Mensaje 20
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Lectura bíblica: 1 Co. 1:9-12, 17-31; 2:1-16
En 2:11 Pablo dice: “Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”. Si queremos saber las cosas del hombre y las de Dios, requerimos dos espíritus, el humano y el divino. Los creyentes de Corinto descuidaron estos dos espíritus, y por ende, no conocieron ni la cosas del hombre ni las de Dios. En el capítulo dos Pablo parecía decirles: “Corintios, en lugar de confiar en su mente filosófica, ejerciten su espíritu; no empleen su alma ni su carne. Si ejercitan su espíritu y dependen del Espíritu de Dios, conocerán su condición, su situación, su posición, su necesidad y su destino. Nadie conoce estas cosas del hombre sino el espíritu del hombre. Ustedes han errado al no ejercitar su espíritu y en lugar de ello usar su mente filosófica. No saben las cosas del hombre ni se conocen ustedes mismos. Debido a esto, no se dan cuenta cuán deplorable es su condición. Les insto a que ejerciten el espíritu así como yo. Yo ejercito mi espíritu y por eso conozco las cosas relacionadas con ustedes. Conozco su posición, su condición y sus circunstancias”. No hay duda de que Pablo estaba en su espíritu al dirigirse a los creyentes de Corinto.
En 4:21 Pablo dijo algo que muestra claramente que él estaba en el espíritu cuando le escribe a los creyentes de Corinto. El pregunta: “¿Qué queréis? ¿Iré a vosotros con vara, o con amor y espíritu de mansedumbre?” Pablo era una persona que siempre estaba en su espíritu, y él podía ir a Corinto ya sea con vara o con espíritu de mansedumbre. Puesto que éste era el caso, él podía decir: “Mi espíritu me da a conocer las cosas que les conciernen. Al ejercitar mi espíritu, me doy cuenta de que ustedes abandonaron la posición que tienen en Cristo, pasaron por alto su destino y descuidaron las bendiciones que tienen en Cristo. En lugar de ejercitar su espíritu, exaltan la filosofía y la sabiduría, y eligen según su predilección. Pero no están conscientes de esto porque no ejercitan el espíritu. Olvídense de su mentalidad griega y usen su espíritu regenerado. Entonces sabrán las cosas del hombre, las cosas que les competen a ustedes”.
Pablo también estaba consciente de que los creyentes corintios confiaban más en la sabiduría filosófica que en el Espíritu de Dios. En el capítulo dos parece decirles: “Cuando fui a ustedes, no confié en mi sabiduría. Pese a que había recibido una excelente educación, al estar con ustedes me propuse no saber nada, sino a Cristo y a éste crucificado. Ejercité mi espíritu, y puse mi confianza en el Espíritu de Dios. Así, cuando estuve entre ustedes, me conduje en el espíritu mezclado. Por estar en el espíritu, conozco las cosas de ustedes y también las de Dios. Conozco a Cristo como sabiduría y poder de Dios. Incluso sé que lo débil de Dios es más fuerte que el poder del hombre, y que lo insensato de Dios es más sabio que la sabiduría del hombre. Conozco las cosas de Dios en mi espíritu, el cual está mezclado con el Espíritu de Dios. Dios me reveló incluso las profundidades divinas. No sólo conozco las cosas que Dios hizo y sigue haciendo, sino también las profundidades del propio Dios, las profundidades de Su ser. Esto que yo hago, no lo pueden hacer ustedes porque no dependen de los dos espíritus; el espíritu humano y el Espíritu de Dios”. Hoy muchos son los cristianos que pasan por alto los dos espíritus.
La mayoría de los creyentes creen en la doctrina de la dicotomía, la creencia de que el hombre se compone de dos partes principales, el alma y el cuerpo. Según esta perspectiva, el espíritu del hombre y su alma son idénticos. Los que enseñan la dicotomía incluso afirman que el espíritu, el alma, el corazón y la mente son sinónimos. Dicen que el espíritu es el alma, el alma es el corazón y el corazón es la mente.
En 1954 conversé con un misionero estadounidense que creía en la dicotomía. Al final de la conferencia que celebrábamos en Hong Kong, me dijo que apreció mucho la conferencia, pero que no estaba de acuerdo con la enseñanza de que el espíritu humano fuera diferente del alma. El afirmaba que el espíritu y el alma son idénticos. Lo remití a 1 Tesalonisenses 5:23, donde Pablo habla del espíritu y del alma y del cuerpo, usando a propósito dos conjunciones. Le pregunté que, con base en este versículo, cómo podía insistir en que el alma y el espíritu fueran sinónimos. Con todo y esto siguió aferrado a la perspectiva de que el alma y el espíritu son iguales.
