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Mensajes del libro «Unidad y la unanimidad según la aspiración del Señor y la vida y el servicio del Cuerpo según Su deleite, La»
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La unidad y la unanimidad según la aspiración del Señor y la vida y el servicio del Cuerpo según Su deleite

PREFACIO

  Este libro está compuesto de los mensajes dados en chino por el hermano Witness Lee en Taipéi del 5 al 8 de abril de 1990 en la Conferencia de la Iglesia en Taipéi para los Ancianos y los Colaboradores.

VER LA UNIDAD Y LLEGAR A LA UNANIMIDAD

  Ha pasado más o menos un año desde que estuve aquí la última vez. Estoy muy contento de ver de nuevo a los hermanos. Quisiera tener una comunión más íntima y exhaustiva con todos ustedes. Después de leer todos los versículos y el bosquejo de este mensaje, creo que ustedes tienen cierta impresión de que lo que estoy compartiendo con ustedes consta de dos puntos: uno es la unidad, y el otro es la unanimidad. Tal vez la unidad parezca elevada y muy distante, por allá en los cielos; pero la unanimidad es muy cercana e incluso está aquí mismo. Este describe nuestra condición interior. El término unanimidad habla de algo relacionado con nuestra mente.

  De acuerdo con los ejemplos del Nuevo Testamento, la unidad es muy objetiva. Parece que está por allá lejos en el cielo y es difícil de lograr. Pero la unanimidad es muy subjetiva; habla directamente de nuestra condición. Es por esto que podemos decir que la unanimidad es la unidad en la práctica. Tener la unidad sin tener unanimidad es algo que solamente está en papel y es ajeno a la realidad. Si nosotros sólo hablamos de unidad sin hablar de unanimidad, es posible que sólo tengamos unas doctrinas elevadas y grandiosas. Estas podrían ser buenas, pero no serían prácticas. No obstante, si agregamos la unanimidad a la unidad, estamos “halando la unidad y trayéndola a nosotros”; es como halar hacia abajo una cometa. Esto traerá la unidad al punto preciso donde estamos. Si tenemos unanimidad, tendremos la unidad entre nosotros en la práctica. Por consiguiente, tenemos que hablar primero de la unidad, y luego de la práctica de la unidad, que es tener el común acuerdo.

  Durante mucho tiempo, me preocupaba al considerar nuestra situación. No sólo entre aquellos que no están en nuestro medio, sino también entre nosotros, la unidad y la unanimidad han sufrido una pérdida enorme. La unidad es algo que ha sido pasado por alto y la unanimidad ha sido hecha a un lado. Esta ha sido nuestra condición general. Es por esto que he tenido esta carga constante en mi interior, y siempre he deseado regresar para verlos a todos ustedes. Me parece que nuestra necesidad actual es ver la unidad, poner énfasis y ahondar en el significado de la unidad en una manera intensificada. Al mismo tiempo, debemos tener comunión en cuanto a la unidad en una manera seria. En particular, tenemos que llegar a tener el mismo sentir. Sin tener unanimidad, no hay ninguna unidad. Cuando mucho, se habla acerca de la unidad; pero no hay nada práctico en esta unidad.

  Por esta razón tenemos que examinar concienzudamente la unidad de la que se habla en la Biblia. El mundo también habla de unidad. En tanto que haya una organización, hay conversaciones en cuanto a la unidad. Una familia procura ser uno. Una escuela procura ser uno. En una institución o en un ejército, la gente habla de unidad. Incluso en una comunidad o en un pequeño club, se aplica lo mismo. ¿Cuál es la diferencia entonces entre la unidad de la que se habla en la Biblia y la unidad de la que se habla en el mundo? La unidad de la cual se habla en la Biblia es muy distinta a la unidad de la que se habla en el mundo. Incluso es diferente de la unidad de la que solemos hablar. El término “unidad” es el mismo para todas estas diferentes personas, pero su naturaleza e ingredientes son diferentes. Esto es semejante al ejemplo de un anillo; un anillo de platino tiene cierta naturaleza, un anillo de oro tiene otra naturaleza, y un anillo de bronce tiene aún otra naturaleza. La forma puede ser muy similar, pero sus naturalezas son absolutamente diferentes. Podemos decir que la unidad de la que hablábamos en el pasado, no tocaba la naturaleza intrínseca de la unidad mencionada en la Biblia.

