
En el primer capítulo, titulado “Visión en la economía de Dios”, leímos que es imprescindible que los siervos de Dios y los seguidores del Señor reciban una visión. En este capítulo continuaremos con esta carga y hablaremos más acerca de la visión de aquellos que sirven al Señor.
Según la revelación de toda la Biblia, el Señor comenzó a dar a los hombres una visión a partir de la época de Adán. Cuando Adán fue creado —antes de que cayera—, Dios le mostró una visión clara y relativamente simple; él fue puesto enfrente de dos árboles en el huerto del Edén y se le dijo: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas de árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:16-17). Esta fue la visión que Dios le dio a Adán.
Una visión es una escena que Dios le revela al hombre. En el huerto del Edén, cuando Dios le dio a Adán el mandamiento acerca del árbol de la vida y del árbol de la ciencia del bien y del mal, Adán vio una escena. Esa era la visión que Dios deseaba mostrarle. Esa visión indica algo; muestra que la intención de Dios es que el hombre coma del árbol de la vida y rechace el árbol del conocimiento del bien y del mal. El hecho de que el hombre reciba el árbol de la vida significa que está viviendo bajo esa visión; también significa que está sirviendo a Dios conforme a esa visión. Sin embargo, el diablo, Satanás, disfrazado como serpiente, sedujo a Eva y volvió su vista del árbol de la vida al árbol del conocimiento del bien y del mal, en contra de lo que Dios le había advertido a ella. Si la visión que tenía Eva hubiera sido clara y si su corazón hubiera seguido de cerca la visión, ella no habría hecho caso a la serpiente cuando ésta le habló sobre el árbol del conocimiento del bien y del mal y tampoco habría hablado de ese árbol ni lo habría mirado. Génesis 3:6 dice: “Y vio la mujer que el árbol...”. En el momento en que Eva lo miró, ella fue distraída de la visión que Dios le dio al hombre en el principio.
La visión que Dios le dio a Adán es la primera visión dada en toda la Biblia. La última visión es la Nueva Jerusalén, y se encuentra en los dos últimos capítulos del libro de Apocalipsis. Entre estos dos extremos, Dios dio visión tras visión al hombre.
Después de la primera visión, Adán recibió una segunda visión. Después que él y Eva cayeron, ellos descubrieron que estaban desnudos. Tan pronto como oyeron la voz de Dios, se ocultaron entre los árboles del huerto para esconderse del rostro de Dios. Sin embargo, Dios no los abandonó. Más bien, los buscó y les dio otra visión. Dios dijo a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (3:15). Esto significa que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente e infligiría sobre ésta un golpe mortal; por otra parte, la serpiente heriría el calcañar de la simiente de la mujer y atacaría el mover de Dios. Después de esto, Dios preparó un sacrificio —posiblemente un cordero— e hizo túnicas de pieles para vestir a Adán y Eva.
Si agrupamos todas las cosas hechas por Dios, tenemos una visión clara. Veremos que el hombre es pecaminoso y que existe un maligno que está tratando de herirlo, pero que la simiente de la mujer vendrá y solucionará el problema del pecado del hombre. La simiente herirá la cabeza del maligno. Esta visión también nos muestra que el hombre necesita ser redimido; necesita que se ofrezca el sacrificio y que se derrame la sangre a favor de él. Se requieren túnicas de pieles para vestirlo. Ésta fue la segunda visión que Adán vio, y es la segunda visión que Dios dio al hombre.
Desde ese momento en adelante, Adán comenzó a vivir conforme a esta visión. Él llamó Eva a su esposa (Gn. 3:20), que significa “viviente”. Esto indica que él había oído y recibido el evangelio. El juicio de la muerte había pasado sobre él, y él vivió. Eva también vivía conforme a esta visión, porque cuando ella dio a luz, llamó a su hijo Caín, que significa “adquirido”. Esto indica que según el concepto de Eva, Caín era la simiente prometida por Dios y adquirida por la mujer. Ella creía en la simiente prometida y la esperaba. Debemos creer que Adán y Eva no sólo vivieron conforme a tal visión, sino que también transmitieron a sus hijos dicha visión.
Según las Escrituras, los hijos de Adán se encontraban en una de dos condiciones. El primer grupo se componía de los que vivían conforme a la visión de su padre, y el segundo se conformaba por los que no vivían bajo la visión de su padre; el segundo grupo tomó otro camino para servir y adorar a Dios. Abel pertenecía al primer grupo; él vivió bajo la visión de su padre y tomó como suya la visión de Adán. Por consiguiente, Abel sirvió a Dios conforme a una visión. Caín pertenecía al segundo grupo; él no tomó la visión de su padre y no vivió por ella; por el contrario, inventó otra manera de servir y adorar a Dios. Caín no sirvió regido por una visión. En la segunda generación de la humanidad, la situación llegó a ser tal que aunque todos los hombres servían y adoraban al mismo Dios verdadero, sólo el servicio de Abel se llevaba a cabo conforme a una visión. Caín no adoraba ídolos ni servía a otros dioses. Pero su servicio estaba separado de la visión. Él no se opuso a Dios; por el contrario, también ofrecía sacrificios a Dios y adoraba a Dios. Pero sus ofrendas y adoración se realizaban aparte de la visión; él servía sin tener una visión. Ésta es la razón por la cual Dios aceptó a Abel y rechazó a Caín.
La época de Enós constituía la tercera generación de la humanidad. Aquí vemos un avance en cuanto a la visión. El hombre caído descubrió que era un ser frágil, que no era nada, que no podía hacer nada y que no tenía nada; era tan vano, frágil y vacío como un soplo de aire. El hombre necesitaba realidad, y la realidad es simplemente Dios mismo. Por consiguiente, Enós comenzó a invocar el nombre de Jehová, con la esperanza de recibir realidad de parte de Él. En Éxodo 3:15 Dios dijo a Moisés: “Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos”. Esto indica que Jehová es el nombre del Dios Triuno. Por tanto, el hecho de que el hombre invoque el nombre de Jehová, significa que recibe al Dios Triuno dentro de sí como su disfrute y suministro. El que Enós invocara el nombre de Jehová, significa que recibió una mayor visión. Él comprendió que el hombre caído no solamente debía procurar ser cubierto por la justicia de Dios mediante el derramamiento de la sangre del sacrificio y que no sólo debía confiar en Aquel que habría de venir para destruir al enemigo, según el camino revelado por Dios, sino que el hombre caído tenía que invocar el nombre de Jehová para salir de su vanidad, vaciedad, miseria e impotencia, y así vivir disfrutando de las riquezas de Dios y Su suministro. Esto es, de hecho, otro avance en cuanto a la visión.
