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Mensajes del libro «Revelación básica contenida en las santas Escrituras, La»
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CAPITULO OCHO

LA NUEVA JERUSALEN: LA MAXIMA CONSUMACION

(1)

  Lectura bíblica: Ap. 21:1-3, 9-14, 16-23; 22:1-2, 5, 14, 17

LA CREACION Y LA EDIFICACION

  Se requiere toda la Biblia para recibir la revelación completa de Dios. Génesis relata la obra creadora de Dios. Luego al final de la Biblia vemos una ciudad santa. Al principio tenemos la creación y al final, una ciudad. Cuando Dios creó, llamó las cosas que no eran, como existentes (Ro. 4:17); sin embargo, una ciudad simboliza algo más avanzado, porque es algo que ha sido edificada. Entonces, en la economía de Dios, primero El creó y luego empezó a edificar.

  El pensamiento de la edificación se encuentra en todo el Nuevo Testamento. Jesús le dijo a Pedro, después de que éste había reconocido que El era el Hijo de Dios y el propio Cristo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). Aquí tenemos el pensamiento de la edificación como se halla en Mateo 16.

  En realidad el pensamiento de la edificación comenzó más temprano. Ante los ojos de Dios, aun lo que se llevaba a cabo en los tiempos del Antiguo Testamento era una edificación. En Mateo 21 el Señor usó la parábola de la viña para representar la nación de Israel. Al final de esa parábola el Señor dijo a los líderes judíos que, debido a la infructuosidad de ellos, el señor de la viña daría la viña a otra nación (es decir, a la iglesia) (vs. 33-43). El Señor les dijo: “La piedra que rechazaron los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo” (v. 42). El Señor les decía que ellos eran los edificadores y que El era la cabeza del ángulo, la cual ellos, los líderes judíos, rechazaban. Esta piedra rechazada llegó a ser, bajo la providencia de Dios, la cabeza del ángulo del edificio.

  Cristo como cabeza del ángulo es la base del evangelio. Muchos predicadores citan Hechos 4:12, donde dice: “No hay otro nombre ... dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que Hechos 4:12 se basa en el versículo 11, donde se nos dice que Cristo, la piedra rechazada, llegó a ser la cabeza del ángulo. Esta es el propio Salvador mencionado en el versículo 12. El hecho de que Cristo sea el Salvador se basa en que El sea la cabeza del ángulo, la cual fue rechazada por los edificadores en la economía antiguotestamentaria. Hasta aquel entonces, ante los ojos de Dios los líderes judíos eran los edificadores; el hecho de que la piedra rechazada llegara a ser la cabeza del ángulo es una profecía mencionada en Salmos 118:22. Así que, ante los ojos de Dios, los tiempos del Antiguo Testamento y los del Nuevo han sido el período de Su edificación.

  Justamente después de crear, Dios empezó a edificar. Creó con miras a producir materiales para Su edificio. Dios creó el universo y al hombre con el propósito de edificar una ciudad. Crear es llamar las cosas que no son, como existentes. Sin embargo, una ciudad es una edificación de las cosas creadas. Dios tiene dos obras. La primera es la obra de creación, y la segunda es la obra de edificación. La Nueva Jerusalén, una ciudad que es el edificio de Dios, es la conclusión de toda la revelación de Dios.

EL HOMBRE REGENERADO, EL MATERIAL PARA EL EDIFICIO DE DIOS

  Dios quiere un edificio, y para obtenerlo, el hombre, quien es el centro de la creación, necesita ser regenerado. El hombre regenerado llega a ser el material para el edificio de Dios. Dios no se impartió en cualquier cosa creada. En la primera creación Dios sopló en el hombre aliento de vida (Gn. 2:7), pero ese aliento no era Su esencia ni Su naturaleza, sólo Su aliento. Ese aliento de vida, neshama (heb.), se convirtió en el espíritu del hombre. Proverbios 20:27 dice: “Lámpara de Jehová es el espíritu (neshama) del hombre”. Nada de la esencia de Dios fue impartido en el hombre sino hasta los tiempos del Nuevo Testamento y el cumplimiento de la obra redentora del Señor Jesucristo. Luego Dios vino a impartir no sólo algo de Sí mismo, sino también El mismo en el hombre para que éste fuera regenerado por El (Jn. 3:5), o sea nacido de El (Jn. 1:12-13).

