Mensaje 30
Lectura bíblica: 1 Co. 3:1-17
Después de hablar de alimentar, beber, comer, plantar, regar y crecer, Pablo dice en 3:9: “Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. El hecho de que Pablo dijera que él plantó, que Apolos regó y que Dios dio el crecimiento se debe a que los creyentes son labranza de Dios. La palabra griega traducida labranza literalmente significa tierra cultivada. Los creyentes que fueron regenerados en Cristo con la vida divina son la tierra cultivada de Dios, una labranza en la nueva creación de Dios donde se cultiva a Cristo. Como personas que han creído en Cristo y que le han recibido, nosotros ya no somos semejantes a un terreno baldío que yace en su estado natural. No somos personas intactas. Más bien, Dios sembró algo en nosotros; hemos sido tocados y cultivados por El. Ahora somos la labranza de Dios que cultiva a Cristo.
El concepto de sembrar y de cultivar está bien marcado en la Biblia. El Señor Jesús empleó la figura de un sembrador. El dice en Mateo 13:3: “He aquí, el sembrador salió a sembrar”. Por el versículo 37 sabemos que el Señor es el Sembrador: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre”. La semilla que el Señor siembra es El mismo; es el Señor en la Palabra. Esta semilla es el propio Dios. El Señor Jesús vino como Sembrador para sembrar a Dios en nosotros. Nosotros somos la tierra, el suelo, la tierra cultivada, la labranza que cultiva a Dios.
En el mensaje anterior hicimos notar que la iglesia es un restaurante. Ahora estamos diciendo que la iglesia es una labranza. Por supuesto, esto no es una contradicción, pues los aspectos de la iglesia son muchos. Como lugar donde se cultivan los productos, la iglesia es una labranza, pero como lugar donde se preparan y se sirven, ella es un restaurante.
En el versículo 9 Pablo dice que somos tanto la labranza de Dios como Su edificio. Aparentemente no existe ninguna relación lógica entre los dos. ¿Qué tiene que ver una labranza con un edificio? Nunca se ha visto que se construya un edificio con las frutas y los vegetales que se cultivan en una labranza. Con todo y esto, la iglesia como labranza de Dios produce los materiales para el edificio de Dios.
Como cristianos, nosotros cultivamos a Cristo. Pero debemos preguntarnos si hemos sido edificados. Tal vez muchos titubeemos al decir que efectivamente hemos sido edificados como edificio de Dios. Si a los santos se les preguntara en cuanto a esto, la mayoría de ellos respondería que por lo menos hasta cierto punto han sido edificados. En realidad, ésta es la respuesta correcta. Por tratarse de un edificio espiritual, un edificio orgánico, la verdadera edificación es el crecimiento en vida. La edificación está en proporción con nuestro crecimiento.
El crecimiento se refiere al cultivo de comestibles, pero también implica aumentar. Por ejemplo, digamos que un hermano al nacer pesó únicamente siete libras, pero ahora pesa ciento setenta. Esto es el crecimiento en el segundo sentido de la palabra. Ser edificados en la iglesia equivale a crecer en el sentido de que Cristo aumenta en nosotros para que alcancemos cierta estatura. El aumento de Cristo en nosotros es nuestra estatura. Ser edificado como edificio espiritual según el primer aspecto no es primeramente unirnos a los demás, sino ser reducidos en nuestra vida natural y que Cristo crezca en nosotros. Cuanto más se reduce nuestra vida natural y más crece Cristo en nosotros, más fácil nos será coordinar con los demás. De hecho, podremos coordinar con quien sea. Algunos santos me han dicho que no pueden mudarse de su localidad porque han logrado edificarse con algunos santos de la iglesia. Según su concepto, puesto que están edificados con ciertos hermanos, no les es posible irse de la localidad. Esta no es la verdadera edificación. Más bien, es una amistad o alguna especie de relación social. Si usted ha sido verdaderamente edificado en la iglesia, esto implica que ha sido reducido y que Cristo ha aumentado en usted. Si este es el caso, no importa dónde esté, podrá ser uno con los santos y coordinar con ellos. Una vez que sea edificado en el edificio espiritual de Dios, nada lo podrá sacar de él.
Como iglesia, nosotros somos labranza de Dios y edificio de Dios. La labranza produce el edificio, es decir, cultiva los materiales necesarios para el edificio.
Todo edificio requiere de un fundamento. En 3:10-11 Pablo habla del fundamento del edificio de Dios: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como sabio arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”. Cristo, el fundamento único, ya fue puesto. Este hecho quedó establecido no sólo durante la era de los apóstoles, sino para siempre. Sin embargo, durante los últimos diecinueve siglos, muchos obreros cristianos han puesto otros fundamentos. Cada denominación y cada grupo tiene su propio fundamento. En la actualidad, son millares los fundamentos que existen entre los cristianos.