Luego vino Enoc. Él heredó la visión de Adán, la visión de Abel y la visión de Enós, pero prosiguió y vio que no podía separarse de Dios. Él tenía que andar con Dios momento tras momento; ésta es otra visión. Enoc anduvo con Dios y no vio la muerte (He. 11:5). No sólo escapó del castigo del pecado y de la trampa de las transgresiones, sino que se libró de la muerte misma. Es decir, al andar con Dios andaba con el árbol de la vida y pudo disfrutar del árbol de la vida, puesto que Dios es el propio árbol de la vida. Por tanto, en el caso de Enoc vemos otro avance con respecto a la visión.
Ciertamente Noé heredó la visión de Adán, la visión de Abel, la visión de Enós y la visión de Enoc. Además, él mismo recibió una visión adicional. En Génesis 6, Dios le mostró a Noé claramente que la edad de ese entonces era completamente maligna. Dios estaba a punto de abandonar y destruir esa generación, y quería que Noé edificara un arca. Noé no sólo vivió conforme a las visiones de Adán, Abel, Enós y Enoc, o sea, no sólo fue el heredero de todas estas visiones, sino que vivía, laboraba y servía bajo una mayor visión, la cual él vio con sus propios ojos. Por esta razón, podemos decir que la vida, obra y servicio de Noé, estaban totalmente gobernados por la visión.
En la época de Noé, seguramente había más personas aparte de su familia de ocho personas que temían a Dios. Aunque la Biblia no dice nada acerca de ello, podemos deducirlo a partir de la historia. Ciertamente había otras personas que adoraban a Dios y que le servían. Sin embargo, no importa cuantas personas adoraban a Dios en aquella época, según lo que narra la Biblia, ellas adoraban y servían sin visión alguna. Únicamente Noé y su familia de ocho servían bajo una visión. Eso es muy claro.
En tiempos de Abraham, vemos una visión más extensa y de gran alcance. Abraham vio que uno de sus descendientes sería una bendición para las naciones. Ciertamente Abraham no desechó las visiones de Adán, Abel, Enós, Enoc y Noé. Él heredó todas estas visiones y vivía bajo ellas; no obstante, prosiguió y vio una visión más extensa y de gran alcance. Después de Abraham, tenemos a Isaac. En Isaac vemos a una persona que heredó plenamente la visión de Abraham. Jacob también fue un heredero. Después de estas tres personas vemos a José. Con José tenemos otra visión. Toda la tierra fue bendecida por medio de Egipto. José era un tipo de Cristo; él era un descendiente de Abraham, pero llegó a ser el principal mayordomo que administró todo el suministro de alimento en Egipto. Durante los siete años de hambruna que hubo en el mundo entero, todos acudieron a Egipto y a José en busca de alimento. Por tanto, José era una persona por medio de quien toda la tierra fue bendecida. Este es un cuadro del Cristo que ministra y bendice a toda la tierra.
Moisés también recibió una visión. Él vio el tabernáculo y las ordenanzas en cuanto a las ofrendas y otros asuntos, los cuales no podemos describir aquí detalladamente. Josué heredó la visión de Moisés y vio algo más; él introdujo a los israelitas en Canaán y heredó la buena tierra. Durante la época de los jueces hubo visión tras visión, hasta llegar a la época de Samuel. Samuel también era un hombre de visión y sirvió conforme a la visión que recibió. Por medio de él la era cambió, a saber, de la era confusa de los jueces a la era del reino. Al mismo tiempo que Samuel estaba en la tierra, apareció otra persona en la escena: Saúl. Él fue un rey ungido por Samuel, pero no vivió conforme a la visión. Otra persona que recibió la herencia de Samuel fue David, quien sí vivió bajo la visión.
A partir del reinado de Salomón, él y sus descendientes gradualmente se apartaron de todas las visiones. Casi ninguno de los reyes durante la era de los reyes sirvió conforme a una visión. En cambio, siguieron la costumbre de las naciones. Bajo tales circunstancias, Dios levantó a los profetas. Estos profetas no sólo vivían bajo una visión, sino que realmente recibieron visiones. Ésta es la razón por la cual a los profetas también se les llamaba videntes. No sólo profetizaron y hablaron por Dios, sino que vieron visión tras visión de una manera definida y sirvieron conforme a esas visiones. En aquella época todos los reyes se habían apartado de las visiones que Dios había impartido a Su pueblo, así que los profetas surgieron para corregirlos y encauzarlos. Ellos lograron que los reyes desecharan las cosas contrarias a las visiones y volvieran a un servicio que estuviera nuevamente bajo dichas visiones. Ésta es la historia de los reyes en la era de los reyes.
Los dos últimos libros del Antiguo Testamento son Zacarías y Malaquías; ambos contienen ricas expresiones acerca de Cristo. Estos libros son la conclusión de la revelación acerca de Cristo en el Antiguo Testamento. Hay tres maneras por medio de las cuales el Antiguo Testamento habla acerca de Cristo: declaraciones precisas, tipos y profecías. Todas las revelaciones respecto a Cristo llegan a su conclusión en los libros de Zacarías y Malaquías. Estos dos libros lo concluyen todo, y hablan mucho acerca de Cristo. Ésta es la conclusión del Antiguo Testamento.
Cuando la era antiguotestamentaria llegó a su fin, el sistema terrenal de servicio aún funcionaba. El templo todavía existía en Jerusalén, en Judea, y aún había sacerdotes que ofrecían sacrificios, adoraban y servían a Dios conforme a las instituciones ordenadas por Dios. Entonces, Juan el Bautista apareció repentinamente. Él no se encontraba en el templo y no era un sacerdote. No portaba vestiduras sacerdotales, sino que vivía en el desierto, comía langostas y miel silvestre y se vestía con piel de camello. Él servía al Señor totalmente separado de los rituales y ordenanzas tradicionales. Por favor, díganme quién servía conforme a la visión en aquella época: ¿los sacerdotes, que se sujetaban a las tradiciones, o Juan el Bautista, que había abandonado todas las tradiciones? El Evangelio de Juan muestra claramente que los sacerdotes, los ancianos, los escribas, los fariseos y el resto de los judíos religiosos servían a Dios plenamente conforme a su religión, tradiciones, ordenanzas, conocimiento y doctrinas. Ellos no estaban en absoluto bajo una visión. Solamente un hombre servía conforme a una visión: Juan el Bautista.
El ministerio de Juan el Bautista era como una especie de terminación, pues tenía como objetivo introducir un nuevo comienzo. El bautismo por parte de Juan el Bautista introdujo al Señor Jesús en Su oficio para que Él realizara Su ministerio. Juan el Bautista claramente proclamó que su ministerio era un ministerio pionero y de iniciación (Jn. 1:23, 28-30), pero sus discípulos no lo entendieron así. Ellos pensaban que Juan era un gran hombre y que sus enseñanzas eran únicas; esa era la razón por la que lo seguían a él y a sus enseñanzas. Subconscientemente, ellos empezaron a competir con el ministerio del Señor Jesús. Comenzando en Mateo 9, vemos que los discípulos de Juan interrogaron al Señor Jesús. Su actitud interrogante los puso en la misma categoría que los fariseos (v. 14). Según Lucas 5:33, fueron los fariseos los que lo examinaron, pero en Marcos 2:18 pareciera que fueron los discípulos de Juan juntamente con los fariseos quienes interrogaron al Señor. Antes de eso, los fariseos eran el único partido que hacía preguntas disidentes. Pero después de Mateo 9, los discípulos de Juan llegaron a ser otro partido más.