  Cuando nacimos de nuestro padre terrenal, nos fueron impartidas la esencia y la naturaleza de nuestro padre. Ahora somos personas regeneradas, la prole de Dios. Somos hijos nacidos de Dios, y no hijos adoptados por un padre adoptivo. Fuimos engendrados por un Padre engendrador. Todo lo que es el Padre nos ha sido impartido a nosotros Sus hijos.

  Lo único que tiene El y que no tenemos nosotros es Su deidad. El es Dios. Aunque nacimos de El, no participamos en Su deidad. Decir que somos deificados en el sentido de poseer Su deidad es pronunciar blasfemia. Le adoramos a El. Nosotros mismos no somos el objeto de la adoración de ningún hombre y nunca podremos serlo. Eso sería blasfemia.

  No obstante, debemos decir con denuedo: “¡Aleluya! Tengo la vida de Dios (Col. 3:4; 1 Jn. 5:12) y Su naturaleza (2 P. 1:4). En vida y naturaleza soy semejante a mi Dios, porque nací de El”. Su vida es nuestra vida, y Su naturaleza es nuestra naturaleza. ¡Aleluya! Somos los hijos excelentes de Dios (Ro. 8:16; 1 Jn. 3:1). La última estrofa del Himnos, #287 dice que con respecto a Dios en vida “sin diferir jamás”.

  El material natural de la creación no se puede usar para la edificación porque no posee nada de la esencia de Dios. Lo que Dios usa para Su edificio tiene que poseer Su esencia.

UN MONTE DE ORO

  En nuestra vida diaria nos molesta el polvo. Me gusta Texas, pero un aspecto de Texas que no me gusta es el viento. Demasiado viento conlleva el polvo. Sin embargo, cuando estemos en la Nueva Jerusalén, no habrá polvo. La Nueva Jerusalén, la ciudad santa, es un monte de oro (Ap. 21:18). Este monte mide cerca de dos mil doscientos kilómetros de altura, la distancia aproximada entre Nueva York y Dallas. La Nueva Jerusalén tiene una altura de doce mil estadios (Ap. 21:16); un estadio equivale a ciento ochenta metros. ¿Ha visto usted alguna vez un monte tan alto? Subirlo a pie requeriría cincuenta días si uno viajara cuarenta y tres kilómetros al día.

ORO, PIEDRAS PRECIOSAS Y PERLAS

  El muro de la ciudad es de jaspe sobre un cimiento de doce diferentes piedras preciosas (Ap. 21:18-20). Primero las piedras preciosas fueron creadas y luego transformadas por la presión y el calor. No son simplemente naturales; al contrario, fueron creadas y luego transformadas. Un tema predominante que se ve en el Nuevo Testamento es la transformación (2 Co. 3:18). Las doce puertas son doce perlas (Ap. 21:21). También las perlas han pasado por un proceso. Las perlas son producidas por las ostras que están en las aguas de la muerte. Cuando la ostra es herida por un grano de arena, segrega su zumo vital alrededor del grano y hace que se convierta en una perla preciosa. En este proceso podemos ver la muerte y la secreción de zumo vital que produce la perla.

  Toda la ciudad está edificada de oro, piedras preciosas y perlas. Allí no tendremos que barrer el piso. ¡No habrá ningún polvo allí! Todos los seres creados habrán sido transformados.

