
Lectura bíblica: Gn. 3:15, 21; Is. 53:7; Dn. 9:25-26; Zac. 12:10; Jn. 8:44; 1:29; Ro. 8:3; Mt. 1:21; He. 9:28a; 1 P. 2:24; Jn. 3:14; He. 2:14b; Jn. 12:31; Gá. 6:14a; 1 Co. 15:45; Ro. 6:6; Gá. 2:20; 6:14b; Col. 1:15b, 20; Ef. 2:14-16; Jn. 12:24; Ap. 13:8
Las verdades acerca de los logros de Cristo han sido minimizadas por la mayoría de los eruditos cristianos del presente. Probablemente algunos digan que el cristianismo también predica el evangelio y habla de la crucifixión del Señor Jesús, el derramamiento de Su sangre, el perdón de los pecados y el logro de la redención, así como también de Su resurrección y ascensión. Ciertamente los fundamentalistas hablan de todos estos asuntos, pero lo que ellos dicen es muy superficial y demasiado ordinario. Como resultado, estos asuntos superficiales y ordinarios ocupan el ser interior de las personas e impiden que ellas reciban las verdades más profundas. Si ustedes les hablan a los cristianos acerca de lo que la Biblia enseña sobre la muerte, resurrección y ascensión de Cristo, descubrirán que ellos no tienen el oído ni la voluntad para escucharles. Esto prueba que el gusto que ellos tienen interiormente ha sido arruinado tanto que no tienen oído para oír. Una madre sabe que no puede darles a sus hijos cualquier clase de alimento; de lo contrario, éstos echarían a perder el gusto de los niños, quienes se negarían a tomar el alimento nutritivo adecuado. Muchas verdades que se enseñan en el cristianismo son así como los caramelos; no sólo son verdades superficiales, sino que dañan el gusto de las personas.
Por otra parte, espero que ustedes cambien sus conceptos. No deben ser tan orgullosos como para pensar que lo saben todo. La revelación principal del Nuevo Testamento son los tres logros de Cristo: Su muerte, Su resurrección y Su ascensión. Esto no quiere decir que Su encarnación y Su vivir humano sean verdades insignificantes. Ellas también son profundas, sólo que son más sencillas de explicar. La muerte de Cristo no sólo es profunda, sino que además es difícil de predicar porque involucra muchos elementos complicados e incluye muchos detalles. Esto mismo aplica a Su resurrección y ascensión.
Con respecto a los logros de Cristo, ya hemos abarcado tres elementos: el que creó todas las cosas, que se hizo carne y que pasó por la vida humana. Ahora pasaremos a considerar el cuarto punto: el que pasó por la muerte, con lo cual dio fin al pecado, a Satanás, al mundo, a la carne, al viejo hombre y a la vieja creación con sus ordenanzas y liberó la vida divina para efectuar la redención.
El tema de la muerte del Señor Jesús se abarca en el Nuevo Testamento desde los Evangelios hasta Apocalipsis. El Antiguo Testamento también contiene muchos tipos y profecías respecto a este tema. El primer tipo, que también es una profecía, es la simiente de la mujer. Esto se narra en Génesis 3:15, donde Dios dijo a la serpiente: “Él [la simiente de la mujer] te herirá en la cabeza, / pero tú le herirás en el calcañar”. Esto se refiere a la muerte de Cristo. Aunque aquí no podemos ver la palabra muerte, ciertamente alude a la muerte de Cristo. Además, Adán y Eva, después de transgredir, inmediatamente tomaron conciencia del pecado y se sintieron avergonzados por su desnudez, así que cocieron hojas de higuera y se hicieron delantales. Sin embargo, lo que ellos hicieron se conformaba a su propia manera y fue ineficaz. Por tanto, Dios les hizo túnicas de pieles para que se cubrieran (vs. 6-7, 21). Sabemos que el uso de pieles lleva implícito un gran significado. Las pieles se tomaron de algún buey o de alguna oveja. Antes de obtener las pieles, el buey o la oveja tenían que morir. Por tanto, las pieles implican muerte. Había que matar el buey o la oveja antes de poder convertir sus pieles en una prenda que cubriese la vergüenza del hombre. Esto nos muestra un tipo de la muerte sustitutiva, la muerte que cubre el pecado del hombre.
