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Mensajes del libro «Visión del edificio de Dios, La»
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CAPÍTULO OCHO

LA EDIFICACIÓN DEL TABERNÁCULO

  Llegamos ahora al tabernáculo mismo, el propio edificio de Dios. Según el relato de Éxodo, es evidente que el tabernáculo mismo es producido a través de las experiencias de todos los objetos contenidos en él, como por ejemplo, la mesa del pan de la Presencia, el candelero, el altar del incienso y el Arca del Testimonio. Vimos que todas estas cosas representan a Cristo como el pan de vida, como la luz, como el incienso y como la corporificación misma de Dios. Necesitamos experimentar a Cristo a tal grado si hemos de tener parte en el edificio de Dios. Cuanto más experimentemos a Cristo, más seremos revestidos del oro divino, la naturaleza de Dios. Ya vimos que el Arca, el último objeto que estaba en el interior del tabernáculo, estaba recubierta de oro por dentro y por fuera. Esto demuestra que cuando experimentamos el Arca, nuestra naturaleza humana, tipificada por la madera de acacia, es completamente recubierta por la naturaleza divina, tipificada por el oro. Así que, vemos que la humanidad es completamente recubierta por la divinidad.

LAS TABLAS

  Las tablas del tabernáculo resultan de las experiencias que tenemos de los objetos que están dentro del tabernáculo y son la parte principal del edificio mismo. Sin las tablas, el tabernáculo no podría ser erigido. Si logramos ver este cuadro tan impresionante, comprenderemos que las tablas son la reproducción y agrandamiento del Arca. El Arca es Cristo, el Hijo de Dios encarnado. Por un lado, Él posee la naturaleza divina, y por otro, posee la naturaleza humana. La naturaleza divina está mezclada con la naturaleza humana como una sola entidad. Esta persona es la corporificación de Dios y el testimonio de Dios, el Arca. Las tablas, como reproducción del Arca, son la iglesia. El Arca es Cristo mismo, y la reproducción del Arca, o sea, su aumento, es la iglesia. La iglesia es el agrandamiento de Cristo, el aumento de Cristo, que es exactamente igual a Cristo en naturaleza.

  Dado que existe un solo Cristo, puede haber una sola Arca. Sin embargo, las tablas son muchas. Hay veinte tablas en el lado norte, veinte en el lado sur, seis en la parte posterior y dos en las esquinas (Éx. 26:15-25). En conjunto eran cuarenta y ocho tablas. El número cuarenta y ocho se compone de seis veces ocho. El hombre fue hecho en el día sexto; por lo tanto, el número seis simboliza al hombre. El número del anticristo es seiscientos sesenta y seis (Ap. 13:18). Esto significa un exceso del hombre, un exceso de humanidad, lo cual es muy negativo. El número ocho representa un nuevo comienzo, otro inicio, lo cual se refiere a la resurrección. Por lo tanto, las cuarenta y ocho tablas nos muestran que todos los que están relacionados con la iglesia como el edificio de Dios son humanos, pero han sido resucitados. El edificio se compone de la humanidad en resurrección. Había cuarenta y ocho tablas, pero un solo tabernáculo. Nosotros los cristianos somos muchos, pero a la vez somos un solo Cuerpo, una sola iglesia (1 Co. 10:17). Y esta única iglesia es el aumento del Arca, el agrandamiento de Cristo.

