
Entre los años 1928 y 1934 el hermano Watchman Nee dio cuatro conferencias sobre los vencedores, cuyo tema fue “Mensajes centrales de Dios”. La primera conferencia se dio en febrero de 1928 con el tema: “El propósito eterno de Dios y la victoria de Cristo”. La segunda conferencia tuvo lugar en octubre de 1931 y su tema fue “El pacto de Dios y Su sabiduría”. La tercera conferencia se celebró en enero de 1934 y trató de “Cristo como la centralidad y universalidad de Dios”, y “Los vencedores”. La cuarta conferencia fue dada en octubre del mismo año con los temas “La vida de Abraham” y “La guerra espiritual”. Con excepción de la cuarta conferencia, que se llevó a cabo en Hangchow, las demás se dieron en Shanghai.
Los mensajes de la tercera conferencia sobre los vencedores fueron publicados en los números 34, 35 y 36 de El testimonio actual. El número 34 es un bosquejo general de los mensajes de las conferencias. En los números 35 y 36 se pulió y publicó el estilo de dos mensajes: “Ministramos al templo o ministramos a Dios” y “Una vida superficial”. Un mensaje separado que no fue parte de la tercera conferencia sobre los vencedores, “Muertos para la ley”, también se publicó en el número 35. Se conservó la secuencia en que se publicaron estos mensajes.
En este tomo, el capítulo titulado “Mensajes de preparación para la tercera conferencia sobre los vencedores” presenta mensajes breves dados en los primeros dos días de la conferencia, el 22 y 23 de enero. Los capítulos titulados “El centro de Dios o La centralidad y universalidad de Cristo” y “Los vencedores que Dios desea” presentan las partes sobresalientes de los mensajes de dichas conferencias. (Al capítulo “Los vencedores que Dios desea” se le añadió como suplemento la sección “Lo que experimentan los vencedores”, tomada de las notas del hermano Weigh Kwang-hsi) Todos los capítulos mencionados forman parte del número 34 de El testimonio actual.
Los capítulos “¿Qué somos nosotros?”, dado en dicha conferencia, y “Asuntos relacionados con los obreros”, dado después de la misma, fueron traducidos de las notas del hermano Weigh Kwang-hsi. El capítulo: “¿Qué somos nosotros?” presenta el testimonio que Dios desea, basado en la historia de cómo se ha venido recobrando la verdad. El capítulo “Asuntos relacionados con los obreros”, describe el carácter de la obra y su relación con la iglesia. Aunque estos mensajes no se publicaron en El testimonio actual, los incluimos con los mensajes que se dieron durante ese período.
El carácter de esta conferencia y la comisión de la misma se pueden ver en la carta de Watchman Nee publicada en el número 32 de El testimonio actual.
“Jesús es el Señor” (1 Co. 12:3)
Ya tuvimos dos series de conferencias como ésta, una en febrero de 1928 y otra en octubre de 1931. La conferencia que tuvimos en noviembre del año pasado fue diferente, y por ende, consideramos ésta la tercera serie de conferencias sobre los vencedores.
Quisiera que todos los hermanos comprendieran el carácter de estas conferencias. No dedicaremos nuestra atención a temas bíblicos de menor importancia, pues deseamos ver en el Espíritu Santo a Jesús, y a El crucificado. Temas como las profecías, la organización de la iglesia, la exposición de las Escrituras, la tipología, el bautismo, la imposición de manos, el hablar en lenguas, los milagros e innumerables interrogantes se tratarán a su debido tiempo. Puesto que somos cristianos no debemos negar el lugar que tienen cada uno de dichos temas; sin embargo, no son el centro de las Escrituras ni de la vida del Espíritu Santo. Dios tiene un solo centro, el cual es Cristo, más específicamente, Cristo crucificado. Las conferencias anuales que celebramos en torno a este tema, tiene como fin volvernos al centro. Este es el motivo por el cual no quisiéramos detenernos en temas de menor importancia; más bien, quisiéramos sólo hacer hincapié en el tema central que Dios mismo recalca.