EL EDIFICIO DIVINO HECHO DE LA HUMANIDAD TRANSFORMADA

  En 1 Corintios 3 Pablo dice que ya se ha puesto el único fundamento, pero que debemos mirar cómo sobreedificamos. Podemos edificar con dos categorías de material: oro, plata y piedras preciosas, o madera, heno y hojarasca (3:10-12). La madera, el heno y la hojarasca vienen a ser polvo al quemarse, pero el oro, la plata y las piedras preciosas, no.

  Según el concepto de Pablo, el hombre creado y natural es la madera, el heno y la hojarasca; los hombres transformados y regenerados son el oro, la plata y las piedras preciosas. Cuando Pedro conoció al Señor Jesús, era un hombre “polvoriento”, un hombre hecho de polvo (Gn. 3:19), porque nació del linaje adámico. Adán fue hecho de polvo, y Pedro nació como hombre polvoriento. No obstante, el Señor Jesús le llamó Cefas (gr. Pedro), que significa piedra (Jn. 1:42). El hecho de que el Señor Jesús cambiara el nombre de Simón a Pedro indicaba que Pedro sería transformado.

  Esta es la razón por la cual este concepto predominaba en Pedro al punto de que lo incluyó en su primera epístola. El dijo que el Señor Jesús es la piedra viva (1 P. 2:4), y que al acudir nosotros a esta piedra viva, llegamos a ser piedras vivas para ser edificadas como casa espiritual (2:5). La casa espiritual no se edifica de madera, de heno ni de hojarasca, sino de materiales transformados. Debido a que nuestra mentalidad está completamente ocupada con ideas naturales, tales como la ética, la filosofía y la moralidad, pasamos por alto este asunto en el Nuevo Testamento. Sin embargo, todo el Nuevo Testamento está saturado del pensamiento de la edificación divina hecha de humanidad transformada. La conclusión de la Biblia es una ciudad santa compuesta de oro, perlas y piedras preciosas.

EL COMIENZO DE LA BIBLIA Y SU FINAL SE REFLEJAN EL UNO AL OTRO

  Todos los materiales que comprenden esta ciudad santa se encuentran en los primeros dos capítulos de Génesis. En Génesis 2 se ve el árbol de la vida. Junto al árbol está un río. Adonde llega el río hay oro: “Y el oro de aquella tierra es bueno”. Hay bedelio, una perla producida por la vida vegetal, y ónice (Gn. 2:9-12). Después de esto se puede ver, al final del capítulo, una novia para Adán (2:21-23).

  En Apocalipsis 21 y 22 se encuentra la novia, una ciudad edificada de oro, perlas y piedras preciosas. Dentro de la ciudad hay un río, y en el río, el árbol de la vida. En los primeros dos capítulos de Génesis se encuentran estas seis cosas: la novia, el oro, las perlas, las piedras preciosas, el árbol de la vida y el río. En esto vemos la diferencia: en Génesis la ciudad aún no se había edificado. Los tres materiales estaban allí pero no habían sido edificados como ciudad. Unos seis mil años después, por medio de la obra de edificación de Dios, todos los materiales están edificados como ciudad. ¿Ve usted cómo el comienzo de la Biblia y el final se reflejan el uno al otro?

  En 1963 fui a Tyler, Texas y me quedé en la casa de un hermano. Después de una reunión un amigo suyo, quien era un ministro viajero, levantó el teléfono en su casa y llamó a su amigo, James Barber, quien vivía en Plainview, Texas. Le dijo a James que viniera a escucharme a todo costo. La siguiente tarde James Barber estaba en la reunión. Esa noche di un mensaje acerca de cómo el comienzo y el final de la Biblia se reflejan el uno al otro. Ese hombre, James Barber, fue cautivado. Después de las conferencias él dijo que tenía la certeza de que debía seguir este camino. Esto fue el comienzo de la vida de iglesia en Texas. Espero que nosotros también tengamos una impresión gloriosa de que el comienzo y el final de la Biblia se reflejan el uno del otro. Esta es la economía de Dios: edificar Su morada eterna con los seres creados que han sido transformados para ser Sus materiales.