En ese tiempo podían verse tres partidos: la religión judía, la religión de Juan y el Señor Jesús. Todos servían a Dios, pero ¿quién de ellos servía a Dios bajo una visión? No hay duda de que los que seguían al Señor Jesús eran los únicos que servían conforme a una visión. No sólo los judíos religiosos carecían de una visión, sino que incluso los religiosos discípulos de Juan también carecían de visión. Dios había puesto a un lado la religión judía y había usado a Juan el Bautista para introducir un nuevo comienzo, pero cuando llegó el Señor Jesús, la religión de Juan todavía permanecía en la escena y competía con el Señor. Dios, forzado por la situación, envió a Juan a la cárcel. Sin embargo, aun desde la cárcel, Juan enviaba a sus discípulos al Señor Jesús para interrogarle. Por una parte, el Señor recomendó el ministerio de Juan, pero por otra, Él animó a Juan a seguir el camino que el Señor había mandado para él, a fin de que experimentara la bendición de dicho camino. Poco tiempo después, Juan sufrió el martirio. De esta manera, Dios soberanamente terminó el ministerio de Juan.
No obstante, la religión de Juan no se detuvo con su muerte. En Hechos 18 y 19 dicha religión reapareció y causó un problema. Ya que Apolos sólo conocía el bautismo de Juan, él predicó esto cuando fue a Éfeso (18:24-25; 19:3), lo cual causó degradación en la iglesia. En las siete iglesias mencionadas en Apocalipsis 2 y 3, Éfeso muestra el comienzo de la degradación de la iglesia. La religión de Juan fue el origen de ese problema, y Apolos fue quien sembró la semilla de tal problema.
Mientras el Señor Jesús cumplía con Su ministerio en la tierra, los que le seguían fueron los únicos que heredaron las visiones de las eras anteriores y que, al mismo tiempo, se actualizaron con la visión que correspondía a esa era. Al seguir al Señor Jesús ellos no sólo heredaron las visiones que les precedían, sino que también se actualizaron con la visión de esa era. Este grupo de personas consistía de hombres tales como Pedro, Jacobo y Juan. Ninguno entre los discípulos era tan insensato y tosco como Pedro. Sin embargo, él no fue insensato en cuanto a una cosa: cuando el Señor Jesús resplandeció sobre él como una gran luz y lo llamó junto al mar de Galilea, él junto con Andrés, Jacobo y Juan respondieron a la luz y fueron atraídos por el Señor, de modo que abandonaron todo para seguirle (Mt. 4:15-16, 18-22). Andrés primero fue discípulo de Juan el Bautista (Jn. 1:35-40). Ahora él y Pedro, Jacobo y Juan abandonaron la religión judía y la religión de Juan. De hecho, abandonaron su oficio de pescadores, dejando atrás a sus padres y sus redes, y siguieron al Señor de todo corazón.
Desde un punto de vista externo, Pedro siguió ciegamente al Señor por tres años y medio. A diario, Pedro hablaba palabras absurdas. Sin embargo, una vez, y solamente una vez, él habló palabras claras. Cuando el Señor condujo a los discípulos hasta la región de Cesarea de Filipo y les preguntó quién era el Hijo del Hombre, Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:16). Esas palabras estaban llenas de revelación. Lamentablemente, esas fueron las únicas palabras claras que él habló. Inmediatamente después de esto, él volvió a hablar absurdamente. Cuando el Señor dijo a los discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer muchas cosas de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y luego resucitar al tercer día, Pedro lo tomó aparte y lo reprendió, diciendo: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor! ¡De ningún modo te suceda eso!” (vs. 21-22). Pero el Señor, volviéndose, dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!” (v. 23). Esto muestra que Pedro ciertamente seguía a ciegas. Él no sabía lo que hacía. Aunque seguía a ciegas, él seguía el camino correcto. En ocasiones, cuando una persona entiende todo claramente, acaba por hacer lo que no es correcto. En cambio, cuando la persona es un poco insensata, acaba en el lugar correcto. En aquel tiempo, todos los que seguían al Señor Jesús —ya sea hombres o mujeres, incluyendo a personas como María— eran insensatos. Hoy nosotros también podemos parecer insensatos, pero seguimos al Señor fielmente.
En la Biblia podemos ver que pocos de los que seguían al Señor entendían claramente lo que hacían. Incluso la propia madre del Señor Jesús, María, no entendía con claridad; ella también estaba algo confusa. En ocasiones ella habló algunas palabras absurdas y fue reprendida. Aunque todos eran algo insensatos, no obstante, estaban en el camino correcto. Algunos hombres como Nicodemo, que parecían tener mucha “claridad”, no estaban en mejor condición que los discípulos en ninguna manera. Pues aunque entendían claramente que el Señor tenía la visión, no le seguían de manera absoluta; sólo le seguían a medias. En realidad, se mantenían a cierta distancia de Él, pero no le seguían. Pienso que entre los que “seguían” al Señor, Nicodemo era el más cuerdo y Pedro era el más insensato. Sin embargo, el que era más insensato fue el que siguió de la manera más genuina. Aunque a veces falló, era el que le seguía más incondicionalmente. Cuando el Señor les dijo a los discípulos que todos tropezarían por causa de Él, Pedro respondió diciendo: “Aunque todos tropiecen por causa de Ti, yo nunca tropezaré”. El Señor le dijo: “De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces”. Pedro entonces dijo: “Aunque me sea necesario morir contigo, de ninguna manera te negaré” (Mt. 26:31-35). Por supuesto, Pedro no guardó su promesa; por el contrario, negó al Señor tres veces como Él lo predijo. Aunque era tal clase de persona, tomó el camino correcto y siguió la visión.
Aquel a quien seguían los discípulos todo el tiempo, finalmente los llevó a la cruz. Ellos fueron crucificados con Él, murieron con Él, fueron sepultados con Él y resucitaron y ascendieron juntamente con Él (Ef. 2:6). En el día de Pentecostés, Pedro recibió la visión. Anteriormente, sólo lograba identificarse con la visión por medio del Señor Jesús. Pero en Pentecostés, él mismo recibió la visión. Cuando se puso de pie, ya no era más una persona insensata, sino que habló firme y claramente. En Hechos, capítulos del dos al cinco, Pedro estaba ocupado únicamente en el ministerio del Señor, y ni siquiera se preocupaba por su propia vida. La visión no halló ninguna resistencia u obstáculo en él.
