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Mensajes del libro «Visión la práctica y la edificación de la iglesia como cuerpo de Cristo, La»
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CAPÍTULO SEIS

LOS PRINCIPALES ELEMENTOS NECESARIOS PARA PRACTICAR LA VIDA DE IGLESIA

(1)

  Lectura bíblica: Ef. 3:14-17a; 4:1-6, 11-16

ES NECESARIO QUE CRISTO HAGA SU HOGAR EN NUESTRO CORAZÓN

  El apóstol Pablo, en todos sus escritos, nos dio unos pocos ejemplos de las oraciones que hacía. Sin embargo, en el corto libro de Efesios tenemos dos oraciones. Antes que Pablo hablara acerca de la visión de la iglesia —lo que es la iglesia y cómo Dios planeó producir la iglesia— él oró por nosotros, pues comprendía que necesitamos un espíritu de revelación, una apertura interior, para poder ver las cosas eternas (1:15-23). Ésta es la primera oración en este libro. Luego, después de revelar la visión de la iglesia, comprendió que no es solamente un asunto a entender, algo propio de la mentalidad. Él comprendió que lo que necesitamos es la verdadera experiencia de lo que hemos visto en la visión. Por lo tanto, oró una segunda ocasión, en la última mitad del capítulo 3. El punto principal de esta oración consiste en que nuestro hombre interior necesita ser fortalecido para que Cristo haga Su hogar, no en nuestro espíritu, sino en nuestro corazón. Es muy necesario hacer hincapié en esto. Actualmente, incluso entre nosotros, hay una gran carencia en cuanto a conocer en nuestra experiencia cómo ser fortalecidos en nuestro hombre interior por el poderoso Espíritu de Dios para que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón.

Necesitamos la salvación de nuestra alma

  Hemos sido regenerados en nuestro espíritu, y Cristo ha entrado en nuestro espíritu para morar allí. No hay argumento alguno acerca de si Cristo está en nuestro espíritu o no. Necesitamos no sólo creer, sino también comprender claramente que Cristo está morando en nuestro espíritu. Sin embargo, esto equivale únicamente a la regeneración de nuestro espíritu. Existen tres pasos para la aplicación de la salvación que Dios efectúa. El primer paso es la regeneración, el cual se cumple en nuestro espíritu. Después de esto, aún tenemos el problema de nuestra alma. El Nuevo Testamento revela claramente que es posible que seamos regenerados plenamente en nuestro espíritu, pero que aún seamos anímicos, naturales y tengamos un alma entenebrecida. Ser anímico equivale a ser terrenales e incluso a guardar cierta relación con los demonios, a ser semejante a los demonios. Por lo tanto, el Nuevo Testamento nos dice que luego de ser regenerados en nuestro espíritu, aún necesitamos la salvación del alma. Nuestra alma necesita ser salva; necesita ser librada. Hebreos 10:39 habla acerca de ganar el alma, y 1 Pedro 1:9 menciona la salvación de nuestras almas. Jacobo 1 nos dice claramente que hemos sido engendrados por la palabra de la verdad, pero que aún necesitamos la palabra implantada y viviente de Dios, la cual puede salvar nuestras almas (vs. 18, 21). Por lo tanto, después de ser regenerados en el espíritu, necesitamos ser transformados en nuestra alma.

Necesitamos arrepentirnos al tener un cambio en la manera de pensar y al confesar

  Como hemos visto, la palabra arrepentirse en el griego significa un cambio en la manera de pensar. La mente es la parte principal del alma. Cuando ejercitamos nuestra mente para acudir al Señor, nuestra conciencia le sigue, y confesamos conforme a lo que la conciencia percibe. Tal como la mente es la parte principal del alma, la conciencia es la parte principal del espíritu. Por lo tanto, arrepentirse y confesar equivale a ejercitar nuestra mente y nuestra conciencia. Cuando abrimos nuestra mente y abrimos nuestra conciencia, el Señor tiene una puerta abierta para llenarnos.

  Hemos dicho estas cosas anteriormente, pero tenemos que repetirlas otra vez. Son asuntos que se hallan no meramente en nuestra mentalidad humana, sino en los lugares celestiales. Me preocupa que es fácil recibir otras enseñanzas, pero aun si repetimos varias veces lo mencionado anteriormente, todavía podríamos olvidarlo. En realidad, lo que ocurre no es que sencillamente nos olvidamos; más bien, el enemigo arrebata estas cosas. En muchas ocasiones cuando intentamos señalar estos asuntos a la gente, sus pensamientos se distraen en el momento crucial. Luego, cuando su atención regresa, es demasiado tarde y no reciben impresión alguna de estos asuntos. Es por esto que el Nuevo Testamento indica que no sólo los incrédulos, sino también los creyentes espirituales que buscan más del Señor necesitan arrepentirse siempre. En las epístolas de Apocalipsis 2 y 3, el Señor ordena a la mayoría de las siete iglesias que se arrepientan (2:5, 16, 21; 3:3, 19). La primera palabra de predicación hallada en el Nuevo Testamento es un mandato de arrepentirse (Mt. 3:2; 4:17). En 1 Juan 1:9 también se nos dice que confesemos nuestros pecados, lo cual implica arrepentirse.

