
La vida que vence se compone de los mensajes que dio el hermano Watchman Nee en 1935. Con excepción del capítulo cuatro, estos mensajes fueron dados en Shanghai durante los meses de septiembre y octubre de ese año. El capítulo cuatro fue dado en Chuenchow, provincia de Fukien, en noviembre del mismo año. Lo incluimos porque el tema y el énfasis concuerdan con el contenido de los mensajes de Shanghai, los cuales revelan al Cristo excelente que mora en nosotros como nuestra victoria. Su contenido es rico y valioso. Que el Dios que manda que de las tinieblas resplandezca la luz, ilumine nuestros corazones por medio de estas palabras y nos conduzca a experimentar las riquezas de Su vida. Amén.
No sólo tenemos pecados espirituales; también tenemos pecados de la carne. El adulterio, los ojos que miran sin control y las relaciones impropias son ejemplos de los pecados de la carne. Muchos han fallado en éstos. Son muchos los que han pecado con sus ojos porque no se han controlado. Muchos no son rectos en su relación con los amigos. Estos son pecados de la carne; son pecados de la conducta. Puede ser que algunos de estos pecados no tengan nada que ver con el cuerpo, mientras que otros sí.
Hermanos y hermanas, ¿han sido disciplinados sus ojos? Debo reconocer que hoy en día existen muchas oportunidades para pecar con los ojos. Ustedes deben presentar esto al Señor. Muchos cristianos nunca llegarán a experimentar una vida vencedora a menos que el Señor limpie sus ojos.
La amistad es otro asunto que debemos vigilar cuidadosamente. Tal vez algún hermano tenga una amistad muy especial con un incrédulo. Para el mundo, esto no es pecado; pero según la vida que Dios ha puesto en el cristiano, una amistad especial es un pecado. Lo mismo se aplica a las hermanas. Un misionero occidental una vez contó que algunos incrédulos trataron de establecer una amistad especial con él; cuando se dio cuenta de que esto era un pecado, rechazó esa amistad.
Además de los pecados espirituales y los de la carne, también están los pecados de la mente. Muchos no tienen pecados espirituales y su carne ha sido quebrantada hasta cierto punto. Pero no logran obtener victoria sobre sus pensamientos. Algunos tienen una mente que divaga; la mente de otros gira en un círculo vicioso; otros tienen una mente inestable; la mente de algunos no divaga ni da vueltas ni es inestable, pero es impura y está llena de ilusiones. Unos están llenos de dudas; otros están obsesionados con el conocimiento: quieren saberlo todo y no se detienen hasta conseguirlo. Los que tienen una mente así no han llegado a experimentar la vida vencedora. No debemos pensar que no tenemos nada malo en nosotros. Son muy pocos los que experimentan una verdadera victoria sobre sus pensamientos. Muchos, por el contrario, tienen pensamientos errantes e inestables. Tener pensamientos que divagan es un problema serio, pero tener pensamientos impuros es aún peor. Algunos tienen pensamientos impuros que persisten tenazmente en sus mentes. Conocí a una hermana que confesó que sus pensamientos siempre divagaban. Otro cristiano que conocí confesó que tenía pensamientos impuros continuamente. Esto nos demuestra que no vivimos por la vida de Dios. Debemos resolver todos estos asuntos.
La imaginación ha causado daño a muchos cristianos. Las dudas también han perjudicado a muchos cristianos. Por ejemplo, cuando nos encontramos a un hermano en la calle, y él no se porta muy amable, podemos llegar a pensar que está enojado con nosotros o que piensa mal de nosotros. Pero luego tal vez nos enteramos de que su actitud poco amistosa se debía a que no había pasado bien la noche, a que tenía dolor de cabeza o a que estaba atravesando por una terrible experiencia. Aunque habíamos pensado que el problema tenía que ver con nosotros, en realidad no había nada en contra nuestra. Nuestra imaginación nos lastima con frecuencia; sin embargo, seguimos pensando que podemos discernir el corazón de otros. Debemos reconocer que solamente el Señor puede escudriñar las entrañas y los corazones (Ap. 2:23). Muchos se imaginan que otros son de una u otra forma. Todos hemos pecado con nuestros pensamientos; hemos emitido demasiados juicios; tenemos demasiadas ilusiones. Hermanos y hermanas, tenemos que acercarnos al Señor y quitar de en medio todas estas cosas. Si no resolvemos el problema de nuestros pensamientos, no podremos tener una vida de victoria en Dios.
