
Lectura bíblica: Ro. 7:6; 2 Co. 3:6, 8
En el capítulo anterior, vimos tres puntos vitales en cuanto al asunto del servicio. El primero es que en la iglesia todos los que sirven tienen que ser juntamente edificados como casa espiritual, el sacerdocio (1 P. 2:5).
Todos los sacerdotes del Antiguo Testamento servían al Señor de una manera corporativa. Ninguno servía al Señor de manera individual o independiente. Todos estaban coordinados y todos cooperaban mutuamente. Ellos estaban edificados como un solo cuerpo. Por medio de ese cuadro tipológico en el Antiguo Testamento, sabemos que los santos neotestamentarios tienen que ser juntamente edificados como casa espiritual, y esa casa espiritual es un cuerpo de sacerdotes, un sacerdocio.
El sacerdocio es la edificación de todos los sacerdotes, todos los que sirven, para formar un cuerpo. Entre ellos existe un sacerdocio, un cuerpo sacerdotal, una corporación, una coordinación de un grupo de creyentes que están edificados juntos y que sirven al Señor. Para servir al Señor primero necesitamos ser juntamente edificados.
En segundo lugar, tenemos que ser el sacerdocio santo, los que están apartados, los que son santos, los creyentes, los que sirven, apartados del sistema del mundo para Dios, para servir al Señor. Tenemos que estar apartados a fin de que podamos ser santos.
Después tenemos que ser el real sacerdocio. Hemos visto la diferencia entre el sacerdocio santo y el real sacerdocio. El sacerdocio santo consiste de un grupo de servidores que han sido apartado del sistema satánico del mundo para servir a Dios. El real sacerdocio es un grupo de sacerdotes, un grupo de servidores, quienes han pasado tiempo en la presencia del Señor, quienes han sido ungidos y a quienes se le ha encomendado la autoridad celestial. Son el canal de gobierno del Señor con autoridad celestial. Cuando salen de la presencia de Dios para ir a las personas, ellos llegan con autoridad celestial como reales sacerdotes.
Por un lado, los sacerdotes son santos; por otra, son reales, de la realeza. Son aquellos que han sido apartados para Dios, y son aquellos a quienes se les ha encomendado con la autoridad celestial para servir al Señor. Puesto que están apartados del mundo y han sido encomendados con la autoridad celestial, son capaces y están equipados para servir al Señor. Ya hemos visto estos tres puntos.
Ahora consideraremos un punto crucial, a saber, que tenemos que aprender a servir en el espíritu. Éste es el cuarto punto relacionado con el servicio de la iglesia. Romanos 7:6 dice: “Ahora estamos libres de la ley, por haber muerto a aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos en la novedad del espíritu y no en la vejez de la letra”. Tenemos que aprender a servir en el espíritu y no en la letra, no en la ley ni en la doctrina, sino en el espíritu.
En 2 Corintios 3:6 se nos indica que el servicio neotestamentario es un asunto del Espíritu y no de la letra: “El cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, ministros no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, mas el Espíritu vivifica”. El versículo 8 continúa: “¿Cómo no con mayor razón estará en gloria el ministerio del Espíritu?”.
Temo que muchos creyentes simplemente no saben lo que significa servir en el espíritu. Antes de ser salvos, estábamos muertos en nuestro espíritu. Por una parte, éramos muy activos en nuestra mente y en la parte emotiva; sin embargo, estábamos muertos en el espíritu. Pero, alabado sea el Señor, en el momento de nuestra salvación, el Señor regeneró nuestro espíritu y lo vivificó. De ese momento en adelante, necesitamos aprender a vivir, a andar, a actuar en el espíritu, y no en la mente, ni en la parte emotiva ni en el alma.
No sólo tenemos que aprender a andar y a vivir en el espíritu, sino también a servir en el espíritu y servir en la novedad del espíritu. Mi carga consiste en ayudarles a conocer algo de manera práctica, no de manera doctrinal o teórica.
¿Qué significa servir al Señor en el espíritu y en la novedad del espíritu? Un espíritu ha sido creado en nosotros y hemos sido regenerados. Nuestro espíritu ha sido renovado, y el Espíritu de Dios está morando ahora en este espíritu vivificado y renovado. Por tanto, el espíritu es ahora un factor determinante en nuestro ser. Por haber sido renovado y vivificado, y debido a que ha sido fortalecido por la presencia del Espíritu Santo, ciertamente este espíritu constituye un factor importante en nuestro ser. Sin embargo, puesto que carecemos de la enseñanza apropiada, simplemente no nos damos cuenta de que tenemos tal espíritu renovado donde mora el Espíritu Santo. Sin embargo, ya debemos entender algo, debido a todo el hablar sobre este tema que hemos recibido del ministerio. Por una parte, tenemos que andar y vivir en este espíritu. No estamos hablando del Espíritu Santo, sino de nuestro espíritu renovado en el cual mora el Espíritu Santo. Andar y vivir en nuestro espíritu significa que estaremos en el Espíritu Santo puesto que el Espíritu Santo está morando ahora en nuestro espíritu. Tenemos que vivir en el espíritu y tenemos que aprender a servir en el espíritu.