LA UNIDAD POR LA CUAL ORO EL SEÑOR

  Miremos ahora la unidad por la cual oró el Señor Jesús en Juan 17. Lo más importante es la naturaleza de esta unidad. Cuando uno compra un traje o un electrodoméstico, lo más importante que hay que considerar es el material, pues el valor depende primordialmente del material. Este capítulo es la oración del Señor Jesús al Padre, pero lo que se abarca tiene que ver con Sus creyentes. Si estudiamos esta oración con cuidado, es fácil que veamos que ésta habla principalmente de gloria y también de unidad. ¿Pero, qué es la gloria? ¿Qué es unidad? ¿Debe venir primero la gloria o la unidad? Esto es difícil de definir. Quisiera explicarles en términos sencillos lo que yo comprendo, para que ustedes puedan entender.

  El versículo 1 dice: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti”. Este es el tema principal de la oración del Señor Jesús. De acuerdo con lo que sigue, esta gloria es la unidad. Donde está la gloria, allí hay unidad. Por otro lado, donde hay unidad, allí hay gloria. Sin gloria no hay unidad. A fin de que haya gloria, tiene que haber unidad. La gloria y la unidad son consecuencias el uno del otro. El tema de la oración es la gloria, pero su verdadero contenido es la unidad. En este capítulo, el de la oración del Señor Jesús, se menciona la unidad tres veces. En otras palabras, hay tres niveles de unidad, y cada uno de estos niveles está relacionado con el Padre.

  La primera vez que se menciona la unidad, se hace en relación con el nombre del Padre y la vida del Padre, la vida eterna (Jn. 17:2, 6, 11b). De ahí que, esta unidad está en el nombre del Padre y en Su vida. Este es el primer nivel. Cuando la unidad se menciona la segunda vez, está en relación con la palabra del Padre (Jn. 17:14-21). Cuando la palabra del Padre con la realidad del Padre nos es aplicada, produce un efecto que es santificarnos separándonos del mundo que Satanás ha atrapado, y apartándonos para Dios. Este es el segundo nivel de unidad, la unidad en la palabra del Padre, es decir, en la realidad del Padre. Cuando se menciona la unidad por tercera vez, se relaciona con la gloria del Padre (Jn. 17:22-23). En la gloria del Padre somos uno. Este es el tercer nivel de unidad. Cuando estos tres niveles de unidad se han cumplido, la oración del Señor Jesús por la unidad de los creyentes es cumplida.

LOS TRES NIVELES DE UNIDAD DE LOS CREYENTES

Uno en el nombre del Padre y en la vida del Padre

  Ahora debemos considerar debidamente estos tres niveles de unidad. El primer nivel de unidad es la unidad de todos los creyentes en el nombre y la vida del Padre. ¿Qué significa el nombre del Padre? El nombre del Padre denota la persona del Padre, que es el Padre mismo. El Padre es la fuente de la vida. La unidad de los creyentes se origina en el Padre mismo (la persona), quien es la fuente de la vida. Puesto que el primer nivel de unidad que el Señor desea tiene su origen en el Padre como la fuente, nuestra propia persona no es necesaria. Nosotros no somos la fuente. Solamente el Padre es la fuente. Por tanto, no debemos vivir por nuestra propia vida humana. Debemos vivir por la vida divina del Padre. Sólo la vida del Padre es la fuente. Así que básicamente, tenemos que ver que la unidad de los creyentes por la cual el Señor Jesús ora, es con el Padre como fuente, más bien que con el hombre como fuente.

