
Lectura Bíblica: Ro. 8:5b, 6b; 12:2, 5-11
La vida de Dios en Cristo nos salva en cinco aspectos y produce cuatro resultados. El primer resultado es que reinamos en vida a fin de subyugar toda clase de insubordinación. Por consiguiente, tenemos control de todo tipo de ambiente. Segundo, somos capaces de llevar la vida de iglesia en una localidad, al ser salvos de nuestra propia perspectiva y nuestra propia meta. Cada uno de nosotros tiene su propia perspectiva. La vida de iglesia nos salva de nuestra propia perspectiva. Si una iglesia está llena de opiniones, ésta deja de ser normal. Ésta viene a ser Laodicea. Los puntos de vistas y opiniones del hombre producen diferentes metas. Estas diferentes metas impiden que la iglesia sea edificada. El tercer resultado consiste en aplastar a Satanás bajo nuestros pies, lo cual introduce el reino de Dios. Por último, la máxima consumación de la salvación en vida que Dios efectúa nos introduce en la glorificación.
Esta noche quisiera decirles nuevamente que a fin de participar en la obra del Señor, primero debemos tener la visión. La visión gobierna nuestra perspectiva. Nuestro punto de vista debe ser gobernado por la visión. En segundo lugar, no debemos formar partidos con nadie. El formar partidos está relacionado con los intereses y metas personales. La frase formar partidos ha sido traducida en la Versión Recobro como: “disensiones”, “contiendas” y “rivalidades” (Ro. 2:8; 2 Co. 12:20; Gá. 5:20; Fil. 1:17; 2:3; Jac. 3:14, 16). La gente está en contiendas y rivalidades debido a que tiene sus metas personales y busca sus propios intereses. Esto acarrea problemas.
Hace seis meses un hermano insistió en verme y trató de tener comunión conmigo en cuanto al problema actual en el recobro del Señor. Le dije a ese hermano que yo había estado en la vida de iglesia por cincuenta y ocho años y había llegado a familiarizarme con ese tipo de asuntos. Éstos se asemejan a los ciclos del metabolismo del cuerpo; después de cierto tiempo el cuerpo se enferma temporalmente.
Durante los dieciocho años que estuve en la China continental, el hermano Nee era responsable del ministerio de la palabra. Durante esos dieciocho años, vi al menos cuatro tormentas. En 1949 nos mudamos a Taiwán y comenzamos la obra allí. En este periodo de cuarenta años, el ciclo de tormentas ha sido menos frecuente. Sin embargo, siempre ha ocurrido una tormenta cada diez años aproximadamente. La semilla del primer problema fue plantada en 1957. Para 1959 la semilla casi había brotado. Este incidente tuvo mucho que ver con mi carga de ir al Occidente.
En 1962 yo tenía claro que el Señor quería que tomara la carga de empezar la obra de Su recobro en los Estados Unidos. Permanecí allí hasta 1965, cuando regresé a Taiwán con el objeto de aclarar la situación. La iglesia, en ese entonces, estaba siguiendo los mensajes del Evangelio de Juan. En el capítulo 2 el Señor les dijo a los judíos: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (v. 19). En esa ocasión les dije a los hermanos y hermanas que si la obra en Taiwán provenía del Señor, aunque el hombre fuera capaz de destruirla, el Señor la levantaría de nuevo en resurrección.
Debemos ver que no existe un mar donde no haya tormentas, ni un ser humano que nunca se enferme. Algunas enfermedades hacen que el hombre se debilite. Otros tipos de enfermedades con el tiempo fortalecen a la persona. Todos los padres saben que un niño debe pasar por algunas enfermedades para que éste pueda crecer apropiadamente. Si un niño casi nunca se enferma, puede morir cuando finalmente se enferme. Esto se debe a que carece de un sistema de defensa contra las enfermedades. Por esta razón, aunque no es bueno enfermarse, no debemos temerle. Yo tengo ochenta y seis años, y he pasado por muchas enfermedades graves. Primero contraje tuberculosis, luego tenía problemas estomacales y finalmente tuve una úlcera. Después de pasar por varias enfermedades graves, he llegado a ser aún más fuerte que antes. Así que, no le teman a las dificultades. Las dificultades son muy beneficiosas para el crecimiento orgánico de la iglesia.