EL EDIFICIO DE DIOS EN EXODO

  Cuando los hijos de Israel fueron llevados al monte de Sinaí, Dios les reveló el designio de Su tabernáculo, y ellos lo edificaron. Eso era un tipo. En el Lugar Santísimo, dentro del tabernáculo, no se podía ver nada más que el oro. El oro cubría las tablas, y sobre el techo se podía ver los cordones dorados. Puesto encima del sumo sacerdote estaba el pectoral dorado, que tenía doce piedras preciosas. Las doce piedras que estaban en el pectoral tenían los nombres de las doce tribus de Israel (Ex. 28:15-21). Este era el “abecedario” especial de Dios, el cual revelaba Su mente a Sus hijos por medio del Urim y el Tumin (Ex. 28:30). Así que, podemos ver que el tema del edificio de Dios, en el cual se usan las piedras preciosas, también se encuentra en Exodo.

EL EDIFICIO DE DIOS EN EL NUEVO TESTAMENTO

  En el Nuevo Testamento se nos manda mirar cómo sobreedificamos (1 Co. 3:10-12). No debemos usar la madera, el heno o la hojarasca; es decir, no debemos usar nuestro hombre natural. La iglesia no se edifica con el hombre natural. Se edifica con el hombre regenerado y transformado. Cuando traemos nuestra vida natural a la iglesia, la iglesia cesa de ser la iglesia. Esto es lo que está sucediendo hoy en día. Muchos cristianos, aun los colaboradores cristianos, por usar la manera natural, la manera carnal, la manera del hombre, y no la manera regenerada y transformada, convierten a la iglesia en algo que no es la iglesia.

  Pedro dice que nosotros, como recién nacidos, debemos beber la leche de la Palabra para que seamos transformados en piedras preciosas para ser edificados como casa espiritual (1 P. 2:2-5). Los escritos de Juan ponen énfasis especial en el asunto de la transformación. En el primer capítulo de su evangelio vemos al Cristo encarnado como tabernáculo de Dios (1:14). Luego en los dos últimos capítulos del libro de Apocalipsis, también escrito por Juan, vemos el tabernáculo agrandado, el cual incluye no solamente a Cristo, sino también a todos los que creen en El, porque para entonces han sido regenerados, completamente transformados y edificados como una sola entidad. Así es la Nueva Jerusalén. Esta es la verdadera revelación de Dios.

  La Biblia comienza por la obra creadora de Dios y concluye con Su edificio. Este edificio es una entidad regenerada y transformada. Las perlas indican la regeneración. Es por esto que todas las puertas de la entrada son perlas. Sin la regeneración nadie puede entrar en el reino de Dios (Jn. 3:5). La regeneración es la entrada al reino de Dios, según la simbolizan las puertas de perlas. Las piedras preciosas representan la transformación. Después de entrar en este reino por la puerta de perla, somos transformados poco a poco para ser parte del edificio.

EL TABERNACULO DE DIOS

  La Nueva Jerusalén será el tabernáculo de Dios con los hombres en la eternidad. El tabernáculo en Apocalipsis no es un término nuevo, sino que es plenamente revelado y descrito en el libro de Exodo, del capítulo 25 al 40. Luego en Juan 1:14 dice que el Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros. Cuando Jesús estaba en esta tierra, El era un tabernáculo. Luego en los dos últimos capítulos de la Biblia se ve el tabernáculo eterno. Por consiguiente, para poder entender los últimos dos capítulos de Apocalipsis, debemos volver a estudiar los capítulos del 25 al 40 de Exodo y Juan 1:14.