Muchas personas nos preguntan con frecuencia por qué El testimonio actual, no incluye artículos similares a los que se publicaban en la revista que publicaba antes llamada El Cristiano. Tal vez no sepan que El testimonio actual sólo contiene los mensajes centrales de las cosas de Dios. En muchos mensajes se explicaba la interpretación de las profecías, se exponía la Biblia y se daban respuestas a preguntas sobre el evangelio, o sea que no presentaban lo más central de las cosas de Dios. Es una lástima que muchos creyentes den tanta importancia a estos asuntos secundarios y pasen por alto el mensaje central. No decimos que los demás temas sean insignificantes, pues ya dijimos que tienen su debido lugar, sino que no son el centro. Si una persona no está consciente de lo que es el centro de las cosas de Dios, todas estas verdades sólo serán doctrinas y no le servirán de ayuda alguna. Conocer a Dios en Su centro y vivir en dicho centro trae la victoria, la santidad y la gloria. Todo lo demás viene luego.
En esta conferencia, igual que en las otras dos, quisiéramos hacer énfasis en los mensajes más críticos. Después de pasar mucho tiempo en oración, me llegué a la conclusión de que el tema de esta conferencia debe ser “Los vencedores que Dios busca”. Todo lo tratado en las conferencias girará en torno a esto. Puesto que las fechas ya se fijaron, pido a los hermanos que oren mucho por esta serie de conferencias. A diferencia de la conferencia que tuvimos en 1928, las que tuvimos en 1931 y 1932 carecieron de oración. En consecuencia, no vimos una bendición clara en aquellas reuniones. Por lo tanto, debemos pedirle a Dios que nos dé una comisión específica de orar por ello y que nos dé espíritu de oración. Necesitamos orar fervientemente, y quizás también ayunar por esto. No obstante, debemos orar en el Espíritu Santo. La bendición de Dios está supeditada a nuestra oración.
Por último, en esta conferencia espero que encontremos a Cristo, recibamos luz y revelación de los cielos y seamos llenos de la vida que desconoce el hombre común. No quisiéramos prestar atención a temas de menor importancia, ni a formalismos. Lo que deseamos es conocerle a El (Fil. 3:10).
Vuestro hermano, Watchman Nee 13 de diciembre de 1933
Lectura bíblica: Cnt. 4:12; Os. 14:5-7; Mr. 4:5-6, 16-17
Marcos 4 habla de la condición del corazón del hombre y de la forma en que recibe la Palabra. No solamente se aplica a los pecadores que escuchan el evangelio, sino también a los creyentes que reciben el mensaje de edificación.
¿Qué clase de vida complace al Señor y perdura? ¿Por qué algunos han fracasado o se han regresado a mitad de camino? ¿Por qué son pocos los que siguen al Señor hasta el fin? Algunas personas al principio están muy dispuestas a abandonarlo todo, a consagrarse totalmente al Señor y a seguirlo, pero cuando se les presenta algo que es contrario a su propia voluntad, pierden el deseo de seguirlo. Si usted nunca ha sido disciplinado por el Señor o no se ha consagrado totalmente, vendrá el día cuando el Señor lo llevará a donde usted no desea ir, y usted rechazará lo que El escoja. El precio será demasiado alto para usted y se dará cuenta de que no puede pagarlo. Por esta razón, tiene que ser disciplinado por el Señor hasta que se consagre plenamente, tome la cruz y lo siga hasta el fin. Los que se regresaron o cayeron a mitad del camino son los que no tienen profundidad de tierra.