LA COMPOSICIÓN DE LAS TABLAS

  Estas cosas constituyen una preciosa revelación, pero ahora llegamos a un punto muy práctico: la composición de las tablas. Cada tabla estaba compuesta de madera de acacia recubierta de oro. Por consiguiente, su composición claramente revela dos cosas muy definidas que poseen dos naturalezas muy definidas, las cuales están unidas. En la tipología la madera representa la naturaleza humana. Pero la madera de acacia es un tipo de madera dura que es de superior calidad; no es una madera de baja calidad. Esto está en contraste con nuestro “veteado”, nuestra naturaleza humana. Nosotros somos extremadamente laxos, pero la madera de acacia es muy sólida, dura y resistente. La madera de acacia tipifica la naturaleza humana que ha sido resucitada, elevada y fortalecida. A fin de que la iglesia sea edificada, se requiere el elemento humano, o nuestra naturaleza humana, pero esta naturaleza humana primero tiene que pasar por la muerte. Después de esto tiene que ser resucitada, elevada y fortalecida.

  Como miembros de la iglesia, el primer requisito que debemos cumplir es que cada parte de nuestra naturaleza humana sea rechazada. No se acepta ni una sola partícula de ella en la iglesia. Sin duda alguna, la iglesia requiere seres humanos, pero no se necesita nada de nuestra naturaleza humana. Ésta no sirve para otra cosa que ser sepultada. Cada vez que alguien nuevo viene a la iglesia, lo primero que nos debe venir a la mente no es celebrar una boda sino un funeral. Cuando llegamos a la iglesia, debemos estar de acuerdo con ser sepultados en el bautismo. El bautismo representa sepultura, significa que nos deshacemos de nuestro yo. Sin embargo, en la obra redentora de Dios, la muerte no es el final, sino que es el proceso que conduce a la resurrección. Por lo tanto, no debemos temer ser sepultados en Cristo, puesto que por medio de la muerte seremos resucitados. El primer requisito que nos impone la vida de iglesia es que nos rechacemos a nosotros mismos. ¡Pero alabado sea el Señor, pues dentro de nosotros está el Espíritu de resurrección! El Espíritu Santo se encargará de resucitarnos, de elevar nuestra condición y fortalecernos. Cuanto más experimentemos lo que es negarnos a nuestro yo valiéndonos de la cruz de Cristo, más se elevará nuestra condición. Entonces ya no seremos personas tan naturales, sino que viviremos y actuaremos en resurrección.

  Estas experiencias fomentan el desarrollo de un carácter espiritual, que es la naturaleza humana resucitada, elevada y fortalecida. Como cristianos y aquellos que participan en la vida de iglesia, debemos ser sumamente fuertes, pero no en el sentido natural sino espiritual. En la naturaleza humana resucitada debemos ser tan fuertes como la madera de acacia. Muchos hermanos y hermanas son muy livianos, y algunos incluso aprecian su carácter. Dicen: “Tenemos que ser así para ser aceptados por los demás; ser estrictos hace que otros se lleven la impresión de que somos fríos y antipáticos”. ¡No debemos pensar así! Un requisito que es absolutamente indispensable para la edificación de la iglesia es que nuestra naturaleza humana sea resucitada, elevada y fortalecida, de tal modo que sea igual que la madera de acacia.

  El segundo constituyente de las tablas del tabernáculo es el oro, el cual recubre la madera. Todos debemos ser recubiertos por Dios de modo que nos perdamos en la naturaleza divina. Los que miran las tablas de tabernáculo únicamente ven el oro. Las tablas mismas son de madera intrínsecamente, pero lo que ellas manifiestan es el oro. Debemos ser fuertes, pero no en nosotros mismos. Asimismo, debemos ser pacientes, pero no en nosotros mismos. Debemos poder decir: “Alabado sea el Señor, mi manifestación, mi expresión, no es mi propia persona sino Dios. Yo soy una tabla de madera, pero mi expresión es el oro”. Como seres humanos que somos, no debemos manifestar nuestra naturaleza humana natural, sino algo que es divinamente de oro. Nuestra naturaleza humana natural debe pasar por la muerte, ser sepultada y resucitada. Necesitamos tener una experiencia completa de Cristo. Cuanto más lo experimentemos, más seremos revestidos de la naturaleza divina hasta que finalmente toda la tabla será recubierta del glorioso oro. Entonces la apariencia y expresión de todas las tablas será el oro.

