
Lectura bíblica: Jn. 3:5; Gá. 2:20a; 1 Co. 15:36; Mt. 16:24-26; Gá. 5:24; Ro. 6:6; 8:13b; 2 Co. 4:10, 16; Fil. 3:10
En el mensaje anterior vimos que necesitamos ser aquellos que viven y andan por el Espíritu. En este mensaje queremos ver nuestra necesidad de vivir y andar bajo la crucifixión de Cristo. Vivir y andar por el Espíritu es andar en la resurrección de Cristo, mediante Su crucifixión y por medio del Espíritu compuesto (Fil. 3:10; 1:19b).
La crucifixión del Señor en la cruz tiene dos aspectos significativos: el aspecto objetivo y el aspecto subjetivo. El aspecto objetivo de la muerte de Cristo se refiere a Su redención. Él murió por nuestros pecados a fin de redimirnos. En otras palabras, Cristo murió una muerte vicaria por nosotros. Éste fue el aspecto objetivo que Él efectuó aparte de nosotros hace cerca de dos mil años en la tierra lejana de Palestina. También existe el aspecto subjetivo de la muerte de Cristo. Cristo murió en la cruz no sólo por nosotros, sino también con nosotros (Gá. 2:20a). Cuando Él murió en la cruz, no murió solo. Él murió con nosotros.
Existen distintas opiniones tocantes a quién realmente murió en la cruz. Algunos eruditos judíos incrédulos dirían que un mártir llamado Jesús fue el que murió en la cruz a favor de sus enseñanzas religiosas. Dirían que fue martirizado en la cruz por los extremistas judíos religiosos mediante el gobierno romano. Otros incrédulos dirían que Jesús fue un gran hombre que exhibió la moralidad más elevada de la vida humana. En su opinión, este hombre tan grande, bueno y sabio, cuyas enseñanzas equivalían a lo más elevado de la moralidad humana, fue muerto por sus opositores.
Entre los creyentes de Cristo también circulan varias opiniones en cuanto a quién murió en la cruz. Muchos de los creyentes de Cristo son frívolos y superficiales, y el entendimiento espiritual de ellos está apenas en el umbral de la economía de Dios. Ellos solamente saben que Cristo murió por ellos en la cruz como su Salvador. Para ellos, Cristo no fue simplemente un mártir o un buen hombre, sino un Salvador. Este modo de entender es correcto, pero sólo a medias. Este modo de entender quién murió en la cruz es ligero y superficial.
En 1 Corintios 15:3 dice que lo primero que Pablo les hizo saber a los santos en el evangelio fue que Cristo murió por nuestros pecados. La palabra por quiere decir que Él murió una muerte vicaria. Necesitábamos que Él muriese por nosotros como nuestro Sustituto. Como nuestro Salvador, Él nos representó para morir por nuestros pecados a fin de efectuar la redención por nosotros. Esto es correcto, pero este entendimiento de la muerte de Cristo no es muy profundo. Si queremos ser aquellos que viven y andan bajo la crucifixión de Cristo, necesitamos un entendimiento más profundo de la muerte de Cristo.
Hace poco vi dos libros que compré en San Francisco hace veintinueve años en 1963. Uno se llama Bone of His Bone [Hueso de sus huesos], y el otro se llama Born Crucified [Nacido crucificado]. Bone of His Bone es una referencia a lo que Adán dijo cuando Dios le presentó a Eva (Gn. 2:23). Adán buscaba un complemento, y Dios le presentó a todos los animales uno por uno. Por supuesto, ninguno de esos animales podía ser pareja de Adán. Adán les puso nombres a todas las criaturas vivas, pero ninguno podía ser alguien que le correspondiera. Entonces Dios hizo caer un sueño sobre Adán, abrió su costado y le sacó una costilla. Génesis 2:22 dice que de esta costilla Dios edificó una mujer para Adán. La versión King James dice que Dios “hizo” una mujer, pero tal traducción no es adecuada. El texto hebreo dice que Dios “edificó” una mujer. La costilla de Adán fue el material de construcción con el cual Dios edificó una mujer. Luego Adán despertó, y Dios le trajo a Eva. Cuando Adán vio a Eva, dijo: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos, y carne de mi carne”. En tipología, el hueso con el cual Eva fue edificada representa la vida de resurrección de Cristo. La expresión hueso de mis huesos denota que nosotros, los miembros de la iglesia que es el Cuerpo de Cristo, formamos parte del Cristo resucitado.
