
Lectura bíblica: Jn. 3:6b; 6:57b; 14:19; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17; 2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17; Ro. 8:4; Gá. 2:20; Fil. 1:19-21a
En el capítulo anterior abarcamos brevemente el asunto de que nacimos para vivir. Después de ser regenerados, vivimos por causa del Señor. En este capítulo continuaremos a ver el asunto de vivir con el Señor.
Vivir con el Señor ciertamente es un asunto misterioso. Es increíble que nosotros, los seres humanos, en particular pecadores, podamos vivir con el Señor, quien es divino y santo. Este asunto ha sido plenamente revelado y explicado a fondo en la Biblia; además, podría considerarse como el centro de todo el Nuevo Testamento, y es también una verdad transparente. Sin embargo, nosotros no tenemos este concepto cuando vamos a leer la Biblia. Por el contrario, tenemos muchos otros conceptos que son erróneos, tales como nuestros conceptos naturales, nuestros conceptos morales, nuestros conceptos religiosos y nuestros conceptos culturales. Es difícil que alguien sea liberado de estos cuatro tipos de conceptos. Nuestro concepto natural es que el hombre debería hacer el bien. Además, nuestro concepto religioso es que el hombre debería hacer el bien para agradar a Dios y glorificar a Dios a fin de que pueda adorar a Dios en paz. Con respecto a nuestros conceptos culturales, sabemos que independientemente de si las personas son del oriente o el occidente, ellas tienen su propia cultura y son influenciados en gran manera por su propia cultura. Además, tenemos nuestros conceptos morales. Las personas de cada nación tienen la obligación de ser morales y guardar normas morales en toda relación humana. Por ende, cada uno de nosotros, sea joven o viejo, ha acumulado muchos conceptos viejos. Esto es semejante a utilizar un par de gafas con lentes de color; cuando venimos a leer la Biblia, nuestros conceptos naturales y viejos no sólo nos influyen, sino que también constituyen un velo que nos impide ver el verdadero color, el centro y las revelaciones fundamentales de la Biblia. En vez de ello, sólo vemos las cosas superficiales de la Biblia.
En este capítulo, queremos ver la Biblia a fondo, y en particular queremos ver el asunto central hallado en el Nuevo Testamento. La revelación central de la Biblia nos dice que el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— tiene un mover, una obra, en dos grandes pasos. Primero, Él efectuó la redención por nosotros. Nosotros éramos pecadores, es decir, personas corruptas y caídas. Como tales, merecíamos muerte y perdición, y fuimos completamente condenados y rechazados por Dios. Sin embargo, debido a que Dios nos escogió, Él no pudo abandonarnos. Por ende, el primer paso de Su obra consistió en efectuar la redención por nosotros a fin de que Él pudiese rescatarnos a nosotros, hombres caídos, y resolver el problema de nuestros pecados. Él también nos justificó y nos limpió por completo a fin de que pudiésemos recibir Su redención.
Sin embargo, ésta no es la consumación, sino sólo el comienzo. Por ende, Dios aún tiene que llevar a cabo el segundo paso de Su obra, es decir, forjarse en nosotros. Esto es un misterio. Dios desea forjarse en nuestro interior; Él no desea simplemente darnos algo que procede de Sí mismo. Él no desea impartir Su vida a nosotros sin Él mismo entrar en nosotros; más bien, Él se forja en nosotros para ser nuestra vida. Esta vida es Dios mismo. Él entra en nosotros para ser nuestra vida, teniendo la expectativa de que nosotros lo tomemos como nuestra vida. Podríamos pensar que Dios desea que lo tomemos como vida y vivamos por Él como vida simplemente porque Él no quiere nuestra vida, sino que sólo desea Su vida debido a que la nuestra es mala, perversa y corrupta. No podemos decir que este pensamiento es erróneo, pero no es completamente exacto y no alcanza el estándar. Tenemos que comprender que aun si nuestra vida fuese limpia, libre de pecado y perfecta, Dios todavía necesita y desea entrar en nosotros para ser nuestra vida.