Muchos creyentes no tienen el debido entendimiento acerca del Espíritu de Dios. Hay creyentes ortodoxos que ponen énfasis en las doctrinas, mientras que en muchos casos hasta temen hablar del Espíritu. No prestan la debida atención a los dos espíritus de los que habla el Nuevo Testamento. Específicamente no les dan el énfasis que les da Pablo en sus epístolas. Así que, los creyentes ortodoxos representan un extremo con respecto al Espíritu de Dios.
Los cristianos del movimiento pentecostal o carismático representan el otro extremo, pues ellos ponen demasiado énfasis en ciertos dones del Espíritu, tales como la sanidad y hablar en lenguas. La condición de muchos de estos creyentes es muy similar a la que se daba con los creyentes de Corinto: ponen demasiado énfasis en las lenguas y los milagros. Muchos de los casos donde se supone que hablan en lenguas y que realizan sanidades no son auténticos. Según Hechos 2, hablar en lenguas debe hacerse en un idioma o dialecto comprensible, y no simplemente como una repetición de sonidos. Si las llamadas lenguas que hablan muchos grupos carismáticos hoy fueran grabadas y analizadas por un lingüista, éste llegaría a la conclusión de que los sonidos emitidos no pertenecen a ningún idioma o dialecto.
Hay reuniones carismáticas en las que ni las lenguas que se hablan ni su interpretación es auténtica. Por ejemplo, tal vez alguien emite algunos sonidos a los cuales se les da cierta interpretación. En otra ocasión la misma persona emite los mismos sonidos, pero a éstos se les da una interpretación completamente diferente. Tal vez en una ocasión la interpretación consistió de una exhortación a ser humildes delante del Señor, mientras que la otra, de una predicción acerca de un sismo o de la venida del Señor. Algunos creyentes dedican mucha atención al ejercicio de los así llamados dones espirituales sin hacer el mínimo intento por discernir lo auténtico de lo falso.
Algunos grupos cristianos ponen todo su énfasis en la sanidad milagrosa. En una ocasión se celebró una campaña de sanidad en Manila, y asistí con el propósito de observar si ocurría algún caso auténtico de sanidad. Algunos afirmaban ser sanados, pero más tarde se comprobaba que esta supuesta sanidad se trataba de un fenómeno psicológico y no de una curación permanente. Después de algún tiempo, todos lo que se suponía habían sido sanados en aquella reunión, volvieron a su condición anterior.
Algunos grupos pentecostales han afirmado que en sus reuniones se dieron casos en los que a algunas personas milagrosamente les fueron rellenadas de oro sus muelas. Yo rotundamente no creo en estos reportes. En lugar de que Dios les rellene las muelas, ¿por qué no se las restauró? Esto concuerda más con el principio bíblico. Además, si de verdad hubieran ocurrido dichos milagros, los reporteros se habrían dado cuenta y los hubieran publicado.
En 1963 asistí a unas reuniones de un grupo pentecostal. En una de ellas, una mujer emitió unas pocas palabras en lenguas, a la cual le siguió un joven con una extensa interpretación. Más tarde el líder del grupo reconoció que la interpretación dada por el joven no era auténtica. Mucho tiempo después, me encontré con el joven en otro lugar e inquirí de él en cuanto a la interpretación; le pregunté específicamente si creía que era auténtica. El negó que lo que había dicho fuera la interpretación del mensaje que aquella mujer diera en lenguas. En seguida le recordé que él mismo había indicado claramente a los que estaban presentes en aquella ocasión que se trataba de una interpretación. Además le dije: “No es necesario hacer semejantes cosas. Estoy seguro que usted ama al Señor. ¿Por qué no se dedica a predicar la verdad y a ministrar las riquezas de Cristo?”
La condición del cristianismo actual se asemeja mucho a la que existía en la iglesia de Corinto, pues en él también se pasa por alto al espíritu humano y casi siempre se le confunde con el alma. Además, también se descuida al Espíritu Santo debido al énfasis excesivo que se le da a la doctrina y a los dones espirituales, sean éstos auténticos o falsos.
Al confrontar la división y la confusión que había en Corinto, Pablo no dependió de la doctrina; antes bien, tomó como base la experiencia que tenemos de Cristo. En 2:1-2 dice: “Y yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui anunciándoos el misterio de Dios con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. El Cristo crucificado era el único tema, el centro, el contenido y la substancia del ministerio del apóstol. Cristo es también el centro de la economía de Dios. Pablo determinó que al estar entre los corintios no sabría nada además del Cristo crucificado.
