Mensaje 64
Lectura bíblica: 2 Co. 3:6; Ro. 7:8-14; 10:5; Lv. 18:5; Gá. 3:21; Jn. 5:39-40; Ez. 36:26-27; Gá. 3:2-5; 5:2, 4, 6; 6:15
El propósito eterno de Dios consiste en forjarse a Sí mismo dentro de nosotros como vida para que podamos tomarlo a El como nuestra persona, vivirlo y expresarlo. Este es el deseo del corazón de Dios; es también el punto de enfoque de la Biblia. Para cumplir este propósito, Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza. Al crear al hombre, la intención de Dios era que el hombre lo recibiera dentro de él y lo tomara como su vida y como su todo. Por esta razón, después de crear al hombre, Dios lo colocó frente al árbol de la vida. Esto indica que Dios deseaba que el hombre comiera de este árbol, el cual simboliza a Dios mismo como la vida. Comer del árbol de vida equivale a tomar a Dios dentro de nosotros como nuestra vida y suministro de vida.
Vemos el árbol de la vida en Génesis 2 y en Apocalipsis 22. De eternidad en eternidad, la intención de Dios es que el hombre coma de este árbol. Nuestro destino en la eternidad es comer del árbol de la vida y por tanto vivir a Dios y expresarlo. Esta es la intención eterna de Dios.
En Génesis 3, la serpiente tentó al hombre para que comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal. Como resultado de comer de este árbol, el hombre cayó. En lugar de comer del árbol de la vida, el hombre comió del árbol del conocimiento.
El principio de vida es la dependencia, mientras que el principio del conocimiento es independencia. Por ejemplo, después de que un estudiante de matemáticas aprenda todo lo que su instructor le tenga que enseñar, él puede independizarse de su maestro. Puesto que el estudiante conoce el tema, ya no depende de su maestro. El conocimiento conduce a la independencia, pero la vida requiere una dependencia continua. Nunca podemos independizarnos en cuanto a los medios de vida. De hecho, cuanto más vivimos, más dependientes somos. Para mantener nuestra vida física, debemos respirar, beber y comer. Si deseamos permanecer vivos, no podemos graduarnos de respirar, beber y comer.
Si el hombre no hubiera caído, no viviría independientemente de Dios, sino que lo tomaría continuamente y viviría por El. El hombre dependería de Dios, y no habría ninguna separación entre Dios y el hombre. El hombre sería capaz de recibir directamente a Dios como vida, vivir por El, y aun vivirlo a El. ¡Qué situación maravillosa sería ésta!
Cuando el hombre cayó se trazó una separación entre el hombre y Dios, un abismo que los separó. El conocimiento del bien y del mal independizó al hombre de Dios.
Hubo otra consecuencia del hecho de que el hombre comiera del árbol del conocimiento: el hombre toma la iniciativa de hacer cosas por Dios. En cierto sentido, el hombre se da cuenta que él irritó a Dios. Por esta razón, él decide hacer algo para complacer a Dios. Por consiguiente, en los seres humanos caídos, vemos dos características sobresalientes: la independencia y los esfuerzos para complacer a Dios por iniciativa humana.
Dios no está dispuesto a abandonar Su propósito original para el hombre. Para disciplinar al hombre en su situación caída, Dios le da mandamientos. Al darle mandamientos al hombre, Dios parece decir: “Quieres hacer algo para complacerme, pero no te das cuenta de lo caído que eres, de lo incapaz que eres, y de cuán lejos te encuentras de Mí. El que quieras complacerme comprueba que tú no sabes dónde estás. Déjame darte ahora algunos mandamientos para probarte, y ver si puedes cumplirlos”.