Sin embargo, al llegar a Hechos 10, vemos que su fuerte trasfondo judío le fue un obstáculo y causó que se demorara el avance de la visión. En Mateo 16 el Señor le dijo a Pedro que Él le daría las llaves del reino. La palabra llaves es plural en número, lo cual indica que había por lo menos dos llaves. En el día de Pentecostés, Pedro usó una llave para abrir la puerta a los judíos con el fin de que ellos entraran al reino neotestamentario de Dios. En aquel entonces, el avance de la visión no sufrió ningún contratiempo por causa de él. Sin embargo, cuando Dios procuró usarlo aún más para que tomara la segunda llave y abriera la puerta a los gentiles, a fin de que Dios extendiera Su economía neotestamentaria entre los gentiles, Pedro se demoró. Esto le causó un problema a Dios; por tanto, Él se vio forzado a recurrir a los métodos antiguotestamentarios de visiones y sueños. Pedro vio que descendía del cielo a la tierra un objeto semejante a un gran lienzo, en el cual había de todos los cuadrúpedos y reptiles de la tierra y aves del cielo. Y le vino una voz: “Levántate, Pedro, mata y come”. Entonces Pedro dijo: “Señor, de ninguna manera; porque ninguna cosa profana o inmunda he comido jamás”. Volvió la voz a él la segunda vez: “Lo que Dios limpió, no lo tengas por común” (vs. 13-15). Esto se repitió tres veces. Aquí podemos ver que Pedro tuvo problemas con respecto a seguir la visión.
Si estudiamos Hechos 10, Gálatas 2 y Hechos 15, descubriremos que en estos pasajes, Pedro no fue tan firme y resuelto en seguir la visión como lo fue en seguir al Señor durante los primeros tres años y medio. Él se volvió algo débil. Pedro experimentó un conflicto entre seguir la visión o seguir sus propias tradiciones, y no pudo avanzar. Pedro permaneció hasta cierto punto en sus propias tradiciones, lo cual le impidió seguir la visión. En el caso de Pedro, vemos que él se quedó atrás con respecto a la visión. Debemos prestar atención a este asunto y tomarlo como una advertencia.
Ya para el tiempo de Hechos 13, otra persona apareció en la escena: Saulo de Tarso. Según Hechos del 7 al 9, él era una persona que estaba en la religión judía y que había recibido la educación más elevada; además, había estudiado la mejor cultura griega y era un hombre emprendedor. En aquel tiempo, el judaísmo se hallaba bajo ataque. Los seguidores de Jesucristo, los así llamados “nazarenos” (24:5), adquirían cada vez más fuerza. Saulo no soportaba ver que la religión de sus antepasados fuera destruida, así que, en su celo, tomó la determinación de eliminar a los nazarenos y defender la religión de sus padres.
No podemos negar que Saulo de Tarso servía a Dios. Después de haber sido salvo, él dijo a los creyentes: “Porque habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba; y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres” (Gá. 1:13-14). En cuanto a celo, Pablo fue perseguidor de la iglesia (Fil. 3:6). Su celo era tal, que consintió en la muerte de Esteban (Hch. 7:60—8:1a); también puso a muchos creyentes en prisión, dio su voto para condenarlos a muerte y los persiguió incluso hasta en las ciudades extranjeras (26:9-11). Saulo sin duda servía a Dios, pero lo hacía sin una visión. Mientras Pablo era celoso por las tradiciones de sus padres, ¿quién era el que servía a Dios bajo una visión? Era Pedro. Pedro estaba regido por una visión, y los que le seguían también tenían la misma visión. Saulo no tenía tal visión; sin embargo, cierto día, camino a Damasco, el Señor se encontró con él y le mostró la visión.
Creo firmemente que la visión que vio Saulo camino a Damasco, era más avanzada que la que vio Pedro. En lo que narra el Nuevo Testamento acerca de Pedro y en las propias epístolas de él, no se hace ninguna mención de que el Dios Triuno se forja en nosotros para hacernos Su réplica. Tampoco leemos nada concerniente a que los creyentes sean edificados en el Cuerpo de Cristo para ser uno con el Dios Triuno y llegar a ser Su organismo. Pero camino a Damasco, Pablo recibió una visión. El Señor le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch. 9:4). Aquí la palabra me se refiere a una entidad corporativa que incluye al Señor Jesús y a todos Sus creyentes. Aunque el vocablo me es una palabra pequeña, alude a una gran visión. En Gálatas 1, Pablo dice: “Agradó a Dios ... revelar a Su Hijo en mí” (15-16). No podemos hallar en la Biblia que Pedro haya visto esta misma visión de forma tan clara.
La visión de Pablo, sin duda, era muy profunda. Al comienzo de Gálatas, él menciona al Hijo de Dios (1:16). Al hablar del Hijo de Dios, debemos darnos cuenta de que esto se relaciona estrechamente con el Dios Triuno. El Dios Triuno fue revelado a Pablo, y él llegó a ser uno de Sus miembros. Todos los miembros juntamente con Pablo fueron hechos el Cuerpo de Cristo y se unieron al Dios Triuno para llegar a ser un “me” corporativo. Aunque la visión que Pablo obtuvo al principio fue tan alta y profunda, él no comenzó su ministerio inmediatamente. En Hechos 13, ciertos profetas y maestros servían al Señor y ayunaban juntos en Antioquía. Entonces, el Espíritu Santo dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (v. 2). No fue hasta ese momento que Pablo llegó a entender con claridad la visión que había recibido anteriormente, y entonces fue enviado para cumplir el ministerio que había recibido.
Tanto Bernabé como Saulo eran judíos, pero fueron enviados a predicar el evangelio por tierras gentiles. Esa no era una visión pequeña. Un tiempo atrás, Pedro solamente fue enviado para hacer un breve contacto con un gentil y visitar su hogar. Pero aquí Pablo recibió una comisión muy importante: “Ve, porque Yo te enviaré lejos a los gentiles” (22:21). Esto significaba que él tenía que ir a tierras gentiles, nación por nación y ciudad por ciudad. Esa es una gran visión: “Que en Cristo Jesús los gentiles son coherederos y miembros del mismo Cuerpo, y copartícipes de la promesa por medio del evangelio” (Ef. 3:6).
Muchos de nosotros hemos sido afectados por el cristianismo; leíamos la Biblia de una manera superficial. Pensábamos que Pablo fue enviado simplemente para predicar el evangelio y salvar a los pecadores del infierno. Al leer el libro de Hechos, muchos creyentes reciben la impresión de que el Señor desea extender el evangelio a las partes más remotas de la tierra. Al ver el gran número de pecadores en el mundo gentil, consideramos que ellos no pueden ser salvos a menos que los creyentes salgan a predicarles el evangelio. Para muchos, ésta es la razón por la cual Pablo fue enviado en su viaje ministerial a predicar el evangelio. Sin embargo, si estudiamos detalladamente el libro de Hechos y las epístolas de Pablo, descubriremos que este asunto no es tan simple ni tan superficial. Pablo fue enviado a anunciar a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo (Ef. 3:8), a fin de que el Dios Triuno pudiera impartirse en ellos para transformarlos en miembros de Cristo con miras a la edificación del Cuerpo de Cristo. En aquel tiempo, la visión de Pablo llegó a ser totalmente clara.