  La iglesia se compone de diversos hombres, como por ejemplo, estadounidenses, chinos, japoneses, alemanes, etc. Pero alabado sea el Señor, porque en la iglesia no hay naturaleza estadounidense, china, japonesa ni alemana; más bien, la expresión total es divina. Todos somos revestidos, recubiertos y quedamos escondidos; la madera queda oculta en el oro. Esto es sumamente crucial, pues, como veremos más adelante, sin este recubrimiento de oro jamás podremos ser unidos (Éx. 26:26-29). En nosotros mismos somos tablas separadas e independientes, pero cuando somos revestidos de oro, somos unidos como una sola entidad. Nuestras naturalezas humanas peculiares jamás podrían ser unidas. La unidad de la iglesia, la unidad de los santos, no estriba en la naturaleza humana, sino en la naturaleza divina. Alabado sea el Señor, pues el revestimiento de oro, los anillos de oro y las barras de oro nos unen. Debemos preguntarnos en qué medida hemos sido recubiertos de oro.

  Los hermanos que son buenos son amables, pero los hermanos que son de oro son necesarios. Los hermanos que son buenos no pueden llevar adelante la edificación; de hecho, pueden estorbar y perjudicar la edificación. Muchas veces las personas buenas causan más daño a la edificación de la iglesia que las malas. Por ello es preciso que nos mezclemos con la naturaleza divina; tenemos que ser recubiertos de Dios. Esto únicamente podrá suceder a medida que experimentemos a Cristo; no existe otra manera. Cuando lo experimentemos no sólo como nuestra vida, nuestra luz y nuestro incienso, sino también como la realidad y corporificación de Dios, estaremos llenos de Dios. Seremos recubiertos, saturados de Dios y nos mezclaremos con Dios. Llegaremos a ser tablas de madera que tienen una apariencia de oro, y seremos los materiales apropiados que son aptos para la edificación de la iglesia.

EL ANCHO DE LAS TABLAS

  Cada una de las tablas medía un codo y medio de ancho (Éx. 26:15-16). Esto es sumamente significativo. Los números tres y cinco son los números que más sobresalen en el edificio de Dios, y uno y medio es la mitad de tres. Esto significa que ni usted ni yo somos una unidad completa; sólo somos la mitad de una unidad. Por lo tanto, necesitamos que la otra mitad nos complemente. Cuando el Señor Jesús envió a Sus discípulos, los envió de dos en dos: Pedro era uno y medio, y Juan era uno y medio. Cuando fueron puestos juntos, eran una unidad completa de tres codos. Nosotros jamás podemos ser independientes; necesitamos que alguien nos complemente. Muchas veces cuando observamos a un esposo y su esposa, parecen dos mitades de una unidad completa. En su hogar el esposo necesita a su querida esposa, pero en la iglesia él necesita a alguien más que lo complemente. El hecho de que en el Nuevo Testamento los discípulos fueran enviados de dos en dos revela que ellos no eran personas individualistas, sino miembros los unos de los otros. Ningún cristiano como individuo es una unidad completa. Nosotros simplemente somos miembros, y necesitamos que los demás miembros nos complementen. El factor fundamental en la vida de iglesia es que sin importar qué clase de persona yo sea, mi medida sigue siendo un codo y medio de ancho. Quizás alguien sea tan grande como el apóstol Pablo, pero con todo él debe aún recordar que sólo mide un codo y medio. La mayoría de nosotros cree que el apóstol Pablo escribió por sí solo el libro de 1 Corintios. Sin embargo, si examinamos las cosas más detenidamente, veremos que alguien más, a quien la mayoría de los cristianos desconoce, era su otra mitad que escribía junto con él (1:1). El apóstol Pablo no era una persona independiente; él no escribió de una manera individualista ni descoordinada.