Luego, llegamos al capítulo 4, donde la Biblia dice que Caín presentó una ofrenda a Dios del fruto de la tierra (v. 3). En el fruto de la tierra no estaba incluido el derramamiento de sangre, pues no pasó por la muerte. No obstante, Abel presentó una ofrenda de los primogénitos de su rebaño, es decir, de las grosuras; en esto podemos ver la muerte. El cordero que Abel sacrificó tipifica a Cristo, quien como Cordero de Dios (Jn. 1:29) fue inmolado en la cruz por el justo Dios, y quien al morir derramó Su sangre preciosa para redimirnos (1 P. 1:18-19) y cubrirnos consigo mismo como nuestra justicia (cfr. Lc. 15:22). Aquí está implícito que un sacrificio fue inmolado y la sangre fue derramada; esto tipifica la muerte de Cristo. Por tanto, podemos ver en todas partes de la Biblia la verdad respecto a la muerte de Cristo.
Citaremos tres profecías del Antiguo Testamento con respecto a la muerte de Cristo. Primero, Isaías 53:7 dice: “Como cordero que es llevado al matadero, / y como oveja que ante sus trasquiladores permanece muda, / no abrió Su boca”. Segundo, Daniel 9:25-26 dice: “Desde la salida del decreto para restaurar y reedificar a Jerusalén hasta el tiempo del Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas [...] Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías”. Esto nos dice que el año de la muerte de Cristo sería el séptimo año de las sesenta y nueve semanas. Tercero, Zacarías 12:10 dice: “Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén el Espíritu de gracia y de súplicas; y me mirarán a Mí, a quien ellos han traspasado”. Luego, 13:6 dice: “Y alguien le dirá: ¿Qué heridas son éstas entre Tus brazos? Y Él dirá: Son aquellas con que fui herido en casa de los que me aman”. Aquel “a quien ellos han traspasado” es Cristo, y las “heridas [...] entre [Sus] brazos” denotan la herida de espada que Él sufrió en la cruz (Jn. 19:34). Todas éstas son profecías sobre la muerte de Cristo.
El Nuevo Testamento rebosa aún con más palabras sobre la muerte de Cristo. Por ejemplo, Romanos 8:3 dice: “Dios, enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. Pablo no mencionó directamente la muerte de Cristo; más bien, dijo “condenó al pecado”. Condenar al pecado equivale a juzgarlo. Este juicio no se ejecutó ante el tribunal, sino en la muerte de Cristo en la cruz. En esto está implícita la muerte de Cristo. Con estos ejemplos, pueden ver que muchos pasajes de la Biblia hacen referencia a la muerte de Cristo.
Ahora pasaremos a ver cómo la muerte de Cristo dio fin a todas las personas, asuntos y cosas negativas en el universo, tales como Satanás, el mundo, el pecado, la carne, el viejo hombre, la vieja creación con todas sus ordenanzas, así como todas las personas, asuntos y cosas involucradas. También veremos el aspecto positivo de la muerte de Cristo en cuanto a la liberación de la vida divina. La muerte de Cristo dio fin a todo de manera todo-inclusiva. Todas las personas, asuntos y cosas negativas en el universo llegaron a su fin en la muerte de Cristo.
El Señor Jesús murió en la cruz primeramente para dar fin al pecado. El asunto del pecado envuelve muchas cosas. En la teología china, se usan dos términos para referirse al pecado: yuan tsui (el pecado original) y pen tsui (nuestro propio pecado). Dado que en el chino yuan y pen son sinónimos, cuando yo era joven muchas veces los confundía. Yuan tsui, el pecado original, se refiere al pecado cometido por Adán; mientras que pen tsui, nuestro propio pecado, se refiere a todos los pecados que cometemos. Adán es el antecesor del linaje humano, así que el pecado que él cometió es yuan tsui, el pecado original. Los pecados que nosotros cometemos son pen tsui, nuestros propios pecados. En otro sentido, el pecado original es la naturaleza del pecado, mientras que los pecados que cometemos son las acciones del pecado. Además, el pecado original es el pecado mismo, mientras que nuestros pecados son los frutos del pecado. Usando expresiones modernas, el pecado original es el “gen del pecado”, mientras que nuestros propios pecados son el resultado del pecado. En realidad, esta clase de expresión todavía no es muy exacta.
El hermano Nee señaló que, según el estudio de Darby sobre el Nuevo Testamento, se les da fin a los pecados (plural) en Romanos, del 1:1 al 5:11, y a partir de 5:12 se le da fin al pecado (singular). El pecado es interno y está relacionado con nuestra naturaleza; los pecados son externos y están relacionados con nuestra posición. La muerte del Señor Jesús en la cruz primeramente no dio fin a los pecados, sino al pecado, al gen del pecado.
