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Mensajes del libro «Sacerdotes neotestamentarios del evangelio, Los»
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CAPÍTULO TRES

LA NUEVA MANERA Y EL SACERDOCIO UNIVERSAL DEL NUEVO TESTAMENTO

  Lectura bíblica: Mt. 3:1-2, 4; Ro. 15:16; 12:1; Col. 1:28; Ap. 5:9-10a; 1 P. 2:5; Mt. 28:19; He. 10:24-25; 1 Co. 14:26, 31

BOSQUEJO

  1. El sacerdote del Antiguo Testamento se torna para llegar a ser el sacerdote del Nuevo Testamento—Mt. 3:1-2, 4:
    1. Ya no ofrece toros ni machos cabríos.
    2. En lugar de ello, ofrece a pecadores en Cristo—Ro. 15:16.
    3. Para que las amadas personas que son salvas se ofrezcan a sí mismas en Cristo—Ro. 12:1.
    4. Para que los santos puedan ser presentados maduros en Cristo—Col. 1:28.
  2. El sacerdocio universal del Nuevo Testamento—Ap. 5:9-10a; 1 P. 2:5:
    1. Todos predican el evangelio—Mt. 28:19.
    2. Todos asisten a las reuniones de hogar y a las reuniones de los grupos pequeños—He. 10:24-25.
    3. Todos profetizan por el Señor—1 Co. 14:26, 31.

  Ya hemos visto que la manera ordenada por Dios siempre concuerda con la naturaleza de las cosas que Él desea hacer y lograr. En el Nuevo Testamento Dios tiene un excelente propósito, el cual consiste en obtener un grupo de pecadores, a quienes, después de salvar, Él procede a separar, santificar y transformar hasta que llegan a ser un solo espíritu con Él y sean un pueblo que es uno con Él. Estas personas llegan a ser inseparables de Dios. No sólo ellas están unidas a Dios, sino que incluso están mezcladas con Él. Ellas son sencillamente un grupo de personas que pertenecen a Dios. En su andar diario y en su expresión, cuando los hombres las ven, ellos ven a Dios. Ellas son la expresión de Dios y también son Dios manifestado en la carne.

  Dios hace todo esto con el propósito de obtener un grupo de personas que puedan ganar a otros para Dios. No sólo dichas personas pueden ganar a otros para Dios, sino que además pueden ofrecerlos como ofrendas para Dios, es decir, como comida para Dios, a fin de que Él sea satisfecho.

EL SACERDOTE DEL ANTIGUO TESTAMENTO SE TORNA PARA LLEGAR A SER EL SACERDOTE DEL NUEVO TESTAMENTO

  En el Antiguo Testamento los deberes y responsabilidades de un sacerdote consistían en llevar los toros y los machos cabríos al altar, y ofrecerlos día y noche como holocaustos para Dios. Éstos llegaban a ser comida para Dios. Eran sacrificios vivos para Dios, que satisfacían el corazón de Dios. Todos ellos eran simplemente tipos.

  En el Nuevo Testamento todos los tipos hallan su cumplimiento. Ahora, lo que los sacerdotes de Dios ofrecen como sacrificios son pecadores. Podemos ver este cambio en Mateo capítulo 3. El versículo 1 dice: “En aquellos días Juan el Bautista apareció en el desierto de Judea predicando”. Cuando Juan el Bautista vino para cumplir su ministerio, él no lo hizo en el templo ni en la ciudad santa, sino que, más bien, fue al desierto. Allí no se encontraba ningún sabor religioso ni había ningún elemento cultural. Más aún, él “tenía un vestido de pelo de camello, y un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre” (v. 4). Levítico 11:4 nos dice que el camello era un animal inmundo que no se debía comer ni tocar. Pero aquí encontramos a Juan, que tenía un vestido de pelo de camello. No sólo él mismo era una persona salvaje, sino que su comida era silvestre. Todo esto muestra que él cumplía su ministerio de una manera salvaje. Él no guardó ninguna de las regulaciones antiguas.