EL CONJUNTO DE TODOS LOS CANDELEROS

  La ciudad santa, que está en el monte de oro, es el conjunto de todos los candeleros. La ciudad entera tiene una sola calle (21:21; 22:2); sin embargo, esta calle llega a cada una de las doce puertas. ¿Cómo podría una sola calle pasar por doce puertas? Además, el muro tiene una altura de ciento cuarenta y cuatro codos (21:17), y la ciudad misma tiene una altura de doce mil estadios (21:16). Estos hechos indican que la ciudad misma debe de ser un monte. Encima del monte hay un trono, del cual la calle desciende en espiral hasta el fondo, donde llega a las doce puertas. Debe de ser una calle en espiral, que desciende del monte hasta que pase por las doce puertas cercándolas. Una sola calle, que desciende del pico al fondo, llega a todas las doce puertas. Encima de este monte de oro está el trono como centro. En el trono está Cristo, el Cordero de Dios, en quien está Dios (22:1). Este Cordero es la lámpara en quien está Dios como luz (21:23; 22:5). Esto indica que Dios está en el Cordero así como la luz está en la lámpara.

  Este monte alto y dorado es un pedestal. Y puesta encima de este pedestal está una lámpara; por lo tanto, éste es un candelero de oro. Es un candelero de oro que tiene a Cristo como lámpara en la cual está Dios como la luz que resplandece por toda la eternidad. Por consiguiente, la ciudad santa, el monte de oro, es el conjunto de todos los candeleros, la totalidad de todos los candeleros de hoy, que irradia la gloria de Dios en el cielo nuevo y la tierra nueva, en la eternidad.

La ciudad y su calle

  La ciudad y su calle son de oro puro como vidrio transparente (21:18b, 21b). El oro transparente representa la naturaleza de Dios. Los maestros de la Biblia generalmente reconocen que el oro en la tipología representa la naturaleza divina, la esencia divina.

Doce cimientos y doce puertas

  Los doce cimientos de las doce piedras preciosas diferentes, las cuales tienen escritos en ellas los nombres de los doce apóstoles, simbolizan a todos los santos neotestamentarios, representados por los doce apóstoles (21:14, 19-20). La Nueva Jerusalén es la composición de todos los santos redimidos, tanto los del Antiguo Testamento como los del Nuevo. Los doce apóstoles representan a los santos neotestamentarios, mientras que los nombres de las doce tribus escritos en las doce puertas representan a los santos del Antiguo Testamento (21:12-13, 21a).

  Las perlas representan a los santos producidos por medio del Cristo encarnado, crucificado y resucitado. En Su encarnación El era como una ostra que vivía en las aguas de la muerte. Luego fue herido por nosotros, los granitos de arena. Estas heridas hicieron que El segregara Su líquido vital alrededor de nosotros, convirtiéndonos así en perlas. Aquí tenemos la encarnación, la crucifixión y la resurrección. Por medio de este proceso, nosotros los granos de arena, hemos sido hechos perlas preciosas.

Piedras preciosas

  El cimiento y el muro edificados con piedras preciosas representan a los santos que hayan sido transformados por el Espíritu que santifica (21:19-20, 18a, 11b). Fuimos hechos de polvo, pero hemos sido regenerados, lo cual hace de nosotros piedras, y luego transformados en piedras preciosas. El polvo, una vez regenerado y así hecho piedra y luego transformado en piedra preciosa, está calificado para ser usado como material para el edificio de Dios.

La longitud, la anchura y la altura de la ciudad

  La longitud, la anchura y la altura de la ciudad son equivalentes, así como el Lugar Santísimo del Antiguo Testamento tenía tres dimensiones equivalentes (1 R. 6:20). Tenía una longitud de veinte codos, una anchura de veinte codos y una altura de veinte codos. Este es el Lugar Santísimo como tipo del templo. El Lugar Santísimo del tabernáculo mide diez codos por diez codos por diez codos (Ex. 26:2-8). En los dos casos las tres dimensiones son iguales. El principio es éste: un edificio de tres dimensiones equivalentes simboliza el Lugar Santísimo, el cual es el lugar mismo donde mora Dios (Ap. 21:16). Por tanto, toda la ciudad es la propia morada de Dios.

