
Lectura bíblica: Mt. 3:1-2; 4:17; 10:1, 7; Lc. 10:1, 9, 11; 4:43; Mt. 24:14; Lc. 17:20-21; Jn. 3:3, 5; Mr. 4:26-29; Hch. 1-3; 8:12; 19:8, 20-25; 28:23, 30-31; Ro. 14:17; 1 Co. 4:17, 20; 6:9-10; Gá. 5:21; Ef. 5:5; 2 P. 1:3, 11; Ap. 1:9
El plan del Padre, la obra redentora del Hijo y la aplicación efectuada por el Espíritu producen los creyentes, quienes son los componentes de la iglesia. En Mateo 16:18-19 el Señor Jesús dijo a Pedro: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia, y ... te daré las llaves del reino de los cielos” para que abriese las puertas del reino. Pedro usó una llave el día de Pentecostés para abrirles la puerta a los creyentes judíos para que entrasen en el reino de los cielos (Hch. 2:38-42); usó otra en la casa de Cornelio para abrirles la puerta a los creyentes gentiles a fin de que ellos entrasen en el reino (Hch. 10:34-48). En Mateo 16:18-19 estos dos términos, la iglesia y el reino, son intercambiables. Donde se encuentra la iglesia, es cierto que allí está el reino. Si se encuentra el reino, es cierto que está la iglesia.
Puesto que el reino es uno de los temas más complejos de la Biblia, el diagrama que se encuentra en las páginas 76-77 nos ayudará mucho a entenderlo. El primer círculo del diagrama y el último son dorados. El oro representa a Dios o lo divino. Estos dos círculos representan las eternidades pasada y futura. Entre estos círculos hay cuatro círculos que abarcan el tiempo. El tiempo es un puente que abarca cuatro dispensaciones: la dispensación anterior a la ley, la dispensación de la ley, desde Moisés hasta Cristo, la de la gracia y finalmente la del reino. Estas dispensaciones unen los dos términos de la eternidad.
Los círculos titulados “La dispensación anterior a la ley” y “La dispensación de la ley” son de color café y representan lo terrenal. La dispensación anterior a la ley incluye a los patriarcas, empezando con Adán y terminando con Moisés. La dispensación de la ley incluye a los israelitas, empezando con Moisés y terminando con Cristo. (Por favor, fíjese en las columnas al pie del diagrama, las cuales contienen las referencias y las explicaciones.) Desde la primera venida de Cristo hasta Su segunda venida se tiene la dispensación de la gracia. Después de ésta, el Señor Jesús regresará para establecer Su reino en la tierra; esto será el reino de mil años, el milenio, la dispensación del reino. Los círculos titulados “La dispensación de la gracia” y “La dispensación del reino” son de color azul, el cual representa el reino de los cielos. El color azul siempre simboliza los cielos.
El último círculo es dorado, pero es bastante diferente del círculo dorado que representa la eternidad pasada. En la eternidad futura se encuentra la Nueva Jerusalén, la cual es una composición de todos los santos de todas las dispensaciones anteriores. Algunos serán de los patriarcas, algunos de los israelitas, algunos de la iglesia y algunos también del milenio. Todos los santos de estas cuatro dispensaciones serán reunidos y serán la máxima consumación, la Nueva Jerusalén. Alrededor de la Nueva Jerusalén estarán las naciones purificadas, los pueblos del cielo nuevo y la tierra nueva.
El primer círculo azul que se ve en el diagrama representa la iglesia, la cual se compone de los verdaderos cristianos. Dentro de este círculo hay un círculo roto que también es azul. Este círculo representa a los creyentes vencedores, quienes están en medio de las iglesias y pertenecen a las iglesias. El color que simboliza a nosotros los cristianos es azul; somos celestiales. Estamos en la tierra, pero somos celestiales. Por ejemplo, un estadounidense puede estar en Africa del Sur, pero sigue siendo estadounidense. El es un estadounidense que está en Africa del Sur. Hoy en día estamos aquí en la tierra, pero no somos un pueblo terrenal. Somos un pueblo celestial.
Dios escogió y regeneró a millones de personas, pero hay algunos que no quieren cooperar con Dios. Estos serán los creyentes derrotados. Algunos regenerados sí cooperan con Dios. Estos llegarán a ser los creyentes vencedores. Entonces, existen dos categorías de creyentes: los vencedores y los derrotados. Muchas de las disputas que surgen con respecto al arrebatamiento se deben a que entienden mal este punto. Los creyentes vencedores participarán del disfrute del reino milenario, pero los derrotados lo perderán.