La ley promulgada por Dios funciona por lo menos de tres maneras. Primero, la ley describe a Dios y lo define. Como testimonio de Dios, en realidad la ley es un retrato de Dios; nos muestra cómo es El. Todos los mandamientos que Dios dio tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo revelan quién es Dios y lo que El es. Levítico 19:2 da este mandamiento: “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios”. El Señor Jesús dio un mandamiento aun más elevado: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. (Mt. 5:48). En ambos casos, el principio es el mismo: la ley presenta un cuadro de Dios. Según la ley que Dios nos ha dado, El es perfecto, santo y justo; El es un Dios de amor y de luz. Su ley presenta un cuadro de lo que El es.
La segunda función de la ley es exponernos. Esta función se presenta completamente en Romanos 7. En Romanos 7:7 Pablo declara: “Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: ‘No codiciarás’". Antes de la ley, el pecado estaba adormecido. En Romanos 7:8, Pablo declara que “sin la ley, el pecado está muerto”. Luego en el siguiente versículo él continua y dice que “cuando vino el mandamiento, fue avivado el pecado, y yo morí”. Usando la ley como un cuchillo, el pecado aniquiló a Pablo. En el versículo 11, Pablo afirma que el pecado lo mató al aprovecharse del mandamiento. Por consiguiente, en su experiencia, Pablo se dio cuenta de que el mandamiento era muerte para él, que Dios puso la ley para exponerlo.
La tercera función de la ley es la de someternos. Después de quedar expuestos, debemos ser sometidos. Cuando la ley nos ha sometido, puede llevarnos a Dios.
En Mateo 19, el joven rico fue vencido en su contacto con el Señor; no obstante, él no fue sometido. Esta fue la razón por la cual él se apartó con tristeza. Si se hubiese sometido y hubiera dicho: “Señor Jesús, no puedo cumplir Tus requisitos de vender todo lo que tengo y de darlo a los pobres”, el Señor le habría dicho: “Puesto que no lo puedes hacer, déjame cumplir este requisito por ti”. El Señor desea entrar en nosotros, ser nuestra vida y cumplir todo requisito por nosotros.
En Filipenses 2:12, Pablo declara: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor”. Debemos obedecer lo que dijo Pablo y reconocer que simplemente no podemos llevar a cabo nuestra propia salvación. Entonces apreciaremos lo que Pablo dijo en el versículo siguiente: “Porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito”. No podemos llevar a cabo nuestra propia salvación, pero Dios opera en nosotros tanto el querer como el hacer. Esto nos permite llevar a cabo nuestra salvación conforme a la operación de Dios dentro de nosotros.
Después de ser sometidos por la ley y de decirle al Señor que no podemos cumplir Sus requisitos, que simplemente no podemos ser santos como Dios, ni perfectos como el Padre, el Señor dirá: “Recíbeme. Déjenme entrar en ti y cumplir estos requisitos por ti. Deseo ser tu santidad y perfección”. Nosotros no podemos ser santos, pero sí podemos ser santificados. Del mismo modo, no podemos ser perfectos, pero sí podemos ser perfeccionados. El deseo de Dios consiste en entrar en nosotros para ser nuestra vida y nuestra persona. De esta manera El se hace uno con nosotros, y nosotros llegamos a ser uno con El. Entonces El vive en nosotros, y nosotros lo vivimos a El. Este es el principio fundamental de la revelación divina en la Biblia.
Es cierto que tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, Dios mandó que Su pueblo hiciera muchas cosas. Aparte de los Diez Mandamientos, existen muchos preceptos, ordenanzas, regulaciones. Los capítulos veintiuno al veintitrés de Exodo están llenos de estas ordenanzas, preceptos y regulaciones. Dios los usa para exponer y someter a los hijos de Israel. Su intención consiste en usar la ley para describirse a Sí mismo y luego exponernos y someternos para que le permitamos entrar en nosotros y ser nuestra vida y nuestro todo. Entonces El vivirá en nosotros, y nosotros lo viviremos a El.
