naturales, somos propensos a considerar que el primer punto del evangelio del Nuevo Testamento es el perdón de pecados y que su segundo es la vida eterna. Por el lado negativo, nuestros pecados han sido perdonados; por el lado positivo, tenemos la vida eterna. Pero el hecho es que la primera palabra del evangelio del Nuevo Testamento es arrepentirse por causa del reino de los cielos (Mt. 3:2; 4:17). Necesitamos el perdón de pecados a fin de obtener la vida eterna, así como tenemos necesidad de la vida eterna a fin de poder sujetarnos al gobierno celestial. El reino es lo que requiere el evangelio, y la vida es el suplir del evangelio. Lo que el evangelio demanda de nosotros también nos lo suministra. El evangelio nos exige ser gobernados y regidos por los cielos. El evangelio también nos suministra la vida divina para que cumplamos con las exigencias del reino.

  Por ser cristianos nacidos de lo alto, no debiéramos tener necesidad de que ninguna clase de gobierno terrenal nos rija, pues ya somos regidos por el gobierno celestial. Éste es el verdadero significado del reino de los cielos. El reino es sencillamente el requisito del evangelio, el cual no solamente nos exige ser libres del pecado, sino que además requiere que seamos controlados y regidos por el gobierno celestial.

  Si hemos de cumplir con los requisitos de una norma tan elevada, debemos tener una vida que esté en un nivel igualmente elevado. De otro modo, nos será imposible conformarnos a un estándar tan elevado. Únicamente la vida divina es capaz de conformarse a un estándar tan elevado. Únicamente la vida divina puede satisfacer las exigencias del gobierno celestial. El reino es el requisito del evangelio del Nuevo Testamento, y la vida eterna, la cual es Cristo mismo, es el suministro. La vida divina puede satisfacer las exigencias del reino. Una vez que vemos el reino, vemos cuán elevado es el estándar que nos exige el evangelio. Después de ser salvos, en nuestro ser tenemos una exigencia celestial que nos demanda vivir en un nivel elevado. Podremos alcanzar este nivel, únicamente por el suministro de la vida divina.

LA SABIDURÍA Y LA JUSTICIA DE DIOS

  El reino también guarda relación con la sabiduría y la justicia de Dios. El reino es evidencia tanto de la sabiduría como de la justicia de Dios. Sin el reino, la sabiduría y la justicia de Dios no podrían comprobarse en su máxima dimensión. Además, sin la verdad con respecto al reino, sería muy difícil resolver el conflicto generado por el debate entre la escuela calvinista y la escuela arminiana. Los calvinistas enfatizan la seguridad eterna de nuestra salvación, mientras que los arminianos afirman que es posible perder la salvación. A lo largo de muchas generaciones ambas escuelas han disputado y debatido entre sí, y ambas tienen sus argumentos. La escuela calvinista puede citar muchos pasajes de la Biblia que prueban la seguridad eterna de la salvación; pero la escuela arminiana también cita pasajes como Hebreos 6 y 10 que parecen indicar que una persona, después de ser salva, podría caer y estar perdida nuevamente. Sin la verdad concerniente al reino, estos dos extremos jamás podrían ser reconciliados.

  Indudablemente, una vez salvos, lo somos para siempre. Nuestra salvación nos ha sido asegurada por la eternidad. Pero por otro lado, además de la salvación efectuada por Dios, está la sabiduría de Dios. Tenemos la verdad en cuanto al reino. Además de la salvación está el asunto del reino. Hoy en día el reino representa para nosotros un ejercicio. Después que fuimos salvos, Dios puso delante de nosotros el reino como una práctica en la que debemos ejercitarnos. En cierto sentido hemos nacido en el hogar de Dios; pero nos debemos ejercitar en el reino de Dios. Mientras que el hogar es un lugar propicio para nacer y deleitarse, el reino es un lugar para hacer ejercicio y tomar responsabilidad. Después que hemos sido regenerados, tenemos que ejercitarnos. El hogar es el lugar donde disfrutamos de la gracia, pero el reino es el lugar donde ejercemos ciertas responsabilidades. No debemos tomar lo uno y descuidar lo otro. Tenemos que recibir la gracia, y también tenemos que tomar la responsabilidad. Disfrutamos del hogar y somos partícipes del mismo al ser partícipes de la gracia. Somos partícipes del reino al ejercitarnos en asumir responsabilidades. En la actualidad, en la era de la iglesia, el reino es un ejercicio para nosotros. En la era venidera, el milenio, el reino será una recompensa para nosotros. Si nos ejercitamos debidamente en nuestras responsabilidades hoy, el Señor nos recompensará en aquel día; de lo contrario, perderemos la recompensa del reino. Por este medio se hace patente la sabiduría de Dios y se mantiene la justicia de Dios.