También está el hermano que tiene una obsesión por el conocimiento. Siempre tiene que encontrar una razón para todo. Todo lo analiza y todo lo quiere saber; su mente se mantiene muy activa. No confía en Dios y quiere estar informado de cada cosa que se mueve a su alrededor. Hermanos y hermanas, esta clase de atracción hacia el conocimiento también es un pecado. Esto es algo que también debemos confrontar.
Existen también los pecados que se relacionan con el cuerpo. No necesariamente tienen que ser cosas impuras. En términos humanos, tal vez no sean cosas grandes; pero para un cristiano son pecado. Algunos prestan demasiada atención a la comida; para otros, dormir es una cosa sagrada. Algunos se preocupan exageradamente por la salud o por el arreglo personal; otros están atados al hábito de comer meriendas constantemente; otros aman demasiado sus propios cuerpos. Todos éstos son pecados delante del Señor.
Muchos cristianos están atados a la comida. Nunca han llegado a ayunar. Se les puede conocer por su manera de comer. En el momento en que se disponen a comer, los demás se dan cuenta qué clase de personas son. Un hermano dijo en cierta ocasión: “Tengo un apetito voraz; mi apetito es enorme”. Hermanos y hermanas, dar rienda suelta al comer también es un pecado. Aquellos que no se controlan en la comida cometen pecado.
Algunos tienen en su rostro un aspecto terrible cuando pierden sólo un poco de sueño. Se ponen irritables al tratar ciertos asuntos y hablan con rudeza. Esto también es un pecado.
Algunos se entregan desmedidamente a las meriendas, en lo cual gastan mucho dinero. Otros prestan demasiada atención a su arreglo personal y hacen lo posible por tener buena ropa. También tenemos a los que están obsesionados con la salud; todo tiene que estar perfecto para ellos. Piensan que esto y aquello es nocivo o perjudicial para el cuerpo; se encuentran confinados y amenazados por todo. Estos son ejemplos de estar obsesionados con nuestros cuerpos. Muchas personas aman demasiado a sus cuerpos. No pueden soportar ningún sufrimiento, ni siquiera toleran acercarse a un enfermo. Están esclavizados a su cuerpo. Pablo dijo: “Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre” (1 Co. 9:27). El ponía su cuerpo en servidumbre. No sujetar nuestro cuerpo en servidumbre es pecado. El cuerpo debe ser sometido a nuestra servidumbre. Muchos han sacrificado su tiempo de oración en la mañana por el sueño. Muchos han cedido el tiempo que deberían pasar en la palabra a la comida. Muchos no pueden servir al Señor porque prestan demasiada atención a las meriendas o a la apariencia externa. Descuidarnos en estas áreas y no refrenarnos es pecado.
La predisposición natural del hombre se relaciona con su carácter. Es, en efecto, lo que lo caracteriza. Toda persona nace con cierta manera de ser. El Señor no vino a librarnos solamente del pecado, sino también de nuestra forma natural de ser. Algunos son obstinados desde que nacen; otros son muy legalistas. Para ellos, dos más dos tiene que ser cuatro. Son muy correctos, pero a la vez son demasiado rígidos; lo que para ellos es correcto, tiene que ser lo correcto, y lo que piensan que es incorrecto, es sin duda incorrecto. Son muy inflexibles. En lo que son y en lo que hacen siempre se comportan como el juez supremo. Si bien es cierto que a menudo son muy justos, su justicia tiene cuernos. A ellos les falta amabilidad y dulzura en su trato con los hermanos. Su justicia es dura e inflexible. Hermanos y hermanas, esto también es pecado.
Otros son demasiado débiles. Temen tomar cualquier responsabilidad. Todo les parece aceptable. Son el otro extremo de los hermanos obstinados que acabamos de mencionar. Algunos se engañan pensando que un hombre amable es un hombre santo. Pero, ¿cuántos hombres amables ha usado Dios? ¿Era el Hijo de Dios sólo un buen hombre? El carácter natural también es un pecado y necesita ser quebrantado.
Algunos quizás no sean demasiado duros ni demasiado amables; pero les gusta presumir. Adonde van, desean llamar la atención; en dondequiera que se encuentren, siempre quieren ser ellos los que hablen. Aunque no tengan la oportunidad de hacer algo, de todos modos se pasearán para saludar a todos los presentes. No importa donde se hallen, no estarán satisfechos hasta que todos hayan notado su presencia. Ellos nunca pasan inadvertidos en los lugares a donde van y jamás se quedan callados.