Cuando Dios creó al hombre, Él lo creó a Su imagen y conforme a Su semejanza. Entonces el hombre fue completamente como Él, no en la sustancia interior, sino en la apariencia exterior. Esta semejanza en cuanto a la apariencia exterior no se refiere tanto a la apariencia física, sino a la manifestación de las virtudes. Dios es amor, así que Él nos creó con un corazón amoroso; Él es luz, así que Él nos creó de tal manera que nos gusta estar en la luz; Él es santo, así que Él nos creó con una naturaleza que no le gusta ser asociada con los elementos malignos y desea ser trascendente y poco común; y Él es justo, así que Él nos creó con una naturaleza que exige justicia y rectitud. Dios es amor, luz, santidad y justicia; por ende nosotros, quienes fuimos creados por Él, somos iguales a Él en nuestra psicología, naturaleza, deseo y gusto.
Todos saben que es correcto amar y es erróneo aborrecer. Si usted ama a alguien, se sentirá alegre; si usted aborrece a alguien, sentirá desdén. A nadie le agrada hacer lo que es propio de las tinieblas; todos se deleitan en hacer lo que es propio de la luz. Por lo tanto, siempre que hacemos algo relativo a las tinieblas, tratamos de escondernos, y siempre que hacemos algo relativo a la luz, nos sentimos en la libertad de exhibirlo. Aunque quizás no sepamos lo que es la santidad, a todos nos gusta comportarnos apropiadamente, y no de modo indebido. A todos nos gusta ser trascendentes y sobresalientes en vez de ser asociados con elementos malignos. También tenemos un deseo interior de ser imparciales, equitativos y justos. Éstas son virtudes humanas. Estas virtudes son meramente imágenes que carecen de contenido. El contenido de estas virtudes es Dios. Nuestro amor es sólo una forma externa; su contenido es el amor de Dios. Podríamos utilizar un guante como ilustración. Un guante está hecho según la forma de una mano, pero si la mano no llena el guante, éste queda vacío. El guante por sí solo está vacío; cuando usted introduce su mano en el guante, el guante tiene su contenido, es decir, su realidad interior.
Cuando Dios creó al hombre, Su intención era introducirse en el hombre. Desde el momento en que Él se introdujo en nosotros, le hemos tenido como nuestro contenido. Ahora nuestro amor tiene realidad, y nuestra luz tiene contenido; somos verdaderamente santificados, nuestra conducta es imparcial, equitativa, justa y recta. Todas estas virtudes están llenas de realidad y contenido. Además, esta realidad y contenido son totalmente orgánicos.
En todo el universo, el plan de Dios, el deseo de Dios, el propósito eterno de Dios, la meta divina de Dios, consiste en forjarse en nosotros. Sin embargo, antes que Él pudiera forjarse en el hombre, el hombre cayó y se corrompió; por ende, Dios tuvo que redimir al hombre. Esta redención no era la meta sino el procedimiento por el cual Él podía forjarse en el hombre. Actualmente, cuando muchos cristianos leen la Biblia con miras a estudiar las verdades, muchos se detienen en este paso: la redención efectuada por Dios. Ellos sólo ven que éramos caídos y corruptos, pero Dios llegó a ser carne a fin de ser nuestro Salvador, al morir y derramar Su sangre preciosa por nosotros en la cruz. Por ende, no necesitamos pagar precio alguno ni hacer obra alguna; a fin de ser salvos sólo necesitamos arrepentirnos y abrirnos para recibir la salvación de la cruz. Luego somos perdonados de nuestros pecados, limpiados de nuestra contaminación y absueltos de todos los cargos en contra nuestra. Por consiguiente, los problemas entre nosotros y Dios son solucionados; somos justificados por Dios y reconciliados con Dios. Ahora somos salvos y nunca iremos al infierno, y un día iremos al cielo. Éste es el entendimiento que la mayoría de los cristianos tiene con respecto a la salvación que Dios efectúa.