Sin el ministerio de Pablo no conoceríamos el eterno propósito de Dios ni Su economía. Pedro fue un apóstol prominente, pero él no habla del Cuerpo de Cristo. Entre lo más elevado de sus escritos figura lo que dijo en cuanto a participar de la naturaleza divina: “Por medio de las cuales El nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 P. 1:4). En los escritos de Pablo se utilizan muchas expresiones para mostrar que Cristo lo es todo y lo abarca todo, que El es el Espíritu vivificante, el todo en la economía de Dios y el todo para nosotros. Pablo también revela en sus epístolas que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, Su plenitud, Su morada, Su novia e incluso el nuevo hombre. Además, en su ministerio dice que nosotros estamos en Cristo, que El está en nosotros y que estamos unidos a El en un solo espíritu. El ministerio de Pablo, el cual completa la revelación divina, tiene una visión central, a saber, que Cristo, la máxima expresión de Dios, llegó a ser el Espíritu vivificante a fin de impartirse en nosotros como vida y hacernos miembros vivos de Su Cuerpo que le expresa orgánicamente. Esta es la visión central contenida en el ministerio de Pablo. El es el único que aclara esta tan importante verdad.
El recobro actual del Señor consiste en recuperar la visión central contenida en el ministerio de Pablo, el cual completa la palabra de Dios. La meta principal del Señor no es recobrar las verdades doctrinales, pues durante los pasados siglos El ya ha recobrado muchas de éstas, como por ejemplo, la verdad del bautismo por inmersión. Según la Biblia, una persona es bautizada sumergiéndosele en agua, pero esto no constituye la meta central de la economía de Dios, ni forma parte del ministerio de Pablo. De hecho, en 1:17 Pablo declara: “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo”. Pablo no fue enviado a bautizar a las personas, sino a proclamarles el evangelio, ministrándoles a Cristo para que se produjera la iglesia, Su expresión. No obstante, hay creyentes que valoran demasiado el bautismo por inmersión e incluso lo toman como base para formar la denominación Bautista.
Además del bautismo también se han recobrado otros elementos doctrinales que tampoco forman parte de la visión central presentada en el ministerio de Pablo. Por ejemplo, las verdades en cuanto al presbiterio, la sanidad divina y llevar una vida santa, concuerdan con las Escrituras pero no son el centro de lo que el Señor recobra actualmente. Lo que El pretende recuperar es al Cristo que lo es todo, quien como Espíritu vivificante se imparte en los creyentes y los constituye Su Cuerpo vivo. En otras palabras, el centro de lo que el Señor restaura actualmente es Cristo y la iglesia.
Siempre que las personas vienen a mí con la intención de discutir sobre doctrinas o prácticas, tengo muy poco interés en hablar. Algunos han intentado contender con nosotros acerca del bautismo o del cubrimiento de la cabeza. En cuanto a lo segundo, nos han preguntado: “¿Por qué muchas de las hermanas que se reúnen con ustedes no se cubren la cabeza? ¿No saben lo que dice Pablo al respecto en 1 Corintios 11, o no creen en ello?” A esto he respondido que ciertamente sabemos y creemos lo que dice Pablo, y que además lo practicamos según la Biblia, pero que no lo imponemos a ninguna hermana. Practicamos esta verdad, pero no de manera formal ni legal, como lo hacen ciertos grupos cristianos. Nosotros estamos conscientes de que lo que el Señor desea recobrar hoy no es la prenda que las hermanas ponen sobre su cabeza ni ninguna otra doctrina o práctica como algo central. Lo que el Señor está recuperando es a Cristo como vida y como el todo para nosotros, y a la iglesia como Su Cuerpo, Su plenitud. Reconocemos que el bautismo por inmersión y el cubrimiento de la cabeza son elementos que el Señor ha recobrado, pero ninguno de los dos constituye el centro. Repito, el centro del recobro del Señor es Cristo y la iglesia: Cristo como corporificación de Dios y la iglesia como expresión de Cristo. Esto es lo que Dios desea hoy, y es esencial que lo veamos.