En 1 Corintios 5:1-5 el apóstol Pablo se dirige al problema del hermano que se había involucrado en la fornicación con la esposa de su padre. Aquella situación obligó al apóstol a entregarle a “Satanás para destrucción de la carne, a fin de que su espíritu sea salvo en el día del Señor” (v. 5). Pablo dijo que su espíritu sería salvo. Tal persona pecaminosa seguía siendo un hermano, escogido por Dios y regenerado. Pablo entregó al tal a Satanás para que fuese disciplinado; no obstante, el espíritu de esta persona será salvo. Cuando el Señor Jesús regrese para establecer el reino, ¿podrá este creyente derrotado ser rey junto con el apóstol Pablo? No es lógico creerlo. No obstante, su espíritu será salvo. Este caso muestra que existe una verdadera diferencia entre los creyentes vencedores y los derrotados.
Fuera del círculo azul de la iglesia se ven dos líneas de puntos. La primera indica la apariencia del reino de los cielos. Llamamos a esta apariencia “la cristiandad”. Hay verdaderos cristianos y hay falsos. Entre los verdaderos cristianos están los vencedores y los derrotados. Los verdaderos cristianos y los nominales forman lo que llamamos “la cristiandad”. Hay una diferencia entre la cristiandad y la iglesia como Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo, la iglesia auténtica, comprende a todos los verdaderos creyentes. Los creyentes nominales y falsos no son miembros del Cuerpo de Cristo. Están en la cristiandad, pero no están en la iglesia.
La segunda línea de puntos, bajo “La apariencia del reino de los cielos”, representa el mundo, las naciones. Entre las naciones se encuentra la cristiandad, la cual comprende los creyentes verdaderos y los falsos. Los cristianos auténticos son los verdaderos miembros del Cuerpo de Cristo, el cual es la iglesia. Entre los cristianos auténticos tenemos los vencedores y los derrotados. Entre las naciones se encuentra la cristiandad. Entre la cristiandad se encuentra la iglesia, la cual es una composición de los verdaderos cristianos, la cual no incluye a los nominales. Entre los verdaderos cristianos tenemos los vencedores. En la tierra hoy en día existen estas cuatro categorías de personas: los mundanos, los cristianos nominales, los verdaderos cristianos y los cristianos vencedores.
El deseo de Dios consiste en obtener un pueblo que coopere con El para vencer a Satanás y todo lo negativo. Esto es posible para nosotros, no en nosotros mismos, sino por Su plena salvación. Vencer es experimentar la salvación plena. Esta salvación incluye la regeneración de nuestro espíritu y la transformación completa de nuestra alma, lo cual da por resultado la transfiguración de nuestro cuerpo. Decirlo es fácil, pero experimentarlo requiere una gran obra de gracia.
Fuimos regenerados en nuestro espíritu y somos transformados en nuestra alma. Si logramos vencer o si quedamos derrotados depende de la transformación del alma. Si permitimos que el Dios Triuno como Espíritu vivificante nos transforme día tras día, seremos vencedores. Incluso ahora somos vencedores, porque estamos cooperando con la obra transformadora del Dios Triuno. Mientras cooperemos con Su obra transformadora, seremos vencedores. Cuando no cooperamos con Su obra en nosotros, somos derrotados. Ya sea que lleguemos a ser los vencedores o que nos convirtamos en los derrotados depende de nuestra actitud para con la obra transformadora de Dios.
El Dios Triuno hoy en día está en nosotros, obrando para transformar nuestra alma. El está renovando nuestra mente, nuestra voluntad y nuestras emociones. No hay problema con nuestro espíritu; ya fue regenerado. El problema queda con nuestra alma. Dios concentra Su obra transformadora en nuestra alma. ¿Cuál es nuestra actitud? Obedecer a Dios equivale a cooperar con Su obra de transformación. Todos estamos aquí bajo Su obra transformadora. Cuando esta obra en nuestra alma se cumpla, seremos plenamente maduros. Luego el Señor Jesús regresará para redimir, transfigurar, nuestro cuerpo, y estaremos en la gloria (Fil. 3:21).