Algunos hermanos son muy retraídos. No les gusta que los noten en ninguna parte. Siempre buscan un rincón donde sentarse. Esto también es pecado y debe ser eliminado.
Algunos hermanos reaccionan con mucha rapidez, mientras que otros son demasiado lentos. Una vez un hermano dijo: “Alabado sea el Señor. Tengo un temperamento que reacciona con facilidad. Puedo perder la paciencia fácilmente en la mañana; pero esto sólo me dura cinco minutos, y en el momento de salir a trabajar ya lo he olvidado todo”. No obstante, su esposa y sus hijos sufren continuamente. Cuando regresa del trabajo, su esposa aún está sufriendo. Esto le parece muy extraño a él. ¡Hasta piensa que es muy buena persona! Esto es un pecado y también debe ser confrontado.
Algunos son lentos en todo. Pueden posponer un asunto un día o diez. Esto es ociosidad. Este tipo de carácter también debe ser quebrantado.
Toda persona tiene su propia peculiaridad. Aunque algunos son salvos, son extremadamente severos con los demás y provocan situaciones antagónicas. Todo les parece importante. Nunca se aprovechan de otros, pero tampoco permiten que otros tomen la más mínima ventaja de ellos. Nunca lastiman a nadie, pero si otros llegan a herirlos, tomarán ojo por ojo y diente por diente. Son muy calculadores y no permiten que nada se les escape.
Otros, por el contrario, no son nada severos con los demás, pero son muy malvados. Sacarán ventaja de los demás aun cuando se trate de unos cuantos centavos. No, ellos no le roban a nadie, pero se aprovechan hasta de sus trabajadores o sus choferes.
A otros les gusta hablar mucho. Adondequiera que vayan, no habrá un momento aburrido. Les agrada hablar de una familia y criticar a otra. Otros son bastante flexibles con las verdades. Tan pronto se enteran de algo, corren a contárselo a los demás. A otros les encanta usar exageraciones. No mienten, pero lo que dicen, lo exageran. Todos estos rasgos del carácter tienen que ver con nuestras palabras. Si deseamos vencer y experimentar una vida victoriosa, tenemos que desechar todas estas cosas. Aunque no nos sintamos capaces de deshacernos de ellas, tenemos que vencer.
Me he visto obligado a hablar de estos asuntos, debido a que el andar diario de los cristianos de hoy está lejos de expresar a Dios. Algunos hermanos sólo ven las faltas de otros; son incapaces de apreciar las virtudes de los demás. Unicamente salen de sus bocas palabras de crítica. En cierta ocasión un hermano del norte de la China logró vencer en esta área. Antes no podía evitar notar las faltas en otros. Cuando una persona venía a él, le traía a colación seis o siete defectos que le notaba. Cuando se le acercaba otro, también le hallaba sus seis o siete problemas. Yo le dije que la razón por la cual él veía tantos problemas en los demás era que él mismo era el problema. Esta era su inclinación natural. Hermanos y hermanas, todos éstos son pecados. Todo cristiano vencedor vive por encima de estas cosas.
No sólo tenemos los pecados en el lado negativo, pues la Biblia nos muestra que ser negligentes delante de Dios en nuestra intención de obedecer Su palabra también es pecado. Hermanos y hermanas, ¿cuántos mandamientos de Dios han leído, y cuántos han obedecido? ¿Cuántas personas aman a sus cónyuges? Una hermana dijo en cierta ocasión que ella sabía que debía someterse a su esposo, pero siempre discutía un poco antes de someterse. Ella se dio cuenta con el tiempo de que nunca había tenido una verdadera sumisión según la norma de Dios. Esto, por supuesto, es pecado.
¿Cuántos cristianos piensan que estar triste es pecado? La Biblia dice que debemos regocijarnos siempre. ¿Cuántos cristianos han obedecido éste mandamiento? Debemos ver que estar triste es pecado. Todos los que no se regocijan, pecan. El mandamiento de Dios dice que por nada debemos estar afanosos. Si estamos llenos de ansiedad, hemos pecado. Según el mandamiento de Dios, estar triste y ansioso es un pecado. Claro que según el hombre, estar triste o ansioso no es pecado, pero la palabra de Dios dice que la tristeza y la ansiedad son pecados.
