La ley era el requisito básico para la relación entre el hombre y Dios en Su economía antiguotestamentaria (v. 23); la fe es el único camino por el cual Dios lleva a cabo Su economía neotestamentaria con respecto al hombre (1 Ti. 1:4). La ley está relacionada con la carne (Ro. 7:5) y depende de los esfuerzos de la carne, la misma carne que es la expresión del “yo”. La fe está relacionada con el Espíritu y confía en la operación del Espíritu, el mismo Espíritu que es Cristo hecho real para nosotros. En el Antiguo Testamento el “yo” y la carne desempeñaban un papel importante al guardar la ley. En el Nuevo Testamento Cristo y el Espíritu asumen la posición anteriormente ocupada por el “yo” y la carne, y la fe reemplaza la ley, a fin de que vivamos a Cristo por el Espíritu. La manera natural de proceder propia del hombre es guardar la ley por su carne, sin embargo, esto es propio de las tinieblas del concepto humano y produce muerte y miseria (Ro. 7:10-11, 24). Pero la manera de proceder revelada por Dios consiste en recibir el Espíritu por el oír con fe, lo cual tiene lugar en la luz de Su revelación y produce vida y gloria (Ro. 8:2, 6, 10-11, 30). Por lo tanto, debemos valorar el oír con fe, y no las obras de la ley. Es por el oír con fe que recibimos el Espíritu para así participar de la bendición prometida por Dios y vivir a Cristo. Esta fe es la fe mencionada en los vs. 7, 8, 9, 11, 12, 23, 24 y 25 de este capítulo. (Véase la nota Gá. 1:232b).