  Arrepentirnos equivale a volver nuestra mente al Señor, y confesar es ejercitar nuestra conciencia. Arrepentirnos y confesar equivalen a abrir nuestra mente y conciencia al Señor. Cuando nuestra mente y conciencia están abiertas al Señor, la puerta está abierta a Él, y Él tiene la vía libre para llenarnos. Luego el Señor viene, no desde el exterior sino desde adentro, para extenderse en nosotros a fin de saturar todas las partes de nuestra alma. Romanos 12:2 dice: “Transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. Nuestra mente es renovada al ser saturada del Espíritu de Cristo. Cuando nos abrimos al Señor, Él viene para llenarnos, extendiéndose en nuestro interior desde nuestro espíritu a todas las partes del alma. Jeremías 31:33 llama estas partes las “partes internas”. Todas nuestras partes internas serán saturadas del Espíritu de Cristo. Luego nuestra mente será renovada y nuestra voluntad y parte emotiva también serán renovadas. Todas las partes de nuestra alma serán renovadas y saturadas de Cristo. En otras palabras, todas las partes del alma serán ocupadas, poseídas, por Cristo. Luego Cristo se establecerá en todas las partes de nuestra alma. El corazón está compuesto por todas las partes del alma más la conciencia del espíritu. Por lo tanto, Cristo está haciendo Su hogar en nuestro corazón (Ef. 3:17).

Liberar a Cristo del encarcelamiento del alma

  No hay duda alguna de que tenemos a Cristo en nuestro espíritu, pero hay mucha duda acerca de si Cristo tiene cabida en nuestra alma. Es posible que no haya lugar, espacio o terreno alguno para Cristo en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Si éste es el caso, nuestro espíritu no es una residencia para Cristo, sino una prisión para Él. Cristo está encarcelado por nuestra alma. Cuando creímos, ejercitamos nuestra mente para arrepentirnos. Experimentamos un cambio en nuestra manera de pensar, lo cual significa que nuestra mente estaba abierta. Al mismo tiempo también confesamos nuestros pecados. Además de creer, siempre debemos confesar. De esta manera tanto nuestra mente como nuestra conciencia fueron abiertas, así que recibimos al Señor Jesús y Él entró en nosotros. Sin embargo, después de esto muchos creyentes cierran su mente y su conciencia. El Señor Jesús entró en ellos, pero ellos le encerraron dentro de su espíritu. Dicho de otra forma, ellos le encarcelan por medio de su conciencia, mente, parte emotiva, su terca voluntad y su yo. Cristo está en nuestro espíritu, pero es posible que esté encarcelado. Es por esto que el apóstol Pablo, luego de revelar la visión del Cuerpo en la primera parte de Efesios, comprendió que necesitamos que nuestro hombre interior, nuestro espíritu, sea fortalecido para que Cristo haga Su hogar en todas las partes del corazón: la mente, la parte emotiva, la voluntad y la conciencia. Esto significa que Cristo ocupará todas las partes internas de nuestro ser humano y se establecerá en ellas.

  En años recientes, tanto aquí como en el Lejano Oriente, los hermanos y hermanas han hablado mucho acerca de Cristo como vida y de la edificación de la iglesia. Sin embargo, mi observación e impresión me hacen estar triste. A menos que el alma sea quebrantada y transformada, no existe posibilidad alguna de tener la verdadera vida de iglesia. Es por esto que aun al final de su ministerio, el hermano Nee todavía habló acerca del quebrantamiento del hombre exterior con miras a la liberación del espíritu. El hombre exterior, el hombre anímico, necesita ser quebrantado para que el hombre interior, el espíritu, sea liberado. Hoy las personas aprecian el libro del hermano Nee titulado La vida cristiana normal, pero eso es sólo los rudimentos. Ésos fueron los mensajes que dio hace más de veinticinco años. Al principio, en los primeros años luego de haberlo conocido, él siempre enfatizaba estos asuntos. Sin embargo, después de esto, él sufrió pruebas por mucho tiempo y después de la Segunda Guerra Mundial sus mensajes casi siempre enfatizaban el quebrantamiento del hombre exterior.

  Antes que el hermano Nee regresara al ministerio público después de la guerra, él tuvo varios tiempos de comunión con unos cuantos hermanos. En estos largos discursos él enfatizó una sola cosa. Cada vez que yo o alguna persona hacía una pregunta, él siempre respondía de una sola manera: el hombre exterior tiene que ser quebrantado. Todos los problemas surgen del hecho de que el hombre exterior, el alma, no está quebrantado. El alma es demasiado fuerte. La mente es demasiado natural, la parte emotiva es demasiado mundana y la voluntad es demasiado humana.

  Un hermano podría amar al Señor, pero es posible que su mente nunca haya sido renovada; aún es natural. De manera semejante, su parte emotiva es terrenal y su voluntad es demasiado humana y egoísta. Podemos examinarnos a nosotros mismos por la manera en que hablamos. Cuando los hermanos o hermanas se juntan para hablar, son muy fuertes, pero cuando les pedimos que oren, son débiles. Esto se debe a que hablar es algo relacionado con la mente, pero orar es algo que ocurre en el espíritu. Si los hermanos y hermanas están hablando y alguien dice: “Guardemos silencio”, ellos no pararán de hablar, incluso después de habérseles pedido esto varias veces. La mejor manera de callar a la gente es decir: “Tengamos un tiempo de oración”. Entonces todos estarán tan callados como un cementerio. Esto se debe a que orar requiere que ejercitemos nuestro espíritu, y muchos santos no están preparados para hacer esto. Aun si oran, sólo ejercitan su mente, y eso es lo que sale de su boca. Su oración no toca su corazón o su espíritu.

