
Lectura bíblica: 1 Ti. 1:14; 2 Co. 5:14-15; Gá. 2:20; Jn. 14:21, 23; 21:15-19; Ap. 2:4
En el primer capítulo, vimos que la vida es sencillamente Cristo mismo. El Cristo que es nuestra vida es una persona. Al relacionarnos con muchas cosas, podemos hacerlo sin amor; pero cuando nos relacionamos con una persona, ello nos exige amor. Por ejemplo, podemos hacer uso de una mesa o silla sin amor, pero no podemos relacionarnos con una persona sin amor.
Supongamos que yo soy su compañero de cuarto. Si usted no me ama, le será muy difícil tenerme por compañero de cuarto. A mí me resultará difícil estar con usted, y a usted le resultará difícil estar conmigo. Así pues, el amor es indispensable cuando nos relacionamos con una persona viva.
Conforme a la Biblia, nuestra relación con el Señor es comparada con el matrimonio. Nosotros somos Su novia, y Él es nuestro Novio. Entre una novia y un novio debe haber amor. Si en un matrimonio no hay amor, entonces habrá dificultades. Es imposible tener una relación matrimonial genuina sin amor. El matrimonio se edifica únicamente sobre la base del amor. Sin amor, no puede haber vida matrimonial. De igual manera, nuestra relación con el Señor es semejante a una relación matrimonial, y este matrimonio depende del amor. Con respecto al Señor no hay ningún problema, pues Él ciertamente nos ama. El problema, más bien, existe de nuestra parte. ¿Amamos al Señor Jesús? ¿Cuando alguien menciona el nombre de Jesús, tenemos una sensación dulce en nuestro interior? ¿Cuándo pensamos en Él, incluso por un instante, nos sentimos atraídos hacia Él?
Pablo dice en 1 Timoteo 1:14: “La gracia de nuestro Señor sobreabundó con la fe y el amor que están en Cristo Jesús”. La gracia sobreabundó en dos aspectos: en la fe y en el amor que están en Cristo Jesús. Originalmente, Pablo como Saulo de Tarso no tenía nada que ver con Jesucristo. De hecho, él estaba lleno de odio hacia el Señor. Pero un día recibió misericordia y gracia de parte del Señor, no sólo para creer en Jesús, sino también para amarlo. Así que, aunque anteriormente odiaba a Jesús, un día, por la gracia de Dios, llegó a amar a Jesús. Ésta es la misericordia más grande, y ésta es la verdadera gracia. Simplemente creer en el Señor Jesús no es suficiente; también debemos amarle. Estoy seguro de que todos le hemos dado gracias a Dios por Su misericordia y gracia, las cuales nos llevaron a creer en el Señor Jesús. Pero ¿alguna vez hemos orado, diciendo: “Oh Padre, cuánto te agradezco porque por Tu gracia amo al Señor Jesús”? No sólo necesitamos fe, sino también amor.
Todo el Evangelio de Juan nos muestra estas dos cosas. En la primera parte del evangelio, leemos que el Señor Jesús, quien era Dios mismo, era el Verbo en el principio. Luego un día se encarnó como hombre para morar entre nosotros, lleno de gracia y de realidad. El Evangelio de Juan nos alienta a creer en esta persona. Uno de los verbos más importantes en el Evangelio de Juan es “creer”. El Verbo se hizo carne y nosotros debemos creer en Él. Creer simplemente significa recibir. Juan 1:12 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Nosotros creemos al recibirlo, y lo recibimos al creer. Creemos lo que Dios ha dado, y al creer recibimos lo que Él da.
Pero eso no es todo. En el Evangelio de Juan, después de que se nos dice que debemos creer, el Señor Jesús nos pide que le amemos. Él nos dice: “...El que me ama, será amado por Mi Padre, y Yo le amaré, y me manifestaré a él [...] El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (14:21, 23). En estos versículos el Señor Jesús no dijo: “El que cree en mí”. Una cosa es creer en el Señor, y otra es amarle. Creer es recibir, pero amar es disfrutar lo que hemos recibido. Por ello, en el último capítulo del Evangelio de Juan, el Señor le preguntó a Pedro tres veces: “¿Me amas?”. Con esto, el Señor le estaba mostrando a Pedro que, puesto que lo había recibido, él debía aprender a disfrutar al Señor amándolo.
