Mensaje 22
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Lectura bíblica: 1 Co. 3:5-17
En 1 Corintios 3 Pablo aborda el tema de la iglesia. Aunque en este capítulo no usa la palabra iglesia, su contenido deja muy claro que se refiere a ella.
Pablo redactó este capítulo de manera muy sabia. No usó términos superficiales con respecto a la iglesia, sino que habla de ella con palabras profundas. En este capítulo él usa tres expresiones para referirse a la iglesia: la labranza, el edificio y el templo.
En el versículo 9 Pablo dice: “Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. La palabra griega traducida labranza literalmente significa tierra cultivada. Los creyentes, quienes fueron regenerados en Cristo con la vida divina, son la tierra cultivada de Dios, una labranza en la nueva creación de Dios donde se cultiva a Cristo a fin de que se produzcan materiales preciosos para el edificio de Dios. Así que, no sólo somos la labranza de Dios, sino también Su edificio. En calidad de iglesia de Dios, una entidad corporativa, Cristo fue plantado en nosotros. Ahora, según el contexto de este capítulo, El debe crecer, no para dar fruto, sino para producir, a partir de nosotros, oro, plata y piedras preciosas como materiales preciosos para que se edifique la habitación de Dios en la tierra. En este sentido, el edificio de Dios, la casa de Dios, la iglesia, es el aumento de Cristo, Su agrandamiento ilimitado.
En los versículos 16-17 Pablo habla del templo de Dios en dos ocasiones: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que sois vosotros”. La expresión el templo de Dios se refiere a los creyentes colectivamente en cierta localidad, como por ejemplo Corinto, mientras que la expresión el templo de Dios en el versículo 17 se refiere a todos los creyentes en el sentido universal. El templo único y espiritual de Dios en el universo tiene su expresión en muchas localidades en la tierra. Cada expresión es el templo de Dios en esa localidad.
El templo de Dios en estos versículos es el edificio de Dios mencionado en el versículo 9. El edificio de Dios no es un edificio cualquiera; es el santuario del Dios santo, el templo en el cual mora el Espíritu de Dios. Nosotros, los edificadores del templo santo, debemos comprender esto para tener cuidado de no edificar con materiales sin valor, tales como madera, heno y hojarasca, sino con los materiales preciosos de oro, plata y piedras preciosas (v. 12), los cuales concuerdan con la naturaleza y la economía de Dios.
En 1 Corintios Pablo dedica más tiempo para hablar de la iglesia que de Cristo. En los primeros dos capítulos dijo mucho acerca de Cristo debido a que los problemas que existían entre los corintios eran provocados porque ellos no experimentaban a Cristo. De ahí que en esta epístola Pablo habla primero de Cristo y luego de la iglesia.
Donde esté Cristo, allí también debe estar la iglesia. Si proclamamos a Cristo, debemos hacer lo mismo con la iglesia. Además, si tenemos a Cristo, también debemos estar en la iglesia. Del mismo modo que uno no separa la cabeza del cuerpo, tampoco podemos separar a Cristo de la iglesia. Separar la cabeza del cuerpo es darle muerte al cuerpo. Así que, nunca debemos separar a Cristo de la iglesia ni viceversa.
El título de este mensaje: “La iglesia: la labranza de Dios y el edificio de Dios” indica que la iglesia es tanto la labranza de Dios como Su edificio. Sabemos que el objetivo de una labranza es producir alimentos comestibles, mientras que un edificio es una estructura de materiales. Al parecer, la labranza no tiene nada que ver con el edificio, pues produce alimentos comestibles, y no materiales para edificar. Nadie construiría una casa con el producto de una labranza. Al parecer, dicho producto no es útil para edificar. No obstante, la labranza del versículo 9 produce el edificio. Lo que se produce en la labranza sirve para el edificio.
En el versículo 9 Pablo habla primero de la labranza de Dios y en seguida de Su edificio. Esto se debe a que el edifico depende de la labranza. Sin la labranza, la cual produce los materiales para el edificio, es imposible que éste exista.
Todos los miembros de la iglesia son plantas que crecen en la labranza de Dios. Ellos son plantados por los ministros de Cristo, colaboradores de Dios, regados por otros ministros, también colaboradores de Dios, y crecen en vida en virtud del propio Dios. Nosotros no llegamos a ser miembros de la iglesia de la manera en que las personas se unen a un club social; a nosotros se nos plantó en la iglesia. En el versículo 6 Pablo dice: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Pablo plantó a los creyentes de Corinto en la iglesia, la labranza de Dios, a fin de que ellos cultivaran a Cristo.
Ser plantas en la labranza de Dios es muy significativo. En una labranza no se necesitan maestros que instruyan las plantas. Estas crecen sin que nadie les diga que lo hagan ni cómo lo hagan. No obstante, en los círculos cristianos de hoy, a las plantas se les enseña demasiado. En realidad, ni siquiera se les considera plantas, sino estudiantes, aprendices. Antes de venir a la vida de iglesia yo era un estudiante de las asambleas de los Hermanos. Pese a que aprendí mucho acerca de la Biblia, era un moribundo porque me faltaba la vida. En lugar de vivir como planta, vivía como estudiante. Me preocupa que aún en algunas iglesias locales lo que haya sea una escuela y no una labranza. Tal vez se enseñe mucho a las plantas, pero se les riegue poco. Todos debemos llevar la vida de iglesia tal como lo que es, una labranza donde se planta, se riega, se cultiva y se poda. Debemos aprender cuándo regar a los santos, cuándo alimentarlos y cuándo podarlos.