  Debemos estar relacionados con otros cristianos de una manera definida y práctica. Es por ello que en el tabernáculo había cuarenta y ocho tablas en vez de cuarenta y siete o cuarenta y cinco. Era un número par, no un número impar. No podemos tener en la iglesia hermanos o hermanas “impares”; todos en conjunto debemos ser un número par. Por lo tanto, debemos tener siempre presente que en nosotros mismos no estamos completos, sino que apenas somos media unidad. Debemos siempre estar relacionados con alguien más. Por muchos años nunca me he atrevido a actuar de manera individualista. Alabado sea el Señor, pues bajo Su autoridad siempre he sido complementado por algún hermano o hermana. Tenemos que ser complementados por los demás.

LAS ESPIGAS

  Cada tabla tenía dos espigas (Éx. 26:17). Esto es muy interesante. ¿Por qué tenemos dos pies en vez de uno? Porque con un solo pie, no tendríamos equilibrio; seríamos inestables y no podríamos sostenernos. De igual manera, una tabla fácilmente podría girar si sólo tuviera una espiga, pero debido a que tiene dos puede quedar fija. Muchos hermanos, sin duda, son muy preciosos, pero fácilmente pueden cambiar. De hecho, continuamente están cambiando. La semana pasada eran muy positivos con respecto al Señor, pero esta semana cambian y no siguen igual. ¡Oh, en Dios no hay mudanza alguna! (Jac. 1:17). La razón por la cual muchos queridos cristianos continuamente cambian es que tienen una espiga en vez de dos. Con dos espigas siempre podemos conservar el equilibrio y ser inconmovibles.

  Si usted es un hermano así de variable, es mejor que encuentre otro hermano para que le sirva de espiga. Puesto que le falta una espiga, tiene que conseguirla con alguien más. Cada vez que quiera proceder en cierta dirección, debe procurar tener comunión y confirmación de parte de su hermano. Acuda a él y pregúntele si está de acuerdo o no con lo que usted está haciendo. Si no está de acuerdo, entonces no proceda en esa dirección. Aprenda a tener otra espiga y a ser confirmado por otros.

LAS BASAS

  Las dos espigas entraban en las dos basas (Éx. 26:19, 21, 25). Cada tabla, por tanto, tenía dos espigas que se ajustaban en las dos basas. Cada basa era de un talento de plata, o sea, pesaba aproximadamente cien libras. Esto significa que debajo de cada tabla había una base que pesaba doscientas libras. Con esa base, era imposible que una tabla pudiera girar o caerse. Por consiguiente, cada tabla era sumamente estable e inconmovible. Sin embargo, había algo más.

LOS ANILLOS Y LAS BARRAS

  Sobre la capa de oro que recubría a cada tabla había anillos, y éstos eran atravesados por barras que unían a todas las tablas (vs. 26-29). Había cinco barras para cada lado que conectaban las veinte tablas. Esto es muy interesante. Noten cómo estaban acomodadas estas cinco barras en cada uno de los lados donde había veinte tablas. Una barra se extendía de un extremo a otro pasando por en medio de las veinte tablas; de las cinco barras, ésta era la barra central. Las otras cuatro barras se distribuían en dos hileras interrumpidas, dos barras en cada hilera; una de estas hileras estaba arriba de la barra central y la otra debajo. Así pues, las cinco barras se distribuían en tres hileras. Nuevamente vemos aquí los números tres y cinco. El número tres representa al Dios Triuno, y el número cinco es el número de la criatura más el Creador, quienes juntos llevan la responsabilidad. Por lo tanto, el poder unificador de la iglesia es el Dios Triuno mezclado con la criatura. Las barras, que representan al Espíritu Santo, eran hechas de madera recubierta de oro. No sólo había madera dentro de las tablas, sino también dentro de las barras. Esto significa que el Espíritu Santo, quien nos une a todos, también tiene el elemento humano. Esto es muy significativo.