Durante las décadas pasadas, los problemas entre nosotros se han debido a que algunos tienen ambición, pero carecen de capacidad. Si el hombre no tiene la capacidad para alcanzar la meta que ambiciona, será como un político desprestigiado. La raíz de los problemas que acontecen en la iglesia o en la obra, radica en este punto. Además de la capacidad, también se requiere un corazón apropiado. Debemos tener un corazón puro y exclusivo para el recobro del Señor. Sólo así hemos de ser una ayuda para el recobro. Esto es semejante a una persona involucrada en el gobierno mundial. Si tiene la ambición y la capacidad para hacer algo por su nación y por su pueblo, y si sus motivos son puros, puede convertirse en un héroe para la nación y en un salvador para su pueblo. Sin embargo, si tiene ambición y capacidad, mas carece de un motivo puro, tal persona vendrá a ser un problema. El mismo principio puede verse en el recobro del Señor.
En 2 Corintios 5:9 Pablo dice: “Nos empeñamos [...] [en] serle agradables”. En ese entonces, Pablo también era una persona muy capaz. No sólo recibió dones de parte del Señor, sino que tenía una educación sobresaliente en griego y hebreo. Él fue instruido a los pies de Gamaliel (Hch. 22:3) en la ciudad de Tarso, una ciudad que contaba con las mejores instituciones académicas de ese tiempo. Él contaba con un fundamento académico sólido. Catorce de las Epístolas del Nuevo Testamento fueron escritas por Pablo. Él manejaba el griego con fluidez y su lógica era infalible. Los escritos de Pedro y Marcos no pueden igualarse a los de él. En los escritos de éstos no podemos encontrar tales términos como economía, misterio, propósito eterno de Dios, etc. Juan era un pescador de Galilea. Su estilo consistía en relatar los asuntos misteriosos con palabras sencillas. Por ejemplo, él usa expresiones como: “Yo en ellos, y Tú en Mí” (Jn. 17:23); “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (1:1); y “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (v. 4). Todas éstas son palabras simples, pero ellas encierran misterios. Ésta es la característica de los libros de Juan.
Sin embargo, Pablo escribió en Romanos: “Pero veo otra ley en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente...” (7:23). En el capítulo 8 él dijo: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte” (v. 2). Debido a que Pablo escribió sobre asuntos tan profundos en sus epístolas, en ocasiones nos preguntamos si los creyentes que recibieron sus cartas fueron capaces de comprenderlas. Hoy en día nosotros podemos entender lo que es una ley debido a que la ciencia moderna ha avanzado mucho. En los escritos de Pablo realmente hay muchos asuntos misteriosos.
Animo a ustedes los más jóvenes a que tengan ambición. Pero siempre debemos acudir al Señor para que nos provea la capacidad, así como un motivo puro. Sólo cuando contamos con estos tres elementos podemos ser útiles en las manos del Señor. De lo contrario, tarde o temprano nos convertiremos en un problema. Que el Señor tenga misericordia de nosotros.
La mente es la parte principal del alma. En algunas secciones del Nuevo Testamento, la mente y el alma significan lo mismo. Nuestra mente es renovada por el Espíritu que renueva. Esto es sólo el comienzo. El Espíritu que renueva se extiende de nuestra mente a toda nuestra alma, la cual está compuesta de nuestra mente, voluntad y parte emotiva. Nuestro corazón está constituido por la mente, la voluntad y la parte emotiva, junto con la conciencia en el espíritu. La renovación de la mente equivale a la renovación de toda el alma del hombre, junto con su espíritu. Por consiguiente, la transformación es el resultado de la renovación de la mente. Romanos 12:2 nos dice que somos transformados “por medio de la renovación de vuestra mente”. Primero, nuestro espíritu es regenerado. Después que el Señor ocupa nuestro espíritu, el Señor Espíritu se expande de nuestro espíritu a nuestra alma. Cuando nuestra mente es renovada, fuimos traídos hasta que toda nuestra alma es transformada.