Plantar, regar y dar crecimiento (v. 6) son elementos orgánicos. Esto indica que los creyentes son la labranza (v. 9) donde Dios cultiva a Cristo. Nosotros, como plantas de la labranza de Dios, la iglesia, necesitamos crecer; de lo contrario, seremos inútiles. En mi jardín hay plantas que están vivas, pero no se desarrollan. De igual manera, en la actualidad hay creyentes que están vivos espiritualmente, pero no se desarrollan. Por supuesto, es mejor estar vivo que muerto, pues mientras estemos vivos existe la posibilidad de crecer. Espero que nadie que esté en el recobro del Señor se conforme con estar vivo solamente. Todos debemos crecer para producir a Cristo. Todos los santos que están en el recobro del Señor deben sentir la urgente necesidad de crecer. Debemos orar: “Señor, concédeme el crecimiento”.
Somos plantas en la labranza de Dios y debemos crecer para producir a Cristo. Tal como la meta de un viñedo es producir uvas, así la labranza de Dios tiene como fin producir a Cristo. El punto central de estos mensajes sobre 1 Corintios 3 es crecer para producir a Cristo.
Repasar continuamente los capítulos uno y dos nos ayuda a cultivar a Cristo. Si los leemos y los oramos, seremos regados y nutridos. El elemento y la sustancia de Cristo se nos impartirán y espontáneamente creceremos y produciremos a Cristo; El será el fruto de nuestro crecimiento.
En 1 Corintios 1 y 2 la intención de Pablo era presentar a Cristo como nuestra porción, deleite, vida, experiencia, contenido y como el todo para nosotros. Cristo debe ser nuestra única elección, preferencia, sabor y disfrute. Debemos disfrutar a Cristo a tal grado que perdamos todo aprecio por la cultura; que en lugar de expresarla, lo vivamos a El, que en nuestra vida cotidiana El sea el todo para nosotros: nuestra cultura, nuestra ética y nuestra moralidad.
Cuando crezcamos debidamente, produciremos a Cristo y todo aspecto de El que cultivemos servirá para el edificio de Dios. La iglesia se edifica únicamente con Cristo como material, pero no con un Cristo objetivo, un Cristo que está en los cielos o que súbitamente desciende, sino con el Cristo que experimentamos, el Cristo que cultivamos. Así que, por el bien de la edificación de la iglesia, debemos obtener al Cristo que producimos al crecer en vida.
En el estudio-vida de Exodo dijimos que a los materiales utilizados para edificar el tabernáculo se les llamó ofrendas mecidas, lo cual significa que el pueblo redimido por Dios debía adquirir, poseer, disfrutar y estimar dichos materiales. Luego, debía traerlos y ofrecerlos a Dios como ofrendas mecidas. Sólo los materiales que se adquirían, se poseían y se ofrecían de esta manera, calificaban como materiales para edificar el tabernáculo, lo cual significa que debemos adquirir, poseer y disfrutar las riquezas de Cristo hasta que éstas se vuelvan nuestro capital. Luego, debemos tomar todo lo que hayamos experimentado de Cristo y llevarlo a las reuniones de la iglesia y ofrecerlo al Señor como una ofrenda mecida. Cristo entonces se convertirá en los materiales con los cuales se edifica la iglesia.
Hoy los cristianos no experimentan a Cristo ni lo producen como materiales, por lo cual no hay edificación entre ellos. La iglesia no se edifica simplemente predicando el evangelio, salvando pecadores y llevado a los recién convertidos a la llamada iglesia. Esto no es edificar la iglesia, sino amontonar la materia prima. Este amontonamiento es lo mejor que se haya entre los cristianos hoy. Pero ¿dónde está la verdadera edificación? No la hay porque no se experimenta a Cristo ni se le cultiva como los materiales para el edificio de Dios. Habiendo visto que somos la labranza de Dios, ahora debemos crecer en la vida divina para producir a Cristo.
En el versículo 6 Pablo dice: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Para que Cristo sea cultivado en la labranza de Dios se necesita que algunos planten y rieguen. No obstante, no debemos pensar que únicamente personas como Pablo y Apolos tienen la responsabilidad de hacerlo. Cada hermano y cada hermana debe realizar esta obra. El problema es que este concepto no está en nosotros. Lo que hacemos más bien es que cuando descubrimos que un santo es débil en alguna área, lo acusamos con los ancianos. Si un hermano viene a usted y usted percibe que está débil, riéguelo. En lugar de llamar a los ancianos, debe alimentarle y nutrirle. Es crucial que todos aprendamos a hacer esto.