  Además, esta unidad está en la vida del Padre. El Padre implica la fuente, y la vida del Padre implica el elemento. La vida del Padre es el elemento de la unidad. Por consiguiente, la unidad que procuramos es la unidad de vida, la cual proviene del Padre como fuente. Esta unidad tiene al Padre como fuente y Su vida como elemento. Esto parece simple, pero sus requisitos son rigurosos. Todo lo que nosotros somos y hacemos debe terminar. De este modo, no importa cuántos millones de santos haya, si solamente hay una fuente con una sola esencia, ciertamente habrá unidad. En consecuencia, esta unidad no está en conformidad con lo que la mayoría de cristianos pensarían. No es la unidad que consiste en que varias personas se agrupen y sean convencidas unas por otras para tener el mismo concepto y la misma opinión. Esta sería una unidad de barro y no de oro. La unidad que el Señor desea es una unidad en la cual tenemos la misma fuente y la misma vida, tomando al Padre como fuente y viviendo por la vida de El. Cuando la vida del Padre con Su naturaleza llega a ser el elemento de unidad en nosotros, espontáneamente somos uno.

Uno en la realidad de la palabra santificadora

  El segundo nivel de unidad es la unidad de todos los creyentes en la realidad de la palabra santificadora del Padre. El Señor nos ha dado el nombre del Padre y Su vida eterna. Pero El no nos pidió que saliéramos del mundo. ¿Cómo debemos vivir entonces en el mundo? Para este fin, El nos ha dado la palabra del Padre. Esta tiene a Dios mismo como realidad. Dios como la realidad está en Su palabra. Sin la palabra de Dios no podemos tocar la realidad de Dios. Hoy Dios está en Su palabra. Esta palabra contiene la realidad de Dios, la cual es Dios mismo. Dios mismo como dicha realidad tiene una función especial, que es santificarnos. Aquellos en nuestro medio que leen la palabra de Dios con frecuencia tienen esta experiencia. Ya sea que entendamos la Biblia o no, en tanto que leamos un poco de la Palabra de Dios en la mañana y consideremos esta Palabra por un corto tiempo durante el día, somos santificados.

  Un santo confesó que su mente no era tan brillante y que él tendía a olvidar las cosas que había leído en la Biblia. El hermano Watchman Nee consoló a ese hermano diciéndole que no está mal que uno olvide las cosas que lee en la Biblia. El le puso un ejemplo diciendo que cuando uno lleva una canasta de bambú al río para lavar el arroz que hay dentro, uno mete la canasta en el agua muchas veces. Aunque no quede nada de agua en la canasta, la canasta misma y el arroz por dentro son lavados hasta quedar limpios. Muchas veces hacemos un gran esfuerzo memorizando las palabras de la Biblia, sólo para descubrir después de unos pocos días que no nos acordamos de nada; da la impresión de que todo se ha ido. Pero en realidad cuando leemos la Palabra del Señor una y otra vez, todos los asuntos mundanos son quitados de nosotros, y somos limpiados y santificados. La palabra de Dios nos trae la realidad de Dios, y produce en nosotros un efecto especial, el cual es santificarnos y librarnos de este mundo revuelto para que seamos apartados para Dios.

  El mundo está muy revuelto. Pero la palabra de realidad de Dios nos santifica y nos hace puros. El resultado de esta pureza es santidad. Todo lo que es separado, es puro. Cuanto más está una persona en la palabra de Dios, más pura llega a ser. Un hombre que no esté en la palabra de Dios, sino que esté en el mundo, es complicado e impuro. Es posible que el tal sea culto, pero con todo, es muy complicado interiormente. No obstante, si tenemos la palabra de Dios en nosotros, esta palabra que tiene la realidad de Dios hará una obra santificadora en nosotros apartándonos para Dios, así haciéndonos puros. Dios está en el lado de la pureza, y Satanás, el príncipe del mundo, está en el lado de la complicación. Satanás es el príncipe del mundo revuelto, pero nuestro Dios es el Dios de pureza. La palabra de realidad nos santifica y nos libra del mundo revuelto, haciendo que nos volvamos a la pureza que hay en Dios. De este modo, somos uno.

