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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Corintios»
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Mensaje 11

LA PARTICIPACION EN LA COMUNION DE CRISTO

  Lectura bíblica: 1 Co. 1:2, 9-13

  En los capítulos uno, dos y tres de 1 Corintios Pablo emplea términos especiales y expresiones extraordinarias que no se hallan en ninguna otra parte de sus escritos. El primer versículo extraordinario es 1:2, donde dice: “A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, los santos llamados, con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. La expresión los santos llamados no es común. Muchos cristianos no tienen la certeza de ser santos. ¿Ha alabado al Señor alguna vez por el hecho de que usted es santo? ¿Tiene usted el concepto o la idea de que es santo? Si yo declarara con denuedo que soy santo, tal vez alguien me acusaría de orgulloso, diciéndome que yo soy un simple chino de nacimiento y cristiano por fe. No obstante, Pablo se refiere a los destinatarios de esta epístola como los santos llamados. Esta es una expresión extraordinaria.

  En el versículo 2 Pablo también habla de invocar el nombre del Señor Jesucristo en cualquier lugar, y añade que Cristo es Señor de ellos y nuestro. El Cristo cuyo nombre invocamos es tanto de ellos como nuestro. Quizás usted había leído este versículo muchas veces sin prestar atención a esta expresión. El significado de estas palabras es profundo.

  En 1:9 Pablo dice: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor”. Todo cristiano sabe que Dios es fiel. Además, el hecho de que El es misericordioso, lleno de gracia y amoroso también les es común. Pero son pocos los que están conscientes de que fueron llamados a la comunión del Hijo de Dios, y menos los que tienen el debido entendimiento de ella. La pregunta que casi siempre hacen los cristianos es sí uno ha sido salvo, pero casi nunca indagan si la persona ha sido llamada. ¿Se le ha acercado alguien alguna vez para preguntarle: “Ha sido usted llamado por Dios a la comunión de Su Hijo?” En este versículo Pablo no habla de ser salvo, sino de ser llamado. Además, tampoco dice que hayamos sido llamados al cielo o a las bendiciones eternas; él dice que fuimos llamados a la comunión del Hijo de Dios.

  El Cristo a quien invocamos es de ellos y nuestro. El Dios fiel nos llamó a la comunión de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor. Esto es muy profundo. Los cristianos a lo largo de los siglos no han tocado debidamente las profundidades de este tema.

EL BENEPLACITO DE DIOS

  Si deseamos entender estos dos versículos, es necesario remontarnos al principio, donde vemos a Dios en la eternidad pasada. Antes de crear el universo, El tuvo un beneplácito, el deseo de Su corazón. Así como todo ser humano busca tener cierta clase de placer, también Dios tiene Su placer. En conformidad con Su beneplácito, Dios hizo un plan, el cual consiste en impartirse en muchos seres humanos y forjarse en ellos. Este es Su beneplácito, Su deleite, sin la comprensión del cual, los cristianos no podrán conocer debidamente el significado de 1 Corintios 1:2 y 9.

  Pocos cristianos saben que Dios tiene un placer y que Su plan consiste en impartirse y forjarse en nosotros. No obstante, esto se revela en la Biblia. En Efesios 1:5 Pablo habla del beneplácito de la voluntad de Dios, y en el versículo 9, de Su beneplácito, el cual se había propuesto en Sí mismo. Además, él emplea la palabra economía varias veces. En Efesios 1:10 habla de “la economía de la plenitud de los tiempos”, y en 3:9 se refiere a “la economía del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas”. Repito: el beneplácito de Dios consiste en impartirse y forjarse en nosotros.

EL PROCESO POR EL CUAL DIOS SE IMPARTE EN NOSOTROS

La creación

  Ahora necesitamos hacer una pregunta muy importante: ¿Cómo se imparte Dios en nosotros? En primer lugar, Dios creó los cielos, la tierra y el hombre. Zacarías 12:1 dice que el Señor extendió los cielos, fundó la tierra y formó el espíritu del hombre dentro de él. El espíritu humano es un órgano especial creado por Dios en el cual el hombre recibe a Dios. Usemos un radio de transistor como ejemplo. El radio contiene un receptor que capta las ondas de sonidos que se difunden por el aire. Nosotros somos como el radio y nuestro espíritu como el receptor. Los cielos fueron extendidos para la tierra, la tierra fue fundada para el hombre y el hombre con un espíritu fue creado para Dios. Ya que el hombre tiene un espíritu, un receptor, esto hace posible que él reciba a Dios dentro de sí.