  Muchos santos sencillamente no oran en lo absoluto, ni siquiera por varias semanas. Ellos vienen a las reuniones de la iglesia sin una vida de oración, mas son muy activos en su mente. Si discutimos o sencillamente tenemos comunión unos con otros, a la postre nos pelearemos unos con otros. Usted tiene su opinión, yo tengo mi idea, y todos tienen algo que decir. Somos muy fuertes en la mente. Sin embargo, cuando les pedimos a las personas que oren, la debilidad en su espíritu queda expuesta inmediatamente. Es por esto que estamos enfatizando este asunto nuevamente.

  De manera similar, es por esto que en Efesios cuando Pablo aborda la cuestión de la experiencia, ora así: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre [...] para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu; para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones” (vs. 14, 16-17a). Cristo mora en nuestro espíritu, pero es posible que no esté ocupando todas las partes internas de nuestra alma. Esto es un asunto de vital importancia.

  Colosenses 1:27 dice: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. No hay duda de que Cristo está en nosotros, pero nuestra alma es muy fuerte, natural, terrenal y humana. Por lo tanto, finalmente, ya sea de manera intencional o no, encarcelamos a Cristo por medio de nuestra alma. Lo mismo ocurre con todos nosotros. Todos tenemos a Cristo, pero nuestro Cristo ha sido encarcelado en nuestro interior. La vida de iglesia es Cristo aprehendido, expresado y experimentado por todos los santos de manera corporativa. Este Cristo emana de todas las personas y nos mezcla conjuntamente. Sin embargo, si Cristo es encarcelado por la vida anímica en usted, y es encarcelado por la vida anímica en mí, ¿cómo podemos tener la vida de iglesia? Cristo está en nosotros, pero no puede ser expresado y no puede ser hecho real para nosotros por causa de nuestra alma. El alma de una persona es fuerte, y el de otra es aún más fuerte. Una persona ejercita su mente y otra ejercita la suya más todavía. Sí, somos hermanos y somos miembros del Cuerpo, pero todos estos miembros están cubiertos y ocultados por una capa de “cera” anímica. Esta “cera” anímica es sumamente fuerte. Somos demasiado fuertes en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad. Es por esto que necesitamos ser fortalecidos en nuestro hombre interior. Luego Cristo nos llenará y se extenderá desde nuestro interior para apoderarse de nuestro corazón. Después el alma será subyugada y quebrantada, y todas las partes del alma serán renovadas. Entonces Cristo será expresado, y es por medio de este Cristo que somos uno.

Ser unidos por la naturaleza divina mediante el fortalecimiento de nuestro espíritu y el sometimiento de nuestra alma

  La mayor parte del tabernáculo consistía de cuarenta y ocho tablas erigidas, las cuales estaban recubiertas de oro. Sobre el oro que las recubría había anillos de oro, y pasando por los anillos de oro estaban las barras de oro (Éx. 26:18-29). Era por medio de este oro que recubría las tablas que todas ellas eran conjuntamente unidas como una sola entidad. Si hubiéramos podido quitar el oro y dejar sólo las cuarenta y ocho tablas, se habrían desarmado inmediatamente. Esto significa que en nosotros mismos no hay unidad. La unidad se halla en el oro que recubre, el cual representa la divinidad, la naturaleza divina. Es en esta divinidad, en el Dios Triuno como oro divino que recubre, que somos cubiertos y conjuntamente unidos. Este tipo nos presenta un cuadro claro. No es posible que seamos uno con los demás en nosotros mismos. Sólo somos tablas de madera. En nosotros no se halla el elemento que nos une. El elemento que une es el oro, la naturaleza divina. Por lo tanto, debemos ser recubiertos por, con y en el Dios Triuno. En el Dios Triuno está el poder que une. Los anillos de oro y las barras también representan el poder que une, el cual se halla en la naturaleza divina. Cuando Cristo nos posee y hace Su hogar en todas las partes de nuestro ser, Él llega a ser nuestra unidad. Sólo Cristo es la unidad, y todos somos uno en Él. Juan 17:21 dice: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros”. Somos uno “en Nosotros”, es decir, en el Dios Triuno.

  El secreto de la unidad se realiza primeramente en nuestro espíritu, nuestro hombre interior, y luego en nuestra alma. Nuestro hombre interior tiene que ser fortalecido, y nuestra alma necesita ser subyugada, renovada, captada, ocupada y poseída por el Cristo que mora en nosotros. Entonces Cristo será liberado y estaremos bajo Él y en Él. Es por medio de este Cristo que mora en nosotros y es liberado que somos uno. De esta forma podemos tener la vida de iglesia.

  Todos debemos traer estas cosas al Señor y pasar algún tiempo con Él para orar por este asunto. Creo que un día el Señor abrirá nuestros ojos para que veamos esto de forma clara. Estas cosas son hechos espirituales, pero pocas personas las han aprehendido. Los incrédulos no las pueden aprehender ni tampoco hay muchos creyentes que las aprehenden; de otra forma no habría necesidad para que el apóstol orara en Efesios 3. Él oró por nosotros con miras a esto, y nosotros también debemos orar por esto.

