
Lectura bíblica: Mt. 5:1-2, 3, 8, 10, 20, 45a, 48; 6:10, 33; 7:16-18, 21-23; 19:7-8, 10; 1 P. 3:4
En Mateo 4, un grupo de personas fueron atraídas al Señor Jesús, y en el capítulo 5 vemos que Él llevó a estas personas a un monte alto (v. 1). Ellos le habían seguido, pero todavía era necesario que Él entrase en ellos. El hecho de que Él los hubiera llevado a un monte alto es muy significativo. Cuando tenemos que reflexionar sobre asuntos importantes, a veces es bueno dejarlo todo y subir a un monte, a un nivel más elevado. Esto es lo que el Señor hizo con Sus discípulos. En aquel monte, Él les mostró de qué manera podría entrar en ellos.
Es relativamente fácil sembrar una semilla en la tierra porque ésta no tiene voluntad propia; ni tiene sus propios deseos, conceptos, pensamientos o ideas. Debido a que la tierra está desprovista de vida, es bien fácil sembrar una semilla en ella. Sin embargo, no es fácil para el Señor Jesús sembrarse en nuestro ser debido a que no somos tan sencillos; más bien, somos bastante complicados, y tenemos principalmente dos problemas: el primero se relaciona con nuestro espíritu, la parte más profunda de nuestro ser; el segundo concierne a nuestro corazón, el cual rodea o envuelve nuestro espíritu. Si leemos cuidadosamente el Nuevo Testamento y reunimos todas las piezas del rompecabezas, contemplaremos un cuadro bastante claro que nos muestra que nuestro corazón rodea nuestro espíritu. El espíritu se halla en el centro del corazón. Nuestro corazón es bastante complejo, pues está compuesto por nuestra mente, el órgano que piensa; nuestra parte emotiva, el órgano que ama; nuestra voluntad, el órgano que toma decisiones; y nuestra conciencia. Nuestro espíritu escondido dentro de nuestro corazón incluso es llamado el “hombre interior escondido en el corazón” (1 P. 3:4). Para que Cristo se siembre en nuestro ser, Él primero tiene que entrar en nuestro espíritu y, de allí, propagarse a todas las partes de nuestro corazón. De este modo, Él tomará plena posesión de nuestro ser. Así pues, Cristo no solamente se sembrará en nuestro espíritu, sino que también crecerá dentro de nuestras partes internas: nuestra mente, voluntad, parte emotiva y consciencia. Entonces, todo nuestro ser interior estará lleno de Él.
Debido a que nuestro espíritu es un problema, el Señor Jesús nos dijo claramente que tenemos que ser pobres en espíritu a fin de seguirle y permitirle sembrarse en nuestro ser (Mt. 5:3). Ser pobres en espíritu simplemente significa estar vacíos en nuestro espíritu, o sea, sin tener ninguna preocupación en nuestro espíritu. Cuando el Señor Jesús vino a los judíos, sus espíritus se encontraban llenos de muchas otras cosas. Ellos tenían la Palabra santa, el templo, el altar, los rituales santos con la liturgia, así como el sacerdocio santo encargado del servicio a Dios. Ellos pensaban que conocían a Dios debido a su asociación con todas las cosas religiosas. Pensaban haber sido debidamente adiestrados en el conocimiento de Dios desde sus antepasados y que habían heredado muchas tradiciones, que para ellos eran de gran valor. Por lo cual, cuando el Señor Jesús vino a ellos, sus espíritus se encontraban llenos de todas las doctrinas y tradiciones del judaísmo. Estaban llenos de todo aquello que consideraban un tesoro, al grado que nada del Señor Jesús podía entrar en ellos.
Asimismo, hoy en día una gran cantidad de cristianos tienen sus espíritus llenos y preocupados. Aun cuando ellos no sepan lo qué es el espíritu humano e, incluso, de que tengan uno; su espíritu se encuentra preocupado. Los cristianos de hoy cuentan con el Antiguo y Nuevo Testamentos. Muchos de ellos saben algo sobre Génesis, Éxodo, Salmos, Mateo, Juan y Hechos. También saben algo acerca de la justificación por la fe, presentada en Romanos, y sobre los diez cuernos mencionados en Apocalipsis. Ellos conocen el texto de la Biblia, pero tienen poca revelación en cuanto al significado espiritual de dicho texto debido a que su espíritu está lleno de otras cosas. Debido a que ellos ya están llenos, nada del Señor Jesús puede entrar en ellos, pues no son pobres en espíritu.