Los pecados son el resultado del pecado, los descendientes del pecado; no son el pecado mismo. Por ejemplo, Isaías 53:6b dice: “Y Jehová hizo que la iniquidad de todos nosotros / cayera sobre Él”. “Iniquidad” aquí es un vástago del pecado. El pecado tiene muchos vástagos, tales como las transgresiones, las iniquidades (v. 5), los pecados de culpa (Sal. 69:5), los errores (19:12), el desviarse (Dt. 17:17), la maldad y la infracción. Todos éstos son frutos nacidos del pecado. Además, Hebreos 9:28 dice: “Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y por segunda vez, ya sin relación con el pecado, aparecerá para salvación a los que con anhelo le esperan”. En este versículo, primero están los pecados (plural), y después está el pecado (singular). Esto sólo lo podemos entender haciendo un estudio minucioso.
El pecado tiene una función, y se le llama “ley”, la ley del pecado (Ro. 7:23, 25). ¿Cómo opera esta ley? Siempre que la ley opera, el hombre comete pecados. Esta ley no sabe hacer el bien, ni puede hacerlo; es experta en no hacer el bien. Tan pronto ésta comienza a operar, el hombre comienza a pecar; ésta es la ley del pecado. Hoy en día la gente ha descubierto muchas leyes; pero hace dos mil años atrás, cuando la ciencia no había avanzado tanto, Pablo ya había descubierto cuatro leyes, una de las cuales era la ley del pecado. Los filósofos chinos descubrieron esta ley un poco más tarde, pero en lugar de llamarla una ley, la llamaron un “principio”.
La ley del pecado es la función automática del pecado mismo; también es el poder natural del pecado. Cuando el pecado yace inactivo, la ley permanece inactiva. Pero una vez que el pecado se activa, la ley del pecado comienza a operar; como consecuencia, el hombre comete pecados. Pablo dijo que el mal estaba con él, siempre que él quería hacer el bien (v. 21), y que no hacía el bien que quería, sino que el mal que no quería, eso practicaba (v. 19). Por tanto, encontró que la ley del pecado estaba con él, cuando él quería hacer el bien. Esto comprueba que en él había algo que se le llamó “pecado”. Este algo tiene una función espontánea. Cuando está dormido, no hay ningún problema, pero una vez que se levanta, cosas terribles suceden. En Romanos 7 Pablo dijo que la función de la ley era despertar la ley del pecado, el cual yacía dormido en él (v. 9). Cuando la ley gritaba, el pecado despertaba; cuando el pecado se volvía activo, la ley del pecado comenzaba a operar. Como consecuencia, él pecaba. Aquí, Pablo estaba hablando del pecado mismo, del “gen del pecado”, y no del resultado, el fruto, del pecado.
En Juan 8:44 el Señor Jesús dijo a los judíos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo [...] Él ha sido homicida desde el principio [...] Cuando habla mentira, de lo suyo habla”. Ésta es la traducción apropiada según el texto griego. La versión China Unida lo traduce así: “Cuando habla mentira, habla a partir de sí mismo”. La versión de Lü Chen-chung lo traduce de otra manera: “Cuando habla mentira, habla a partir de su propia naturaleza”. Ambas versiones no corresponden al significado que el Señor Jesús expresó en aquel tiempo. Las palabras del Señor Jesús estaban llenas de sabiduría. Al describir la relación entre Satanás y el pecado, Él dijo que el pecado es algo de Satanás. Los expertos griegos afirman que esta expresión denota algo que Satanás tiene dentro de sí, algo que es posesión personal de Satanás, como un secreto oculto en él. Por esta razón, lo dicho por el Señor Jesús quiere decir que el diablo miente de lo suyo, de su posesión personal, la cual es la fuente de la mentira.
Hasta el presente día aún no podemos explicar qué es la posesión personal de Satanás. Sin embargo, por la palabra del Señor Jesús podemos estar seguros de que esta posesión personal del diablo es la fuente del pecado. Debido a esto, Satanás tiene un nombre llamado “el maligno”. Dentro de Satanás hay cierta maldad que no se encuentra en ningún otro ángel ni en ninguna otra creatura; es únicamente suyo. Si me preguntaran qué es esta maldad, entonces yo les diría que esta cosa mala que únicamente le pertenece a Satanás se le llama “pecado” en la Biblia. Después, si me preguntaran de dónde proviene el pecado, sólo les podría decir que, si bien muchos han tratado de descubrir de dónde proviene el pecado, aún sigue siendo un secreto. Aun los filósofos chinos que obtuvieron grandes logros en su estudio acerca del origen del pecado no pudieron contestar esta pregunta.