Sabemos que las hermanas van al supermercado, compran los víveres y luego los guardan en su casa. Aunque han comprado todos estos víveres y los han guardado, aún no los han disfrutado. Por ello, las hermanas no sólo los guardan, sino que también los disfrutan.
No necesito preguntarles a ustedes si han creído en el Señor Jesús. Sin embargo, el gran interrogante que tengo es si aman al Señor Jesús. Díganme con toda sinceridad, ¿aman al Señor Jesús? ¿Lo aman más que todas las cosas? Pedro pudo decir: “Señor; Tú sabes que te amo”. ¿Podemos decir lo mismo? Con un corazón sincero, ¿podemos decir: “Señor Jesús, Tú sabes que te amo?”. Puesto que hemos creído en el Señor, ahora Él nos pide que le amemos.
Supongamos que yo le doy a un hermano una Biblia muy bonita. No sólo deseo que él la reciba, sino que también la ame y pase mucho tiempo leyéndola. Es por ello que una cosa es creer en el Señor, y otra más profunda es amarlo a Él. Pablo dijo que la gracia de Dios sobreabundó para con él con la fe y el amor. Es por medio de Su gracia que nosotros creímos en el Señor Jesús, y también es por medio de Su gracia que nosotros amamos al Señor Jesús. Tenemos fe en Él y también amor por Él. Creemos en Él y le amamos.
¿Alguna vez notaron lo largo que es Gálatas 2:20? Por muchos años pensé que este versículo era demasiado largo. Para mí era suficiente con que dijera: “Con Cristo estoy juntamente crucificado; sin embargo, sigo viviendo, pero ya no vivo yo, pues Cristo vive en mí”. Muchas veces llegué a citar sólo la primera parte de Gálatas 2:20, pensando que la segunda parte era innecesaria. Pero Pablo añadió: “El cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí”. Pablo sencillamente no podía contenerse. Puesto que tenía a esta persona viviendo en él, el amor de Cristo lo constreñía. Es un poder que constriñe. El amor de Cristo nos constriñe para que no vivamos más para nosotros mismos. Él me amó y se entregó a Sí mismo por mí; ahora yo lo amo y vivo por Él.
El apóstol Pablo había sido enemigo y perseguidor del Señor Jesús. Pero en un momento dado el Señor lo derribó a tierra. Entonces él experimentó un cambio: dejó de ser un enemigo y perseguidor de Jesús, y llegó a ser alguien que amaba a Jesús. El verdadero poder se halla en el amor. El amor lo puede todo. Todas las madres saben que hay muchas cosas que nadie, aparte de ellas, puede hacer por sus hijos, debido a que ellas tienen el poder del amor. Si realmente amamos al Señor Jesús, tendremos el poder y la fuerza para hacer cualquier cosa por Él.
Leí una vez un poema que escribió una mujer en el momento de su martirio. No podría citarlo palabra por palabra, pero sí recuerdo la idea principal. Ella dijo que todo mártir de Jesús es alguien que lo ama; todos aquellos que aman a Jesús darán su vida por Jesús. ¿Puede usted morir por otros? Si los ama, entonces puede hacerlo. El amor puede hacerlo. Nada más, aparte del amor, puede motivarnos a morir por otros. Si amamos a Jesús, estaremos dispuestos a morir por Él. Es por ello que el Señor Jesús le preguntó a Pedro: “¿Me amas?”. El Señor le hizo esta pregunta tres veces, y Pedro respondió: “Señor; Tú sabes que te amo”. Entonces al final el Señor le dijo que moriría. “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, y andabas por donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará adonde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios” (Jn. 21:18-19). Puesto que amaba a Jesús, Pedro sería también un mártir por causa de Jesús.