Para recibir al Señor Jesús como la semilla, uno tiene que ser pobre en espíritu, es decir, debe tener su espíritu desocupado y vacío. Por supuesto, ser pobre en espíritu no implica tener un espíritu débil o pobre. Todos tenemos que orar diciendo: “Señor, ten misericordia de mí, que en mi espíritu esté vacío. Señor, quiero ser pobre en espíritu. Barre y quita todas las cosas sin valor a fin de que yo pueda estar desocupado y vacío, preparado para que Tú vengas y entres en mi ser”.
Además del problema relacionado con nuestro espíritu, hay otro problema con nuestro corazón. El Señor Jesús dijo: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios” (Mt. 5:8). La pureza del corazón guarda estrecha relación con nuestros motivos. No debemos tener otra meta que no sea Dios mismo. Ser de corazón puro es buscar únicamente a Dios. Nuestros deseos, pensamientos y decisiones tienen que estar dedicados a buscar únicamente a Dios mismo. Todos tenemos que orar: “Señor, concédeme un corazón puro. Purifica mis motivos hasta que tenga una sola meta y todo mi ser esté completamente centrado en Ti”. No debiéramos preocuparnos por ninguna otra cosa ni tampoco debiéramos buscar ninguna otra cosa. La paz, el gozo y las bendiciones materiales o espirituales no deben ser lo único que nos importe, por lo que no debemos tratar de buscarlas. Nuestro corazón debe estar fijo en Dios. Dios es nuestra meta y nuestra motivación. Quiera el Señor purificar nuestros corazones hasta hacerlos sencillos y simples, y estén absolutamente centrados en Dios mismo al grado que no busquemos ninguna otra cosa.
Si usted quiere recibir a Cristo, tiene que orar: “Señor, hazme pobre en espíritu y de corazón puro. Señor, vacía mi espíritu y purifica mi corazón. Concédeme un corazón sencillo entregado a Ti”. Si nuestro espíritu y corazón son preparados de tal modo, estaremos listos para recibir al Señor en nuestro ser. De inmediato, el Señor Jesús entrará en nuestro ser. Primero Él vendrá a nuestro espíritu y, después, se propagará desde nuestro espíritu a nuestro corazón. Además de entrar en nuestro ser como semilla del reino, crecerá dentro de nosotros. A medida que crece, todo el tiempo Él se propagará y aumentará en nuestro interior. En esto consiste el crecimiento del reino y esto es la venida gradual del reino.
Son muchos los cristianos que han orado diciendo: “Venga Tu reino” (Mt. 6:10). Aunque hayamos repetido estas palabras muchas veces, el reino no ha venido debido a que no somos pobres en espíritu para recibir a Cristo, ni tenemos un corazón puro para con Dios. No importa cuántas veces haga usted esta oración, nada sucederá a menos que usted sea pobre en espíritu y tenga un corazón puro. Si usted orase diciendo: “Señor, venga Tu reino”, el Señor le preguntará: “¿Qué me dices de tu espíritu? ¿Qué de tu corazón?”. Él no viene de una manera externa y visible, sino de manera interna. Él no viene desde los cielos, sino desde el interior de nuestro espíritu y nuestro corazón.
A fin de que se produzca la venida del reino es imprescindible que Cristo crezca en nuestro ser constantemente. El crecimiento de Cristo en nuestro interior es la venida del reino. Es bueno orar: “Venga Tu reino”, pero es más práctico orar diciendo: “Señor, crece en mí”, pues es posible que decir “venga Tu reino” no sea más que una fórmula religiosa. Si bien esta oración ha sido repetida por millones de cristianos por más de 1900 años, el reino todavía no ha venido. No es difícil para el Señor responder a esa oración, pero es difícil para nosotros permitirle crecer en nuestro ser. La venida del reino es el crecimiento de Cristo en nuestro interior. Es al ser pobres en espíritu y puros de corazón que podemos ceder al Señor el terreno que Él necesita para crecer en nuestro ser; este crecimiento será la verdadera venida del reino. Cuanto más rápidamente le permitimos crecer en nosotros, más apresuramos la venida del reino.