Supongamos que vamos a escoger un himno para una reunión. Existen dos maneras de escoger un himno: en la letra o en el espíritu. Supongamos que el día del Señor por la mañana estamos celebrando la reunión en la letra y que hemos escogido a alguien para encargarse del servicio. Hemos invitado a otro para que venga a darnos un sermón. Es posible que antes de la reunión nos enteremos de cuál va a ser el tema su sermón. Y a partir de ese momento consideramos qué himnos debemos cantar, tal vez dos o tres, y escribimos esos números en la pizarra, para que cuando todos lleguen los vean. Actuar de esta manera es actuar en la letra.
Quizás pensemos que nunca haríamos algo similar en nuestras reuniones. Pero por lo menos, es posible que en principio hayamos practicado esto en las reuniones. En la reunión de oración, quizás consultemos el índice del himnario para seleccionar un buen himno relacionado con la oración, simplemente según la letra. Actuar en la letra es un camino que lleva a la muerte.
Entonces, ¿cuál es la otra manera de escoger un himno? Existe una manera que no es según nuestra mente, nuestro entendimiento, sino según el sentir interior en nuestro espíritu. Debemos ejercitarnos para detectar el sentir interior del espíritu. Si no hay un sentir interno por un himno en particular, no debemos seleccionarlo. Cuando hemos encontrado un himno apropiado, lo sentiremos por medio del sentir más profundo de nuestro espíritu.
Tenemos que aprender a no actuar o servir según el conocimiento, sino actuar y servir según el sentir más profundo. Supongamos que va a dar un mensaje en la reunión. Tiene que aprender la lección de no sólo hablar según su conocimiento.
La primera vez que me pidieron hablar frente a una congregación grande fue en 1927; era un joven, de aproximadamente 22 años. Preparé un sermón y lo practiqué por varios días. Fui a la orilla del mar y practiqué darle el sermón al mar. Después subí al púlpito el día del Señor por la mañana y di ese mensaje según mi mente. Después me di cuenta de que se me había olvidado una gran parte del mensaje. Más adelante descubrí que la manera en la actué fue totalmente según la letra; era algo muerto. En ese entonces era tan joven, tan inmaduro, simplemente no sabía cómo ministrar en el espíritu.
Pero gradualmente el Señor me llevó a ministrar en el espíritu, según el espíritu y no según mi mente ni conocimiento. Puedo testificar que muchas veces en el pasado incluso cuando iba de camino a la reunión, no sabía qué iba a ministrar, simplemente porque estaba planeando servir en el espíritu. Cuando acababan de cantar los himnos y las oraciones, tenía que ponerme de pie para ministrar. Mientras me ponía de pie e incluso cuando estaba diciendo las palabras: “Vamos a leer”, ni yo mismo sabía qué iba a leer. Hablé despacio: “Vamos a leer”, mientras pronunciaba muy despacio la palabra “leer” tuve un sentir: un libro, un capítulo, un versículo. Mientras leía esa porción, hubo una unción dentro de mí. Palabra por palabra, oración por oración, salió el mensaje, no fue según mi entendimiento, sino según la unción. ¡Oh, eso es maravilloso y es poderoso! No puedo decirles cuántas veces ha ocurrido esto.
Asimismo, existen dos maneras de ofrecer una oración en la reunión. Una manera es ofrecer una oración según el conocimiento, según la rutina, algo muy parecido a ir a una oficina para hacer un trabajo rutinario. Cuando ciertos hermanos oran, a veces me dan la impresión que han llegado a la oficina para hacer su trabajo rutinario. Pero tenemos que olvidarnos de toda clase de rutina, de toda clase de conocimiento y de toda clase de letras. Cuando nos reunimos para orar, tenemos que ejercitar nuestro espíritu para sentir la unción interior. No debemos orar según el conocimiento ni la rutina, sino según el sentir interno, el sentir más profundo de la unción.