  En el capítulo 5 del libro El Espíritu de Cristo, escrito por Andrew Murray, hay una frase acerca del Espíritu del Jesús glorificado. Él dice que el Espíritu Santo no sólo posee la naturaleza divina, sino también la naturaleza humana. Es por ello que se usa la madera para tipificar al Espíritu Santo que une, porque Él no sólo es el Espíritu de Dios, sino también el Espíritu del hombre glorificado, Jesús. Este Espíritu de Jesús hoy incluye la naturaleza divina, así como también la naturaleza humana. Hoy el Espíritu Santo de Cristo es este Espíritu todo-inclusivo. Es el Espíritu Santo, el Espíritu que posee la naturaleza divina y la humana, quien une a todos los santos como una sola entidad.

  Las tablas del tabernáculo no estaban unidas por la madera sino por el oro. Si quitáramos el elemento del oro, todas las tablas se desplomarían. En las tablas mismas no había unidad; la unidad se hallaba en el oro, en la naturaleza divina. Los anillos tipifican al Espíritu Santo que nos regenera, la experiencia inicial que tenemos del Espíritu Santo. Las barras son el Espíritu Santo que une, el cual posee la naturaleza divina y la humana. Las barras unen todas las partes como un solo Cuerpo. Cuando permanecemos en la naturaleza divina, en Cristo, en Dios, somos uno. La unidad de la iglesia estriba en la naturaleza divina, en Dios y Cristo como Espíritu.

  Había tres conjuntos de barras: uno en el lado norte, otro en el lado sur y el último en el lado occidental, en la parte posterior del tabernáculo. Una vez más, esto tipifica a las tres personas de la Deidad. La expresión del Dios Triuno se ve continuamente en el tabernáculo, el edificio de Dios.

LAS COLUMNAS

  En cada uno de los lados del tabernáculo había tablas, menos en la entrada, el lado oriental. En la entrada había columnas, que tenían un velo o cortina (vs. 31-32). Si hubiera tablas en los cuatro lados, el tabernáculo estaría completamente cerrado. Esto habría sido demasiado exclusivo; pues no habría tenido ni una entrada ni una salida. La mayoría de los miembros de la iglesia son las tablas, pero algunos deben ser las columnas. El capítulo 2 de Gálatas nos dice que Pedro, Jacobo y Juan eran las columnas, los más fuertes, en la iglesia en Jerusalén. Debido a que las columnas eran más fuertes que las tablas, se entraba al tabernáculo pasando por medio de ellas. Si las personas quisieran entrar, las columnas proveían un camino. En la vida de iglesia debe haber hermanos más fuertes que sirvan de columnas; debe haber algunos que provean una entrada. Si algunos desean entrar, la entrada se abre, pero si hay necesidad de proteger, la entrada se cierra. Una pared es una estructura fija; nadie puede pasar a través de ella. Es apropiada para proteger, pero no provee ninguna entrada. En cambio, una puerta puede abrirse para dar entrada, o puede cerrarse para proteger a los que están adentro. Puede abrirse para permitir que las personas entren o puede cerrarse para dejarlas por fuera.

  Alabado sea el Señor por las entradas que hay en la iglesia. En la Nueva Jerusalén hay doce puertas. No sólo deben estar ahí las tablas como paredes, separando y protegiendo, sino también las columnas para proveer una entrada. Muchos hermanos son lo suficientemente fuertes para ser las tablas, pero necesitamos otros hermanos aún más fuertes, con más experiencia, que no sean tan “cuadrados” sino un poco “redondos”, para que estén firmes como columnas a fin de proveer una entrada.

  En algunas de las así llamadas iglesias no hay ni tablas ni columnas. No está presente el poder que separa, no hay ninguna protección ni ninguna entrada. En otros lugares hay demasiadas tablas, formando paredes en los cuatro lados. Están tan protegidos que excluyen a todo el mundo. Por lo tanto, se necesitan las columnas para que haya equilibrio en la iglesia.