  Por consiguiente, el nombre del Padre es la fuente de nuestra unidad; la vida del Padre es el elemento de nuestra unidad; y la palabra santificadora del Padre es el medio para nuestra unidad, la cual nos trae a la esfera de la unidad. Por causa del Padre, no solamente nuestra fuente es una sola y nuestra naturaleza una sola, sino que también donde estamos llega a ser una sola esfera.

Uno en la expresión de la gloria divina

  Por último, el tercer nivel de unidad es la unidad de todos los creyentes en la expresión de la gloria divina. En Juan 17:22 el Señor Jesús le dijo al Padre: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno”. Según la revelación de la Biblia y comparando esto con nuestra experiencia, aquí la gloria se refiere a la vida del Padre con Su naturaleza para expresar Su virtud divina. En consecuencia, la gloria de Dios es la expresión de Dios. La gloria no es un rayo repentino que resplandece sobre nosotros desde afuera y que nos rodea. Más bien, es la vida divina del Padre con la naturaleza divina, que expresa una especie de resplandor y esplendor divino. La expresión divina y espléndida nos libra de nosotros mismos y nos hace plenamente uno.

  El primer nivel de unidad está en el nombre y en la vida del Padre, y nos libra de la esfera natural. El segundo nivel de unidad está en la realidad de la palabra santificadora del Padre, y nos libra del mundo. El tercer nivel de unidad está en la gloria del Padre, y nos libra de nosotros mismos y hace que lleguemos a ser plenamente uno en el Dios Triuno. Tenemos que darnos cuenta de que esta unidad es el Cuerpo de Cristo; es la iglesia práctica y real. La iglesia es la unidad expresada en el vivir de los creyentes en el Dios Triuno. Esta unidad tiene a Dios como fuente y Su vida como esencia, en la cual el resplandor y esplendor que hay en la divinidad son expresados plenamente mediante la vida y naturaleza de Dios en una esfera santificada. Esta es la vida práctica de la iglesia. Esta es también la edificación. Es algo que tenemos que valorar y procurar.

  Ahora debemos de tener más en claro que la unidad de los creyentes del Señor no es como la imaginamos. No es una unidad a la cual llegamos por medio de hacer a un lado nuestras opiniones y de ponernos de acuerdo los unos con los otros. La unidad genuina de la iglesia es la unidad en la cual tenemos al Padre mismo como la fuente, la vida del Padre como la naturaleza, y la realidad santificadora del Padre como la esfera, lo cual nos capacita para vivir en pureza, estando desconectados del mundo, y lo cual expresa el resplandor y esplendor divino por medio de la vida y naturaleza de Dios. Esta unidad es el Cuerpo de Cristo; es también la edificación que Dios desea.

LA PRACTICA DE LA UNIDAD

La unanimidad, con la misma mente, hablando las mismas cosas

  Ahora consideraremos la práctica de la unidad. La unidad es practicada mediante la unanimidad. El Señor Jesús enseñó a los discípulos en Mateo 18:19, diciendo: “Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”. Aquí la expresión “ponerse de acuerdo” en el lenguaje original significa estar en armonía musical; ésta es la práctica de la unidad. Por los tiempos de Hechos 1, había ciento veinte personas que perseveraban unánimes en oración (vs. 14-15a). Todos ellos tenían una sola mente, una sola idea: que habían de recibir poder de lo alto y que darían testimonio del Señor crucificado, resucitado y ascendido, a quien ellos amaban y seguían. Con este fin ellos estaban unidos en un mismo parecer y, por ende, estaban unánimes.

