
Lectura bíblica: 1 Jn. 2:15-17 Jac. [Stg.] 4:4
Comencemos este capítulo acerca de la visión del mundo dando lectura a dos pasajes bíblicos. En 1 Juan 2:15-17 se declara: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y su concupiscencia; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. Estos versículos nos muestran que el mundo se opone a Dios el Padre y que las cosas que están en el mundo son contrarias a la voluntad de Dios. Jacobo 4:4 también nos habla del mundo, cuando dice: “Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que decide ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. En otras palabras, el mundo está en contra de Dios; así que, quienes aman al mundo, son enemigos de Dios.
A fin de obtener la visión del mundo, es necesario que definamos claramente qué es el mundo. ¿Cómo definiría usted “el mundo”? No es tan sencillo definirlo claramente.
Dios creó al hombre y lo puso en la tierra; por lo tanto, el hombre requiere ciertas cosas para su subsistencia. En el primer capítulo de la Biblia se mencionan dos cosas necesarias para la existencia humana: el alimento y el matrimonio (vs. 29 y 28). El género humano necesita el alimento para existir, y el matrimonio para multiplicarse y llenar la tierra. La vestidura no se menciona antes de la caída del hombre, la cual aconteció en el capítulo tres (vs. 7, 10-11, 21). Inmediatamente después de la caída, el hombre sintió la necesidad de cubrirse; desde entonces, la vestidura ha sido necesaria para la existencia humana. Además, la primera ocasión que la Biblia menciona la vivienda es en Génesis 4:17; por eso esta necesidad sólo se menciona al comienzo de la segunda etapa de la caída del hombre.
La caída del hombre se dio en tres etapas: la primera consistió en caer del espíritu al alma; en la segunda cayó del alma a la carne; y en la tercera cayó de la carne a los ídolos. En la primera etapa de la caída, el hombre se dio cuenta de que estaba desnudo y de que era pecaminoso, y que por lo tanto, necesitaba vestirse. En la segunda etapa de su caída, comenzó a preocuparse por su cuerpo físico y su necesidad de albergue.
En el huerto, Dios y el hombre estaban al mismo nivel. Luego, el hombre cayó del espíritu al alma. Esto significa, que el hombre abandonó el espíritu y entró en el ámbito del alma. Antes de caer, el hombre vivía principalmente por el espíritu; pero desde la primera etapa de la caída, comenzó a vivir por el alma, la cual se habiá convertido en el yo. Después de la primera etapa de la caída, el hombre se volvió pecaminoso, pero aún no era carnal, sino anímico, es decir, que estaba centrado en el alma. Cuando se inició la segunda etapa de la caída, esto es, cuando cayó del alma a la carne, el hombre se volvió carnal (Gn. 6:3), lo cual posteriormente traería como consecuencia el diluvio. Finalmente, en la tercera etapa de la caída, la cual ocurrió después del diluvio, el hombre cayó de la carne a los ídolos. En ese entonces, el hombre no sólo vivía por el alma y por la carne, sino que empezó a vivir en idolatría. Para el tiempo de la torre de Babel, el hombre ya había descendido hasta lo más bajo, y ya no podía caer más. Había caído del espíritu al alma, del alma a la carne y de la carne a los ídolos. Fue entonces cuando Dios intervino y llamó a Abraham para rescatarlo de esta condición caída.
¿Qué necesitaba el hombre para su subsistencia antes de la caída? Unicamente necesitaba el alimento y el matrimonio. En la primera etapa de la caída, el hombre se volvió anímico. En esta etapa, su entendimiento fue corrompido por el pecado, él llegó a estar consciente de lo malo, y se dio cuenta de que necesitaba cubrirse. Por ello, necesitó el vestido. Posteriormente, en la segunda etapa de la caída, comenzó a cuidar principalmente de su cuerpo, y empezó a edificar casas donde vivir; así se generó la necesidad de vivienda.
Hoy, cuanto más atención presta la gente a su casa, más caída se encuentra. En este país se dedica excesivo tiempo, dinero y energía a satisfacer la necesidad de vivienda. Mantener una casa moderna exige gran cantidad de tiempo. Esta es una señal evidente de que el hombre es un ser caído. Me preocupa que aun los cristianos dediquen demasiado tiempo a sus casas, a tal grado que tienen muy poco, o nada de tiempo, para orar. Cuanto más somos librados de la caída, más sencillos nos volvemos en lo que respecta a nuestra vivienda. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, El podía decir acerca de Sí mismo: “Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar Su cabeza” (Mt. 8:20).
Cuanto más caídos somos, más cosas necesitamos. Por el contrario, cuanto más somos librados de la caída, más sencillos nos volvemos con respecto a lo que necesitamos para nuestra subsistencia. Este es un principio, y es importante que lo tengamos presente. Examinemos el asunto del vestido; las personas mundanas se ocupan demasiado de este asunto y emplean excesivo tiempo y dinero para adornarse. Sin embargo, a una persona salva sólo debe importarle contar con la vestimenta apropiada, limpia y decorosa. El principio es el mismo con respecto a nuestra necesidad de alimentación y transporte. Si observamos la vida del Señor Jesús, veremos cuán sencillo era El con respecto a las necesidades de Su subsistencia humana.