Sin embargo, la Biblia no sólo habla del primer paso de la obra de Dios, es decir, que Dios mismo llegó a ser carne para morir por nosotros. La Biblia también nos dice que Dios tiene un segundo paso en Su obra. Ya hemos visto que Juan 1 dice que en el principio era la Palabra y la Palabra era Dios y que este Dios que era la Palabra en el principio llegó a ser carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y verdad (realidad). Luego dice: “He aquí el Cordero de Dios” (v. 29). La mayoría de los cristianos cree y recibe estas cosas. Muchos predicadores también hablan y predican estas cosas como su mensaje central. Ellos les dicen a las personas que de tal manera amó Dios al mundo que ha enviado a Su Hijo amado para que llegase a ser carne y fuese un hombre, que este hombre era el Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo y que si confesamos que somos pecadores y si nos arrepentimos y recibimos a este Salvador, nuestros pecados serán perdonados, seremos reconciliados con Dios y aun tendremos comunión con Él en paz. Esto es correcto, pero no es la meta final de Dios; es sólo el procedimiento por el cual Dios alcanza Su meta. La meta de Dios consiste en que, luego de Él habernos redimido y limpiado, Él entre en nosotros para ser nuestra vida y llegue a ser nuestra naturaleza y nuestro todo. El resultado es la unión y la mezcla de Dios con el hombre.
En 1 Corintios 15:45 se nos dice que el postrer Adán, quien es el Señor Jesús, la Palabra encarnada, luego de pasar por la muerte y resurrección fue hecho el Espíritu vivificante en resurrección. Sabemos que el tema principal de 1 Corintios 15 es la resurrección. Debido a que algunos en la iglesia en Corinto no creían en la resurrección, el apóstol Pablo los corrigió y les reveló la verdad acerca de la resurrección. En esta revelación Pablo señaló en particular que algo importante sucedió en la resurrección: el postrer Adán, quien llegó a ser carne y murió en la cruz por nosotros, llegó a ser el Espíritu vivificante. En el contexto de 1 Corintios 15:45 vemos que Pablo utilizó una ilustración donde se refirió al asunto de la resurrección. Él dijo que cuando un grano de trigo es sembrado en la tierra, aunque aparentemente muere, en realidad la vida que está contenida en su interior no muere. La forma exterior del grano muere y la cáscara se descompone, pero la vida que hay adentro crece. Este crecimiento es su resurrección. Una vez es resucitado, adquiere otra forma, por la cual muchos granos son producidos. Ésta es la historia de la resurrección.
“El secreto de la siega, / Muerto el grano vida da” (Himnos, #200). Nadie puede cuestionar esto. El postrer Adán, el Jesús encarnado, vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, y luego Él murió en la cruz y fue sepultado. La gente pensó que Él había llegado a su fin. No sabían que cuando ellos mataron y sepultaron al Señor Jesús, así como un agricultor que siembra un grano en el suelo, ellos le proveyeron con la mejor oportunidad para ser resucitado. En esta resurrección Él tomó otra forma y llegó a ser un Espíritu vivificante.
Es lamentable que el cristianismo actual ni ve este asunto ni le presta atención a la segunda mitad de 1 Corintios 15:45. Éste no es un versículo insignificante en la Biblia; es tan importante como Juan 1:14. La Palabra se hizo carne, y el postrer Adán fue hecho el Espíritu vivificante. Las expresiones se hizo y fue hecho en estos dos versículos es la misma palabra en el griego. Además, este verbo traducido “se hizo” en el griego denota una acción con una meta. Esto significa que no es un movimiento ligero; es una acción importante con una meta. Por ende, el Señor Jesús realizó dos acciones importantes: primero, Él se hizo carne, y segundo, Él fue hecho Espíritu vivificante.