“Brotó pronto” (Mr. 4:5). Esto se refiere a quienes reciben la palabra y tienen un comienzo bastante notorio, pero no llegan a producir ningún resultado por carecer de raíces, y cuando sale el sol, se queman y se secan. Cada palabra trae consigo aflicción y persecución. Dios prepara las circunstancias que acompañan todo lo que El dice, para probar si hemos recibido Su mensaje debidamente. El sol es la señal evidente del amor del Señor. La cruz establece una separación no sólo entre el que es salvo y el que perece, sino también entre los creyentes que vencen y los que son derrotados. La aridez espiritual es el resultado de haber luchado con Dios y haberle vencido por el deseo que uno tiene de ganar. La señorita Barber dijo en cierta ocasión que el Señor partirá todo pan que esté en Sus manos. Muchas veces nos ponemos en las manos del Señor, y al mismo tiempo pedimos en nuestro interior: “Por favor no me partas”.
¿Por qué los que están en pedregales brotan tan pronto y se secan tan rápidamente? En primer lugar, porque no tienen “profundidad de tierra” (v. 5). Aquel que se encierra en sus circunstancias o en sus emociones carece de profundidad de tierra. Los que tienen raíces profundas viven por encima de sus circunstancias, no dependen de sus sentimientos y viven en el Señor. Dios los sostiene y les da la provisión y el poder que sobrepasa las circunstancias. En segundo lugar, no tienen raíz. Los que llevan una vida superficial son como el tallo de una planta, pero los que tienen una vida interior son como la raíz. Las raíces evidencian una vida escondida y secreta. El Señor dice que cerremos la puerta de nuestro aposento y oremos en secreto (Mt. 6:6). Dios nos verá, no dice que nos oirá en secreto. La vida que se expresa delante de los hombres está llena de peligros. La vida que se expresa delante de Dios es la más segura. Los que reciben la disciplina de Dios en secreto y tienen raíces profundas vencen todas las aflicciones y persecuciones. Tercero, hay rocas bajo la tierra. Por encima, todos los lugares tal vez parezcan iguales, pero debajo de la tierra en algunos hay rocas. (1) Las rocas son corazones endurecidos (He. 3:15). Si deseamos oír la Palabra del Señor, no podemos endurecer nuestros corazones ni tener prejuicios. Los que todavía tienen el yo oculto y no han sido quebrantados por el Señor, no tienen raíces hondas. (2) Las rocas son pecados escondidos. Si éstos no son eliminados, las raíces no pueden extenderse muy hondo. Solamente crecen quienes tiemblan ante la Palabra de Dios y son débiles como niños. El Señor tiene que aplastar todos los corazones endurecidos y los prejuicios. El puede cabalgar en un potro que nadie ha montado antes, y puede enfrentarse a los que nunca antes le han obedecido.
Oseas 14:5-7 menciona el Líbano tres veces: (1) se le contrasta con el lirio, (2) se le compara con el olivo y (3) se le asemeja a la vid. Los cedros del Líbano son los árboles que tienen las raíces más profundas. Nosotros también debemos descender y echar raíces lo más hondo posible; debemos dirigir nuestro crecimiento a las profundidades.
El lirio es hermoso, pero crece en el desierto. Nosotros somos el lirio del valle, no del florero. El que cuida de nosotros no es el jardinero, sino Dios, y exclusivamente de El recibimos nuestra provisión, no de los hombres. La lluvia del cielo nos riega, y Dios mismo nos sostiene.
La belleza del olivo no se halla en sus flores sino en su fruto, pues éste contiene aceite. Por eso, nosotros debemos producir el fruto del Espíritu.
La flor de la vid es muy pequeña. Antes de ser notoria, se convierte en uva. Las flores de la vid no expresan belleza sino que llevan fruto.
En Cantar de cantares 4:12 se menciona un “huerto cerrado”. Es un huerto, no un parque, y está cerrado, no abierto. Dentro del huerto hay frutas y flores. Todo lo que tenemos debe estar dedicado exclusivamente al Señor. Esta es la razón por la cual debemos estar cerrados.