PRACTICAR LA UNIDAD DEL ESPÍRITU CON MIRAS A LA VIDA DE IGLESIA

  Luego de su oración en Efesios 3, Pablo procede al capítulo 4. La primera parte de este capítulo revela la manera apropiada de practicar la vida de iglesia. Hoy día oímos muchas voces que dicen diferentes cosas acerca de la iglesia, pero muchas personas han olvidado Efesios 4. En el corto pasaje que abarca los versículos del 1 al 16, el apóstol, bajo la inspiración del Espíritu Santo, escribió algo muy profundo. Todos los aspectos de la vida de iglesia están aquí. Muchos de los que hablan acerca de la vida de iglesia hoy día han descuidado y olvidado esta porción de la Palabra. A fin de practicar la vida de iglesia, necesitamos entrar en la realidad de todos los asuntos principales, los puntos principales, acerca de la iglesia hallados en Efesios 4.

  Pablo comienza, diciendo: “Yo pues, prisionero en el Señor, os ruego” (v. 1a). Pablo comprendió que él era un prisionero, no meramente en una prisión sino en Cristo. Él estaba encarcelado en Cristo. A fin de tener la vida de iglesia, debemos ser un prisionero en Cristo sin libertad alguna en el yo. Tenemos que perder nuestra libertad para ser encarcelados por Cristo. La iglesia es una “cárcel” para nosotros. Debemos ser encarcelados en el Señor en la iglesia.

  Pablo continúa, diciendo: “Que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, soportándoos los unos a los otros en amor, diligentes en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (vs. 1b-3). Cada vez que hablemos acerca de la práctica de la vida de iglesia, debemos recordar que lo primero que necesitamos es guardar la unidad del Espíritu. Esto requiere que nos olvidemos de todo lo demás. La tercera estrofa del himno tradicional “Firmes y adelante” en el inglés original dice: “Uno en fe y doctrina, uno en caridad”. Esto no es un concepto exacto. Los cristianos nunca podrán ser uno en doctrina. Si alguien tiene cierto entendimiento acerca de una porción en particular de la Biblia, él podría aferrarse a esa porción sin importarle la unidad. Muchos cristianos insisten en bautizar por aspersión, algunos insisten en una sola inmersión y otros insisten en hacer tres inmersiones. Algunos sumergen en agua templada, otros lo hacen en agua fría, y aun otros bautizan de otras formas. Respecto a este único asunto hay muchas opiniones. A fin de tener la realidad de la vida de iglesia debemos olvidarnos de la doctrina. Si le prestamos atención a la doctrina, podríamos llegar a ser una iglesia “de tres inmersiones”. Alabado sea el Señor, el Espíritu está en usted y en mí, así que todos somos uno en el Espíritu. Por lo tanto, es mejor cantar la línea citada anteriormente así: “Uno en fe y Espíritu, / Uno en el Señor” (Himnos, #394).

  Me preocupa que nos aferremos a algo que no sea un elemento de la fe que salva o de la unidad del Espíritu. Algunos creyentes tienen su asunto preferido, un asunto que aman. En un sentido, están adictos a ese asunto. Algunos, por ejemplo, están “adictos” a hablar en lenguas. Si oyen a alguien que habla en lenguas, ellos no consideran si ello es genuino o falso. En el mismo principio, nosotros también podríamos tener algo a lo cual estamos adictos. Cualquier cosa a la que alguien esté adicto es un elemento divisivo. Podría parecernos que él es uno con los demás, pero aún hay algo en su interior que lo divide y lo mantiene alejado de los demás. Él podría venir a las reuniones, pero en su interior él no es uno. Algo dentro de él divide de manera secreta y sutil.

  El Señor puede testificar que por Su misericordia siempre hago todo lo posible por olvidarme de todo lo demás a fin de guardar la unidad del Espíritu. Cuando algunos queridos santos trajeron panderetas para tocar en las reuniones, ello no me molestó. Aunque no prefiero esto, no insistí en que no las tuviéramos. Les dije a los hermanos: “Siempre y cuando adoren a Dios, conmigo está bien. Permítanles tocar la pandereta”. Sin embargo, aquellos queridos santos finalmente insistieron en su práctica de manera divisiva, y ahuyentaron a otros. No debemos tener nada en nosotros que sea un elemento divisivo. La práctica de la unidad expone dónde estamos. Los problemas que hemos enfrentado en Los Ángeles por los pasados dos años y medio se deben a que algunos queridos santos insisten en algo aparte de la unidad del Espíritu. Debemos preocuparnos por guardar la unidad del Espíritu y nada más. Si alguien dice que el Señor Jesús no es el Hijo de Dios, deberíamos sacrificar nuestras vidas para luchar por la verdad, pero si alguien desea tocar la pandereta en la reunión, sencillamente deberíamos decir: “Hermano, si siente la libertad de hacerlo, hágalo, pero por favor también tome cuidado de los demás”. Si tocan o no la pandereta es insignificante. Tenemos que olvidarnos de todo lo demás y guardar una sola cosa: la unidad del Espíritu.

  Los versículos del 4 al 6 nombran todos los elementos de la unidad —un Cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo y un Padre—, es decir, el Dios Triuno que mora en nosotros para hacernos un Cuerpo. El Padre está en el Hijo, el Hijo está en el Espíritu y el Espíritu está en nosotros (Jn. 14:11; 1 Co. 15:45; Ro. 8:9, 11). Ahora somos un solo Cuerpo, el cual es la verdadera mezcla del Dios Triuno con el hombre. Somos uno en todos los asuntos anteriormente mencionados. No hay argumento alguno acerca de estos asuntos; debemos aferrarnos a ellos. Guardar la unidad del Espíritu es el primer aspecto en la práctica de la vida de iglesia.

