Mensaje 2
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Lectura bíblica: 1 Co. 1:1-9
En este mensaje seguiremos examinando la introducción que Pablo dio en 1:1-9.
El versículo 2 dice: “A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, los santos llamados, con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. La expresión a la iglesia de Dios equivale a la cláusula a los santificados en Cristo Jesús, pues están en aposición. Esto indica enfáticamente que la iglesia está compuesta de los santos y que los santos son los constituyentes de la iglesia. No debemos pensar que la iglesia y los santos son entidades separadas. Individualmente, somos los santos; corporativamente, somos la iglesia. Por lo tanto, la iglesia no se compone únicamente de Dios, sino también de los santos.
Ser santificado significa ser hecho santo, apartado para Dios con miras al cumplimiento de Su propósito. Los santos son personas que han sido separados para Dios.
En este versículo Pablo dice que fuimos “santificados en Cristo Jesús”. Fuimos santificados en el elemento y la esfera de Cristo. El es el elemento y la esfera que nos apartó, que nos hizo santos para Dios cuando creímos en El, es decir, cuando nos unimos orgánicamente a Cristo al creer en El. La expresión santosllamados indica que los creyentes de Cristo son santos que fueron llamados; no son llamados a ser santos (como dice la versión Reina Valera). Esto tiene que ver con nuestra posición, con una santificación que nos pone en un nuevo ámbito para que luego seamos santificados en nuestro carácter.
A muchos de los que leen 1 Corintios les es difícil reconocer que los creyentes de Corinto fueron santos. Obviamente no lo eran según la definición católica, pues el catolicismo enseña que sólo a ciertas personas, como Santa Teresa o San Francisco, se les puede llamar santos legítimamente. Tal vez nos preguntemos cómo se les podía llamar santos a los carnales creyentes de Corinto. No obstante, en la Palabra, Pablo los describe como personas santificados en Cristo Jesús y como santos llamados.
¿Se atreve a decir que usted es santo? Tal vez alguien responda: “No puedo contradecir lo que dijo Pablo en 1 Corintios 1:2. Pero aunque Estas palabras dicen que yo fui santificado, no me siento santo”. En cuanto a ser santos, no debemos mirarnos a nosotros mismos. Pablo no dice que los corintios eran santificados en sí mismos; él afirma que ellos habían sido santificados en Cristo Jesús. Debemos olvidarnos de nosotros mismos y darnos cuenta que estamos santificados en Cristo.
Cuando un hermano contempla el hecho de que fue santificado en Cristo Jesús, no debe ser afectado por ninguna opinión negativa que su esposa pudiera tener acerca de él. Todos los hermanos somos santos a los ojos de los demás, pero no a los ojos de nuestra esposa. La esposa conoce muy bien las debilidades de su marido. Ella posee un conocimiento detallado de sus defectos. Por esta razón, a las mujeres les es difícil reconocer que su marido sea santo. Sin embargo, aun cuando un hermano no esté santificado a los ojos de su esposa, sí lo está en Cristo Jesús.
Dios no ve nuestra condición, El nos ve en Cristo. Esto se puede apreciar en las palabras que pronunció el profeta Balaam acerca de los hijos de Israel. Aparentemente, ellos estaban llenos de maldad, pero cuando Balaam profetizó acerca de ellos, declaró: “El no ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel” (Nm. 23:21). Asimismo, Pablo conocía todas las maldades de la iglesia en Corinto. No obstante, él empezó su epístola diciendo que ellos estaban santificados en Cristo Jesús, y les llamó santos.
En el versículo 2 Pablo usa otra cláusula de aposición, y dice que los que fueron santificados en Cristo Jesús son santos llamados. Esto nos puede parecer repetitivo, pero sin esta repetición no llamaría nuestra atención el hecho de que los creyentes de Corinto eran verdaderamente santos, incluso santos llamados.
Toda persona salva es un llamado. Lo cual equivale a ser salvo. Cuando el Señor Jesús dijo a Pedro: “Sígueme”, aquello equivalía a llamarlo. Todos los que somos salvos, hemos sido llamados, y al ser llamados, somos hechos santos.
No piense que únicamente a personas como Santa Teresa o San Francisco se les puede llamar santos. Usted y yo también somos santos. ¿Se atreve a declarar que usted es santo? Quizás algunos tengan la confianza para decir solamente que son creyentes, pero no para afirmar que son santos. Tal vez digan: “Yo soy un pecador que fue salvo por gracia, y soy creyente de Cristo, pero no me atrevo a decir que soy santo”. Esta falta de certeza se debe a que la influencia maligna del catolicismo sigue afectando nuestro entendimiento. Es posible que otros creyentes, conscientes de sus fracasos tales como perder la calma o discutir con la esposa, no tengan la confianza para afirmar que son santos. Sin embargo, ser santo no depende de si usted pierde o no la calma, ni si discute o no con su cónyuge, sino de que usted haya sido llamado.