¿Creen ustedes que seguir a Jesús y sacrificar nuestra vida por Él es un sufrimiento? Al contrario, es un verdadero disfrute porque le amamos. El poder estriba en el amor.
La vida es una persona, y no existe otra forma de aplicar y disfrutar a esta persona, excepto por el amor. Necesitamos amarle. Algunos de los santos de siglos pasados solían orar: “Señor, muéstrame Tu amor para que pueda amarte”. Debemos hacer la misma oración. Una vez que vemos el amor de Jesús, nos sentiremos profundamente constreñidos, cautivados y atraídos. Espontáneamente le amaremos. Entonces, al amarle a Él, le disfrutaremos. Ésta es la vida, y puesto que esta vida es una persona, aparte del amor, no hay otra forma de poder experimentarla. Es únicamente al amar a Jesús que podemos disfrutarle.
Si yo deseo disfrutar a un hermano, tengo que amarlo. Cuanto más lo amo, más lo disfruto. El Señor Jesús no es una doctrina; Él no es una serie de dones ni algún poder; es una persona que requiere que nosotros le amemos, apreciemos y le tengamos cariño. ¡Cuánto necesitamos sentir un tierno afecto y amor por el Señor Jesús!
Muchos cristianos hoy en día tienen enseñanzas, pero son demasiado fríos para con el Señor. Conocen todo tipo de doctrinas, dispensaciones, profecías y tipos. Algunos incluso tienen doctorados en las enseñanzas divinas, pero son muy fríos para con el Señor Jesús. Tal vez podamos ser fríos con respecto a una enseñanza, pero no podemos tratar con frialdad a esta persona. Es posible ejercitar nuestra mente para estudiar todas las doctrinas, y aún mantener un corazón frío. No obstante, si queremos relacionarnos con esta persona, debemos tener un corazón ferviente y lleno de amor, un corazón lleno de afecto a fin de contactar al Señor continuamente. Uno de los sesenta y seis libros de la Biblia, Cantar de los cantares, nos muestra cómo el Señor Jesús es totalmente deseable. Este libro nos muestra cómo el Señor es tan atractivo, y cómo nosotros somos quienes le amamos. ¡Nosotros sencillamente le amamos! ¿Podría usted amar una doctrina de esta manera? No creo que ni siquiera ustedes amen los dones así. ¿Aman ustedes los dones? ¿Podrían decir: “¡Oh, queridos dones, ustedes son totalmente codiciables! ¡Oh, la sanidad! ¡Oh, el hablar en lenguas! ¡Todos los dones son tan agradables!”? Nada más intente decir esto, y comprobará que sencillamente estas palabras no encajan. Sin embargo, podemos decir mil veces: “Señor Jesús, ¡Tú eres totalmente deseable! ¡Oh, Señor Jesús, Tú eres totalmente deseable!”.
Supongamos que ustedes tienen los muebles más finos en su casa. Todas las sillas, los sofás, los escritorios y los muebles de los cuartos son bellísimos y costosos. Sin embargo, ¿los amaría usted de la misma manera en que ama a una persona? ¿Se acercaría usted a una de sus sillas para decirle: “Sillita, te amo. Tú eres totalmente deseable”? ¿Podría hacer eso? Sencillamente no podría hacerlo. Aunque me gustan todos los muebles que tengo en mi apartamento, nunca les he dicho lo mucho que los amo. Simplemente no puedo expresarme de esa manera. Pero cuanto más usted le diga esto a una persona, más sentirá un tierno amor y disfrute. Esto se debe a que con una persona uno experimenta apego y cariño. El Señor Jesús no es una silla, Él no es un sofá, ni tampoco una enseñanza, una doctrina, un don ni un poder. Él es una persona encantadora. “¡Mi amado es totalmente deseable! ¡Él es mi vida!”. Esta vida es nada menos que una persona encantadora.