En la cubierta del libro Bone of His Bone, el editor dice que la muerte de Cristo en la cruz no fue sólo para la redención, sino también para la identificación. Aquí la identificación significa unión. Cristo murió a fin de que nosotros pudiésemos ser unidos a Él. Él murió en la cruz no sólo con miras a una redención objetiva, sino también a una unión subjetiva, es decir, una identificación subjetiva. El libro Bone of His Bone dice que la vida cristiana no es una imitación de Cristo, sino una participación de Cristo. Imitar a Cristo es incorrecto. Cristo murió en la cruz y nosotros no podemos imitar eso, pero sí podemos participar de la muerte de Cristo. No podemos imitar a Cristo, pero podemos participar de Él y de todo lo que Él ha logrado.
Esta unión entre nosotros y Cristo comenzó desde la encarnación. Antes de la encarnación, Dios era solamente Dios, y el hombre era solamente hombre. Es verdad que Dios y el hombre tenían cierta clase de relación y ciertas transacciones entre sí antes de la encarnación, pero no había una unión entre ellos. El pensamiento de la unión se encuentra en la revelación divina. En 1 Corintios 6:17 dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Algunos llaman a esta unión una unión en vida. Tenemos una unión en vida con el Señor Jesús. Nosotros estamos identificados con Él. Sin embargo, ni siquiera la palabra identificación es totalmente adecuada debido a que no conlleva la idea total de la economía divina. Una tarjeta de identificación puede tener nuestra foto, pero tal foto no es la persona viva y real. Esto muestra que la terminología del lenguaje humano siempre es inadecuada.
Es necesario que veamos la revelación de la unión de Dios y el hombre, comenzando en la encarnación. La encarnación es Dios que se hizo hombre en Su segunda persona, la corporificación misma de toda la Trinidad Divina. En otras palabras, la encarnación fue el Dios Triuno corporificado en Cristo haciéndose un hombre. Esto es Dios mismo uniéndose con el hombre. Juan 1 dice que el Verbo, quien era Dios, se hizo carne (vs. 1, 14). Así que, la identificación entre la divinidad y la humanidad, o la unión en vida entre la divinidad y la humanidad, comenzó a partir de que la divinidad se unió a la carne. Por tanto, cuando Dios se hizo hombre, comenzó a existir la unión entre Dios y el hombre.
Cuando el Señor Jesús fue crucificado en la cruz, Él fue crucificado en la carne. La carne, a la cual el Dios Triuno se unió, tiene mucho significado. En esta carne estamos todos incluidos. Todos nosotros somos carne. Por consiguiente, el Nuevo Testamento dice que ninguna carne puede ser justificada por las obras de la ley (Ro. 3:20; Gá. 2:16). Ninguna carne quiere decir ningún hombre, ninguna persona. Mientras seamos descendientes de Adán, seremos carne. Todo el linaje humano es carne.
Tenemos que considerar cómo se usa la palabra carne en la Biblia. Después de que Dios creó a Adán, lo hizo dormir, le sacó una costilla de su costado y de esa costilla edificó una mujer. Cuando Adán despertó, vio a Eva y declaró: “Ella es carne de mi carne”. Adán estaba diciendo que ella era carne y que él también era carne. Ella no era algo aparte de Adán. Así que, tanto el hombre como la mujer son carne. En ese tiempo la carne no tenía pecado; era limpia y pura. Mas en Génesis 6, el Señor dijo que la maldad del hombre era mucha y que el hombre había llegado a ser carne (vs. 5-7, 12). En Génesis 6 la palabra carne no se usa en un sentido positivo, sino en un sentido negativo. A partir de Génesis 6 y a lo largo de toda la Biblia, la palabra carne se usa mayormente en un sentido negativo.