Aquí debemos preguntarnos: mientras Pablo cumplía con su ministerio, ¿quién en la tierra tenía claridad acerca de la visión de Dios? En ese tiempo aún había muchas personas en la religión judía que tenían temor de Dios. Por ejemplo, Gamaliel temía a Dios; él entendía el Antiguo Testamento y conocía sus enseñanzas, sin embargo, no tenía la visión de Pablo.
En aquel tiempo Pedro y Juan se encontraban en Jerusalén, como también Jacobo, que era muy piadoso. Ellos eran los que llevaban la delantera en la iglesia en Jerusalén (Gá. 2:9). En el tiempo en que Pablo realizaba su ministerio, tal parecía que Jacobo y Pedro eran uno con la visión de él; sin embargo, no lo eran. Lo mejor que podemos decir acerca de ellos es que no se oponían a Pablo. Ellos iban juntos de una manera general, pero realmente no formaban parte del mismo grupo. Ellos recibieron la misma gracia que Pablo y también eran apóstoles; por ende, deberían haber pertenecido al mismo grupo y a la misma compañía que Pablo. Sin embargo, no pertenecían a la misma compañía, aunque pertenecían de manera general al mismo grupo. Gálatas 2:9 dice que Jacobo, Pedro y Juan le dieron a Pablo y a Bernabé la diestra en señal de comunión para que fueran a los gentiles, y ellos a la circuncisión. Tal pareciera que le dieran la diestra a Pablo y le dijeran: “Está bien, Pablo, ve a los gentiles para cumplir tu ministerio, pero nosotros no iremos contigo. Nosotros estaremos aquí como apóstoles para los judíos, mientras que tú serás el apóstol para los gentiles”.
No pienso que muchos cristianos hayan percibido este sabor al leer la Biblia. Pablo, cuando se enfrentó con esta situación, seguramente no tuvo una sensación dulce. Afortunadamente Bernabé estaba con él, pero al poco tiempo hubo un agudo conflicto entre los dos y, al final, Bernabé se fue. Esto muestra que incluso Bernabé no pudo actualizarse con la visión de esa era, la visión de Pablo. Aunque él fue quién introdujo a Pablo en el servicio, cuando Pablo obtuvo la visión actualizada de la era, Bernabé se quedó atrás.
No sólo hombres como Gamaliel y Bernabé se quedaron atrás en cuanto a la visión; incluso apóstoles como Pedro y Jacobo estaban en peligro de perder la visión. Ellos eran del mismo grupo general que Pablo, pero no colaboraban juntos. Cuando Pablo fue a Jerusalén por última vez, Jacobo le dijo: “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley” (Hch. 21:20). Antes de eso, Pablo dijo claramente en Gálatas que la ley ya no estaba vigente. Pero aquí, Jacobo, el apóstol que tomaba la delantera en Jerusalén, le exhortaba a que guardara la ley. Esto nos muestra que incluso una persona tan renombrada en la iglesia como Jacobo podía carecer de visión; él no andaba según la carne, y era una persona que se conducía sobriamente. Según la historia, sabemos que Jacobo era una persona muy piadosa; sin embargo, no servía conforme a la visión. Podríamos decir que aun Pedro no se actualizó con respecto a la visión; incluso él no tenía la visión.
La conferencia de Jerusalén, descrita en Hechos 15, tuvo como resultado una decisión que fue influenciada fuertemente por el pensamiento judío. Las palabras de Jacobo estaban saturadas del concepto judío y antiguotestamentario. No creo que esa decisión haya agradado a Pablo; sin embargo, él la toleró a fin de guardar la paz, puesto que sin esa decisión se hubieran suscitado discusiones interminables entre las iglesias judías y gentiles sobre el asunto de la circuncisión, y las iglesias habrían permanecido constantemente en confusión. No obstante, las cosas no resultaron como él esperaba. Esa decisión no solucionó de una manera clara y exacta el problema concerniente a la ley antiguotestamentaria. Esto prueba que la iglesia en Jerusalén no llegó completamente al nivel de la visión de la era; en lugar de ello, transigieron con respecto a la visión.
En Hechos 18, vemos que Apolos aparece en la escena, y él era “poderoso en las Escrituras” (v. 24b). Debemos entender que la frase “las Escrituras” aquí se refiere a los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento. Apolos era poderoso al exponer el Antiguo Testamento, pero no había visto la visión de Pablo. En aquel tiempo, Aquila, Priscila y Timoteo se unieron al ministerio de Pablo. Sin duda, ellos tenían la misma visión que Pablo. Ellos andaban con Pablo y laboraban junto con él.
Pablo laboró en el mundo de los gentiles, pero nunca permaneció en un lugar por más de tres años excepto en Éfeso. Hechos 20:31 dice claramente que Pablo se quedó en Éfeso por tres años. Su predicación afectó toda la región de Asia, de la cual Éfeso era el centro. Pablo enseñaba allí, y su enseñanza afectó a todos los que estaban en Asia; pero, al mismo tiempo, se sembró en Éfeso una semilla negativa, y fue Apolos el que la sembró. Ésta es una de las razones por las que Pablo tuvo que laborar y ministrar en Éfeso por tres años. En Hechos 20, después que Pablo viajó a todos los lugares para exhortar a los creyentes, él pasó por Éfeso, llamó a los ancianos y les mandó diciendo: “Mirad por vosotros, y por todo el rebaño ... sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño” (vs. 28-29).
Luego, Pablo fue a Jerusalén, y poco después fue atado y enviado a la cárcel. Lo encarcelaron en Cesarea por dos años (Hch. 24:27), y después fue enviado a Roma. En Roma estuvo encarcelado por lo menos otros dos años (28:30). Después de ser liberado de la cárcel, escribió su primera epístola a Timoteo, la cual comenzó diciendo: “Como te exhorté, al irme a Macedonia, a que te quedases en Éfeso, para que mandases a algunos que no enseñen cosas diferentes” (1:3). Estas palabras dan un indicio de que existía cierta clase de problema en Éfeso. Poco más de un año después de que Pablo fuera liberado de la cárcel, Nerón, el emperador romano, comenzó a perseguir a la iglesia otra vez, y Pablo fue enviado de nuevo a prisión. Estando en la cárcel, Pablo escribió la segunda epístola a Timoteo, y en 1:15 dijo: “Me han vuelto la espalda todos los que están en Asia”. Entre las iglesias que le habían vuelto la espalda a Pablo, Éfeso era la que tomaba la delantera. Por consiguiente, en Apocalipsis, la primera de las siete cartas enviadas a las siete iglesias fue escrita a la iglesia en Éfeso.