No obstante, la Biblia nos impresiona profundamente con el hecho de que el pecado es la posesión personal de Satanás, es algo propio de Satanás, algo que es única y exclusivamente suyo. Por esta razón, él es el padre de los mentirosos y padre de las mentiras. No solamente los mentirosos le pertenecen, sino que aun las mentiras son esencialmente de él. Hay algo en él que es su posesión personal, y es el gen del pecado. Cuando él sedujo a Eva y Adán, al instigarles a que comieran del fruto de árbol del conocimiento del bien y del mal, el gen del pecado entró en el hombre. Es por esto que Romanos 5:12 dice: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre”. Mundo aquí denota la gente del mundo, al igual que la palabra mundo en Juan 3:16, que dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo”. Es de esta manera que el pecado se introdujo en el hombre.
Así pues, hablando con propiedad, el entendimiento que tenían los antiguos teólogos chinos acerca del pecado no era muy exacto. Ellos consideraban el término yuan tsui, como el pecado original, como el pecado que cometió nuestro antepasado Adán, y pen tsui, como nuestro propio pecado, como los pecados que nosotros cometemos. De hecho, el pecado original no es el pecado de Adán. El pecado cometido por Adán, contra él mismo, era el propio pecado de Adán. El pecado original es algo propio de Satanás, es su posesión personal. Éste es el origen, la fuente, del pecado.
Aquello a lo cual el Señor Jesús dio fin en la cruz era el pecado, el pecado mismo. Es por esto que, después de Romanos 7, Pablo dijo en 8:3: “Dios, enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. Esto significa que hay algo llamado pecado, y cuando el Señor Jesús fue crucificado, el pecado también fue crucificado. De esta manera Dios juzgó al pecado en la carne del Señor Jesús. Además, Dios condenó el pecado, al enviar a Su propio Hijo “en semejanza de carne de pecado” y también “en cuanto al pecado”. En cuanto al pecado quiere decir que incluye todo cuanto se relaciona con el pecado.
Aunque Aquel que Dios envió se hallaba “en semejanza de carne de pecado”, en Él no había pecado (2 Co. 5:21; He. 4:15). Esto está tipificado por la serpiente de bronce que Moisés levantó en el desierto (Nm. 21:9). En Juan 3:14 el Señor Jesús dijo: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. Esta palabra indica que la serpiente de bronce era un tipo de Él como nuestro Sustituto en la cruz. La serpiente de bronce tenía la forma de la serpiente, pero no el veneno de la serpiente; tenía la forma de la serpiente, pero no la naturaleza serpentina. Cuando la serpiente de bronce fue puesta sobre un asta, lo que fue puesto tenía sólo la forma de la serpiente; no era una verdadera serpiente venenosa. Según el mismo principio, cuando el Señor Jesús fue puesto a muerte en la cruz, Él fue crucificado en la carne; esa carne era la “semejanza de carne de pecado”, la forma del pecado. Fue en tal “semejanza de carne de pecado” que Dios condenó al pecado y dio fin a todo lo relacionado con el pecado.
No sólo eso, puesto que el hombre tenía interiormente el gen del pecado, también presentaba exteriormente las obras del pecado. El Señor Jesús dio fin a nuestro pecado interno, el gen del pecado, al hacerse pecado por nosotros y al condenar y juzgar al pecado en la carne de pecado. Él dio fin a los pecados externos al cargar con nuestros pecados y sufrir por nosotros el justo castigo de Dios para satisfacer los justos requisitos de Dios. Con esto vemos que Cristo pasó por la muerte para dar fin a nuestros pecados. Esto se comprueba con Isaías 53:6, Hebreos 9:28 y 1 Pedro 2:24.
Hoy el reino de Satanás consiste en tres categorías de seres: una categoría comprende los ángeles rebeldes caídos que están en el aire como mensajeros de Satanás; otra categoría comprende los demonios que se hallan en el agua; y otra categoría comprende los seres humanos caídos que están en la tierra. Los ángeles caídos incluyen “la autoridad del aire”, mencionada en Efesios 2:2, y los “principados”, las “autoridades”, los “gobernadores del mundo de estas tinieblas” y las “huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”, mencionados en 6:12. Los principados y las autoridades del aire son mensajeros subordinados a Satanás. Originalmente, en el universo preadamítico, Dios les confió a los ángeles la autoridad gobernante (cfr. He. 2:5; Ap. 4:4, 10). Cuando Satanás se rebeló contra Dios, algunos de los ángeles siguieron a Satanás en su rebelión (12:4, 9) y se convirtieron en los ángeles caídos, los espíritus inmundos. Los demonios son parte de las criaturas vivientes que vivían en la tierra durante la era preadamítica y que fueron juzgados por Dios cuando se unieron a la rebelión de Satanás (Job 9:4-7); así pues, ellos perdieron sus cuerpos y se convirtieron en espíritus incorpóreos, quienes están restringidos a las aguas (Gn. 1:2; cfr. Ap. 20:13) y necesitan los cuerpos humanos como un medio para desempeñar sus actividades sobre la tierra. Por tanto, a veces ellos intencionalmente se adhieren al cuerpo humano. Dado que estos espíritus inmundos, los demonios, están relacionados con Satanás, todos ellos fueron juzgados y anulados por Dios mediante la crucifixión del Señor Jesús (Jn. 3:14; He. 2:14b).