Lo que Pablo dijo en cuanto a que Cristo es el fundamento se debe entender según el contexto de los primeros tres capítulos de esta epístola. En ellos Pablo parece decir: “Corintios, al afirmar que son de Apolos, de Cefas o de Pablo, en efecto ponen otro fundamento. Siempre que digan que son de alguien o que están en pro de algo, ponen otro fundamento”. Las preferencias y los gustos en realidad constituyen fundamentos. Por ejemplo, es posible que a alguien le parezca que el bautismo debe ser por inmersión. Esto constituye un fundamento. Tal vez a alguien le agrada que el pan que disfrutamos en la mesa del Señor sea sin levadura. Esto también es un fundamento. Quizás los que están en pro del bautismo por inmersión no reciban a los que no lo practican así. Esto resulta en división. Siempre que se ponen otros fundamentos en lugar de Cristo, el resultado es división. Se puede poner otro fundamento hasta cuando uno prefiere una iglesia local sobre otra. Alguien tal vez exprese que no le agrada la iglesia de su localidad y que desea mudarse a otra. Aun esto equivale a poner otro fundamento. Según nosotros, pensamos que somos libres de escoger la iglesia local de nuestra predilección. Tal vez prefiramos alguna en particular porque concuerda con nuestros gustos. Preferir una iglesia sobre otra debido a nuestros gustos equivale a poner otro fundamento. Esta es la explicación correcta de lo que Pablo dijo en 3:10-11.
Entre los versículos 4 y 11 existe una relación directa, la cual se hace más evidente cuando uno traza la idea de Pablo yendo del versículo 11 al 4. Según el versículo 11, Cristo es el único fundamento. El hecho de que este versículo comience con la palabra porque indica que es una explicación del versículo anterior. Si trazamos esta relación al retroceder a los versículos anteriores encontramos la cuestión de la unidad entre los que plantan y los que riegan (v. 8). En el versículo 7 Pablo dice: “Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento”. En lo que concierne al crecimiento en vida, los ministros de Cristo no son nada, sino que Dios lo es todo. En los versículos 5 y 6 vemos que Pablo, uno que planta, y Apolos, uno que riega, son sencillamente ministros por los cuales creyeron los corintios. Así que, los corintios no deben preferir ni al uno ni al otro. Como lo dice Pablo en el versículo 4: “Porque diciendo el uno: Yo soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois hombres de la carne”. La relación entre los versículos 4 y 11 es ésta: decir que somos de alguien equivale a poner otro fundamento además de Cristo. Los que decían: “Yo soy de Pablo”, ponían a Pablo como fundamento. Lo mismo aplica a los que afirmaban ser de Apolos. Como regla, este principio se aplica también a todos los que tienen preferencias por doctrinas, prácticas o personas. Los que están en pro del bautismo por inmersión hacen de esto un fundamento. Esto los hace diferentes de otros creyentes y los divide de ellos.
Desde la época de los apóstoles, muchos líderes y maestros cristianos han puesto fundamentos especiales que han sido factores de división. La división que existe entre los cristianos en la actualidad se debe a los diferentes fundamentos. En cuanto al recobro del Señor, nosotros no ponemos ningún fundamento aparente, pero es posible que hasta nosotros tengamos nuestras preferencias. Por ejemplo, es posible que alguien diga para sí: “Yo tengo mi anciano preferido en mi localidad. Siempre que necesito hablar con un anciano, ya se a quien acudir. El me cae bien y es mi preferido. Además, no me gusta hablar con ninguno de los demás ancianos”. En efecto, esto equivale a decir: “Yo soy de este anciano”. Como ya dijimos, haciendo esto ponemos otro fundamento además de Cristo, lo cual arruina la vida del Cuerpo y daña el edificio de Dios. En otras palabras, esto no edifica la iglesia; más bien la derriba.
Cuando los corintios decían que eran de Pablo, de Apolos o de Cefas, destruían el edificio de Dios, dañaban Su templo. Esto debe advertirnos severamente de que no debemos tener preferencias en cuanto a personas, prácticas ni lugares. Cuando un santo se mude de una iglesia local a otra, debe hacerlo completamente bajo la dirección del Señor, y no por algún otro motivo. Si alguien se muda porque la iglesia de su localidad no es de su agrado, porque uno de los ancianos no le cae bien o porque le desagrada estar con ciertos hermanos o hermanas, esa persona pone otro fundamento. Su acción constituye una división y definitivamente no tiene nada que ver con la edificación. Como vimos, la verdadera edificación depende de que seamos reducimos en nuestra vida natural y que Cristo aumente en nosotros. Si esta es nuestra experiencia, no tendremos preferencias. Si el Señor nos conduce a un lugar donde hay dificultades, le alabaremos por las adversidades sabiendo que éstas nos reducirán aun más y producirán más espacio en nuestro ser para Cristo. Entonces experimentaremos el verdadero crecimiento, y la vida de iglesia nos agradará.