  En las epístolas, a través de las condiciones manifestadas en las diversas iglesias locales, el Señor nos muestra con más claridad lo que es tener el mismo sentir. Primera Corintios 1:10 dice que tenemos que hablar la misma cosa y estar unidos en una sola mente y en la misma opinión. ¿Cómo podemos hablar la misma cosa y tener la misma mente y la misma opinión? Todo el libro de 1 Corintios nos muestra que esta misma cosa que hablamos es Cristo, y la misma mente y la misma opinión son también Cristo. En nuestra vida diaria, si tomamos a Cristo como nuestro centro y nuestro todo, entonces lo que hablemos, lo que pensemos, lo que entendamos será solamente Cristo. Esto es tener el mismo sentir, lo cual es la práctica de la unidad. Algunos creyentes corintios decían que ellos pertenecían a Pablo; otros decían que eran de Apolos; y aún otros decían ser de Cefas. Luego, algunos fueron lo suficientemente perspicaces como para decir que eran de Cristo. Ellos eran de cuatro cosas. En otras palabras, tenían cuatro mentes y hablaban cuatro cosas, lo cual produjo cuatro resultados, y esto terminó en división. La unidad se esfuma, el Cuerpo de Cristo se pierde de vista, y la edificación ya no se da más. Por consiguiente, 1 Corintios 1:10 maneja este asunto de tal modo que seamos cautivados por el Señor y que no haya más Pablo, ni Apolos, ni Cefas, sino sólo Cristo. De manera que todos estén pensando en Cristo y hablando Cristo, teniéndolo como su visión, como su forma de hablar, y como su opinión y juicio. Todo debe ser Cristo. Este Cristo se ha hecho el Espíritu vivificante en Su resurrección (1 Co. 15:45), y ha llegado a ser nuestro disfrute por dentro. La práctica de nuestra unidad depende de El. Cuando lo hablamos a El, cuando le consideremos, cuando le disfrutemos y le expresemos, estaremos en armonía y seremos uno.

Pensar la misma cosa y tener el mismo amor

  Además, Filipenses 2:2 dice: “Sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa”. ¿Qué es sentir lo mismo? Y ¿qué es sentir una misma cosa? Después de leer todo el libro de Filipenses, y especialmente después de leer todo el capítulo tres, podemos ver que esto se refiere a tener un conocimiento y una experiencia subjetivos de Cristo. Solamente Cristo es la centralidad y la universalidad de todo nuestro ser. Todo lo demás hace que nuestro sentir sea diferente y causa desunión. Por esta razón debemos centrar nuestra atención en el precioso conocimiento y experiencia de Cristo. Más aún, necesitamos tener el mismo amor. Nuestro amor para con los santos no debe ser clasificado en categorías. De otro modo, nuestro amor creará problemas, y no habrá manera de tener la genuina unanimidad.

La base, el medio y el significado de la práctica de la unidad

  En Efesios 4:4-6 podemos ver que nuestra práctica de la unidad se basa en el atributo de unidad de la iglesia: un solo Espíritu, un solo Señor, un solo Dios, un solo Cuerpo, una fe, un bautismo y una esperanza. Por medio de esto podemos ver que la unidad es el atributo de la iglesia. Con base en este atributo de unidad de la iglesia, podemos ser unánimes y podemos practicar la unidad. Es más, la práctica de esta unidad es según la enseñanza de los apóstoles (1 Co. 4:17b; 7:17b; 11:16; 14:34a). Los apóstoles enseñaban la misma cosa a todos los santos en todos los lugares y en todas las iglesias. Al mismo tiempo, la práctica de esta unidad también está en conformidad con lo que el Espíritu dice a las iglesias (Ap. 2:7, 11a, 17a, 29; 3:6, 13, 22). Las siete epístolas a las siete iglesias mencionadas en Apocalipsis 2 y 3 fueron palabras habladas a todas las iglesias. El que tiene oídos para oír, que oiga. Cada epístola fue escrita a todas las iglesias. Todas las iglesias tienen la misma Biblia, y todos nosotros estamos practicando la unidad según el mismo hablar. Por último, la práctica de la unidad indica que las siete iglesias, siendo los siete candeleros, son completamente idénticas (Ap. 1:20). Las iglesias de Dios son candeleros de oro. Aunque ellas son distintas y tienen un contenido propio, son completamente idénticas en naturaleza, forma, función y expresión.