“Fuente cerrada, fuente sellada”. Algunas versiones usan la palabra pozo en vez de fuente. Un pozo es hecho por el hombre, mientras que una fuente es natural. El pozo sirve al hombre, pero la fuente recibe de Dios. La finalidad del pozo es el hombre, mientras que la de la fuente es Dios. Aunque nuestra meta es el hombre y somos útiles al hombre, de todos modos estamos “cerrados”, y esperamos que el Señor nos abra y nos use. Aunque nuestra meta es Dios y sólo recibimos de El, estamos “sellados”. Debemos estar cerrados para Dios y para los hombres. Debemos permitir que la cruz haga una obra profunda en nosotros y ponga fin a nuestro yo para que tengamos una vida profunda. Debemos mantener una vida escondida delante de Dios.
(22 de enero, por la tarde)
Lectura bíblica: 2 R. 4:1-6; Mt. 5:6; Lc. 1:53
Los creyentes caen y no crecen delante de Dios porque: (1) No se conocen a sí mismos y (2) no conocen la plenitud del Señor. En la convención de Keswick, un hermano dijo que todos los fracasos de los creyentes se deben a estos dos problemas.
El único requisito para obtener la bendición de Dios, el crecimiento espiritual o la experiencia de la plenitud del Señor es estar vacíos. Tenemos que reconocer que estamos llenos, y debemos vaciarnos constantemente de lo que tenemos. Solamente quienes tienen hambre serán colmados de bienes (Lc. 1:53). La gracia espiritual de Dios solamente es dada a los hambrientos.
La secuencia de la obra que el Espíritu Santo realiza en nosotros es la siguiente: primero, crea un deseo en nuestro corazón para que ya no estemos satisfechos con nuestra vida actual. Cuando estamos satisfechos empezamos a retroceder, pero cuando no estamos conformes, progresamos. El Espíritu Santo primero nos vacía y luego nos llena. Dios nos vacía a fin de poder llenarnos, lo cual es su meta. Para vaciarnos, el Espíritu Santo nos pone contra la pared y nos conduce a un punto crítico. El Espíritu Santo dispone todas las dificultades para producir en nosotros una búsqueda profunda. La victoria que se obtuvo en Jericó no se puede aplicar para la batalla en Hai. No podemos aplicar la gran victoria que obtuvimos ayer ni siquiera a la más pequeña batalla de hoy. Las experiencias pasadas no pueden suplir la necesidad presente. Dios nunca nos pide que comamos el maná de ayer. ¡Gracias a Dios que tenemos crisis! Dios crea estas crisis en nuestras vidas por medio del Espíritu Santo. Nos permite fracasar cuando enfrentamos las crisis actuales con las experiencias pasadas, pues los fracasos producen una necesidad y un renovado deseo en nosotros. La fe nunca reproduce cosas del pasado. No podemos imitar las obras de fe de los creyentes del pasado; sólo podemos imitar su fe. Puesto que los discípulos vieron al Señor alimentar a los cinco mil con los cinco panes, y a los cuatro mil con los siete panes, deberían haber sabido que El podía alimentarlos aun si no hubiera ni un solo pan. Ellos no conocían al Señor de una manera profunda. Por eso dijeron: “Es porque no trajimos pan” (Mt. 16:7). Dios prepara las circunstancias para que podamos conocerlo más, nos podamos conocer más a nosotros mismos y podamos estar conscientes de la vanidad del yo, y nos permite fracasar para que veamos nuestro vacío y nuestra incapacidad. Dios ya anuló nuestra persona en la cruz.
En 2 Reyes 4:1-6 dice: “Una mujer, de las mujeres de los hijos de los profetas, clamó a Eliseo, diciendo: Tu siervo mi marido ha muerto; y tú sabes que tu siervo era temeroso de Jehová; y ha venido el acreedor para tomarse dos hijos míos por siervos. Y Eliseo le dijo: ¿Qué te haré yo? Declárame qué tienes en casa. Y ella dijo: Tu sierva ninguna cosa tiene en casa, sino una vasija de aceite. El le dijo: Vé y pide para ti vasijas prestadas de todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas. Entra luego, y enciérrate tú y tus hijos; y echa en todas las vasijas, y cuando una esté llena, ponla aparte. Y se fue la mujer, y cerró la puerta encerrándose ella y sus hijos; y ellos le traían las vasijas, y ella echaba del aceite. Cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aún otras vasijas. Y él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite”.