Él se hizo carne para ser el Cordero con miras a la redención de los pecados. Si Él no tuviese carne ni sangre, Él no podría efectuar la redención por nuestros pecados. Por ende, Juan el Bautista dijo: “He aquí el Cordero de Dios” (Jn. 1:29). Esto nos muestra claramente que el Señor llegó a ser un hombre con sangre, carne, piel y huesos; por lo tanto, Él podía morir por nosotros los seres humanos, quienes también tenemos sangre, carne, piel y huesos. La sangre que Él derramó era sangre humana genuina; a los ojos de Dios Él es el Cordero. Por ende, Colosenses 1:15 dice que Él es el Primogénito de toda la creación de Dios. Nuestro Señor es el primero de toda cosa creada. Si Él no fuese creado, Él no tendría carne y sangre; si Él no hubiese llegado a ser un verdadero hombre, un hombre genuino, Él no habría tenido sangre y, por consiguiente, no hubiese podido redimirnos.
El Señor Jesús se encarnó con sangre y carne. Hebreos 2 nos dice que Él mismo participó de sangre y carne, que eran cosas creadas. Para el tiempo de los apóstoles, había un grupo de personas llamados los docetas, quienes decían que el Señor Jesús no era un hombre verdadero y que Su cuerpo no era un cuerpo verdadero, sino un fantasma. El nombre doceta fue derivado de la palabra griega que significa “parecer, aparentar ser”. Juan escribió 1 Juan 4 a fin de refutar esta herejía. Juan dijo: “Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa [...] no es de Dios; y éste es el espíritu del anticristo” (vs. 2-3). Hoy en día hay algunos que se llaman a sí mismos fundamentalistas, pero dicen que el Señor Jesús no es una criatura. Si usted dice que el Señor Jesús no es una criatura, usted no confiesa que el Señor Jesús ha venido en la carne. ¿No es usted entonces un doceta? El Señor Jesús llegó a ser un hombre, una criatura; esto no significa que al llegar a ser una criatura Él dejó de ser el Creador. El hecho es que Él era Dios quien llegó a ser hombre y aun así Él seguía siendo Dios. Él es Dios, por ende, Él es el Creador; Él se hizo hombre, por ende, Él es una criatura.
A principios de la década de los sesenta, cuando estuve en Taipéi, había un supuesto colaborador entre nosotros quien no creía que el Señor Jesús aún es un hombre en los cielos actualmente. Muchos cristianos en la actualidad tampoco creen esto. Ellos creen que el Señor Jesús fue un hombre únicamente cuando estuvo en la carne, y que Él fue un hombre hasta que murió en la cruz, pero que después de Su sepultura Él dejó de ser un hombre. Por ende, en Su resurrección Él no tenía la naturaleza humana y ya no era un hombre. El hecho es que hoy el Señor Jesús todavía es un hombre. En 1 Timoteo 2:5 el apóstol Pablo se refirió a Él como “Cristo Jesús hombre”. Hoy Él es el hombre, el Mediador entre Dios y los hombres. No sólo eso, sino que luego de ser resucitado de los muertos, Él estuvo en medio de Sus discípulos, apareciéndose a ellos en Su cuerpo resucitado para que ellos le pudieran ver y palpar. Esto indica que Su cuerpo resucitado era una verdadera entidad y no un fantasma. Él le dijo a Tomás: “Pon aquí tu dedo, y mira Mis manos; y acerca tu mano, y métela en Mi costado” (Jn. 20:27). Por lo tanto, podemos decir que después de Su resurrección, el Señor Jesús aún era un hombre con carne y huesos.
El primer paso que dio el Señor Jesús fue llegar a ser carne. Como Creador, Él llegó a ser una criatura; éste era Dios que se hizo hombre. Por ser tal hombre, Él era el Cordero de Dios, quien podía derramar sangre humana pura y genuina por la redención del linaje humano. Luego, Él dio un segundo paso, es decir, Él murió y fue resucitado, y en Su resurrección Él llegó a ser el Espíritu vivificante. En el primer paso, como Dios, Él llegó a ser un hombre: el postrer Adán; en el segundo paso, el postrer Adán llegó a ser el Espíritu vivificante. Los maestros de la teología tradicional dicen que los tres del Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— están separados y son independientes unos de otros. Con base en esto, no se atreven a decir que el Señor Jesús llegó a ser el Espíritu vivificante en resurrección, y que este Espíritu es el Espíritu Santo, pues si ellos dicen que este Espíritu es el Espíritu Santo, entonces el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no están separados.