En los capítulos del 5 al 7 de Mateo vemos que el reino guarda estrecha relación con la justicia. La justicia implica ser rectos, y ser rectos implica estar sujetos al gobierno divino. Incluso padecer por causa de la justicia guarda relación con el reino. “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt. 5:10).
Cuando el Señor Jesús regrese, muchos cristianos le dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchas obras poderosas?”. El Señor Jesús no negará esto, sino que reconocerá que ellos hicieron tales cosas. No obstante, Él les dirá: “Apartaos de Mí, hacedores de iniquidad” (7:22-23).
La traducción apropiada de iniquidad en el versículo 23, sería “obras ilícitas”. Mientras que cometer iniquidad es hacer algo que es oscuro, pecaminoso y detestable a los ojos de Dios, obrar ilícitamente, o sin tomar en cuenta la ley, es algo diferente. Una buena ilustración es que la ley nos exige conducir un automóvil dentro de un determinado carril en la autopista. Si nos salimos del carril que nos corresponde, infringimos la ley, mas no podría considerarse como iniquidad ni como algo inmoral. Pero, manejar así no es actuar rectamente, sino que es actuar con negligencia y de manera ilícita.
Cuando el Señor Jesús les diga a quienes viven sin ley que se aparten de Él, les dirá que Él jamás les dio permiso para que hicieran en Su nombre lo que hicieron. La frase nunca os conocí (v. 23) podría traducirse como “jamás os permití”. Esta misma frase aparece en Romanos 7:15 que, traducida literalmente, dice: “Pues lo que obro, no lo apruebo”. Si bien Pablo sabía lo que hacía, él no lo aprobaba, no contaba con el permiso para hacerlo. Por tanto, lo que el Señor en efecto dijo a estas personas que profetizaban en Su nombre, que echaban fuera demonios en Su nombre y que realizaban milagros en Su nombre, fue que Él jamás les dio permiso para hacerlo; jamás aprobó lo que hacían. Así pues, ellos hacían estas cosas ilícitamente. Lo que habían hecho eran obras ilícitas. Ellos debían haber cumplido con la voluntad del Padre. Ser recto no significa ser bueno o malo, ni tampoco ser correcto o estar equivocado en términos humanos. Ser recto, a los ojos de Dios, es actuar en conformidad con Su voluntad.
Si conducimos en la autopista según nuestro propio concepto, la policía no tomará en cuenta nuestras buenas intenciones. Si infringimos la ley, se nos impondrá una multa. Ser rectos según nuestras mejores intenciones no equivale a ser rectos según la voluntad de Dios.
Ser justos consiste en ser rectos conforme a la voluntad de Dios, y es de bendición padecer por causa de la justicia (Mt. 5:10). Hoy en día, a nosotros nos toca sufrir por causa del recobro del Señor. Ciertamente padecemos las críticas y condenas de otros, las cuales se propagan como rumores e informes negativos, pero padecemos tales sufrimientos debido a que conducimos nuestro vehículo dentro del carril celestial y no podemos salir de dicho carril. Algunos cristianos persisten en dividirse; pero en la Biblia se han fijado los límites claramente en el sentido de que no deben existir divisiones. Tal vez a algunos les parezca que esto es ser estrechos o elitistas; pero nuestra obligación es permanecer dentro del carril celestial. Muchos de los misioneros que trabajaron en China se niegan a hablar bien de nosotros, simplemente debido a que asumimos una postura firme a favor de la unidad del Cuerpo. Ellos han venido a China a edificar sus denominaciones y, debido a que no podían persuadirnos para que cooperásemos con ellos, creyeron que nosotros estábamos en contra de los extranjeros. Pero en realidad, nosotros sólo estábamos en contra de las divisiones.
Ser justos significa ser rectos en conformidad con la voluntad de Dios. Ser rectos a los ojos de Dios consiste en ser pobres en espíritu, puros de corazón y rectos en todo cuanto hagamos. Debemos ser rectos en toda nuestra conducta y actividades, no según los conceptos humanos, ni tampoco conforme a nuestras propias intenciones, preferencias y deseos, sino según la voluntad de Dios. He aquí la realidad del reino y Cristo mismo. El Señor Jesús ha entrado en mi ser y ahora se expresa por medio de mí. Él ha entrado en mí y ahora brota de mí a fin de ser expresado. Éste es Cristo que se propaga para ser el reino.