En 1 Corintios Pablo usa las palabras carne y carnales (3:1, 3). Ser de la carne es peor que ser carnal. Los corintios vinieron a ser no solamente carnales, sino también de la carne. Ser de la carne denota ser hecho de carne; ser carnal denota estar bajo la influencia de la naturaleza de la carne y participar del carácter de la carne. El apóstol consideraba que los creyentes corintios eran totalmente de la carne, que estaban totalmente hechos de carne y que eran solamente carne. Tal vez nosotros no seamos de la carne, pero la mayor parte del tiempo somos carnales. Esto se debe a que vivimos, actuamos y andamos no según nuestro espíritu, sino según nuestra carne.
Juan 1:14 nos dice que el Señor Jesús se hizo carne. Pablo dijo en Romanos 8:3 que Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado. Ya para Génesis 6, el hombre había llegado a ser carne, algo totalmente pecaminoso. El hombre llegó a ser carne de pecado. Cristo se hizo carne, pero Él sólo tenía la semejanza de la carne de pecado. Dentro de Él no había pecado (2 Co. 5:21). En su carne, en Su humanidad, no había pecado. Él sólo tenía la semejanza de carne de pecado. Le damos gracias al Señor por esta revelación en Romanos 8:3.
Cuando Cristo, la persona divina, se encarnó, Él se unió a Sí mismo en Su divinidad con nosotros, la carne. Cuando Él se encarnó, Él dio comienzo a Su unión con el hombre. Él identificó a Dios con el hombre. Esto significa que introdujo a Dios en una unión con el hombre. Él introdujo a Dios en la humanidad. La encarnación introdujo la divinidad en la humanidad.
Ahora debemos considerar en qué momento la humanidad fue introducida en la divinidad. Una unión requiere dos partidos, de tal modo que tiene que haber un tráfico de doble sentido en el cual la divinidad es introducida en la humanidad y la humanidad es introducida en la divinidad. Dios se unió a nosotros; luego Él hizo que nosotros nos uniéramos a Él. La unión de Dios con nosotros en Su encarnación representa un tráfico de un solo sentido. Luego, en Su resurrección, Él nos introdujo a nosotros, la carne, en la divinidad. Esto representa el completamiento de un tráfico de doble sentido.
La identificación, la unión, entre Dios y el hombre requirió mucho tiempo para lograrse. Dios hizo al hombre hace aproximadamente seis mil años. En Génesis 3:15 Dios prometió al hombre caído que Él vendría como la simiente de la mujer, lo cual denota Su encarnación, pero no vino enseguida. Después de dos mil años, Él le hizo casi la misma promesa a Abraham. Él le dijo a Abraham que en su simiente (singular) todas las naciones serían benditas (Gn. 22:18; Gá. 3:16). La simiente de la mujer en Génesis 3:15 sería la simiente de Abraham, es decir, un descendiente de Abraham. Dios esperó otros dos mil años para cumplir Su promesa. Desde Adán hasta Abraham, pasaron dos mil años; y desde Abraham hasta Cristo pasaron otros dos mil años. En total pasaron cuatro mil años desde la creación de Adán hasta la encarnación de Cristo como la simiente de la mujer y la simiente de Abraham.
Dios vino para unirse a la carne, a nosotros, a la humanidad. Él vivió en la tierra en humanidad por treinta y tres años y medio. La “fábrica divina” no produjo la mezcla de Dios y el hombre rápidamente. A fin de que Dios cumpliese totalmente Su unión con el hombre, tuvo que pasar por el vivir humano, tuvo que pasar por la muerte y tuvo que entrar en la resurrección. Él hizo esto con miras a introducir la humanidad, a la cual se había unido, en la divinidad.