En la cruz el Señor también juzgó al mundo y echó fuera a Satanás, el príncipe del mundo (Jn. 12:31). La palabra griega traducida “mundo” es kósmos, y denota “un orden” “una forma preestablecida” “un conjunto de cosas dispuestas en forma ordenada”, por ende un sistema ordenado establecido por Satanás, el adversario de Dios. Todas las cosas de la tierra, especialmente las que tienen que ver con la humanidad, tales como la religión, la cultura, la educación, la industria y el comercio, y todas las cosas del aire, han sido organizadas sistemáticamente por Satanás formando así su reino de tinieblas para establecer en la tierra un sistema mundial opuesto a Dios. Todo este sistema satánico yace en poder del maligno (1 Jn. 5:19).
Además de kósmos, la Biblia usa otra palabra griega: aión, que hace referencia al mundo. Aión significa un “siglo”, una “era”, y denota la apariencia moderna o la moda del mundo. Cada era tiene su apariencia moderna, su moda y sus costumbres (cfr. Ef. 2:2); una era es el mundo actual con el cual tienen contacto las personas e incluye “las cosas que están en el mundo” (1 Jn. 2:15). Esto nos muestra la diferencia entre kósmos, el mundo, y aión, una era. Kósmos se refiere al mundo entero, mientras que aión se refiere a una era que forma parte del mundo. El mundo entero, desde el tiempo pasado al futuro, es un kósmos, una entidad completa, compuesta por muchas eras, cada una de las cuales es un aión. Por consiguiente, mundo es un término general, mientras que era es un término específico.
El mundo incluye todas las personas, cosas y asuntos así como todas las eras. Cada era tiene su propia moda. Por ejemplo, el tiempo previo a la dinastía china fue una era, y la gente de ese tiempo tenían su moda. Luego, cuando se estableció la República de China, ésa fue la era de la República, y las personas de ese tiempo tenían su moda. Pero hoy en día, para nosotros, esas cosas han venido a ser añejas, antiguas, y ya no están de moda. Aún recuerdo que hace cuarenta y cuatro años atrás, mientras estaba predicando el evangelio en Chifú, asistió a la reunión una señora de apariencia muy moderna. Ella creció en mi pueblo natal, pero fue educada en Shanghái. Cuando ella llegó para oír el evangelio, llevaba su cabello en cuatro capas. Cuando entró, al verla me sentí incómodo. Después siguió llegando varias veces, y en una ocasión una capa de su cabello había desaparecido; y muy pronto, otra capa de su cabello había desaparecido; finalmente todas las capas habían sido totalmente desechas. Me sentí muy contento porque esto comprobó la eficacia del evangelio.
El mundo abarca un sin número de cosas, incluyendo todas las eras. Las eras han sido organizadas sistemáticamente por Satanás para usurpar al hombre e impedir que éste cumpla el propósito de Dios y para distraerlo del disfrute de Dios. Cuando Satanás, el príncipe de este mundo, fue arrojado por medio de la crucifixión del Señor en Su carne, el sistema maligno, el reino de las tinieblas, también fue juzgado. Así que, la muerte de Cristo también le dio fin al mundo.
Génesis 6:3 dice: “Y dijo Jehová: No contenderá Mi Espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne”. El cuerpo del hombre se transmutó en la carne, porque el elemento del árbol del conocimiento del bien y del mal, el elemento de Satanás, le fue añadido (3:7). En la Biblia, la carne incluye el cuerpo corrupto del hombre (Ro. 6:6; 7:24), la totalidad del hombre caído (3:20; Gá. 2:16) y aun los buenos aspectos del hombre (Fil. 3:3-6). Sea bueno o malo, todo es de la carne, mientras sea de nosotros mismos. En Romanos 8:8, Pablo hizo esta conclusión referente a la carne: “Y los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. La razón principal por la que Dios detesta tanto la carne es que Satanás mora en la carne. La carne es el cuartel del enemigo de Dios, la mayor base de operaciones del enemigo de Dios. Podemos decir que todas las obras que Satanás lleva a cabo en el hombre tienen como base la carne del hombre. Por esta razón, Dios odia la carne tanto como odia a Satanás; Dios quiere destruir la carne tanto como quiere destruir a Satanás. Cristo, al llegar a ser un hombre en la carne (Jn. 1:14) y morir en la forma del hombre caído y en semejanza de carne de pecado (Ro. 8:3), dio fin a la carne caída.