Hemos visto que la ley dada presenta dos aspectos: “el día” y “la noche”. Si pensamos que podemos cumplir los requisitos de la ley y luego intentamos cumplirlos, nos encontramos en la “noche”. Separaremos los mandamientos de la ley, de Dios mismo, quien es la fuente de vida. Como resultado, los mandamientos se convertirán en letras muertas para nosotros. Pero si dejamos que la ley ejerza su función de describir a Dios, exponernos y someternos, y si le decimos al Señor que no podemos cumplir Sus requisitos, sino que ponemos toda nuestra confianza en El, estaremos en el “día”. Entonces Aquel que dio la ley, la fuente de vida, entrará en nosotros para ser nuestra vida, para vivir en nosotros y hacerlo todo por nosotros. Finalmente, el resultado será aun mejor y más elevado que los requisitos de la ley.
Cuando se dio la ley, Moisés se encontraba en la cima del monte y recibiendo la infusión de Dios. La ley sólo pudo proporcionar un cuadro de Dios, pero la infusión que Moisés recibió en la cima del monte lo hizo uno con El. Dios es santo, y como resultado de esta infusión, Moisés llegó a ser santo también. Dios fue perfeccionado, y mediante la infusión divina, Moisés también era perfecto. Cuando El bajó del monte, su rostro resplandecía. El rostro resplandeciente de Moisés decía mucho más que la ley. Moisés no se esforzaba ni obraba para cumplir los requisitos de la ley. Recibía la infusión de Dios y lo reflejaba a El. Su rostro brillante era simplemente un reflejo de la naturaleza de Dios. ¿Qué prefiere usted, los Diez Mandamientos o el resplandor del rostro de Moisés? Definitivamente yo prefiero el resplandor. Los mandamientos son palabras, pero el rostro brillante de Moisés es un cuadro viviente. Dios no desea un pueblo que se esfuerce en guardar la ley; El desea un pueblo resplandeciente que exprese Su gloria.
Cuanto más intentemos obedecer la ley, más miserables seremos. Puedo testificar de eso con mi propia experiencia. Cuando era joven, a menudo me peleaba con mis hermanos mayores. Después de ser salvo y de empezar a leer la Biblia, descubrí el nuevo mandamiento del Señor: amarnos los unos a los otros. Recibí esta palabra y decidí que desde ese momento amaría no solamente a mis hermanos sino a todo el mundo. No obstante, cuanto más intentaba amar a los demás, menos amor sentía. En lugar de amar, me puse a criticar. ¿Ha tenido usted experiencias similares? ¿puede usted cumplir el mandamiento del Señor de amar a los demás? En nosotros mismos no podemos cumplir el nuevo mandamiento del Señor, pero éste puede producir una obra maravillosa para describir al Señor y exponernos. Nos demuestra que no podemos amar a los demás. Además, este mandamiento nos somete. Si amamos al Señor y somos sometidos por esta palabra, diremos: “Señor, te amo, pero no puedo cumplir Tu mandamiento de amar a los demás. Te necesito, Señor, y dependo totalmente de Ti”. Esto es lo que el Señor desea oír de nosotros. Si deseamos hablarle de esta manera, El contestará: “Esperaba que me dijeras esto. No puedes cumplir mi requisito, pero lo puedo hacer en ti y por ti. Abrete a mí y déjame entrar y vivir en ti”. Entonces el Señor mismo dentro de nosotros cumplirá el requisito de amar a los demás.
En la cima del monte, Moisés recibió la infusión desde afuera, pero nosotros ahora podemos recibir una infusión maravillosa desde adentro. Si andamos correctamente con el Señor, estaremos continuamente bajo Su infusión. Cuanto más somos infundidos, más brillamos. Puesto que el Señor vive dentro de nosotros, se mueve y opera en nosotros, El nos puede infundir fácilmente y podemos brillar con el elemento divino que ha sido infundido en nosotros. Mientras el Señor nos infunde, resplandeceremos espontáneamente. No obraremos ni nos esforzaremos; simplemente brillamos.