El Nuevo Testamento nos dice que cuando Él murió en la cruz, lo hizo con nosotros (Gá. 2:20a), puesto que Él murió en la cruz en la carne y nosotros somos la carne. Él estaba en unión con nosotros. El Señor Jesús fue crucificado en Su carne (1 P. 3:18; Col. 1:22). La divinidad de Cristo no fue crucificada; la divinidad no puede ser crucificada. Su divinidad incluye la vida eterna, la vida de resurrección; nada puede matar esta vida. Cristo murió en Su carne. En Su carne, en la condición de Su carne, Él fue muerto. La carne no sólo nos incluye a nosotros, sino que también se refiere a nosotros. Cristo murió en la carne, y esta carne se refiere a todo el linaje humano. Esto quiere decir que Él murió en la cruz con nosotros.
En el libro Born Crucified se encuentran varias expresiones notables. El autor dijo que Cristo no sólo murió por nosotros, sino también con nosotros. Él murió por nosotros para redimirnos, y Él murió y resucitó con nosotros (Ef. 2:6) para identificarnos con Él. Cuando Él se encarnó, Él identificó a Dios con el hombre. Cuando Él murió y resucitó con nosotros, Él nos identificó con Dios. Esto representa un tráfico de doble sentido.
Ahora tenemos que preguntarnos dónde está Cristo hoy. Tenemos que responder firmemente: “¡Cristo está en nosotros!”. Cristo ha sido ubicado. Antes de que Cristo viniera a ser un hombre, Él era únicamente el Dios universal y omnipresente. Pero cuando se hizo hombre, Él fue ubicado. Antes de Su encarnación, Él era como un ave que se remontaba por el aire; pero mediante Su encarnación, Él entró en una jaula. Él fue ubicado. Jesús estaba en una jaula, estaba limitado. Cuando estaba en Jerusalén, no podía estar en Galilea al mismo tiempo. Estaba enjaulado en Su humanidad.
Antes de ser salvos, nosotros vagábamos por todas partes. Puedo testificar que hubo un tiempo en que yo vagaba por todas partes. Mas un día, a los diecinueve años de edad, creí en el Señor Jesús. En ese momento caí en una jaula. La jaula en la cual Cristo entró era la carne, el linaje humano. La jaula en la cual los creyentes han entrado es una jaula maravillosa. ¡Tal jaula es Cristo! Hoy en día estamos en Cristo.
En cuanto a posición, estamos en Cristo, aunque a veces en nuestra experiencia nos salimos de Cristo. Algunas veces el enemigo viene y abre la puerta de la jaula. Entonces quedamos libres. Cuando nos enojamos, estamos fuera de la jaula. Cristo entró en una jaula cuando se unió con el hombre. Nosotros entramos en una jaula cuando fuimos unidos a Dios. En la teología cristiana, a esto se le conoce como identificación, pero en nuestra enseñanza, nosotros por lo regular no usamos el término identificación. En vez de ello, usamos los términos unión y mezcla.
La mezcla es más profunda que la unión. En la encarnación, Dios no sólo se unió con el hombre, sino que también se mezcló con el hombre. Si junto mis manos, éstas estarán en unión entre sí, pero una mezcla es mucho más que eso. Cuando algún objeto es injertado en otro, el resultado es una mezcla. En ocasiones en una cirugía se toma una porción de piel de una parte del cuerpo y se injerta en otra parte. Al final, las dos porciones de piel no sólo quedan unidas, sino que también se mezclan. Cuando la rama de algún árbol es injertada en otro árbol, los dos se mezclan. Del mismo modo, en la encarnación, Dios se mezcló con el hombre. Luego, en la resurrección de Cristo, el hombre fue mezclado con Dios. A esto se debe que el Nuevo Testamento nos diga que fuimos crucificados juntamente con Cristo (Gá. 2:20a) y que fuimos resucitados con Cristo (Ef. 2:6). Por la muerte y la resurrección de Cristo no sólo fuimos unidos a Cristo, a Dios, sino que también fuimos mezclados con Él.