Si deseamos cumplir el deseo que el Señor tiene de establecer la apropiada vida de iglesia como Su expresión y como preparación para Su regreso, tenemos que ejercitar nuestro espíritu para saber las cosas del hombre, y confiar en el Espíritu que habita en nosotros para conocer las cosas de Dios. Entonces sabremos que lo que Dios desea restaurar no son las lenguas, la sanidad ni los dones milagrosos, pues estos ya fueron recobrados y no constituyen el centro ni la meta de Su economía. El Señor desea obtener una iglesia compuesta de creyentes que estén llenos, impregnados e infundidos de El mismo para que sea Su Cuerpo que le exprese. Para lograr esto es necesario que verdaderamente experimentemos al Espíritu que habita en nosotros, y no meramente los dones externos que El nos da.
Dios desea que estemos conscientes de que el Dios Triuno— el Padre, el Hijo y el Espíritu— experimentó un proceso que incluye la encarnación, la vida humana, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. Al ser crucificado Cristo, le dio muerte a la vieja creación; al resucitar, nos hizo germinar en la nueva creación; al ascender, fue glorificado, exaltado, entronizado, designado como Señor y se le comisionó el gobierno divino. Posteriormente, descendió sobre la iglesia como Espíritu vivificante que todo lo incluye. Como tal, El espera que la gente lo reciba creyendo en El. Tan pronto alguien invoca el nombre del Señor Jesús, Cristo entra en él y regenera su espíritu, se une y se mezcla con su espíritu regenerado y así hace que la persona sea uno con El. Luego, el nuevo creyente debe conocer su espíritu y también el Espíritu vivificante, la máxima expresión del Dios Triuno, de manera que lo transforme y lo edifique con otros creyentes como Cuerpo de Cristo, el organismo que expresa al Dios Triuno, lo cual cumple el propósito de Dios. Esta es la meta de Dios, y el centro de Su recobro actual.
Los que estamos en el recobro del Señor no debemos ocuparnos de asuntos insignificantes ni ser distraídos por doctrinas ni prácticas. Lo único que debe interesarnos es llegar a ser un testimonio vivo al permitir que el Dios Triuno se nos imparta y nos constituya miembros de Su Cuerpo orgánico que le exprese.
No esperamos que la mayoría de los cristianos recibirán esta visión ni tomarán este camino, pero sí creemos que la voluntad del Señor es que una minoría de los escogidos que le aman y le buscan reciban esta visión central, crezcan en vida, sean transformados por el Espíritu y lleguen a conformar el Cuerpo de Cristo, el cual llegará a ser Su novia que le ama y preparará el camino para Su regreso.
En los primeros dos capítulos de 1 Corintios Pablo prepara el camino que nos conduce a tener la visión central contenida en su ministerio. En estos capítulos nos ayuda a entender la posición, la condición, y el destino de los creyentes. Si vemos esto claramente, nos despojaremos de todo lo natural; de nuestra filosofía, sabiduría y cultura. Lo que ocupará nuestra atención no serán nuestros logros, sino únicamente la posición, la condición y el destino que tenemos en Cristo. Además nos ocuparemos de experimentar genuinamente al Dios Triuno y de disfrutar a Cristo, el Hijo de Dios. Por medio del Espíritu que está en nuestro espíritu conoceremos a Dios y las cosas de El, las cuales de hecho son el propio Cristo. Comprenderemos que Cristo es el poder de Dios, e incluso lo débil de El. Cuando Cristo fue crucificado, se hizo débil. Sin experimentar esto, ¿cómo le hubieran podido arrestar, juzgar y matar? Cristo se hizo débil a propósito, pero Su debilidad es poderosa. Hoy Cristo nos es hecho poder y sabiduría de parte de Dios. Además, El es nuestra justicia, santificación y redención diarias. Incluso le podemos conocer como las profundidades de Dios. Debemos conocer las cosas de Dios de esta manera.
Con nuestro espíritu conocemos las cosas del hombre, y con el Espíritu de Dios, las cosas de Dios. De este modo vivimos en Cristo, con Cristo, por Cristo y para Cristo, y así El establecerá la vida de iglesia normal como Su Cuerpo orgánico que le expresa.
¡Qué misericordia que podamos ver esta visión! ¡Qué gracia y qué maravilla que la podamos experimentar! Sentimos la responsabilidad de que todos los santos que están en el recobro del Señor reciban la misma visión y que hablen la misma cosa, que estén perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer. En realidad, Cristo es nuestra mente, nuestro parecer y nuestras palabras. La realidad de hablar lo mismo, de estar perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer es el propio Cristo, quien es tan querido para nosotros. Verdaderamente El es el todo para nosotros. ¡Cuán preciosa es la revelación contenida en los primeros dos capítulos de 1 Corintios!