Debemos dar gracias en todo. Dios manda que demos gracias en todo. En todo debemos decir: “Dios, te agradezco y te alabo”. Aunque encontremos dificultades debemos decir: “Dios, te agradezco y te alabo”. Una mujer que tuvo nueve hijos pensaba que la palabra sobre no estar ansiosos estaba equivocada. Ella alegaba que una madre debe estar ansiosa. Creía que no estar ansiosa era un pecado. Ya había perdido dos hijos en medio de su ansiedad y creía que debía criar los otros siete con ansiedad. Esta hermana no entendía que la ansiedad era un pecado; pensaba que era su deber estar ansiosa.
Dios nos manda que nos regocijemos siempre y que por nada estemos ansiosos. También nos dice que demos gracias en todo. La victoria y la fuerza nos capacitan para obedecer lo que Dios manda. Los que no pueden vencer, no pueden guardar los mandamientos de Dios.
Dios requiere que nos consagremos a El absolutamente y exige que le consagremos nuestra esposa y nuestros hijos. También requiere que le consagremos nuestras actividades enteramente a El y todo nuestro dinero. Todo cristiano quiere reservar algo para sí. Pero queridos hermanos y hermanas, debemos darnos cuenta de que en el Antiguo Testamento constaba el mandamiento del diezmo, de ofrecer una décima parte; pero en el Nuevo Testamento nuestra consagración debe ser de diez décimos. Nuestra casa, nuestra tierra, nuestra esposa, nuestros hijos e inclusive nosotros mismos, debemos consagrarnos a Dios plenamente.
Muchos cristianos temen que Dios les traerá aflicciones. Había un cristiano que tenía mucho temor de consagrarse a Dios. El dijo: “Si me entrego a Dios, ¿qué sucederá si El me envía sufrimientos?”. Le respondí seriamente: “¿Qué clase de Dios cree usted que es nuestro Dios? Si un hijo desobediente quiere volverse complaciente con sus padres y les dice que les obedecerá desde ese momento en adelante, ¿cree usted que sus padres le pedirán a propósito que haga lo que no puede hacer? Si lo hacen, entonces dejan de ser sus padres y se convierten en su juez. Pero si verdaderamente son sus padres, sin duda les importará su hijo. ¿Cree usted que Dios le traerá sufrimientos a propósito? ¿Cree que Dios lo va a tratar de engañar? Usted se ha olvidado de que El es su Padre”.
Hermanos y hermanas, solamente los que se consagran a Dios tienen verdadero poder. Pueden poner sus asuntos en las manos de Dios; pueden dejar a sus padres, madres, esposas e hijos en las manos de Dios. Pueden entregarle su dinero a Dios. Ellos no toman lo que Dios les ha dado para malgastarlo en el mundo. Ellos han consagrado sus propias vidas al Señor. Quienes temen consagrar a Dios sus pertenencias, sus bienes materiales y sus relaciones con los demás, no han vencido todavía. Cuanto más uno se consagra a Dios, más fuerza tiene. Aquellos que se consagran a El voluntariamente parecen motivarlo a tomar más. Parecen decirle a Dios: “Por favor, toma más”. Una vida consagrada es una vida de gozo, una vida de poder. Si uno no se consagra a Dios, no sólo ha pecado sino que carece de poder.
Muchas personas han puesto fin a muchos de estos asuntos, pero en su corazón, no están dispuestas a reconocer que las cosas que han eliminado son pecados. Según Salmos 66:18, éstos estiman la iniquidad “en su corazón”. Sus corazones aman estos pecados y por ende, no están dispuestos a abandonarlos. No sólo tienen el deseo sino también cierto aprecio por estas cosas, las consienten y están renuentes a abandonarlas. Hay una estimación secreta por el pecado, un corazón que se resiste a reconocer los pecados como tales. Aunque nunca reconoceríamos nuestro amor por estas cosas y aunque nuestros labios jamás dirían que las amamos, nuestro corazón se va tras ellas antes de que nuestros pies las sigan. Muchas veces el pecado no es un asunto de comportamiento exterior, sino de un amor en el corazón. Si tenemos iniquidades que estimamos en nuestro corazón, necesitamos reconocerlas.