En nuestro reciente estudio-vida del libro de Jeremías, señalé que en el nuevo pacto de Dios (Jer. 31:33-34) hemos sido hechos Dios en Su naturaleza y en Su vida, mas no en Su Deidad. Esto se debe a que hemos sido engendrados de Dios (Jn. 1:13). Los perros engendran perros, los leones engendran leones, y los hombres engendran hombres. Ya que su padre es un hombre y usted fue nacido de él, ¿no es usted un hombre? Nosotros, como creyentes en Cristo, hemos nacido de Dios; hemos sido regenerados por Dios. Dios es nuestro Padre, y nosotros somos Sus hijos. Dado que Dios es nuestro Padre, ¿qué somos nosotros, los hijos? Los hijos tienen que ser lo mismo que el Padre en vida y naturaleza. Hemos nacido de Dios para ser hijos de Dios (1 Jn. 3:1). Al final, cuando Cristo venga, Él nos hará totalmente iguales a Dios en vida y naturaleza (v. 2). Sin embargo, ninguno de nosotros es igual a Dios, ni lo puede ser, en Su Deidad, en ser un objeto de adoración. En una familia sólo el padre tiene la paternidad. Los hijos del padre no poseen la paternidad. Hay un solo padre con muchos hijos. El padre es humano y los hijos también son humanos, pero sólo hay un padre. Del mismo modo, Dios es nuestro único Padre; sólo Él tiene la paternidad divina. Sin embargo, nosotros, Sus hijos, somos iguales a Él en vida y naturaleza.
Los primeros padres de la iglesia usaron el término deificación para describir la participación de los creyentes en la vida y naturaleza divinas, mas no en la Deidad. Los seres humanos tenemos que ser deificados, es decir, ser hechos como Dios en vida y naturaleza; pero es una gran herejía decir que somos hechos iguales a Dios en Su Deidad. No somos iguales a Dios en Su Deidad, sino en Su vida, naturaleza, elemento, esencia e imagen.
Cuando fuimos regenerados, fuimos crucificados. El autor del libro Born Crucified cita a un predicador francés quien dijo que la iglesia había “nacido crucificada”. Luego él continúa diciendo que nacer aquí significa ser regenerado. Nadie nace crucificado en un sentido físico, pero todo creyente es crucificado al ser regenerado. Esto corresponde a lo que el Señor dijo en Juan 3:5: “El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Sería de utilidad leer la nota 2 de este versículo en la Versión Recobro. La palabra agua se refiere al agua según el ministerio de Juan el bautista. Juan dijo: “Yo os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí [...] os bautizará en el Espíritu Santo...” (Mt. 3:11). En estas palabras que Juan el bautista dirigió a los fariseos, se hace mención específicamente del agua y del Espíritu. Más tarde, el Señor Jesús habló con Nicodemo, quien también era fariseo. Sin duda, él había escuchado lo dicho por Juan. Así que, el Señor le dijo que tenía que nacer de agua y del Espíritu. El agua está relacionada con el ministerio de Juan, y el Espíritu está relacionado con el ministerio del Señor.
Nacer del agua, conforme al ministerio de Juan, tiene como fin acabar con los de la vieja creación. Cuando somos sepultados en el agua del ministerio de Juan, esto denota que comprendemos que no servimos para nada sino para morir. Cuando la gente acudía a Juan para arrepentirse, Juan los ponía en el agua y los sepultaba para darles fin, para anularlos. Cuando un pecador se arrepiente ante Dios, él debe arrepentirse a tal punto que llegue a darse cuenta de que no sirve para ninguna otra cosa sino para morir. Por lo tanto, se entrega como cadáver al que lo bautiza.
Al predicar el evangelio y conducir a alguien a que se arrepienta y crea en Cristo, podemos decirle: “Tiene usted que darse cuenta de que, por haberse arrepentido y haber creído en Cristo, usted, como persona de la vieja creación, es ahora una persona muerta. Usted se ha entregado a mí en calidad de cadáver, y ahora yo lo pondré en una sepultura de agua para anularlo”. Pablo nos dice claramente en Romanos 6:4 y en Colosenses 2:12 que en el bautismo somos sepultados juntamente con Cristo en Su muerte. Cuando levantamos del agua a alguien que se ha bautizado, esto denota resurrección. En resurrección, ahora estamos en el Espíritu. Por medio del agua de muerte que le da fin a todo y por medio del Espíritu que hace germinar, nacemos espiritualmente. Nacer de nuevo al ser anulados y germinar es ser regenerado. Así que, todo aquel que es regenerado es crucificado al ser regenerado.