Dios está de acuerdo en que poseamos todas las cosas que necesitamos para nuestra existencia. El preparó el alimento y los insumos que necesitamos para vestirnos, alojarnos y transportarnos. Sin embargo, lo que es indispensable tiene un límite.
Para nuestra existencia necesitamos cosas terrenales, pero no cosas mundanas. Entonces, ¿cuáles son las cosas mundanas? Tal como la carne es el cuerpo corrompido y el yo es el alma corrompida, del mismo modo, las cosas mundanas son las cosas terrenales corrompidas. En lo relacionado al origen de la carne, el yo y el mundo, el principio es el mismo.
¿Cómo se corrompieron las cosas terrenales hasta convertirse en cosas mundanas? Las cosas terrenales necesarias para la existencia humana fueron corrompidas por Satanás mediante su trama sistematizante. Satanás urdió un sistema utilizando las cosas que necesitamos para nuestra subsistencia. El tomó las cosas terrenales y las utilizó para crear un sistema, el cual no sólo incluye las cosas, sino también las personas. Esto significa que fuimos capturados por este sistema y ocupados por los elementos que lo componen.
Las cosas terrenales que son necesarias para la subsistencia humana se convirtieron en factores o elementos que nos causan preocupación. Por ejemplo, para subsistir, debemos alimentarnos, pero esto se convirtió en una fuente de preocupación. De manera similar, el matrimonio fue ordenado por Dios para la existencia y multiplicación de la especie humana, pero el matrimonio también se convirtió en un factor de preocupación. Por otro lado, la ropa originalmente fue permitida por Dios para favorecer la existencia humana, pero llegó a convertirse en otro elemento usado por Satanás para ocupar y usurpar al hombre. Lo mismo sucedió con la vivienda y el transporte.
Podemos estar tan ocupados con estas cosas, que no tenemos lugar para Dios. En nuestra vida humana no nos queda tiempo para Dios. Nuestras facultades humanas se hallan absortas con las preocupaciones por las cosas mundanas; estamos tan inmersos en ellas, que Dios no halla cabida en nosotros.
El cuerpo fue corrompido por el pecado de Satanás y se convirtió en la carne. El alma se corrompió por la mente y los pensamientos de Satanás, y vino a ser el yo. Las cosas terrenales se corrompieron mediante las estratagemas sistemáticas de Satanás y se convirtieron en el mundo, el cual es ahora un sistema satánico. En el idioma griego este sistema es llamado el kósmos. En general, a este sistema se le llama “el mundo”.
Todos necesitamos una visión clara de lo que es el mundo. Para nosotros, las cosas que requerimos para nuestra subsistencia, pueden ser simplemente cosas terrenales o pueden ser el mundo, el sistema satánico. Cuando nos preocupamos demasiado por la comida, ésta se convierte en un elemento del mundo para nosotros. Si estamos preocupados por el matrimonio, éste también se convierte en un elemento del mundo en nuestra experiencia. Asimismo, al preocuparnos demasiado por la ropa, la vivienda y el transporte, éstos llegan a ser elementos del mundo.
Ciertamente no es necesario preocuparnos tanto por las cosas que necesitamos para nuestra existencia. Por ejemplo, en lugar de estar preocupados por la comida, simplemente debemos alimentarnos con la finalidad de vivir para el propósito de Dios. Entonces podremos decir juntamente con Pablo que: “La comida para el vientre, y el vientre para la comida; pero Dios reducirá a nada tanto al uno como a la otra” (1 Co. 6:13a). No debemos preocuparnos tanto por la comida. Nuestras facultades y capacidad humana no tienen como fin buscar la comida, sino agradar a Dios. Para nosotros, comer no constituye un elemento del mundo, sino una de las cosas terrenales que son necesarias para nuestra existencia. El comer no debe frustrar la voluntad de Dios en nosotros ni impedirnos efectuar Su voluntad.
Debe ser lo mismo con el matrimonio, el vestido, la vivienda y el transporte. El matrimonio es necesario para nuestra subsistencia en la tierra. Si bien es cierto que necesitamos del matrimonio, no debemos ocuparnos con él hasta el grado que estorbe la voluntad de Dios en nosotros. De ser así, el matrimonio se convertiría en un elemento del mundo. Del mismo modo, la vestimenta, la vivienda y el transporte también son elementos necesarios para nuestra existencia terrenal, pero si nos preocupamos excesivamente por estas cosas, se convertirán en elementos mundanos.