En realidad, ellos no necesitan tener temor o predicar de esa forma. Ellos no deberían dividir al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de forma tan precisa. Apocalipsis habla del Espíritu de Dios como los siete Espíritus, quienes son los siete ojos del Cordero (5:6). Los teólogos tradicionales no pueden explicar esto. Ellos dicen que el Hijo y el Espíritu Santo están separados, pero la Biblia dice que el Espíritu Santo es los ojos del Hijo; en otras palabras, el Tercero del Dios Triuno es los ojos del Segundo. No sólo eso, sino que en la tarde del día de la resurrección, el Señor Jesús vino a Sus discípulos. Él sopló en ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Esto nos muestra que el Espíritu Santo es el aliento santo. El Espíritu Santo recibido por los discípulos era el aliento que el Señor Jesús sopló. Algunos podrían decir que esto sólo fue una señal y no una realidad, que el Señor Jesús realmente no sopló en ellos a fin de que recibieran el Espíritu Santo, es decir, que esto era meramente una demostración. Incluso si usted pudiera considerar este asunto de soplar en los discípulos como una demostración, no hay manera de demostrar que los siete Espíritus de Dios sean los ojos del Señor Jesús como el Cordero, según se establece en Apocalipsis.
La teología tradicional del cristianismo le presta mucha atención al Credo de los Apóstoles, el cual fue formulado en el año 325 d. C. bajo Constantino el Grande. En ese credo no hay mención alguna de los siete Espíritus. Esto muestra que el Credo de los Apóstoles no estaba completo. En la historia, al menos tres grandes grupos de cristianos declararon oficialmente que ellos sólo desean la Biblia, y no el Credo de los Apóstoles: la Asamblea de los Hermanos, los Bautistas del Sur y la Iglesia de Cristo. Me temo que algunos entre nosotros, quienes todavía están bajo la influencia de conceptos viejos, podrían pensar que es herético decir que el Señor Jesús tenía sangre genuina y carne genuina, puesto que entonces eso significaría que Él era un verdadero hombre, una criatura. Por esta razón, ellos no pueden aceptar plenamente la declaración que el Señor Jesús es el Primogénito de toda creación. Independientemente de si las personas aceptan esto plenamente, parcialmente, o incluso si no lo aceptan en lo absoluto, tengo que ser honesto y presentarles a ustedes la palabra pura del Señor.
Además, la traducción de la Biblia de J. N. Darby es muy clara en cuanto al hecho de que el Señor es el Espíritu. En 2 Corintios 3:6 se nos dice: “El Espíritu vivifica”, y el versículo 17 dice: “Y el Señor es el Espíritu”. Una nota en la traducción de J. N. Darby indica que los versículos del 7 al 16 son un paréntesis; por lo tanto, el versículo 17 sigue directamente al versículo 6: “El Espíritu vivifica” y “el Señor es el Espíritu”. Este vínculo que se establece entre el Espíritu y el Señor fortalece lo dicho en 1 Corintios 15:45, que el Señor en Su resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante. Además, 2 Corintios 3:17 nos muestra que éstos dos —el Señor y el Espíritu— son uno solo, pero también son dos. El versículo 17a dice que “el Señor es el Espíritu”, mientras que 17b dice que “donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. La primera parte dice que el Señor es el Espíritu, lo que indica que el Señor y el Espíritu son uno solo, mientras que la segunda parte dice: “El Espíritu del Señor”, lo que indica que el Señor y el Espíritu son dos. Esto es exactamente igual a Juan 1:1, que dice: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios”. Por ende, la Palabra y Dios son dos. Luego el versículo continúa diciendo: “La Palabra era Dios”, así que los dos son uno solo. Por lo tanto, decimos que Dios es triuno; Él es tres pero también uno. De otra forma, tendríamos tres Dioses. Hoy en día muchos cristianos y maestros cristianos subconscientemente tienen tres Dioses en su modo de pensar y en sus corazones.