EL MINISTERIO DE LAS PERSONAS DOTADAS TIENE POR FINALIDAD LA EDIFICACIÓN DEL CUERPO

  Después de esto, Pablo habla en Efesios 4 acerca de la función de las personas dotadas. Por una parte, todos somos uno en el Espíritu, en el Dios Triuno, en la fe que salva y en todos los asuntos hallados en los versículos del 4 al 6. No obstante, por otra parte, los ministerios de las personas dotadas parecen ser diferentes. Existen el ministerio de los apóstoles, el ministerio de los profetas, el ministerio de los evangelistas y el ministerio de los pastores y maestros. Hay al menos estas cuatro categorías de ministerios. No obstante, el propósito de todos los ministerios sigue siendo uno solo. Todos los diferentes ministerios tienen por finalidad la edificación de la iglesia como Cuerpo de Cristo. Consideremos la situación actual. ¿Acaso se preocupan los evangelistas por el Cuerpo? Muchos evangelistas se olvidan del Cuerpo y descuidan el Cuerpo; su única meta es el evangelismo. Es por esto que hay tantas divisiones hoy. Un evangelista prevaleciente con su predicación prevaleciente podría formar una división espontáneamente. De manera similar, un gran maestro podría vivir y obrar sólo por causa de su enseñanza, y no con miras al Cuerpo, y finalmente una división podría surgir de su enseñanza. En lugar de tener por finalidad la edificación del Cuerpo, muchas veces estos ministerios crean divisiones.

  Debemos aplicar todas estas cosas a nosotros mismos. Si muchos de nosotros salimos a obrar por el Señor, algunos podrían ser más evangélicos, pero otros podrían preocuparse más por la enseñanza. Podría ser que los evangelistas formen algo con miras a su evangelismo, y los maestros formen algo con miras a su enseñanza, y que ambos descuiden de la edificación del Cuerpo. Debemos recibir la visión de que todos los distintos ministerios tienen un solo propósito. Si alguien predica el evangelio, no debería retener para sí mismo el resultado, el fruto, de su predicación. Tiene que retirar su mano del resultado de su predicación y permitir que el fruto de su predicación sea para la edificación de la iglesia. Igualmente, no importa cuánto ayudemos a las personas por medio de nuestra enseñanza, no debemos retener para nosotros mismos el resultado de nuestra enseñanza. Tenemos que permitir que los frutos de nuestra enseñanza sean para la iglesia local. Esto no es algo insignificante.

  Es una vergüenza decir que aun entre nosotros existe una tendencia secreta de parte de ciertas personas dotadas de retener para sí mismos el resultado de su obra. Esto no tiene por finalidad la edificación; más bien, equivale a derribar. A fin de practicar la vida de iglesia, tenemos que estar claros en cuanto a esto. De la misma forma, los santos no deberían tener como meta algún ministerio en particular. Deberían tener la iglesia como su meta. Alguien podría decir: “He recibido mucha ayuda de este maestro. Estoy de parte de él”. Sin embargo, si usted prefiere a este maestro, él no debería recibirle a usted de esa manera. Algunos en Corinto dijeron: “Yo soy de Pablo”, pero Pablo respondió diciendo que él era de ellos (1 Co. 3:4, 21-22). No deberíamos estar de parte de alguna persona en particular o de su ministerio. Más bien, estamos de parte de la iglesia donde vivimos. Debemos olvidarnos de cualquier ministro que haga algo con miras a su propio ministerio.

  Sin embargo, no deberíamos culpar a las personas dotadas. Debemos culparnos a nosotros mismos, la congregación. Es muy fácil que las personas lleguen a ser seguidoras de un ídolo. Decir: “Yo soy de Pablo; lo aprecio”, o “yo soy de Apolos”, o “yo soy de Pedro” es algo carnal (1:12; 3:4). No deberíamos decir que estamos de parte de alguien. Deberíamos decir: “Yo estoy de parte de la iglesia en mi localidad”. Si los santos están claros en cuanto a esto, nadie podrá crear una división. Si alguien intenta crear una división, quedará solo. Nadie le seguirá; más bien, todos iremos en pos de la iglesia local. Podríamos ser amables con ese hermano y decir: “Hermano, apreciamos su ministerio. ¡Alabado sea el Señor! No obstante, no estamos de parte de su ministerio. Estamos de parte de la iglesia local. Además, creemos que usted también sabe que su ministerio tiene por finalidad la iglesia”.

  Cuando las personas dijeron: “Yo soy de Pablo”, Pablo no estaba contento. Sin embargo, actualmente a las personas les gusta oír este tipo de afirmación. Si alguien nos dijera: “Estoy de parte de su ministerio”, podríamos estar muy contentos, pero si alguien dijera: “No estoy de parte de su ministerio; estoy de parte de la iglesia local”, podríamos estar decepcionados. Conducirnos así es algo vergonzoso. No obstante, tenemos que culparnos a nosotros mismos porque nos es muy fácil seguir un ministerio. Todos debemos compartir la responsabilidad de haber obrado mal. Es correcto recibir un ministerio, pero no estamos en favor del ministerio y no seguimos ese ministerio. Estamos de parte de la iglesia local. De ahora en adelante, dondequiera que estemos, tenemos que darnos únicamente a la iglesia local. Entonces ninguna persona dotada podrá crear división alguna entre nosotros.