No hay templo

  Juan dice que no vio “en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella” (21:22). Esto indica que toda la ciudad constituye el templo. Primero, en Exodo, tenemos el tabernáculo. Luego, después de entrar en la buena tierra, los hijos de Israel edificaron un templo, el cual reemplazó el tabernáculo. Aun antes de que se edificara el templo, vemos en 1 Samuel 3:3 que el tabernáculo se llamaba el templo. Esto significa que el tabernáculo y el templo en realidad son la misma entidad. Era posible desmontar y mover el tabernáculo de un lugar a otro en el desierto; el templo estaba establecido en la buena tierra como edificio más permanente.

  La ciudad santa se llama el tabernáculo. En el Antiguo Testamento el templo estaba en la ciudad de Jerusalén, pero en Apocalipsis 21 y 22 toda la ciudad es el tabernáculo y el templo. Este templo no sólo es la morada de Dios, sino también la morada de todos los que le sirven. En aquel entonces, todos los santos serán sacerdotes y tendrán un sacerdocio eterno. Todos nosotros le serviremos (22:3). Por tanto, nuestra morada también será el templo. La Nueva Jerusalén es un gran templo donde Dios y Sus redimidos morarán juntos.

La gloria de Dios por luz y el Cordero por lámpara

  “La gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara” (Ap. 21:23). “No tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará” (22:5). La gloria de Dios como luz y el Cordero como lámpara indican que Dios en Cristo es la luz de la Nueva Jerusalén en la eternidad. En la ciudad nueva no habrá necesidad del sol, la luz natural, ni de ninguna lámpara hecha por el hombre, porque Dios mismo será la luz y Cristo será la lámpara, que irradia a Dios para iluminar a toda la ciudad. Esto significa que Dios en Cristo es todo en la Nueva Jerusalén.

El trono de Dios y del Cordero

  El trono de Dios y del Cordero es el centro administrativo de la ciudad. De él procede el río de agua de vida en medio de la calle, y el árbol de la vida crece como vid a los dos lados del río (22:1-2). La calle es un espiral, y el río está en la calle. Puesto que el árbol de la vida crece en los dos lados del río, debe de ser una vid. Un árbol que crece para arriba no podría crecer en los dos lados. Por lo tanto, debe de ser una vid que crece en espiral a lo largo de la calle. Juan 15 habla de la vid (v. 1). Jesús es la vid, que es el árbol de la vida.

  Una vez en un programa de radio se le hizo una pregunta a un maestro de la Biblia acerca del árbol de la vida. El dijo que ya no existe el árbol de la vida. Esto es erróneo. El árbol de la vida permanece hoy y para siempre. En Apocalipsis 2:7 el Señor Jesús dijo que a aquel que venza El le dará “a comer del árbol de la vida”. Aun hoy en día esta promesa se está cumpliendo. El árbol de la vida del cual comemos es Jesús (Jn. 6:57). El Señor Jesús nos dijo, por un lado, que El es el pan de vida (6:48), tipificado por el maná. Luego, por otro, en Juan 15 nos dijo que El es la vid y en 14:6 dijo que El es la vida. El, como vid y como vida, es el árbol de la vida. El árbol de la vida en Génesis 2:9 representa a Cristo. El vino a nosotros como la realidad en Juan 14 y 15. Hoy en día sigue siendo el árbol de la vida del cual podemos comer.

  El árbol de la vida como vid que crece a los dos lados del río indica que Dios en el Cordero es el centro de la Nueva Jerusalén y que le suministra Su vida divina para alimentarla y satisfacerla. La calle, en la cual corre el río de agua de vida, desciende en espiral de la cumbre del monte a cada una de las doce puertas a los cuatro lados de la ciudad para facilitar su comunión (22:1-2). La calle tiene como fin la comunicación; la comunicación es la comunión. En Juan 1:1 y 3 se nos muestra que de esta vida divina procede la comunión divina. La calle, el río y el árbol de la vida tienen como fin la comunión. Ahora en el recobro del Señor estamos en esta comunión, la cual se encuentra junto a la calle con el río que corre y el árbol que crece.