La Biblia nos muestra que el Señor Jesús, quien era Dios, dio dos grandes pasos con miras al cumplimiento del propósito de Dios. El primer gran paso consistió en que Él se encarnó para ser un hombre verdadero con carne y sangre a fin de que pudiese ser nuestro Redentor para la redención de nuestros pecados. Luego, Él dio el segundo gran paso en Su resurrección a fin de llegar a ser el Espíritu vivificante. Hoy en día el Señor Jesús en quien creemos no sólo es Aquel que llegó a ser carne, sino también Aquel que murió y resucitó. El Señor Jesús en quien creemos es Aquel que llegó a ser carne, quien derramó Su sangre para la redención de los pecados, quien murió y resucitó y quien imparte vida. Cuando creímos en Él, primero nuestros pecados fueron perdonados y fuimos redimidos, y segundo, Él entró en nosotros. Esto no es sólo una doctrina; ésta es nuestra experiencia. Cuando usted se arrepiente, confiesa sus pecados, ora y cree en el Señor Jesús, usted no sólo tiene paz en su interior, sino que tiene el perdón de los pecados, de modo que los problemas entre usted y Dios son resueltos. Después de eso usted sentirá que hay Alguien que ha entrado en usted.
El Señor ciertamente ha entrado en usted. Sin embargo, si el Señor no fuera el Espíritu, ¿cómo podría entrar en usted? Hoy en día hay algunos que dicen que el Señor está en el cielo y no en nosotros, y que Él es tan grande y el hombre es demasiado pequeño para contenerlo. Por consiguiente, ellos dicen que el Señor no está en nosotros, sino que más bien Él tiene un representante, el Espíritu Santo, que lo representa en nuestro interior. Esto verdaderamente equivale a torcer la Biblia. En ningún lugar de la Biblia dice que el Espíritu Santo es el representante del Señor Jesús. Más bien, la Biblia dice que el Señor es el Espíritu. Además, a lo largo de los siglos, muchos de los escritos espirituales que son de valor también establecen claramente que en las experiencias que tienen los cristianos, Cristo y el Espíritu Santo son solo uno.
Ahora hemos visto que el Señor Jesús era Dios. Él se hizo carne a fin de efectuar la redención; Él murió y fue resucitado con miras a impartir vida a fin de que Él pudiera forjarse en nuestro interior. Independientemente de cuán errónea sea alguna teología y cuán negligente sean algunas personas con respecto a la Biblia, el hecho es que todo aquel que se arrepienta, confiese sus pecados y crea en el Señor Jesús al invocar Su nombre, tiene al Señor Jesús en él. Nadie puede negar esto. El Señor Jesús está en nosotros; no hay un representante, sino que más bien Él mismo está en nosotros. El Señor Jesús es Aquel “que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Jn. 3:13). Sin mencionar que después de Su muerte y resurrección, incluso cuando Él estaba en la carne, Él estaba en la tierra así como en el cielo.
No debemos considerar al Señor Jesús con nuestro pequeño cerebro; debemos considerarlo únicamente según lo que la Biblia dice. Por una parte, Romanos 8:34 dice claramente que hoy en día el Señor Jesús está en el cielo sentado a la diestra de Dios. Por otra parte, el versículo 10 del mismo capítulo dice que Cristo está en nosotros. Éstos son dos aspectos del Señor Jesús. Podemos usar la electricidad como una ilustración. Hay electricidad en este edificio, y también hay electricidad en la central eléctrica. No son dos electricidades, sino una sola electricidad. Nuestro Señor, quien es ilimitado, resucitó de los muertos y llegó a ser el Espíritu vivificante. Por ende, Juan 7:38-39 dice que del interior de quienes creen en Él correrán ríos de agua viva. Él dijo esto del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él, pero aún no había el Espíritu. En el momento que el Señor Jesús habló esta palabra, aún no había el Espíritu vivificante, puesto que el Señor aún no había sido resucitado de los muertos y aún no había sido glorificado. En otras palabras, para el tiempo en que Él fue resucitado de los muertos y de ese modo fue glorificado (Lc. 24:26), Él entonces era el Espíritu vivificante. Ésta es la verdad bíblica.