Nosotros estamos en la tierra por causa de Dios; no del alimento, ni del matrimonio, ropa, vivienda ni transporte. Cualquiera de estas cosas, en cuanto contradiga la voluntad de Dios o impida el cumplimiento de Su propósito, se convierte en un elemento mundano. Ninguna de estas cosas debería obstaculizar la voluntad de Dios en nosotros. Si comer no nos impide hacer la voluntad de Dios, entonces no estamos tomando la comida como algo del mundo. De igual manera, si el matrimonio no estorba la voluntad de Dios en nosotros, entonces, en nuestra experiencia, el matrimonio no es un elemento del mundo. Pero una vez que el matrimonio sea un obstáculo para la voluntad de Dios, llega a ser un asunto mundano. Si los miembros de nuestra familia nos impiden realizar la voluntad de Dios; entonces, conforme a lo dicho por el Señor en Lucas 14:26, deberíamos aborrecerlos. Debemos orar para que nos sea revelada la visión del mundo, y para ser librados de todo tipo de preocupación.
El cuerpo humano se convirtió en la carne; el alma humana vino a ser el yo, y las cosas terrenales fueron sistematizadas y llegaron a ser el cosmos que nos llena de ansiedad, el mundo que nos envuelve con sus preocupaciones. Como resultado de esto, el ser humano fue completamente usurpado y puesto en condiciones de muerte por Satanás. De manera que, ahora no hay posibilidad de que Dios lleve a cabo Su propósito, debido a que la carne, el yo y el mundo condujeron al hombre a una condición de muerte.
El espíritu humano ha caido en una condición de muerte por causa de la carne en el cuerpo, del yo en el alma, y del mundo. Cuanto más vive uno en la carne y conforme a ésta, más muerte recibe su espíritu. Del mismo modo, cuanto más vive por el yo, más muerto está en su espíritu. Aún más, llevar una vida mundana mata su espíritu. Este era nuestro caso. Anteriormente vivíamos conforme a la carne y al yo, y nos amoldábamos a este mundo; así que, estábamos muertos en nuestro espíritu y no éramos aptos para participar del propósito de Dios.
El Señor Jesús vino a redimirnos y a conducirnos de regreso a Dios. Vino a liberarnos de los tres elementos dañinos: la carne, el yo y el mundo. Este proceso se inicia cuando el Señor Jesús vivifica nuestro espíritu, que hasta entonces ha estado en muerte, lo cual implica que El nos regenera y vivifica nuestro espíritu; ahora, El mora en nuestro espíritu para ser nuestra vida. Al ser El nuestra vida, gradualmente somos desatados y librados de la carne, del yo y del mundo. En nuestra experiencia, primero somos librados de la carne, y luego somos librados gradualmente del yo. Y entonces, con dificultad, somos librados del mundo.
La liberación de la carne, del yo y del mundo es en realidad un ciclo que se repite continuamente. Tal vez uno piense que ya quedó libre de la carne, del yo y del mundo. Pero pronto se dará cuenta de que necesita una liberación más profunda de un aspecto más sutil de la carne. Por lo tanto, necesitaremos que el Espíritu libertador (2 Co. 3:17) nos libre de la carne un poco más. Luego, descubriremos que necesitamos que el Espíritu libertador nos libere aún más del yo y del mundo. Este ciclo ha de repetirse, y cada vez, seremos más libres de estos tres elementos negativos —la carne, el yo y el mundo—, los cuales, al dañar la humanidad, estropean los materiales que Dios creó para Su edificación.
Gradualmente, el recobro del Señor llegará al asunto crucial de la edificación. Si deseamos hacer realidad la edificación del Cuerpo, necesitamos ser librados de la carne, del yo y del mundo.
En nuestra experiencia, el Espíritu que nos libera se convierte en el Espíritu que nos transforma (2 Co. 3:18). La obra de liberación también es la obra de transformación. Finalmente, seremos transformados a la imagen de Cristo. Es por esto que en Romanos 12:2 Pablo nos exhorta, diciendo: “No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. Amoldarse a esta era es conformarse al curso actual del mundo. En lugar de ser conformados a esta era, debemos ser transformados mediante la renovación de nuestra mente. Cuanto más somos transformados, más somos liberados de la carne, del yo y del mundo.
¿Vemos claramente lo que es el mundo? Cualquier cosa puede convertirse en un elemento mundano, si llega a ocuparnos y llenarnos de ansiedad. Necesitamos ser librados de todas las cosas que nos agobian y preocupan. Debemos llegar al punto en que podamos decir: “Señor, te alabo porque he sido totalmente librado de toda preocupación. En esta tierra no hay nada que me agobie ni me preocupe”. Cuando ésta sea nuestra condición, no tendremos relación alguna con el mundo, aunque estemos viviendo en esta tierra. Todavía necesitaremos comer, casarnos, vestirnos, albergarnos y transportarnos, pero ninguna de estas cosas nos preocuparán ni nos producirán afán.
Si vemos lo que es el mundo, llegaremos a la conclusión de que no debemos amar nada mundano, ni preocuparnos por nada. Debemos amar sólo al Señor, de una manera íntegra y absoluta. Todas nuestras habilidades y nuestra capacidad deben ser para El. Todo nuestro ser, nuestro tiempo y esfuerzos, deben ser Suyos.
Necesitamos ver lo que es el mundo para descubrir cómo éste es utilizado por el enemigo para impedir que el Cuerpo sea una realidad. Sólo cuando hemos sido liberados del mundo, somos plenamente edificados para hacer realidad la vida del Cuerpo.