EL FUNDAMENTO

  En la base del tabernáculo había cien basas de plata (Éx. 26:19, 21, 25, 32), cuyo peso total era de cien talentos, o aproximadamente diez mil libras (38:27). Estas basas de plata le daban mucha solidez a la estructura. La plata, como hemos visto, representa la redención. Esto significa que la morada de Dios entre Su pueblo debe estar basada en la redención efectuada por el Señor. Es únicamente de esta manera que puede ser sólida.

  En los tiempos del libro de Éxodo el tabernáculo no disponía de piso. El edificio de Dios aún no se había establecido en un lugar permanente, sino que era llevado en los viajes de un lugar a otro.

LA CUBIERTA

  La cubierta sobre el tabernáculo consistía de cuatro capas (26:1-14), las cuales representan al Cristo cuádruple, al Cristo de cuatro aspectos. La primera capa, la capa de lino fino, tipifica a Cristo como Aquel en quien no había pecado. Él no tenía pecado ni conoció pecado. La segunda capa era de pelo de cabras. En la tipología las cabras representan a los pecadores, y las ovejas representan a los que han sido justificados (Mt. 25:31-46). Por lo tanto, la capa de pelo de cabras nos revela que Cristo, Aquel que no conoció pecado pero que fue hecho pecado por nosotros (2 Co. 5:21). Esta capa consistía de once piezas, o sea, diez más una, lo cual indica un exceso. La tercera capa consistía de pieles de carnero teñidas de rojo, lo cual nos revela a Aquel que no tenía pecado, quien fue hecho pecado y murió por nuestros pecados al derramar Su sangre (1 Co. 15:3). Él es nuestra redención. La cuarta capa era de pieles de marsopa, lo cual tipifica al Redentor como nuestra protección. La piel de marsopa es muy fuerte y resistente, por lo que puede proteger del calor del sol, de las tormentas y las lluvias, de los fuertes vientos y de toda clase de ataques. Todas estas capas representan la protección que nos brinda Cristo, quien como Aquel que no tenía pecado fue hecho pecado por nosotros, a fin de ser nuestro Redentor. Éste es nuestro Cristo cuádruple, nuestra cubierta.

UN TIPO DE LA IGLESIA JUNTO CON CRISTO

  En conclusión, todo lo que hemos visto en la edificación del tabernáculo es un retrato, una figura, de la edificación de la iglesia con Cristo como su contenido. La iglesia se compone de muchas personas que experimentan a Cristo a tal grado que están mezcladas con Dios. Por lo tanto, ellas llegan a ser las tablas de madera que están recubiertas de oro y colocadas en las basas de plata. También están cubiertas por el Cristo cuádruple como Su protección. Esto es la iglesia; y en esta iglesia Cristo es el contenido. Dentro del tabernáculo estaba la mesa del pan de la Presencia, que exhibe a Cristo como el pan de vida; el candelero, que revela a Cristo como la luz de la vida; y el altar del incienso, que nos muestra al Cristo que es nuestro olor fragante y que nos permite ser aceptados por Dios. Por último, también estaba el Arca del Testimonio, que presenta a Cristo como la corporificación misma de Dios. Este Cristo es el contenido de la iglesia, y esta clase de iglesia es la expresión de este Cristo.

  Creo que este cuadro tan impresionante es bastante claro. Si deseamos practicar la vida apropiada de iglesia, tenemos que conocer y experimentar a Cristo como el contenido de la iglesia y a la iglesia como la expresión de este Cristo. A lo largo de los siglos Dios ha estado buscando y continúa buscando esta expresión. Él desea obtener este edificio en la tierra, incluso en la localidad donde usted está. El Dios Triuno que se nos describe en estos capítulos es la realidad de la iglesia local. Quiera el Señor en Su misericordia conducirnos a todos a esta experiencia.

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