  Lo que él hacía era aún más salvaje, pues predicaba diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2). Si alguien estaba dispuesto a arrepentirse, él lo bautizaba en agua. En aquel tiempo el bautismo no se hacía como se hace hoy en día, en un bautisterio apropiado y con cuartos para cambiarse de ropa. Juan llamaba al arrepentimiento, y un grupo tras otro de personas salía a él, confesando sus pecados y luego eran bautizadas por él en el río Jordán (vs. 5-6). Juan no cumplió en absoluto su ministerio según la manera en que se adoraba en el Antiguo Testamento. Lo que él hizo era absolutamente contrario a la religión y la cultura. Esto nos muestra que él rechazó completamente lo que Dios había dispuesto en el Antiguo Testamento, a fin de introducir la economía neotestamentaria de Dios.

  Sin embargo, no debemos olvidar la familia de la cual provenía Juan. Él no provenía de una familia “salvaje”. Su padre, Zacarías, no era simplemente un sacerdote (Lc. 1:5), sino alguien que tomaba la delantera en el sacerdocio. Por consiguiente, Juan había nacido en una familia sacerdotal. Más aún, su nacimiento era de Dios (Lc. 1:13), pues fue dado a sus padres por Dios. Además de esto, era el hijo primogénito, quien debía haber heredado la profesión de su padre para servir en el templo. Sin embargo, él no se puso los vestidos sacerdotales, sino que, en lugar de ello, se puso un vestido de pelo de camello. No se alimentaba de ninguna comida sacerdotal, sino que, en vez de ello, comía langostas y miel silvestre. Tampoco permaneció en el lugar santo quemando el incienso y despabilando las lámparas, sino que, salió al desierto y bautizaba a las personas en agua. Todas estas cosas eran acciones y métodos salvajes, los cuales nos muestran que la vieja manera de adorar a Dios había llegado a su fin y que una nueva manera había sido introducida. En realidad, Juan servía como un verdadero sacerdote.

En lugar de ofrecer toros y machos cabríos, ofrece pecadores en Cristo

  Juan era sacerdote por nacimiento. Sin embargo, esto era sólo un tipo y una sombra, no era la realidad. En él, el sacerdocio del Antiguo Testamento había dado un giro, pues cambió de la sombra a la realidad, y de las ofrendas de toros y machos cabríos físicos a las ofrendas de pecadores como sacrificios. Éste es el sacrificio que Dios había estado buscando desde antes de la fundación del mundo en la eternidad pasada. Estos sacrificios son cada uno de los pecadores. Efesios 1:4 dice: “Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo”. Nosotros, quienes hemos sido salvos, fuimos escogidos por Dios antes de la fundación del mundo. En la eternidad pasada Dios nos escogió. No importa en qué país o rincón del mundo nos encontremos; Él nos escogió. Nosotros no sabíamos cuándo íbamos a nacer ni dónde naceríamos. Dios nos predestinó antes de la fundación del mundo para que fuéramos escogidos, luego fuéramos salvos en el tiempo y llegáramos a ser ofrendas para Dios en Cristo.

  Aunque fuimos escogidos antes de la fundación del mundo, el momento de nuestra salvación aún no había llegado (Gá. 4:4). Después que el hombre creado por Dios cayó, Dios vino a tocar la puerta del corazón de Adán en Génesis 3. Él lo llamó, diciendo: “¿Dónde estás?” (v. 9) y le predicó el evangelio al decirle que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente (v. 15). Estas palabras eran el evangelio y también una promesa. Dos mil años más tarde, en la época de Abraham, Dios vino nuevamente a hacerle una promesa a Abraham, diciendo: “Serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3). La simiente de Abraham es Jesucristo. Después de esto, pasaron dos mil años más. Así que cuatro mil años después que el hombre fue creado, Jesucristo nació de una mujer y vino a ser la simiente de la mujer. María, quien engendró a Jesús, era una descendiente de Abraham. Por consiguiente, Jesús, quien fue engendrado de ella, era también de la simiente de Abraham.