En la vieja creación somos el viejo hombre. El viejo hombre se expresa en la carne y tiende a guardar la ley. Cuando éramos el viejo hombre, el viejo marido, estábamos bajo la esclavitud de la ley. Lo que éramos o lo que hacíamos era fruto para muerte (7:4-5). No obstante, Cristo ha venido, y el viejo hombre ha sido crucificado junto con Él como postrer Adán (1 Co. 15:45; Ro. 6:6; Gá. 2:20; 6:14b). Puesto que el viejo hombre ha sido crucificado, el hombre regenerado está ahora libre de la ley del viejo hombre (Ro. 7:3-4, 6; Gá. 2:19); de modo que ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia a fin de vivir para Dios.
Como Primogénito de toda creación (Col. 1:15b), Cristo murió en la cruz en la vieja creación, y por medio de esta muerte Él dio fin a toda la vieja creación y efectuó la redención por toda la creación. Toda la vieja creación está tipificada por los querubines que llevaba el velo del templo, el velo que fue rasgado (Éx. 26:31; Ez. 1:5, 10; 10:14-15; Mt. 27:51). Lucas 23:44-45 dice: “Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena, por faltar la luz del sol; y el velo del templo se rasgó por la mitad”. Las tinieblas aquí están relacionadas con el pecado, mientras que el velo tipifica la carne del Señor Jesús, ya que Hebreos 10:20 se refiere a un “camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de Su carne”. Los querubines bordados en el velo que se rasgó cuando murió el Señor Jesús, representan toda la creación. Esto significa que cuando Cristo murió en la carne, llevó consigo toda la creación. Cuando el velo del templo se rasgó, también los querubines bordados en el velo se rasgaron. Esto indica que cuando Cristo fue crucificado en la carne, todas las criaturas fueron crucificadas juntamente con Él. Por medio de esto, todas las cosas creadas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, fueron reconciliadas con Dios (Col. 1:20). Por tanto, Hebreos 2:9 nos dice claramente que Cristo gustó la muerte no sólo por todos nosotros, sino también por todas las cosas.
Al pasar por la muerte, Cristo dio fin al pecado, a Satanás, al mundo, a la carne, al viejo hombre y a la vieja creación. Además, Su muerte también tenía como objeto la creación de un nuevo hombre. Para crear un solo y nuevo hombre, Cristo tenía que abolir todas las ordenanzas y las diferentes costumbres relacionados con el vivir, los hábitos, las tradiciones y las prácticas que existen entre los seres humanos. Así pues, Cristo, el Pacificador, creó en Sí mismo a todos los creyentes, tanto judíos como gentiles, en un solo y nuevo hombre (Ef. 2:14-16). No solamente hay barreras entre judíos y gentiles, sino también entre nacionalidades y razas. A menos que esas barreras sean removidas, no podemos ser uno en Cristo como nuevo hombre. ¡Alabado sea el Señor, en la cruz Cristo ha abolido todas las ordenanzas! Ahora en la vida de iglesia, independientemente de nuestro linaje, color, nacionalidad, estatus y hábitos de nuestro vivir, podemos ser conjuntamente edificados para llegar a ser el Cuerpo de Cristo, un nuevo hombre.
Todas las personas, cosas y asuntos en el universo, incluyendo el pecado, Satanás, el mundo, la carne, el viejo hombre, toda la creación y las ordenanzas fueron juzgadas por la muerte de Cristo. En un sentido positivo, Cristo, el grano de trigo que cayó en la tierra y murió, liberó la vida divina (Jn. 12:24) y la impartió en nosotros de modo que, al igual que Él, llegáramos a ser los muchos granos que son hechos un solo pan, esto es, Su Cuerpo (1 Co. 10:17a). Así pues, Él efectuó una muerte todo-inclusiva.
Puesto que el Señor Jesús dio fin al pecado en la cruz, ¿existe todavía el pecado en nosotros hoy? ¿Está el pecado vivo o muerto en nosotros hoy? ¿Y qué sucede ahora con la ley del pecado? Todos debemos admitir que el pecado sigue siendo uno de nuestros mayores problemas. Además, el Señor también dio fin al viejo hombre en la cruz, pero ¿está nuestro viejo hombre muerto en verdad? Hebreos 2:14 dice que el Señor destruyó al diablo por medio de la muerte. Éste es un cumplimiento de la profecía dada en Génesis 3:15 respecto a que Él heriría a la serpiente en la cabeza. No obstante, ¿el diablo está vivo o muerto hoy? Ciertamente, todos ellos llegaron a su fin en la muerte todo-inclusiva del Señor Jesús, pero en nuestros sentimientos y en nuestras experiencias concretas, el pecado sigue vivo, el viejo hombre también sigue vivo y el diablo está aún más vivo.