EL REINO COMO EJERCICIO

  Ahora debemos leer ciertos pasajes de la Biblia donde se nos explica que además de la salvación está el ejercicio del reino. En 1 Corintios 3:12-15 se nos dice: “Y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, hierba, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego es revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego mismo la probará. Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno es consumida, él sufrirá pérdida, pero él mismo será salvo, aunque así como pasado por fuego”. En estos pocos versículos se nos explica claramente que si cumplimos en ejercitarnos apropiadamente, recibiremos una recompensa; pero si no lo hacemos, sufriremos pérdida. Esto no quiere decir que perderemos nuestra salvación, sino que sufriremos pérdida. Tanto recibir la recompensa como sufrir pérdida son adicionales a la salvación. Una vez que hemos recibido la salvación, es nuestra por la eternidad. Pero además de la salvación debemos considerar este asunto de recibir la recompensa o sufrir pérdida. Tenemos que darnos cuenta, que después de haber sido salvos, fuimos puestos en el reino a fin de ejercitarnos. Debido a que nacimos de nuevo, tenemos que estar sujetos al control del reino celestial, sujetos al regir y al gobierno celestiales. Es por este ejercicio que habrá recompensa o pérdida. Con respecto a nuestra salvación, ya no tenemos ningún problema; pero si hay un problema con respecto a este ejercicio.

UN MAYORDOMO FIEL Y PRUDENTE

  Leamos ahora Lucas 12:42-47: “Y dijo el Señor: ¿Quién es, pues, el mayordomo fiel y prudente al cual el señor pondrá sobre su servidumbre, para que a tiempo les dé su ración? Bienaventurado aquel esclavo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. En verdad os digo que le pondrá sobre todos sus bienes. Mas si aquel esclavo dice en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comienza a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, vendrá el señor de aquel esclavo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le separará, y pondrá su parte con los incrédulos. Aquel esclavo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes”. Si el mayordomo es fiel, cuando el Señor regrese lo pondrá sobre todo lo que tiene; pero si no lo es, será separado y puesto con los incrédulos. Por favor noten que hay dos posibilidades para el mismo mayordomo, pues ambas son referidas a la misma persona. Éste es un asunto relacionado con el reino como recompensa. Actualmente estamos en el reino para ser gobernados, pero en la era venidera estaremos en el reino para gobernar. Hoy en día el reino es un ejercicio, pero en la próxima, la era de la manifestación del reino, será una recompensa. Primero tenemos que ser gobernados y después podremos gobernar. Si jamás hemos sido gobernados, nunca podremos gobernar. En esta era tenemos que ejercitarnos a fin de ser aptos para reinar en la era siguiente. La presente era es la era en la que el Señor hará que Sus hijos se ejerciten a fin de prepararlos para ser Sus reyes. Todos necesitamos tal preparación. Como mayordomos, tenemos que aprender a cómo cuidar de la casa del Señor, Su familia. Es menester que aprendamos cómo ejercitarnos para poder ser reyes y gobernar. Entonces cuando el Señor regrese, podremos ser designados para gobernar en el reino. En ese tiempo, la manifestación del reino de los cielos será una recompensa para nosotros.

  Hay dos posibilidades para el mismo siervo. La primera posibilidad es que el siervo sea fiel y sea designado para administrar todo cuanto su señor tiene. La segunda posibilidad es que el siervo sea perezoso y sea castigado por su señor. Algunos cristianos tienen el concepto errado y piensan que éstos son dos siervos distintos. Ellos piensan que uno es un siervo verdadero, mientras que el otro es un siervo falso. Pero si leemos detalladamente podremos ver que no se trata de dos siervos distintos, sino que se trata de un mismo siervo con dos posibilidades diferentes. En lugar de ser fiel, es posible que el mayordomo dispute con los hermanos y hermanas al punto de golpearlos. Cuando su señor venga, ciertamente lo separará y pondrá su porción con los hipócritas. Es cierto que él es un creyente, pero en aquel tiempo sufrirá como un incrédulo. Esto no quiere decir que perderá su salvación, sino que sufrirá cierta pérdida. Cuando el Señor regrese, este esclavo será azotado. Algunos cristianos aducen que cuando el Señor regrese todos nosotros sencillamente seremos resucitados y llevados a lo alto para estar con Él. Ellos no pueden imaginarse que el Señor podría castigar a algún creyente. No soy yo el que digo que el señor azotará a su siervo, sino que es la Biblia la que lo afirma.

  Es necesario que veamos claramente varios puntos. Ciertamente este mayordomo es salvo, pues una vez que uno es salvo jamás podrá perderse. Pero, a causa de su infidelidad, este mayordomo será azotado por su señor. El señor recompensará al siervo fiel y castigará al infiel.