  La primera página del Nuevo Testamento dice: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mt. 1:1), y después de esto dice: “Abraham engendró a Isaac; e Isaac engendró a Jacob...”, hasta el final de la genealogía donde “Matán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, quien es llamado el Cristo” (vs. 15-16). En la genealogía de Mateo vemos el cumplimiento de la promesa hecha a Adán y Eva. Más aún, la promesa que Dios había hecho a Abraham también se cumplió. El Señor Jesús hirió la cabeza de la serpiente, y Él es Aquel en quien son benditas todas las familias de la tierra.

  Cuando Cristo vino, Él cumplió las promesas hechas en el Antiguo Testamento. Pero antes de que viniera Cristo, Dios ya había establecido el sacerdocio en el Antiguo Testamento, pero era simplemente una sombra. Dios exigía que los sacerdotes del Antiguo Testamento ofrecieran toros y machos cabríos. Estos toros y machos cabríos eran tipos de Cristo. En el Nuevo Testamento los sacerdotes ya no ofrecen toros y machos cabríos, sino que más bien, ofrecen a los pecadores que fueron escogidos por Dios y salvos en Cristo.

  Ahora podemos entender por qué Juan, siendo sacerdote por nacimiento, no ofreció toros ni machos cabríos cuando salió a cumplir su ministerio. En lugar de ello, ahora ofrecía a pecadores. Él predicaba en el desierto, diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2). Si los hombres se arrepentían y confesaban sus pecados, él los bautizaba, ofreciéndolos a Dios uno a uno. Juan fue el primer sacerdote del Nuevo Testamento y el último del Antiguo Testamento. Desde la perspectiva de Dios, después de Juan el Bautista, no hubo más sacerdotes conforme al Antiguo Testamento, pues el sistema de servicio según el Antiguo Testamento había cesado del todo. En otras palabras, había ocurrido un cambio de era. La manera antigua había cambiado a la nueva, y el sacerdote del Antiguo Testamento se torno y llegó a ser el sacerdote del Nuevo Testamento.

LA IGLESIA SE DEGRADÓ Y SE APARTÓ DE LA MANERA ORDENADA POR DIOS

  Hemos visto que la nueva manera es la manera ordenada por Dios, ya que concuerda con lo que Dios desea lograr en Sí mismo. Sin embargo, aunque ahora estamos en la era del Nuevo Testamento y en la era de la iglesia, aún se sigue practicando la vieja manera. La razón de esto es la degradación de la iglesia. No mucho después que la iglesia fuera establecida por los apóstoles y antes de que todos ellos partieran con el Señor, hubo creyentes que habían abandonado la manera que los apóstoles introdujeron. La iglesia se degradó, y su naturaleza cambió. Como resultado, el servicio, la adoración y la manera en que se reunía la iglesia, todo cambió. Todo llegó a ser según las inclinaciones naturales del hombre, lo cual produjo el cristianismo degradado.

  La degradación del cristianismo no ocurrió de un momento a otro, sino que hubo una decadencia gradual. La degradación empezó en el segundo siglo, y siguió empeorando en el tercer siglo, incluso hasta el siglo VI. Para el año 570 d. C. el arzobispo de Roma fue reconocido por todas las iglesias como el Papa, y la Iglesia Católica Romana fue oficialmente establecida. Después de esto, la iglesia Católica cerró la Biblia, y prohibió que los creyentes comunes la leyera. Únicamente el Papa y el clero podían leerla. Así pues, se les impidió a las personas tener acceso a la Biblia, y a este periodo se le conoce en la historia de la civilización occidental como la Edad de las tinieblas, el oscurantismo.

  En el siglo XVI Martín Lutero surgió para dar inicio a la Reforma, y la Biblia que estaba sellada volvió a ser un libro abierto. Éste fue uno de los logros más importantes de Lutero. Basado en la Biblia, él también recobró la verdad de la justificación por la fe. Sin embargo, las diferentes maneras en que se servía en la iglesia y la predicación del evangelio permaneció igual.