Muchas veces podemos detectar que un hermano está ministrando en la letra. También podemos detectar cuando un hermano está ministrando por la unción, cuando está ministrando en el espíritu. En tal caso, podemos detectar algo vivo, algo que unge, algo que alumbra, y no solamente algo que enseña. Lo mismo ocurre con la oración. Por medio del sentir interior sabemos cuando un hermano o hermana está orando en el espíritu o solamente en la letra, según el conocimiento.
Muchas veces, cuando estaba orando con hermanos vivientes que oraban en el espíritu, tuve que decir: “Amén”, después de sólo una oración, puesto que había un eco profundo en mi espíritu que respondía a su oración en el espíritu. No podía contener el amén puesto que algo ardía dentro de mí. Cuando alguien expresa una oración que procede del espíritu, se suscita una expresión espontánea de armonía en el espíritu de los demás.
Algunos cristianos no están de acuerdo con decir: “Amén”, mientras que otros están orando. Dentro de ellos hay un amén, pero solamente debido a su opinión lo reprimen, no lo liberan. Sin embargo, si lo expresan o no, cuando alguien ora en el espíritu, siempre se produce un eco en el espíritu de los demás.
Sin embargo, muchas veces un hermano ora en el entendimiento, en el conocimiento, en la letra, en la mente, e introduce muerte. Cuanto más ora, más muerte reciben los demás. Cuando oramos, necesitamos sentir si hay un eco en el espíritu de los demás. Cuando no hay eco, tenemos que dejar de orar inmediatamente. Tenemos que aprender a ejercitar nuestro espíritu mientras servimos y aprender a servir en el espíritu.
Cuando vayamos a visitar a uno de los santos, tenemos que aprender a hacer la visita en el espíritu. Siempre que nos encontremos con otro santo, existe una gran necesidad de ejercitar el espíritu. Simplemente hablar según el entendimiento, según el conocimiento, no edifica a otros en el espíritu. Tenemos que aprender a ejercitar nuestro espíritu, a sentir la unción dentro de nosotros y seguirla. Puesto que tenemos un espíritu renovado en el cual mora el Espíritu Santo, tenemos la unción dentro de nosotros. Tenemos que cuidar de esta unción y tener comunión con los santos según el sentir interior, el sentimiento interior. Entonces serviremos y tendremos comunión con los santos en el espíritu y no en la letra.
Debemos considerar algunos detalles puesto que este asunto es muy importante. Supongamos que una hermana a la cual está visitando le cuenta a usted sus problemas familiares. Decirle algo según las enseñanzas de las Escrituras no es de provecho. Mientras la esté escuchando tiene que ejercitar su espíritu para sentir el espíritu de ella y sentir la unción dentro de usted. Si hace esto, mientras está escuchando y está detectando la unción el Espíritu Santo dentro de usted le revelará algo muy espiritual y celestial. Entonces podrá ayudarla de una manera viva. En ese mismo instante tiene que olvidarse de su conocimiento de las Escrituras y de las enseñanzas cristianas y poner ese conocimiento a un lado. Tiene que ejercitar su espíritu volviéndose al Señor. Mientras está escuchando, tiene que tener comunión con el Señor y sentir tanto lo que está en el espíritu de ella, como cuál es la unción en el espíritu de usted. Ésta es la manera de hacerlo.
Todos tenemos que aprender a practicar, a ejercitarnos, a conducirnos en el espíritu cuando estamos en el servicio del Señor. Supongamos que estamos predicando el evangelio. Tenemos que ejercitarnos más en el espíritu. No debemos predicar solamente según las verdades del evangelio ni según nuestro conocimiento del evangelio. Si nos limitamos a predicar que todos somos pecadores y que el Señor Jesús es el Hijo de Dios quien murió en la cruz por nuestros pecados, no lograremos nada. Ésa es la predicación en la letra. Nuestra predicación debe llevarse a cabo en el espíritu.
Necesitamos ejemplificar este asunto con algunas experiencias. Muchas veces en la predicación del evangelio he hablado algo que fue exactamente lo que una persona presente necesitaba oír, aunque yo no tenía conocimiento de la situación. Describí su caso y exactamente lo que habían hecho, junto con sus sentimientos y reacciones. Esta clase de hablar fue usado por el Señor para conducir a los necesitados a Él.