La mujer había quedado endeudada debido a la pobreza en que la había dejado su marido. Lo único que tenía era una vasija de aceite, el cual era un ingrediente básico. Fue esta vasija de aceite la que le permitió pagar sus deudas y proveyó para su subsistencia. Ella necesitaba vasijas vacías, y no pocas. Eliseo le dijo a la mujer que consiguiera vasijas vacías. Por causa de Adán nosotros nos empobrecimos. Pero alabado sea el Señor porque tenemos al Espíritu Santo. Lo que no tenemos es espacios que el Espíritu pueda llenar. No es que no podamos ser llenos, sino que carecemos de espacios vacíos en los que el Espíritu Santo pueda entrar. El Espíritu Santo solamente llenará espacios que estén vacíos. Para progresar espiritualmente debemos vaciarnos constantemente, a fin de ser llenos. No es posible vaciarse de una sola vez y luego ser lleno para siempre. Es necesario vaciarse continuamente para ser lleno de nuevo.
Uno tiene que relacionarse con el Espíritu Santo a solas, en un lugar secreto. Debemos dejar la carne afuera y encerrarnos con el Espíritu Santo. Cada vez que uno se enfrenta con problemas, tiene que ir al lugar secreto y presentar el asunto al Espíritu Santo. Cuando nos comunicamos con el Espíritu, nuestros problemas se resuelven.
El aceite cesó porque no había más vasijas vacías. Cuando ya no hay ningún vacío, el fluir cesa. Si el vacío es ilimitado, será lleno ilimitadamente. Esaú fue la primera persona que satisfizo su propio ser. Al final se volvió una persona vacía. Debemos verternos constantemente, y no una sola vez, para así ser continuamente llenos. Tenemos la responsabilidad de mantenernos vacíos, y el Espíritu Santo tiene la responsabilidad de llenarnos.
(23 de enero, por la mañana)
Lectura bíblica: Is. 62:6; Ez. 36:37; Flm. 14
Dios actúa dentro de ciertos límites y según ciertos principios. El no hace las cosas por casualidad ni al azar. El prefiere no actuar que hacer algo contrario a Sus principios. Si nosotros queremos recibir Sus bendiciones, tenemos que reunir las condiciones para que El nos bendiga.
Dios está por encima de todo principio y de todo precepto; sin embargo, se complace en sentar principios con respecto a Su obra, de tal manera que El y el hombre se sujeten a principios preestablecidos. Los principios de Dios son Su voluntad.
Dios nunca actúa solo. Siempre pone Su deseo en el corazón de sus hijos para que ellos oren por dicho deseo. El señor Evan Roberts dijo que la secuencia de toda acción de Dios es la siguiente:
(1) Dios tiene un deseo.
(2) El pone este deseo en los corazones de sus hijos por medio del Espíritu Santo.
(3) Los hijos de Dios le presentan este deseo en oración.
(4) Dios cumple Su deseo.
Todo tiene su origen en el deseo de Dios. El pone este deseo en los corazones de Sus hijos por medio del Espíritu Santo para que ellos conozcan dicho deseo. Entonces los hijos le devuelven a Dios este deseo en oración. En consecuencia, El lleva a cabo Su deseo.
Ezequiel 36:37 dice: “Así ha dicho Jehová el Señor: Aún seré solicitado por la casa de Israel, para hacerles esto; multiplicaré los hombres como se multiplican los rebaños”.
(1) Dios ordenó que la casa de Israel se multiplicara. El tomó esta decisión, y la cumplirá. Este es tanto el primer punto como el cuarto de la lista que citamos.