  A partir del catolicismo, se desarrolló el protestantismo. El protestantismo en sus inicios incluía a todas las religiones estatales. En aquella época, todos los países del norte de Europa establecieron sus propias iglesias nacionales. En Inglaterra se formó la Iglesia de Inglaterra. En Dinamarca la iglesia nacional de Dinamarca. Posteriormente, las iglesias privadas, independientes, tales como los bautistas y metodistas, surgieron a partir de las iglesias estatales. Todas éstas eran iglesias privadas. Ninguna de ellas tenían que ver con ningún país en particular. En aquel tiempo hubo un recobro gradual de la iglesia, pero no fue muy completo, pues aún persistían muchas cosas que el protestantismo había heredado del catolicismo.

  Para el siglo XVIII, el Señor levantó al hermano Zinzendorf para que guiara a otros al recobro de la vida de iglesia. En el siglo XIX el recobro dio un paso adicional cuando se levantó la Asamblea de los Hermanos. Un siglo más tarde, alrededor de 1920, el Señor levantó al hermano Watchman Nee en el Lejano Oriente, en Fukién, China. En aquel tiempo, yo estaba en el norte de China. Aunque estábamos lejos el uno del otro, el Señor nos ganó a ambos. Amábamos al Señor y habíamos visto la verdadera necesidad de ser librados del veneno que había dejado el cristianismo degradado. Hace sesenta años pensábamos que ya nos habíamos librado completamente de estas cosas. Entonces el Señor nos iluminó más y nos mostró que no habíamos sido purgados completamente de los elementos del cristianismo degradado. Era como si hubiéramos heredado estos elementos caídos. Aunque hicimos lo posible por librarnos de estos gérmenes, éstos permanecieron con nosotros.

  Podemos tomar como ejemplo la manera en que nos reunimos. Cada vez que hablamos de las reuniones, tenemos interiormente la esperanza de que se congreguen tantos creyentes como sea posible. Una reunión de quinientos es mejor que una reunión de cien, y ochocientos es aún mejor que quinientos. Por supuesto, mil es todavía mejor que ochocientos. Estoy seguro de que todos ustedes están muy contentos esta mañana, porque tanto el segundo piso como el primer piso están llenos de gente. Incluso hay algunos que están viéndome por el circuito cerrado de televisión. Todos ustedes me están escuchando. Ustedes no podrían decir que este tipo de reuniones no deben ocurrir. El Nuevo Testamento relata que cuando Pablo fue a Troas, se quedó allí siete días. Puesto que iba a partir al día siguiente, les habló a los creyentes hasta después de la medianoche. Un joven llamado Eutico que estaba sentado en la ventana se cayó desde el tercer piso. Cuando lo levantaron del suelo, ya estaba muerto. Luego, Pablo descendió y se echó sobre él, y les dijo a todos que la vida del joven aún estaba en él. Después de esto, Pablo subió nuevamente, y habló largamente a la congregación hasta el alba, y después partió (Hch. 20:6-11). Por consiguiente, hay ocasiones en las que se realizan este tipo de reuniones.

  Sin embargo, la Biblia nos revela que normalmente las reuniones de los creyentes deben realizarse de casa en casa (2:46). Después del Día de Pentecostés, cuando tres mil personas fueron salvas, Pedro y Juan iban al templo sólo de vez en cuando para hablar a la multitud. Sin embargo, la mayoría de las veces se reunían de casa en casa. Durante estas reuniones no era solamente una sola persona la que hablaba mientras que las demás escuchaban, sino que más bien, todos hablaban y todos escuchaban. Había comunión, oración, se practicaba el partimiento del pan, había enseñanza y también se predicaba el evangelio. Todo esto se hacía en las reuniones de los hogares de los creyentes. Esto también es la manera original que Dios ordenó para que la iglesia se reuniera.

  A causa de la degradación de la iglesia, esta clase de reunión se perdió. Lo que uno ve exclusivamente en el cristianismo actual son reuniones grandes en las que un orador habla y los demás escuchan. Todos ellos han abandonado la manera establecida por Dios y han caído en las tradiciones humanas. Esta manera tradicional se ajusta muy bien al modo de ser natural del hombre y concuerda con el espíritu de esta era. Incluso en el año 1948, el hermano Watchman Nee dijo que esta especie de reuniones puede compararse a cuando los israelitas seguían las costumbres de las naciones (2 R. 17:8). Esto no es bíblico. No es fácil ver esto a simple vista, pues en dichas reuniones se cantan himnos, se dan sermones con enseñanzas y se predica el evangelio, y los hombres son salvos. Al parecer no tienen nada de malo. Sin embargo, lo que se esconde debajo es algo contrario al sacerdocio universal que ha sido ordenado por Dios.