En Romanos 7:12 y 14, Pablo usa cuatro palabras para describir la ley: espiritual, santa, justa y buena. La palabra espiritual denota la naturaleza de la ley. La ley de Dios tiene la misma naturaleza que Dios. Dios es Espíritu (Jn. 4:24); por lo tanto, Su ley es espiritual. Además, así como Dios es santo en Su expresión, también la ley es santa. La palabra “justo” tiene que ver con las relaciones. En todo y para todos, Dios es justo. Pasa lo mismo con la ley. Finalmente, en su conjunto, la ley es buena. Como retrato de Dios, la ley es espiritual, santa, justa y buena.
Hemos señalado que la ley tiene una función triple: testificar de Dios, exponernos y someternos. Cuando Pablo era Saulo de Tarso, él fue expuesto por la ley. Pablo afirma: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy de carne, vendido al pecado” (Ro. 7:14). Pablo llegó a entender que la ley es santa, pero que él era común y contaminado; que la ley es justa, pero que él era injusto; que la ley es buena, pero que él era maligno. El era lo opuesto a todo lo que describía la ley. Por ser tan elevada, la ley no solamente nos expone, sino que también nos somete. Estamos expuestos y sometidos por la ley como la palabra de Dios porque es espiritual, santa, justa y buena.
Romanos 7:10 dice: “Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte”. Este versículo indica que la ley no fue dada para ser vida. Aquí la palabra “para” significa dar por resultado. Aunque el propósito de la ley debía dar por resultado la vida, no es capaz de dar vida por sí misma (Gá. 3:21). No obstante, no existe ninguna contradicción entre Romanos 7:10, donde dice que la ley era para vida, y Gálatas 3:21 que indica que la ley no puede dar vida. En naturaleza, la ley misma no tiene vida. Por tanto, no nos puede dar vida. Sin embargo, la ley tiene un propósito, dar por resultado la vida. Lo que Pablo dijo en Romanos 7:10 se basa en Levítico 18:5, un versículo que afirma que aquellos que cumplen los mandamientos de Dios vivirán por ellos. Esto indica que el resultado de la ley debería ser la vida. Si la obedecemos, obtendremos vida.
No obstante, en Romanos 7, Pablo aclara que a pesar de que la ley debe dar por resultado la vida, él no podía cumplir los requisitos de la ley. Por consiguiente, lo que supuestamente debía resultar en vida resultaba en muerte. Puesto que en nuestra experiencia no podemos guardar la ley, ésta dará por resultado la muerte, aunque se suponía que diera vida. No obstante, no puede dar vida. Una cosa es dar vida, y otra es dar por resultado la vida.
Debemos quedar impresionados con el hecho de que la ley es espiritual, santa, justa y buena, que la ley fue dada con la intención de que diera por resultado la vida, y que la ley no puede dar vida por sí misma. ¿Entonces cuál debería ser nuestra actitud hacia la ley? De ninguna manera debemos despreciarla. Por el contrario, debemos estar agradecidos porque la ley nos expone, nos somete y nos lleva al Señor como fuente de vida. Debemos decir: “Ley, deseo agradecerte por exponerme, someterme y llevarme a Aquel que me puede dar vida. Te doy las gracias por llevarme a Aquel que da vida”.
En lugar de agradecer la ley por su función, muchos cristianos contemporáneos, todavía intentan guardarla. Se encuentran en un extremo, usando la ley de una manera inapropiada. En el otro extremo se encuentran los que verdaderamente desprecian la ley. Al presentar un cuadro completo de los aspectos de la ley, Pablo usa algunos términos negativos para describir la ley. En Gálatas, aún considera la ley como Agar, una concubina, y dice que produce esclavos (Gá. 4:21-25). Los lectores de las epístolas de Pablo pueden llegar a despreciar la ley y pensar que no es buena si no la entienden correctamente. No debemos tener esta actitud. En Gálatas, el libro donde Pablo considera la ley como una concubina y habla de esclavos, él usa también términos positivos para describir la ley. Por ejemplo, habla de la ley como de un ayo: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gá. 3:24). La ley nos guarda, nos mantiene a salvo, y finalmente nos conduce a Cristo. Por una parte, la ley es una concubina; por otra parte, es un guardián y un ayo para Cristo. Aunque la ley nos lleva a Cristo para que seamos justificados por fe y que tengamos vida, la ley por sí misma no es capaz de darnos vida.