Somos crucificados al ser regenerados y morimos para vivir (1 Co. 15:36). Nacimos muertos y ahora morimos para vivir. Morir para vivir quiere decir vivir bajo la crucifixión de Cristo. Todos los días morimos. Pablo dijo que él moría diariamente (1 Co. 15:31; 2 Co. 4:11). Nuestro entorno nos hace morir todos los días. Morimos de una manera continua. La vida cristiana es una larga vida en la cual se muere continuamente. Todos los días morimos para vivir. Renacimos crucificados y ahora morimos para vivir. Éste es un vivir bajo la crucifixión de Cristo. En Gálatas 2:20 Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe...”. Por un lado, a Pablo se le había dado fin, pero por el otro, un Pablo resucitado, uno que había sido regenerado, aún vivía. Pablo había sido crucificado juntamente con Cristo, pero Cristo vivía en él y él vivía a Cristo (Fil. 1:21a). Cristo y Pablo tenían una sola vida y un solo vivir.
En el libro Born Crucified, el escritor narra una historia ocurrida durante la guerra civil de los Estados Unidos. Un hombre había sido escogido para ir al frente a pelear aun a costa de su vida, pero era casado y tenía seis hijos. Un joven se ofreció a ir en su lugar, para ser su sustituto. Ambas partes estuvieron de acuerdo y las autoridades dieron cuenta de esto en sus archivos. Entonces el joven que reemplazaba al primer hombre en cuestión fue a la guerra y murió en acción. Más tarde, las autoridades quisieron reclutar al primer hombre. Sin embargo, éste les dijo que revisaran sus archivos, en donde constaba que el otro hombre lo había sustituido. Él alegó que él había muerto en la persona del joven que había sido su sustituto, su representante. El autor usa este caso como ejemplo de que Cristo fue nuestro Sustituto.
Según los archivos legales, éste es un buen ejemplo; pero según el pensamiento de nuestra identificación con Cristo, este ejemplo no es adecuado. Cristo fue nuestro Sustituto en la cruz no sólo legalmente, para tener un registro legal en el archivo celestial. Él también vino para ser nuestro Sustituto en términos de identificación. En primer lugar, Él entró en la humanidad. Él no vino para reemplazar al hombre, sino para ser un hombre. Con miras a la identificación, Él vino para llegar a ser nosotros. Espontáneamente, Él es nuestro Sustituto.
En el campo de la medicina, un doctor administra una inyección en cierto lugar del cuerpo con miras a que todo el cuerpo sea beneficiado. El doctor pone la inyección en un solo punto, pero este solo punto representa a todo el cuerpo, de tal modo que todo el cuerpo recibe la inyección. El punto donde la inyección es administrada no es una clase de sustituto para todo el cuerpo de una manera legal. Este punto es un sustituto para todo el cuerpo en el sentido de identificación. Por lo tanto, cuando este punto recibe la inyección, todo el cuerpo también la recibe. Cristo podría ser nuestro Sustituto sólo en el sentido de identificación. Si Él nunca se hubiera hecho nosotros, jamás habría podido ser nuestro Sustituto. Si no se hubiera hecho nosotros, Él habría sido nuestro Sustituto meramente conforme a un registro legal. En cambio, debido a que Él se hizo nosotros, Él es nuestro Sustituto en el sentido de identificación.
Una vez más tenemos que considerar quién murió en la cruz. Necesitamos decir: “Yo morí en la cruz”. Cuando Cristo se encarnó, Él nos llevó sobre Sí mismo. Él participó de sangre y carne (He. 2:14). Por consiguiente, cuando Él fue crucificado, nosotros fuimos crucificados con Él. Todos nosotros, como parte de Cristo, recibimos la inyección de Su muerte en la cruz.