En la superficie parece que la Biblia se contradice a sí misma. Por un lado, Hebreos 2:14 expresa que el Señor Jesús participó de sangre y carne y, mediante Su muerte en la cruz, destruyó a Satanás. Pero Pablo, quien escribió Hebreos, también nos dijo que debemos guardarnos del diablo para que no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones (2 Co. 2:11). En Efesios 6:11 Pablo también nos exhortó a vestirnos de toda la armadura de Dios, para que podamos estar firmes contra las estratagemas del diablo. Si Pablo estuviera aquí, tal vez alguno le preguntaría cómo podría él reconciliar lo que dice ahí. Además, al final de la Biblia, en Apocalipsis 20:1-3, se habla de un ángel poderoso que desciende con una gran cadena en la mano para prender a Satanás, atarlo por mil años y arrojarlo al abismo. Si Satanás ya estaba muerto, ¿por qué habría necesidad de atarlo? Y después de mil años, será liberado de nuevo para que salga a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra (vs. 7-8). Ésa será su actividad final, mediante la cual él engañará a las naciones de la tierra para que se rebelen contra Dios por última vez. Conforme a estos relatos, ¿se le ha dado fin a Satanás, el diablo?
Debemos darnos cuenta de que las revelaciones halladas en la Biblia siempre tienen dos lados: un lado es el hecho, y el otro lado es el cumplimiento. Asimismo, necesitamos dos clases de vistas: una clase es lo que vemos en la realidad, y la otra es lo que vemos por fe. La perspectiva actual es lo que vemos según lo que realmente sentimos. Según esta clase de perspectiva, Satanás no está muerto, nuestro viejo hombre no está muerto y el pecado presente en nosotros no está muerto. Pero, según la perspectiva que es por fe, es decir, según la perspectiva de Dios, todas estas entidades que vemos como si estuvieran vivas, en realidad ya están muertas. Esto se puede ejemplificar con el hecho de que, si bien el Señor Jesús fue crucificado hace dos mil años atrás, a los ojos de Dios ya había sido crucificado desde la fundación del mundo (13:8).
La Biblia nos provee revelaciones con el objeto de producir fe en nosotros, de modo que podamos tener la perspectiva de la fe. La fe no es algo que poseemos por naturaleza; la fe se produce cuando vemos ciertas personas, cosas y asuntos que valoramos. Por ejemplo, si ustedes ven un trozo de barro, no lo valoran en su corazón, y por tanto no tienen fe en él; más bien, lo rechazan. Sin embargo, cuando ven un diamante, lo valoran en su corazón y, por tanto, la fe se produce espontáneamente. Así pues, el libro de Apocalipsis nos muestra un tesoro, y dado que sentimos aprecio por él, la fe es producida en nosotros. Por una parte, la fe no es por vista; por otra, la fe requiere grandemente la vista; esto es, requiere revelación. La Biblia está llena de revelaciones, e incluso su último libro se llama así; pues es un libro que nos revela los tesoros. Por consiguiente, cuando leemos la Biblia hoy, debemos aprender a leer no sólo la letra impresa, sino más aún debemos ver las revelaciones allí contenidas. Una vez que veamos la revelación, espontáneamente la fe será generada en nosotros. Una vez que tenemos fe, vivimos en la visión y, como resultado, nuestro viejo hombre, el pecado y el diablo estarán muertos en nuestra experiencia. Sin embargo, si no vivimos en la visión que nos ha mostrado la revelación, nuestro viejo hombre, el pecado y el diablo estarán vivos.
Debemos darnos cuenta de que todas las personas, cosas y asuntos son falsos y que únicamente Dios y Sus palabras son reales. Mientras vivimos en la tierra, debemos creer únicamente en Dios y en Sus palabras, y no en el entorno que vemos. Esto significa que debemos creer en la perspectiva de Dios y no en la nuestra. Tenemos que declarar: “¡Es una mentira que Satanás vive! ¡Es una mentira que el pecado vive! ¡Y es una mentira que nuestro viejo hombre vive!”. Esto es debido a que, según la perspectiva de Dios, en realidad todas estas entidades ya murieron. No obstante, esto primero requiere que tengamos una revelación, una visión, para poder ver que todos ellos están muertos, y entonces hacer tal declaración en fe. La visión es la escena que la revelación de Dios nos muestra; nuestra fe se produce cuando vemos la visión. Como resultado, reconocemos y experimentamos lo que Dios nos ha revelado.