En lugar de decir santos llamados, la versión Reina Valera lo traduce llamados a ser santos. Según esta traducción, ser santo es algo que está pendiente, y no de un hecho ya cumplido. Pero Pablo no dice que somos llamados a ser santos; él afirma que somos santos llamados. Si dejamos de mirarnos a nosotros mismos y miramos a Cristo, podremos declarar que somos santos. Nos daremos cuenta de que un santo es simplemente un llamado.
Ser llamado por Dios equivale a ser apartado para El. Por ejemplo, los que son llamados al servicio militar son separados de la vida civil y reclutados para dicho servicio. Esto ejemplifica el llamamiento de Dios. Cuando Dios nos llamó, nos reclutó, nos apartó para El. Como resultado, fuimos santificados, es decir, apartados para un propósito determinado. Puesto que todos nosotros fuimos llamados por Dios para Su propósito, somos los santos llamados.
En el versículo 2 Pablo añade: “Con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. Observe que no dice y todos sino contodos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Esto indica: (1) que una iglesia local, tal como la iglesia en Corinto, se compone sólo de los creyentes que están en esa localidad, y no de todos los creyentes que están en cualquier lugar; y (2) que esta epístola está dirigida no sólo a los creyentes de la iglesia en Corinto, sino a todos los creyentes que están en cualquier lugar. Esta epístola está dirigida a todos los creyentes de cualquier lugar y en cualquier época.
Si yo hubiera escrito esta epístola, probablemente habría usado la palabra y en vez de con. En este contexto resulta muy importante la elección de palabras que Pablo usa. Como hemos visto, esto indica que una iglesia local incluye solamente a los que radican en esa localidad, y no a la totalidad de los santos de toda la tierra. Pablo escribió esta epístola a la iglesia en Corinto con todos los santos en toda la tierra. Sólo los santos locales constituyen la iglesia en determinada localidad. Los santos de otras ciudades no constituyen dicha iglesia. No obstante, este saludo indica que esta epístola de ejemplos no sólo fue escrita a los santos de Corinto, sino a todos los santos, sin importar donde estén.
Cuando Pablo se refiere a los santos locales de Corinto, él usa la expresión santos llamados; pero al hablar de los santos que están en toda la tierra, usa otra descripción: todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo. En este versículo vemos dos llamamientos: primero, somos santos llamados; segundo, llamamos, es decir, invocamos el nombre del Señor. Esto indica que nosotros los creyentes, los santos, fuimos llamados por Dios para invocar el nombre del Señor. ¡Fuimos llamados para llamar! El llamamiento ocurre de una vez por todas, pero la invocación se practica durante toda la vida. Debemos invocar al Señor continuamente.
Invocar el nombre del Señor implica creer en El (Ro. 10:14). Todos los que creen en el Señor deben ser personas que lo invocan (Hch. 9:14, 21; 22:16). Nosotros fuimos llamados por Dios para invocar el nombre del Señor Jesús.
En los primeros versículos de esta epístola, Pablo da la definición de un apóstol, de la iglesia y de los santos. Un santo es alguien primeramente que fue llamado por Dios y que después de ser llamado, invoca el nombre del Señor Jesús.
Invocar el nombre del Señor Jesús no es orar en silencio, sino invocarlo en voz alta. Los cristianos suelen oran en silencio o en voz baja. Pero si queremos invocar el nombre del Señor Jesús, debemos clamar a El audiblemente. Puedo testificar que invocar al Señor así hace una gran diferencia.
Cuando invocamos el nombre del Señor de esta manera, somos los primeros en escuchar la oración. Si usted no escucha su propia oración, ¿cómo quiere que el Señor la escuche? Pero si usted la escucha, tendrá la seguridad de que el Señor también la ha escuchado.
Como santos que estamos en Cristo Jesús, nosotros no somos máquinas. Por consiguiente, nuestras oraciones al Señor no deben ser mecánicas. Cuando invocamos al Señor Jesús, todo nuestro ser se aviva, todo nuestro ser se ejercita.
Hemos dicho que un santo es una persona que es llamada por Dios y que invoca el nombre del Señor Jesús. Sin embargo, algunos cristianos se oponen rotundamente a que se invoque el nombre del Señor. Pero invocar el nombre del Señor Jesús no solamente es bíblico, sino también necesario en nuestra vida diaria. Como cristianos, no debemos ser mudos. No debemos ir a las reuniones y sentarnos en silencio como si fuésemos ídolos mudos. Debemos invocar el nombre del Señor Jesús en voz alta. Habrán ocasiones en las que sentimos la necesidad de invocarle en lugares públicos. Tal vez usted piense que esto lo desprestigia a uno, pero lejos de desprestigiarlo, usted se elevará en el Señor.