La justicia del reino de los cielos es una justicia superior, la cual excede la justicia de todos los demás e, incluso, la justicia de la ley (Mt. 5:20). Si usted quisiera divorciarse de su esposa, para cumplir con lo exigido por la ley de justicia que es conforme a la ley de Moisés, bastaría con que usted le diera una carta de divorcio y la repudie (19:7). Mas el Señor Jesús dijo: “Pero desde el principio no ha sido así” (v. 8). Según Dios, no fue así, sino que había un esposo para una esposa y una esposa para un esposo. Los discípulos consideraron que esto era muy difícil, aun al punto de pensar que era mejor no casarse (v. 10). El Señor Jesús estuvo de acuerdo en que esto era muy difícil, pues requería que ellos fueran rectos según Dios mismo y no solamente rectos según la ley de Moisés. Al remitirlos al principio, Él los remitió a Dios mismo.
Ser recto según Dios significa que uno está dispuesto a dar la otra mejilla. Esto significa que si alguien nos golpea en una mejilla, debemos estar dispuestos a dejarnos golpear en la otra mejilla. Si alguien nos obliga a caminar con él una milla, debemos ofrecernos voluntariamente a caminar dos. En nuestra vida natural ninguno de nosotros puede alcanzar este estándar de justicia, de ser rectos según Dios.
Al final, el Señor Jesús dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt. 5:48). Él no dijo que seríamos perfectos como lo es un caballero, sino ¡perfectos como es nuestro Padre celestial! ¿Cómo es esto posible? Es imposible a menos que tengamos la vida del Padre. Si alguien nos pidiera que fuéramos tan perfectos como un pequeño cordero que es manso y humilde, tendríamos que decir que es imposible, porque no poseemos la vida de un cordero. A fin de ser tan perfectos como un cordero requerimos de la vida del cordero; sólo entonces, ser manso y humilde no sería ningún problema. Del mismo modo, es imposible para nosotros ser perfectos como nuestro Padre celestial a menos que poseamos Su vida.
En Mateo 7:16 el Señor Jesús preguntó: “¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?”. Y ustedes, ¿son uvas o espinos? ¿Son higos o abrojos? Tenemos que reconocer que por nosotros mismos no podemos ser uvas ni higos, sino que somos espinos y abrojos. Todos somos casos perdidos. Debido a que somos espinos, jamás podríamos producir uvas. Debido a que somos abrojos, jamás podríamos producir higos. Ciertamente, en nosotros mismos somos casos perdidos; pero en Cristo estamos llenos de esperanza. La vida de Cristo es una vida que produce higos y uvas. ¡Y esta vida que produce higos y uvas ha entrado en nuestro ser! Cuando esta vida entra en nuestro ser, las uvas y los higos serán producidos como la expresión de dicha vida.
Tenemos que orar pidiendo que, por la misericordia del Señor, seamos pobres en espíritu, puros de corazón, rectos en todo cuanto hagamos y rectos conforme a la voluntad de Dios. Si oramos de este modo, el Señor Jesús tomará posesión de nosotros poco a poco y llenará gradualmente todas las partes de nuestro ser. Él crecerá en nosotros y aumentará dentro de nuestro ser a cada momento. Finalmente, dejaremos de producir espinos y abrojos, y produciremos uvas e higos, que son simplemente dos expresiones distintas de la vida del reino. Tanto las uvas como los higos se usan para alimentar a otros.
En esto consiste la vida del reino. Esto no es una conducta externa, sino la expresión de la vida interna, la cual es Cristo mismo que se propaga dentro de nuestro ser. Para que Él se propague en todo nuestro ser, es preciso que seamos pobres en espíritu, puros de corazón y rectos en todo cuanto hagamos, no conforme a nuestros propios conceptos, sino conforme a lo que Dios mismo es. Es de este manera que Cristo se siembra en nosotros y se propaga en nuestro ser a fin de que tengamos una vida corporativa. Esta vida corporativa es el reino y es la realidad de la vida de iglesia. Cristo como vida se propaga en nuestro interior. Ahora ya podemos ver más claramente que el reino es la totalidad de Cristo que, como vida, se propaga en nuestro ser junto con todas Sus actividades.