Tal vez digamos que Cristo es nuestra vida, pero si verdaderamente no lo amamos, Él únicamente será vida para nosotros en doctrina. Simplemente tendremos la doctrina de Cristo como vida, mas no lo disfrutaremos a Él como vida. Si deseamos disfrutar a Jesús como vida, tenemos que amarlo. Mientras le amemos, aun cuando no conozcamos el término vida, disfrutaremos la vida. No simplemente sabremos una doctrina, sino que disfrutaremos a Jesús, una persona viva, como nuestra propia vida.
Supongamos que yo le dijera a un hermano que lo amo. Esto implica muchas cosas. Él es una persona con una personalidad fuerte, alguien que tiene su propia voluntad, deseos e intenciones, así como también cosas que le agradan y desagradan. Al decirle que lo amo, ¿eso significa que le estoy pidiendo que cumpla mis deseos? Eso no sería amor, sino más bien una orden. Si realmente lo amo, debo cumplir sus deseos. Es por eso que el Señor le dijo a Simón Pedro que lo siguiera después de que éste le contestó que sí lo amaba. Con esto el Señor estaba diciendo que si queremos tomarlo a Él como nuestra vida y como nuestra persona, debemos desear lo mismo que Él desea. Debemos permitir que Su voluntad sea nuestra voluntad. Y que Sus intenciones sean nuestras intenciones. Si queremos amarlo a Él como una persona, debemos hacer nuestra Su personalidad.
Si usted es un hombre casado, ¿realmente ama a su esposa? La mejor manera de amarla es que usted haga suya la personalidad y la voluntad de ella. Supongamos que yo, como esposo, le dijera a mi esposa: “¡Oh, te amo, pero tienes que entender que yo soy la cabeza! ¡Tienes que someterte a mí! ¡En todo lo que te diga, debes obedecerme!”. ¿Es esto amor? Si realmente supiera lo que es el amor, permitiría que la personalidad de ella fuera mi personalidad. Permitiría que su voluntad fuera mi voluntad. Permitiría que su intención fuera mi intención. Sin embargo, decir esto es fácil, pero para llevarlo a cabo se requiere verdadero amor.
Sucede lo mismo con las hermanas. No diga que usted le ha preparado algo a su esposo porque lo ama. Tal vez piense que con esto le demuestra su amor, pero es posible que a él no le guste lo que usted ha preparado. Simplemente el hecho de prepararle algo no es amor. Amarlo es permitir que los deseos de él sean sus deseos, y que la personalidad de él sea su personalidad.
Es posible que tengamos muchas enseñanzas y todos los dones y poder, pero no permitamos que la personalidad de Cristo sea nuestra personalidad. El Señor Jesús no necesita a alguien que tenga enseñanzas, dones y poder. Él necesita a alguien como Pedro, es decir, a alguien que lo ame y le diga: “Oh, Señor Jesús, ¡te amo! Estoy dispuesto a seguirte. Te tomo como mi persona. Tomo Tu personalidad como mi personalidad. Tomo Tu voluntad como mi voluntad. Tomo Tus deseos como mis deseos. No me interesan las enseñanzas, los dones ni el poder. Lo único que me interesa eres Tú mismo. Te amo, y por tanto te sigo, tomándote como mi persona”.
En los pasados años de mi vida cristiana, he escuchado muchas enseñanzas, y me han enseñado a hacer muchas cosas. Pero nada de ello funciona si no amamos al Señor Jesús. Algunos enseñan que debemos considerarnos muertos juntamente con Cristo. Pero si no le amamos, por mucho que nos consideremos muertos, jamás lo estaremos. En cambio, si decimos desde lo profundo de nuestro corazón: “Señor Jesús, te amo; tomo Tu personalidad como mi personalidad”, no será necesario que tratemos de considerarnos muertos, pues ya estaremos muertos.
Otros enseñan acerca de la santidad. Pero ¿qué es la santidad? La santidad es sencillamente el Señor Jesús mismo. Si tratamos de ser santos y tener santidad, no obtendremos nada. Pero si simplemente le decimos al Señor todo el día: “Señor Jesús, te amo”, algo sucederá. Cuando estemos en la tienda por departamentos, cada vez que tomemos un artículo en nuestras manos, digamos: “Señor Jesús, te amo”. Si hacemos esto, les aseguro que no compraremos muchas cosas. Finalmente, llegaremos a casa sin nada más que el Señor Jesús. No obstante, al llegar a casa aún diremos: “Señor Jesús, te amo”.