El reino está relacionado en gran manera con nuestra vida diaria. La obra transformadora de Dios es en realidad el ejercicio de Su reino. Muchos cristianos han sido distraídos por los placeres del alma. También es posible que nosotros seamos distraídos y así apartados de la economía de Dios por las varias formas de entretenimiento o deportes.
Dios el Espíritu está obrando dentro de nosotros, tratando de transformar nuestro modo de pensar. Por ejemplo, como uno que ama a Jesús usted sabe que no debe ir a un baile. Tal vez quiera ir, pero el Espíritu que transforma está luchando en usted. Algo en el interior de usted dice que esto no es lo que debe hacer uno que ama a Jesús. En realidad, esa lucha que tiene lugar en usted es la obra del Espíritu Santo, la de transformar su mente (Ro. 12:2), con respecto al asunto de bailar. El también desea transformar su parte emotiva al respecto. Su parte emotiva no deben desear el baile, sino la Nueva Jerusalén.
¿Coopera usted con esta obra transformadora? A veces los santos son derrotados, y van al baile. En aquel momento son los creyentes derrotados. Sin embargo, usted puede tomar la gracia para cooperar con el Espíritu que mora en usted y decir: “Amén, Señor, te seguiré. Cooperaré con lo que estás haciendo en mí. ¡Aleluya! Iré a la reunión de la iglesia”. Tomar semejante decisión acarrea más que asistir a la reunión. Significa que usted ha sido transformado en su mente con respecto al baile. Su parte emotiva también está transformada: en vez de amar el baile, le encanta ir a la reunión. Esta transformación también incluye su voluntad porque se propuso no ir. Usted dijo: “Satanás, no iré a una cosa tan maligna. Iré a la reunión de la iglesia”. Al adoptar esta postura, son afectadas su mente, su parte emotiva y su voluntad. Ser afectado de esta manera equivale a ser transformado.
Esto ilustra cómo el Señor como el Espíritu todo-inclusivo que mora en nosotros hace Su obra transformadora. Si coopera con esta obra, usted es un vencedor. De otro modo, es un creyente derrotado.
Dentro del primer círculo azul del diagrama tenemos la realidad del reino de los cielos. Los creyentes vencedores viven en esta realidad. Fuera del círculo azul tenemos la apariencia del reino de los cielos.
En Mateo 13 hay tres parábolas que tratan de la apariencia del reino de los cielos. La primera parábola habla del trigo y la cizaña (vs. 24-30, 36-43). El trigo representa a los creyentes auténticos, la cizaña a los falsos. Los creyentes falsos no están en la iglesia, sino en la cristiandad, la apariencia del reino. La segunda parábola es la de la semilla de mostaza (vs. 31-32). Una semilla de mostaza es una hierba que produce alimento, pero en esta parábola crece hasta que se convierte en un árbol, un alojamiento para las aves, es decir, para las cosas y personas malignas. La iglesia, al ser cambiada su naturaleza, se arraigó y se estableció en la tierra. Floreciente exteriormente, el gran árbol representa las empresas de la cristiandad, las cuales constituyen la apariencia del reino de los cielos. La tercera parábola trata de la levadura (v. 33), la cual una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina. Es más fácil comer el pan leudado. Muchas verdades bíblicas con respecto a Cristo han sido leudadas por la cristiandad. Para los hombres estas enseñanzas leudadas les son más fáciles de aceptar.
El segundo círculo azul representa la manifestación del reino. Este es el tercer aspecto del reino de los cielos.
Ver estos tres aspectos —la realidad, la apariencia y la manifestación— nos ayudará a entender la verdad con respecto al reino de los cielos de una manera apropiada.
El reino es el gobierno, el reinado, de Dios (Hch. 26:18; Col. 1:13). Aquí Dios puede ejercer Su autoridad con miras al cumplimiento de Su propósito (Mt. 6:13b). El Señor Jesús oró en Mateo 16:10: “Venga Tu reino, hágase Tu voluntad”. Si el reino no está presente, no le es posible a Dios cumplir Su voluntad. Dios necesita un reino con el cual pueda llevar a cabo Su propósito.
Los propósitos con que Dios creó al hombre se pueden ver en Génesis 1:26-28. Primero, Dios creó al hombre a Su propia imagen. Esto indica que Dios quiere expresarse a través del hombre que El creó. Segundo, Dios quiere, por el bien de Su reino, que el hombre tenga dominio (es decir, que señoree) sobre todas las cosas creadas.