CUATRO DISPENSACIONES EN RELACIÓN CON EL TRATO DEL SEÑOR

  Debemos saber que hay cuatro dispensaciones o eras en las cuales el Señor lleva a cabo Su obra. Hubo una era que abarcó desde Adán hasta Moisés (Ro. 5:14); luego, otra era abarcó desde Moisés hasta Cristo (Jn. 1:17); después está la era de la iglesia; y otra era será la era del milenio. La última de estas cuatro, el milenio, será una era de restauración, no una era de perfección. Esto quiere decir que incluso esa cuarta era continuará siendo una era en la que el Señor aplicará Su disciplina dispensacional, una era en la que el Señor llevará algo a cabo. Durante el tiempo del milenio, todavía persistirá cierta medida de maldición sobre la tierra. Algunos morirán, e incluso al final del milenio las naciones se rebelarán contra Dios. Esto demuestra que el milenio no es la era de perfección, sino una era de restauración. La disciplina que el Señor dispensa a Sus creyentes ocurre principalmente en dos eras: la era de la iglesia y la del milenio. Si estamos dispuestos a recibir la disciplina completa del Señor en esta era, disfrutaremos de la recompensa en la era siguiente. Pero si no estamos dispuestos a recibir el trato del Señor en toda su plenitud en esta era, Él todavía deberá disciplinarnos cuando regrese. En un momento u otro tendremos que ser disciplinados, ya sea en esta era o en la siguiente. Pero hay una gran diferencia; si estamos dispuestos a recibir la disciplina del Señor en esta era, seremos recompensados. De lo contrario, en la era siguiente seremos castigados. De cualquier modo, seremos disciplinados por el Señor.

  ¿Por qué tendrá el Señor que disciplinarnos aún en la era siguiente? Es debido a que somos Su cosecha, Su mies. Por ser Su mies, debemos estar listos para ser cosechados; de otro modo, el labrador no podría recibirnos en su granero. Si no estamos listos para ser cosechados en esta era, el Señor hará que maduremos en la era siguiente. Si no hemos madurado en esta era cuando el Señor regrese, Él hará que maduremos en la era siguiente. Que la mies tenga que madurar es un principio inalterable. Tenemos que madurar. Por ser la mies del Señor, tenemos que madurar y estar listos. Si estamos dispuestos a madurar en esta era hasta estar listos, el Señor nos recompensará por ello. Si no estamos dispuestos a madurar hasta estar listos en esta era, el Señor hará que maduremos y estemos listos para ser cosechados en la era siguiente, pero sufriremos.

  En la actualidad muchos cristianos piensan erróneamente que una vez que mueran todo estará bien. ¡Esto jamás podría ser así! Incluso después que morimos cualquier problema pendiente que tengamos con el Señor permanecerá. Si no estamos listos y maduros antes de morir, permaneceremos en la misma condición después de haber muerto. Entonces, cuando el Señor Jesús regrese y seamos resucitados, Él nos dirá que no estamos listos y que debemos pagar el precio requerido para madurar y estar listos. Este principio es bastante lógico. Por un lado coincide con lo que el Calvinismo enseña en el sentido de que somos salvos eternamente; por otro lado corrige el arminianismo al dejar establecido el hecho de que no podemos perdernos nuevamente pero sí podríamos padecer cierto castigo. Cuando el Señor retorne, los creyentes inmaduros no se perderán, pero padecerán cierta clase de castigo. Si no vivimos en la realidad del reino de los cielos hoy, bajo el control del gobierno celestial, no podremos entrar en la manifestación del reino de los cielos en la era siguiente como una recompensa. Si deseamos entrar en la manifestación del reino en la era siguiente, tenemos que vivir en la realidad del reino de los cielos hoy. En otras palabras, si hemos de gobernar en la era siguiente, debemos ser gobernados en esta era. Tenemos que ejercitarnos en lo referido al reino a fin de poder entrar en el mismo para reinar.

  El reino es lo requerido por el evangelio, y la vida divina que recibimos cuando fuimos regenerados es el suministro para cumplir con ese requisito. Convertirse en un cristiano no es un asunto superficial ni algo que pueda tomarse a la ligera; más bien es algo muy serio. Fuimos salvos y nacimos en una familia celestial, una familia de la realeza. Por tanto, tenemos que ejercitarnos de una manera celestial, y ser regidos y gobernados por un régimen celestial, a fin de ser aptos para llegar a ser los reyes celestiales en la era siguiente.

EL EJERCICIO EN EL NUEVO TESTAMENTO

  Muchos versículos en el Nuevo Testamento nos muestran la necesidad de que nos ejercitemos por causa del reino. Hechos 14:22 dice: “Confirmando las almas de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”. Al comparar este versículo con Juan 3:5 podremos percatarnos de una gran diferencia. Juan 3:5 simplemente nos dice que por medio de nacer del agua y del Espíritu entramos en el reino de Dios. De acuerdo con Juan, entrar en el reino consiste en experimentar otro nacimiento. Pero Hechos 14 nos dice que tenemos que padecer muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. Estos dos versículos nos muestran dos aspectos. Una cosa es entrar en el reino de Dios, y otra muy distinta es entrar en el reino para recibir su herencia. Si hemos de heredar el reino de Dios, será menester que padezcamos tribulaciones. Tenemos que ser probados y debemos ejercitarnos.