LA NOVIA, LA ESPOSA DEL CORDERO

  La máxima consumación es la novia, la esposa del Cordero (21:2, 9). Toda la ciudad santa es una novia. En el Evangelio de Juan, cuando los discípulos de Juan tenían envidia de Jesús, Juan dijo: “El que tiene la novia, es el novio” (Jn. 3:26-29). Como amigo del Novio, Juan estaba contento que sus seguidores le dejaran y fuesen a Jesús, porque El era el Novio. En Juan 3 la regeneración tiene como fin producir la novia.

  Finalmente, seremos una mujer corporativa por la eternidad (Ap. 21:2). En la eternidad el único hombre es nuestro Dios, nuestro Redentor, nuestro Señor. Nosotros seremos la mujer corporativa y corresponderemos a El. Entonces, al final, lo que se produce por la obra doble de Dios —la creación y la edificación— es una pareja. Dios está casado con el hombre, y el hombre está casado con Dios. En la conclusión de los sesenta y seis libros de la Biblia está Apocalipsis 22:17, donde leemos: “El Espíritu y la novia dicen...”. La Biblia concluye con la declaración de una pareja.

  Esta novia, quien corresponde al Espíritu, es la máxima consumación de todos los hombres tripartitos que han sido redimidos, regenerados, transformados y glorificados. El Espíritu es el Espíritu todo-inclusivo como máxima consumación del Dios Triuno. El Espíritu es el Dios Triuno que nos llega, así que Aquel que nos llega es la consumación. El pasó por los procesos de encarnación, vivir humano, crucifixión, resurrección y ascensión.

  Ahora nuestro Dios está procesado. En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios, y este Verbo se hizo carne. La encarnación es un proceso. Aquel que se encarnó vivió en la tierra en la casa de un carpintero pobre. Después de treinta y tres años y medio fue llevado como cordero al matadero y fue inmolado en la cruz. Esto también fue un proceso. El fue al Hades (Hch. 2:27; Ef. 4:9) y entró en la resurrección, lo cual fue un proceso. Indudablemente todos estos pasos son procesos por los cuales El pasó. Ahora nuestro Dios no puede ser igual que antes de la encarnación.

  ¿Cree usted que Dios es igual que era antes de la encarnación? Hebreos 13:8 dice: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Si usted dice que El es el mismo ayer, y hoy y por los siglos desde que resucitó, yo estoy de acuerdo con usted. Pero si usted dice que este versículo habla de Jesús antes de la encarnación, yo no estoy de acuerdo. El no tenía carne antes de encarnarse. Por medio de todos estos procesos Dios se hizo nuestro Redentor, nuestro Salvador y nuestra vida. El también se hizo el rico y abundante Espíritu vivificante que vive en nosotros hoy.

  Por consiguiente, en la conclusión de la Biblia se puede ver la consumación del Dios Triuno procesado, mientras que la esposa es el conjunto y la consumación de todos los hombres tripartitos que han sido redimidos, regenerados, transformados y glorificados. ¡Aleluya! El Dios Triuno se casa con el hombre tripartito. Aquí tenemos una pareja eterna que expresa al Dios Triuno por la eternidad. En la eternidad el hombre tripartito disfrutará al rico Dios Triuno.

  Fuimos escogidos y predestinados, y hemos sido llamados, salvos y regenerados. Ahora somos transformados para ser materiales preciosos a fin de poder ser edificados como casa espiritual para servir a Dios y ser el Cuerpo de Cristo que le exprese. Esta es nuestra meta. Somos los hijos de Dios y somos transformados para ser edificados como una casa a fin de servir a Dios y como el Cuerpo a fin de expresar a Cristo.

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