El Señor Jesús no solamente es nuestro Redentor, sino también nuestro Espíritu vivificante. Por consiguiente, hoy día al nosotros creer en Él nuestros pecados han sido perdonados y hemos sido reconciliados con Dios; al mismo tiempo, al nosotros creer en Él, Él está en nosotros. Si el Señor no fuese el Espíritu, ¿cómo podríamos entrar en Él? Debido a que Él es el Espíritu, el Espíritu vivificante, nosotros entramos en Él cuando creímos en Él. Por ende, 1 Corintios 1:30 dice que es Dios quien nos introdujo en Cristo. Al nosotros creer en Él, hemos entrado en Él, el Cristo pneumático, y Él también ha entrado en nosotros.
Ahora este Redentor ha llegado a ser el Espíritu vivificante. Cuando creímos en Él, Dios nos perdonó de nuestros pecados, y este Espíritu vivificante entró en nuestro espíritu para regenerar nuestro espíritu. Por consiguiente, Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Ser regenerados en nuestro espíritu significa que tenemos otra vida; la vida divina entró en nosotros en adición a la vida que tenemos en nuestra carne. De este modo, nacimos dos veces y tenemos dos vidas. La primera vez, nacimos de la carne de nuestros padres, así que tenemos la vida de la carne. La segunda vez, nacimos del Espíritu de Dios en nuestro espíritu, así que tenemos la vida del Espíritu. Nuestro Señor, quien es el Espíritu vivificante, mora en nuestro espíritu. Por lo tanto, 2 Timoteo 4:22 dice: “El Señor esté con tu espíritu”. Si nuestro Señor Jesús no fuese el Espíritu, entonces, ¿cómo podría Él estar con nuestro espíritu? Obviamente esto no es una alegoría, sino una declaración factual, lo que comprueba que hoy en día nuestro Señor mora en el espíritu de aquellos que han sido salvos. Además, 1 Corintios 6:17 dice: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Si el Señor Jesús no fuese el Espíritu y si no tuviésemos un espíritu humano en nuestro interior, entonces ¿cómo podríamos ser un solo espíritu con el Señor? Ahora sabemos con certeza que tenemos un espíritu humano dentro de nosotros, y este espíritu que está en nuestro interior ha sido regenerado. No sólo eso, sino que, como Espíritu, el Señor Jesús ha entrado en nuestro espíritu para morar en nuestro espíritu. Por consiguiente, los dos espíritus han llegado a ser un solo espíritu. Todos estos asuntos han sido pasados por alto en la teología cristiana.
La clave para tener una experiencia espiritual apropiada es comprender el hecho de que los dos espíritus han llegado a ser un solo espíritu: el Espíritu llegó a ser uno con nuestro espíritu humano. Romanos 8:4 dice que debemos andar conforme al espíritu. Las autoridades entre los traductores de la Biblia, en particular J. N. Darby, señalaron que es difícil decir si la palabra espíritu en este versículo denota el Espíritu Santo o nuestro espíritu humano. En realidad, denota el espíritu regenerado en el cual el Espíritu Santo mora. Por consiguiente, espíritu en Romanos 8:4 se refiere al espíritu que es dos espíritus que llegan a ser un solo espíritu. También es lo que generalmente llamamos el espíritu mezclado. Hablando con propiedad, no podemos hallar un versículo en el Nuevo Testamento que nos diga que andemos conforme al Espíritu Santo. Gálatas 5:16 nos dice que andemos por el Espíritu, quien se mezcla con nuestro espíritu para llegar a ser un solo espíritu. En 2 Timoteo 4:22 se nos dice: “El Señor esté con tu espíritu”. Este espíritu también es el espíritu que está compuesto de dos espíritus que llegan a ser un solo espíritu. Es por esto que 1 Corintios 6:17 dice: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Por tanto, es algo básico el que nosotros los cristianos, los hijos de Dios, andemos conforme a este espíritu, es decir, a los dos espíritus que llegan a ser un solo espíritu.