La transformación no es simplemente un cambio. Ésta es el resultado de un proceso metabólico. He usado este mismo ejemplo muchas veces. Esta noche lo usaré de nuevo. Cuando la tez de una persona no luce muy saludable, ella puede empolvarse y el maquillaje mejorará su aspecto. Pero eso no es transformación; es meramente un cambio. ¿En qué consiste entonces la transformación? Supongamos que su rostro está pálido y descolorido y tiene un semblante lamentable. Si usted come alimentos nutritivos en las proporciones adecuadas, una vez que su cuerpo los digiera, esto hará que se produzca un cambio metabólico. Por una parte, ese metabolismo le proveerá un suministro fresco. Por otra, eliminará los elementos viejos. Gradualmente, su apariencia pálida y descolorida desaparecerá y su cara estará radiante con una tez sonrosada. Esto no es meramente un cambio, sino una transformación. El Señor Jesús es nuestra vida. Cuando Él entra en nosotros, Él llega a ser nuestro suministro. Este suministro produce un efecto en nosotros. Éste elimina los elementos viejos y naturales de nuestro ser. Finalmente, somos transformados y somos plenamente Su imagen (2 Co. 3:18).
Después de ser transformados mediante la renovación de la mente, disponemos de un poder que nos salva de un vivir empapado del elemento del mundo. Romanos 12:2 dice: “No os amoldéis a este siglo”. Amoldarse a este siglo implica ser modernos. Este versículo dice que no debemos amoldarnos a la costumbre moderna de este siglo. Ser modernos equivale a estar a la moda; o sea, llevar la apariencia de este mundo a nuestros ojos. Yo he experimentado la vida rural más sencilla y también he vivido en las ciudades más modernas. He descubierto una cosa: a todos les gusta ser modernos. Independiente de si las costumbres modernas son buenas o no, de todos modos, el hombre las ama. Todo lo moderno y que se amolda a este siglo es bien acogido por el hombre. Sin embargo, debemos entender que tanto la era de este mundo como las costumbres modernas de este mundo son comunes y no son santas. De ahí que no debamos amoldarnos a este siglo. Antes bien, debemos ser renovados en nuestra mente y transformados en nuestra alma. Esto nos salvará de un vivir empapado del elemento del mundo.
A fin de ser renovados en nuestra mente, necesitamos poner nuestra mente en el espíritu diariamente. Esto resultará en la renovación de la mente. Mientras estamos en la vida de iglesia hoy en día, sin importar lo que suceda y las necesidades que existan, debemos poner nuestra mente en el espíritu. No debemos poner nuestra mente en lo correcto e incorrecto ni en nuestros puntos de vista. Debemos poner nuestra mente en el espíritu. Esto hará que nuestra mente sea renovada.
La renovación no es un lavado de cerebro. La renovación es la sustitución total de todos los pensamientos, nociones e ideas del hombre. El lavado de cerebro, por otra parte, es semejante a maquillar el rostro de una persona. La renovación es un metabolismo interno. Cuando la vida del Señor y Su Espíritu entran en el hombre, se produce un cambio. Además, ser renovados en nuestra mente significa cederle al Señor el control de todos nuestros conceptos, percepciones y puntos de vista al amarle y tener comunión con Él, y al decirle: “Señor, te tomo como mi vida, mi punto de vista y mi camino”. Él opera constantemente en nosotros. De esta manera, toda nuestra mente es renovada y en nosotros tendremos un concepto diferente del mundo del que teníamos antes. Esto no es un cambio. Esto es una transformación interior en vida. Así que, debemos poner nuestra mente en el espíritu (Ro. 8:6b). Esto producirá la renovación de la mente.
Aún más, debemos poner nuestra mente en las cosas del Espíritu según el espíritu (v. 5b). No debemos poner nuestra mente en las cosas terrenales ni debemos amoldarnos a esta era.
Ahora estamos calificados para entender la voluntad de Dios (12:2b). Según Romanos 12, la voluntad de Dios consiste en que los santos mutuamente sean miembros los unos de los otros, al coordinar para ser constituidos el Cuerpo de Cristo y al llevar la vida del Cuerpo, en dicho Cuerpo (v. 5). Además, coordinamos y servimos juntamente con los santos en el Cuerpo de Cristo con miras a la edificación del Cuerpo de Cristo a fin de llevar a cabo la economía neotestamentaria de Dios (vs. 6-11).