Usted fue llamado por el Señor, pero ¿continúa invocándole? Me temo que aun entre nosotros haya algunos que no invocan el nombre del Señor. Todavía les preocupa perder su prestigio. Cuanto más invocamos el nombre del Señor Jesús, más somos liberados y elevados. Además, esta invocación nos designa santos llamados.
En el versículo 2 Pablo escribe que el Señor Jesucristo es “Señor de ellos y nuestro”. El Cristo que lo es todo pertenece a todos los creyentes. El es la porción que Dios nos asignó (Col. 1:12). El apóstol agregó esta frase especial al final de este versículo para recalcar el crucial hecho de que Cristo es el único centro de todos los creyentes en cualquier lugar o situación que se encuentren. La intención del apóstol en esta epístola era resolver los problemas que existía entre los santos de Corinto. Para todos los problemas, especialmente para la división, la única solución es el Cristo todo inclusivo. Todos fuimos llamados a la comunión de Cristo, o sea, a participar de El (v. 9). Todos los creyentes deben centrar su atención en El, y no dejarse distraer por ningún énfasis doctrinal, ni por ninguna práctica específica.
El versículo 3 contiene el saludo de Pablo a los corintios: “Gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. La gracia es el Dios que disfrutamos (Jn. 1:17; 1 Co. 15:10), y la paz es la condición que resulta de la gracia, la cual procede del disfrute que tenemos de Dios nuestro Padre.
En el versículo 4 Pablo escribe: “Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús”. El apóstol Pablo dio gracias a Dios por los creyentes basado en la gracia que Dios les había dado en Cristo, y no en la condición de ellos.
En el versículo 5 Pablo añade: “Porque en todas las cosas fuisteis enriquecidos en El, en toda palabra y en todo conocimiento”. El vocablo griego traducido palabra es logos, y se refiere a la palabra que expresa los pensamientos. La palabra del evangelio predicada por el apóstol trasmite a nuestro entendimiento el pensamiento de Dios, y por ende, es la expresión, la enunciación del pensamiento divino. El conocimiento es la asimilación y comprensión de lo que se trasmite y se expresa en la palabra. Los creyentes corintios fueron enriquecidos por la gracia de Dios en toda palabra y expresión del pensamiento divino acerca de Cristo y en toda asimilación y comprensión en el conocimiento de El.
En el versículo 6 Pablo añade: “Así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado en vosotros”. El testimonio se refiere a la predicación de Cristo por parte del apóstol, no simplemente con doctrinas objetivas, sino con experiencias subjetivas, como un testigo que da testimonio vivo de Cristo. Este testimonio fue confirmado en los creyentes corintios y también entre ellos al ser enriquecidos en Cristo, según se menciona en los versículos 4 y 5.
Durante muchos años me intrigaban los versículos del 4 al 7, y particularmente el significado de la palabra don en el versículo 7. Me preguntaba cómo Pablo podía dar gracias al Señor por la iglesia en Corinto cuando los santos se encontraban en una condición tan deplorable, dividida y confusa. Tampoco tenía el entendimiento correcto de la gracia. Hace cuarenta años, yo no sabía qué era la gracia, y por ende, no entendía el versículo 4. En cuanto al versículo 5, me preguntaba cómo era posible que los creyentes en Corinto fueran enriquecidos en Cristo. Tampoco entendía lo que significaba que el testimonio de Cristo había sido confirmado en ellos y que nada les faltaba en ningún don. Yo incluso di mensajes en cuanto al versículo 7, en los cuales dije algo así: “En 1 Corintios vemos que los dones no son eficaces. El versículo 7 muestra que es posible tener toda clase de dones y aún así ser niños”. En aquel tiempo pensaba que este entendimiento era correcto, pero en lo profundo de mi ser no sentía paz. Con el tiempo, empecé a ver que en el versículo 7 se hablaba de lo que podemos llamar los dones iniciales, los dones que proceden de la gracia que recibimos cuando creímos en el Señor Jesús.
En el versículo 7, la palabra don se refiere a los dones internos producidos por la gracia, tales como el don gratuito de la vida eterna (Ro. 6:23) y el don del Espíritu Santo (Hch. 2:38), el don celestial (He. 6:4). No se refiere a los dones exteriores y milagrosos, tales como la sanidad, el hablar en lenguas, etc. que se mencionan en los capítulos doce y catorce. Todos los dones internos constituyen la gracia. Son los dones iniciales que nos comunica la vida divina, la cual recibimos por gracia. Estos dones necesitan crecer (3:6-7) para llegar a su pleno desarrollo y madurez. Los creyentes corintios no carecían de los dones iniciales en vida, pero estaban extremadamente escasos del crecimiento en vida. Por lo tanto, por mucho que hubieran sido enriquecidos en la gracia inicialmente, todavía eran niños en Cristo, hombres anímicos, carnales y que no eran más que una constitución de carne (2:14; 3:1, 3).