El escritor de Born Crucified también narra la historia de un anciano misionero que había vivido una vida cristiana en derrota. Un día él leía la Biblia y su vista se posó en las palabras de Gálatas 2:20: “Vive Cristo en mí”. Esta frase iluminó a aquel hombre. El libro cuenta que a pesar de que él era un firme presbiteriano, estaba saltando con gozo alrededor de la mesa, diciendo: “¡Vive Cristo en mí! ¡Vive Cristo en mí!”. El Cristo que vivía en este misionero presbiteriano era el Cristo pneumático, el Cristo vivificante.
Algunos tal vez hablen de la doctrina de la identificación, pero no ven que sólo en el Espíritu vivificante podemos experimentar nuestra identificación con Cristo. El Cristo que fue nuestro Sustituto fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Varias personas en el cristianismo enseñan que los tres de la Trinidad Divina son tres personas separadas; decir esto es incorrecto. No existe separación entre los tres, pero existe una diferencia entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Los tres de la Deidad son uno solo.
El Nuevo Testamento dice en 1 Corintios 15:45 que el postrer Adán, quien vino para ser nuestro Sustituto, fue hecho el Espíritu vivificante. Cristo como el postrer Adán fue hecho el Espíritu vivificante con el propósito de morar en nosotros. Si Cristo como el Dios-hombre nunca hubiese llegado a ser el Espíritu, ¿cómo habría podido Él ser la vida dentro de nosotros? Si Él no fuera el Espíritu, no habría posibilidad alguna de que morara en nosotros.
En Romanos 8:9 Pablo habla de que el Espíritu de Dios mora en nosotros y de que nosotros tenemos el Espíritu de Cristo. Luego, en el versículo 10 él dijo: “Si Cristo está en vosotros”. La frase el Espíritu de Cristo y la palabra Cristo se usan de modo intercambiable. Esto quiere decir que el Espíritu de Cristo es Cristo. Estos dos títulos se refieren a la misma persona. En 2 Corintios 3:17 dice: “El Señor es el Espíritu”. Luego el versículo 18 habla de “el Señor Espíritu”. Esto muestra que el Señor Cristo es el Espíritu y que el Espíritu es el Señor Cristo. En 1 Corintios 6:17 dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. ¿Cómo podemos ser identificados con Cristo? No hay otra manera, sino en el Espíritu vivificante.
Además, en la revelación que el Señor nos ha dado en Su recobro, Él ha ido más allá y nos ha mostrado que este Espíritu vivificante es el Espíritu compuesto, el cual se compone de la divinidad de Cristo, la humanidad de Cristo, el vivir humano de Cristo, la muerte de Cristo, la eficacia de la muerte de Cristo, la resurrección de Cristo y el poder de la resurrección de Cristo (véase Fil. 1:19 y la nota 4). Por lo tanto, Él es el Espíritu compuesto. Debido a que tenemos este Espíritu compuesto, no nos hace falta nada. En Él tenemos a Dios, la humanidad elevada, la muerte de Cristo, la eficacia de Su muerte, la resurrección de Cristo y el poder de Su resurrección. Todo lo que necesitamos está aquí. Tenemos que darnos cuenta de que en este Cristo pneumático, el Espíritu vivificante, el Espíritu compuesto, está disponible la muerte de Cristo para nosotros todos los días.
En estos mensajes no tenemos la carga de simplemente enseñar acerca de la Biblia. Queremos extendernos en todas estas cosas a fin de que podamos comprender que el Espíritu que disfrutamos cada día es un Espíritu compuesto. Esto puede ser comparado con un té “compuesto”. Cuando bebemos el té, recibimos los elementos del limón, el té y el agua, ya que todos estos elementos han formado un compuesto. De manera similar, al beber del Espíritu (1 Co. 12:13b), recibimos todos Sus elementos, los cuales incluyen la muerte de Cristo junto con su eficacia y la resurrección de Cristo junto con su poder. Así que, al beber del Espíritu, morimos para vivir. En el siguiente mensaje, continuaremos con nuestra comunión acerca de nuestra necesidad de vivir y andar bajo la crucifixión de Cristo.