  Podemos ver este mismo principio en 1 Corintios 5 y 6. En el capítulo 5 se da a entender que un hermano que había cometido un terrible pecado de fornicación todavía sería salvo. Incluso un creyente tan pecador y derrotado como aquél será salvo. Pero en el capítulo 6 se nos dice que los fornicarios no heredarán el reino de Dios. Esto significa que aquel creyente fornicario no podrá disfrutar ni heredar el reino de los cielos como recompensa.

  Leamos ahora Efesios 5:3-5: “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni obscenidades, ni palabras necias, o bufonerías maliciosas, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque entendéis esto, sabiendo que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”. El reino de Cristo y de Dios forma parte del reino de Dios, el cual es el reino de los cielos. En su totalidad es el reino de Dios, pero en lo particular es el reino de los cielos. En el reino de Dios y de Cristo no hay herencia alguna para aquel que es pecaminoso. Si usted todavía se encuentra sumido en la inmundicia y pecaminosidad, pese a que es un santo, una persona salva, no tendrá herencia en el reino de Dios y de Cristo.

  En Gálatas 5:19-21 se nos dice: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, contiendas, celos, iras, disensiones, divisiones, sectas, envidias, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas; acerca de las cuales os prevengo, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Por tanto, tres pasajes de la Biblia: 1 Corintios 6, Efesios 5 y Gálatas 5, nos dicen básicamente lo mismo: es posible que usted sea salvo, pero si todavía vive en pecado e inmundicia, no heredará el reino de Dios. Usted no tendrá parte en la manifestación del reino de los cielos, porque sencillamente no es apto para ello.

  En 2 Tesalonicenses 1:5 dice: “Esto da muestra evidente del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo padecéis”. Este versículo da a entender que padecer persecución hace que uno sea digno del reino de Dios; puede hacernos aptos para heredar el reino de Dios.

  Leamos también 2 Timoteo 4:18, 7-8, 1: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me salvará para Su reino celestial. A Él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén [...] He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Y desde ahora me está guardada la corona de justicia, con la cual me recompensará el Señor, Juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman Su manifestación [...] Delante de Dios y de Cristo Jesús, que juzgará a los vivos y a los muertos, te encargo solemnemente por Su manifestación y por Su reino”. Estos versículos, escritos cerca del final de la vida de Pablo, indican que él tenía la certeza de estar en el reino celestial debido a que había peleado la buena batalla, había corrido bien la carrera y había guardado la fe.

EL EJEMPLO DEL APÓSTOL PABLO

  Tenemos la certeza de que somos eternamente salvos; pero el problema estriba en si podremos tener parte en la manifestación del reino o no. A manera de conclusión debemos considerar la historia del apóstol Pablo. Primero leamos 1 Corintios 9:24-27: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos corren, pero uno solo recibe el premio? Corred así, para ganar. Todo aquel que compite en los juegos, en todo ejerce dominio propio; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera lucho en el pugilato, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado”. Ciertamente Pablo tenía la certeza de ser salvo. Sin embargo, él afirmó categóricamente que corría la carrera. En los tiempos de Pablo se llevaban a cabo los juegos olímpicos griegos, en los cuales se corría para recibir un premio. Pablo tomó esto como ejemplo al afirmar que él también corría una carrera a fin de recibir un premio.

  En Filipenses 3:13-15 se nos dice: “Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya asido; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús. Así que, todos los que hemos alcanzado madurez, pensemos de este modo; y si en algo tenéis un sentir diverso, esto también os lo revelará Dios”. En el tiempo en que Pablo escribió a los filipenses él ya era un anciano y había estado con el Señor por muchos años, pero aun así no tenía la certeza de haber llegado a la meta. Únicamente cuando escribió 2 Timoteo, cuando estaba cerca de morir como mártir, pudo tener la certeza de que había llegado a la meta. Esto no quiere decir que él no estaba seguro de ser salvo, sino que no estaba seguro de haber obtenido el galardón de la manifestación del reino. Cuando escribió 2 Timoteo él tenía la seguridad de que le esperaba la corona de justicia, esto es, la corona que lo constituiría en un rey. Esto quiere decir que cuando el Señor regrese, Pablo será recompensado con la manifestación del reino de los cielos. Es imprescindible que tengamos esto en claro: una cosa es ser salvo, y otra muy distinta es ejercitarse en el reino. Hoy en día necesitamos ejercitarnos a fin de que mañana podamos ser recompensados.

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