  La razón por la cual apenas hay alguna práctica verdadera de la vida de iglesia actualmente es que sencillamente las personas no están claras en cuanto a estos puntos. Por una parte, algunos siempre guardan algo que no es la unidad del Espíritu. Por otra parte, otros siguen ciertos ministerios muy fácilmente. Como resultado de ello, no hay vida de iglesia. Estos dos asuntos por sí solos son suficientes para anular y destruir la vida de iglesia. En primer lugar, no debe existir nada en nuestro interior que causa división. Tenemos que guardar una sola cosa: la unidad del Espíritu. En segundo lugar, apreciamos todos los ministerios útiles, pero no podemos estar de parte de ninguno de estos ministerios. Tenemos que estar de parte de la iglesia.

LA IGLESIA NO SE EDIFICA DIRECTAMENTE POR LAS PERSONAS DOTADAS, SINO POR TODOS LOS MIEMBROS PERFECCIONADOS

  Las personas dotadas no edifican la iglesia de manera directa. Por una parte, el Señor nos dijo en Mateo 16:18: “Edificaré Mi iglesia”, pero por otra parte, incluso Cristo, la Cabeza, no edifica Su iglesia directamente. La Cabeza edifica la iglesia por medio de las personas dotadas: los apóstoles, profetas, evangelistas y pastores y maestros. De igual forma, las personas dotadas tampoco deben ni pueden edificar la iglesia de manera directa. Efesios 4:11 menciona las diferentes personas dotadas. Luego el versículo 12 nos dice que todas estas personas dotadas no sirven para edificar la iglesia directamente, sino para perfeccionar a los santos. Si usted es una persona dotada, no debería edificar la iglesia de manera directa. Su responsabilidad consiste en perfeccionar a todos los hermanos locales, quienes edifican la iglesia directamente. Lo que usted tiene que hacer es perfeccionar a otros, adiestrarlos, hacerlos aptos, enriquecerlos, fortalecerlos y enseñarles. Luego, permita que hagan la obra de edificación. Su deber no consiste en edificar la iglesia de manera directa. Su deber consiste en perfeccionar a los santos. Permita que los santos perfeccionados efectúen la obra de edificación directamente.

  Este asunto es de suma importancia. Muchas veces no hago mucho en las reuniones porque no quiero dar la impresión de que las reuniones son asunto mío. No son asunto mío. Cuando vengo a las reuniones, vengo en calidad de invitado. Los santos son el anfitrión, así que tienen que servir, y yo sencillamente disfruto. Tengo que decir esto por causa de nuestro trasfondo en el cristianismo. En la Iglesia Católica hay sacerdotes, en las denominaciones hay ministros o pastores, y entre la Asamblea de los Hermanos hay hermanos responsables. Podríamos comparar estas personas con diferentes estilos de vestimenta. Podría ponerme vestimenta occidental hoy, vestimenta japonesa otro día y vestimenta tradicional china el próximo, pero sigo siendo la misma persona. De la misma forma, cada vez que le llamamos a algunos pastores, ministros o hermanos responsables, son la misma clase de clero. No deberíamos tener clero o laicado entre nosotros.

  Durante los últimos dos años nosotros también hemos tenido hermanos que llevan la delantera. Todos los que llevan la delantera en la reunión tienen que ser cuidadosos en cuanto a la manera en que actúan, para no darle a la gente la impresión de que están tomando la delantera. Aquí nuevamente hay dos partidos responsables. Por una parte los que llevan la delantera actúan despreocupadamente de una manera que les da a las personas la impresión de que ellos están tomando la delantera. Por otra parte, muchos de los queridos hermanos y hermanas son débiles y no están bien en su espíritu, y también tienen un concepto erróneo, pues vienen a las reuniones de manera pasiva, no activa. Sin embargo, ahora debemos estar claros. A fin de practicar la vida de iglesia, las personas dotadas no deberían edificar la iglesia de manera directa. Lo que deben hacer es perfeccionar a los santos y permitirles edificar la iglesia directamente. Éste es el tercer aspecto en la práctica de la vida de iglesia.

LLEGAR A LA UNIDAD DE LA FE

  El versículo 13 es un versículo sumamente importante y práctico. Dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. Este versículo habla acerca de llegar a tres asuntos. Primeramente, llegamos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios. Esta unidad tiene que ver con la unidad del Espíritu. Podríamos ilustrar estas dos clases de unidad de la siguiente forma. Tres hermanos podrían ser salvos la misma noche. Después de ser salvos, ellos todos tienen el mismo Espíritu, así que tienen la unidad del Espíritu. En ese momento son inocentes y no conocen mucho. Son recién salvos, tienen al Espíritu Santo en su interior y se aman unos a otros. Sin embargo, luego de un corto periodo de tiempo, el primer hermano conoce a un pastor de una denominación de los bautistas del sur, quien es muy devoto al Señor y le brinda mucha ayuda. El hermano le aprecia mucho, y luego de varios meses, el hermano es adoctrinado por él.