EL SACERDOCIO UNIVERSAL DEL NUEVO TESTAMENTO

Todos predican el evangelio

  El sacerdocio que Dios ordenó para todos es uno en el que todos los que son salvos son sacerdotes. Además, la ofrenda principal en el Nuevo Testamento consiste en ofrecer a Dios los pecadores que son salvos. Ésta es la principal función de los sacerdotes del Nuevo Testamento.

  Por esta razón, después de llegar a la era del Nuevo Testamento, Dios reveló al último sacerdote del Antiguo Testamento, a Juan el Bautista, que no debía ofrecer toros ni machos cabríos, sino que, en vez de ello, debía ofrecer a los pecadores en Cristo. Después de esto, el Señor Jesús vino. Él también era un verdadero sacerdote, pues continuó conduciendo a los pecadores a la salvación. El Señor Jesús también envió a los discípulos a que predicaran el evangelio. Primeramente, Él envió a los doce (Lc. 6:12-16), luego envió a los setenta (10:1-24), y después de Su resurrección dijo a los discípulos: “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28:18b, 19). El Señor Jesús nos envió a todas las naciones a que predicáramos el evangelio a todos los hombres, bautizándolos en Él mismo y ofreciéndolos como sacrificios a Dios. En las Epístolas Pablo también dijo que él debía “ser ministro de Cristo Jesús a los gentiles, un sacerdote que labora, sacerdote del evangelio de Dios, para que los gentiles sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo” (Ro. 15:16). Pablo era un sacerdote del evangelio de Dios. Él ofrecía los gentiles que eran salvos como ofrendas a Dios.

El servicio ya no debe ser realizado únicamente por el clero, sino que más bien, todo creyente debe predicar el evangelio

  Es posible que aún abriguemos conceptos naturales. Tal vez pensemos que puesto que el hermano Pablo era el apóstol número uno, ciertamente era capaz de predicar el evangelio, y que como nosotros no somos ni un apóstol ni un profeta, no podemos hacerlo. Así que, para predicar el evangelio pensamos que tenemos que invitar a un gigante del evangelio para que venga y nos hable a todos. Esto es contrario a las Escrituras y no concuerda con la naturaleza de la manera ordenada por Dios en el Nuevo Testamento. Dios ha ordenado en el Nuevo Testamento que cada uno de los creyentes prediquen el evangelio.

  Sin embargo, la iglesia se degradó y, como resultado, la función orgánica de muchos creyentes fue anulada. Ahora todos nos sentimos incapaces de predicar el evangelio; sólo unos cuantos son capaces de hacerlo y de servir como sacerdotes. El resultado de esto es el sistema clerical. La mayoría de los creyentes son laicos que únicamente acuden a los servicios de adoración y se sientan en las bancas sin desempeñar ninguna función. Esto mata lo que Dios dispuso y lo que había ordenado. En los pasados dos mil años muchos cristianos han perdido su capacidad para servir a Dios. Quizás algunos no entiendan esto y piensen que todavía sirven a Dios, pues cada semana vienen al salón de reuniones a barrer el piso, a aspirar las alfombras, a limpiar las ventanas, a acomodar las sillas y a servir de ujieres. No obstante, todas estas tareas son simplemente el trabajo de los levitas; no son los servicios que realizan los sacerdotes neotestamentarios del evangelio.