Supongamos que la iglesia de su localidad le causa sufrimiento y que los ancianos no parecen tener buena relación con nadie. ¿Qué haría usted? ¿Se mudaría a otra localidad donde, según su impresión, la vida de iglesia es mejor? ¿Se iría a un lugar donde los ancianos estén contentos y la iglesia no le presente ninguna dificultad? Si decide hacerlo independiente de la dirección del Señor, usted estará actuando según su gusto personal. Espero que todos los santos, jóvenes y viejos, se den cuenta de que en el recobro del Señor no debe haber lugar para las preferencias.
Criticar la iglesia de nuestra localidad también es poner otro fundamento, ya que divide y destruye el edificio. Al oír esto algunos santos tal vez digan: “No es justo. Si supiera cuán pobre es la condición de la iglesia de mi localidad. Si nos visitara estaría de acuerdo conmigo”. No, yo no criticaría la iglesia de su localidad. Al contrario, si yo estuviera en esa localidad, acogería la iglesia con mucho amor.
Digamos que usted es miembro de una familia numerosa que consta de cinco hermanos y seis hermanas. Algunos de ellos son sabios y otros insensatos. Algunos son amables y otros toscos. ¿Rechazaría usted a los insensatos y a los toscos y sólo acogería a los sabios y a los amables? No, usted debe amar y recibir a todos sus hermanos y hermanas, pues los padres de usted son padres de todos ellos. Siguiendo el mismo principio, todos los hermanos y las hermanas de la vida de iglesia son hijos de Dios el Padre. No debemos buscarles defectos ni criticarles, pues todos nacieron de Dios. No tenemos el derecho de amar a unos más que a otros. Además, no debemos preferir al uno sobre el otro. De la misma manera que nuestra familia es una sola, así es la iglesia. Por consiguiente, no debemos satisfacer nuestros propios gustos.
Lo que he hablado en este mensaje concuerda con lo dicho por Pablo en los primeros tres capítulos de 1 Corintios. El capítulo tres se basa en los capítulos uno y dos. En éstos Pablo parece decir: “Creyentes de Corinto, ustedes tienen sus propias preferencias. Algunos me prefieren a mí, otros a Apolos y aun otros a Cefas. Además, también tienen preferencias culturales, pues algunos prefieren el judaísmo, mientras que a otros les gusta la cultura y la filosofía griegas. Tienen preferencias en cuanto a personas, asuntos y cosas. Deben ver que eso equivale a poner otros fundamentos. Pero sepan que no se puede poner ningún otro fundamento además del que ya se puso, el cual es Jesucristo. Cuando estuve entre ustedes, puse el único fundamento, el cual es el propio Cristo. Les visité habiéndome propuesto no saber nada sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Este Cristo es el único fundamento. El fundamento no puede ser el judaísmo, la filosofía griega, Cefas, Apolos, Pablo ni ninguna otra persona. Pablo y Apolos no son nada ni nadie. El que planta así como el que riega no son nada. El único que importa es Dios, quien da el crecimiento”. Este es el significado de las palabras de Pablo cuando presentó a Cristo como el único fundamento.
Espero que todos los santos del recobro del Señor vean que somos la labranza de Dios, la cual cultiva a Cristo, y también Su edificio, Su morada, el cual depende de la auténtica edificación. Para experimentar dicha edificación se requiere que seamos reducidos y que Cristo crezca en nosotros. Si crecemos y somos edificados de manera auténtica, ya no tendremos preferencias por personas, asuntos ni cosas. Tampoco habrá favoritismos en cuanto a localidades, sino que estaremos contentos con el simple hecho de ser miembros del Cuerpo del Señor, miembros que crecen en Cristo. Si experimentamos esto, podremos coordinar con todos los santos sean éstos amables o toscos y estemos donde estemos. La edificación auténtica es la que se produce cuando somos reducidos y Cristo aumenta en nosotros hasta que llegamos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
En 3:10 Pablo nos advierte que miremos cómo edificamos sobre el fundamento ya puesto. No debemos edificar con madera, heno u hojarasca, sino con oro, plata y piedras preciosas. Estos materiales se producen mediante la transformación. Lo que se cultiva en la labranza son legumbres, pero el edificio no necesita legumbres, sino minerales. Sólo los minerales sirven para el edificio de Dios y éstos se obtienen mediante la transformación. La vida vegetal tiene que ser transformada en minerales. Así que, en el capítulo tres encontramos los conceptos de la labranza, el edificio y la transformación. Además, el versículo 17 contiene el concepto del templo de Dios.
Al reflexionar sobre todo esto nos daremos cuenta de que 1 Corintios es un libro muy preciado y lleno de tesoros. Al mismo tiempo, este libro hace frente a muchas complicaciones relacionadas con la vida de iglesia. ¡Alabado sea el Señor por lo que vimos sobre los temas de alimentar, beber, comer, plantar, regar y crecer! Además, estamos agradecidos por lo que vimos respecto a la labranza, el edificio, el fundamento, la transformación y el templo de Dios. La epístola de 1 Corintios, una epístola que contiene tesoros así como complicaciones, corresponde con nuestra condición actual y los cristianos la necesitan urgentemente. Todo creyente debe recibir la revelación contenida en ella.