La encarnación

  Mucho tiempo después de que Dios efectuara la obra creadora, lo cual constituye el primer paso para impartirse en el hombre, El tomó el segundo paso: la encarnación. Un día, el Dios infinito, el propio Dios que creó el universo, se hizo hombre. Según Juan 1:1 y 14, el Verbo, quien era Dios, se hizo carne; es decir, Dios se hizo hombre. En las palabras de Isaías 9:6, un niño nos fue nacido, cuyo nombre es Dios fuerte. El bebé nacido en el pesebre de Belén era el Dios fuerte. El Señor Jesús vivió en la tierra de una manera humilde. Fue criado en la casa de un carpintero, y El mismo trabajó en la carpintería. ¿A quién se le hubiera ocurrido que el propio Dios moraba en El? A la edad de treinta años salió a ministrar. Algunas de las cosas que hizo fueron motivo de que la gente se maravillara de El. Sus palabras eran mucho más filosóficas que las que expresaran los filósofos más prominentes. Algunos de los que le oían se maravillaban, diciendo: “¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?” (Jn. 7:15). Otros se ofendían y afirmaban conocer a Su madre, Sus hermanos y Sus hermanas. Finalmente, el Señor Jesús fue a la cruz y murió.

La crucifixión

  Por medio de la encarnación, el Señor se vistió de la naturaleza humana. El hombre es la cabeza de la vieja creación. Así que, cuando Adán, el representante de ésta, cayó, la creación entera cayó y se envejeció. Cuando Dios se vistió de humanidad, El asumió la vieja creación. Así que, al ser crucificado Cristo, el Señor puso fin a la creación en su totalidad, incluyéndonos a usted y a mí. Por medio de Su muerte maravillosa y todo inclusiva, Cristo nos redimió; nos regresó a Dios. No sólo nos puso fin y nos devolvió a Dios, sino que en resurrección, nos reemplazó consigo mismo. Así que, el Señor nos dio muerte, nos devolvió a Dios y nos reemplazó consigo mismo en resurrección.

La resurrección

  En Juan 11:25 el Señor Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”. El Señor, quien es la resurrección, es el elemento con el cual somos reemplazados. Además, en resurrección, Cristo fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). De hecho, la resurrección es la persona viva de Cristo, quien es el Dios encarnado, Aquel que vivió en la tierra como hombre, murió en la cruz para redimirnos y fue hecho el Espíritu vivificante en la resurrección. Así que, Cristo es tanto la resurrección como el Espíritu. El se hizo el Espíritu, y el Espíritu es la resurrección. Ahora, El, como Espíritu y como resurrección, es nuestro reemplazo.

  Después de que Cristo fue hecho el Espíritu vivificante, se hizo posible que El entrara en nosotros. El, la electricidad divina, pudo entrar en nuestro receptor. No obstante, para recibirle fue necesario arrepentirnos, creer en El e invocar Su nombre. Ahora cualquier pecador puede orar: “Señor Jesús, soy pecaminoso, pero Tú eres mi Salvador. Abro mi ser a Ti y te recibo”. Siempre que una persona ore de tal manera, entra en él esta persona maravillosa, excelente y preciosa; Aquel que es el Espíritu y la resurrección. Esto no es una mera teología, sino un hecho maravilloso. Todo cristiano auténtico puede testificar que algo extraordinario le sucedió cuando creyó en el Señor e invocó Su nombre. El Señor como Espíritu vivificante entró en él. Una vez que le recibimos, nunca nos dejará, aunque a veces nos arrepintamos de habernos convertido en cristianos. Después de que usted creyó en el Señor Jesús, nunca podrá dejar de creer en El. Una vez que El entró en usted, nunca se irá. Ahora vemos cómo Dios se imparte en nosotros.

  ¿Se da cuenta quién es el que se imparte en usted? Es el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. La persona que recibimos es Cristo, el Redentor, el Salvador, el Espíritu vivificante y la resurrección. Todos estos son diversos aspectos de una misma persona.

INVOCAR EL NOMBRE DEL SEÑOR

  La persona en quien creímos, a quien recibimos y quien entró en nosotros debe ser también a quien invocamos. Sin embargo, muchos cristianos no le dan importancia a la invocación del nombre del Señor Jesús. Como vimos, Pablo habla de esto en 1:2, al referirse a “todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. La palabra griega que se traduce invocar significa llamar en voz alta. Orar de manera suave y en voz baja es muy diferente a invocar el nombre del Señor Jesús. Supongamos que un pecador escucha la predicación del evangelio y es persuadido a creer en el Señor y a invocarle. Luego, susurra la siguiente oración: “Señor Jesús, soy pecador. Gracias por morir por mí. Creo en ti. Tu sangre me limpia. Concédeme la vida eterna”. Una persona que ora de esta manera ciertamente puede ser salva, pero es posible que no sea salva sólidamente. Supongamos que otra persona se convence de que debe creer en el Señor Jesús, pero en lugar de orar suavemente, invoca el nombre del Señor en voz alta, declarando que cree en El y le recibe. Si dicha persona invoca al Señor de esta manera, su experiencia de salvación será muy sólida.

  Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, hacemos nuestra la persona a quien recibimos, es decir, el Señor llega a ser nuestra porción, la porción que todo lo incluye. Como tal, Cristo es nuestra vida, nuestra provisión de vida y el todo para nosotros. El es todo lo que necesitamos: consuelo, paciencia, justicia, santidad, poder. Luego, nos es hecho de parte de Dios sabiduría. El Cristo, que es nuestra porción, es tanto de ellos como nuestro.

EL SIGNIFICADO DE LA COMUNION

  En 1:9 Pablo dice que Dios nos llamó a la comunión de Su Hijo. El significado de dicha comunión es profundo. El Nuevo Testamento asemeja esta comunión a una fiesta de bodas. En los evangelios, el Señor Jesús habla de una fiesta de bodas, a la cual se invita a mucha gente (Mt. 22:1-3; Lc. 14:16-17). A todos se nos ha invitado a una fiesta maravillosa, en la cual disfrutamos diversos manjares. Este disfrute es una participación mutua. Así que, en la comunión del Hijo de Dios tenemos disfrute. Sin embargo, participamos de este disfrute de manera corporativa, y no individual. Al disfrutar juntos de este banquete, tenemos comunión, es decir, participación.

  La palabra griega traducida comunión es koinonía. Tener comunión es participar de algo en común. Cuando usted desayuna solo, no tiene comunión, pero cuando viene a una cena donde asisten muchas personas y la disfruta con ellas, usted tiene comunión. Esta comunión es una mutuo disfrute, una coparticipación.

  La comunión también incluye compañerismo. Siempre que disfrutamos algo con otros, también hay comunicación. Usted se comunica con otros, y viceversa.

  Dios nos llamó a la comunión de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor. Esta comunión incluye al Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Es la comunión del Cristo encarnado, crucificado y resucitado, quien en resurrección es el Espíritu vivificante. Esta persona que lo incluye todo es nuestra fiesta, y esta fiesta es la comunión. Como personas llamadis a esta comunión, ahora disfrutamos a Cristo al participar de El. Además, tenemos comunión y estamos en comunión unos con otros. Esta comunión es la vida de iglesia.

  La vida de iglesia es la vida de resurrección de la cual todos participamos. Además, la resurrección es el Espíritu vivificante, el Espíritu vivificante es Cristo, y Cristo es el Dios encarnado. Cristo, una persona que lo es todo, también incluye justificación, santificación y redención. Cristo es Dios, el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Como el Cristo encarnado, crucificado y resucitado, El es tanto la resurrección como el Espíritu vivificante. El incluso es nuestro banquete. Además, Cristo es la comunión misma a la cual Dios nos llamó. Decir que fuimos llamados a la comunión de Jesucristo equivale a decir que fuimos llamados a El. Cristo es la vida, la resurrección, la santificación, la justificación, la redención y el todo para nosotros. Así que, El mismo es la comunión.

DIVIDIDOS POR PREFERENCIAS

  Examinemos una vez más el contexto histórico de 1 Corintios. Pablo escribió esta epístola a griegos filosóficos, a personas que se creían muy sabias. Debido a que estaban habituados a filosofar, algunos decían: “Yo soy de Pablo”, otros decían, “Yo de Apolos”, y aun otros declaraban, “Yo de Cefas”. Así vemos que los creyentes de Corinto tenían preferencias, y éstas los dividían. Decir: “Yo soy de Pablo”, equivale a decir: “Yo fui llamado a preferir a Pablo”. Lo mismo es verdad en cuanto a decir: “Yo soy de Apolos” o “Yo soy de Cefas”. En lugar de tomar a Cristo como la porción que lo incluye todo, los corintios tomaban a otras personas: a Pablo, a Apolos o a Cefas. Así que, en esta epístola Pablo parecía decir: “Creyentes de Corinto, ustedes no fueron llamados a tener su propia preferencia. Dios los llamó a la comunión de Su Hijo. No deben preferirme a mí, a Apolos, a Cefas ni a ningún otro. Todos fuimos llamados a una persona viviente que lo es todo. Todos fuimos llamados por Dios a la comunión de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo”.