Tal vez usted se sienta débil y falto de crecimiento. Pero hay otros santos aún más débiles e inmaduros que usted. Si sucediera que uno de ellos viniera a usted, usted debe regarlo. Al hacer esto, usted también será regado. No obstante, esto no significa que debamos regar a los demás a propósito. Más bien, debemos hacerlo espontáneamente y sin planearlo. Cuando un santo débil venga a usted, no se proponga regarlo. Esto sería una actuación y no un riego auténtico. Si usted riega a un santo espontáneamente y sin proponérselo, el Señor se encargará de enviarle más santos para que los riegue. Con el tiempo descubrirá que al regar a otros, usted mismo es regado y experimentará un verdadero avivamiento. Si en la vida de iglesia todos nos regamos mutuamente, creceremos y produciremos a Cristo.
Nosotros no nos regamos los unos a los otros. Esto se debe a que seguimos bajo la influencia del cristianismo. Por supuesto, nosotros no empleamos las palabras cleros y laicos, pero es posible que tengamos la práctica. Pese a que hemos abandonado nuestro pasado religioso, la influencia de éste todavía nos persigue y nos evita regar a los demás. Por ejemplo, tal vez un hermano diga para sí: “¿Quién soy yo? Yo no soy nada. Los ancianos y los que tienen más experiencia deben cuidar a los demás. Yo sólo soy un pequeño hermano en la iglesia. Yo no puedo ayudar a nadie”. Este concepto tiene que ser erradicado de nosotros. Ningún hermano o hermana debe tener el concepto de ser demasiado débil o de tener un nivel de vida demasiado bajo como para regar a otros. Tal vez en efecto usted esté débil, pero no está muerto. Y aunque se sintiera muerto, el hecho de que todavía esté en la vida de iglesia demuestra que no está completamente muerto. Puesto que sigue vivo, usted puede regar a otros. No se considere un inútil. Del mismo modo que todos los miembros de nuestro cuerpo son útiles, así no hay ningún miembro de la iglesia que sea inútil y que no pueda cuidar a otros y regarlos.
Cuán fácil nos es, debido a nuestro pasado religioso, aplicar lo que dice Pablo sólo a personas como Pablo y Apolos. Tal vez pensemos que sólo algunos pueden plantar y regar, pero que nosotros no somos aptos para hacerlo. Algunos santos piensan que los ancianos o los que van adelante en su localidad deben ser los que rieguen. Otros se enfocan en su propia necesidad de ser regados y no en lo importante que es que ellos rieguen a los demás. Vuelvo a repetir, este concepto debe ser erradicado de nosotros. Todos podemos regar a otros. No sigamos practicando lo que hace el cristianismo actual. La iglesia es el Cuerpo de Cristo y en el Cuerpo cada miembro es útil y puede ejercer su función. ¡Quiera el Señor que el veneno de la práctica del clero y el laicado sea erradicada de nosotros totalmente!
Espero que todos los santos vean que pueden plantar y regar. Desde ahora en adelante no debemos pensar que sólo los ancianos y los que tienen más experiencia pueden brindar ayuda. Todos debemos estar conscientes de la responsabilidad que tenemos de ayudar a los demás. Les aliento a que oren así: “Señor, ten misericordia de mí y concédeme Tu gracia para vivirte y así regar a otros. Cada vez que un santo venga a mí con un problema, recuérdame que debo tomar la responsabilidad de ayudarle y regarlo”.
Tal vez algunos teman que al intentar plantar y regar cometerán errores o que obrarán indebidamente, pero tengan ánimo; el verdadero aprendizaje se adquiere con la práctica. Posiblemente cometerán errores, pero con el tiempo aprenderán de ellos y llegaran a ser diestros para plantar y regar. Es posible que en ciertos casos hasta lleguen a ser más útiles que los ancianos. El número de ancianos en una localidad es limitado. ¿Cómo podrían ellos cuidar a tantos hermanos? En lugar de esperar que los ancianos lo hagan todo, tomen la responsabilidad y cuiden a los demás regándolos. En el recobro del Señor, a nosotros nos interesa llevar la vida de iglesia. Para hacerlo debidamente, todos debemos plantar y regar.
Pablo dice que él plantó y Apolos regó. No piensen que esto significa que Pablo es útil únicamente para plantar y Apolos para regar. Las personas que cultivan la labranza no sólo plantan o riegan, ellas hacen lo que sea necesario: plantan, riegan, abonan, y hasta cortan y podan las plantas. Si practicamos aprenderemos a hacer todo esto en la vida de iglesia. No es verdad que usted únicamente debe plantar o regar y no participar en los otros aspectos. Al contrario, todos tenemos que aprender a hacer lo que sea necesario para producir el aumento de Cristo en la labranza de Dios. Esto incluye aprender a matar los “insectos” que afectan el crecimiento de las plantas. Es posible que un hermano débil se le acerque, y usted note que hay algo que perturba a ese hermano. En algunos casos usted descubrirá que le aqueja el mismo mal que al hermano y que ambos necesitan el mismo remedio.
Espero que todos los santos del recobro del Señor reciban la carga que se imparte en este mensaje y entren en el espíritu en el que fue dado. Así seremos ayudados a crecer en la labranza de Dios a fin de producir a Cristo, y aprenderemos a cuidar a otros.