El reino fue formado primeramente entre los hijos de Israel. En Exodo 19:6 el Señor les dijo a los hijos de Israel que ellos serían para El un reino de sacerdotes. Israel era el reino de Dios en el Antiguo Testamento.
El reino fue lo primero que se predicaba en el Nuevo Testamento (Mt. 3:1-2; 4:17; Lc. 9:1-2, 9:60; 10:1, 9, 11). Juan el Bautista, el primer predicador de la era neotestamentaria, dijo a la gente: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Lo primero que se predica en el Nuevo Testamento es el reino, y no los cielos.
Muchos cristianos creen que los cielos y el reino son sinónimos. Creen que estar en el reino equivale a estar en los cielos. Muchos piensan que cuando muere un cristiano, su alma va al reino de los cielos. Para ellos esto significa que va a los cielos. Este pensamiento no concuerda con la revelación divina. Los cielos no son el reino; ni el reino de los cielos es los cielos.
En el Nuevo Testamento el reino es predicado como evangelio (Lc. 4:43; Hch. 8:12; Mt. 24:14; cfr. Lc. 18:29 y Mr. 10:29). El reino es el evangelio. En Lucas 4:43 y Hechos 8:12 la palabra griega traducida “predicar” es la forma verbal de la palabra evangelio. La palabra usada en estos dos versículos significa predicar algo como evangelio. El Señor Jesús en Lucas 4 y Felipe en Hechos 8 predicaban el reino como evangelio.
En Marcos 10:29 el Señor menciona cómo se debe dejar todo y seguirle a El por el bien del evangelio. Sin embargo, en Lucas 18:29 el Señor habla de dejar todo y seguirle a El por el bien del reino de Dios. Dejar todo por el evangelio significa dejar todo por el reino de Dios. Lo que hacemos por el reino es lo que hacemos por el evangelio, porque ante los ojos de Dios el reino y el evangelio son sinónimos.
En Marcos 10:17 y 23 podemos ver que heredar la vida eterna equivale a entrar en el reino. Recibir la vida eterna es una cosa; heredar es otra. El Nuevo Testamento subraya lo distintos que son, pero muchos cristianos no observan ninguna diferencia. Cuando creímos en el Señor Jesús, fuimos regenerados y recibimos la vida eterna. Cuando vivimos por la vida que recibimos, esta vida llega a ser nuestra herencia para nuestro disfrute. Recibimos la vida eterna hoy, pero heredar la vida eterna, o sea entrar en ella, es algo relacionado con la era venidera. Si uno hereda la vida eterna como bendición depende de la condición de uno: si es vencedor o si está derrotado. Entrar en la vida eterna, heredar la vida eterna, significa entrar en el reino, heredar el reino.
A nosotros nos han sido concedidas todas las cosas que pertenecen a la vida eterna para que obtengamos una entrada en el reino (2 P. 1:3, 11). En 2 Pedro 1:3 dice que “Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad”. Los versículos 5-11 nos muestran el desarrollo de la vida eterna, el cual conduce a una rica entrada al reino eterno. Podemos entrar en el reino por la vida eterna junto con el desarrollo de la misma
El reino está relacionado con la vida interior y con la vida de iglesia. Juan 3:3 y 5 nos dicen que debemos nacer de nuevo para ver el reino y para entrar en el reino. Entrar en el reino de Dios es un asunto de la vida interior. Necesitamos nacer de nuevo para recibir la vida divina. Cuando tenemos esta vida, estamos en el reino. Recibir la vida divina equivale a entrar en el reino de Dios.
En Mateo 16:18-19 el Señor dice que edificará Su iglesia y luego dice que dará a Pedro las llaves del reino de los cielos. Estos versículos muestran que el reino es para la iglesia. Romanos 14:17 dice: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. Romanos 14 es un capítulo acerca de cómo recibir a los más débiles de la iglesia. Cuando Pablo menciona el reino de Dios en este capítulo, se refiere a la vida de iglesia. La vida de iglesia es el reino de Dios hoy. La vida de iglesia, el reino de Dios, no es un asunto de comer y beber, sino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.