Cuando la ley es separada del Dios viviente como fuente de vida, se convierte en el elemento que condena y mata al pueblo pecaminoso (11, Ro. 7:13). Separar la ley de Dios mismo, significa estar en la “noche” en cuanto a la ley. Si intentamos guardar la ley de Dios, automáticamente separaremos la ley de Dios mismo. Entonces en nuestro esfuerzo para guardar la ley, nosotros mismos nos separaremos de El. Como resultado, la ley llegará a ser letras que nos matan. Somos como los hijos de Israel al pie del monte Sinaí. Al decir simplemente que ellos podían hacer todo lo que el Señor exigía, se separaron de Dios, la fuente de vida. Entonces la ley llegó a ser un elemento que mata en la experiencia de ellos.
El caso de los judaizantes es un ejemplo de que la ley llega a convertirse en letras que matan cuando está separada del Dios vivo. Los judaizantes amaban la ley y la guardaban con ahínco. Pero esto los apartaba de Dios. En Juan 5:39 y 40, el Señor Jesús dijo: “Escudriñáis las Escrituras, porque a vosotros nos parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de Mí. Pero no queréis venir a Mí para que tengáis vida”. Los judaizantes pensaban que las letras en blanco y negro de las Escrituras tenían vida. No obstante, acudir a las Escrituras sin ir al Señor puede ser algo supersticioso.
Muchos cristianos usan la Biblia de una manera supersticiosa, pensando que las Escrituras en realidad pueden protegerlos. Algunos creen que algo malo les puede suceder durante la noche, y por eso ponen una Biblia debajo de su almohada. Esto es superstición. Otros piensan que si una persona coloca su mano sobre la Biblia cuando hace un juramento, no podrá mentir. Eso también es algo supersticioso.
En las letras impresas de la Biblia no hay vida. No podemos recibir vida de la Palabra si acudimos a ella sin ir al Señor. Para recibir vida de la palabra, debemos tener contacto con el Señor cuando la leemos. En realidad la vida no está en la Biblia como tal, sino en Cristo. Por esta razón, nunca debemos separar la Biblia del Señor. La Biblia fue dada para ser el árbol de la vida. Pero si la separamos del Señor como la fuente de vida, llegará a ser para nosotros el árbol del conocimiento. El que la Biblia sea para nosotros el árbol de vida o el árbol del conocimiento depende de nuestra condición y de nuestra posición. Si permanecemos en unidad con el Señor, la Biblia será vida para nosotros. Pero si nos separamos del Señor e intentamos usar la Biblia, llegará a ser el árbol del conocimiento para nosotros. Cuando nos apartamos del Señor en nuestro uso de la Palabra, la Biblia se convierte en letras que matan. Por tanto, si permanecemos en el Señor cuando leemos la palabra, estaremos en el “día”. No obstante, si nos separamos de El, estaremos en la “noche”.
Dios dio la ley con la intención de que diera por resultado la vida. No obstante, la mayoría de los hijos de Israel no acudieron a Dios ni lo recibieron a El como vida. Por el contrario, intentaron guardar la ley por sus propios esfuerzos. Como lo indica la historia relatada en el Antiguo Testamento, el resultado fue un gran fracaso. Finalmente, en los libros de Jeremías y Ezequiel, Dios vino y habló de establecer otro pacto, un nuevo convenio. En este pacto, Dios le daría al pueblo un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Además, El les daría aun Su Espíritu. El espíritu nuevo, el corazón nuevo, y el Espíritu de Dios les permitirán guardar todos los mandamientos de Dios. Este es el Nuevo Testamento.