En una reunión para predicar el evangelio, después de haber seguido la manera de predicar según el sentir interior del espíritu, mientras hablaba, sentí que debía decir: “¿Tú dices que no eres un pecador? Pero yo te digo, que tú te robaste la tiza de la escuela”. Unos días después me enteré que una madre había llevado a un joven estudiante de la secundaria a la reunión. Mientras que yo hablaba, él estaba pensando, “Bueno, yo no soy un pecador. No he cometido ningún pecado.” Justo y cuando él se decía esto, yo dije las palabras: “¿Tú dices que no eres un pecador? Pero tú te robaste la tiza de la escuela”. Y de hecho se había robado la tiza de la escuela, pero cuando escuchó estas palabras, se dijo así mismo: “Eso no importa”. En ese mismo momento, dije: “¿Dices que no importa? Tú te llevaste la tiza a tu casa y allí dibujaste círculos sobre el suelo”. Esta frase lo puso a temblar, puesto que eso fue exactamente lo que hizo y consecuentemente fue salvo. Más tarde le preguntó a su madre si alguien me había contado su historia y cómo fue que yo podía saber todo lo que él había hecho. De hecho, ni conocía su nombre ni nada de lo que había hecho. También hemos tenido otras experiencias parecidas a esta.
En otra ocasión durante la predicación del evangelio, me dirigí a cierta sección de una congregación grande y dije: “¿Tú dices que eres una buena persona? Simplemente considera lo cruel que eres. Tu marido trabaja arduamente para mantenerte y al final de año tú lo obligaste a comprarte un par de zapatos de tacón alto. Él no tenía el dinero, pero tú lo obligaste a hacerlo”. Una semana más tarde, una de las hermanas que hacía la obra de visitación nos dijo que una joven fue salva debido a esas palabras. Al principio, esas palabras le habían enfadado mucho, puesto que pensó que su vecino me había contado la historia y que yo la había menospreciado públicamente. Cuando ella descubrió que ése no era el caso, esa mujer joven fue convencida por el Señor.
Al dar un ejemplo en otra ocasión dije: “Supongamos que usted tiene setenta y seis años de edad”. Más tarde supe de alguien con esa misma edad recibió ayuda. Existen historias vivientes de tales experiencias en la predicación del evangelio según el sentir interior del espíritu.
Todos tenemos que aprender a servir en el espíritu y no en el conocimiento ni en la letra. Si tomamos este camino, entonces en muchas ocasiones al estar sirviendo en el espíritu, el Espíritu Santo será muy viviente para nosotros.
Cada vez que nos pongamos de pie para hablar tenemos que olvidarnos de nuestro conocimiento. Por una parte, necesitamos el conocimiento, pero cuando nos levantamos a servir, tenemos que olvidarnos del conocimiento. Si en ese momento mantenemos nuestro conocimiento en la memoria, haremos mucho daño y seremos un obstáculo para el Espíritu. Mientras hablamos, tenemos que olvidarnos de nuestro conocimiento y regresar al espíritu para ministrar en el espíritu. Ésta es una lección que requiere de mucho ejercicio. Quizás pensemos que no sabremos qué decir si ponemos nuestro conocimiento a un lado. Y esto puede ser verdad; sin embargo, todos tenemos que ejercitarnos para servir, para ministrar en el espíritu.
El propósito de todo lo que hacemos en el servicio de la iglesia consiste en ministrar a Cristo a los demás. Todo lo que hagamos debe ministrar vida a los demás. Éste es el quinto punto en el servicio de la iglesia.
Supongamos que vamos al salón de reunión para cuidar de algunos asuntos prácticos, arreglar las sillas, limpieza u ocuparnos de la cocina. No importa lo que hagamos, todo es una oportunidad para ministrar a Cristo a los demás. Si estamos limpiando, lo debemos hacer ministrando a Cristo a los demás. Si estamos enseñando, nuestra enseñanza debe ministrar a Cristo a los demás. No es suficiente ministrar conocimiento a los demás. Tenemos que ministrar a Cristo por medio de la enseñanza. Lo mismo ocurre cuando cocinamos, incluso al cocinar debemos ministrar a Cristo.
El siguiente ejemplo puede ayudarnos a entender cómo ministrar Cristo al cuidar de todos los asuntos prácticos. En 1948 hubo una conferencia en Shanghái con muchos colaboradores de muchos lugares de todo el país, y hubo una cena para tener comunión con todos los colaboradores y los santos locales. Una hermana que era muy competente y que en ese entonces era una enfermera principal en un hospital grande, se encargó de muchas cosas relacionadas con el servicio, la preparación, la cocina y los arreglos. Ella era de carácter fuerte y sobresalía mucho en todo lo que se hizo toda esa noche. Sin embargo, nadie podía detectar a Cristo en ella. Ella tenía mucha habilidad e hizo muchas cosas buenas, sin embargo, nada relacionado con la vida fue ministrado a través de ella, y los santos no recibieron ninguna ayuda de su parte.