(2) Pero la casa de Israel todavía tiene que solicitarlo a Dios. Aunque Dios ya había decidido incrementar el número de los hijos de Israel, sólo lo cumpliría cuando la casa de Israel lo solicitase. Este es el principio sobre el cual Dios obra. El tiene Su voluntad, pero no procede hasta que Sus hijos se lo soliciten. Dios no detiene ninguna de Sus obras, sino que espera hasta que Sus hijos se lo pidan. El está dispuesto a someterse a la autoridad de las oraciones de Sus hijos y a ser limitado por ellas. Si Sus hijos no oran, El no hace nada. Por más de dos mil quinientos años, Dios no ha incrementado el número de la casa de Israel, porque nadie se lo ha solicitado.
Isaías 62:6 dice: “Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis”.
(1) Dios mandó que Jerusalén fuese alabanza en la tierra. Este es el deseo de Dios.
(2) Para esto El puso guardas que clamen e El y les pide que no callen ni reposen. Debemos orar continuamente y sin descanso hasta que Dios efectúe lo que ordenó, pues el cumplimiento de Su voluntad depende de nuestra oración.
Leemos en Filemón 14: “Pero nada quise hacer sin tu consentimiento, para que tu bondad no fuese como de necesidad, sino voluntaria”.
Pablo representa a Dios, y Filemón nos representa a nosotros. El no quería hacer nada sin el consentimiento de Filemón. Del mismo modo, Dios no hará nada sin nuestro consentimiento. Su voluntad es limitada por nosotros.
El señor Gordon Watts dijo una vez que la voluntad de Dios es como una locomotora y que nuestras oraciones son los rieles. La locomotora es poderosa, pero no puede moverse sin los rieles. Asimismo la voluntad de Dios es poderosa, pero necesita los rieles de nuestra oración para cumplirse. Dios no actúa solo; tiene que esperar hasta que la voluntad de Sus hijos concuerde con la Suya antes de proceder. Hay tres voluntades en el universo: la de Dios, la del hombre y la de Satanás. Dios no elimina la voluntad de Satanás, sino que desea que el hombre se una a Su voluntad para quitar de en medio la voluntad de Satanás. La oración espiritual expresa la voluntad de Dios. ¡Cuán inútil es una oración que sólo exprese la voluntad propia! Nuestra oración no puede cambiar la voluntad de Dios; sólo la expresa. Dios inicia todas las cosas; nosotros simplemente somos el canal por cual Su voluntad puede fluir. Dios ordena, y nosotros obedecemos. El inicia, y nosotros corroboramos Su deseo con nuestra oración. No podemos forzar a Dios a hacer lo que El no desea. Cuando nuestra oración se circunscribe a la voluntad de Dios, El actúa. Todo avivamiento es fruto de la oración. Nuestra oración no puede cambiar la voluntad de Dios; sólo puede expresarla. Nadie puede dirigir la voluntad de Dios ni hacer que El haga lo que no desea; sin embargo, lo que El quiere hacer puede ser limitado por la oración del hombre. Aunque Dios había profetizado los eventos de Pentecostés en el libro de Joel, era necesario que ciento veinte personas oraran para que El pudiera cumplir aquello. Dios llega hasta donde lleguen nuestras oraciones. Por consiguiente, cuanto más minuciosas sean nuestras oraciones, tanto más se cumplirá la voluntad de Dios, y menos cabida tendrán los engaños de Satanás. Debemos lanzar la red de la oración “con toda oración y petición orando en todo tiempo” (Ef. 6:18), para que la voluntad de Dios prevalezca en todas las áreas, y así Satanás no hallará ninguna hendidura por donde infiltrarse. En nuestra oración debemos poner atención a tres cosas: (1) a quién oramos, (2) por quién oramos y (3) contra quién oramos. Todas nuestras oraciones deben cumplir la voluntad de Dios, beneficiar al hombre e infligir pérdidas a Satanás.
(23 de Enero, por la tarde)