Cuando muchos leen Ezequiel 36:26-27, tienen la impresión de que estos versículos enseñan exactamente lo mismo que el Nuevo Testamento en cuanto a un corazón nuevo, un espíritu nuevo, y el Espíritu de Dios. Debemos reconocer que eso es cierto. En estos versículos, vemos la reconstitución de nuestro ser interior. Tener un nuevo corazón y un nuevo espíritu es algo que involucra la regeneración, la reconstitución, y un nuevo arreglo de nuestro ser. Además, el Espíritu de Dios entra en nosotros para unirnos a El. Ciertamente esto es lo mismo que dice Pablo en Primera de Corintios 6:17 “El que se une al Señor un solo Espíritu es con El”. Si no nos separamos de Dios, sino permanecemos con El según el nuevo pacto, automáticamente tendremos la capacidad, la fortaleza y el poder de llevar a cabo los mandamientos de Dios.
Cuando Moisés se encontraba en la cima del monte y experimentaba una infusión divina, ¿recibió un corazón nuevo y un espíritu nuevo? ¿Recibió el Espíritu de Dios? No tengo la menor duda de que Moisés recibió un corazón nuevo y un espíritu nuevo y el Espíritu de Dios. Entonces ¿significa esto que Moisés fue regenerado? Es difícil contestar esta pregunta. Aquí el punto es éste: el principio es el mismo en el Antiguo Testamento y en el Nuevo. Después de la caída del hombre, la intención de Dios era cambiar nuestro corazón y nuestro espíritu, y luego introducirse a Sí mismo como el Espíritu vivificante dentro de nosotros. Entonces tendremos una vida con la capacidad de cumplir los requisitos de Dios, y podremos vivir de una manera que corresponda con lo que Dios es. No pretendo decir que Moisés fue regenerado o no. Pero sí sé que la economía de Dios consiste en forjarse a Sí mismo dentro de nosotros, como lo vemos en las Escrituras, y reconstituirnos al cambiar nuestro corazón y espíritu, y entrar en nosotros como el Espíritu vivificante para que lo vivamos a El.
Ahora debemos mirar el caso de los gálatas. Su caso difiere del de los judaizantes. En contraste con los judaizantes, los gálatas habían recibido al Señor y habían entrado en la esfera de la gracia. No obstante, fueron distraídos de Cristo y se volvieron a la ley. Tomaron el concepto de que debían intentar guardar la ley porque era buena. Pero en su esfuerzo por guardar la ley se separaron de Cristo y cayeron de la gracia. Esta fue la razón por la cual Pablo les dijo: “Si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo”. (Gá. 5:2). El continuó y les dijo: “Habéis sido reducidos a nada, separados de Cristo, los que buscáis ser justificados por la ley; de la gracia habéis caído” (v. 4). Al volver a la ley, los creyentes gálatas se habían cortado del disfrute de Cristo y del beneficio de estar en Cristo. Así vemos con este ejemplo de los gálatas que cuando los creyentes descuidan su unión con Cristo y se vuelven a la ley y se esfuerzan por guardarla, se separan de Cristo y de la gracia.
En su trato con los creyentes en Galacia, Pablo vio que era necesario señalar que se necesita fe para tener una unión orgánica con el Dios vivo, la fuente de vida, para ser la nueva creación. Gálatas 5:6 dice: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe, que obra por medio del amor”. Tal parecía que Pablo estaba diciendo: “No vuelvan a la ley ni se separen de Dios. Más bien, ejercitan su fe para mantener la unión orgánica con Cristo. Si ustedes preservan esta unión, disfrutarán de la vida”. Más adelante en Gálatas 6:15, Pablo afirma: “Porque ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación”. La nueva creación consta de seres humanos que han sido constituidos con el Dios Triuno para vivirlo a El. Permanecer en la nueva creación significa permanecer en esta constitución. Si ejercitamos la fe para disfrutar la unión orgánica con el Dios vivo y ser la nueva creación, no será necesario guardar la ley. Espontáneamente llevaremos una vida que cumple los requisitos de la ley y aun los rebasa.