Queridos hermanos y hermanas, todos debemos vivir conforme a este espíritu, el espíritu que consiste de dos espíritus que llegan a ser un solo espíritu. Cuando usted vive de este modo, usted vive con el Señor. En mi juventud oí mensajes acerca de vivir con el Señor, aunque en ese entonces lo que oí trataba principalmente acerca de andar con el Señor y no tanto de vivir con el Señor. Noé anduvo con Dios y Enoc también anduvo con Dios. En ese momento yo verdaderamente valoraba esto, y seguía buscando la manera de poder andar con el Señor, pero no podía obtener una respuesta. Luego, gradualmente vi que actualmente nosotros somos más elevados que Enoc; nosotros no co-andamos sino que co-vivimos. Vivimos con el Señor. Co-andar es algo externo, mientras que co-vivir es algo interno. Esto es lo que el Señor dijo, que en aquel día, el día de Su resurrección, Él vivirá y nosotros también viviremos (Jn. 14:19). El Señor y nosotros somos dos vidas que llegan a ser una sola vida y dos espíritus que llegan a ser un solo espíritu. Las dos vidas han llegado a ser una sola vida, y los dos espíritus han llegado a ser un solo espíritu. El Señor Jesús dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos” (15:5). Los pámpanos permanecen en la vid y la vid permanece en los pámpanos, y ellos llevan fruto juntos. En esto consiste co-vivir. ¡Esto es muy misterioso y demasiado glorioso!
El resultado de que vivamos con el Señor es que expresamos a Cristo en nuestro vivir, y de esta forma Cristo siempre es magnificado en nuestro cuerpo. Esto no está relacionado a lo que sea correcto o incorrecto externamente; más bien, está relacionado a que nosotros lo vivamos a Él en el espíritu, en el espíritu mezclado. Esto es lo que Dios desea hoy, y ésta es la vida cristiana actual. La vida cristiana no es una vida religiosa o moral; tampoco es algo natural o cultural. La vida cristiana es una vida que se manifiesta en el vivir de los dos espíritus que llegan a ser un solo espíritu. Cuando hablamos, hablamos a partir de este espíritu mezclado. Cuando hacemos algo, lo hacemos a partir de este espíritu mezclado. El que nosotros vayamos o no vayamos a cierto lugar también procede de este espíritu mezclado. En esto consiste andar conforme al espíritu.
Aunque no enfatizamos la moralidad, Pablo dijo que cuando andamos conforme al espíritu, espontáneamente cumplimos con los justos requisitos de la ley (Ro. 8:4). Si bien no prestamos mucha atención a la supuesta ética, cuando andamos conforme al espíritu, nuestra ética será la más elevada. El esposo amará a su esposa aún más, y la esposa se sujetará a su esposo aún más. Esto se debe a que en este punto, no somos nosotros los que estamos en sujeción o los que amamos; más bien, es el Señor quien se manifiesta en nuestro vivir como nuestra sujeción y nuestro amor.
En esto consiste el vivir de Dios en nosotros, y también el que nosotros expresemos a Dios en nuestro vivir. Que estos dos espíritus lleguen a ser un solo espíritu es el misterio más grande del universo; es algo incomprensible para la mente humana. No obstante, alabamos y damos gracias al Señor porque Dios dio estos dos grandes pasos —llegó a ser carne a fin de efectuar la redención por nosotros y resucitó de los muertos a fin de impartirse en nosotros para ser nuestra vida— todos hemos llegado a ser cristianos que tienen el espíritu mezclado y que viven con el Señor. ¡Aleluya, podemos vivir con Él!