  En el texto original griego, el Nuevo Testamento no estaba dividido en versículos. Lo que significa que 1:10 es una continuación directa del versículo 9. Hemos hecho notar en varias ocasiones que en el versículo 9 Pablo dice que Dios nos llamó a la comunión de Su Hijo. Luego, en el versículo 10 añade: “Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer”. En esto vemos que Pablo hace un ruego a los creyentes, y lo hace por el nombre del Señor Jesucristo, el nombre que invocan todos los creyentes. En particular, Pablo les rogaba que hablaran una misma cosa, ya que al decir los corintios: “Yo soy de Pablo”, o “Yo de Apolos”, hablaban cosas diferentes. Si estudiamos los versículos del 11 al 13 veremos que la comunión que se menciona en el versículo 9 está en contraste con las divisiones mencionadas en el versículo 10. Además, comprenderemos que estas divisiones resultaron de las preferencias que los corintios tenían por algunas personas. A nosotros no se nos llamó a tener preferencias, ni a entrar en divisiones, sino a participar de la comunión única, o sea, a participar de Cristo. ¡Es de vital importancia que veamos esto! Lo único que puede salvarnos de la división es estar conscientes de que el Cristo que todo lo incluye es nuestra porción y de que fuimos llamados a la comunión, al disfrute de El.

  Los cristianos están divididos a causa de sus preferencias. Y puede ser que éste también sea el caso de nosotros en la vida de iglesia. Es posible que usted se agrade de la iglesia hoy debido a que su condición corresponde con la preferencia suya. Tal vez alguien diga: “¡Alabado sea el Señor! La vida de iglesia en mi localidad es excelente. Las reuniones son elevadas y vivientes, y las disfruto mucho”. Sin embargo, tal vez después de algún tiempo las reuniones no serán tan elevadas ni tan vivientes como los son ahora. Entonces, es posible que algunos se desanimen, abandonen la vida de iglesia y vayan en pos de algo que se acomode a su preferencia.

  Tener preferencias y disfrutar al Cristo que lo es todo son dos cosas muy diferentes. Si hemos visto lo que significa que Cristo sea nuestra porción y lo que es ser llamados a Su comunión, no nos afectará el que las reuniones sean elevadas o bajas. No tendremos preferencias en cuanto a ellas. La fuente principal de las divisiones entre los cristianos son las preferencias. Pero si hemos visto que el beneplácito de Dios es simplemente forjar a Cristo en nosotros como nuestra porción para nuestro deleite, lo único que nos interesará es la persona de Cristo y disfrutar Su comunión.

EXPERIMENTAR Y DISFRUTAR LA COMUNION

  Hemos visto que la comunión consiste en disfrutar a Cristo y participar juntos de El. No es necesario analizarla de manera doctrinal a fin de experimentarla. Cuando usted desayuna, ¿acaso analiza todo lo que come? ¿Hace usted un estudio de la composición de los huevos, del pan y del jugo? Nadie sería tan insensato como para estudiar el desayuno en lugar de disfrutarlo. Además, no debemos preocuparnos por los utensilios que usamos. ¡Cuán insensato es disputar sobre los utensilios, los vasos o los platos! ¿No sería ridículo que alguien dejara de participar de los alimentos preparados para su disfrute y se distrajera con la clase de cuchillos, tenedores y cucharas que están sobre la mesa? Sin embargo, éste es un ejemplo de la actual situación de los cristianos. En lugar de ocuparse de Cristo como su porción única, muchos argumentan sobre las doctrinas y prácticas.

  Supongamos que usted viene a la reunión de la iglesia y encuentra las sillas arregladas de una manera fuera de lo común. Si esto le molesta, queda comprobado que usted no ha visto qué es la iglesia. La vida de iglesia adecuada no depende de que las sillas se arreglen de cierta manera. La iglesia es la comunión, la coparticipación, tener el disfrute mutuo de Cristo. Este Cristo ahora es la resurrección y el Espíritu. Si usted ha visto que la vida de iglesia es esta comunión, no le interesarán cosas tales como el arreglo de las sillas en el salón de reunión. Además, ni las doctrinas ni las prácticas le distraerán de Cristo.

  Les animo a todos que procuren experimentar y disfrutar la comunión del Hijo de Dios. Cuanto más disfrutamos la coparticipación en esta comunión, mejor será la vida de iglesia. Necesitamos disfrutar esta comunión en el hogar y en las reuniones. Entonces no nos dejaremos turbar por las opiniones, el chisme ni las diferentes enseñanzas, ya que lo único que nos interesará será disfrutar práctica y corporativamente al Cristo todo inclusivo quien es el Espíritu, la resurrección y el Dios Triuno. Esta comunión es la realidad de la iglesia, y siempre debemos procurar experimentarla. Entonces disfrutaremos a Cristo en la iglesia.

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