La semilla que Apolos sembró en Éfeso finalmente llegó a ser el factor básico del deterioro de la iglesia. La razón por la cual la iglesia en Éfeso se degradó, fue que tomó la delantera en apartarse de la enseñanza de los apóstoles. Apartarse de la enseñanza de los apóstoles equivale a apartarse de la visión de los apóstoles. Debido a que las iglesias se apartaron de la enseñanza de los apóstoles, se introdujo la enseñanza de Balaam (Ap. 2:14), la enseñanza de los nicolaítas (vs. 6, 15) y la enseñanza de Jezabel (v. 20). Estas tres enseñanzas representan todas las herejías en el cristianismo.
Pablo dice en Colosenses que él recibió el ministerio de parte de Dios para completar la palabra de Dios (1:25). Después que Pablo acabara su ministerio y escribiera sus epístolas, la iglesia en Éfeso tomó la delantera para apartar a todas las iglesias en Asia de la enseñanza del apóstol Pablo. Para cuando se escribió el libro de Apocalipsis, vemos que el apóstol Juan continuó la comisión del Señor y siguió a Pablo en el cumplimiento de su ministerio. Juan continuó a partir de donde Pablo acabó su ministerio. Durante todo el tiempo que Pablo estuvo en la tierra, él confrontó la degradación de la iglesia. La última iglesia con la que trató esto fue la iglesia en Éfeso, en Asia. Treinta años después, al comienzo del libro de Apocalipsis, se le escribe a las siete iglesias en Asia, y la primera iglesia a la que se le escribe es la iglesia en Éfeso. Juan reprendió a Éfeso por haber dejado su primer amor. La razón por la que Éfeso dejó su primer amor es que se apartó de la enseñanza de los apóstoles.
El libro de Apocalipsis, el cual fue escrito por el apóstol Juan, empieza dirigiéndose a las siete iglesias. Dicho libro abarca esta era y se extiende hasta la venida de Cristo, el juicio del mundo y el advenimiento del milenio, y concluye con la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva. Esto constituye la máxima consumación de la revelación divina. Después, no hay nada más que decir o ver. Todo se ha dicho y todo se ha visto. Ésta es la máxima consumación de la economía de Dios. Una vez que aparece la Nueva Jerusalén, tenemos la escena final. Esa es la razón por la cual el final de Apocalipsis dice que nada se debe añadir o quitar de este libro (22:18-19). Desde ese momento en adelante, nadie puede añadir nada a la Biblia. Si alguien intenta añadir algo, su porción será el castigo del lago de fuego. Además, nadie tampoco puede quitar nada. Si alguien intenta quitar algo, se le quitará la bendición que conlleva el árbol de la vida, el agua de la vida y la ciudad de la vida. Esto muestra que al final de Apocalipsis, la visión de Dios ha sido consumada. Nadie puede ver más, y los que ven menos, por supuesto, sufrirán pérdida.
Han pasado diecinueve siglos desde que el apóstol Juan terminó de escribir el libro de Apocalipsis. Durante los pasados mil novecientos años, un sinnúmero de cristianos ha servido a Dios. Añadidos al gran número de cristianos que han servido a Dios están los judíos, quienes también sirven a Dios. Por supuesto, los judíos sirven a Dios únicamente conforme a la visión del Antiguo Testamento. Algunos cristianos sirven conforme a la visión revelada en los evangelios del Nuevo Testamento, la cual tiene que ver únicamente con el ministerio terrenal de Jesús. Otros sirven sin visión alguna. Para servir a Dios conforme a la visión actualizada, debemos escalar al nivel que muestran las últimas epístolas de Pablo. De hecho, debemos alcanzar el nivel que presentan las epístolas dirigidas a las siete iglesias de Apocalipsis, así como el nivel de la revelación que abarca todas las eras, incluyendo el reino, el cielo nuevo y la tierra nueva, y la máxima consumación de la iglesia, a saber, la Nueva Jerusalén. Dicho de manera sencilla, si queremos servir a Dios hoy en día, nuestra visión debe abarcar desde la primera visión, la visión que Adán tuvo en Génesis, hasta la última visión, la visión de la manifestación de la iglesia: la Nueva Jerusalén. Esto, y únicamente esto, constituye la visión completa. No fue sino hasta en estos días que nos fue revelada plenamente esta visión.
En el museo del Palacio Nacional de Taipei hay una pintura en la que aparece un extenso rollo llamado “La escena del río en el festival Ching-Ming”. Ella describe en detalle la cultura, la vida y las costumbres del pueblo chino en la época en que se hizo la pintura. No es suficiente ver únicamente las primeras porciones de ese extenso rollo. Uno tiene que repasarlo de un extremo al otro para poder tener un cuadro claro, o sea una “visión”, de todo el panorama de la vida en China. De la misma manera, con relación al servicio que rendimos a Dios, nosotros tenemos nuestro propio cuadro, nuestra “escena del río en el festival Ching-Ming”. Nuestro panorama comienza con la visión que Adán tuvo del árbol de la vida en el huerto del Edén y se extiende hasta la Nueva Jerusalén, en la cual está el árbol de la vida. La Nueva Jerusalén es la última escena de la visión. Después de eso, no hay nada más que ver.
Hoy en día, el problema es, ¿quién ha visto esta visión completa, y quién vive conforme a esta visión? Durante los pasados mil novecientos años, muchas personas han servido al Señor, pero ¿cómo han servido? ¿Podríamos afirmar que hace quinientos años Martín Lutero vio esta visión y que sirvió conforme a ella? A lo largo de los siglos, muchas personas han servido al Señor únicamente conforme a las primeras escenas. Mi deseo es que todos los hermanos y las hermanas tengan una visión ensanchada y extensa. Espero que se den cuenta de que todos los libros que hemos publicado abarcan el panorama completo, desde la primera escena hasta la última. Nosotros no servimos a Dios basados únicamente en las primeras escenas. Más bien, servimos a Dios conforme a la última escena, la cual incluye todas las escenas anteriores.
Hoy en día muchas personas no han visto lo que nosotros hemos visto. Ellas sirven a Dios únicamente conforme a las primeras escenas, y aun así riñen unos con otros. Los judíos son personas piadosas; con mucho celo exponen las Escrituras desde Génesis hasta Malaquías, pero tienen solamente el Antiguo Testamento. Muchos cristianos aman al Señor y tienen celo por el evangelio. Con todo, ellos predican solamente la historia de Jesucristo. Nunca han progresado más allá de los cuatro evangelios. Algunos han visto únicamente la visión del libro de Hechos. Otros han visto la visión de las epístolas. Todo esto no es sino fragmentos, pero nosotros debemos servir a Dios conforme al panorama completo, desde la primera escena —la de Adán—, hasta la última escena, en Apocalipsis. A esto se debe que se nos persiga tanto. Muchos dicen que nosotros estamos mal. Nos acusan de “robar ovejas”. No es que ellos no amen al Señor o que no sirvan a Dios; lo que pasa es que ellos aman al Señor y sirven a Dios únicamente conforme al fragmento de la visión que ellos han visto. Debemos entender claramente la postura que hemos tomado. La meta de todos nuestros servicios, que incluyen predicar el evangelio y edificar a los creyentes, debe tener su máxima consumación en la Nueva Jerusalén. Sólo entonces seremos inconmovibles ante cualquier crítica que enfrentemos.