PRACTICAR LA UNIDAD PARA TRAER LA BENDICION DE DIOS

  Todos los que están sentados aquí hoy, son ancianos y colaboradores. Tenemos que ser unánimes para mantener la unidad que Cristo busca. Puesto que estamos llevando la responsabilidad de la iglesia, debemos ver la manera de que la iglesia reciba gracia y bendición. Todos debemos darnos cuenta de que la bendición y la gracia de Dios sólo pueden venir a una situación donde hay unanimidad. Esta situación es la práctica de la unidad. En el Antiguo Testamento, el Salmo 133 dice: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion; porque allí envía Jehová bendición y vida eterna”. Dios dará gracia y enviará bendición solamente donde haya unanimidad, o sea, la práctica de la unidad.

  Finalmente, yo diría que si solamente escuchamos estas palabras sin practicarlas, entonces sólo son doctrinas. La práctica de la unidad toca nuestra mente, nuestro amor y nuestro hablar. Inconscientemente, todos hemos violado la práctica de la unidad. Muchas veces nuestra mente es como un potro salvaje, sin restricción alguna. Nuestro amor no es regulado; nuestras palabras son livianas y descuidadas. Todos éstos deterioran la unidad de los creyentes y son factores que hacen perder la bendición del Señor. Hoy día, todos vivimos en la iglesia y en el Cuerpo del Señor. También llevamos el testimonio para el recobro del Señor. Pero es muy fácil que nuestra mente se distraiga y que nuestro amor se vuelva dañino. Tal vez no hablemos palabras malas de maldición, pero es posible que nuestro hablar sea liviano, y que nuestras opiniones sean copiosas. Espontáneamente traemos muchos problemas a la iglesia y esparcimos división entre los santos.

  Por lo tanto, tenemos que estar alerta. Si primero considerásemos y pensásemos un poco antes de hablar, y nos preguntásemos si aquello es Cristo o no, no tendríamos problemas. Si amamos a los santos, deberíamos preguntarnos si nuestro amor es de diferentes clases, grados, o intensidades, y si deberíamos recibir la respectiva corrección del Señor. Lo mismo es válido en cuanto a nuestro hablar. Solamente deberíamos hablar si lo que hablamos es Cristo; de otro modo, no deberíamos hablar. Tengo una pesada carga en mi interior. Todos queremos que la iglesia aquí reciba gracia y bendición. Pero no olvidemos el Salmo 133. El Señor envía bendición, la cual es vida para siempre, sobre los hermanos que habitan juntos en unidad. Es como ungüento que se derrama sobre todo el cuerpo y como el rocío que desciende sobre . Esta noche hemos visto que la unidad de los creyentes por la cual oró el Señor, no es ni la unidad de la que habla el mundo ni la unidad que es según lo que nosotros entendíamos anteriormente. Más bien, es una unidad perfeccionada por todos nosotros al estar en el nombre y la vida del Padre, en Su palabra de realidad, y en Su gloria divinamente expresada. Es sólo por este medio que se da la bendición de Dios. Por supuesto, debemos laborar y trabajar para el Señor, pero si nuestra situación no se basa en la unidad, y si no practicamos el ser unánimes, me temo que nuestros resultados no serán abundantes. Por lo tanto, para que recibamos la bendición de Dios, tenemos que practicar la unidad, y la manera de practicar la unidad es ser unánimes.

  (Mensaje dado por el hermano Witness Lee en Taipéi, Taiwán, el 5 de abril de 1990)

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