Muchas personas no sólo están inclinadas a la iniquidad, sino que también se rehúsan a reconocer muchos de sus pecados. Un creyente con frecuencia ofende a otro hermano. Cuando se le llama la atención sobre el asunto, rápidamente admite que ofendió al hermano. Luego trata de cambiar su comportamiento; comienza a tratar mejor al otro hermano, le da la mano con afecto y lo acepta con menos reservas. Hermanos y hermanas, lo máximo que podemos hacer es cambiar nuestra actitud, pero Dios no reconocerá esto. Dios no reconoce los cambios en nuestra actitud. Muchas cosas requieren restitución. El dinero debe ser devuelto. Aunque muchas personas no tienen tiempo de escuchar nuestras largas historias, de todos modos tenemos que confesar nuestros pecados.
En cuanto a la confesión, la Biblia nunca dice que debemos hablar detalladamente con otros de nuestros pecados, y tampoco dice que enumeremos nuestros pecados como una novela. El Señor dice: “Si tu hermano peca...” (Mt. 18:15). No importa cuántos pecados sean. Cuando un hermano se nos acerca y confiesa: “Hermano, he pecado contra ti”, tenemos que perdonarlo. Hay muchas cosas escondidas que no es necesario contar. No hay oído en la tierra digno de escucharlas ni oído capaz de soportarlas todas.
Hermanos y hermanas, ¿por cuántos pecados nuestro corazón aún siente apego? ¿Cuántos pecados aún no hemos sacado a luz? Si tenemos algún pecado, tenemos que vencerlo. A menos que venzamos, no podremos prevalecer sobre estos pecados.
Hermanos y hermanas, si ustedes descubren que tienen alguno de los pecados mencionados, ciertamente necesitan vencer. No sé cuántas de estas ocho clases de pecados usted haya cometido. Quizás una o dos; tal vez más. Pero Dios no permitirá que uno ni dos ni más pecados lo enreden. Puede ser que usted observe unos cuantos defectos en un hermano, que detecte manchas en otro y unas cuantas faltas en un tercero. Pero no está bien tener tantos errores. No es necesario que tengamos estos errores. Debemos dar gracias al Señor y alabarlo porque todos los pecados están bajo nuestros pies. Démosle gracias al Señor y alabémosle. No hay pecado, por grande que sea, que tengamos que cometer. Demos gracias a Dios y alabémosle. No hay tentación tan grande que no pueda ser vencida.
La vida que el Señor ha dispuesto para nosotros es una vida de comunión ininterrumpida con Dios. Todo cristiano puede hacer la voluntad de Dios y puede ser totalmente librado de sus afectos naturales. Todo cristiano puede vencer el pecado completamente y también su carácter. El cristiano puede consagrarlo todo a Dios y ser librado del amor que le tiene al pecado. Demos gracias a Dios y alabémosle. Esta no es una vida idealista; es una vida que puede ser llevada a la práctica plenamente.
Tenemos que orar a Dios y pedirle que no nos deje engañarnos a nosotros mismos. Dios sólo puede bendecir a una clase de personas: las que son francas delante de El. En la predicación de Felipe vemos que la bendición de Dios sólo llega cuando la mentira se detiene. Debemos decir: “Oh Dios, te he mentido. Perdóname”. Cuando oramos de ésta manera, el Señor inmediatamente nos bendice. Hermanos y hermanas, quizás ustedes hayan dicho: “Oh Dios, satisfáceme”. Pero debemos entender que los que están insatisfechos no necesariamente tienen hambre. Para poder ser satisfechos debemos tener hambre. Cuando el hijo pródigo abandonó a su padre y lo malgastó todo, deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los cerdos. Nadie le daba nada. Esto es estar insatisfecho. Algunos se encuentran diariamente insatisfechos y procuran llenar su vientre con algarrobas. Una cosa es estar insatisfecho, y otra tener hambre. ¿Cómo podemos estar satisfechos cuando estamos débiles y cayendo constantemente? Aunque no estamos satisfechos, nos llenamos de cosas y vivimos esta clase de vida día tras día. No sólo necesitamos estar insatisfechos sino también tener hambre. El Señor solamente puede bendecir a una sola clase de personas en esta conferencia: las que tienen hambre. Dios no prometió satisfacer a los insatisfechos. Hermanos y hermanas, dejemos todas las mentiras. Ya le hemos mentido a Dios mucho tiempo. ¡Hemos fracasado! ¡Hemos fallado delante de Dios! Hacer esta confesión ante los hombres es una gloria para el nombre de Dios. Denle gracias a Dios y alábenlo. Todos los que son francos serán bendecidos. Denle gracias al Señor y alábenlo. Creo que muchos en esta ocasión tendrán un encuentro con Dios y que Dios los bendecirá.