El hermano John Nelson Darby vivió más de ochenta y cuatro años. Un día, siendo ya anciano, se quedó a pasar la noche en un hotel mientras estaba de viaje. Antes de quedarse dormido, le dijo al Señor: “Señor Jesús, todavía te amo”. Ninguno de sus escritos me inspiró tanto como esta frase tan breve. Estas palabras breves tocaron mi corazón. Aunque en aquel tiempo él ya era muy anciano, todavía podía decirle al Señor estas palabras. Cuando leí esto hace muchos años, inmediatamente le dije al Señor: “Señor, haz que te ame todo el tiempo. Sólo te pido que hagas esto”.
Les aliento a que se consagren a amar al Señor. Ningún otro camino es tan eficaz, tan seguro, tan rico y tan placentero como éste. Simplemente ámenlo. No se preocupen por nada más. Las enseñanzas, las doctrinas, los dones y el poder no tienen mucho valor. Debemos decirle al Señor continuamente: “¡Señor, guárdame en Tu amor! ¡Atráeme con Tu persona! ¡Haz que me mantenga continuamente en Tu presencia llena de amor!”. Si oramos de esta manera, descubriremos cuánto amor sentiremos por el Señor y la clase de vida que viviremos. Sencillamente viviremos por el Señor. En tanto que le amemos desde lo más profundo de nuestro ser, todo lo demás estará bien. Si necesitamos sabiduría, Él será sabiduría para nosotros. Si necesitamos poder, Él será el poder. Si necesitamos tener un conocimiento apropiado y adecuado, Él también será eso para nosotros. Todo lo que necesitemos, Él es. No traten de obtener nada más; simplemente pídanle que les revele Su amor. Cantar de los cantares 1:4 dice: “Atráeme; en pos de Ti correremos” [heb.]. Debemos pedirle al Señor que nos atraiga, para que luego otros corran en pos de Él junto con nosotros. Si hemos de tomarlo como nuestra vida, debemos amarlo de esta manera.
En Apocalipsis 2 vemos que la degradación de la iglesia empezó con la pérdida del primer amor hacia el Señor Jesús. La iglesia en Éfeso había realizado muchas buenas obras e incluso era firme en cuanto a la fe, pero el Señor los reprendió, diciendo: “Tengo contra ti que has dejado tu primer amor”. Ellos habían perdido el mejor amor, la frescura de su amor, por el Señor. Éste fue el comienzo de la degradación de las iglesias. Cuando perdemos nuestro amor por el Señor, empezamos a retroceder. Por lo tanto, debemos acudir al Señor y hacer un trato con Él, diciendo: “¡Señor, ten misericordia de mí! No necesito nada más ni a nadie más, sino Tu persona llena de amor. ¡Simplemente muéstrame Tu persona! Atráeme para que podamos correr en pos de Ti. ¡Oh Señor, muéstrame Tu amor para que sea constreñido por él! Señor, no deseo hacer nada por Ti. Simplemente deseo amarte. Sólo quiero tomarte como mi persona. Quiero que Tu personalidad sea mi personalidad, que Tu voluntad sea mi voluntad, y que Tus deseos sean mis deseos. Quiero que Tu todo sea mi todo”.
Así pues, vemos que no se trata simplemente de creer, sino también de amar. Debemos aprender a amar al Señor Jesús. Si amamos al Señor Jesús con un amor así de ferviente, disfrutaremos de todo lo que Él es. Por consiguiente, no los aliento a que busquen nada más. Simplemente acudan al Señor y pídanle que los atraiga para que puedan correr en pos de Él. Deben comprender que la “vida-zoé” es sencillamente una persona maravillosa y llena de amor, y que amarle es la única manera de relacionarnos con Él.