El Cristo todo-inclusivo ha sido sembrado en Sus creyentes como la semilla del reino (Mt. 13:3; Mr. 4:26). El Señor mismo está en los creyentes como el Rey, la semilla. Jesús es el Rey del reino, el cual nosotros constituimos. El reino es la expresión, o extensión, del Rey. El Rey es la semilla, y la iglesia es la extensión. El Rey se extiende como semilla en los creyentes y esto constituye el reino (Mr. 4:26-29). El reino fue sembrado en los evangelios por el Señor Jesús en medio de los judíos y dentro de los discípulos del Señor (Lc. 17:20-21). El reino es algo interior. No lo podemos observar exteriormente. El Señor Jesús dijo que uno no puede observar el reino.
Este reino fue manifestado a Pedro, a Jacobo y a Juan (Mt. 16:28—17:2). Cuando en medio de los judíos el Señor sembró la semilla del reino dentro de Sus creyentes, los judíos no lo podían discernir. Sin embargo, un día, tres discípulos fueron al monte con el Señor Jesús. En el monte Jesús fue transfigurado. Su transfiguración fue la manifestación del reino. El reino es Jesucristo mismo sembrado en nosotros y creciendo en nosotros hasta que un día se tendrá la manifestación del reino.
En Hechos el Señor enseñó acerca del reino después de Su resurrección. Hechos 1:3 nos dice que El estuvo con los discípulos cuarenta días “hablándoles de lo tocante al reino de Dios”.
También los apóstoles predicaron el reino. En Hechos 8:12 Felipe predicaba “el evangelio del reino de Dios”. Pablo también predicaba el reino de Dios (Hch. 19:8; 20:25; 28:23, 31). Los últimos dos versículos de Hechos nos dicen que Pablo “permaneció dos años enteros en su propia habitación ... y recibía a todos los que a él venían, proclamando el reino de Dios...”.
Algunos maestros de la Biblia creen que el reino ha sido suspendido debido al rechazo por parte de los judíos. Creen que ésta no es la era del reino, sino la era de la iglesia y que el reino vendrá después. Esta enseñanza es errónea. Como hemos visto, la iglesia en realidad es el reino. Aun en esta edad, la de la iglesia, la edad de la gracia, el reino está aquí. Esto queda muy claro por las numerosas referencias al reino vistas en el libro de los Hechos.
Además podemos ver el reino en las epístolas. Las epístolas nos dicen que los creyentes han sido trasladados al reino (Col. 1:13; He. 12:28). También en las epístolas el reino es la vida de iglesia (Ro. 14:17).
En 1 Corintios 4:17 y 20 también vemos que el reino es la vida de iglesia. El versículo 17 dice: “Os he enviado a Timoteo ... el cual os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño en todas partes, en todas las iglesias”. Los versículos 18-20 dicen: “Mas algunos están hinchados de orgullo, como si yo no hubiese de ir a vosotros. Pero iré pronto a vosotros, si el Señor quiere, y conoceré, no las palabras de los que andan hinchados, sino el poder. Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder”. Estos versículos muestran que el reino de Dios es la iglesia en todas partes, y que en todas partes la iglesia es el reino. El reino está aquí porque la iglesia está aquí.
También en las epístolas algunos de los creyentes eran los colaboradores del apóstol para el reino de Dios (Col. 4:11). Pablo y sus colaboradores trabajaban para el reino. Esto significa que trabajaban para la iglesia. Trabajar para la iglesia equivale a trabajar para el reino, así que la iglesia es el reino. Los que están en la iglesia también heredarán el reino (1 Co. 6:9-10; 15:50, Gá. 5:21; Ef. 5:5; Jac. 2:5; 1 Ts. 2:12; 2 P. 1:11).
El reino también se ve en el libro de Apocalipsis. Juan dijo que él era copartícipe con los creyentes “en el reino y en la perseverancia en Jesús” (1:9). Si el reino es algo reservado para el futuro, entonces la perseverancia también debe ser algo para el futuro. Si la perseverancia está presente hoy, entonces el reino también debe estar presente hoy. La mención de la perseverancia en Apocalipsis 1:9 indica que el reino en el cual estaba Juan no era algo que había de venir. Está aquí ahora; somos partícipes junto con Juan en el reino actual.
Este reino actual vendrá en su plena manifestación después de la gran tribulación (Ap. 12:10). Luego, finalmente, el reinado sobre el mundo pasará al reino de nuestro Señor y de Su Cristo en el milenio (Ap. 11:15). Esto es un esbozo breve de la enseñanza que se halla en el Nuevo Testamento con respecto al reino, desde los evangelios hasta el final de Apocalipsis.