Después de muchos años, ahora me atrevo a decir que el don en 1:7 es diferente de los dones mencionados en los capítulos doce y catorce. En estos dos capítulos, algunos dones son milagrosos, mientras que otros son el fruto de la madurez espiritual (estudiaremos este tema de manera más profunda cuando lleguemos a esta porción de 1 Corintios). Como hemos hecho notar, el don que se menciona en el versículo 7 se refiere a los dones iniciales que proceden de la gracia, concretamente la vida eterna y el don del Espíritu Santo. Cuando fuimos regenerados, recibimos la vida eterna como don de Dios. Según Hechos 2:38, el Espíritu Santo es también un don. Decir que estos dones son dones iniciales indica que ellos aún no se han desarrollado; no han madurado.
El crecimiento de una planta desde la etapa de semilla hasta que llega a la madurez muestra el crecimiento y desarrollo de los dones iniciales. Primero, se siembra la semilla, la cual constituye la planta inicial. A medida que la semilla crece, se desarrolla hasta alcanzar la madurez. Todos los creyentes corintios poseían los dones iniciales, pues tenían la vida divina y el Espíritu Santo, los cuales estaban en ellos en forma de semilla. Si entendemos estos versículos no solamente por su contexto, sino también a la luz de nuestra propia experiencia y la de otros creyentes, nos daremos cuenta de que lo que Pablo decía a los corintios es lo siguiente: “Ustedes, creyentes de Corinto, recibieron al Señor Jesús. Cuando creyeron en El, recibieron los dones iniciales: la vida divina y el Espíritu Santo. El problema es que no han permitido que estos dones crezcan y se desarrollen en ustedes”. Por esta razón, en el capítulo tres Pablo dice que los corintios necesitaban crecer. El dice: “Yo planté, Apolos regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios” (3:6). Los corintios quienes todavía eran niños con respecto a los dones iniciales, necesitaban crecer urgentemente.
Un niño posee vida y también las funciones de ésta, pero no ha experimentado ni el crecimiento ni el desarrollo de esa vida. Esto impide que él se desarrolle normalmente. Cuanto más crece un niño, más actividades puede desarrollar. Por ejemplo, mi nieto de once años puede realizar muchas cosas que su pequeño hermano de siete años no puede efectuar. Aun cuatro años de crecimiento hace una gran diferencia. Esto no quiere decir que el hermano menor no tenga vida. La tiene, pero no se ha desarrollado en la misma medida. Del mismo modo, aunque los corintios habían recibido los dones iniciales y habían sido enriquecidos en Cristo en toda expresión y en todo conocimiento, seguían siendo niños. Los dones iniciales no se habían desarrollado.
Las personas a quienes se escribió la epístola de 1 Corintios eran gente filosófica. Pero no debemos pensar que los antiguos griegos eran más filosóficos que nosotros. Todos somos filosóficos. Así como los corintios, nosotros también somos personas filosóficas y hemos sido enriquecidos en nuestro entendimiento acerca de las cosas espirituales. No obstante, es posible que tengamos el conocimiento de estas cosas, y aún así seamos bebés en Cristo.
La educación de muchos santos les permite entender las expresiones que se usan para trasmitir las cosas espirituales. No obstante, puede ser que capten el pensamiento, mas no posean la realidad. Esta era la condición de los creyentes corintios. Por ser cultos, educados y filosóficos, entendían las palabras que trasmitían el pensamiento del ministerio de Pablo, pero no poseían la realidad de dicho pensamiento. Hoy los estudiantes universitarios entienden perfectamente mi ministerio en cuanto a la letra. Sin embargo, cabe la posibilidad de que sólo entiendan el pensamiento trasmitido en palabras, y que carezcan de la realidad que se comunica en él, la cual es el propio Cristo. Tal como los creyentes corintios, ellos son ricos en expresión y en conocimiento, en su entendimiento de las cosas espirituales, pero quizás no posean la realidad de estas cosas.
En el versículo 7 Pablo habla también de aguardar “con anhelo la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”. Esta manifestación se refiere a la aparición del Señor, a Su segunda venida. Esperar la aparición del Señor es una característica normal de los verdaderos creyentes.
En el versículo 8 Pablo dice: “El cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo”. En este versículo, el pronombre relativo el cual se refiere a Dios, que se menciona en el versículo 4. El Dios que inicialmente nos dio la gracia también nos confirmará hasta el fin. La palabra confirmará indica que después de recibir la gracia por primera vez, necesitamos crecer en vida.