Había otra hermana que estaba sirviendo en la misma cena y fue la única de las que servían que cometió un error. Ella cometió un grave error y todos allí se dieron cuenta de lo que hizo. Sin embargo, todos podían detectar a Cristo en esa hermana. Ella había aprendido algo de Cristo, cómo vivir en Cristo, cómo actuar en Cristo, e incluso cómo corregir sus errores en Cristo. Todos los colaboradores allí recibieron ayuda de la que cometió un error grave, pero no recibieron ayuda de la hermana que era competente y que hizo tantas cosas bien. Es posible que hagamos muchas cosas en el servicio del Señor y aun así no se ministre nada de Cristo a través de nosotros ni por medio de nosotros.
Hay muchas lecciones que aprender cuando ministramos a Cristo a los demás al limpiar, al cocinar y al hacer muchas diferentes cosas prácticas. Cuando nos reunimos, parece que somos tan espirituales, que parecemos iguales a Cristo, pero cuando estamos en la cocina parece que somos cualquier cosa, menos iguales a Cristo. Tenemos que aprender la lección de servir a otros y servir a Dios al ministrar a Cristo a los demás sin importar lo que estemos haciendo. Si usted está en el espíritu cuando toca el piano, al tocar el piano estará ministrando a Cristo a los demás. Somos la iglesia, y como tal, no estamos aquí para hacer ninguna otra cosa, sino ministrar a Cristo a los demás. Cocinar una buena comida para los santos, preparar un buen lugar para la reunión, tocar el piano con habilidad, ninguna de estas cosas tiene valor a menos que ministren a Cristo a los demás. Todo lo que hagamos en el servicio del Señor debe ministrar a Cristo a los demás. Tenemos mucho que aprender acerca de este asunto.
En Shanghái había una hermana mayor que pasaba mucho tiempo con el Señor. Ella tenía el hábito de invitar a las misioneras jóvenes que acababan de llegar a China para tomar té por la tarde. Al servirles té a esas jóvenes misioneras, esa hermana les ministraba a Cristo. Muchas de esas hermanas jóvenes podían testificar que mucha vida del Señor había sido ministrada en ellas durante este tiempo en que la hermana les servía té. Esa hermana no les enseñó nada ni les dijo nada para corregirlas, sino que ministró vida a aquellas que eran más jóvenes.
En una ocasión, algunas de esas jóvenes misioneras estaban usando vestidos de moda, con faldas un poco cortas. Esta hermana mayor les invitó a tomar té. Mientras tomaban el té, esta hermana varias veces jaló su falda hacia abajo para cubrirse más. Finalmente, las otras hermanas empezaron a ajustar sus propias faldas. Sin que se dijera ni una palabra, esas jóvenes fueron corregidas de gran manera. Servir el té no era el propósito de esta hermana mayor. Simplemente era el medio por el cual Cristo podía ser ministrado.
Ministrar a Cristo a los demás debe ser la meta de todo lo que hacemos, ya sea que limpiemos, arreglemos, cocinemos, visitemos, ministremos la Palabra, cantemos u oremos. Todos los asuntos prácticos en la vida de iglesia no son más que los canales, son el medio a través del cual, por el cual y en el cual podemos ministrar a Cristo a otros.
Si los demás no pueden detectar a Cristo en la cocina mientras está cocinando, es dudoso que realmente detecten a Cristo en las reuniones. Para que Cristo sea ministrado en las reuniones tenemos que ejercitarnos al hacer todas las cosas prácticas, de tal modo que Cristo sea ministrado en el quehacer de las cosas prácticas. Cada aspecto del servicio de la iglesia debe ministrar a Cristo como vida.
Tenemos que aprender a servir en el espíritu, y tenemos que aprender a hacer todas las cosas relacionadas con el servicio de la iglesia de una manera que ministra a Cristo a los demás. Ésta es nuestra meta y nuestro propósito.
A menos que aprendamos las lecciones en estos asuntos, la vida de iglesia será dañada y se introducirá muerte por medio de los asuntos prácticos. Por una parte, los santos pueden estar juntos encargándose de los asuntos prácticos, pero por otra, pueden decir tonterías o estar chismeando. El hecho de hablar y chismear durante el servicio de la iglesia traerá muerte a la vida de iglesia y la extenderá, si los santos no aprenden a servir en el espíritu y a ministrarse a Cristo el uno al otro. En este caso, cuanto más se reúnan los santos para el servicio práctico, más será dañada la vida de iglesia.
Que todos aprendamos a ministrar a Cristo como vida a los demás siempre que nos reunamos para servir en la vida de iglesia. Que todos aprendamos a servir en el espíritu para ministrar a Cristo como vida a los demás.