Puesto que tenemos la visión actualizada y máxima, debemos seguirla fielmente. Nosotros de ninguna manera seguimos a un hombre; más bien, seguimos una visión. Es terriblemente erróneo decir que seguimos a cierta persona. Lo que seguimos es la visión de la era actual, a saber: la visión consumada de Dios.
El recobro del Señor nos fue traído por medio de nuestro querido hermano Nee. Debido a esto, él se convirtió en el blanco de ataque. En 1934, él se casó en Hangchow. Algunos tomaron esta oportunidad para suscitar una tormenta. Esto entristeció mucho al hermano Nee, así que un día fui a verlo para consolarlo, y le dije: “Hermano Nee, usted sabe que entre nosotros dos no existe ninguna relación natural. Yo no sigo el camino que usted sigue ni predico lo que usted predica porque tenga una amistad natural con usted. Los dos estamos muy separados el uno del otro. Yo soy un norteño, y usted es un sureño. Si sigo la misma senda que usted, no es porque lo estoy siguiendo a usted como persona. Lo que yo sigo es el camino que usted ha tomado. Hermano Nee, quiero que sepa que si un día usted deja de tomar este camino, yo lo seguiré tomando”. Dije esto porque la tormenta había afectado a algunos, y habían decidido no seguir más este camino. En otras palabras, muchos simplemente estaban siguiendo a un hombre. Cuando el hombre aparentemente había cambiado, se alejaron. Pero yo le dije al hermano Nee: “Aunque un día usted ya no siga este camino, yo lo seguiré tomando. Yo no tomo este camino porque usted lo haya tomado, y no lo dejaré porque usted lo haya dejado. He visto que éste es el camino del Señor. He visto la visión”.
Han pasado cincuenta y dos años, y puedo decir que no lamento en lo más mínimo lo que he hecho. Durante los últimos cincuenta y dos años, he visto repetirse la misma historia una y otra vez. Algunas personas vinieron, y se fueron. Cambió una escena y se introdujo otra. Desde el comienzo de nuestra obra en Taiwan, durante las pasadas tres décadas, hemos sido testigos de varias crisis. Incluso se alejaron del recobro algunos hermanos a quien yo mismo conduje a la salvación y que pasaron por mi entrenamiento. La visión nunca ha cambiado, pero las personas sí cambiaron, y los que siguen la visión también han cambiado. Quisiera dirigir unas palabras sobrias a todos ustedes desde lo profundo de mi corazón. Por la misericordia del Señor estoy ante ustedes hoy para presentarles esta visión. Espero que no me estén siguiendo a mí como persona; espero que por la misericordia del Señor, estén siguiendo la visión que les he mostrado.
No tengo ninguna intención de ser orgulloso. Estados Unidos es el país líder del mundo; también es el país con más cristianos. En él hay muchos profesores de teología. Cuando visité ese país, hablé con denuedo acerca de la visión que había visto. Al principio, hubo resistencia a la palabra, pero ahora algunos están hablando lo mismo que hemos visto. Hasta el día de hoy, no han podido publicar un libro bien redactado que refute las verdades que he presentado. Para escribir un libro que me refute, primeramente tienen que leer mis libros, y una vez que los leen, son convencidos y subyugados. No pueden refutar más. Antes bien, tienen que admitir y decir: “Si leen detenida y seriamente lo que ha escrito este hombre de edad, este hombre de China, descubrirán que tiene una base sólida para lo que dice. Es mejor no retarlo en ningún asunto. Si lo hacen, les hará a ustedes diez preguntas, ninguna de las cuales podrán contestar”. Ellos entienden esto claramente.
Quisiera relatarles un hecho. Es la misericordia del Señor que Él me haya revelado esta visión. Les aconsejo que no me sigan a mí, sino que sigan esta visión, la cual el hermano Nee y todos los que han servido al Señor a lo largo de los siglos nos han trasmitido, y la cual yo les he entregado. De hecho, ésta es la visión que se extiende desde la primera escena de Adán hasta la última escena de la Nueva Jerusalén. Han pasado ya cincuenta años. He visto con mis propios ojos que los que toman el camino del recobro del Señor por un tiempo y luego lo dejan, no tienen un buen final. Hay un solo camino. Todas las cosas espirituales son una. Hay un solo Dios, un solo Señor, un solo Espíritu, una sola iglesia, un solo Cuerpo, un solo testimonio, un solo camino, un solo fluir y una sola obra. Si usted no toma este camino, no hallará ningún otro.
Algunos de los que se apartaron de nosotros, lanzaban gritos y declaraban con denuedo que habían visto la visión. Pero hoy, ¿dónde está su visión? Gritaron mucho, pero perdieron la visión. Perdieron el camino. Para iniciar una guerra uno debe tener una causa genuina. Si se tiene la causa genuina, se tiene el denuedo para hablar. Si no tomamos este camino hoy, ¿qué otro camino podremos tomar? Digo esto también para mí mismo. ¿Qué otra causa podemos seguir? Entre 1942 y 1948 se suscitó una tormenta aun más grande, y el hermano Nee se vio obligado a detener su ministerio por seis años. En aquel tiempo, algunos de los santos que apreciaban mucho al hermano Nee dijeron: “Comencemos otra reunión”. El hermano Nee dijo: “Nunca deben hacer eso. La iglesia es la iglesia; si ella está de acuerdo conmigo, es la iglesia. Si no está de acuerdo conmigo, sigue siendo la iglesia. Nunca podemos establecer otra reunión aparte de la iglesia”.
Pablo le dijo a Timoteo: “Me han vuelto la espalda todos los que están en Asia" (2 Ti. 1:15), pero a pesar de esto, Pablo no autorizó a Timoteo a que tuviera otro comienzo. De la misma manera, cuando casi todos los que estaban en China abandonaron al hermano Nee, él no intentó comenzar de nuevo. Esto prueba que ni Pablo ni el hermano Nee podían cambiar el camino que habían tomado. Si hubieran cambiado el camino, no habrían podido seguir adelante.
Ésta es mi carga. Espero que todos vean claramente la visión del recobro del Señor y que sigan esta visión. Ustedes no me están siguiendo a mí como persona. La hermana Faith Chang puede testificar de mí. Ella dará testimonio de cómo yo seguí sin reservas al hermano Nee; sin embargo, yo no seguía a la persona, sino que seguía la visión que él recibió. En aquella era, la visión que llegaba a la norma de Dios era la visión que el hermano Nee vio. Si uno permanecía en esa visión, servía conforme a la visión de la era; pero si uno no permanecía en esa visión, no podía servir conforme a la visión de la era. Hoy el hermano Nee ya no está con nosotros. No tengo ninguna intención de tener un nuevo comienzo, pero el Señor sí me ha comisionado con este ministerio. No tengo otra opción más que tomar la delantera voluntaria y obedientemente. La visión que les he presentado hoy es la visión de Dios para esta era. Si permanecen en esta visión, servirán conforme a la visión de la era. Pero si no permanecen en esta visión, deben ser advertidos del fin que les espera.