  Desde 1984 hemos visto la necesidad de cambiar de sistema. Sin embargo, durante los últimos cuatro años no nos hemos purgado completamente del veneno del cristianismo. No es fácil librarnos de ningún tipo de tradición o sistema. Por ejemplo, hace cuatrocientos años el fundador de la República China moderna, el señor Sun Yat-sen, propuso que el gobierno chino se volviera del régimen imperialista a la democracia. Hoy en día Taiwán apenas está empezando a salir de dicho sistema. Tener una democracia no es nada fácil. Otro ejemplo es la manera en que nos vestimos. Hace sesenta años eran muy pocos los chinos que se atrevían a ponerse los trajes del Occidente. Ni siquiera se atrevían a hablar inglés después que aprendían el idioma. Pero hoy en día, sesenta años más tarde, en Taiwán la mayoría de las madres están muy deseosas de que sus hijos aprendan inglés. También en todas partes encontramos personas que visten ropa occidental. Esto se debe a que la era ha cambiado, y a que la corriente ha dado un giro. En el comercio y en los negocios, Taiwán ha mejorado y avanzado tremendamente. Si no nos tornamos, nos quedaremos atrás.

  Es necesario que veamos que lo mismo ocurre en el servicio de la iglesia. No podemos cambiar la verdad de la Biblia; sin embargo, la manera en que predicamos y enseñamos la verdad aún requiere mucho estudio y mejoramiento. En la Biblia podemos ver que las reuniones del evangelio en las que una sola persona habla mientras las demás escuchan, no son según las Escrituras ni son conforme a lo que Dios ha ordenado. El Señor envió a los setenta discípulos a las casas de las personas y les dijo que “en cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa. Y si hay allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre aquélla; y si no, se volverá a vosotros” (Lc. 10:5-6). El Señor nunca les mandó a los discípulos que convocaran una gran reunión, sino que más bien, los envió.

  Por consiguiente, cada hermano y hermana tiene que ir de puerta en puerta visitando a las personas. Hoy estamos en la economía neotestamentaria de Dios. Todos somos sacerdotes y todos debemos ofrecer sacrificios. El primer sacrificio que debemos ofrecer a Dios es el pecador. Si no ofrecemos pecadores no somos sacerdotes que ejercen su función. En el futuro tendremos que rendirle cuentas al Señor. La manera que el Señor desea que tomemos no consiste en que sólo unas cuantas personas calificadas y dotadas prediquen el evangelio. Él desea que toda persona que ha sido salva vaya a predicar el evangelio. Siempre y cuando usted pueda hablar, podrá predicar el evangelio. En 1 Corintios 14:31 dice: “Porque podéis profetizar todos uno por uno”. La Biblia dice que todos podemos hablar. Por esta razón, todos tenemos que ir y compartir el evangelio a otros, y así cumplir nuestro deber como sacerdotes del evangelio.

Para que las personas amadas que son salvas se ofrezcan a sí mismas en Cristo

  Después que hayamos ayudado a los pecadores a ser salvos y los hayamos ofrecido como ofrendas, Pablo nos dice en Romanos 12:1: “Así que, hermanos, os exhorto por las compasiones de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro servicio racional”. Pablo exhortó a los pecadores que presentaran sus cuerpos y se ofrecieran voluntariamente en sacrificio a Dios. Éste es otro paso que debemos guiar a otros a dar.

Todos asisten a las reuniones de hogar y a las reuniones de los grupos pequeños

  En Colosenses 1:28 Pablo dijo: “Amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo a todo hombre”. Presentar a alguien perfecto es semejante a recoger el fruto maduro en un huerto durante la siega. Todo este proceso de crecimiento ocurre en las reuniones de hogar, en las reuniones de los grupos pequeños y en las reuniones de distrito. Al final, por medio de estas diferentes reuniones, seremos perfeccionados paso a paso hasta que finalmente podremos ser presentados perfectos ante Dios.

Todos profetizan por el Señor

  Hoy en día es necesario que veamos que todos somos sacerdotes del Nuevo Testamento. Todos debemos predicar el evangelio; todos debemos asistir a las reuniones de hogar y a las reuniones de los grupos pequeños; y todos debemos profetizar. Cuando profeticemos, tenemos que ejercitar nuestro espíritu. No sólo debe haber revelación y luz, sino también inspiración. De este modo, por medio de nuestras palabras infundiremos a Cristo en los demás. Únicamente cuando pongamos en práctica todas estas cosas, el sacerdocio universal será una realidad.

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