  De manera similar, el segundo hermano recibe mucha ayuda de un presbiteriano en su lugar de trabajo, y pronto él también es adoctrinado con la enseñanza presbiteriana. Al mismo tiempo el tercer hermano recibe ayuda de alguien en la denominación metodista. Después de varios meses estos hermanos se encuentran de nuevo, y comienzan a discutir. El primer hermano discute a favor de la manera de los bautistas del sur, el segundo a favor de la manera presbiteriana y el tercero a favor de la manera metodista. Mientras más estos hermanos aprenden, más se dividen. Además, uno de los hermanos cambia y comienza a reunirse con la Asamblea de los Hermanos. Luego, al aprender sus caminos y prácticas, él recibe aún más elementos divisivos. Esta situación es lamentable. Los tres hermanos piensan que están creciendo. Sin embargo, sólo están creciendo en su mente, no en el Señor. Ellos están creciendo en conocimiento doctrinal, no en el espíritu. Esta situación perdurará hasta que algunas personas dotadas apropiadas perfeccionen a estos tres hermanos y los ayuden a crecer. Quizá después de medio año por la misericordia del Señor tendrán más crecimiento. Luego cuanto más reciban la ayuda apropiada y crezcan, más podrán soltar las cosas que recibieron después que fueron salvos. Entonces todos los tres hermanos llegarán a la unidad de la fe. En realidad, esto significa que regresarán a la unidad que alguna vez tuvieron.

  El versículo 13 también habla acerca de llegar a un hombre de plena madurez. Llegar de esta manera no tiene que ver con el conocimiento o los dones, sino con el crecimiento. No deberíamos considerar si una persona está bien conforme a las enseñanzas, los dones u otros asuntos. Más bien, deberíamos verificar si está creciendo. La medida de la estatura de la plenitud de Cristo en este versículo también tiene que ver con el crecimiento. Las personas dotadas deben perfeccionar a los santos en los tres asuntos antes mencionados. Ellos necesitan ayudar a los santos a crecer para que puedan llegar a la unidad de la fe. Muchos santos han recibido muchas cosas debido a que recibieron la ayuda equivocada. Ahora las personas dotadas tienen que otorgarles la ayuda adecuada para que puedan soltar esas cosas erróneas, crecer y llegar a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez y a la madurez en la vida de Cristo.

SOLTAR NUESTRAS DOCTRINAS PARA OCUPARNOS ÚNICAMENTE DE CRISTO Y LA IGLESIA

  El versículo 14 dice: “Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de enseñanza en las artimañas de los hombres en astucia, con miras a un sistema de error”. La fe es distinta de la enseñanza, o doctrina, que se menciona en este versículo. Siempre y cuando creamos que el Señor Jesús es el Hijo de Dios quien se encarnó como hombre, murió en la cruz por nuestros pecados y resucitó, somos salvos, independientemente de si creemos en una doctrina particular o no. Esto comprueba que la enseñanza de la cual se habla en el versículo 14 no es parte de la fe. Más bien, es un viento que nos aleja de Cristo y del Cuerpo. Hoy día muchos diferentes vientos de doctrinas están alejando a las personas de la vida de iglesia. Debemos guardar la fe, pero tenemos que soltar las doctrinas. Cuando digo esto, algunos podrían decir: “Este hombre enseña una herejía. La Biblia nos dice que aprendamos doctrinas, pero este hombre dice que deberíamos olvidarnos de la doctrina”. No obstante, si dejamos las doctrinas, los vientos de enseñanza, seremos bendecidos por Dios.

  Debemos soltar las meras doctrinas y amar al Señor, tener contacto con Él, testificar por Él y vivir en el espíritu con Él. Debemos pelear la batalla, no contra las personas, sino por causa del recobro de la vida del Cuerpo. Tenemos que testificar a los principados y potestades en los lugares celestiales que estamos aquí con ninguna otra meta aparte de Cristo y Su Cuerpo. Si no lo estamos, entonces no podremos enfrentarnos a la situación cuando salgamos. Los vientos de enseñanza son seductivos y sutiles. Cuando leo ciertas enseñanzas, percibo un espíritu seductor. Podrían parecer muy convincentes. Si no hemos establecido un fundamento básico, me temo que no podremos resistirlos. Nosotros también seremos zarandeados.

  Le doy gracias al Señor por Su soberanía. Nací en el cristianismo y aprendí todo lo relacionado al cristianismo. También aprendí de la Asamblea de los Hermanos, así que conozco lo que enseñan. Sin embargo, por la misericordia del Señor me percaté de que ésta no era la manera correcta. Ésta no es la manera de la vida, y no es la manera correcta de practicar la vida de iglesia. De ahora en adelante, quiera el Señor que no conozcamos nada aparte de Cristo como nuestra vida, y que podamos juntarnos en Él y con Él para practicar la vida de iglesia, al andar, actuar, obrar y servir en el espíritu, y al ser limitados por el Cuerpo. Esto es todo lo que tenemos que hacer. En el temor de Dios y en el amor del Señor, no queremos tocar nada pecaminoso. Además, nos queremos olvidar de las meras doctrinas, interpretaciones y asuntos similares. Leemos la Palabra no para entender las doctrinas, sino para participar de la vida en Cristo por medio del espíritu. Día tras día leemos la Biblia para alimentarnos del Señor, no para aprender las meras doctrinas.