Así que, no están siguiendo a un hombre; más bien, están firmes apoyando el ministerio del Señor. Ustedes están siguiendo una visión, una visión que concuerda con la era, una visión que hereda las visiones del pasado y que es todo-inclusiva. Esta visión, aunque es una visión actualizada, edifica sobre todas las visiones del pasado. Si sólo llegan hasta el libro de Hechos y se quedan allí, quizás hereden todas las visiones que se dieron hasta esa época, pero no estarán actualizados. Hoy, al estar aquí reflexionando sobre las revelaciones dadas en el recobro del Señor, al leer las publicaciones que se divulgan entre nosotros, vemos que ellas lo abarcan todo: desde la iglesia y la economía de Dios hasta la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y en la tierra nueva. Ésta es una visión grandiosa y todo-inclusiva. Si permanecen en esta visión, estarán sirviendo conforme a la visión de la era. Pero si no tienen esta visión, podrían ser un Apolos, quien exponía las Escrituras poderosamente; podrían ser un Bernabé, quien visitaba las iglesias; podrían ser un Jacobo, quien servía piadosamente; e incluso podrían ser un Pedro, quien servía como apóstol líder. Sin embargo, no estarían en la visión.
Creo firmemente que esta luz es muy clara entre nosotros. Nadie puede argumentar acerca de esto. Espero que los hermanos y las hermanas jóvenes entiendan esto claramente. Desde su juventud, mientras sirven al Señor, deben entender lo que estamos haciendo aquí. Esto no es un asunto personal. Es totalmente el ministerio del Señor. Él ha revelado las visiones a sus hijos, generación tras generación. Todos los que tienen esta visión, sirven conforme a la visión de Dios.
Donde no hay visión, el pueblo se desenfrena, pues no hay unanimidad. Es verdad que muchos aman al Señor y sirven a Dios, pero cada uno tiene su propia opinión y su propia visión. Como resultado, es imposible que haya unanimidad. A esto se debe que el cristianismo se ha debilitado tanto. El pueblo de Dios está dividido y fragmentado. Hay divisiones por doquier. Aunque todos dicen que aman al Señor, no tienen una visión clara y, por tanto, son “zarandeados por todo viento”. Algunos de entre nosotros también dudan, diciendo: “¿Somos acaso los únicos que están bien? ¿Acaso los demás no predican también el evangelio? ¿Acaso no llevan personas al Señor y las edifican? Consideren al anciano Jacobo. Él era más piadoso que Pablo y que el hermano Nee. ¿Cómo podemos decir entonces que él no tenía una visión?”.
Recientemente, mientras traducíamos el Nuevo Testamento Versión Recobro, usaba varias referencias dos de las cuales eran traducciones católicas. En algunas expresiones, sentimos que estas traducciones católicas no estaban mal. Bromeando con mis ayudantes, les dije: “En esta oración, sigamos a la Iglesia Católica”. Lo que quiero decir es esto: aunque Jacobo, quien estaba en Jerusalén, era piadoso a lo sumo, no podemos concluir por esto que el camino que él tomó sea el correcto. Tampoco podemos concluir por esto que él poseía la visión que correspondía a la era. No; debemos entender claramente en qué consiste la visión genuina.
Creo firmemente que mis palabras contestarán muchas de las preguntas que hay en sus corazones. Aunque en el celo por la predicación del evangelio muchas personas nos llevan la delantera, aunque muchos son más celosos y más fervientes en espíritu que nosotros, y aunque nuestra condición sea pobre, la visión sigue estando con nosotros. Realmente espero que los obreros jóvenes que están entre nosotros y los entrenantes se ejerciten para la piedad. No pensemos que por el hecho de tener la visión, no necesitamos más la piedad; por otro lado, espero que recuerden que la piedad por sí sola no equivale a la visión. Ciertamente debemos ejercitarnos para la piedad; no debemos ser sueltos, y nuestra personalidad y carácter deben ser nobles. Pero esto no significa que por el hecho de tener un carácter noble, poseemos la visión. En otras palabras, nuestra visión debe ser una que corresponda con la era; también debe incluir todas las visiones anteriores. Debe incluir la piedad de los judíos, el celo de los evangélicos y el servicio auténtico. Sólo entonces podremos poner en práctica una vida de iglesia todo-inclusiva, la vida de iglesia que Pablo nos reveló (Ro. 14). Nosotros no estamos divididos en sectas, ni imponemos ninguna práctica especial a nadie. Solamente llevamos una vida de iglesia todo-inclusiva. Si hacemos esto, tendremos la unanimidad genuina.
Hoy podemos ser unánimes gracias a que tenemos una sola visión y una sola perspectiva. Todos tenemos esta única visión actualizada que ha heredado todas las visiones anteriores. Tenemos solamente un punto de vista. Hablamos lo mismo con un solo corazón, a una sola voz y en un mismo tono, y servimos juntos al Señor. El resultado de esto es un poder que llega a ser nuestra moral elevada y nuestro fuerte impacto. En esto radica nuestra fuerza. Una vez que el recobro del Señor posea este poder, se producirá la gloria que viene del aumento y de la multiplicación. Hoy nuestra situación no ha alcanzado ese nivel; aún no ha llegado a la cumbre. Aunque entre nosotros no hay grandes contenciones, sí tenemos algunas pequeñas quejas y críticas. Estas cosas afectan nuestra moral.
Cuando regresé a Taiwan en 1984, no había moral en absoluto. ¿Por qué? Por que había desaparecido la unanimidad. Se perdió de vista la meta y se empañó la visión. En esta ocasión esperamos que el Señor sea misericordioso con nosotros. Queremos recobrar nuestra moral, empezando con Taiwan. Queremos recobrar nuestra visión. Queremos tener la unanimidad y queremos ver claramente que éste es el único camino. Las iglesias en el recobro del Señor deben poseer el testimonio del Señor y una posición bien definida. Hoy en día todavía nos falta mucho terreno por recorrer en cuanto a la propagación de las iglesias del Señor. Debemos predicar el evangelio por doquier, edificar los grupos pequeños y enseñar la verdad. Con esta meta en perspectiva, no debemos argumentar ni aferrarnos a opiniones diferentes. Debemos hablar la misma cosa, pensar lo mismo y avanzar unánimes. Las iglesias en Taiwan no deben ser las únicas en hacer esto, sino que todas las iglesias en todos los continentes por toda la tierra deben hacer lo mismo. Si lo hacemos, el poder será grande. El Señor ciertamente nos concederá una puerta abierta, pues éste es el camino que Él desea que tomemos hoy.