Hoy no estamos aquí sólo para estudiar las doctrinas conforme a la letra, ni tampoco para conducir un seminario. Lo que estamos haciendo es escavar los tesoros que están enterrados bajo las letras de la Biblia con el fin de mostrárselos a ustedes para que los aprehendan. A los ojos de Dios todas las cosas negativas en el universo ya están muertas. Satanás ha muerto, el pecado ha muerto y nuestro viejo hombre ha muerto. Éstos son hechos cumplidos a los ojos de Dios. Apocalipsis es un libro que trata por completo sobre las profecías. Según la naturaleza de las profecías, los verbos usados deben aparecer en futuro. Pero resulta extraño que casi todos los verbos usados en Apocalipsis están en tiempo pasado, lo cual indica que todas las cosas mencionadas en este libro ya se han cumplido. Esto significa que Dios ve todas esas cosas como algo ya cumplido. Los que tienen la visión dirían: “¡Amen!”. ¿Dónde nos encontramos ahora? Si lo vemos según la perspectiva de Dios, diremos: “Yo no estoy en la ciudad de Taipéi; antes bien, ¡estoy en la ciudad santa, la Nueva Jerusalén!”. Esto se debe a que a los ojos de Dios ahora nos encontramos en la Nueva Jerusalén. Sin embargo, cuando los que no poseen una visión leen el libro de Apocalipsis, piensan que aún es muy temprano para entrar en la Nueva Jerusalén, dado que Pablo y Juan han esperado por dos mil años y aún no han entrado. Por tanto, ellos consideran que la Nueva Jerusalén es algo que tomará lugar en el futuro lejano. De hecho, en fe, ya estamos en la Nueva Jerusalén.
¡El pecado, Satanás y el viejo hombre ya están muertos! Debiéramos tener esta visión y declarar en fe: “¡Ya están muertos! ¡Ya llegaron a su fin!”. La clave radica en aquello que uno cree. Si ustedes creen que algo está muerto, entonces está muerto; si no creen que está muerto, entonces no lo está. La Biblia es un pacto, que incluye el viejo pacto y el nuevo. El cumplimiento de un pacto es algo condicional. La condición para que se cumpla el viejo pacto es la ley, mientras que la condición para el nuevo pacto es la fe. Es por esto que muchos pasajes del Nuevo Testamento hacen referencia a la fe (Ef. 4:5, 13; 1 Ti. 1:4; Tit. 1:4; 2 P. 1:1; Jud. 3). ¿Pero cómo podemos tener fe? Como ejemplo, digamos que hay muchas joyerías en Hong Kong. Cuando visitamos cualquier joyería, el dueño no sólo nos pedirá verbalmente que compren las gemas, sino que más aún exhibirá las gemas frente a nosotros. Una vez que las vemos, tenemos fe. Toda la Biblia, en especial el Nuevo Testamento, es una revelación que nos muestra los hechos conforme a la perspectiva de Dios. Cuando los vemos, tenemos fe.
Hoy en día muchos cristianos no han visto estos tesoros, así que ellos le muestran a la gente sólo “piedras y barro”. Por consiguiente, cuanto más predican, tanto menos cree la gente. Pero cuando nosotros predicamos, sólo necesitamos quince minutos para que la gente sea salva. Esto se debe a que les mostramos los tesoros, en vez de hablarles de cosas superficiales como irse al cielo o al infierno. Cuando ellos ven los tesoros, creen y desean recibir la salvación. La manera de ser salvos consiste en arrepentirse (Mt. 4:17), invocar (Ro. 10:13) y creer (Jn. 1:12-13), o sea, recibir. Cuando recibimos, obtenemos la salvación. Esto es exactamente lo que practicamos.
Lo abarcado en este capítulo constituye una gran visión y una gran liberación. Espero que todos ustedes puedan ver y recibir esto y entrar en ello. Por ejemplo, con respecto a la verdad en cuanto al pecado, deben hallar todos los versículos del Nuevo Testamento que mencionan el pecado (singular), y después deben estudiarlos y orar acerca de ellos, pidiéndole al Señor que les dé la visión. Entonces se darán cuenta de que el pecado ya ha sido crucificado y fue condenado por Dios. Entonces podrán darle gracias y alabar al Señor, y tendrán fe. Hagan lo mismo con respecto a Satanás, el mundo y el viejo hombre; a medida que vean la verdad con respecto a cada uno de estos hechos, ustedes la recibirán y obtendrán. Entonces todo lo que aprendan, será algo real, cabal y subjetivo.