  El versículo 14 habla acerca del viento de enseñanza, no el viento de herejías. Pareciera que las enseñanzas y doctrinas son buenas. No obstante, de ahora en adelante, todos los hermanos que sientan la carga de ministrar entre nosotros tienen que ministrar de modo que puedan alimentar a las personas con vida, y no enseñarles a conocer ciertas exposiciones e interpretaciones. Las hermanas también deberían aprender a no hablar de manera doctrinal. Cada vez que alguien habla meras doctrinas, deberíamos orar, mirar al Señor y decirle al hermano: “Volvamos a Cristo. Volvamos a tener contacto con Él, a seguirle a Él, a alimentarnos de Él. Olvídese de todo el mero entendimiento mental de las letras”. La letra, la doctrina, mata, pero el Espíritu vivifica (2 Co. 3:6). Todos debemos ejercitarnos de esta forma.

  Si usted va al Lejano Oriente y tiene contacto con los hermanos, especialmente en Taipéi, tendrá el sentir de que no le prestan mucha atención a las meras doctrinas. Ellos sencillamente están atentos a amar al Señor, vivirle y servirle. Necesitamos crear esta clase de atmósfera entre nosotros. No prestar atención a las doctrinas no significa que somos descuidados en cuanto a la enseñanza adecuada. No somos descuidados con la enseñanza adecuada, pero no prestamos nuestra atención a la mera enseñanza. Por supuesto, no vamos en pos de nada que sea pecaminoso o que hace daño al Cuerpo del Señor. Sin embargo, prestamos toda nuestra atención principalmente al Señor viviente, al Espíritu y a Su iglesia.

  Los vientos de enseñanza incluyen muchos asuntos. Si discutimos acerca de una enseñanza, erraremos el blanco. En vez de discutir, debemos siempre centrarnos en el blanco, que es Cristo como Espíritu vivificante en nuestro espíritu. Tenemos que amarle, tener contacto con Él, andar con Él y en Él y estar dispuestos a ser unidos con otros. Entonces tendremos la vida de iglesia y ministraremos Cristo a los demás. Esto es todo lo que necesitamos, y esto es lo que el apóstol enseña en Efesios 4.

ASIRNOS A CRISTO COMO REALIDAD PARA CRECER EN TODO EN ÉL

  Efesios 4:15 continúa, diciendo: “Asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel que es la Cabeza, Cristo”. No sólo hablamos la verdad, sino que nos asimos a la verdad. La verdad aquí no se refiere a meras enseñanzas. Asirnos a la verdad significa asirnos a la realidad. No podemos discutir acerca de enseñanzas o formas. Más bien, debemos asirnos a la realidad, que es Cristo. Por ejemplo, no debemos discutir con las personas acerca del bautismo por aspersión o inmersión. En vez de ello, sencillamente debemos asirnos a la realidad del bautismo. La realidad del bautismo consiste en que nos identificamos con Cristo. Hemos sido crucificados, sepultados y resucitados con Él. Esta identificación con Cristo es la realidad misma del bautismo. De manera similar, las hermanas no deben discutir con las personas en cuanto a cubrirse la cabeza, lo cual es externo. Más bien, deberían guardar la realidad de cubrirse la cabeza, que es la autoridad de Cristo, la Cabeza.

  El versículo 15 dice que si nos asimos a la realidad, creceremos en todo en Aquel que es la Cabeza, Cristo. Cuando nos asimos a la realidad, crecemos en Cristo. Esto comprueba que la verdad a la cual nos asimos, la realidad, es Cristo. Nosotros nos asimos a Cristo como realidad en todas las cosas. El hecho de que debemos crecer en todo en Cristo indica que en algunas cosas aún no hemos crecido en Él. Crecer en todo en Cristo equivale a ser ocupado completamente por Él. En cada aspecto de todas las cosas debemos ser poseídos por Cristo.

SER EDIFICADOS EN ESTA ERA CON MIRAS AL REGRESO DEL SEÑOR

  El versículo 16 dice: “De quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Con cada parte, es decir, cada miembro, hay una función en una medida. Cada quien tiene una parte, y la función de cada uno en su medida tiene que ser aplicada a la vida de iglesia. El crecimiento en este versículo tiene como finalidad la edificación del Cuerpo en amor. Esto significa que el Cuerpo se edifica a sí mismo no de manera directa por las personas dotadas, sino por todos los diferentes miembros, las diferentes partes. Las personas dotadas toman la responsabilidad de educar, entrenar, hacer aptos, fortalecer, enriquecer y perfeccionar a los miembros, y los miembros mismos edifican la iglesia local directamente por medio de su función.

  Este versículo dice que el Cuerpo es unido y entrelazado. Incluso hoy algunos dicen que la iglesia será edificada únicamente en los cielos, que esto no se puede lograr en la tierra en esta era. Si éste fuera el caso, no habría necesidad alguna de que nos juntásemos. Según los versículos del 1 al 16, la edificación es algo que se logra hoy día en la tierra. A menos que esta meta se realice en la tierra, el Señor Jesús no podrá regresar. Verdaderamente se necesita la edificación. Esperen y vean qué sucede: si no todo el Cuerpo, al menos un pequeño número, un remanente, una parte del Cuerpo, será recobrada con miras a que participen en la edificación. Este recobro será una preparación para el regreso de Cristo. A fin de practicar la vida de iglesia, no podemos descuidar ninguno de los asuntos de los cuales hemos tenido comunión en este capítulo. Debemos guardar todos estos puntos. Entonces conoceremos la manera de practicar la vida de iglesia.

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